Al dirigirme a vosotros, mi pensamiento va asimismo a los
países que representáis y a sus dirigentes. Pienso también en las naciones con
las que la Santa Sede aún no tiene relaciones diplomáticas. Algunas de ellas se
han unido a las celebraciones con ocasión de la muerte de mi predecesor y de mi
elección a la Sede de Pedro. Habiendo apreciado esos gestos, deseo expresarles
hoy mi gratitud y dirigir un saludo deferente a las autoridades civiles de esos
países, formulando el deseo de verlos cuanto antes representados ante la Sede
apostólica. De esos países, sobre todo de aquellos en los que las comunidades
católicas son numerosas, me han llegado mensajes que he apreciado
particularmente. Quisiera manifestar cuán queridas son para mí esas comunidades
y todos los pueblos a los que pertenecen, asegurándoles a todos que están
presentes en mi oración.