Todos juntos —las comunidades cristianas, los responsables de
las naciones, los diplomáticos y todos los hombres de buena voluntad—, aunando
sus esfuerzos, están llamados a construir una sociedad pacífica, para vencer la
tentación de enfrentamientos entre culturas, etnias y mundos diferentes. Con
este fin, cada pueblo debe tomar de su patrimonio espiritual y cultural los
mejores valores de que es portador, a fin de salir sin temor al encuentro de
los demás, aceptando compartir sus riquezas espirituales y materiales en
beneficio de todos.