Al saludar cordialmente a mis hermanos en
el episcopado, a las diversas autoridades y fieles que han participado en este
significativo acontecimiento, me dirijo especialmente a las Dominicas
Misioneras del Rosario, que a ejemplo de su beata fundadora nos ayudan a
revivir, en nuestro tiempo, el espíritu de santo Domingo. Mantened viva la
experiencia de la cercanía de Dios en la vida misionera —"¡Qué cerquita se
siente a Dios", decía la madre—, el espíritu de fraternidad en vuestras
comunidades, dispuestas a ir donde más os necesite la Iglesia, con el estilo
emprendedor que llevó a la madre Ascensión hasta las agrestes tierras del vicariato
de Puerto Maldonado.