Con gran alegría os doy la bienvenida a Roma,
queridos hermanos y hermanas, con ocasión de la beatificación de la madre Mariana
Cope. Sé que vuestra participación en la solemne liturgia del sábado, tan
significativa para la Iglesia universal, será una fuente de gracia y de
compromiso renovados con vistas al ejercicio de la caridad, que caracteriza la
vida de todo cristiano.
Mariana Cope vivió una vida de profunda fe y amor, que dio fruto en un espíritu
misionero de inmensa esperanza y confianza. En 1862 ingresó en la Congregación
de las Religiosas Franciscanas de Syracuse, donde se impregnó de la particular
espiritualidad de san Francisco de Asís, consagrándose sin reservas a las obras
de misericordia espirituales y corporales. Con su experiencia de vida
consagrada desarrolló un extraordinario apostolado, adornado con virtudes
heroicas.