Cuando hablo, a pesar de mi incompetencia, me siento, por
decirlo así, como portavoz de todos los aquí presentes, que comparten mi
alegría y sienten gratitud y satisfacción por esta hora y por este momento. Mi
hermano ya lo ha dicho: Austria es, de modo muy particular, el país de la
música. Quien piensa en Austria, piensa ante todo en la belleza de la creación,
que el Señor ha donado a nuestro país vecino. Piensa en la belleza de los
edificios, en la cordialidad de las personas, pero también, y por encima de
todo, piensa en la música, cuyos grandes nombres acaban de ser mencionados, y
también en la ejecución de la música: los niños cantores de Viena, la
filarmónica de Viena, el festival de Salzburgo, etc. Por eso, asume notable
importancia el hecho de que este amado país vecino, Austria, confiera a mi
hermano esta condecoración. Y también yo quiero dar las gracias de todo
corazón.