En la homilía del domingo pasado recordé a los neosacerdotes que
"nada puede mejorar en el mundo, si no se supera el mal. Y el mal sólo
puede superarse con el perdón" (Homilía, 15 de mayo de 2005: L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 20 de mayo de 2005, p. 4). Que la
condena común y sincera del nazismo, al igual que la del comunismo ateo, nos
impulse a todos al compromiso de construir en el perdón la reconciliación y la
paz. "Perdonar —recordó también el amado Juan Pablo II— no significa
olvidar", y añadió que "si la memoria es ley de la historia, el perdón
es fuerza de Dios, fuerza de Cristo, que interviene en los acontecimientos de
los hombres" (Homilía en Castelgandofo y transmitida por radio y
televisión a Sarajevo, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en
lengua española, 16 de septiembre de 1994, p. 8). La paz es, ante todo, don de
Dios, que suscita en el corazón de quien la acoge sentimientos de amor y
solidaridad.