Saludo a los sacerdotes de vuestras diócesis, y a los jóvenes
que, con generosidad, se preparan para serlo. Su número es un verdadero signo
de esperanza para el futuro. Mientras el clero llega a ser autóctono, quisiera
congratularme por el trabajo paciente realizado por los misioneros para
anunciar a Cristo y su Evangelio, y para dar vida a las comunidades cristianas
que vosotros apacentáis hoy. Os invito a estar cerca de vuestros sacerdotes, a
cuidar de su formación permanente a nivel teológico y espiritual, y a estar
atentos a sus condiciones de vida y de ejercicio de su misión, para que sean
testigos verdaderos de la Palabra que anuncian y de los sacramentos que
administran. Ojalá que en su entrega a Cristo y al pueblo del que son pastores
permanezcan fieles a las exigencias de su estado y vivan su sacerdocio como
un verdadero camino de santidad.