Me alegra acogerlo con ocasión de su tradicional homenaje
ante la tumba de san Cirilo, y lo saludo cordialmente. Le agradezco las amables
palabras que usted ha querido dirigirme. Nuestro encuentro pone de relieve el
vínculo milenario de estima y cercanía espiritual que ha unido siempre a los
Romanos Pontífices con el noble pueblo que usted representa. Es grande el
afecto que siente la Sede apostólica por el pueblo búlgaro. Desde el Papa
Clemente I, de venerada memoria, hasta hoy, los Obispos de Roma han mantenido
constantemente un diálogo fecundo con los habitantes de la antigua Tracia.