Han pasado sólo
pocas semanas desde mi elección, y están muy vivos en nosotros los sentimientos
que nos unieron en los días del sufrimiento y de la muerte de mi venerado
predecesor, el siervo de Dios Juan Pablo II, un padre, un ejemplo y un amigo
para cada uno de nosotros. Os estoy particularmente agradecido porque siento
que me acogéis con el mismo espíritu con el que lo acompañasteis a él durante
los veintiséis años de su pontificado.