Al contemplar el rostro de Cristo, y en Cristo el rostro del
Padre, María santísima nos precede, nos sostiene y nos acompaña. El amor y la
devoción a la Madre del Señor, tan difundidos y arraigados en el pueblo
italiano, son una valiosa herencia, que debemos cultivar siempre, y un gran
recurso también con vistas a la evangelización. Queridos hermanos, sobre estas
bases podemos proponernos verdaderamente a nosotros mismos y a nuestros fieles
la vocación a la santidad, "alto grado de la vida cristiana
ordinaria", según la feliz expresión de Juan Pablo II en la Novo
millennio ineunte (n. 31): en efecto, el Espíritu Santo viene a
nosotros, de Cristo y del Padre, precisamente para introducirnos en el misterio
de la vida y del amor de Dios, más allá de toda fuerza y expectativa humana.