Así pues, la situación efectiva de la Iglesia en Italia
confirma y justifica la atención y las expectativas que tienen con respecto a
ella muchas Iglesias hermanas en Europa y en el mundo. Como destacó muchas
veces mi amado predecesor Juan Pablo II, Italia puede y debe desempeñar un gran
papel para dar un testimonio común de Jesucristo, nuestro único Salvador, y
para que se reconozca en Cristo la medida del verdadero humanismo, tanto por lo
que respecta a la conciencia de las personas como a la organización de la vida
social.