En efecto, como afirmó repetidamente Juan Pablo II, ellos son
la esperanza de la Iglesia; pero en el mundo de hoy también están
particularmente expuestos al peligro de ser "llevados a la deriva y
zarandeados por cualquier viento de doctrina" (Ef 4, 14). Por
consiguiente, necesitan ayuda para crecer y madurar en la fe: este es el
primer servicio que deben recibir de la Iglesia, y especialmente de nosotros, los
obispos, y de nuestros sacerdotes.