Queridos hermanos y hermanas, es la primera vez
que me encuentro con vosotros desde que Dios me llamó
a desempeñar en la Iglesia el ministerio
petrino, pero conozco bien y desde hace
tiempo vuestro servicio, animado por una fidelidad convencida y una dócil adhesión al Sucesor de Pedro.
Os pido que
me acompañéis, ante todo,
con la oración. Haced que la oración
sea el alimento diario de vuestra vida, con frecuentes pausas de meditación y de escucha de la palabra de Dios, y con la participación activa en la santa misa. Es importante que la existencia
del cristiano se centre en la Eucaristía. A esto nos invita el Año
de la Eucaristía que, por voluntad de mi amado predecesor el siervo
de Dios Juan Pablo II, se está celebrando en todas las comunidades
eclesiales. En efecto,
no debemos olvidar nunca que el
secreto de la eficacia de todos
nuestros proyectos es Cristo, y nuestra vida debe estar
animada por su acción
renovadora. Debemos poner bajo su mirada
todas las expectativas y las necesidades del mundo. Queridos amigos, es preciso presentar en particular a
Jesús, a quien adoramos en la Eucaristía, los sufrimientos de los enfermos que vais
a visitar, la solicitud por los jóvenes
y ancianos con los que os encontráis,
los temores, las esperanzas y las perspectivas de toda la existencia. Así, con esta actitud interior, os será más fácil
realizar vuestra vocación cristiana y salir al encuentro de cuantos viven en condiciones de pobreza o abandono, testimoniándoles la presencia consoladora de Cristo.