ACTO PRIMERO
PRIMERA ESCENA
La
Sra. DE SALLUS, en su salón, lee al amor de la lumbre. JACQUES DE RANDOL entra
sin hacer rúido, comprueba que nadie lo ve y vivamente la besa en los cabellos.
Ella da un respingo, emite un pequeño grito y se vuelve.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Oh ! ¡ Que imprudente es usted !
JACQUES DE RANDOL: No tema nada, nadie me ha visto.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Y los criados ?
JACQUES DE RANDOL: En el vestíbulo.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Cómo !... no lo han anunciado.
JACQUES DE RANDOL: No... simplemente me han abierto la puerta.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Pero en que están pensando ?
JACQUES DE RANDOL: Sin duda piensan que yo no soy importante.
SEÑORA DE SALLUS: No les permitiré eso. Quiero que se le anuncie. El no
hacerlo sería de mal efecto.
JACQUES DE RANDOL, riendo: Tal vez se dispongan a anunciar a vuestro
marido...
SEÑORA DE SALLUS: Jacques, esa broma está fuera de lugar.
JACQUES DE RANDOL: Lo siento. ( se sienta). ¿ Espera a alguien ?
SEÑORA DE SALLUS: Sí... probablemente. Usted sabe que yo siempre recibo
cuando estoy en casa.
JACQUES DE RANDOL: Sé que tenemos el gusto de verla cinco minutos, justo el
tiempo de preguntarle por su salud, y que luego aparece un caballero
cualquiera, enamorado de usted, por supuesto, y que espera con impaciencia que
el primer recién llegado se vaya.
SEÑORA DE SALLUS, riendo: ¿ Y qué quiere usted ? Desde el momento
en que yo no soy su esposa, es necesario que sea de ese modo.
JACQUES DE RANDOL : ¡Ah! ¡ si usted fuese mi esposa !
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Si yo fuese su esposa ?
JACQUES DE RANDOL: Yo la llevaría durante cinco o seis meses, lejos de
esta horrible ciudad, para tenerla para mí solo.
SEÑORA DE SALLUS: Se hartaría enseguida.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Ah !, claro que no.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Ah !, claro que sí.
JACQUES DE RANDOL: Sepa que es una tortura amar a una mujer como usted.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Por qué ?
JACQUES DE RANDOL: Porque se la ama de igual modo que los hambrientos
miran las viandas y las aves tras los escaparates de un restaurante.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Oh ! ¡Jacques !...
JACQUES DE RANDOL: Es cierto. Una mujer de mundo pertenece a ese mundo,
es decir a todo el mundo, excepto a aquél a quién se entrega. Éste la puede
ver, con todas las puertas abiertas, un cuarto de hora durante tres días, no
más, a causa de los criados. Excepcionalmente, con mil precauciones, mil
temores, mil estratagemas, ella se reúne con él, una o dos veces al mes, en un
apartamento amueblado. Es ella entonces quién tiene precisamente un cuarto de
hora para concederle su tiempo porque sale de casa de la Sra. X..., para ir a
la de la Sra. Z..., donde ha dicho a su cochero que la recoja. Si llueve, no
vendrá, pues es imposible desembarazarse de ese cochero. Ahora bien, ese
cochero y el lacayo, y la Sra. X..., y la Sra. Z..., y los demás, todos
aquellos que entran con ella como en un museo, un museo que nunca cierra, todos
aquellos y todas aquellas que devoran su vida, minuto tras minutos, segundo
tras segundo, a quién ella se debe como un empleado debe su tiempo al Estado,
porque ella es de mundo, todas esas personas son el cristal transparente e
inefable que la separa de mis caricias.
SEÑORA DE SALLUS: Lo veo un poco nervioso, hoy.
JACQUES DE RANDOL: No, pero estoy hambriento de estar a solas con usted.
¿ Usted está en mí, o más bien yo estoy en usted; ¡ bien! ¿ eso es lo que flota
en el aire, de verdad ? Paso mi vida tratando de encontrar los medios para
encontrarla. Sí, nuestro amor está hecho de reencuentros, de saludos, de
miradas, de roces, y nada más. Nos encontramos, por la mañana, en la avenida,
un saludo; nos encontramos en su casa o en la de una mujer cualquiera, veinte
palabras; nos encontramos en el teatro, diez palabras; cenamos algunas veces en
la misma mesa, demasiado lejos para hablar, y entonces ni incluso me atrevo a
mirarla, a causa de las demás miradas. ¿ Es eso amarse ? ¿ Es eso lo que
solamente conocemos ?
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Entonces, tal vez le gustaría dejarme ?
JACQUES DE RANDOL: Eso es imposible, desgraciadamente.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Entonces, qué ?
JACQUES DE RANDOL: No lo sé. Solamente digo que esta vida es muy
enervante.
SEÑORA DE SALLUS: Es precisamente por lo presencia de muchos obstáculos
por lo que su cariño no languidece.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Oh ! Madeleine, ¿ cómo puede decir eso ?
SEÑORA DE SALLUS: Creame, si su afecto tiene visos de prolongarse, es
sobre todo porque no es libre.
JACQUES DE RANDOL: Cierto, jamás he visto a una mujer tan positiva como
usted. ¿ Así que usted cree que si por casualidad yo fuese su marido, dejaría
de quererla ?
SEÑORA DE SALLUS: No de inmediato, pero pronto.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Es indignante lo que usted dice !
SEÑORA DE SALLUS: No, es la verdad. Usted lo sabe, cuando un confitero
toma a sus servicios una dependiente golosa, le dice: « Coma tantos bombones
como quiera, chiquilla. » Ella se pone morada durante ocho días, después se
asquea con solo verlos el resto de su vida.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Ah, ya ! veamos, ¿ por qué me ha... aceptado ?
SEÑORA DE SALLUS: No lo sé... por ser usted agradable.
JACQUES DE RANDOL: Se lo ruego. No se burle de mí.
SEÑORA DE SALLUS: Yo me he dicho: « Aquí está un pobre muchacho que
parece estar muy enamorado de mí. Yo, yo soy moralmente muy libre, habiendo
dejado de gustar completamente a mi maridos desde hace más de dos años. Ahora
bien, puesto que este hombre me ama, ¿ por qué no él ?»
JACQUES DE RANDOL: Es usted cruel.
SEÑORA DE SALLUS: Al contrario, no lo he sido. ¿ De qué se queja pues ?
JACQUES DE RANDOL: Mire, usted me exaspera con esa burla continua. Desde
que yo la amo, usted me tortura de este modo y ni sé si usted siente por mi el
menor afecto.
SEÑORA DE SALLUS: Yo he tenido, en todo caso, unas bondades con usted.
JACQUES DE RANDOL: ¡Oh! Que juego extraño el suyo. Desde el primer día,
la he notado coqueta conmigo, oscuramente coqueta, misteriosamente coqueta,
como solo usted sabe serlo, sin mostrarlo, cuando usted quiere gustar. Me ha
conquistado poco a poco con miradas, sonrisas, apretones de mano, sin
comprometerse, sin descaro, sin desenmascararse. Ha sido terriblemente tenaz y
seductora. Yo la he amado con toda mi alma, sinceramente y lealmente. Y, hoy,
no sé cuales son sus sentimientos en el fondo de su corazón, que pensamientos
tiene en lo más profundo de su mente, no lo sé, no sé nada. La miro y me digo:
« Esta mujer, que parece haberme elegido, también siempre da la impresión de
olvidarlo. ¿ Me ama ? ¿ Se ha cansado de mí ? Está haciendo una prueba, tomando
un amante para ver, para saber, para gozar, sin tener hambre ?» Hay días en los
que me pregunto si, entre todos aquellos que la aman, y que se lo dicen sin
cesar, no hay uno que comience a gustarle más.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Dios mío ! hay cosas en las que no hay que profundizar
nunca.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Oh ¡ que dura es usted. Eso significa que no me ama.
MADAME DE SALLUS: ¿ De qué se queja ? Yo no he dicho eso... además... no
creo que usted tenga nada que reprocharme.
JACQUES DE RANDOL: Perdóneme. Estoy celoso.
MADAME DE SALLUS: ¿ De quién ?
JACQUES DE RANDOL: No lo sé. Estoy celoso de todo lo que desconozco de
usted.
SEÑORA DE SALLUS: Sí. debería estarme agradecido.
JACQUES DE RANDOL: Perdón. La amo demasiado, todo me inquieta.
SEÑOLRA DE SALLUS: ¿ Todo ?
JACQUES DE RANDOL: Sí, todo.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Está celoso de mi marido ?
JACQUES DE RANDOL, estupefacto: No... ¡ Que idea !
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Pues bien ¡ Se equivoca.
JACQUES DE RANDOL: Vamos, siempre tan burlona.
SEÑORA DE SALLUS: No. Incluso quisiera hablarle, muy seriamente, y pedirle
consejo.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Referente a su marido ?
SEÑORA DE SALLUS, seria: Sí. No me río, o más bien no río más. ( Riendo.)
¿ Entonces, usted no está celoso de mi marido ? Sin embargo es el único hombre
que tiene derechos sobre mi.
JACQUES DE RANDOL: Es precisamente porque tiene derechos por lo que no
estoy celoso. El corazón de las mujeres no admite que se tengan derechos.
SEÑORA DE SALLUS: Oh, querido, el derecho es algo positivo, un título de
posesión que se pude olvidar – como mi marido lo ha hecho desde hace dos años –
pero también, del que se puede siempre ejercer en un momento dado, como parece
querer hacerlo desde hace algún tiempo.
JACQUES DE RANDOL : Dice usted que su marido...
MADAME DE SALLUS : Sí.
JACQUES DE RANDOL: Eso es imposible...
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Por qué imposible ?
JACQUES DE RANDOL: Porque su marido tiene... otras ocupaciones.
SEÑORA DE SALLUS: Parece que le gusta cambiar.
JACQUES DE RANDOL: Veamos, Madeleine, ¿ qué le ocurre a él ?
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Ve ?... ¿ se vuelve celoso de él ?
JACQUES DE RANDOL: Se lo suplico, dígame si se está burlando o si habla
en serio.
SEÑORA DE SALLUS: Hablo en serio, muy seriamente.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Entonces qué le pasa ?
SEÑORA DE SALLUS: Usted conoce mi situación, pero no le he contado nunca
toda mi historia. Es muy sencilla. Hela aquí en veinte palabras. Me casé a los
diecinueve años, el conde Jean de Sallus se enamoró de mi después de haberme
visto en la Ópera-Cómica. Él ya conocía al notario de papá. Fue muy gentil,
durante los primeros tiempos; ¡ sí, muy amable ¡ Creo verdaderamente que me
amaba. Y yo también, yo era muy solícita con él, muy gentil. Desde luego, nunca
ha podido dirigirme la sombra de un reproche.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Lo amaba ?
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Dios mío ¡ ¡ no haga nunca esas preguntas !
JACQUES DE RANDOL: ¿ Entonces, usted lo amaba ?
SEÑORA DE SALLUS: Sí y no. Si lo amaba, era como una tonta. Pero no le
dije nunca que lo amase, pues no sé manifestarme.
JACQUES DE RANDOL: En eso tiene razón.
SEÑORA DE SALLUS: Sí, es posible que lo haya amado algún tiempo,
inocentemente, como una tímida jovencita, temblorosa, torpe, inquieta, siempre
temerosa por esa vileza, el amor de un hombre, por esa vileza, que también es
tan dulce algunas veces. Usted lo conoce. Es un dandi, un dandi de club - los
peores de los guapos. Aquellos que en el fondo, nunca tienen un afecto duradero
más que por las muchachas que son las auténticas féminas de los clubs
masculinos. Están acostumbrados a chismorreos pícaros y caricias depravadas.
Les hace falta el desnudo y lo obsceno, de palabra y cuerpo, para atraerlos y
retenerlos... A menos que... a menos que los hombres, verdaderamente, sean
incapaces de amar durante mucho tiempo a la misma mujer. En fin, pronto sentí
que se volvía indiferente, que me besaba... con descuido, que me miraba... sin
atención, que no se cuidaba ante mí... para mí, en sus formas, sus gestos, en
sus discursos. Se echaba en los sillones con brusquedad, leía el periódico tan
pronto llegaba, se encogía de hombros y exclamaba: « Nada es digno de atención
», cuando no estaba contento. Un día por fin, bostezó estirando sus brazos. Ese
día comprendí que no me amaba; tuve en gran disgusto, pero sufrí tanto que no
supe ser coqueta como era necesario para reconquistarlo. Pronto supe que tenía
una amante, una mujer de mundo, además. A partir de ese momento hemos vivido
como dos vecinos, tras una tormentosa explicación.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Cómo ? ¿ Una explicación ?
SEÑORA DE SALLUS: Sí.
JACQUES DE RANDOL: Referente a... su amante.
SEÑORA DE SALLUS: Sí y no... Eso es difícil de precisar... Él se creía
obligado... para no despertar mis sospechas, sin duda... a simular de vez en
cuando... raramente... una cierta ternura, muy fría por otra parte, hacia sus
legítima mujer... que tenía ciertos derechos a dicha ternura... Y bien... yo le
indiqué que podría abstenerse en el futuro de esas manifestaciones de
diplomacia.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Cómo le dijo usted eso ?
SEÑORA DE SALLUS: No lo recuerdo.
JACQUES DE RANDOL: Debió ser muy divertido.
SEÑORA DE SALLUS: No... al principio pareció muy sorprendido. Luego le
solté una frase salida del corazón, bien preparada, donde lo invitaba a llevar
a otro lado sus intermitentes fantasías. Él comprendió, me saludó muy
educadamente, y partió... para siempre.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Nunca regresó ?
SEÑORA DE SALLUS: Nunca.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Nunca trató de hablarle de su afecto ?
SEÑORA DE SALLUS: ¡ No... nunca !
JACQUES DE RANDOL: ¿ Lo ha lamentado usted ?
SEÑORA DE SALLUS: Poco importa. Lo que importa, por ejemplo, es que ha
tenido innumerables amantes, a las que mantenía, de las que hacía alarde, las
paseaba. Eso al principio me irritó, disgustó, humilló; luego yo tomé mi
decisión; luego, más tarde, dos años más tarde... tomé un amante... usted...
Jacques.
JACQUES DE RANDOL, besándole la mano: Y yo, la amo con
toda mi alma, Madeleine.
SEÑORA DE SALLUS: Todo esto no es limpio.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Qué ?... ¿ todo esto ?...
SEÑORA DE SALLUS: La vida... mi marido... sus amantes... Yo... y
usted.
JACQUES DE RANDOL: He aquí lo que prueba, más que cualquier otra cosa,
que usted no me ama.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Por qué ?
JACQUES DE RANDOL: Usted se atreve a decir del amor: « ¡ Eso no es
limpio !» ¡ Si usted amase, sería divino ! Pero una mujer enamorada trataría de
criminal e innoble aquél que afirmara semejante cosa. ¡ Sucio, el amor !
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Es posible ! Todo depende de como se mire: yo veo
demasiado.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Que ve usted ?
SEÑORA DE SALLUS: Veo demasiado bien, demasiado lejos, demasiado claro.
JACQUES DE RANDOL: Usted no me ama.
SEÑORA DE SALLUS: Si yo no lo amase... un poco... no tendría ninguna
excusa para haberme entregado a usted.
JACQUES DE RANDOL: Un poco... Precisamente lo que le hace falta para
disculparse.
SEÑORA DE SALLUS: Yo no me disculpo: yo me acuso.
JACQUES DE RANDOL: Asi pues, si usted me ama... un poco... entonces...
usted no me ama más.
SEÑORA DE SALLUS: No razonemos demasiado.
JACQUES DE RANDOL: Usted no hace otra cosa que eso.
SEÑORA DE SALLUS: No; pero juzgo las cosas consumadas. Uno no tiene
nunca ideas justas y opiniones sanas excepto sobre lo que ya ha pasado.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Y usted lamenta ?...
SEÑORA DE SALLUS: Tal vez.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Entonces, mañana ?
SEÑORA DE SALLUS: No lo sé.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Acaso no es importante haber hecho un amigo que lo
es hacia usted en cuerpo y alma ?
SEÑORA DE SALLUS: Hoy.
JACQUES DE RANDOL: Y mañana.
SEÑORA DE SALLUS: Sí, el mañana después de la noche, pero no el mañana
después de un año.
JACQUES DE RANDOL: Usted lo verá... ¿ Entonces, su marido ?...
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Le preocupa ?
JACQUES DE RANDOL: ¡ Caramba !
SEÑORA DE SALLUS: Mi marido se ha vuelto a enamorar de mi.
JACQUES DE RANDOL: ¡ No es posible !
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Es usted un insolente ! ¿ Por qué no ? querido.
JACQUES DE RANDOL: Uno se enamora de una mujer, antes de esposarla, no
se vuelve a enamorar de su esposa.
SEÑORA DE SALLUS: Tal vez había sido así hasta el momento.
JACQUES DE RANDOL: Imposible que él la haya conocido sin haberla amado a
su manera... corto e insolente.
SEÑORA DE SALLUS: Poco importa. Él se dispone o redispone a amarme.
JACQUES DE RANDOL: La verdad, no entiendo nada. Cuénteme.
SEÑORA DE SALLUS: No hay nada que contar: me hace declaraciones y me
abraza, y me amenaza con... con... su autoridad. En fin, estoy inquieta, muy
atormentada.
JACQUES DE RANDOL: Madeleine... usted me tortura.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Bien ! ¿ Y yo, acaso cree usted que yo no sufro ? Yo
ya no soy una esposa fiel puesto que le pertenezco a usted; pero soy y seguiré
siendo un corazón recto. Usted o él. Jamás usted y él. Eso es lo que es
para mí una infamia, una gran infamia de mujeres culpables; esa compartición
que las hace innobles. Se puede caer, porque... porque hay baches a lo largo de
los caminos y no siempre es fácil seguir el camino recto; pero, si se cae, no
hay razón para revolcarse en el lodo.
JACQUES DE RANDOL, tomándole y besándole las manos: La adoro.
SEÑORA DE SALLUS, sencillamente: Yo también, yo lo amo mucho,
Jacques, y por eso tengo miedo.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Por fin !... gracias... Veamos, dígame, desde
cuanto tiempo hace que él ha tenido... esa recaida ?
SEÑORA DE SALLUS : Desde hace quince días o tres semanas.
JACQUES DE RANDOL: ¿ No más ?
SEÑORA DE SALLUS. No más.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Pues bien ! su marido está sencillamente... viudo.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Qué dice usted ?
JACQUES DE RANDOL: Digo que su marido está disponible y que procura
ocupar con su esposa sus ocios pasajeros.
SEÑORA DE SALLUS: Yo, le digo que está enamorado de mí.
JACQUES DE RANDOL: Sí... sí... Sí y no... Está enamorado de usted... y
también de otra... Veamos... ¿ Está de mal humor, verdad ?
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Oh, sí ! de un humor execrable.
JACQUES DE RANDOL: Aquí tenemos pues un hombre enamorado de usted y que
manifiesta este renacimiento de cariño mediante un carácter insoportable... ¿ pues él
es insoportable, verdad ?
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Oh !, sí, insoportable.
JACQUES DE RANDOL: Si fuese insistente con dulzura, usted no
tendría miedo. Usted diría: « Tengo tiempo », y luego él le inspiraría un poco
de compasión, pues siempre se tiene piedad por el hombre que os ama, aunque sea
su marido.
SEÑORA DE SALLUS: Es cierto.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Está nervioso, preocupado, sombrío ?
SEÑORA DE SALLUS: Sí... sí...
JACQUES DE RANDOL: ¿ Y brusco con usted... por no decir brutal ? ¿
Invoca un derecho y no le dirige un ruego ?
SEÑORA DE SALLUS: Asi es...
JACQUES DE RANDOL: Querida, en este momento, es usted una distracción.
SEÑORA DE SALLUS: No... no...
JACQUES DE RANDOL: Mi querida amiga, la última amante de su marido era
la Sra. de Bardane a la que ha dejado, de un modo muy mezquino, hace dos meses,
para cortejar a la Santelli.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ La cantante ?
JACQUES DE RANDOL: Sí. Una caprichosa, muy hábil, una estratega, muy
venal, lo que no es extraño en el teatro..., además...
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Por eso él va sin cesar a la Ópera !
JACQUES DE RANDOL, riendo: No lo dude.
SEÑORA DE SALLUS, pensando: No... no, usted se equivoca.
JACQUES DE RANDOL: La Santelli se le resiste y lo confunde. Entonces,
teniendo el corazón lleno de pasión, sin poder despacharla, él le ofrece a
usted una parte.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Querido, usted sueña !... Si estuviese enamorado de
la Santelli, no me diría que me ama... Si estuviese perdidamente preocupado de
esa comediante, no me haría la corte, a mí. Si la escoltase violentamente, en
fin, no me desearía a mí al mismo tiempo.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Ah ! ¡ Que poco conoce usted a algunos hombres ! Los
de la raza de su marido, cuando una mujer les ha vertido en su corazón ese
veneno, el amor, que no es para ellos más que deseo brutal, cuando esa mujer
les escapa o se les resiste, se convierten en perros rabiosos. Van hacia ellas
como locos, como poseídos, los brazos abiertos, los labios tendidos. Es
necesario que amen no importa qué, como el perro abre la boca y muerde no
importa a quién, no importa a qué. La Santelli ha liberado a la bestia y usted
se encuentra al alcance de sus dientes, tenga cuidado. ¿ Amor ? no; Es
rabia.
SEÑORA DE SALLUS: Es usted injusto con él. Los celos lo hacen malvado.
JACQUES DE RANDOL: No me equivoco, puede estar segura.
SEÑORA DE SALLUS: Sí, se equivoca. Mi marido, antaño, me ha olvidado,
abandonado, encontrándome ingenua, sin duda. Ahora, me encuentra mejor y
regresa a mi. Nada más sencillo. Tanto peor para él, además, pues considera
que, a diferencia suya, yo tendría que ser una
mujer honesta toda mi vida.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Madeleine !
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Qué ?
JACQUES DE RANDOL: ¿ Deja de ser una mujer honesta cuando, rechazada por
el hombre que se hace cargo de su existencia, de su felicidad, de su cariño y
de sus sueños, una no se resigna, siendo joven, bella y llena de esperanza, al
eterno aislamiento, al eterno abandono ?
SEÑORA DE SALLUS: Ya le he dicho que hay cosas en las que no se debe
pensar demasiado. Esta es una de ellas. ( Se oyen dos timbrazos ). Es mi
marido. Trate de ser agradable. Está muy sombrío en este momento.
JACQUES DE RANDOL, levantándose: Prefiero irme. No me cae bien su
marido, por muchas razones. Y además, me resulta lamentable estar simpático
hacia alguien a quién desprecio un poco, y que tendría el derecho de
despreciarme mucho, puesto que yo le estrecho la mano.
SEÑORA DE SALLUS: Ya le dije que todo esto no es muy limpio.
|