ESCENA
TERCERA
SEÑOR DE SALLUS, JACQUES DE RANDOL
SEÑOR
DE SALLUS : Querido, me hariais un gran servicio pasando la velada
aquí.
JACQUES DE RANDOL : Le aseguro que no puedo.
SEÑOR DE SALLUS : ¿ Es completamente, completamente imposible ?
JACQUES DE RANDOL : Completamente.
SEÑOR DE SALLUS : Eso me contraría.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Et por qué ?
SEÑOR DE SALLUS : ¡ Oh ! por razones íntimas. Porque... necesito
hacer las paces con mi mujer.
JACQUES DE RANDOL : ¿ La paz ? ¿ Están ustedes mal juntos ?
SEÑOR DE SALLUS : No muy bien, como habéis podido comprobar.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Por vuestra culpa o por la suya ?
SEÑOR DE SALLUS : Por la mía.
JACQUES DE RANDOL : ¡ Diablos !
SEÑOR DE SALLUS : Sí, tenía unos problemas ajenos al matrimonio, unos
problemas serios, y eso me ponía de mal humor, de modo que he sido guasón y
agresivo hacia ella.
JACQUES DE RANDOL : Pero no veo demasiado en lo que puede contribuir
un tercero a una paz de esta naturaleza.
SEÑOR DE SALLUS : Vos me dais la oportunidad de hacerla comprender
delicadamente, evitando toda explicación, sin altercados ni ofensas, que mis
intenciones han cambiado.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Entonces, tenéis intenciones.. de
reconciliación ?
SEÑOR DE SALLUS : No... no... al contrario.
JACQUES DE RANDOL : Perdón... no lo entiendo.
SEÑOR DE SALLUS : Deseo restablecer y mantener un statu quo de
neutralidad pacífica. Una especie de paz platónica ( Riendo ).
Pero estoy entrando en detalles que no os interesan.
JACQUES DE RANDOL : Perdón aún. En el momento que he de representar un
papel en este asunto, deseo saber con precisión de cual se trata.
SEÑOR DE SALLUS : ¡ Oh ! Un papel de conciliador.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Así que queréis la paz con tratados y libertades
para usted ?
SEÑOR DE SALLUS : Exacto.
JACQUES DE RANDOL : Lo que quiere decir que tras los problemas de los
que me hablabais hace unos instantes, y que han acabado, deseáis estar
tranquilo en vuestra casa para gozar de la felicidad que habéis conquistado
fuera.
SEÑOR DE SALLUS : En fin, querido, la situación esta tensa entre mi
esposa y yo, muy tensa, y prefiero no encontrarme sola con ella de entrada,
porque mi actitud sería desairada.
JACQUES DE RANDOL : Querido, en ese caso me quedo.
SEÑOR DE SALLUS : ¿ Toda la velada ?
JACQUES DE RANDOL : Toda la velada.
SEÑOR DE SALLUS : Gracias, sois un amigo. Lo sabré reconocer llegada
la ocasión.
JACQUES DE RANDOL : ¡ Oh ! ¡ querido ! (Un silence.)
¿ Estuvisteis ayer en la Ópera ?
SEÑOR DE SALLUS : Por supuesto.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Ha ido todo bien ?
SEÑOR DE SALLUS : Admirablemente.
JACQUES DE RANDOL : ¿ La Santelli ha tenido un gran éxito
personal ?
SEÑOR DE SALLUS : No un éxito, un triunfo. La han llamado a saludar
seis veces.
JACQUES DE RANDOL : Realmente es muy buena.
SEÑOR DE SALLUS : ¡ Admirable ! nunca ha cantado mejor. En el
primer acto, dio su gran monólogo: « Oh, principe de los creyentes, escucha mi
ruego ! » que ha hecho levantarse a toda la orquesta. Y en el tercero, después
de su frase: «Claro paraiso de belleza », no había visto nunca semejante
entusiasmo.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Estaba contenta ?
SEÑOR DE SALLUS : Radiante, loca.
JACQUES DE RANDOL : ¿ La conocéis mucho ?
SEÑOR DE SALLUS : Sí, desde hace tiempo. Incluso he cenado con ella y
con unos amigos, esta noche, tras la representación. JACQUES DE RANDOL :
¿ Eráis muchos ?
SEÑOR DE SALLUS : No, una decena. Ella ha estado deliciosa.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Es agradable en la intimidad ?
SEÑOR DE SALLUS : Exquisita. Y además, es una mujer. No sé si pensáis
como yo, pero considero que casi no hay mujeres.
JACQUES DE RANDOL, riendo : Pues yo conozco unas
cuantas.
SEÑOR DE SALLUS : Sí, conocéis a unas mujeres que tienen el aspecto de
mujer, pero que no lo son.
JACQUES DE RANDOL : Definid eso.
SEÑOR DE
SALLUS :
Dios mío, nuestras mujeres, nuestras mujeres de mundo, en muy raras excepciones
son objetos de representación; bellas y distinguidas, no tienen el encanto más
que en sus salones. Su verdadero papel consiste en hacer admirar su
gracia exterior, ficticia y superficial.
JACQUES DE RANDOL : Sin embargo, se las ama.
SEÑOR DE SALLUS : Raramente.
JACQUES DE RANDOL : Discrepo
SEÑOR DE SALLUS : Sólo los idealistas las aman; pero los verdaderos
hombres, los apasionados, positivos y cariñosos, no aman a la mujer de mundo de
hoy, que es incapaz de sentir amor. Además, querido, mirad alrededor de vos.
Conocéis relaciones pues todo se sabe; ¿ Podéis citarme un solo amor, un amor
caótico, como los de antaño, inspirado por una mujer de nuestro entorno ? ¿ No,
verdad ? Ahora enorgullece tener una amante, sí; enorgullece pero sin
satisfacción, y al fin aburren. Mire, por el contrario, a las mujeres de
teatro, no hay una que no tenga al menos cinco o seis pasiones en su activo,
actos de locura, ruinas, duelos, suicidios. Se las ama, porque saben hacerse
amar y es que además son enamoradas, son mujeres. Sí, han salvaguardado la
ciencia de conquistar al hombre, la seducción de la sonrisa, una forma de
atraer, de tomar, de envolver nuestro corazón, de hechizar con la mirada,
incluso sin ser hermosas propiamente hablando. Una capacidad de invasión que no
se encuentra nunca en nuestras mujeres.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Y la Santelli es una seductora de ese tipo ?
SEÑOR DE SALLUS : La primera de todas, tal vez. ¡ Ah ! ¡ la muy
pícara, ella se sabe hacer desear !
JACQUES DE RANDOL : ¿ Solo eso ?
SEÑOR DE SALLUS : Una mujer no se toma la molestia de hacerse desear
cuando no tiene otra intención.
JACQUES DE RANDOL : ¡ Diablos ! Vais a hacerme creer que que habéis
tenido dos estrenos en la misma velada.
SEÑOR DE SALLUS : ¡ No, querido, no suponga semejantes cosas !
JACQUES DE RANDOL : Dios mío, tenéis un aspecto tan satisfecho, tan
triunfante, tan deseoso de tranquilidad en su casa. Si me he equivocado, lo
lamento... por vos.
SEÑOR DE SALLUS : Admitamos que os habéis equivocado, y...
|