SEGUNDO ACTO
ESCENA PRIMERA
La
Señora DE SALLUS se encuentra sola en su salón, como en el primer acto.
Escribe, luego levanta los ojos hacia el reloj de péndulo.
UN
CRIADO, anunciando : ¡ El Señor Jacques de Randol !
JACQUES DE RANDOL, después de haberle besado la mano : ¿
Está usted bien, señora ?
SEÑORA DE SALLUS : Bastante bien, gracias.
El criado sale.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Qué sucede ? Su carta me ha alarmado. He creído
que ha ocurrido un accidente y me he apresurado.
SEÑORA DE SALLUS : Es necesario, amigo mío, tomar una gran decisión ya
que el momento es muy grave para nosotros.
JACQUES DE RANDOL : Explíquese.
SEÑORA DE SALLUS : Desde hace dos días, estoy padeciendo todas las
angustias que puede aguantar el corazón de una mujer.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Qué es lo que ocurre ?
SEÑORA DE SALLUS : Se lo voy a decir, y me voy a esforzar por hacerlo
con calma para que usted no me crea loca. Ya no puedo vivir así... y lo he
llamado...
JACQUES DE RANDOL : Usted sabe que soy suyo. Dígame lo que debo hacer.
SEÑORA DE SALLUS : Ya no puedo vivir más con él. Es imposible. Me
tortura.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Su marido ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí, mi marido.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Qué ha hecho ?
SEÑORA DE SALLUS : Hay que remontarse a cuando usted se marchó, el
otro día. Cuando nos quedamos solos, al principio, me hizo una escena de celos
respecto de usted.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Celoso de mí ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí, una escena demostrando incluso que nos espiaba
un poco.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Cómo ?
SEÑORA DE SALLUS : Había interrogado a un criado.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Nada más?
SEÑORA DE SALLUS : No. Además eso no tiene importancia, y él os
aprecia mucho en realidad. Luego, me ha declarado su amor. Yo, yo tal vez he
sido demasiado insolente... demasiado desdeñosa, no sé exactamente. Me
encontraba en una situación tan grave, tan penosa, tan dificil, que me he
atrevido a todo para evitarlo.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Qué ha hecho usted ?
SEÑORA DE SALLUS : He tratado de ofenderlo de modo que se alejase de
mí para siempre.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Y no ha tenido éxito, no es así ?
SEÑORA DE SALLUS : No.
JACQUES DE RANDOL : Esos medios nunca resultan, al contrario; eso
aproxima.
SEÑORA DE SALLUS : Al día siguiente, durante el almuerzo, tenía un
aspecto malévolo, excitado, imprevisible. Luego, en el momento de levantarse de
la mesa, me ha dicho: « Nunca olvidaré vuestra actitud de ayer, y no os dejaré
olvidarla. Queréis guerra, habrá guerra. Pero os advierto que os domaré, pues
yo soy el amo. » Yo le he respondido: « Sea. Pero si me lleváis al límite,
tened cuidado... No se juega con las mujeres... »
JACQUES DE RANDOL : Sobre todo no es necesario jugar a eso con su
esposa... ¿ Y que le respondió él ?
SEÑORA DE SALLUS : No ha respondido, me ha maltratado.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Cómo ? ¿ La ha golpeado ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí y no. Me ha maltratado, asediado, asesinado.
Tengo moratones a lo largo de los brazos. Pero no me ha golpeado.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Entonces, qué ha hecho ?
SEÑORA DE SALLUS : Me abrazaba, tratando de dominar mi
resistencia.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Eso es todo ?...
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Cómo, eso es todo ?... ¿ No lo encuentra usted
suficiente ?
JACQUES DE RANDOL : Usted no me comprende: yo quería saber si le ha
pegado.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Eh ! ¡ no ! ¡ eso no es lo que temo de
él ! Felizmente he podido tocar a tiempo el timbre.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Usted lo ha hecho sonar ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí.
JACQUES DE RANDOL :¡ Oh ! ¡ por ejemplo !... ¿ Y cuando el
criado ha llegado, usted le ha rogado que acompañase a su marido ?
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Encuentra usted esto divertido ?
JACQUES DE RANDOL : No, mi querida amiga, esto es lamentable, pero no
puedo impedir juzgar la situación original. Perdóneme... ¿ Y después ?
SEÑORA DE SALLUS : He pedido mi coche. Inmediatamente después de la
marcha de Joseph, él me ha dicho, con ese aire arrogante que usted ya sabe: «¡
Hoy o mañana, no importa !... »
JACQUES DE RANDOL : ¿ Y ?...
SEÑORA DE SALLUS : Eso es casi todo.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Casi ?...
SEÑORA DE SALLUS : Sí, pues yo me he parapetado en mi casa hasta el
momento, desde que lo he oído regresar.
JACQUES DE RANDOL : ¿ No lo ha vuelto a ver ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí, varias veces... pero algunos instantes, cada
vez, solamente.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Y que le ha dicho ?
SEÑORA DE SALLUS : Casi nada. Se ríe con sarcasmo o pregunta con
insolencia: « ¿ Estáis menos arisca hoy ? » En fin, ayer noche, en la mesa, ha
traído un libro que se ha puesto a leer antes de cenar. Como yo no quería
paracer irritada o ansiosas, he dicho: « Decididamente tenéis conmigo unas
costumbres de exquisita educación. » Él sonrío « ¿ Cuáles ? » - « Elegís, para
leer, los instantes en los que estamos juntos. » Respondió: « Dios
mío, es vuestra culpa, puesto que no me permitís otra cosa. Este pequeño libro
además es muy interesante: se titula ¡ el Código ! ¿ Queréis permitirme que os
lea algunos artículos que sin duda os gustarán ? » Entonces me ha leido la
ley, todo lo concerniente al matrimonio, a los deberes de la mujer y los
derechos del marido; luego me ha mirado, fijamente, preguntándome: « ¿ Habéis
comprendido ? » Yo le respondí con el mismo tono: « Sí, demasiado: ¡ acabo de
comprender por fin con que tipo de hombre me he casado ! » Luego salí, y no le
he vuelto a ver.
JACQUES DE RANDOL : ¿ No lo ha visto hoy ?
SEÑORA DE SALLUS : No : él ha almorzado fuera. Entonces yo he
pensado, y estoy decidida a no encontrarme más frente a él.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Está usted segura de que no hay en su arrogancia
una excesiva cólera, vanidad herida por la actitud de usted, mucho de bravatas
y de despecho ? Tal vez sea muy gentil a partir de ahora. Él ha pasado la
velada de ayer en la Ópera. La Santelli ha tenido un gran éxito en Mahomet, y
creo que ella lo ha invitado a cenar. Ahora bien, si la cena ha sido de su
gusto, tal vez se presente de un humor encantador.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Oh ! ¡ que irritante es usted !...
Comprenda pues que yo estoy a merced de ese hombre, que le pertenezco, más que
su criado e incluso que su perro, pues tiene sobre mi unos derechos inmundos.
El Código, vuestro código de salvajes, me arroja a él sin defensa, sin
posibilidad de rebelarme: ¡ salvo matarme, puede hacerme de todo !... ¿
Comprende usted eso ? ¿ comprende usted el horror de ese derecho ?... ¡ Salvo
matarme, puede hacerme de todo !... Y tiene la fuerza, la fuerza y la policía
para exigir todo !... ¡ y yo, yo no tengo ni un solo medio de escaparme a ese
hombre al que desprecio y odio ! ¡ Sí, esa es vuestra ley !... Él me ha tomado,
esposado, luego abandonado. Yo, yo tengo el derecho moral, el derecho absoluto
de odiarlo. ¡ Pues bien ! a pesar de este legítimo odio, a pesar del disgusto,
el horror que debe inspirarme en el presente ese marido que me ha despreciado,
engañado, que ha corrido, bajo mis ojos, de muchacha en muchacha, puede a sus
anchas exisgir de mi un odioso, un infame abandonol... No tengo el derecho de
esconderme, pues no tengo derecho a tener una llave que cierre mi puerta. ¡
Todo es suyo: la llave, la puerta y la mujer !... ¡ Pero eso es monstruoso ! No
poder ser dueña de si mismoa, no tener la sagrada libertad de preservar su
carne de semejantes máculas; ¿ no es acaso esta la más abominable ley que
se haya establecido ?
JACQUES DE RANDOL : ¡ Oh ! comprendo perfectamente lo que usted
debe sufrir, pero no le veo solución. Ningún juez puede protegerla; ningún
texto legar puede garantizarle nada.
SEÑORA DE SALLUS : Lo sé perfectamente. Pero cuando no se tiene ni padre
ni madre, cuando la policía está contra usted y cuando una no acepta las
degradantes transacciones a las que se acomodan la mayoría de las mujeres,
siempre hay un medio.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Cuál ?
SEÑORA DE SALLUS : Abandonar la casa.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Quiere usted ?...
SEÑORA DE SALLUS : Escaparme.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Sola ?
SEÑORA DE SALLUS : No, con usted.
JACQUES DE RANDOL : ¡ Conmigo ! ¿ Lo ha pensado bien ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí. Tanto mejor. El escándalo impedirá que me
siga acosando. Yo soy valiente. Él me fuerza al deshonor, pues bien, será
completo, explosivo, ¡ tanto peor para él, tanto peor para mi !
JACQUES DE RANDOL : ¡ Oh ! tenga cuidado, está usted en uno de
esos minutos de exaltación donde se cometen locuras irreparables.
SEÑORA DE SALLUS : Prefiero con mucho cometer una locura, y perderme,
puesto que a eso se le llama perderse, que exponerme a esta diaria lucha infame
en la que estoy amenazada.
JACQUES DE RANDOL : Madeleine, escúcheme. Está usted en una situación
terrible, no se arroje a una situación desesperada. Tenga calma.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Y qué me aconseja usted ?...
JACQUES DE RANDOL : No lo sé... vamos a ver. Pero yo no puedo
aconsejarle un escándalo que os situaría fuera de las leyes de la
sociedad.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Ah ! sí, esa otra ley que permite tener
amantes con pudor, sin ofender los buenos modales.
JACQUES DE RANDOL : No se trata de eso, sino de evitar cometer errores
por su parte, en su disputa con su marido. ¿ Está realmente decidida a
abandonarlo ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Bien decidida ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Completamente ?
SEÑORA DE SALLUS : Completamente.
JACQUES DE RANDOL : ¡ Pues bien ! sea estratega, hábil.
Salveguarde su reputación, su nombre, no haga ni ruido ni escándalo, espere una
ocasión...
SEÑORA DE SALLUS : Y sea encantadora cuando él regrese, dispuesta a
ceder a sus fantasías...
JACQUES DE RANDOL : ¡ Oh ! Madeleine. Le hablo como amigo...
SEÑORA DE SALLUS : Amigo prudente...
JACQUES DE RANDOL : Como amigo que la ama demasiado para aconsejarle
que cometa una tontería.
SEÑORA DE SALLUS : Y justo lo suficiente para aconsejarme una
cobardía.
JACQUES DE RANDOL : ¡ Yo, jamás ! Mi más ardiente deseo es vivir cerca
de usted. Obtener su divorcio, y entonces, si usted quiere, nos
casaríamos.
SEÑORA DE SALLUS : Sí, dentro de dos años. Tiene usted el amor
paciente.
JACQUES DE RANDOL : Pero, si yo os llevo, él la recogerá mañana, en mi
casa, la hará condenar en prisión y será entonces imposible que se convierta
nunca en mi esposa.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ No puedo huir más que a su casa ? ¿ y ocultarse
de tal modo que él no nos encuentre ?
JACQUES DE RANDOL : Sí, puede ocultarse; pero entonces tendrá que
vivir escondida hasta su muerte, bajo un nombre falso, en el extranjero, o en
lo más profundo de un pueblo. ¡
Eso es el presidio del
amor ! En tres meses, usted me
odiaría. No puedo permitir que cometa esa locura.
SEÑORA DE SALLUS : Creía que usted me amaba bastante como para
realizarla conmigo. Me he equivocado, ¡ Adiós !
JACQUES DE RANDOL : Madeleine. Escuche...
SEÑORA DE SALLUS : Jacques, O me toma o me pierde. Responda.
JACQUES DE RANDOL : Madeleine, se lo suplico.
SEÑORA DE SALLUS : Es suficiente... ¡ Adiós !
Ella se levanta y se dirige a la puerta.
JACQUES DE RANDOL : Se lo suplico, escúcheme.
SEÑORA DE SALLUS : No... no... no... ¡ Adiós !
Él la toma por los brazos, ella se debate exasperada.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Déjeme ! ¡ Déjeme ! Déjeme partir o llamo.
JACQUES DE RANDOL : Llame, pero escúcheme. No quiero que usted pueda
reprocharme un día el acto de demencia en el que está pensando. No quiero que
me odie; que, ligada a mí por esta huida, lleve en usted el punzante lamento de
lo que yo habría debido hacer...
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Suélteme... Me da usted pena... Suélteme !
JACQUES DE RANDOL : ¿ Lo quiere usted ? ¡ Pues bien !
huyamos.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Oh ! no ! Ahora no. Ya lo conozco. Es
demasiado tarde. ¡ Suélteme ya !
JACQUES DE RANDOL : He hecho lo que debía hacer. He dicho lo que debía
decir. Ya no soy responsable hacia usted, ya no tendrá derecho a dirigirme
reproches. Huyamos.
SEÑORA DE SALLUS : No. Demasiado tarde. No acepto los sacrificios.
JACQUES DE RANDOL : No se trata de un sacrificio. Huir con usted es mi
más ardiente deseo.
SEÑORA DE SALLUS, estupefacta : ¡ Está usted
loco !
JACQUES DE RANDOL : ¿ Por qué, loco ? ¿ Acaso no es natural, dado que
la amo ?
SEÑORA DE SALLUS : Expliquese.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Que quiere que le explique ? La amo, no tengo
nada más que decir. Huyamos.
SEÑORA DE SALLUS : Estaba usted hace un momento demasiado circunspecto
para volverse de pronto tan atrevido.
JACQUES DE RANDOL : Usted no lo entiende. Escúcheme. Cuando he sentido
que la amaba, he tomado con respecto a mi y a usted, un compromiso sagrado. El
hombre que se convierte en el amante de una mujer como usted, casada y
abandonada, esclava de hecho y moralmente libre, crea entre ella y él un lazo
que solo ella puede desatar. Esta mujer arriesga todo. Y es precisamente porque
ella lo sabe, por lo que da todo, su corazón, su cuerpo, su alma, su honor, su
vida, porque ha previsto todas las miserias, todos los peligros, todas las
catástrofes, porque ella se decide a un acto atrevido, un acto intrépido,
porque está preparada, decidida a luchar contra todo: su marido que puede
matarla el mundo que puede rechazarla, es por eso por lo que es hermosa
en su infidelidad conyugal; es por eso que su amante, tomándola, debe también
haber previsto todo, y preferirla a todo, ocurra lo que ocurra. No tengo nada
más que decir. He hablado de entrada como un hombre sabio que debía advertirla,
no queda más en mí que un hombre, el que la ama. Ordene.
SEÑORA DE SALLUS : Eso es muy bonito. ¿ Pero, es cierto ?
JACQUES DE RANDOL : ¡ Es cierto !
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Desea usted huir conmigo ?
JACQUES DE RANDOL : Sí.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Desde el fondo de su corazón ?
JACQUES DE RANDOL : Desde el fondo del corazón.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Hoy ?
JACQUES DE RANDOL : Cuando usted quiera.
SEÑORA DE SALLUS : Son las ocho menos cuarto. Mi marido va a regresar.
Cenamos a las ocho. Estaré lista a las nueve y media o a las diez.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Donde debo esperarla ?
SEÑORA DE SALLUS : En el final de la calle, en un cupé. ( Se oye
el timbre ). Aquí está. Esta es la última vez... por fortuna.
|