Prólogo del autor
Si pensara que el trabajo que
he puesto en esta obra me había de quitar tan poco el miedo de publicarla, sé
cierto de mí que no tuviera ánimo para llevarla al cabo. Pero considerando ser
la historia verdadera y de cosas de guerra, a las cuales hay tantos
aficionados, me he resuelto en imprimirla, ayudando a ello las importunaciones
de muchos testigos que en lo de más dello se hallaron, y el agravio que algunos
españoles recibirían quedando sus hazañas en perpetuo silencio, faltando quien
las escriba; no por ser ellas pequeñas, pero porque la tierra es tan remota y
apartada y la postrera que los españoles han pisado por la parte del Perú, que
no se puede tener della casi noticia, y por el mal aparejo y poco tiempo que
para escrebir hay con la ocupación de la guerra, que no da lugar a ello; y así
el que pude hurtar le gasté en este libro, el cual porque fuese más cierto y
verdadero se hizo en la misma guerra [2] y en los mismos pasos y sitios, escribiendo
muchas veces en cuero por falta de papel, y en pedazos de cartas, algunos tan
pequeños que apenas cabían seis versos, que no me costó después poco trabajo
juntarlos; y por esto, y por la humildad con que va la obra, como criada en tan
pobres pañales, acompañándola el celo y la intención con que se hizo, espero
que será parte para poder sufrir quien la leyere las faltas que lleva. Y si a
alguno le pareciere que me muestro algo inclinado a la parte de los araucanos,
tratando sus cosas y valentías más extendidamente de lo que para bárbaros se
requiere; si queremos mirar su crianza, costumbres, modos de guerra y ejercicio
della, veremos que muchos no les han hecho ventaja, y que son pocos los que con
tal constancia y firmeza han defendido su tierra contra tan fieros enemigos
como son los españoles. Y cierto es cosa de admiración que, no poseyendo los
araucanos más de veinte leguas de término, sin tener en todo él pueblo formado,
ni muro, ni casa fuerte para su reparo, ni armas, a lo menos defensivas, que la
prolija guerra y españoles las han gastado y consumido, y en tierra no áspera,
rodeada de tres pueblos españoles y dos plazas fuertes en medio della, con puro
valor y porfiada determinación hayan redimido y sustentado su libertad,
derramando en sacrificio della tanta sangre así suya como de españoles, que con
verdad se puede decir haber pocos lugares que no estén della teñidos y poblados
de huesos; no faltando a los muertos quien les suceda en llevar su opinión
adelante; pues los hijos, ganosos de la venganza de sus muertos padres, con la
natural [3] rabia que los mueve y el valor que dellos heredaron, acelerando el
curso de los años, antes de tiempo tomando las armas, se ofrecen al rigor de la
guerra; y es tanta la falta de gente por la mucha que ha muerto en esta
demanda, que, para hacer más cuerpo y henchir los escuadrones, vienen también
las mujeres a la guerra, y peleando algunas veces como varones, se entregan con
grande ánimo a la muerte. Todo esto he querido traer para prueba y en abono del
valor destas gentes, digno de mayor loor del que yo le podré dar con mis
versos. Y pues, como dije arriba, hay agora en España cantidad de personas que
se hallaron en muchas cosas de las que aquí escribo, a ellos remito la defensa
de mi obra en esta parte, y a los que la leyeren se la encomiendo. [4]
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