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Alonso de Ercilla y Zúñiga
La Araucana

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  • Canto II
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Canto II

Pónese la discordia que entre los caciques de Arauco hubo sobre la elección de capitán general, y el medio que se tomó por el consejo del cacique Colocolo, con la entrada que por engaño los bárbaros hicieron en la casa fuerte de Tucapel y la batalla que con los españoles tuvieron.

Muchos hay en el mundo que han llegado

 

a la engañosa alteza desta vida,

 

que Fortuna los ha siempre ayudado

 

y dádoles la mano a la subida,

 

para, después de haberlos levantado,

5

derribarlos con mísera caïda,

 

cuando es mayor el golpe y sentimiento

 

y menos el pensar que hay mudamiento.

 

No entienden con la próspera bonanza

 

que el contento es principio de tristeza,

10

ni miran en la súbita mudanza

 

del consumidor tiempo y su presteza:

 

mas con altiva y vana confianza

 

quieren que en su fortuna haya firmeza;

 

la cual, de su aspereza no olvidada,

15

revuelve con la vuelta acostumbrada.

[29]

Con un revés de todo se desquita,

 

que no quiere que nadie se le atreva,

 

y mucho más que da siempre les quita,

 

no perdonando cosa vieja o nueva:

20

de crédito y de honor los necesita,

 

que en el fin de la vida está la prueba,

 

por el cual han de ser todos juzgados,

 

aunque lleven principios acertados.

 

Del bien perdido al cabo ¿qué nos queda

25

sino pena, dolor y pesadumbre?

 

Pensar que en él Fortuna ha de estar queda,

 

antes dejara el sol de darnos lumbre:

 

que no es su condición fijar la rueda,

 

y es malo de mudar vieja costumbre.

30

El más seguro bien de la Fortuna

 

es no haberla tenido vez alguna.

 

Esto verse podrá por esta historia:

 

ejemplo dello aquí puede sacarse,

 

que no bastó riqueza, honor y gloria,

35

con todo el bien que puede desearse,

 

a llevar adelante la victoria;

 

que el claro cielo al fin vino a turbarse,

 

mudando la Fortuna en triste estado

 

el curso y orden próspera del Hado.

40

La gente nuestra ingrata se hallaba

 

en la prosperidad que arriba cuento,

 

y en otro mayor bien, que me olvidaba,

 

hallado en pocas casas, que es contento:

 

de tal manera en él se descuidaba

45

(cierta señal de triste acaecimiento)

 

que en una hora perdió el honor y estado

 

que en mil años de afán había ganado.

[30]

Por dioses, como dije, eran tenidos

 

de los indios los nuestros; pero olieron

50

que de mujer y hombre eran nacidos,

 

y todas sus flaquezas entendieron:

 

viéndolos a miserias sometidos,

 

el error ignorante conocieron,

 

ardiendo en viva rabia avergonzados

55

por verse de mortales conquistados.

 

No queriendo a más plazo diferirlo,

 

entre ellos comenzó luego a tratarse

 

que, para en breve tiempo concluirlo

 

y dar el modo y orden de vengarse,

60

se junten a consulta a difinirlo,

 

do venga la sentencia a pronunciarse,

 

dura, ejemplar, cruël, irrevocable,

 

horrenda a todo el mundo y espantable.

 

Iban ya los caciques ocupando

65

los campos con la gente que marchaba,

 

y no fue menester general bando,

 

que el deseo de guerra los llamaba

 

sin promesas, ni pagas, deseando

 

el esperado tiempo, que tardaba,

70

para el decreto y áspero castigo,

 

con muerte y destrucción del enemigo.

 

De algunos que en la junta se hallaron

 

es bien que haya memoria de sus nombres,

 

que, siendo incultos bárbaros, ganaron

75

con no poca razón claros renombres:

 

pues en tan breve término alcanzaron

 

grandes victorias de notables hombres,

 

que de ellas darán fe los que vivieren,

 

y los muertos allá donde estuvieren.

80 [31]

Tucapel se llamaba aquel primero

 

que al plazo señalado había venido;

 

éste fue de cristianos carnicero,

 

siempre en su enemistad endurecido,

 

tiene tres mil vasallos el guerrero,

85

de todos como rey obedecido.

 

Ongol luego llegó, mozo valiente;

 

gobierna cuatro mil, lucida gente.

 

Cayocupil, cacique bullicioso,

 

no fue el postrero que dejó su tierra;

90

que allí llegó el tercero, deseoso

 

de hacer a todo el mundo él solo guerra:

 

tres mil vasallos tiene este famoso

 

usados tras las fieras en la sierra.

 

Millarapué, aunque viejo, el cuarto vino,

95

que cinco mil gobierna de contino.

 

Paicabí se juntó aquel mismo día,

 

tres mil fuertes soldados señorea.

 

No lejos Lemolemo dél venía,

 

que tiene seis mil hombres de pelea.

100

Mareguano, Gualemo y Lebopía

 

se dan priesa a llegar, porque se vea

 

que quieren ser en todo los primeros;

 

gobiernan estos tres tres mil guerreros.

 

No se tardó en venir, pues, Elicura

105

que al tiempo y plazo puesto había llegado,

 

de gran cuerpo, robusto en la hechura,

 

por uno de los fuertes reputado:

 

dice que estar sujeto es gran locura

 

quien seis mil hombres tiene a su mandado.

110

Luego llegó el anciano Colocolo;

 

otros tantos y más rige éste solo.

[32]

Tras éste a la consulta Ongolmo viene,

 

que cuatro mil guerreros gobernaba.

 

Purén en arribar no se detiene,

115

seis mil súbditos éste administraba.

 

Pasados de seis mil Lincoya tiene,

 

que bravo y orgulloso ya llegaba,

 

diestro, gallardo, fiero en el semblante,

 

de proporción y altura de gigante.

120

Peteguelén, cacique señalado,

 

que el gran valle de Arauco le obedece

 

por natural Señor, y así el estado

 

este nombre tomó, según parece,

 

como Venecia, pueblo libertado,

125

que en todo aquel gobierno más florece:

 

tomando el nombre de él la Señoría,

 

así guarda el estado el nombre hoy día.

 

Éste no se halló personalmente,

 

por estar impedido de cristianos;

130

pero de seis mil hombres que él valiente

 

gobierna, naturales araucanos,

 

acudió desmandada alguna gente

 

a ver si es menester mandar las manos.

 

Caupolicán el fuerte no venía,

135

que toda Pilmaiquén le obedecía.

 

Tomé y Andalicán también vinieron,

 

que eran del araucano regimiento,

 

y otros muchos caciques acudieron,

 

que por no ser prolijo no los cuento.

140

Todos con leda faz se recibieron,

 

mostrando en verse juntos gran contento.

 

Después de razonar en su venida

 

se comenzó la espléndida comida.

[33]

Al tiempo que el beber furioso andaba,

145

y mal de las tinajas el partido,

 

de palabra en palabra se llegaba

 

a encenderse entre todos gran ruïdo:

 

la razón uno de otro no escuchaba:

 

sabida la ocasión do había nacido,

150

vino sobre cuál era el más valiente

 

y digno del gobierno de la gente.

 

Así creció el furor, que derribando

 

las mesas, de manjares ocupadas,

 

aguijan a las armas, desgajando

155

las armas al depósito obligadas;

 

y dellas se aperciben, no cesando

 

palabras peligrosas y pesadas,

 

que atizaban la cólera encendida

 

con el calor del vino y la comida.

160

El audaz Tucapel claro decía

 

que el cargo del mandar le pertenece,

 

pues todo el universo conocía

 

que si va por valor que lo merece:

 

«Ninguno se me iguala en valentía;

165

de mostrarlo estoy presto, si se ofrece,

 

(añade el jactancioso) a quien quisiere;

 

y aquel que esta razón contradijere...»

 

Sin dejarle acabar dijo Elicura:

 

«A mí es dado el gobierno desta danza,

170

y el simple que intentare otra locura

 

ha de probar el hierro de esta lanza

 

Ongolmo, que el primero ser procura,

 

dice: «Yo no he perdido la esperanza

 

en tanto que este brazo sustentare

175

y con él la ferrada gobernare

[34]

De cólera Lincoya y rabia insano

 

responde: «Tratar de eso es devaneo,

 

que ser señor del mundo es en mi mano,

 

si en ella libre este bastón poseo

180

«Ninguno, dice Ongol, será tan vano

 

que ponga en igualárseme el deseo,

 

pues es más el temor que pasaría

 

que la gloria que el hecho le daría

 

Cayocupil furioso y arrogante

185

la maza esgrime, haciéndose a lo largo,

 

diciendo: «Yo veré quién es bastante

 

a dar de lo que ha dicho más descargo:

 

haceos los pretensores adelante,

 

veremos de cuál de ellos es el cargo;

190

que de probar aquí luego me ofrezco

 

que más que todos juntos lo merezco

 

»Alto, sus, que yo aceto el desafío

 

(responde Lemolemo), y tengo en nada

 

poner a prueba lo que es mío,

195

que más quiero librarlo por la espada:

 

mostraré ser verdad lo que porfío

 

a dos, a cuatro, a seis en la estacada;

 

y si todos cuestión queréis conmigo,

 

os haré manifiesto lo que digo

200

Purén, que estaba aparte, habiendo oído

 

la plática enconosa y rumor grande,

 

diciendo, en medio de ellos se ha metido,

 

que nadie en su presencia se desmande;

 

y ¿quién imaginar es atrevido

205

que donde está Purén más otro mande?

 

La grita y el furor se multiplica,

 

quién esgrime la maza, y quién la pica.

[35]

Tomé y otros caciques se metieron

 

en medio de estos bárbaros de presto,

210

y con dificultad los despartieron,

 

que no hicieron poco en hacer esto:

 

de herirse lugar aún no tuvieron,

 

y en voz airada ya el temor pospuesto,

 

Colocolo, el cacique más anciano,

215

a razonar así tomó la mano.-

 

«Caciques, del Estado defensores,

 

codicia de mandar no me convida

 

a pesarme de veros pretensores

 

de cosa que a mí tanto era debida:

220

porque, según mi edad, ya veis, señores,

 

que estoy al otro mundo de partida;

 

mas el amor que siempre os he mostrado

 

a bien aconsejaros me ha incitado.

 

»¿Por qué cargos honrosos pretendemos

225

y ser en opinión grande tenidos,

 

pues que negar al mundo no podemos

 

haber sido sujetos y vencidos?

 

Y en esto averiguarnos no queremos,

 

estando aún de españoles oprimidos:

230

mejor fuera esa furia ejecutalla

 

contra el fiero enemigo en la batalla.

 

»¿Qué furor es el vuestro ¡oh araucanos!

 

que a perdición os lleva sin sentido?

 

¿Contra vuestras entrañas tenéis manos,

235

y no contra el tirano en resistillo?

 

¿Teniendo tan a golpe a los cristianos

 

volvéis contra vosotros el cuchillo?

 

Si gana de morir os ha movido,

 

no sea en tan bajo estado y abatido.

240 [36]

»Volved las armas y ánimo furioso

 

a los pechos de aquellos que os han puesto

 

en dura sujeción, con afrentoso

 

partido, a todo el mundo manifiesto;

 

lanzad de vos el yugo vergonzoso;

245

mostrad vuestro valor y fuerza en esto:

 

no derraméis la sangre del estado

 

que para redimirnos ha quedado.

 

»No me pesa de ver la lozanía

 

de vuestro corazón, antes me esfuerza;

250

mas temo que esta vuestra valentía,

 

por mal gobierno, el buen camino tuerza:

 

que, vuelta entre nosotros la porfía,

 

degolléis nuestra patria con su fuerza:

 

cortad, pues, si ha de ser desa manera,

255

esta vieja garganta la primera:

 

»Que esta flaca persona, atormentada

 

de golpes de fortuna, no procura

 

sino el agudo filo de una espada,

 

pues no la acaba tanta desventura.

260

Aquella vida es bien afortunada

 

que la temprana muerte la asegura;

 

pero, a nuestro bien público atendiendo,

 

quiero decir en esto lo que entiendo.

 

»Pares sois en valor y fortaleza;

265

el cielo os igualó en el nacimiento;

 

de linaje, de estado y de riqueza

 

hizo a todos igual repartimiento;

 

y en singular por ánimo y grandeza

 

podéis tener del mundo el regimiento:

270

que este precioso don, no agradecido,

 

nos ha al presente término traído.

[37]

»En la virtud de vuestro brazo espero

 

que puede en breve tiempo remediarse,

 

mas ha de haber un capitán primero

275

que todos por él quieran gobernarse:

 

este será quien más un gran madero

 

sustentare en el hombro sin pararse;

 

y pues que sois iguales en la suerte,

 

procure cada cual ser el más fuerte.»-

280

Ningún hombre dejó de estar atento

 

oyendo del anciano las razones,

 

y puesto ya silencio al parlamento,

 

hubo entre ellos diversas opiniones:

 

al fin, de general consentimiento,

285

siguiendo las mejores intenciones,

 

por todos los caciques acordado

 

lo propuesto del viejo fue acetado.

 

Podría de alguno ser aquí una cosa

 

que parece sin término notada,

290

y es que una provincia poderosa,

 

en la milicia tanto ejercitada,

 

de leyes y ordenanzas abundosa,

 

no hubiese una cabeza señalada

 

a quien tocase el mando y regimiento,

295

sin allegar a tanto rompimiento.

 

Respondo a esto que nunca sin caudillo

 

la tierra estuvo electo del senado;

 

que, como dije, en Penco el Ainavillo

 

fue por nuestra nación desbaratado;

300

y viniendo de paz, en un castillo

 

se dice, aunque no es cierto, que un bocado

 

le dieron de veneno en la comida,

 

donde acabó su cargo con la vida.

[38]

Pues el madero súbito traído,

305

(no me atrevo a decir lo que pesaba),

 

era un macizo líbano fornido,

 

que con dificultad se rodeaba:

 

Paicabí le aferró menos sufrido,

 

y en los valientes hombros le afirmaba;

310

seis horas lo sostuvo aquel membrudo,

 

pero llegar a siete jamás pudo.

 

Cayocupil al tronco aguija presto,

 

de ser el más valiente confiado,

 

y encima de los altos hombros puesto,

315

lo deja a las cinco horas de cansado:

 

Gualemo lo probó, joven dispuesto,

 

mas no pasó de allí; y esto acabado,

 

Ongol el grueso leño tomó luego:

 

duró seis horas largas en el juego.

320

Purén tras él lo trujo medio día,

 

y el esforzado Ongolmo más de medio;

 

y cuatro horas y media Lebopía,

 

que de sufrirle más no hubo remedio:

 

Lemolemo siete horas le traía,

325

el cual jamás en todo este comedio

 

dejó de andar acá y allá saltando,

 

hasta que ya el vigor le fue faltando.

 

Elicura a la prueba se previene,

 

y en sustentar el líbano trabaja;

330

a nueve horas dejarle le conviene,

 

que no pudiera más si fuera paja.

 

Tucapelo catorce lo sostiene,

 

encareciendo todos la ventaja.

 

Pero en esto Lincoya apercibido

335

mudó en un gran silencio aquel ruïdo.

[39]

De los hombros el manto derribando

 

las terribles espaldas descubría,

 

y el duro y grave leño levantando

 

sobre el fornido asiento lo ponía:

340

corre ligero aquí y allí, mostrando

 

que poco aquella carga le impedía:

 

Era de Sol a Sol el día pasado,

 

y el peso sustentaba aún no cansado.

 

Venía apriesa la noche, aborrecida

345

por la ausencia del Sol; pero Diana

 

les daba claridad con su salida,

 

mostrándose a tal tiempo más lozana;

 

Lincoya con la carga no convida

 

aunque ya despuntaba la mañana,

350

hasta que llegó el Sol al medio cielo,

 

que dio con ella entonces en el suelo.

 

No se vio allí persona en tanta gente

 

que no quedase atónita de espanto,

 

creyendo no haber hombre tan potente

355

que la pesada carga sufra tanto:

 

la ventaja le daban, juntamente

 

con el gobierno, mando, y todo cuanto

 

a digno general era debido,

 

hasta allí justamente merecido.

360

Ufano andaba el bárbaro y contento

 

de haberse más que todos señalado;

 

cuando Caupolicán a aquel asiento

 

sin gente a la ligera había llegado:

 

tenía un ojo sin luz de nacimiento,

365

como un fino granate colorado;

 

pero lo que en la vista le faltaba

 

en la fuerza y esfuerzo le sobraba.

[40]

Era este noble mozo de alto hecho,

 

varón de autoridad, grave y severo,

370

amigo de guardar todo derecho,

 

áspero, riguroso, justiciero,

 

de cuerpo grande y relevado pecho,

 

hábil, diestro, fortísimo y ligero,

 

sabio, astuto, sagaz, determinado,

375

y en casos de repente reportado.

 

Fue con alegre muestra recibido,

 

aunque no si todos se alegraron:

 

el caso en esta suma referido

 

por su término y puntos le contaron:

380

Viendo que Apolo ya se había escondido

 

en el profundo mar, determinaron

 

que la prueba de aquél se dilatase

 

hasta que la esperada luz llegase.

 

Pasábase la noche en gran porfía

385

que causó esta venida entre la gente;

 

cuál se atiene a Lincoya, y cuál decía

 

que es el Caupolicano más valiente:

 

Apuestas en favor y contra había,

 

otros sin apostar dudosamente

390

hacia el oriente vueltos aguardaban

 

si los febeos caballos asomaban.

 

Ya la rosada Aurora comenzaba

 

las nubes a bordar de mil labores,

 

y a la usada labranza dispertaba

395

la miserable gente y labradores:

 

y a los marchitos campos restauraba

 

la frescura perdida y sus colores,

 

aclarando aquel valle la luz nueva,

 

cuando Caupolicán viene a la prueba.

400 [41]

Con un desdén y muestra confiada

 

asiendo del troncón duro y ñudoso,

 

como si fuera vara delicada,

 

se le pone en el hombro poderoso:

 

La gente enmudeció, maravillada

405

de ver el fuerte cuerpo tan nervoso;

 

la color a Lincoya se le muda,

 

poniendo en su victoria mucha duda.

 

El bárbaro sagaz despacio andaba,

 

y a toda priesa entraba el claro día;

410

el Sol las largas sombras acortaba,

 

mas él nunca descrece en su porfía:

 

al ocaso la luz se retiraba,

 

ni por esto flaqueza en él había:

 

las estrellas se muestran claramente,

415

y no muestra cansancio aquel valiente.

 

Salió la clara Luna a ver la fiesta

 

del tenebroso albergue húmido y frío,

 

desocupando el campo y la floresta

 

de un negro velo lóbrego y sombrío:

420

Caupolicán no afloja de su apuesta,

 

antes con nueva fuerza y mayor brío

 

se mueve y representa de manera

 

como si peso alguno no trujera.

 

Por entre dos altísimos egidos

425

la esposa de Titón ya parecía,

 

los dorados cabellos esparcidos,

 

que de la fresca helada sacudía,

 

con que a los mustios prados florecidos

 

con el húmido humor reverdecía,

430

y quedaba engastado así en las flores

 

cual perlas entre piedras de colores.

[42]

El carro de Faetón sale corriendo

 

del mar por el camino acostumbrado:

 

sus sombras van los montes recogiendo

435

de la vista del Sol, y el esforzado

 

varón, el grave peso sosteniendo,

 

acá y allá se mueve no cansado;

 

aunque otra vez la negra sombra espesa

 

tornaba a parecer corriendo apriesa.

440

La Luna su salida provechosa

 

por un espacio largo dilataba:

 

al fin turbia, encendida y perezosa,

 

de rostro y luz escasa se mostraba:

 

Parose al medio curso más hermosa

445

a ver la extraña prueba en qué paraba;

 

y viéndola en el punto y ser primero

 

se derribó en el ártico hemisfero;

 

y el bárbaro en el hombro la gran viga,

 

sin muestra de mudanza y pesadumbre,

450

venciendo con esfuerzo la fatiga,

 

y creciendo la fuerza por costumbre.

 

Apolo en seguimiento de su amiga

 

tendido había los rayos de su lumbre;

 

y el hijo de Leocán en el semblante

455

más firme que al principio y más constante.

 

Era salido el Sol, cuando el enorme

 

peso de las espaldas despedía,

 

y un salto dio en lanzándole disforme,

 

mostrando que aún más ánimo tenía:

460

el circunstante pueblo en voz conforme

 

pronunció la sentencia, y le decía:

 

«Sobre tan firmes hombros descargamos

 

el peso y grande carga que tomamos

[43]

El nuevo juego y pleito difinido,

465

con las más cerimonias que supieron

 

por sumo capitán fue recebido,

 

y a su gobernación se sometieron.

 

Creció en reputación, fue tan temido,

 

y en opinión tan grande le tuvieron,

470

que ausentes muchas leguas dél temblaban,

 

y casi como a rey le respetaban.

 

Es cosa en que mil gentes han parado,

 

y están en duda muchos hoy en día,

 

pareciéndoles que esto que he contado

475

es alguna ficción y poesía:

 

pues en razón no cabe, que un senado

 

de tan gran diciplina y policía

 

pusiese una elección de tanto peso

 

en la robusta fuerza y no en el seso.

480

Sabed que fue artificio, fue prudencia

 

del sabio Colocolo, que miraba

 

la dañosa discordia y diferencia

 

y el gran peligro en que su patria andaba,

 

conociendo el valor y suficiencia

485

de este Caupolicán que ausente estaba,

 

varón en cuerpo y fuerzas extremado,

 

de rara industria y ánimo dotado.

 

Así propuso astuta y sabiamente,

 

para que la elección se dilatase,

490

la prueba al parecer impertinente

 

en que Caupolicán se señalase,

 

y en esta dilación secretamente

 

dándole aviso, a la elección llegase,

 

trayendo así el negocio por rodeo

495

a conseguir su fin y buen deseo.

[44]

Celebraba con pompa allí el senado

 

de la justa elección la fiesta honrosa,

 

y el nuevo capitán, ya con cuidado

 

de dar principio a alguna grande cosa,

500

manda a Palta sargento que, callado,

 

de la gente más presta y animosa

 

ochenta diestros hombres aperciba,

 

y a su cargo apartados los reciba.

 

Fueron pues escogidos los ochenta

505

de más esfuerzo y menos conocidos;

 

entre ellos dos soldados de gran cuenta

 

por quien fuesen mandados y regidos,

 

hombres diestros, usados en afrenta,

 

a cualquiera peligro apercebidos,

510

el uno se llamaba Cayeguano

 

el otro Alcatipay de Talcaguano.

 

Tres castillos los nuestros ocupados

 

tenían para el seguro de la tierra,

 

de fuertes y anchos muros fabricados,

515

con foso que los ciñe en torno y cierra

 

guarnecidos de pláticos soldados,

 

usados al trabajo de la guerra,

 

caballos, bastimento, artillería

 

que en espesas troneras asistía.

520

Estaba el uno cerca del asiento

 

adonde era la fiesta celebrada;

 

y el araucano ejército contento,

 

mostrando no tener al mundo en nada:

 

que con discurso vano y movimiento

525

quería llevarlo todo a pura espada;

 

pero Caupolicán más cuerdamente

 

trataba del remedio conveniente.

[45]

Había entre ellos algunas opiniones

 

de cercar el castillo más vecino;

530

otros, que con formados escuadrones

 

a Penco enderezasen el camino:

 

dadas de cada parte sus razones,

 

Caupolicán en nada desto vino,

 

antes al pabellón se retiraba

535

y a los ochenta bárbaros llamaba.

 

Para entrar al castillo fácilmente

 

les da industria y manera disfrazada,

 

con expresa instrucción que plaza y gente

 

metan a fuego y a rigor de espada:

540

porque él luego tras ellos diligente

 

ocupará los pasos y la entrada:

 

después de haberlos bien amonestado

 

pusieron en efeto lo tratado.

 

Era en aquella plaza y edificio

545

la entrada a los de Arauco defendida,

 

salvo los necesarios al servicio

 

de la gente española, estatuïda

 

a la defensa de ella y ejercicio

 

de la fiera Belona embravecida;

550

y así los cautos bárbaros soldados

 

de feno, yerba y leña iban cargados.

 

Sordos a las demandas y preguntas,

 

siguen su intento y el camino usado,

 

las cargas en hilera y orden juntas,

555

habiendo entre los haces sepultado

 

astas fornidas de ferradas puntas;

 

y así contra el castillo, descuidado

 

del encubierto engaño, caminaban,

 

y en los vedados límites entraban.

560 [46]

El puente, muro y puerta atravesando,

 

miserables, los gestos afligidos,

 

algunos de cansados cojeando,

 

mostrándose marchitos y encojidos;

 

pero dentro las cargas desatando,

565

arrebatan las armas atrevidos,

 

con amenaza, orgullo y confianza

 

de la esperada y súbita venganza.

 

Los fuertes españoles salteados,

 

viendo la airada muerte tan vecina,

570

corren presto a las armas, aterrados

 

de la extraña cautela repentina;

 

y, a vencer o morir determinados,

 

cuál con celada, cuál con coracina,

 

salen a resistir la furia insana

575

de la brava y audaz gente araucana.

 

Asáltanse con ímpetu furioso,

 

suenan los hierros de una y otra parte;

 

allí muestra su fuerza el sanguinoso

 

y más que nunca embravecido Marte:

580

de vencer cada uno deseoso,

 

buscaba nuevo modo, industria y arte

 

de encaminar el golpe de la espada

 

por do diese a la muerte franca entrada.

 

La saña y el coraje se renueva

585

con la sangre que saca el hierro duro,

 

y la española gente a la india lleva

 

a dar de las espaldas en el muro.

 

ya el infiel escuadrón con fuerza nueva

 

cobra el perdido campo mal seguro,

590

que estaba de los golpes esforzados

 

cubierto de armas, y ellos desarmados.

[47]

Viéndose en tanto estrecho los cristianos,

 

de temor y vergüenza constreñidos,

 

las espadas aprietan en las manos,

595

en ira envueltos y en furor metidos:

 

cargan sobre los fieros araucanos,

 

por el ímpetu nuevo enflaquecidos;

 

entran en ellos, hieren y derriban,

 

y a muchos de cuidado y vida privan.

600

Siempre los españoles mejoraban,

 

haciendo fiero estrago y tan sangriento

 

en los osados indios, que pagaban

 

el poco seso y mucho atrevimiento:

 

Casi defensa en ellos no hallaban:

605

pierden la plaza y cobran escarmiento:

 

al fin de tal manera los trataron

 

que a fuerza de los muros los lanzaron.

 

Apenas Cayeguán y Talcaguano

 

salían, cuando con paso apresurado

610

asomó el escuadrón caupolicano

 

teniendo el hecho ya por acabado;

 

mas viendo el esperado efeto vano,

 

y el puente del castillo levantado,

 

pone cerco sobre él, con juramento

615

de no dejarle piedra en el cimiento.

 

Sintiendo un español mozo que había

 

demasiado temor en nuestra gente,

 

más de temeridad que de osadía,

 

cala sin miedo y sin ayuda el puente,

620

y puesto en medio dél alto decía:

 

«Salga adelante, salga el más valiente;

 

uno por uno a treinta desafío,

 

y a mil no negaré este cuerpo mío.»

[48]

No tan presto las fieras acudieron

625

al bramar de la res desamparada,

 

que de lejos sin orden conocieron

 

del pueblo y moradores apartada,

 

como los araucanos cuando oyeron

 

del valiente español la voz osada,

630

partiendo más de ciento presurosos,

 

del lance y cierta presa codiciosos.

 

No porque tantos vengan temor tiene

 

el gallardo español, ni esto le espanta,

 

antes al escuadrón que espeso viene

635

por mejor recibirle se adelanta:

 

El curso enfrena, el ímpetu detiene

 

de los fieros contrarios, que con tanta

 

furia se arroja entre ellos sin recelo,

 

que rodaron algunos por el suelo.

640

De dos golpes a dos tendió por tierra,

 

la espada revolviendo a todos lados:

 

aquí esparce una junta, y allí cierra

 

a donde ve los más amontonados:

 

igual andaba la desigual guerra

645

cuando los españoles bien armados,

 

abriendo con presteza un gran postigo

 

salen a la defensa del amigo.

 

Acuden los contrarios de otra parte,

 

y en medio de aquel campo y ancho llano

650

al ejercicio del sangriento Marte

 

viene el bando español y araucano:

 

la primera batalla se desparte,

 

que era de ciento a un solo castellano,

 

vuelven el crudo hierro no teñido

655

contra los que del fuerte habían salido.

[49]

Arrójanse con furia, no dudando,

 

en las agudas armas por juntarse,

 

y con las duras puntas van tentando

 

las partes por do más pueden dañarse:

660

cual los cíclopes suelen martillando

 

en las vulcanas yunques fatigarse,

 

así martillan, baten y cercenan,

 

y las cavernas cóncavas atruenan.

 

Andaba la victoria así igualmente;

665

mas gran ventaja y diferencia había

 

en el número y copia de la gente,

 

aunque el valor de España lo suplía:

 

pero el soberbio bárbaro impaciente,

 

viendo que un nuestro a ciento resistía,

670

con diabólica furia y movimiento

 

arranca a los cristianos del asiento.

 

Los españoles sin poder sufrillo

 

dejan el campo y de tropel corriendo

 

se lanzan por las puertas del castillo,

675

al bárbaro la entrada resistiendo,

 

levan el puente, calan el rastrillo,

 

reparos y defensas previniendo,

 

suben tiros y fuegos a lo alto,

 

temiendo el enemigo y fiero asalto.

680

Pero viendo ser todo perdimiento,

 

y aprovecharles poco o casi nada,

 

de voto y de común consentimiento

 

su clara destruición considerada,

 

acuerdan de dejar el fuerte asiento;

685

y así en la escura noche deseada,

 

cuando se muestra el mundo más quiëto

 

la partida pusieron en efeto.

[50]

A punto estaban y a caballo, cuando

 

abren las puertas, derribando el puente,

690

y a los prestos caballos aguijando

 

el escuadrón embisten de la frente;

 

rompen por él hiriendo y tropellando,

 

y sin hombre perder dichosamente

 

arriban a Purén, plaza segura,

695

cubiertos de la noche y sombra escura.

 

Mientras esto en Arauco sucedía,

 

en el pueblo de Penco más vecino,

 

que a la sazón en Chile florecía,

 

fértil de ricas minas de oro fino,

700

el capitán Valdivia residía;

 

donde la nueva por el aire vino,

 

que afirmaba con término asignado

 

la alteración y junta del estado.

 

El común, siempre amigo de ruïdo,

705

la libertad y guerra deseando,

 

por su parte alterado y removido,

 

se va con este son desentonando:

 

al servicio no acude prometido,

 

sacudiendo la carga y levantando

710

la soberbia cerviz desvergonzada,

 

negando la obediencia a Carlos dada.

 

Valdivia, perezoso y negligente,

 

incrédulo, remiso y descuidado,

 

hizo en la Concepción copia de gente,

715

más que en ella, en su dicha confiado:

 

el cual, si fuera un poco diligente,

 

hallaba en pie el castillo arruinado,

 

con soldados, con armas, municiones,

 

seis piezas de campaña y dos cañones.

720 [51]

Tenía con la Imperial concierto hecho

 

que alguna gente armada le enviase,

 

la cual a Tucapel fuese en derecho,

 

donde con él a tiempo se juntase:

 

resoluto en hacer allí de hecho

725

un ejemplar castigo, que sonase

 

en todos los confines de la tierra,

 

porque jamás moviesen otra guerra.

 

Pero dejó el camino provechoso,

 

y, descuidado dél, torció la vía,

730

metiéndose por otro, codicioso,

 

que era donde una mina de oro había:

 

y de ver el tributo y don hermoso,

 

que de sus ricas venas ofrecía,

 

paró de la codicia embarazado,

735

cortando el hilo próspero del hado.

 

A partir (como dije) antes, llegaba

 

al concierto en el tiempo prometido:

 

mas el metal goloso que sacaba

 

le tuvo a tal sazón embebecido:

740

después salió de allí, y se apresuraba

 

cuando fuera mejor no haber salido.

 

Quiero dar fin al canto, porque pueda

 

decir de la codicia lo que queda.

 

 

[52]




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