¡Cuán buena es
la justicia y qué importante!
|
|
por ella son
mil males atajados,
|
|
que si el rebelde
Arauco está pujante
|
|
con todos sus
vecinos alterados,
|
|
y pasa su furor
tan adelante,
|
5
|
fue por no ser
a tiempo castigados:
|
|
la llaga que al
principio no se cura
|
|
requiere al fin
más áspera la cura.
|
|
Que no es
virtud, mas vicio y negligencia,
|
|
cuando de un
daño otro mayor se espera,
|
10
|
el no curar con
hierro la dolencia,
|
|
si del mal lo
requiere la manera:
|
|
mas no con tal
rigor que la clemencia
|
|
pierda su
fuerza y la virtud entera;
|
|
Clemente es y
piadoso el que sin miedo
|
15
|
por escapar el
brazo corta el dedo.
|
[77]
|
No quiero yo decir
que a cada paso
|
|
traiga el
hierro en la mano la justicia,
|
|
sino según la
gravedad del caso,
|
|
y la
importancia y fin de la malicia:
|
20
|
pues vemos
claro en el presente paso,
|
|
que al cabo,
corrompida de avaricia,
|
|
dio a la maldad
lugar que se arraigase,
|
|
y en los ánimos
más se apoderase.
|
|
Mas no se ha de
entender, como el liviano
|
25
|
que se entrega
al primero movimiento,
|
|
que por ser
justiciero es inhumano,
|
|
y por alcanzar
crédito es sangriento;
|
|
y como aquél
que con injusta mano,
|
|
sin término,
sin causa y fundamento,
|
30
|
por sólo liviandad
y vanagloria,
|
|
quiere dejar de
su maldad memoria.
|
|
No faltara
materia y coyuntura
|
|
para
mostrar la pluma aquí curiosa;
|
|
mas no quiero
meterme en tal hondura,
|
35
|
que es cosa no
importante y peligrosa:
|
|
el tiempo lo
dirá, y no mi escritura,
|
|
que quizá la
tendrán por sospechosa:
|
|
sólo diré que
es opinión de sabios,
|
|
que donde falta
el rey sobran agravios.
|
40
|
Pero a nuestro
propósito tornando,
|
|
dejaré de
tratar de sinrazones,
|
|
que es trabajar
en vano, derramando
|
|
al viento en el
desierto las razones:
|
|
de los nuestros
diré, que peleando
|
45
|
estaban con los
fieros escuadrones,
|
|
ganando fama y
prez, honor y gloria,
|
|
haciendo cosas
dignas de memoria.
|
[78]
|
Fue hecho tan notable, que
requiere
|
|
mucha atención, y autorizada
pluma:
|
50
|
y así digo que
aquél que le leyere,
|
|
en que fue de
los grandes se resuma:
|
|
diré cuanto en
mi estilo yo pudiere,
|
|
aunque toda
será una breve suma;
|
|
y los nombres
también de los soldados,
|
55
|
que con razón
merecen ser loados.
|
|
Almagro,
Cortés, Córdova, Nereda,
|
|
Morán, Gonzalo
Hernández, Maldonado,
|
|
Peñalosa,
Vergara, Castañeda,
|
|
Diego García
Herrero el arriscado,
|
60
|
Pero Niño,
Escalona, y otro queda
|
|
con el cual es
el número acabado;
|
|
don Leonardo
Manrique es el postrero,
|
|
igual en el
valor siempre al primero.
|
|
Estos catorce
son los que venían
|
65
|
a verse con
Valdivia en el concierto,
|
|
que del pueblo
Imperial partido habían
|
|
sin saber que
Valdivia fuese muerto:
|
|
por la alta
cuesta de Purén subían,
|
|
y en el más
alto asiento y descubierto
|
70
|
los caminos de
rama ven sembrados,
|
|
señal de paga y
junta de soldados.
|
|
Conocen que la
tierra está alterada,
|
|
y que de gentes
hacen llamamiento;
|
|
no torcieron
por esto la jornada,
|
75
|
ni les mudó el
temor el firme intento:
|
|
la fresca y
nueva aurora colorada
|
|
daba con su
venida gran contento,
|
|
y las sombras
del Sol se retraían,
|
|
cuando el
licúreo valle descubrían.
|
80 [79]
|
Aquí estaban los
indios emboscados
|
|
esperando a los
nuestros si viniesen
|
|
por cogerlos sin orden
descuidados
|
|
antes que del
peligro se advirtiesen:
|
|
de un bosque a
mano hecho rodeados,
|
85
|
para que más
cubiertos estuviesen,
|
|
hasta que,
inadvertidos del engaño,
|
|
pudiesen a su
salvo hacer el daño.
|
|
Los catorce españoles abajaban
|
|
por un repecho,
al valle enderezando,
|
90
|
donde ocultos los bárbaros
estaban
|
|
cubiertos de
los ramos aguardando:
|
|
los nuestros
con el bosque aún no igualaban
|
|
cuando los
indios, súbito sonando
|
|
bárbaras
trompas, roncos tamborinos,
|
95
|
los pasos
ocuparon y caminos.
|
|
En cazador no
entró tanta alegría,
|
|
cuando más sin
pensar la liebre echada
|
|
de súbito por
medio de la vía
|
|
salta de entre
los pies alborotada;
|
100
|
cuanto causó la
muestra y vocería
|
|
del vecino
escuadrón de la emboscada
|
|
a nuestros
españoles, que al instante
|
|
arrojan los caballos adelante.
|
|
En un punto los
bárbaros formaron
|
105
|
de puntas de
diamante una muralla;
|
|
pero los
españoles no pararon
|
|
hasta de parte
a parte atravesalla:
|
|
hombres, picas y mazas
tropellaron,
|
|
revuelven, por
dar fin a la batalla,
|
110
|
con más valor y
esfuerzo que esperanza,
|
|
vista de los
contrarios la pujanza.
|
[80]
|
De tres dos escuadrones
desviados
|
|
el paso les
cercaron y huida:
|
|
viéndose así de
bárbaros cercados,
|
115
|
piensan abrir
por ellos la salida:
|
|
otra vez
arremeten apiñados,
|
|
y aunque una
escuadra dellos fue rompida
|
|
volvieron a sus
puestos recogidos,
|
|
quedando desta
vuelta mal heridos.
|
120
|
Dos veces
embistieron desta suerte,
|
|
las cerradas
escuadras tropellando;
|
|
mas viéndose
cercanos a la muerte,
|
|
prosiguen su
derrota, enderezando
|
|
al desolado
sitio y casa fuerte,
|
125
|
a diestro y a
siniestro derribando,
|
|
que los indios entre
ellos van mezclados,
|
|
hiriéndoles
también por todos lados.
|
|
Estréchase el
camino de Elicura
|
|
por la pequeña
falda de una sierra:
|
130
|
la causa y la
razón de esta angostura
|
|
es un lago que
el valle abajo cierra:
|
|
Para los
nuestros esto fue ventura,
|
|
pues siguen su
jornada haciendo guerra,
|
|
que sólo un
español que atrás venía
|
135
|
la bárbara
arrogancia resistía.
|
|
Ellos, que iban
así por una espesa
|
|
mata, al calar
de un áspero collado
|
|
ven un indio
salir a toda priesa,
|
|
el vestido y el
rostro demudado,
|
140
|
el cual en el
camino se atraviesa,
|
|
y del seno sacó
un papel cerrado
|
|
que Juan Gómez
de Almagro el propio día,
|
|
dando aviso a
Valdivia escrito había.
|
[81]
|
El mismo
mensajero ven lloroso,
|
145
|
que dellos adelante
había partido:
|
|
de Valdivia el
suceso lastimoso
|
|
les dijo, y lo
demás acontecido:
|
|
y que el
castillo el bárbaro furioso
|
|
le había por
los cimientos destruido.
|
150
|
Viendo el
remedio y presupuesto vano,
|
|
tomaron a la
diestra un sitio llano.
|
|
Era el sitio de
lomas rodeado,
|
|
aunque por esta
senda y paso abierto,
|
|
del Este,
Norte, Oeste está abrigado,
|
155
|
y el Sur le
hiere casi en descubierto,
|
|
por do seguido
va el camino usado,
|
|
de los ligeros
bárbaros cubierto
|
|
en espaciosa
hila prolongada,
|
|
sedientos de la
sangre bautizada.
|
160
|
Tras los
nuestros los bárbaros saliendo,
|
|
en el llano
asimismo repararon,
|
|
y la gente
esparcida recogiendo,
|
|
dos gruesos escuadrones
reformaron:
|
|
los catorce
españoles, conociendo
|
165
|
que era mejor
romper, se aparejaron;
|
|
mueven los escuadrones
concertados
|
|
por el fuerte Lincoya
gobernados.
|
|
Con flautas,
cuernos, roncos instrumentos,
|
|
alto estruendo,
alaridos desdeñosos,
|
170
|
salen los fieros bárbaros
sangrientos
|
|
contra los
españoles valerosos,
|
|
que convertir
esperan en lamentos
|
|
los arrogantes
gritos orgullosos:
|
|
tanto
el esfuerzo y ánimo les crece,
|
175
|
que poca gente
en contra les parece.
|
[82]
|
Aunque allí un
español desfigurado,
|
|
que yo no digo
aquí cuál dellos era,
|
|
dijo, viendo
tan poca gente al lado:
|
|
«¡Oh si nuestro
escuadrón de ciento fuera!»
|
180
|
Pero Gonzalo
Hernández animado,
|
|
vuelto al
cielo, responde; «A Dios pluguiera
|
|
fuéramos solos
doce y dos faltaran,
|
|
que doce de la
fama nos llamaran.»
|
|
Los caballos en
esto apercibiendo,
|
185
|
firmes y recogidos en las
sillas,
|
|
sueltan las riendas, y los pies
batiendo,
|
|
parten contra
las bárbaras cuadrillas:
|
|
las poderosas lanzas
requiriendo,
|
|
afiladas en sangre las
cuchillas,
|
190
|
llamando en
alta voz a Dios del cielo,
|
|
hacen gemir y retemblar el
suelo.
|
|
Calan de fuerte
fresno como vigas
|
|
los bárbaros las picas al
momento,
|
|
de la suerte
que suelen las espigas
|
195
|
derribarse al
furor del recio viento:
|
|
no bastaron las armas enemigas
|
|
al ímpetu
español y movimiento,
|
|
que los
nuestros rompieron por un lado,
|
|
dejando el
escuadrón aportillado.
|
200
|
A un tiempo los
caballos volteando,
|
|
lejos las rotas lanzas
arrojadas,
|
|
vuelven al
enemigo y fiero bando,
|
|
en alto ya
desnudas las espadas:
|
|
otra vez
arremeten, no bastando
|
205
|
infinidad de
puntas enastadas,
|
|
puestas en
contra de la airada gente,
|
|
a que no se
mezclasen igualmente.
|
[83]
|
Los unos, que
no saben ser vencidos,
|
|
los otros a
vencer acostumbrados
|
210
|
son causa que
se aumenten los heridos,
|
|
y que bajen los brazos más
pesados:
|
|
de llamas los arneses
encendidos,
|
|
con gran fuerza
y presteza golpeados,
|
|
formaban un
rumor, que el alto cielo
|
215
|
del todo
parecía venir al suelo.
|
|
El buen Gonzalo
Hernández, presumiendo
|
|
imitar al de
Córdova famoso,
|
|
iba por el
ejército rompiendo,
|
|
no menos
diestro y fuerte que animoso;
|
220
|
Peñalosa y
Vergara, conociendo
|
|
que
vencer o morir era forzoso,
|
|
hacen de sus
personas arriscadas
|
|
de esfuerzo y fuerzas pruebas
señaladas:
|
|
El valiente
soldado de Escalona,
|
225
|
la rigurosa
espada ejercitando,
|
|
aventura y
señala su persona
|
|
mil bárbaros
valientes señalando:
|
|
don Leonardo
Manrique no perdona
|
|
los golpes que
recibe, antes doblando
|
230
|
los suyos con
gran priesa y mayor ira,
|
|
los castiga,
maltrata y los retira.
|
|
Otro, pues, que
de Córdova se llama,
|
|
mozo de grande
esfuerzo y valentía,
|
|
tanta sangre
araucana allí derrama,
|
235
|
que hizo cien
viudas aquel día:
|
|
por una que
venganza al cielo clama,
|
|
saltan todas las otras de
alegría;
|
|
que al fin son
las mujeres variables,
|
|
amigas de mudanzas y mudables.
|
240 [84]
|
Cortés y Pero
Niño por un lado
|
|
hacen un fiero
estrago y cruda guerra;
|
|
Morán, Gómez de
Almagro y Maldonado
|
|
siembran de
cuerpos bárbaros la tierra:
|
|
el Herrero,
como hombre acostumbrado
|
245
|
y diestro en
golpear, mata y atierra:
|
|
pues Nereda
también, que era maestro,
|
|
hiere, derriba
a diestro y a siniestro.
|
|
Como si fueran
a morir desnudos,
|
|
las rabiosas espadas así
cortan;
|
250
|
con tanta
fuerza bajan golpes crudos,
|
|
que poco
fuertes armas les importan:
|
|
lo que sufrir
no pueden los escudos,
|
|
los insensibles
cuerpos lo comportan
|
|
en furor encendidos, de tal
suerte,
|
255
|
que no sienten
los golpes ni aun la muerte.
|
|
Antes de rabia
y cólera abrasados,
|
|
con poderosos
golpes los martillan,
|
|
y de muchos con
fuerza redoblados
|
|
los cargados caballos
arrodillan:
|
260
|
abollan los arneses relevados,
|
|
abren, desclavan, rompen,
deshebillan:
|
|
ruedan las rotas piezas y
celadas,
|
|
y el aire atruena el son de las
espadas.
|
|
Lincoya
combatiendo y derribando
|
265
|
anima con
hervor los escuadrones,
|
|
contra su
fuerza y maza no bastando
|
|
de crestas
altas fuertes morriones.
|
|
Cortés
un golpe suyo reparando,
|
|
la cabeza
inclinó entre los arzones,
|
270
|
llevándole el
caballo medio muerto,
|
|
suelto el
freno, corriendo a campo abierto.
|
[85]
|
Con el cuello
inclinado, adormecido
|
|
acá y allá el
caballo le traía;
|
|
pero tornando
luego en su sentido,
|
275
|
vergonzoso las
riendas recogía:
|
|
vuelve a buscar
aquél que le ha herido,
|
|
y al punto que
miró le conocía,
|
|
que al mayor
araucano que allí andaba
|
|
de los hombros
arriba le llevaba.
|
280
|
Conócelo
también en la braveza
|
|
que mostraba,
animando allí su gente,
|
|
y en la
facilidad y ligereza
|
|
con que esgrime
la maza diestramente.
|
|
Como el suelto
lebrel, por la maleza
|
285
|
se arroja al
jabalí fiero y valiente,
|
|
así asalta
Cortés al araucano,
|
|
la adarga al
pecho, el duro hierro en mano.
|
|
Al través le
hirió por un costado,
|
|
no le valiendo
el coselete duro:
|
290
|
mas de aquella
manera le ha mudado
|
|
que mudara un
peñasco o fuerte muro:
|
|
pasa recio el
caballo espoleado,
|
|
y Cortés, de
Lincoya ya seguro,
|
|
por medio de la
espesa escuadra hiende,
|
295
|
y al un lado y
al otro muchos tiende.
|
|
Almagro cuerpo
a cuerpo combatía
|
|
con el joven
Guacón, soldado fuerte;
|
|
pero presto la
lid se decidía,
|
|
que poco se
mostró neutral la suerte;
|
300
|
de un golpe
Almagro al bárbaro hería,
|
|
por donde una
ancha puerta abrió a la muerte,
|
|
sale de ella de
sangre roja un río,
|
|
y ocupa el
desangrado cuerpo el frío.
|
[86]
|
Airado
Castañeda en la batalla
|
305
|
mata, tropella,
daña, hiere, ofende;
|
|
acaso a Narpo a
la derecha halla,
|
|
y allí la
rigurosa espada tiende:
|
|
no le valió el
jubón de fina malla,
|
|
ni un peto de
dos cueros le defiende
|
310
|
que la furiosa
punta no calase,
|
|
y el cuerpo del
espíritu privase.
|
|
La gente una
con otra se embravece,
|
|
crece el
hervor, coraje y la revuelta,
|
|
y el río de la
corriente sangre crece,
|
315
|
bárbara
y española toda envuelta:
|
|
del grueso
aliento el aire se escurece,
|
|
alguna infernal
furia andaba suelta,
|
|
que por llevar
a tantos en un día
|
|
diabólico furor les infundía.
|
320
|
Tanto el tesón
entre ellos ha durado,
|
|
que espanta
cómo alzar pueden los brazos;
|
|
estaban por el
uno y otro lado
|
|
de amontonados
cuerpos los ribazos.
|
|
El Sol había en
su curso declinado,
|
325
|
cuando ya sin
vigor hechos pedazos,
|
|
de manera
igualmente enflaquecían,
|
|
que moverse
adelante no podían.
|
|
Como el aliento
y fuerza van faltando
|
|
a dos valientes
toros animosos,
|
330
|
cuando en la
fiera lucha porfiando
|
|
se muestran
igualmente poderosos,
|
|
que se van poco
a poco retirando
|
|
rostro a rostro
con pasos perezosos,
|
|
cubiertos de un
humor y espeso aliento,
|
335
|
y esparcen con
los pies la arena al viento;
|
[87]
|
los dos puestos
así se retiraron,
|
|
sin sangre y
sin vigor desalentados,
|
|
que jamás las
espadas se mostraron,
|
|
mas siempre
frente a frente careados,
|
340
|
ambos a un
mismo tiempo repararon,
|
|
a un punto
hicieron alto, y desviados
|
|
los unos de los
otros tanto estaban,
|
|
que aún un tiro
de flecha no distaban.
|
|
Mirábanse del
uno y otro bando
|
345
|
en el sitio y
contrario alojamiento,
|
|
cubiertos de
agua y sangre y jadeando,
|
|
que no pueden
hartarse del aliento:
|
|
los fatigados
miembros regalando,
|
|
el pecho y boca
abierta al fresco viento,
|
350
|
que con
templados soplos respiraba,
|
|
mitigando del
Sol la fuerza brava.
|
|
Y desde allí con lenguas
injuriosas
|
|
a falta de las
manos se ofendían:
|
|
diciéndose
palabras afrentosas
|
355
|
la muerte con
rigor se prometían;
|
|
y a vueltas de esto, flechas
peligrosas
|
|
los enemigos arcos despedían,
|
|
que aunque el
aliento y fuerza les faltaba
|
|
el rabioso
rencor las arrojaba.
|
360
|
Yo no sé de
cuál brazo descansado
|
|
una flecha con
ímpetu saliendo,
|
|
a
manera de rayo arrebatado,
|
|
el aire con
rumor iba rompiendo:
|
|
tocó en soslayo
a Córdova en un lado,
|
365
|
y la furiosa
punta no prendiendo,
|
|
torció a Morán
el curso, y encarnada
|
|
por el ojo
derecho abrió la entrada.
|
[88]
|
El buen Morán
con mano cruda y fuerte
|
|
sacó la flecha
y ojo en ella asido;
|
370
|
Gonzalo, al
duro paso de la muerte
|
|
le apercibe y
esfuerza condolido;
|
|
pero Morán
gritó: «No estoy de suerte
|
|
que me sienta
de esfuerzo enflaquecido;
|
|
que solo, así
herido, soy bastante
|
375
|
a vencer
cuantos veis que están delante».
|
|
Pica el caballo
temerariamente,
|
|
que galopear no
puede de cansado,
|
|
contra todo
aquel número de gente,
|
|
que en
escuadrón estaba reformado:
|
380
|
pero Gonzalo
Hernández diligente
|
|
se le puso
delante acelerado,
|
|
que ya Lincoya
al paso le salía,
|
|
y al puesto,
aunque por fuerza, le volvía.
|
|
Con grande
alarde, estruendo y movimiento,
|
385
|
sobre la cumbre
de una verde loma,
|
|
tendidas las banderas por el
viento,
|
|
Lautaro con la
presta gente asoma.
|
|
Como cuando de
lejos el hambriento
|
|
león, viendo la
presa, placer toma,
|
390
|
y mira acá y
allá, feroz rugiendo,
|
|
el bedijoso
cuello sacudiendo:
|
|
Lautaro así
veloz por un repecho
|
|
bajaba,
enderezando a los de España,
|
|
pensando él
solo dar fin a aquel hecho,
|
395
|
si no le
desamparan la campaña.
|
|
Delante de su
gente va gran trecho:
|
|
digna es de
celebrarse tal hazaña;
|
|
solos catorce
esperan, hechos piezas,
|
|
rotos los brazos, piernas y
cabezas.
|
400 [89]
|
Cuatro mil
sobrevienen vitoriosos,
|
|
apiñados los nuestros los
esperan,
|
|
no de ver tanta
gente temerosos,
|
|
porque aún
morir con más honor quisieran;
|
|
los fieros enemigos orgullosos
|
405
|
en alta voz
gritaban: «¡Mueran! ¡Mueran!»,
|
|
y el Lincoyano
ejército animado,
|
|
también
acometió por otro lado.
|
|
Lanzaron los
caballos los cristianos,
|
|
batiendo
bien de espacio el hueco suelo
|
410
|
contra los
descansados araucanos
|
|
que fieros
amenazan tierra y cielo:
|
|
vienen con
tardos pies a prestas manos,
|
|
y del primer
encuentro hecho un hielo
|
|
Pero Niño tocó
la blanca arena,
|
415
|
bañándola de
sangre en larga vena.
|
|
Atravesole el
cuerpo la herida,
|
|
aunque en
atribuirla hay desconcierto:
|
|
unos dicen que
Angol fue el homicida,
|
|
otros que
Leocotón, y esto es más cierto:
|
420
|
cualquier
dellos que fue, de gran caída
|
|
pero Niño quedó
en el campo muerto
|
|
con un trozo de
pica atravesado,
|
|
donde fue del
tropel despedazado.
|
|
También el de
Manrique volteando
|
425
|
a los pies de
Lautaro muerto vino;
|
|
rompen los
otros doce, enderezando
|
|
por las espesas
armas al camino:
|
|
pero Ongolmo,
los pies apresurando,
|
|
de un golpe
derribó fuera de tino
|
430
|
a Nereda, que
en guerras era experto;
|
|
Cortés de muy
herido cayó muerto.
|
[90]
|
Tras él al
suelo fue Diego García,
|
|
de una llaga
mortal abierto el pecho;
|
|
de otro golpe
Escalona se tendía
|
435
|
que Tucapel le
acierta por derecho:
|
|
los demás
españoles en la vía
|
|
(considere
quien ya se vio en estrecho)
|
|
con cuánta
priesa baten las ijadas
|
|
de los lasos
caballos desangradas.
|
440
|
El fiero
Tucapel haciendo guerra
|
|
a todos con
audacia los asalta,
|
|
y en viendo que
estos dos baten la tierra,
|
|
gallardo por
encima dellos salta:
|
|
topa a Almagro
y con él ligero cierra,
|
445
|
en los pies
levantado y la maza alta,
|
|
que sobre él
derribándola venía
|
|
con toda la
pujanza que tenía.
|
|
O fue mal
tiento, o furia que llevaba,
|
|
o que el Sumo
Señor quiso librallo,
|
450
|
que el tiro a
la cabeza señalaba,
|
|
y a dar vino en
las ancas del caballo:
|
|
con tanta
fuerza el golpe le cargaba,
|
|
que Almagro más
no pudo meneallo,
|
|
quedando
derrengado de manera
|
455
|
que si fuera de
masa o blanda cera.
|
|
Almagro
con presteza por un lado,
|
|
viendo el
caballo cojo, se derriba,
|
|
ora fue su
ventura y diestro hado,
|
|
ora siniestro
del que tras él iba,
|
460
|
el cual era el
valiente Maldonado,
|
|
que envuelto en
sangre y polvo al punto arriba
|
|
que el golpe
segundaba Tucapelo,
|
|
y por poco con
él diera en el suelo.
|
[91]
|
Con el jinete
estribo en el derecho
|
465
|
lado al bárbaro
encuentra de pasada,
|
|
y cuatro cinco
pasos o más trecho
|
|
lo lleva hacia
adelante por la estrada:
|
|
brama el
bárbaro ardiendo de despecho;
|
|
víbora no se
vio más enconada,
|
470
|
ni pisado
escorpión vuelve tan presto,
|
|
como el indio
volvió el airado gesto.
|
|
Muda el
intento, muda la sentencia
|
|
que contra Juan
de Almagro dado había,
|
|
y la furiosa
maza e impaciencia
|
475
|
al triste
Maldonado revolvía:
|
|
cala un golpe
con toda su potencia,
|
|
mas el presto
caballo se desvía;
|
|
Tucapel de
furioso el tiro yerra,
|
|
y el ferrado
troncón metió por tierra.
|
480
|
No escapó
Maldonado de la muerte,
|
|
que al punto
llega el bravo Lemolemo
|
|
con un largo
bastón ñudoso y fuerte,
|
|
a manera le
corvo y grueso remo;
|
|
y un golpe le
señala de tal suerte,
|
485
|
que no le erró
el ferrado y duro extremo,
|
|
ni la celada
prestó de estofa llena,
|
|
que los sesos
saltaron por la arena.
|
|
En esto una
gran nube tenebrosa,
|
|
el aire y cielo
súbito turbando,
|
490
|
con una
obscuridad triste y medrosa
|
|
del Sol la luz
escasa fue ocupando:
|
|
salta Aquilón
con furia procelosa
|
|
los árboles y
plantas inclinando,
|
|
envuelto en
raras gotas de agua gruesas,
|
495
|
que luego
descargaron más espesas.
|
[92]
|
Como el diestro
atambor, que apercibiendo
|
|
al duro asalto
y fiera batería,
|
|
va con los
tardos golpes previniendo
|
|
la presta y
animosa compañía,
|
500
|
pero el punto y
señal última oyendo,
|
|
suena la
horrenda y áspera armonía:
|
|
así el negro
nublado turbulento
|
|
lanza
un diluvio súbito y violento.
|
|
En escura
tiniebla el cielo vuelto,
|
505
|
la furiosa
tormenta se esforzaba,
|
|
agua, piedras y
rayos todo envuelto
|
|
en espesos
relámpagos lanzaba:
|
|
el araucano
ejército revuelto
|
|
por acá y por
allá se derramaba:
|
510
|
crece la
tempestad horrenda, tanto
|
|
que a los más
esforzados puso espanto.
|
|
De Juan Gómez
la próspera ventura
|
|
hizo que al
punto el cielo se cerrase,
|
|
y la tiniebla
de la noche escura
|
515
|
gran rato en su
favor se anticipase:
|
|
turbado se
metió en una espesura
|
|
hasta tanto que
el ímpetu pasase
|
|
de aquella
gente bárbara furiosa,
|
|
de la española
sangre codiciosa.
|
520
|
Cuando vio en
su violencia el torbellino
|
|
y que él podía
salir más encubierto,
|
|
el bosque deja
y toma su camino,
|
|
que el temor se
le muestra bien abierto:
|
|
cayendo y
levantando al cabo vino,
|
525
|
de sangre, lodo
y de sudor cubierto,
|
|
junto donde los
nuestros esperaban
|
|
si las furiosas aguas
aplacaban.
|
[93]
|
Estaban del
camino desviados,
|
|
y uno de los
caballos relinchando,
|
530
|
el español con
pasos sosegados
|
|
al alegre rumor
se fue acercando:
|
|
llegó adonde
los seis amedrentados
|
|
con baja voz
estaban dél tratando,
|
|
y en aquella
sazón se les presenta,
|
535
|
dándoles del
suceso entera cuenta.
|
|
Con espanto fue
luego conocido,
|
|
que entre ellos
ya por muerto se tenía,
|
|
y cada uno de
lástima movido,
|
|
a morir en su
ayuda se ofrecía;
|
540
|
mas él como
animoso y entendido,
|
|
viendo que
aprovechar no le podía,
|
|
dice: «De mí,
señores, nadie cure,
|
|
la vida el que
pudiere la asegure.»
|
|
Esto no dijo
bien, cuando esforzado
|
545
|
por el bosque
tomó una senda incierta,
|
|
y aquella más
usada deja a un lado,
|
|
de gente y
pueblos bárbaros cubierta:
|
|
otro trance
mayor le está guardado;
|
|
pero pues hay
de Chile historia cierta,
|
550
|
allí
lo podrá ver el que quisiere,
|
|
si gana de saberlo
le viniere.
|
|
El coronista
Estrella escribe al justo
|
|
de Chile y del
Perú en latín la historia,
|
|
con tanta
erudición, que será justo
|
555
|
que dure
eternamente su memoria;
|
|
y la vida de
Carlos Quinto Augusto,
|
|
y en verso los
encomios y la gloria
|
|
de varones ilustres en milicia,
|
|
gobernación, en letras y
justicia.
|
560 [94]
|
Vuelvo a los
seis guerreros, que sintiendo
|
|
la desgracia de
Almagro, lo mostraban:
|
|
pero ayudalle
en ella no pudiendo,
|
|
a la Imperial
ciudad enderezaban:
|
|
la tempestad
furiosa iba creciendo,
|
565
|
relámpagos y
truenos no cesaban,
|
|
hasta que salió
el Sol y el claro día
|
|
la plaza de
Purén les descubría.
|
|
Era un
castillo, el cual con poca gente
|
|
le había Juan
Gómez antes sustentado,
|
570
|
hallándose una
noche de repente
|
|
de multitud de
bárbaros cercado:
|
|
repelidos al
fin gallardamente,
|
|
fue por su
industria el cerco levantado:
|
|
No escribo esta
batalla, aunque famosa,
|
575
|
por no tardarme
tanto en cada cosa.
|
|
Allí los seis
guerreros arribados
|
|
fueron con
tierna muestra recebidos
|
|
de los caros
amigos admirados
|
|
de verlos a tal
término traídos;
|
580
|
míseros, afligidos, demudados,
|
|
flacos, roncos, deshechos,
consumidos,
|
|
corriendo
sangre y lodo, sin celadas,
|
|
las armas con las carnes
destrozadas.
|
|
Casi
veinticuatro horas sustentaron
|
585
|
las armas
defendiendo su partido,
|
|
que nunca en
este tiempo descansaron,
|
|
haciendo lo que
habéis, Señor, oído:
|
|
un rato en el
castillo reposaron,
|
|
del cual la
noche atrás habían salido,
|
590
|
no con poco
temor de los de casa,
|
|
y más cuando
supieron lo que pasa.
|
[95]
|
La sangre les
cuajó un temor helado,
|
|
gran turbación
les puso a todos, cuando
|
|
el caso de
Valdivia desastrado
|
595
|
les fueron por sus términos
narrando:
|
|
y así viendo el
castillo mal parado,
|
|
de
consejo común, considerando
|
|
la pujanza que
el bárbaro traía,
|
|
le dejaron
desierto el mismo día.
|
600
|
Hacia Cautén
tomaron la jornada,
|
|
llevando a
Almagro acaso de camino,
|
|
que por venir
la noche tan cerrada
|
|
libre salió del
campo lautarino:
|
|
la fuerza fue
por tierra derribada,
|
605
|
que luego el
enemigo pueblo vino
|
|
talando
municiones y comidas,
|
|
que en el
castillo estaban recogidas.
|
|
Dieron vuelta
los bárbaros gozosos
|
|
hacia donde su
ejército venía,
|
610
|
retumbando en los montes
cavernosos
|
|
el alegre rumor
y vocería;
|
|
y por aquellos
prados espaciosos,
|
|
con la alegre
vitoria de aquel día,
|
|
tales cantos y juegos
inventaban
|
615
|
que el
cansancio con ellos engañaban.
|
|
Juntos, el
general con grave muestra
|
|
los habla y los recibe
alegremente;
|
|
y asiendo
blandamente de la diestra
|
|
al valiente
Lautaro, su teniente,
|
620
|
una escuadra le
entrega de maestra,
|
|
escogida,
gallarda y buena gente,
|
|
en armas y
trabajo ejercitada,
|
|
para cualquier
empresa y gran jornada.
|
[96]
|
A Lautaro
dejemos pues en esto,
|
625
|
que mucho su
proceso me detiene:
|
|
forzoso a
tratar dél volveré presto,
|
|
que llegar
hasta Penco me conviene,
|
|
pues hace tanto
a nuestro presupuesto
|
|
decir cómo a la
guerra se previene
|
630
|
que sangrienta
y mortal se aparejaba,
|
|
y el justo
sentimiento que mostraba.
|
|
Ya la fama,
ligera embajadora
|
|
de tristes nuevas y de grandes
males,
|
|
a Penco
atormentaba de hora en hora,
|
635
|
esforzando su
voz ruines señales:
|
|
cuando llegan
los indios a deshora,
|
|
los dos que ya
conté que en los jarales,
|
|
viendo a
Valdivia roto, se escondieron,
|
|
y estos el
triste caso refirieron.
|
640
|
Por mensajeros
ciertos entendiendo
|
|
el duro y
desdichado acaecimiento,
|
|
viejos, mujeres, niños
concurriendo,
|
|
se forma un
triste y general lamento:
|
|
el
cielo con aguda voz rompiendo,
|
645
|
hinchen de tristes lástimas el
viento
|
|
nuevas viudas, huérfanas,
doncellas;
|
|
era una
dolorosa cosa vellas.
|
|
Los blancos rostros, más que
flores bellos,
|
|
eran de crudos
puños ofendidos,
|
650
|
y manojos
dorados de cabellos
|
|
andaban por los
suelos esparcidos;
|
|
vieran pechos
de nieve y tersos cuellos
|
|
de sangre y
vivas lágrimas teñidos;
|
|
y rotos por mil partes y
arrojados
|
655
|
ricos vestidos,
joyas y tocados.
|
[97]
|
No con menor
estruendo los varones
|
|
de la edad más
robusta juntamente
|
|
daban de su
dolor demostraciones,
|
|
pero con otro
modo diferente:
|
660
|
suenan las armas, suenan
municiones,
|
|
suena el nuevo
aparato de la gente;
|
|
y la ronca
trompeta del dios Marte
|
|
a guerra incita
ya por toda parte.
|
|
Unos botas espadas afilaban,
|
665
|
otros petos mohosos enlucían,
|
|
otros las viejas cotas
remallaban,
|
|
hierros otros en astas
engerían,
|
|
cañones reforzados apuntaban,
|
|
al viento las
banderas descogían,
|
670
|
y en alardosa
muestra los soldados
|
|
iban por todas partes ocupados.
|
|
Caudillo era y
cabeza de la gente
|
|
Francisco
Villagrán, varón tenido
|
|
por sabio en la
milicia y suficiente,
|
675
|
con suma
diligencia prevenido:
|
|
de Pedro de
Valdivia fue teniente,
|
|
después de su
persona obedecido:
|
|
sentido del
suceso y caso fuerte
|
|
brama por la
venganza de su muerte.
|
680
|
Las mujeres de nuevos alaridos
|
|
hieren el alto
cóncavo del cielo,
|
|
viendo al
peligro puestos los maridos
|
|
y ellas en tal trabajo y
desconsuelo:
|
|
con lagrimosos
ojos y gemidos,
|
685
|
echadas de rodillas por el
suelo,
|
|
les ponen los hijuelos por
delante;
|
|
pero cosa a
moverlos no es bastante.
|
[98]
|
Ya de lo
necesario aparejados
|
|
en demanda del
bárbaro salían,
|
690
|
de arneses
lucidísimos armados,
|
|
que
vistosos de lejos parecían:
|
|
las mujeres por torres y
tejados
|
|
con fijos ojos tiernos los
seguían;
|
|
y echándoles de
allí mil bendiciones,
|
695
|
vuelven a Dios
el ruego y peticiones.
|
|
Del tropel se
despiden ciudadano,
|
|
que del pueblo
saliera a acompañallos,
|
|
y en busca del
ejército araucano
|
|
pican a toda
priesa los caballos:
|
700
|
dejan a la
siniestra a Mareguano,
|
|
y a la diestra
de Talca los vasallos,
|
|
hijo de
Talcaguano, que su tierra
|
|
la ciñe casi en
torno el mar y sierra.
|
|
De los seguros
límites pasando,
|
705
|
pisan de
Andalicán la enjuta arena,
|
|
y el espacioso
llano atravesando,
|
|
suben las lomas, y el rumor no
suena;
|
|
y al pie del
cerro andálico llegando,
|
|
sin entender lo
que Lautaro ordena,
|
710
|
sólo el miedo
de entrar por el estado
|
|
les mitigó el furor demasiado.
|
|
Un paso
peligroso, agrio y estrecho,
|
|
de la banda del
Norte está a la entrada
|
|
por un monte
asperísimo y derecho,
|
715
|
la cumbre hasta
los cielos levantada:
|
|
está tras éste
un llano a poco trecho,
|
|
y luego otra
menor cuesta tajada,
|
|
que divide el
distrito andalicano
|
|
del fértil
valle y límite araucano.
|
720 [99]
|
Esta cuesta
Lautaro había elegido
|
|
para dar la
batalla, y por concierto
|
|
tenía todo su
ejército tendido
|
|
en lo más alto
della y descubierto:
|
|
viendo que a
pie en lo llano es mal partido
|
725
|
seguir a los
caballos campo abierto,
|
|
el alto y
primer cerro deja exento,
|
|
pensando allí
alcanzarlos por aliento.
|
|
Porque se tome
bien del sitio el tino
|
|
quiero aquí
figurarle por entero:
|
730
|
la subida no es
mala del camino,
|
|
mas todo lo
demás despeñadero:
|
|
tiene al
Poniente al bravo mar vecino,
|
|
que bate al pie
de un gran derrumbadero,
|
|
y en la cumbre
y más alto de la cuesta
|
735
|
se allana
cuanto un tiro de ballesta.
|
|
Estaba el alto
cerro coronado
|
|
del poderoso
ejército enemigo,
|
|
y
el camino al entrar desocupado,
|
|
sin defensa ni
estorbo, como digo:
|
740
|
pasado el
primer monte, había llegado
|
|
al pie deste
segundo bando amigo;
|
|
pero aquí
Villagrán confuso estuvo,
|
|
que el
peligroso trance le detuvo.
|
|
Como el romano
César, receloso
|
745
|
el pie en el
Rubicón fijó a la entrada,
|
|
pensando allí
de nuevo el peligroso
|
|
hecho que
acometía y gran jornada;
|
|
Al fin soltó
las riendas animoso;
|
|
diciendo:
«¡Sús!, ¡la suerte ya es echada!...»
|
750
|
Así nuestro
español rompió el camino,
|
|
dando libre la
rienda a su destino.
|
[100]
|
Apenas el
primer paso había dado,
|
|
cuando luego
tras él osadamente
|
|
por el fragoso
monte levantado
|
755
|
alegre comenzó
a subir la gente:
|
|
Lautaro sin
moverse, arrinconado,
|
|
franca les da
la entrada llanamente;
|
|
diez mil
hombres gobierna, gente usada
|
|
en el duro
ejercicio de la espada.
|
760
|
Tenía su campo
en torno de la cuesta,
|
|
y mandado que
nadie se moviese
|
|
un paso a
comenzar la dura fiesta,
|
|
hasta que el
son de arremeter se oyese,
|
|
con una
irremisible pena puesta
|
765
|
para aquél que
del término saliese;
|
|
que estaban así
quedos y callados
|
|
cual si fueran
en mármoles mudados.
|
|
Pues la
española gente, deseando
|
|
ejercitar la
vencedora diestra,
|
770
|
se va a los
enemigos acercando
|
|
por la banda
del bárbaro siniestra:
|
|
Lautaro al
puesto término llegando,
|
|
presenta la
batalla en bella muestra,
|
|
con gran rumor
de bárbaras trompetas,
|
775
|
atambores, bocinas y cornetas.
|
|
Paréceme,
Señor, que será justo
|
|
dar fin al
largo canto en este paso,
|
|
porque el deseo
del otro mueva el gusto,
|
|
y porque de
cantar me siento laso.
|
780
|
Suplícoos que
el tardar no os dé disgusto,
|
|
pareciéndoos
que voy tan paso a paso,
|
|
que aun de
gentes agravio una gran suma,
|
|
atento a no
llevar prolija pluma.
|
|