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Alonso de Ercilla y Zúñiga
La Araucana

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  • Canto IV
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Canto IV

Vienen catorce españoles por concierto a juntarse con Valdivia en la fuerza de Tucapel: hallan los indios en una emboscada, con los cuales tuvieron un porfiado recuentro: llega Lautaro con gente de refresco: mueren siete españoles y todos los amigos que llevan: escápanse los otros por una gran ventura.

¡Cuán buena es la justicia y qué importante!

 

por ella son mil males atajados,

 

que si el rebelde Arauco está pujante

 

con todos sus vecinos alterados,

 

y pasa su furor tan adelante,

5

fue por no ser a tiempo castigados:

 

la llaga que al principio no se cura

 

requiere al fin más áspera la cura.

 

Que no es virtud, mas vicio y negligencia,

 

cuando de un daño otro mayor se espera,

10

el no curar con hierro la dolencia,

 

si del mal lo requiere la manera:

 

mas no con tal rigor que la clemencia

 

pierda su fuerza y la virtud entera;

 

Clemente es y piadoso el que sin miedo

15

por escapar el brazo corta el dedo.

[77]

No quiero yo decir que a cada paso

 

traiga el hierro en la mano la justicia,

 

sino según la gravedad del caso,

 

y la importancia y fin de la malicia:

20

pues vemos claro en el presente paso,

 

que al cabo, corrompida de avaricia,

 

dio a la maldad lugar que se arraigase,

 

y en los ánimos más se apoderase.

 

Mas no se ha de entender, como el liviano

25

que se entrega al primero movimiento,

 

que por ser justiciero es inhumano,

 

y por alcanzar crédito es sangriento;

 

y como aquél que con injusta mano,

 

sin término, sin causa y fundamento,

30

por sólo liviandad y vanagloria,

 

quiere dejar de su maldad memoria.

 

No faltara materia y coyuntura

 

para mostrar la pluma aquí curiosa;

 

mas no quiero meterme en tal hondura,

35

que es cosa no importante y peligrosa:

 

el tiempo lo dirá, y no mi escritura,

 

que quizá la tendrán por sospechosa:

 

sólo diré que es opinión de sabios,

 

que donde falta el rey sobran agravios.

40

Pero a nuestro propósito tornando,

 

dejaré de tratar de sinrazones,

 

que es trabajar en vano, derramando

 

al viento en el desierto las razones:

 

de los nuestros diré, que peleando

45

estaban con los fieros escuadrones,

 

ganando fama y prez, honor y gloria,

 

haciendo cosas dignas de memoria.

[78]

Fue hecho tan notable, que requiere

 

mucha atención, y autorizada pluma:

50

y así digo que aquél que le leyere,

 

en que fue de los grandes se resuma:

 

diré cuanto en mi estilo yo pudiere,

 

aunque toda será una breve suma;

 

y los nombres también de los soldados,

55

que con razón merecen ser loados.

 

Almagro, Cortés, Córdova, Nereda,

 

Morán, Gonzalo Hernández, Maldonado,

 

Peñalosa, Vergara, Castañeda,

 

Diego García Herrero el arriscado,

60

Pero Niño, Escalona, y otro queda

 

con el cual es el número acabado;

 

don Leonardo Manrique es el postrero,

 

igual en el valor siempre al primero.

 

Estos catorce son los que venían

65

a verse con Valdivia en el concierto,

 

que del pueblo Imperial partido habían

 

sin saber que Valdivia fuese muerto:

 

por la alta cuesta de Purén subían,

 

y en el más alto asiento y descubierto

70

los caminos de rama ven sembrados,

 

señal de paga y junta de soldados.

 

Conocen que la tierra está alterada,

 

y que de gentes hacen llamamiento;

 

no torcieron por esto la jornada,

75

ni les mudó el temor el firme intento:

 

la fresca y nueva aurora colorada

 

daba con su venida gran contento,

 

y las sombras del Sol se retraían,

 

cuando el licúreo valle descubrían.

80 [79]

Aquí estaban los indios emboscados

 

esperando a los nuestros si viniesen

 

por cogerlos sin orden descuidados

 

antes que del peligro se advirtiesen:

 

de un bosque a mano hecho rodeados,

85

para que más cubiertos estuviesen,

 

hasta que, inadvertidos del engaño,

 

pudiesen a su salvo hacer el daño.

 

Los catorce españoles abajaban

 

por un repecho, al valle enderezando,

90

donde ocultos los bárbaros estaban

 

cubiertos de los ramos aguardando:

 

los nuestros con el bosque aún no igualaban

 

cuando los indios, súbito sonando

 

bárbaras trompas, roncos tamborinos,

95

los pasos ocuparon y caminos.

 

En cazador no entró tanta alegría,

 

cuando más sin pensar la liebre echada

 

de súbito por medio de la vía

 

salta de entre los pies alborotada;

100

cuanto causó la muestra y vocería

 

del vecino escuadrón de la emboscada

 

a nuestros españoles, que al instante

 

arrojan los caballos adelante.

 

En un punto los bárbaros formaron

105

de puntas de diamante una muralla;

 

pero los españoles no pararon

 

hasta de parte a parte atravesalla:

 

hombres, picas y mazas tropellaron,

 

revuelven, por dar fin a la batalla,

110

con más valor y esfuerzo que esperanza,

 

vista de los contrarios la pujanza.

[80]

De tres dos escuadrones desviados

 

el paso les cercaron y huida:

 

viéndose así de bárbaros cercados,

115

piensan abrir por ellos la salida:

 

otra vez arremeten apiñados,

 

y aunque una escuadra dellos fue rompida

 

volvieron a sus puestos recogidos,

 

quedando desta vuelta mal heridos.

120

Dos veces embistieron desta suerte,

 

las cerradas escuadras tropellando;

 

mas viéndose cercanos a la muerte,

 

prosiguen su derrota, enderezando

 

al desolado sitio y casa fuerte,

125

a diestro y a siniestro derribando,

 

que los indios entre ellos van mezclados,

 

hiriéndoles también por todos lados.

 

Estréchase el camino de Elicura

 

por la pequeña falda de una sierra:

130

la causa y la razón de esta angostura

 

es un lago que el valle abajo cierra:

 

Para los nuestros esto fue ventura,

 

pues siguen su jornada haciendo guerra,

 

que sólo un español que atrás venía

135

la bárbara arrogancia resistía.

 

Ellos, que iban así por una espesa

 

mata, al calar de un áspero collado

 

ven un indio salir a toda priesa,

 

el vestido y el rostro demudado,

140

el cual en el camino se atraviesa,

 

y del seno sacó un papel cerrado

 

que Juan Gómez de Almagro el propio día,

 

dando aviso a Valdivia escrito había.

[81]

El mismo mensajero ven lloroso,

145

que dellos adelante había partido:

 

de Valdivia el suceso lastimoso

 

les dijo, y lo demás acontecido:

 

y que el castillo el bárbaro furioso

 

le había por los cimientos destruido.

150

Viendo el remedio y presupuesto vano,

 

tomaron a la diestra un sitio llano.

 

Era el sitio de lomas rodeado,

 

aunque por esta senda y paso abierto,

 

del Este, Norte, Oeste está abrigado,

155

y el Sur le hiere casi en descubierto,

 

por do seguido va el camino usado,

 

de los ligeros bárbaros cubierto

 

en espaciosa hila prolongada,

 

sedientos de la sangre bautizada.

160

Tras los nuestros los bárbaros saliendo,

 

en el llano asimismo repararon,

 

y la gente esparcida recogiendo,

 

dos gruesos escuadrones reformaron:

 

los catorce españoles, conociendo

165

que era mejor romper, se aparejaron;

 

mueven los escuadrones concertados

 

por el fuerte Lincoya gobernados.

 

Con flautas, cuernos, roncos instrumentos,

 

alto estruendo, alaridos desdeñosos,

170

salen los fieros bárbaros sangrientos

 

contra los españoles valerosos,

 

que convertir esperan en lamentos

 

los arrogantes gritos orgullosos:

 

tanto el esfuerzo y ánimo les crece,

175

que poca gente en contra les parece.

[82]

Aunque allí un español desfigurado,

 

que yo no digo aquí cuál dellos era,

 

dijo, viendo tan poca gente al lado:

 

«¡Oh si nuestro escuadrón de ciento fuera

180

Pero Gonzalo Hernández animado,

 

vuelto al cielo, responde; «A Dios pluguiera

 

fuéramos solos doce y dos faltaran,

 

que doce de la fama nos llamaran

 

Los caballos en esto apercibiendo,

185

firmes y recogidos en las sillas,

 

sueltan las riendas, y los pies batiendo,

 

parten contra las bárbaras cuadrillas:

 

las poderosas lanzas requiriendo,

 

afiladas en sangre las cuchillas,

190

llamando en alta voz a Dios del cielo,

 

hacen gemir y retemblar el suelo.

 

Calan de fuerte fresno como vigas

 

los bárbaros las picas al momento,

 

de la suerte que suelen las espigas

195

derribarse al furor del recio viento:

 

no bastaron las armas enemigas

 

al ímpetu español y movimiento,

 

que los nuestros rompieron por un lado,

 

dejando el escuadrón aportillado.

200

A un tiempo los caballos volteando,

 

lejos las rotas lanzas arrojadas,

 

vuelven al enemigo y fiero bando,

 

en alto ya desnudas las espadas:

 

otra vez arremeten, no bastando

205

infinidad de puntas enastadas,

 

puestas en contra de la airada gente,

 

a que no se mezclasen igualmente.

[83]

Los unos, que no saben ser vencidos,

 

los otros a vencer acostumbrados

210

son causa que se aumenten los heridos,

 

y que bajen los brazos más pesados:

 

de llamas los arneses encendidos,

 

con gran fuerza y presteza golpeados,

 

formaban un rumor, que el alto cielo

215

del todo parecía venir al suelo.

 

El buen Gonzalo Hernández, presumiendo

 

imitar al de Córdova famoso,

 

iba por el ejército rompiendo,

 

no menos diestro y fuerte que animoso;

220

Peñalosa y Vergara, conociendo

 

que vencer o morir era forzoso,

 

hacen de sus personas arriscadas

 

de esfuerzo y fuerzas pruebas señaladas:

 

El valiente soldado de Escalona,

225

la rigurosa espada ejercitando,

 

aventura y señala su persona

 

mil bárbaros valientes señalando:

 

don Leonardo Manrique no perdona

 

los golpes que recibe, antes doblando

230

los suyos con gran priesa y mayor ira,

 

los castiga, maltrata y los retira.

 

Otro, pues, que de Córdova se llama,

 

mozo de grande esfuerzo y valentía,

 

tanta sangre araucana allí derrama,

235

que hizo cien viudas aquel día:

 

por una que venganza al cielo clama,

 

saltan todas las otras de alegría;

 

que al fin son las mujeres variables,

 

amigas de mudanzas y mudables.

240 [84]

Cortés y Pero Niño por un lado

 

hacen un fiero estrago y cruda guerra;

 

Morán, Gómez de Almagro y Maldonado

 

siembran de cuerpos bárbaros la tierra:

 

el Herrero, como hombre acostumbrado

245

y diestro en golpear, mata y atierra:

 

pues Nereda también, que era maestro,

 

hiere, derriba a diestro y a siniestro.

 

Como si fueran a morir desnudos,

 

las rabiosas espadas así cortan;

250

con tanta fuerza bajan golpes crudos,

 

que poco fuertes armas les importan:

 

lo que sufrir no pueden los escudos,

 

los insensibles cuerpos lo comportan

 

en furor encendidos, de tal suerte,

255

que no sienten los golpes ni aun la muerte.

 

Antes de rabia y cólera abrasados,

 

con poderosos golpes los martillan,

 

y de muchos con fuerza redoblados

 

los cargados caballos arrodillan:

260

abollan los arneses relevados,

 

abren, desclavan, rompen, deshebillan:

 

ruedan las rotas piezas y celadas,

 

y el aire atruena el son de las espadas.

 

Lincoya combatiendo y derribando

265

anima con hervor los escuadrones,

 

contra su fuerza y maza no bastando

 

de crestas altas fuertes morriones.

 

Cortés un golpe suyo reparando,

 

la cabeza inclinó entre los arzones,

270

llevándole el caballo medio muerto,

 

suelto el freno, corriendo a campo abierto.

[85]

Con el cuello inclinado, adormecido

 

acá y allá el caballo le traía;

 

pero tornando luego en su sentido,

275

vergonzoso las riendas recogía:

 

vuelve a buscar aquél que le ha herido,

 

y al punto que miró le conocía,

 

que al mayor araucano que allí andaba

 

de los hombros arriba le llevaba.

280

Conócelo también en la braveza

 

que mostraba, animando allí su gente,

 

y en la facilidad y ligereza

 

con que esgrime la maza diestramente.

 

Como el suelto lebrel, por la maleza

285

se arroja al jabalí fiero y valiente,

 

así asalta Cortés al araucano,

 

la adarga al pecho, el duro hierro en mano.

 

Al través le hirió por un costado,

 

no le valiendo el coselete duro:

290

mas de aquella manera le ha mudado

 

que mudara un peñasco o fuerte muro:

 

pasa recio el caballo espoleado,

 

y Cortés, de Lincoya ya seguro,

 

por medio de la espesa escuadra hiende,

295

y al un lado y al otro muchos tiende.

 

Almagro cuerpo a cuerpo combatía

 

con el joven Guacón, soldado fuerte;

 

pero presto la lid se decidía,

 

que poco se mostró neutral la suerte;

300

de un golpe Almagro al bárbaro hería,

 

por donde una ancha puerta abrió a la muerte,

 

sale de ella de sangre roja un río,

 

y ocupa el desangrado cuerpo el frío.

[86]

Airado Castañeda en la batalla

305

mata, tropella, daña, hiere, ofende;

 

acaso a Narpo a la derecha halla,

 

y allí la rigurosa espada tiende:

 

no le valió el jubón de fina malla,

 

ni un peto de dos cueros le defiende

310

que la furiosa punta no calase,

 

y el cuerpo del espíritu privase.

 

La gente una con otra se embravece,

 

crece el hervor, coraje y la revuelta,

 

y el río de la corriente sangre crece,

315

bárbara y española toda envuelta:

 

del grueso aliento el aire se escurece,

 

alguna infernal furia andaba suelta,

 

que por llevar a tantos en un día

 

diabólico furor les infundía.

320

Tanto el tesón entre ellos ha durado,

 

que espanta cómo alzar pueden los brazos;

 

estaban por el uno y otro lado

 

de amontonados cuerpos los ribazos.

 

El Sol había en su curso declinado,

325

cuando ya sin vigor hechos pedazos,

 

de manera igualmente enflaquecían,

 

que moverse adelante no podían.

 

Como el aliento y fuerza van faltando

 

a dos valientes toros animosos,

330

cuando en la fiera lucha porfiando

 

se muestran igualmente poderosos,

 

que se van poco a poco retirando

 

rostro a rostro con pasos perezosos,

 

cubiertos de un humor y espeso aliento,

335

y esparcen con los pies la arena al viento;

[87]

los dos puestos así se retiraron,

 

sin sangre y sin vigor desalentados,

 

que jamás las espadas se mostraron,

 

mas siempre frente a frente careados,

340

ambos a un mismo tiempo repararon,

 

a un punto hicieron alto, y desviados

 

los unos de los otros tanto estaban,

 

que aún un tiro de flecha no distaban.

 

Mirábanse del uno y otro bando

345

en el sitio y contrario alojamiento,

 

cubiertos de agua y sangre y jadeando,

 

que no pueden hartarse del aliento:

 

los fatigados miembros regalando,

 

el pecho y boca abierta al fresco viento,

350

que con templados soplos respiraba,

 

mitigando del Sol la fuerza brava.

 

Y desde allí con lenguas injuriosas

 

a falta de las manos se ofendían:

 

diciéndose palabras afrentosas

355

la muerte con rigor se prometían;

 

y a vueltas de esto, flechas peligrosas

 

los enemigos arcos despedían,

 

que aunque el aliento y fuerza les faltaba

 

el rabioso rencor las arrojaba.

360

Yo no de cuál brazo descansado

 

una flecha con ímpetu saliendo,

 

a manera de rayo arrebatado,

 

el aire con rumor iba rompiendo:

 

tocó en soslayo a Córdova en un lado,

365

y la furiosa punta no prendiendo,

 

torció a Morán el curso, y encarnada

 

por el ojo derecho abrió la entrada.

[88]

El buen Morán con mano cruda y fuerte

 

sacó la flecha y ojo en ella asido;

370

Gonzalo, al duro paso de la muerte

 

le apercibe y esfuerza condolido;

 

pero Morán gritó: «No estoy de suerte

 

que me sienta de esfuerzo enflaquecido;

 

que solo, así herido, soy bastante

375

a vencer cuantos veis que están delante».

 

Pica el caballo temerariamente,

 

que galopear no puede de cansado,

 

contra todo aquel número de gente,

 

que en escuadrón estaba reformado:

380

pero Gonzalo Hernández diligente

 

se le puso delante acelerado,

 

que ya Lincoya al paso le salía,

 

y al puesto, aunque por fuerza, le volvía.

 

Con grande alarde, estruendo y movimiento,

385

sobre la cumbre de una verde loma,

 

tendidas las banderas por el viento,

 

Lautaro con la presta gente asoma.

 

Como cuando de lejos el hambriento

 

león, viendo la presa, placer toma,

390

y mira acá y allá, feroz rugiendo,

 

el bedijoso cuello sacudiendo:

 

Lautaro así veloz por un repecho

 

bajaba, enderezando a los de España,

 

pensando él solo dar fin a aquel hecho,

395

si no le desamparan la campaña.

 

Delante de su gente va gran trecho:

 

digna es de celebrarse tal hazaña;

 

solos catorce esperan, hechos piezas,

 

rotos los brazos, piernas y cabezas.

400 [89]

Cuatro mil sobrevienen vitoriosos,

 

apiñados los nuestros los esperan,

 

no de ver tanta gente temerosos,

 

porque aún morir con más honor quisieran;

 

los fieros enemigos orgullosos

405

en alta voz gritaban: «¡Mueran! ¡Mueran!»,

 

y el Lincoyano ejército animado,

 

también acometió por otro lado.

 

Lanzaron los caballos los cristianos,

 

batiendo bien de espacio el hueco suelo

410

contra los descansados araucanos

 

que fieros amenazan tierra y cielo:

 

vienen con tardos pies a prestas manos,

 

y del primer encuentro hecho un hielo

 

Pero Niño tocó la blanca arena,

415

bañándola de sangre en larga vena.

 

Atravesole el cuerpo la herida,

 

aunque en atribuirla hay desconcierto:

 

unos dicen que Angol fue el homicida,

 

otros que Leocotón, y esto es más cierto:

420

cualquier dellos que fue, de gran caída

 

pero Niño quedó en el campo muerto

 

con un trozo de pica atravesado,

 

donde fue del tropel despedazado.

 

También el de Manrique volteando

425

a los pies de Lautaro muerto vino;

 

rompen los otros doce, enderezando

 

por las espesas armas al camino:

 

pero Ongolmo, los pies apresurando,

 

de un golpe derribó fuera de tino

430

a Nereda, que en guerras era experto;

 

Cortés de muy herido cayó muerto.

[90]

Tras él al suelo fue Diego García,

 

de una llaga mortal abierto el pecho;

 

de otro golpe Escalona se tendía

435

que Tucapel le acierta por derecho:

 

los demás españoles en la vía

 

(considere quien ya se vio en estrecho)

 

con cuánta priesa baten las ijadas

 

de los lasos caballos desangradas.

440

El fiero Tucapel haciendo guerra

 

a todos con audacia los asalta,

 

y en viendo que estos dos baten la tierra,

 

gallardo por encima dellos salta:

 

topa a Almagro y con él ligero cierra,

445

en los pies levantado y la maza alta,

 

que sobre él derribándola venía

 

con toda la pujanza que tenía.

 

O fue mal tiento, o furia que llevaba,

 

o que el Sumo Señor quiso librallo,

450

que el tiro a la cabeza señalaba,

 

y a dar vino en las ancas del caballo:

 

con tanta fuerza el golpe le cargaba,

 

que Almagro más no pudo meneallo,

 

quedando derrengado de manera

455

que si fuera de masa o blanda cera.

 

Almagro con presteza por un lado,

 

viendo el caballo cojo, se derriba,

 

ora fue su ventura y diestro hado,

 

ora siniestro del que tras él iba,

460

el cual era el valiente Maldonado,

 

que envuelto en sangre y polvo al punto arriba

 

que el golpe segundaba Tucapelo,

 

y por poco con él diera en el suelo.

[91]

Con el jinete estribo en el derecho

465

lado al bárbaro encuentra de pasada,

 

y cuatro cinco pasos o más trecho

 

lo lleva hacia adelante por la estrada:

 

brama el bárbaro ardiendo de despecho;

 

víbora no se vio más enconada,

470

ni pisado escorpión vuelve tan presto,

 

como el indio volvió el airado gesto.

 

Muda el intento, muda la sentencia

 

que contra Juan de Almagro dado había,

 

y la furiosa maza e impaciencia

475

al triste Maldonado revolvía:

 

cala un golpe con toda su potencia,

 

mas el presto caballo se desvía;

 

Tucapel de furioso el tiro yerra,

 

y el ferrado troncón metió por tierra.

480

No escapó Maldonado de la muerte,

 

que al punto llega el bravo Lemolemo

 

con un largo bastón ñudoso y fuerte,

 

a manera le corvo y grueso remo;

 

y un golpe le señala de tal suerte,

485

que no le erró el ferrado y duro extremo,

 

ni la celada prestó de estofa llena,

 

que los sesos saltaron por la arena.

 

En esto una gran nube tenebrosa,

 

el aire y cielo súbito turbando,

490

con una obscuridad triste y medrosa

 

del Sol la luz escasa fue ocupando:

 

salta Aquilón con furia procelosa

 

los árboles y plantas inclinando,

 

envuelto en raras gotas de agua gruesas,

495

que luego descargaron más espesas.

[92]

Como el diestro atambor, que apercibiendo

 

al duro asalto y fiera batería,

 

va con los tardos golpes previniendo

 

la presta y animosa compañía,

500

pero el punto y señal última oyendo,

 

suena la horrenda y áspera armonía:

 

así el negro nublado turbulento

 

lanza un diluvio súbito y violento.

 

En escura tiniebla el cielo vuelto,

505

la furiosa tormenta se esforzaba,

 

agua, piedras y rayos todo envuelto

 

en espesos relámpagos lanzaba:

 

el araucano ejército revuelto

 

por acá y por allá se derramaba:

510

crece la tempestad horrenda, tanto

 

que a los más esforzados puso espanto.

 

De Juan Gómez la próspera ventura

 

hizo que al punto el cielo se cerrase,

 

y la tiniebla de la noche escura

515

gran rato en su favor se anticipase:

 

turbado se metió en una espesura

 

hasta tanto que el ímpetu pasase

 

de aquella gente bárbara furiosa,

 

de la española sangre codiciosa.

520

Cuando vio en su violencia el torbellino

 

y que él podía salir más encubierto,

 

el bosque deja y toma su camino,

 

que el temor se le muestra bien abierto:

 

cayendo y levantando al cabo vino,

525

de sangre, lodo y de sudor cubierto,

 

junto donde los nuestros esperaban

 

si las furiosas aguas aplacaban.

[93]

Estaban del camino desviados,

 

y uno de los caballos relinchando,

530

el español con pasos sosegados

 

al alegre rumor se fue acercando:

 

llegó adonde los seis amedrentados

 

con baja voz estaban dél tratando,

 

y en aquella sazón se les presenta,

535

dándoles del suceso entera cuenta.

 

Con espanto fue luego conocido,

 

que entre ellos ya por muerto se tenía,

 

y cada uno de lástima movido,

 

a morir en su ayuda se ofrecía;

540

mas él como animoso y entendido,

 

viendo que aprovechar no le podía,

 

dice: «De mí, señores, nadie cure,

 

la vida el que pudiere la asegure

 

Esto no dijo bien, cuando esforzado

545

por el bosque tomó una senda incierta,

 

y aquella más usada deja a un lado,

 

de gente y pueblos bárbaros cubierta:

 

otro trance mayor le está guardado;

 

pero pues hay de Chile historia cierta,

550

allí lo podrá ver el que quisiere,

 

si gana de saberlo le viniere.

 

El coronista Estrella escribe al justo

 

de Chile y del Perú en latín la historia,

 

con tanta erudición, que será justo

555

que dure eternamente su memoria;

 

y la vida de Carlos Quinto Augusto,

 

y en verso los encomios y la gloria

 

de varones ilustres en milicia,

 

gobernación, en letras y justicia.

560 [94]

Vuelvo a los seis guerreros, que sintiendo

 

la desgracia de Almagro, lo mostraban:

 

pero ayudalle en ella no pudiendo,

 

a la Imperial ciudad enderezaban:

 

la tempestad furiosa iba creciendo,

565

relámpagos y truenos no cesaban,

 

hasta que salió el Sol y el claro día

 

la plaza de Purén les descubría.

 

Era un castillo, el cual con poca gente

 

le había Juan Gómez antes sustentado,

570

hallándose una noche de repente

 

de multitud de bárbaros cercado:

 

repelidos al fin gallardamente,

 

fue por su industria el cerco levantado:

 

No escribo esta batalla, aunque famosa,

575

por no tardarme tanto en cada cosa.

 

Allí los seis guerreros arribados

 

fueron con tierna muestra recebidos

 

de los caros amigos admirados

 

de verlos a tal término traídos;

580

míseros, afligidos, demudados,

 

flacos, roncos, deshechos, consumidos,

 

corriendo sangre y lodo, sin celadas,

 

las armas con las carnes destrozadas.

 

Casi veinticuatro horas sustentaron

585

las armas defendiendo su partido,

 

que nunca en este tiempo descansaron,

 

haciendo lo que habéis, Señor, oído:

 

un rato en el castillo reposaron,

 

del cual la noche atrás habían salido,

590

no con poco temor de los de casa,

 

y más cuando supieron lo que pasa.

[95]

La sangre les cuajó un temor helado,

 

gran turbación les puso a todos, cuando

 

el caso de Valdivia desastrado

595

les fueron por sus términos narrando:

 

y así viendo el castillo mal parado,

 

de consejo común, considerando

 

la pujanza que el bárbaro traía,

 

le dejaron desierto el mismo día.

600

Hacia Cautén tomaron la jornada,

 

llevando a Almagro acaso de camino,

 

que por venir la noche tan cerrada

 

libre salió del campo lautarino:

 

la fuerza fue por tierra derribada,

605

que luego el enemigo pueblo vino

 

talando municiones y comidas,

 

que en el castillo estaban recogidas.

 

Dieron vuelta los bárbaros gozosos

 

hacia donde su ejército venía,

610

retumbando en los montes cavernosos

 

el alegre rumor y vocería;

 

y por aquellos prados espaciosos,

 

con la alegre vitoria de aquel día,

 

tales cantos y juegos inventaban

615

que el cansancio con ellos engañaban.

 

Juntos, el general con grave muestra

 

los habla y los recibe alegremente;

 

y asiendo blandamente de la diestra

 

al valiente Lautaro, su teniente,

620

una escuadra le entrega de maestra,

 

escogida, gallarda y buena gente,

 

en armas y trabajo ejercitada,

 

para cualquier empresa y gran jornada.

[96]

A Lautaro dejemos pues en esto,

625

que mucho su proceso me detiene:

 

forzoso a tratar dél volveré presto,

 

que llegar hasta Penco me conviene,

 

pues hace tanto a nuestro presupuesto

 

decir cómo a la guerra se previene

630

que sangrienta y mortal se aparejaba,

 

y el justo sentimiento que mostraba.

 

Ya la fama, ligera embajadora

 

de tristes nuevas y de grandes males,

 

a Penco atormentaba de hora en hora,

635

esforzando su voz ruines señales:

 

cuando llegan los indios a deshora,

 

los dos que ya conté que en los jarales,

 

viendo a Valdivia roto, se escondieron,

 

y estos el triste caso refirieron.

640

Por mensajeros ciertos entendiendo

 

el duro y desdichado acaecimiento,

 

viejos, mujeres, niños concurriendo,

 

se forma un triste y general lamento:

 

el cielo con aguda voz rompiendo,

645

hinchen de tristes lástimas el viento

 

nuevas viudas, huérfanas, doncellas;

 

era una dolorosa cosa vellas.

 

Los blancos rostros, más que flores bellos,

 

eran de crudos puños ofendidos,

650

y manojos dorados de cabellos

 

andaban por los suelos esparcidos;

 

vieran pechos de nieve y tersos cuellos

 

de sangre y vivas lágrimas teñidos;

 

y rotos por mil partes y arrojados

655

ricos vestidos, joyas y tocados.

[97]

No con menor estruendo los varones

 

de la edad más robusta juntamente

 

daban de su dolor demostraciones,

 

pero con otro modo diferente:

660

suenan las armas, suenan municiones,

 

suena el nuevo aparato de la gente;

 

y la ronca trompeta del dios Marte

 

a guerra incita ya por toda parte.

 

Unos botas espadas afilaban,

665

otros petos mohosos enlucían,

 

otros las viejas cotas remallaban,

 

hierros otros en astas engerían,

 

cañones reforzados apuntaban,

 

al viento las banderas descogían,

670

y en alardosa muestra los soldados

 

iban por todas partes ocupados.

 

Caudillo era y cabeza de la gente

 

Francisco Villagrán, varón tenido

 

por sabio en la milicia y suficiente,

675

con suma diligencia prevenido:

 

de Pedro de Valdivia fue teniente,

 

después de su persona obedecido:

 

sentido del suceso y caso fuerte

 

brama por la venganza de su muerte.

680

Las mujeres de nuevos alaridos

 

hieren el alto cóncavo del cielo,

 

viendo al peligro puestos los maridos

 

y ellas en tal trabajo y desconsuelo:

 

con lagrimosos ojos y gemidos,

685

echadas de rodillas por el suelo,

 

les ponen los hijuelos por delante;

 

pero cosa a moverlos no es bastante.

[98]

Ya de lo necesario aparejados

 

en demanda del bárbaro salían,

690

de arneses lucidísimos armados,

 

que vistosos de lejos parecían:

 

las mujeres por torres y tejados

 

con fijos ojos tiernos los seguían;

 

y echándoles de allí mil bendiciones,

695

vuelven a Dios el ruego y peticiones.

 

Del tropel se despiden ciudadano,

 

que del pueblo saliera a acompañallos,

 

y en busca del ejército araucano

 

pican a toda priesa los caballos:

700

dejan a la siniestra a Mareguano,

 

y a la diestra de Talca los vasallos,

 

hijo de Talcaguano, que su tierra

 

la ciñe casi en torno el mar y sierra.

 

De los seguros límites pasando,

705

pisan de Andalicán la enjuta arena,

 

y el espacioso llano atravesando,

 

suben las lomas, y el rumor no suena;

 

y al pie del cerro andálico llegando,

 

sin entender lo que Lautaro ordena,

710

sólo el miedo de entrar por el estado

 

les mitigó el furor demasiado.

 

Un paso peligroso, agrio y estrecho,

 

de la banda del Norte está a la entrada

 

por un monte asperísimo y derecho,

715

la cumbre hasta los cielos levantada:

 

está tras éste un llano a poco trecho,

 

y luego otra menor cuesta tajada,

 

que divide el distrito andalicano

 

del fértil valle y límite araucano.

720 [99]

Esta cuesta Lautaro había elegido

 

para dar la batalla, y por concierto

 

tenía todo su ejército tendido

 

en lo más alto della y descubierto:

 

viendo que a pie en lo llano es mal partido

725

seguir a los caballos campo abierto,

 

el alto y primer cerro deja exento,

 

pensando allí alcanzarlos por aliento.

 

Porque se tome bien del sitio el tino

 

quiero aquí figurarle por entero:

730

la subida no es mala del camino,

 

mas todo lo demás despeñadero:

 

tiene al Poniente al bravo mar vecino,

 

que bate al pie de un gran derrumbadero,

 

y en la cumbre y más alto de la cuesta

735

se allana cuanto un tiro de ballesta.

 

Estaba el alto cerro coronado

 

del poderoso ejército enemigo,

 

y el camino al entrar desocupado,

 

sin defensa ni estorbo, como digo:

740

pasado el primer monte, había llegado

 

al pie deste segundo bando amigo;

 

pero aquí Villagrán confuso estuvo,

 

que el peligroso trance le detuvo.

 

Como el romano César, receloso

745

el pie en el Rubicón fijó a la entrada,

 

pensando allí de nuevo el peligroso

 

hecho que acometía y gran jornada;

 

Al fin soltó las riendas animoso;

 

diciendo: «¡Sús!, ¡la suerte ya es echada!...»

750

Así nuestro español rompió el camino,

 

dando libre la rienda a su destino.

[100]

Apenas el primer paso había dado,

 

cuando luego tras él osadamente

 

por el fragoso monte levantado

755

alegre comenzó a subir la gente:

 

Lautaro sin moverse, arrinconado,

 

franca les da la entrada llanamente;

 

diez mil hombres gobierna, gente usada

 

en el duro ejercicio de la espada.

760

Tenía su campo en torno de la cuesta,

 

y mandado que nadie se moviese

 

un paso a comenzar la dura fiesta,

 

hasta que el son de arremeter se oyese,

 

con una irremisible pena puesta

765

para aquél que del término saliese;

 

que estaban así quedos y callados

 

cual si fueran en mármoles mudados.

 

Pues la española gente, deseando

 

ejercitar la vencedora diestra,

770

se va a los enemigos acercando

 

por la banda del bárbaro siniestra:

 

Lautaro al puesto término llegando,

 

presenta la batalla en bella muestra,

 

con gran rumor de bárbaras trompetas,

775

atambores, bocinas y cornetas.

 

Paréceme, Señor, que será justo

 

dar fin al largo canto en este paso,

 

porque el deseo del otro mueva el gusto,

 

y porque de cantar me siento laso.

780

Suplícoos que el tardar no os disgusto,

 

pareciéndoos que voy tan paso a paso,

 

que aun de gentes agravio una gran suma,

 

atento a no llevar prolija pluma.

 

 

[101]




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