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Alonso de Ercilla y Zúñiga
La Araucana

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  • Canto VI
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Canto VI

Prosigue la comenzada batalla, con las extrañas y diversas muertes que los araucanos ejecutaron en los vencidos, y la poca piedad que con los niños y mujeres usaron, pasándolos todos a cuchillo.

Al valeroso espíritu, ni suerte,

 

ni revolver de hado riguroso

 

le pueden presentar caso tan fuerte,

 

que le traigan a estado vergonzoso;

 

como ahora a Villagrán, que con su muerte,

 

no siendo de otro modo poderoso,

5

piensa atajar el áspero camino

 

adonde le tiraba su destino.

 

Sus soldados, el paso apresurando,

 

en confuso montón se retrujeron,

 

cuando en el nuevo y gran rumor mirando

10

a su buen capitán en tierra vieron:

 

solos trece, la vida despreciando,

 

los rostros y las riendas revolvieron;

 

rasgando a los caballos los ijares

 

se arrojan a embestir tantos millares.

15 [116]

Con más valor que yo sabré decillo

 

el pequeño escuadrón ligero cierra,

 

abriendo en los contrarios un portillo,

 

que casi puso en condición la guerra:

 

rompen hasta do el mísero caudillo

20

de golpes aturdido estaba en tierra,

 

sin ayuda y favor desamparado,

 

de la enemiga turba rodeado.

 

Todos a un tiempo quieren ser primeros

 

en esta presa y suerte señalada,

25

y estaban como lobos carniceros

 

sobre la mansa oveja desmandada,

 

cuando discordes con ahullidos fieros

 

forman música en voz desentonada;

 

y en esto los mastines del egido

30

llegan con gran presteza a aquel ruïdo;

 

Así los enemigos apiñados,

 

en medio al triste Villagrán tenían,

 

que por darle la muerte, embarazados,

 

los unos a los otros se impedían:

35

mas los trece españoles esforzados,

 

rompiendo a la sazón, sobrevenían

 

de roja y fresca sangre ya cubiertos

 

de aquellos que dejaban atrás muertos.

 

Con gran presteza, del amor movidos,

40

adonde a Villagrán ven se arrojaban,

 

y los agudos hierros atrevidos

 

de nuevo en sangre nueva remojaban:

 

desamparan el cerco los heridos,

 

acá y allá medrosos se apartaban:

45

algunos sustentaban con más suerte

 

su parte y opinión hasta la muerte.

[117]

Si un espeso montón se deshacía;

 

desocupando el campo escarmentados,

 

otra junta mayor luego nacía,

50

y estaban sus lugares ocupados:

 

del sueño Villagrán aún no volvía;

 

mas tal maña se dieron sus soldados,

 

y así las prestas armas revolvieron,

 

que en su acuerdo a caballo lo pusieron.

55

A tardarse más tiempo fuera muerto,

 

y a bien librar salió tan mal parado

 

que, aunque estaba de planchas bien cubierto,

 

tenía el cuerpo molido y magullado:

 

pero del sueño súbito despierto,

60

viendo trece españoles a su lado,

 

olvidando el peligro en que aún estaba,

 

entre los duros hierros se lanzaba.

 

Por medio del ejército enemigo

 

sin escarmiento ni temor hendía,

65

llevando en su defensa al bando amigo,

 

que destrozando bárbaros venía:

 

trillan, derriban, hacen tal castigo

 

que duran las reliquias hoy en día,

 

y durará en Arauco muchos años

70

el estrago y memoria de los daños.

 

Bernal hiere a Mailongo de pasada

 

de un valiente altibajo a fil derecho;

 

no le valió de acero la celada,

 

que los filos corrieron hasta el pecho:

75

Aguilera al través tendió la espada,

 

y al dispuesto Guamán dejó mal trecho;

 

haciendo ya el temor tan ancha senda

 

que bien pueden correr a toda rienda.

[118]

Salen, pues, los catorce vitoriosos

80

donde los otros de su bando estaban,

 

que turbados, sin orden, temerosos

 

de ver su muerte ya remolinaban:

 

no bastaron ni fueron poderosos

 

Villagrán y los otros que llegaban

85

a estorbar el camino comenzado,

 

que ya el temor gran fuerza había cobrado.

 

Viendo bravo y gallardo al araucano,

 

del todo de vencer desconfiados,

 

y los caballos sin aliento, en vano

90

de importunas espuelas fatigados;

 

a grandes voces dicen: «¡A lo llano!

 

No estemos desta suerte arrinconados

 

y con nuevo temor y desatino

 

toman algunos dellos el camino.

95

Cual de cabras montesas la manada,

 

cuando a lugar estrecho es reducida,

 

de diestros cazadores rodeada

 

y de importunos tiros perseguida;

 

que viéndose ofendida y apretada,

100

una rompe el camino y la huïda,

 

siguiendo las demás a la primera;

 

así abrieron los nuestros la carrera.

 

Uno, dos, diez y veinte, desmandados

 

corren a la bajada de la cuesta,

105

sin orden y atención apresurados,

 

como si al palio fueran sobre apuesta:

 

aunque algunos valientes ocupados

 

con firme rostro y con espada presta,

 

combatiendo animosos, no miraban

110

cómo así los amigos los dejaban.

[119]

No atienden al huir, ni se previenen

 

de remedio tan flaco y vergonzoso;

 

antes en su batalla se mantienen,

 

trayendo el fin a término dudoso

115

y con heroicos ánimos detienen

 

de los indios el ímpetu furioso,

 

y la disposición del duro hado

 

en daño suyo y contra declarado.

 

Y así resisten, matan y destruyen,

120

contrastando al destino, que parece

 

que el valor araucano disminuyen,

 

y el suyo con difícil prueba crece:

 

mas viendo a los amigos cómo huyen,

 

que a más correr la gente desparece,

125

hubieron de seguir la misma vía,

 

que ya fuera locura y no osadía.

 

Quiero mudar en lloro amargo el canto,

 

que será a la sazón más conveniente,

 

pues me suena en la oreja el triste llanto

130

del pueblo amigo y género inocente.

 

No siento el ser vencidos, tanto cuanto

 

ver pasar las espadas crudamente

 

por vírgenes, mujeres, servidores,

 

que penetran los cielos sus clamores.

135

La infantería española sin pereza

 

y gente de servicio iban camino,

 

que el miedo les prestaba ligereza,

 

y más de la que a algunos les convino;

 

pues con la turbación y gran torpeza

140

muchos perdieron de la cuesta el tino,

 

ruedan unos, los lomos quebrantados,

 

otros hechos pedazos despeñados.

[120]

Quedan por el camino mil tendidos,

 

los arroyos de sangre el llano riegan,

145

rompiendo el aire el llanto y alaridos

 

que en son desentonado al cielo llegan:

 

y las lástimas tristes y gemidos,

 

puestas las manos altas, con que ruegan

 

y piden de la vida gracia en vano

150

al inclemente bárbaro inhumano.

 

El cual siempre les iba caza dando,

 

con mano presta y pies en la corrida,

 

hiriendo sin respeto y derribando

 

la inútil gente, mísera, impedida,

155

que a la amiga nación iba invocando

 

la ayuda en vano a la amistad debida,

 

poniéndole delante con razones

 

la deuda, el interés y obligaciones.

 

Y aunque más las razones obligaban,

160

si alguno a defenderlos revolvía,

 

viendo cuanto los otros se alargaban,

 

alargarse también le convenía.

 

Ni a los que por amigos se trataban,

 

ni a las que por amigas se debía,

165

con quien había amistad y cuenta estrecha,

 

llamar, gemir, llorar les aprovecha.

 

Que ya los nuestros sin parar en nada

 

por la carrera de su sangre roja

 

dan siempre nueva furia en su jornada,

170

y a los caballos priesa y rienda floja:

 

que ni la voz de virgen delicada,

 

ni obligación de amigos los congoja:

 

la pena y la fatiga que llevaban

 

era que los caballos no volaban.

175 [121]

Sordos a aquel clamor y endurecidos,

 

miden con sueltos pies el verde llano;

 

pero algunos de lástima movidos,

 

viendo el fiero espectáculo inhumano,

 

de una rabiosa cólera encendidos,

180

vuelven contra el ejército araucano

 

que corre por el campo derramado,

 

la más parte en la presa embarazado.

 

Determinados de morir, revuelven

 

haciendo al sexo tímido reparo,

185

y de suerte en los bárbaros se envuelven,

 

que a más de diez la vuelta costó caro:

 

por esto los primeros aún no vuelven,

 

que quieren que el partido sea más claro,

 

y no poner la vida en aventura,

190

cuanto lejos de allí tanto segura.

 

Torna la lid de nuevo a refrescarse;

 

de un lado y otro andaba igual trabada:

 

pecho con pecho vienen a juntarse,

 

lanza con lanza, espada con espada;

195

pueden los españoles sustentarse,

 

que la gente araucana derramada

 

el alcance sin orden proseguía

 

haciendo todo el daño que podía.

 

Cual banda de cornejas esparcidas

200

que por el aire claro el vuelo tienden,

 

que de la compañera condolidas,

 

por los chirridos la prisión entienden,

 

las batidoras alas recogidas

 

a darle ayuda en círculo descienden;

205

el bárbaro escuadrón de esta manera

 

al rumor endereza la carrera.

[122]

La gente que de acá y allá discurre,

 

viendo el tumulto y aire polvoroso

 

deja el alcance, y de tropel concurre

210

al son de las espadas sonoroso:

 

cada araucano con presteza ocurre

 

adonde era el favor más provechoso,

 

y los sangrientos hierros en las manos,

 

cercan el escuadrón de los cristianos.

215

La copia de los bárbaros creciendo,

 

crece el son de las armas y refriega,

 

y los nuestros se van disminuyendo,

 

que en su ayuda y socorro nadie llega:

 

pero con grande esfuerzo combatiendo

220

ninguno la persona a ciento niega,

 

ni allí se vio español que se notase

 

que a su deuda una mínima faltase.

 

Mas de la suerte, como si del cielo

 

tuvieran el seguro de las vidas,

225

se meten y se arrojan sin recelo

 

por las furiosas armas homicidas:

 

caen por tierra, y echan por el suelo,

 

dan y reciben ásperas heridas,

 

que el número dispar y aventajado

230

suple el valor y el ánimo sobrado.

 

Y así se contraponen, no temiendo

 

la muerte y furia bárbara importuna,

 

el ímpetu y pujanza resistiendo

 

de la gente, del hado y la fortuna:

235

mas contrastar a tantos no pudiendo

 

sin socorro, favor ni ayuda alguna,

 

dilatando el morir, les fue forzoso

 

volver a su camino trabajoso.

[123]

Parece el esperar más desatino,

240

que van los delanteros como el viento;

 

usar de aquel remedio les convino

 

y no del temerario atrevimiento:

 

muchos mueren en medio del camino

 

por falta de caballos y de aliento,

245

y de sangre también, que el verde prado

 

quedaba de su rastro colorado.

 

Flojos ya los caballos y encalmados,

 

los bárbaros por pies los alcanzaban,

 

y en los rendidos dueños derribados

250

las fuerzas de los brazos ensayaban:

 

otros de los peones empachados,

 

digo, de los cristianos que a pie andaban,

 

casi moverse al trote no podían,

 

que con sólo el temor los detenían.

255

Los cansados peones se contentan

 

con las colas o aciones aferradas,

 

y en vano lastimosos representan

 

estrechas amistades olvidadas:

 

de sí los de a caballo los ausentan,

260

si no pueden a ruego, a cuchilladas,

 

como a los más odiosos enemigos;

 

que no era a la sazón tiempo de amigos.

 

Atruena todo el valle el gran bullicio,

 

armas, grita, clamor triste se oía

265

de la gente española y de servicio

 

que a manos de los indios perecía:

 

no se vio tan sangriento sacrificio,

 

ni tan extraña y cruda anatomía

 

como los fieros bárbaros hicieron

270

en dos mil y quinientos que murieron.

[124]

Unos vienen al suelo mal heridos,

 

de los lomos al vientre atravesados;

 

por medio de la frente otros hendidos,

 

otros mueren con honra degollados:

275

otros, que piden medios y partidos,

 

de los cascos los ojos arrancados,

 

los fuerzan a correr por peligrosos

 

peñascos sin parar precipitosos.

 

Y a las tristes mujeres delicadas

280

el debido respeto no guardaban,

 

antes con más rigor por las espadas

 

sin escuchar sus ruegos las pasaban:

 

no tienen miramiento a las preñadas,

 

mas los golpes al vientre encaminaban,

285

y aconteció salir por las heridas

 

las tiernas pernezuelas no nacidas.

 

Suben por la gran cuesta al que más puede,

 

y paga el perezoso y negligente,

 

que a ninguno más vida se concede

290

de cuanto puede andar ligeramente:

 

y aquel torpe es forzoso que se quede

 

que no es en la carrera diligente;

 

que la muerte que airada atrás venía,

 

en afirmando el pie le sacudía.

295

Aunque la cuesta es áspera y derecha,

 

muchos a la alta cumbre han arribado,

 

adonde una albarrada hallaron hecha,

 

y el paso con maderos ocupado:

 

no tiene aquel camino otra deshecha,

300

que el cerro casi en torno era tajado;

 

del un lado le bate la marina,

 

del otro un gran peñón con él confina.

[125]

Era de gruesos troncos mal pulidos

 

el nuevo muro en breve tiempo hecho,

305

con arte unos en otros engeridos

 

que cerraban la senda y paso estrecho:

 

dentro estaban los indios prevenidos,

 

las armas sobre el muro y antepecho,

 

que según orgullosos se mostraban,

310

al cielo, no a la gente amenazaban.

 

Viendo los españoles ya cerrados

 

los pasos y cerrada la esperanza,

 

a pasar o morir determinados,

 

poniendo en Dios la firme confianza,

315

de la albarrada un trecho desviados

 

prueban de los caballos la pujanza,

 

corriendo un golpe dellos a romperla,

 

y los bárbaros dentro a defenderla.

 

Así la gente estaba detenida,

320

que todo su trabajo no importaba,

 

ni al peligro hallaba la salida,

 

hasta que el viejo Villagrán llegaba:

 

que vista la excusada arremetida

 

cuán poco en el remedio aprovechaba,

325

sin temor de morir ni muestra alguna

 

dio aquí el último tiento a la fortuna.

 

Estaba en un caballo derivado

 

de la española raza poderoso,

 

ancho de cuadra, espeso, bien trabado,

330

castaño de color, presto, animoso,

 

veloz en la carrera y alentado,

 

de grande fuerza y de ímpetu furioso,

 

y la furia sujeta y corregida

 

por un débil bocado y blanda brida.

335 [126]

El rostro le endereza, y al momento

 

bate el presto español recio la ijada,

 

que sale con furioso movimiento

 

y encuentra con los pechos la albarrada:

 

no hace en el romper más sentimiento

340

que si fuera en carrera acostumbrada,

 

abriendo tal camino, que pasaron

 

todos los que de abajo se escaparon.

 

Los bárbaros airados defendían

 

el paso, pero al cabo no pudieron,

345

que por más que las armas esgrimían

 

los fuertes españoles los rompieron:

 

unos hacia la mano diestra guían,

 

otros tan buen camino no supieron,

 

tomando a la siniestra un mal sendero

350

que a dar iba en un gran despeñadero.

 

A la siniestra mano hacia el Poniente

 

estaban dos caminos mal usados;

 

estos debían de ser antiguamente

 

por do al agua bajaban los venados:

355

Digo en tiempos pasados, que al presente

 

por mil partes estaban derrumbados,

 

y el remate tajado con un salto

 

de más de ciento y veinte brazas de alto.

 

Por orden de Natura no sabida,

360

o por gran sequedad de aquella tierra,

 

o algún diluvio grande y avenida,

 

fue causa de tajarse aquella sierra:

 

pues por allí la gente mal regida

 

ocupada del miedo de la guerra,

365

huyendo de la muerte ya sin tino

 

a dar derechamente en ella vino.

[127]

La inadvertida gente iba rodando

 

que repararse un paso no podía,

 

el segundo al primero tropellando,

370

y el tercero al segundo recio envía;

 

el número se va multiplicando,

 

un cuerpo mil pedazos se hacía,

 

siempre rodando con furor violento

 

hasta parar en el más bajo asiento.

375

Como el fiero Tifeo, presumiendo

 

lanzar de sí el gran monte y pesadumbre,

 

cuando el terrible cuerpo estremeciendo

 

sacude los peñascos de la cumbre,

 

que vienen con gran ímpetu y estruendo

380

hechos piezas abajo en muchedumbre;

 

así la triste gente mal guiada

 

rodando al llano va despedazada.

 

Pero aquella que el buen camino tiene,

 

de verle con presteza el fin procura:

385

ninguno por el otro se detiene,

 

que detenerse ya fuera locura:

 

rodar también alguno le conviene,

 

que más de lo posible se apresura:

 

A caballo y a pie y aún de cabeza

390

llegaron a lo bajo en poca pieza.

 

Sueltos iban caballos por el prado,

 

que muertos lo señores han caïdo;

 

otros desocuparlos fue forzado

 

que por flojos la silla habían perdido:

395

cuál ligero cabalga y cuál turbado,

 

del temor de la muerte ya impedido,

 

atinar al estribo no podía,

 

y el caballo y sazón se le huía.

[128]

No aguardaban por esto, mas corriendo

400

juegan a mucha priesa los talones,

 

al delantero sin parar siguiendo,

 

que no le alcanzarán a dos tirones:

 

votos, promesas entre sí haciendo

 

de ayunos, romerías, oraciones,

405

y aún otros reservados sólo al Papa,

 

si Dios de este peligro los escapa.

 

Venían ya los caballos por el llano

 

las orejas tremiendo derramadas:

 

quiérenlos aguijar, mas es en vano,

410

aunque recio les abren las ijadas:

 

El hermano no escucha al caro hermano;

 

las lástimas allí son excusadas:

 

quien dos pasos del otro se aventaja,

 

por ganar otros dos muere y trabaja.

415

Como el que sueña que en el ancho coso

 

siente al furioso toro avecinarse,

 

que piensa atribulado y temeroso

 

huyendo de aquel ímpetu salvarse,

 

y se aflige y congoja presuroso

420

por correr, y no puede menearse;

 

así estos a gran priesa a los caballos

 

no pueden, aunque quieren, aguijallos.

 

Haciendo el enemigo gran matanza

 

sigue el alcance y siempre los aqueja:

425

dichoso aquél que buen caballo alcanza,

 

que de su furia un poco más se aleja:

 

quién la adarga abandona, quién la lanza,

 

quién de cansado el propio cuerpo deja;

 

y así la vencedora gente brava

430

la fiera sed con sangre mitigaba.

[129]

A aquél que por desdicha atrás venía,

 

ninguno, aunque sea amigo, le socorre,

 

despacio el más ligero se movía,

 

quien el caballo trota mucho corre:

435

el cansancio y la sed los afligía:

 

mas Dios, que en el mayor peligro acorre,

 

frenó el ímpetu y curso al enemigo,

 

según en el siguiente canto digo.

 

 

 

 

 

[130]




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