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Alonso de Ercilla y Zúñiga
La Araucana

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  • Canto VII
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Canto VII

Llegan los españoles a la ciudad de la Concepción hechos pedazos, cuentan el destrozo y pérdida de nuestra gente, y vista la poca que para resistir tan gran pujanza de enemigos en la ciudad había, y las muchas mujeres, niños y viejos que dentro estaban, se retiran en la ciudad de Santiago. Asimismo en este canto se contiene el saco, incendio y ruina de la ciudad de la Concepción.

Tener en mucho un pecho se debría

 

a el temor jamás halló posada,

 

temor que honrosa muerte nos desvía

 

por una vida infame y deshonrada:

 

En los peligros grandes, la osadía

5

merece ser de todos estimada:

 

el miedo es natural en el prudente,

 

y el saberlo vencer, es ser valiente.

 

Esto podrán decir los que picaban

 

los cansados caballos aguijando;

10

pues tanto de temor se apresuraban

 

que les daremos crédito aún callando;

 

con los prestos calcaños lo afirmaban,

 

con piernas, brazos, cuerpo ijadeando;

 

también los araucanos sin aliento

15

la furia iban perdiendo y movimiento.

[131]

Que del grande trabajo fatigados

 

en el largo y veloz curso aflojaron,

 

y por el gran tesón desalentados

 

a seis leguas de alcance los dejaron.

20

Los nuestros, del temor más aguijados,

 

al entrar de la noche se hallaron

 

en la extrema ribera de Biobío,

 

adonde pierde el nombre y ser de río.

 

Y a la orilla un gran barco asido vieron

25

de una gruesa cadena a un viejo pino:

 

los más heridos dentro se metieron,

 

abriendo por las aguas el camino;

 

y los demás con ánimo atendieron

 

hasta que el esperado barco vino,

30

y con la diligencia comenzada

 

a la ciudad arriban deseada.

 

Puédese imaginar cuál llegarían

 

del trabajo y heridas maltratados,

 

algunos casi rostros no traían,

35

otros los traen de golpes levantados:

 

del infierno parece que salían:

 

no hablan ni responden elevados:

 

a todos con los ojos rodeaban;

 

y más callando el daño declaraban.

40

Después que dio el cansancio y torpe espanto

 

licencia de decir lo que pasaba,

 

dejando el pueblo atónito ya cuanto,

 

súbito en triste tono levantaba

 

un alboroto y doloroso llanto,

45

que el gran desastre más solemnizaba;

 

y al son discorde y áspera armonía

 

la casa más vecina respondía.

[132]

Quién llora el muerto padre, quién marido,

 

quién hijos, quién sobrinos, quién hermanos;

50

mujeres como locas sin sentido

 

ansiosas tuercen las hermosas manos:

 

con el fresco dolor crece el gemido,

 

y los protestos de acidente vanos:

 

los niños abrazados con las madres

55

preguntaban llorando por sus padres.

 

De casa en casa corren publicando

 

las voces y clamores esforzados

 

los muertos que murieron peleando

 

y aquellos infelices despeñados:

60

mozas, casadas, viudas lamentando,

 

puestas las manos y ojos levantados,

 

piden a Dios para dolor tan fuerte,

 

el último remedio de la muerte.

 

La amarga noche sin dormir pasaban

65

al son de dolorosos instrumentos;

 

mas el día venido, se atajaban

 

con otro mayor mal estos lamentos;

 

diciendo que a gran furia se acercaban

 

los araucanos bárbaros sangrientos,

70

en una mano hierro, en otra fuego,

 

sobre el pueblo español, de temor ciego.

 

Ya la parlera Fama pregonando

 

torpes y rudas lenguas desataba:

 

las cosas de Lautaro acrecentando,

75

los enemigos ánimos menguaba:

 

que ya cada español casi temblando,

 

dando fuerza a la Fama, levantaba

 

al más flaco araucano hasta el cielo,

 

derramando en los ánimos un hielo.

80 [133]

Levántase un rumor de retirarse,

 

y la triste ciudad desamparalla,

 

diciendo que no pueden sustentarse

 

contra los enemigos en batalla:

 

corrillos comenzaban a formarse:

85

la voz común aprueba el despoblalla:

 

algunos con razones importantes

 

reprobaban las causas no bastantes.

 

Dos varias partes eran admitidas,

 

del temor y el amor de la hacienda;

90

la poca gente, muertes y heridas,

 

dicen que la ciudad no se defienda:

 

las haciendas y rentas adquiridas,

 

al liberal temor cogen la rienda:

 

mas luego se esforzó y creció de modo,

95

que al fin se apoderó de todo en todo.

 

La gente principal claro pretende

 

desamparar el pueblo y propio nido:

 

el temeroso vulgo aún no lo entiende,

 

mas tiende oreja atenta a aquel ruïdo,

100

visto el público trato, más no atiende;

 

que súbito, alterado y removido,

 

de nuevo esfuerza el llanto y las querellas,

 

poniendo un alarido en las estrellas.

 

Quién a su casa corre pregonando

105

la venida del bárbaro guerrero;

 

quién aguija a la silla, procurando

 

cincharla en el caballo más ligero:

 

las encerradas vírgenes llorando

 

por las calles sin manto ni escudero,

110

atónitas, de acá y de allá perdidas,

 

a las madres buscaban desvalidas.

[134]

Como las corderillas temerosas

 

de las queridas madres apartadas,

 

balando van perdidas presurosas,

115

haciendo en poco espacio mil paradas,

 

ponen atenta oreja a todas cosas,

 

corren aquí y allí desatinadas;

 

así las tiernas vírgenes llorando,

 

a voces a las madres van llamando.

120

De rato en rato se renueva y crece

 

el llanto, la aflicción y el alarido:

 

tal voz hay que de súbito enmudece,

 

reduciendo el sentir sólo al oïdo:

 

cualquier sombra, Lautaro les parece,

125

su rigurosa voz cualquier ruïdo,

 

alzan la grita y corren, no sabiendo

 

más de ver a los otros ir corriendo.

 

Era cosa de oír bien lastimosa

 

los suspiros, clamores y lamento,

130

haciéndoles mayores cualquier cosa

 

que trae de nuevo el miedo por el viento:

 

desampara la turba temerosa

 

sus casas, posesión y heredamiento,

 

sedas, tapices, camas, recamados,

135

tejos de oro y de plata atesorados.

 

Si alguno hace protestos, requiriendo

 

que no sea la ciudad desamparada,

 

responde el principal: «Yo no lo entiendo

 

ni de mi voluntad soy parte en nada.»

140

Pero el temor un viejo posponiendo,

 

les dice: «¡Gente vil, acobardada,

 

deshonra del honor y ser de España!

 

¿Qué es esto, dónde vais, quién os engaña

[135]

No fue esta corrección de algún provecho

145

ni otras cosas que el viejo les decía;

 

muestran todos hacerse a su despecho

 

y van al que más corre ya la vía.

 

Es justo que la fama cante un hecho

 

digno de celebrarse hasta el día,

150

que cese la memoria por la pluma

 

y todo pierda el ser y se consuma.

 

Doña Mencía de Nidos, una dama

 

noble, discreta, valerosa, osada,

 

es aquélla que alcanza tanta fama

155

en tiempo que a los hombres es negada:

 

estando enferma y flaca en una cama,

 

siente el grande alboroto, y esforzada,

 

asiendo de una espada y un escudo,

 

salió tras los vecinos como pudo.

160

Ya por el monte arriba caminaban,

 

volviendo atrás los rostros afligidos

 

a las casas y tierras que dejaban,

 

oyendo de gallinas mil graznidos:

 

los gatos con voz hórrida maullaban,

165

perros daban tristísimos aullidos,

 

Progne con la turbada Filomena

 

mostraban en sus cantos grave pena.

 

Pero con más dolor doña Mencía,

 

que dello daba indicio y muestra clara,

170

con la espada desnuda lo impedía,

 

y en medio de la cuesta y dellos para.

 

El rostro a la ciudad vuelto decía:

 

«¡Oh valiente nación, a quien tan cara

 

cuesta la tierra y opinión ganada

175

por el rigor y filo de la espada!

[136]

»Decidme ¿qué es de aquella fortaleza

 

que contra los que así teméis mostrastes?

 

¿Qué es de aquel alto punto y la grandeza

 

de la inmortalidad a que aspirastes?

180

¿Qué es del esfuerzo, orgullo, la braveza

 

y el natural valor de que os preciastes?

 

¿Adónde vais, cuitados de vosotros

 

que no viene ninguno tras nosotros?

 

»¡Oh cuántas veces fuistes imputados

185

de impacientes, altivos, temerarios,

 

en los casos dudosos arrojados,

 

sin atender a medios necesarios:

 

y os vimos en el yugo traer domados

 

tan gran número y copia de adversarios,

190

y emprender y acabar empresas tales

 

que distes a entender ser inmortales!

 

»¡Volved a vuestro pueblo ojos piadosos,

 

por vos de sus cimientos levantado;

 

mirad los campos fértiles viciosos

195

que os tienen su tributo aparejado;

 

las ricas minas, y los caudalosos

 

ríos de arenas de oro, y el ganado,

 

que ya de cerro en cerro anda perdido,

 

buscando a su pastor desconocido.

200

»Hasta los animales, que carecen

 

de vuestro racional entendimiento,

 

usando de razón se condolecen,

 

y muestran doloroso sentimiento:

 

los duros corazones se enternecen,

205

no usados a sentir, y por el viento

 

las fieras la gran lástima derraman,

 

y en voz casi formada nos infaman.

[137]

»Dejáis quietud, hacienda y vida honrosa,

 

de vuestro esfuerzo y brazos adquirida,

210

por ir a casa ajena embarazosa

 

a do tendremos mísera acogida:

 

¿Qué cosa puede haber más afrentosa,

 

que ser huéspedes toda nuestra vida?

 

¡Volved, que a los honrados vida honrada

215

les conviene, o la muerte acelerada!

 

»¡Volved, no vais así de esa manera,

 

ni del temor os deis tan por amigos;

 

que yo me ofrezco aquí, que la primera

 

me arrojaré en los hierros enemigos!

220

¡Haré yo esta palabra verdadera

 

y vosotros seréis dello testigos!

 

«¡Volved, volvedgritaba, pero en vano,

 

que a nadie pareció el consejo sano.

 

Como el honrado padre recatado,

225

que piensa reducir con persuasiones

 

al hijo, del propósito dañado,

 

y está alegando en vano mil razones,

 

que al hijo incorregible y obstinado

 

le importunan y cansan los sermones:

230

así al temor la gente ya entregada,

 

no sufre ser en esto aconsejada.

 

Ni a Paulo le pasó con tal presteza

 

por las sienes la Jáculo serpiente,

 

sin perder de su vuelo ligereza,

235

llevándole la vida juntamente,

 

como la odiosa plática y braveza

 

de la dama de Nidos por la gente,

 

pues apenas entró por un oïdo

 

cuando ya por el otro había salido.

240 [138]

Sin escuchar la plática, del todo

 

llevados de su antojo caminaban:

 

mujeres sin chapines por el lodo

 

a gran priesa las faldas arrastraban:

 

fueron doce jornadas de este modo,

245

y a Mapochó al fin dellas arribaban:

 

Lautaro, que se siente descansado,

 

me da priesa, que mucho me he tardado.

 

No es bien que tanto dél nos descuidemos,

 

pues él no se descuida en nuestro daño,

250

y adonde le dejamos volveremos,

 

que fue donde dejó el alcance extraño:

 

En muy poco papel resumiremos

 

un gran proceso y término tamaño:

 

que fuera necesario larga historia

255

para ponerlo extenso por memoria.

 

Mas con la brevedad ya profesada

 

me detendré lo menos que pudiere,

 

y las cosas menudas, de pasada

 

tocaré lo mejor que yo supiere:

260

pido que atenta oreja me sea dada,

 

que el cuento es grave y atención requiere,

 

para que con curiosa y fácil pluma

 

los hechos de estos bárbaros resuma;

 

que luego que el alcance hubo cesado

265

volviendo al hijo de Pillán gozoso,

 

que atrás un largo trecho había quedado,

 

más por autoridad que de medroso,

 

al general despachan un soldado,

 

alojándose el campo en el gracioso

270

valle de Talcamábida importante,

 

de pastos y comidas abundante.

[139]

Un bárbaro valiente que tenía

 

la estancia y heredad en aquel valle,

 

halló un indio cristiano por la vía;

275

pero no se preciando de matalle,

 

prisionero a su casa le traía,

 

y comienza en tal modo a razonalle:

 

«La vida, ¡oh miserable! quiero darte,

 

aunque no la mereces por tu parte.

280

»Pues que ya a la guerravenías,

 

gozando del honor de los guerreros,

 

¿por qué con las mujeres te escondías

 

viendo a hierro morir tus compañeros?

 

Mujer debes de ser, pues que temías

285

tanto de alguna espada los aceros;

 

y así quiero que tengas el oficio

 

en todo lo que toca a mi servicio

 

Mandó que del oficio se encargase

 

que a la mujer honesta es permitido,

290

y la posada y cena concertase,

 

en tanto que del sueño convencido

 

los fatigados miembros recrease:

 

y habiéndose a su cama recogido,

 

al mundo el Sol dos vueltas había dado,

295

y no había el araucano despertado:

 

sepultado en un sueño tan profundo

 

como si de mil años fuera muerto,

 

hasta que el claro Sol dio luz al mundo

 

a la vuelta tercera; que despierto

300

pidió la usada ropa, y lo segundo

 

si estaba la comida ya en concierto:

 

el diligente siervo respondía

 

que después de guisada estaba fría:

[140]

diciéndole también cómo había estado

305

cincuenta horas de término en el lecho,

 

del trabajo y manjares olvidado,

 

con todo lo demás que se había hecho;

 

y que el comer estaba aparejado,

 

si del sueño se hallaba satisfecho.

310

El bárbaro responde: «No me espanto

 

de haber sin despertar dormido tanto;

 

»que el cuidoso Lautaro apercebido,

 

por hacer desear vuestra llegada,

 

la gente en escuadrones ha tenido

315

con tal orden y tasa castigada,

 

que aún el sentarnos era defendido

 

en acabando Apolo su jornada,

 

hasta que ya los rayos de su lumbre

 

nos daban de la vuelta certidumbre.

320

»Si alguno de su puesto se movía,

 

sin esperar descargo le empalaba,

 

y aquél que de cansado se dormía

 

en medio de dos picas le colgaba:

 

quien cortaba una espiga, allí moría,

325

de más de la ración que se le daba:

 

con órdenes estrechas y precetos

 

nos tuvo, como digo, así sujetos.

 

»Desta suerte estuvimos los soldados

 

más de catorce noches aguardando,

330

las picas altas, a ellas arrimados,

 

vuestra tarda venida deseändo:

 

del sueño y del cansancio quebrantados,

 

pasando gran trabajo, hasta cuando

 

supimos que llegábades ya junto,

335

que nos quitó el cansancio en aquel punto

[141]

Viendo el silencio que en el valle había,

 

le pregunta si el campo era partido

 

el mozo dice: «Ayer antes del día

 

salió de aquí con súbito ruïdo;

340

afirmarte la causa no sabría;

 

aunque por claras muestras he entendido

 

que la ciudad de Penco torreada

 

era del español desamparada

 

Así era la verdad, que caminado

345

habían los escuadrones vencedores

 

hacia el pueblo español, desamparado

 

de los inadvertidos moradores.

 

La codicia del robo y el cuidado

 

les puso espuelas y ánimos mayores:

350

siete leguas del valle a Penco había

 

y arribaron en sólo medio día.

 

A vista de las casas, ya la gente

 

se reparte por todos los caminos,

 

porque el saco del pueblo sea igualmente

355

lleno de ropa y falto de vecinos:

 

apenas la señal del partir siente,

 

cuando cual negra banda de estorninos

 

que se abate al montón del blanco trigo,

 

baja al pueblo el ejército enemigo.

360

La ciudad yerma en gran silencio atiende

 

el presto asalto y fiera arremetida

 

de la bárbara furia, que deciende

 

con alto estruendo y con veloz corrida:

 

el menos codicioso allí pretende

365

la casa más copiosa y bastecida:

 

vienen de gran tropel hacia las puertas,

 

todas de par en par francas y abiertas.

[142]

Corren toda la casa en el momento,

 

y en un punto escudriñan los rincones;

370

muchos por no engañarse por el tiento

 

rompen y descerrajan los cajones;

 

baten tapices, rimas y ornamento,

 

camas de seda y ricos pabellones,

 

y cuanto descubrir pueden de vista,

375

que no hay quien los impida ni resista.

 

No con tanto rigor el pueblo griego

 

entró por el troyano alojamiento,

 

sembrando frigia sangre y vivo fuego,

 

talando hasta en el último cimiento;

380

cuanto de ira, venganza y furor ciego,

 

el bárbaro, del robo no contento,

 

arruïna, destroza, desperdicia,

 

y así aún no satisface su malicia.

 

Quién sube la escalera y quién abaja,

385

quién a la ropa y quién al cofre aguija,

 

quién abre, quién desquicia y desencaja,

 

quién no deja fardel ni baratija;

 

quién contiende, quién riñe, quién baraja,

 

quién alega y se mete a la partija:

390

por las torres, desvanes y tejados

 

aparecen los bárbaros cargados.

 

No en colmenas de abejas la frecuencia,

 

priesa y solicitud, cuando fabrican

 

en el panal la miel con providencia,

395

que a los hombres jamás lo comunican;

 

ni aquel salir, entrar y diligencia

 

con que las tiernas flores melifican,

 

se puede comparar, ni ser figura

 

de lo que aquella gente se apresura

400 [143]

alguno de robar no se contenta

 

la casa que le da cierta ventura;

 

que la insaciable voluntad sedienta

 

otra de mayor presa le figura:

 

haciendo codiciosa y necia cuenta

405

busca la incierta y deja la segura;

 

y llegando, el Sol puesto, a la posada,

 

se queda por buscar mucho sin nada.

 

También se roba entre ellos lo robado,

 

que poca cuenta y amistad había,

410

si no se pone en salvo a buen recado,

 

que allí el mayor ladrón más adquiría;

 

cuál lo saca arrastrando, cuál cargado

 

va, que del propio hermano no se fía:

 

más parte a ningún hombre se concede

415

de aquello que llevar consigo puede.

 

Como para el invierno se previenen

 

las guardosas hormigas avisadas,

 

que a la abundante troje van y vienen

 

y andan en acarretos ocupadas,

420

no se impiden, estorban, ni detienen,

 

dan las vacías paso a las cargadas;

 

así los araucanos codiciosos

 

entran, salen y vuelven presurosos.

 

Quien buena parte tiene, más no espera,

425

que presto pone fuego al aposento;

 

no aguarda que los otros salgan fuera,

 

ni tiene al edificio miramiento:

 

la codiciosa llama de manera

 

iba en tanto furor y crecimiento,

430

que todo el pueblo mísero se abrasa,

 

corriendo el fuego ya de casa en casa.

[144]

Por alto y bajo el fuego se derrama,

 

los cielos amenaza el son horrendo,

 

de negro humo espeso y viva llama

435

la infelice ciudad se va cubriendo:

 

treme la Tierra en torno, el fuego brama,

 

de subir a su esfera presumiendo:

 

caen de rica labor maderamientos

 

resumidos en polvos cenicientos.

440

Piérdese la ciudad más fértil de oro

 

que estaba en lo poblado de la tierra,

 

y adonde más riquezas y tesoro,

 

según fama, en sus términos se encierra:

 

¡Oh, cuántos vivirán en triste lloro,

445

que les fuera mejor continua guerra!

 

Pues es mayor miseria la pobreza

 

para quien se vio en próspera riqueza.

 

A quién diez, a quién veinte, y a quién treinta

 

mil ducados por año les rentara:

450

el más pobre tuviera mil de renta,

 

de aquí ninguno de ellos abajara:

 

la parte de Valdivia era sin cuenta,

 

si la ciudad en paz se sustentara,

 

que en torno la cercaban ricas venas

455

fáciles de labrar y de oro llenas.

 

Cien mil casados súbditos servían

 

a los de la ciudad desamparada,

 

sacar tanto oro en cantidad podían

 

que a tenerse viniera casi en nada:

460

Esto que digo y la opinión perdían

 

por aflojar el brazo de la espada,

 

ganados, heredades, ricas casas,

 

que ya se van tornando en vivas brasas.

[145]

La grita de los bárbaros se entona,

465

no cabe el gozo dentro de sus pechos,

 

viendo que el fuego horrible no perdona

 

hermosas cuadras ni labrados techos:

 

en tanta multitud no hay tal persona

 

que de verlos se duela así deshechos;

470

antes suspiran, gimen y se ofenden

 

porque tanto del fuego se defienden.

 

Paréceles que es lento y espacioso,

 

pues tanto en abrasarlos se tardaba,

 

y maldicen al Tracio proceloso

475

porque la flaca llama no esforzaba:

 

al caer de las casas sonoroso

 

un terrible alarido resonaba,

 

que junto con el humo y las centellas,

 

subiendo amenazaba las estrellas.

480

Crece la fiera llama en tanto grado

 

que las más altas nubes encendía;

 

Tracio con movimiento arrebatado

 

sacudiendo los árboles venía;

 

y Vulcano al rumor, sucio y tiznado,

485

con los herreros fuelles acudía,

 

que ayudaron su parte al presto fuego,

 

y así se apoderó de todo luego.

 

Nunca fue de Nerón el gozo tanto

 

de ver en la gran Roma poderosa

490

prendido el fuego ya por cada canto,

 

vista sola a tal hombre deleitosa;

 

ni aquello tan gran gusto le dio, cuanto

 

gusta la gente bárbara dañosa

 

de ver cómo la llama se extendía,

495

y la triste ciudad se consumía.

[146]

Era cosa de oír dura y terrible

 

de estallidos el son y grande estruendo;

 

el negro humo espeso e insufrible,

 

cual nube en aire, así se va imprimiendo:

500

no hay cosa reservada al fuego horrible,

 

todo en sí lo convierte, resumiendo

 

los ricos edificios levantados

 

en antiguos corrales derribados.

 

Llegado al fin el último contento

505

de aquella fiera gente vengativa,

 

aún no parando en esto el mal intento,

 

ni planta en pie, ni cosa dejan viva.

 

El incendio acabado, como cuento,

 

un mensajero con gran priesa arriba

510

del hijo de Leocán, y su embajada

 

será en el otro canto declarada.

 

 

 

 

 

[147]




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