Un limpio honor
del ánimo ofendido
|
|
jamás puede
olvidar aquella afrenta,
|
|
trayendo al
hombre siempre así encogido
|
|
que dello sin
hablar da larga cuenta:
|
|
y
en el mayor contento, desabrido
|
5
|
se le pone
delante, y representa
|
|
la dura y grave
afrenta, con un miedo
|
|
que todos le
señalan con el dedo.
|
|
Si bien esto
los nuestros lo miraran
|
|
y al temor con
esfuerzo resistieran,
|
10
|
sus haciendas y casas
sustentaran,
|
|
y en la justa
demanda fenecieran:
|
|
de mil
desabrimientos no gustaran,
|
|
ni al terrero
del vulgo se pusieran;
|
|
del vulgo, que
jamás dice lo bueno,
|
15
|
ni en decir los
defectos tiene freno.
|
[148]
|
Pero de un
bando y de otro contemplada
|
|
la diferencia
en número de gentes,
|
|
la ciudad sin
reparos, descercada,
|
|
con otra
infinidad de inconvenientes:
|
20
|
y el ver
puestas al filo de la espada
|
|
las gargantas
de tantos inocentes,
|
|
niños, mujeres, vírgenes sin
culpa,
|
|
será bastante y
lícita disculpa.
|
|
Si no es
disculpa y causa lo que digo,
|
25
|
se puede
atribuir este suceso
|
|
a que fue del
Señor justo castigo,
|
|
visto de su
soberbia el gran exceso:
|
|
permitiendo que
el bárbaro enemigo,
|
|
aquél que fue
su súbdito y opreso,
|
30
|
los eche de su
tierra y posesiones,
|
|
y les ponga el honor en opiniones.
|
|
Bien que en la
Concepción copia de gente
|
|
estaba a la
sazón, pero gran parte
|
|
de barba blanca
y arrugada frente,
|
35
|
inútil en la
dura y bélica arte,
|
|
y poca de la edad
más suficiente
|
|
a resistir el
gran rigor de Marte
|
|
y a la parcial
fortuna, que se muestra
|
|
en todos los
sucesos ya siniestra.
|
40
|
¿Quién podrá
con el bando lautarino,
|
|
viendo que su
opinión tanto crecía,
|
|
y la fortuna
próspera el camino
|
|
en nuestro daño
y su provecho abría?
|
|
No piensa
reparar hasta el divino
|
45
|
cielo y
arruïnar su monarquía,
|
|
haciendo
aquellos bárbaros bizarros,
|
|
grandes fieros, bravezas y
desgarros.
|
[149]
|
Pues el pueblo
de Penco desolado
|
|
y de la fiera
llama consumido,
|
50
|
dije como a
gran priesa había llegado
|
|
un
indio mensajero, conocido,
|
|
que por
Caupolicán era enviado;
|
|
y habiendo de
su parte encarecido
|
|
la gran
batalla, digna de memoria,
|
55
|
las gracias les
rindió de la vitoria.
|
|
Dijo también,
sin alargar razones,
|
|
que el general
mandaba que partiese
|
|
Lautaro con los
prestos escuadrones,
|
|
y en el valle
de Arauco se metiese,
|
60
|
donde el senado
y junta de varones
|
|
tratase lo que
más les conviniese;
|
|
pues en fértil valle hay
aparejo
|
|
para la junta y
general consejo.
|
|
En oyendo
Lautaro aquel mandato,
|
65
|
levanta el
campo, sin parar camina,
|
|
deja gran
tierra atrás, y en poco rato
|
|
al monte
Andalicano se avecina:
|
|
y por llegar
con súbito rebato
|
|
el camino
torció por la marina,
|
70
|
ganoso de
burlar al bando amigo,
|
|
tomando el
nombre y voz del enemigo.
|
|
Tanto marchó,
que al asomar del día
|
|
dio sobre el
general súbitamente,
|
|
con una
baraúnda y vocería
|
75
|
que puso en
arma y alteró la gente:
|
|
mas vuelto el
alboroto en alegría,
|
|
conocida la
burla claramente,
|
|
los unos y los otros sin
firmarse
|
|
sueltas las armas corren a
abrazarse.
|
80 [150]
|
Caupolicán alegre,
humano y grave,
|
|
los recibe,
abrazando al buen Lautaro,
|
|
y con regalo y
plática süave
|
|
le da prendas y
honor de hermano caro:
|
|
la gente, que
de gozo en sí no cabe,
|
85
|
por la ribera
de un arroyo claro,
|
|
en juntas y
corrillos derramada,
|
|
celebra de
beber la fiesta usada.
|
|
Algún tiempo
pasaron después de esto
|
|
antes que el
gran senado fuese junto,
|
90
|
tratando en su
jornada y presupuesto
|
|
desde el
principio al fin sin faltar punto:
|
|
pero al término
justo y plazo puesto
|
|
llegó la demás
gente, y todo a punto,
|
|
los principales
hombres de la tierra
|
95
|
entraron en
consulta a uso de guerra.
|
|
Llevaba el
general aquel vestido
|
|
con que
Valdivia ante él fue presentado;
|
|
era
de verde y púrpura, tejido
|
|
con rica plata
y oro recamado,
|
100
|
un peto fuerte,
en buena guerra habido,
|
|
de fina pasta y
temple relevado,
|
|
la celada de
claro y limpio acero,
|
|
y un mundo de
esmeralda por cimero.
|
|
Todos los capitanes señalados
|
105
|
a la española
usanza se vestían,
|
|
la gente del
común y los soldados
|
|
se visten del
despojo que traían;
|
|
calzas, jubones, cueros
desgarrados,
|
|
en gran estima
y precio se tenían;
|
110
|
por inútil y bajo se juzgaba
|
|
el que español
despojo no llevaba.
|
[151]
|
A manera de
triunfos, ordenaron
|
|
el venir a la
junta así vestidos
|
|
y en el
consejo, como digo, entraron
|
115
|
ciento y
treinta caciques escogidos:
|
|
por su
costumbre antigua se sentaron,
|
|
según que por
la espada eran tenidos.
|
|
Estando en gran
silencio el pueblo ufano,
|
|
así soltó la
voz Caupolicano.-
|
120
|
«Bien entendido
tengo yo, varones,
|
|
para que
nuestra fama se acreciente,
|
|
que no es
menester fuerza de razones,
|
|
mas sólo el
apuntarlo brevemente;
|
|
que, según
vuestros fuertes corazones,
|
125
|
entrar la
España pienso fácilmente,
|
|
y el gran
Emperador, invicto Carlo
|
|
al dominio
araucano sujetarlo.
|
|
»Los españoles vemos que ya
entienden
|
|
el peso de las
mazas barreadas,
|
130
|
pues ni en
campo ni en muro nos atienden:
|
|
sabemos cómo
cortan sus espadas,
|
|
y cuán poco las mallas los
defienden
|
|
del corte de
las hachas aceradas;
|
|
si sus picas son largas y
fornidas,
|
135
|
con las
vuestras han sido ya medidas.
|
|
»De vuestro
intento asegurarme quiero,
|
|
pues estoy del
valor tan satisfecho,
|
|
que gruesos
muros de templado acero
|
|
allanaréis
poniéndoles el pecho:
|
140
|
con esta
confianza, yo el primero
|
|
seguiré vuestro
bando y el derecho
|
|
que tenéis de
ganar la fuerte España
|
|
y conquistar
del mundo la campaña.
|
[152]
|
»La deidad de
esta gente entenderemos
|
145
|
y
si del alto cielo cristalino
|
|
deciende, como
dicen, abriremos
|
|
a puro hierro
anchísimo camino;
|
|
su género y
linaje asolaremos:
|
|
que no bastará
ejército divino,
|
150
|
ni divino
poder, esfuerzo y arte,
|
|
si todos nos
hacemos a una parte.
|
|
»En fin,
fuertes guerreros, como digo,
|
|
no puede mi
intención más declararse.
|
|
Aquél que me
quisiere por amigo,
|
155
|
a tiempo está
que puede señalarse:
|
|
ténganme desde
aquí por enemigo
|
|
el que quisiere
a paces arrimarse».-
|
|
Aquí dio fin y
su intención propuesta,
|
|
esperaba sereno
la respuesta.
|
160
|
Ceja no se
movió, y aun el aliento
|
|
apenas al
espíritu halló vía
|
|
mientras duró
el soberbio parlamento,
|
|
que el gran
Caupolicano les hacía.
|
|
Hubo en el
responder el cumplimiento
|
165
|
y ceremonia
usada en cortesía;
|
|
a Lautaro
tocaba, y excusado,
|
|
Lincoya así
responde levantado.-
|
|
«Señor, yo no
me he visto tan gozoso
|
|
después que en
este triste mundo vivo,
|
170
|
como en ver
manifiesto el valeroso
|
|
intento tuyo,
el ánimo y motivo:
|
|
y así, por
pensamiento tan glorioso,
|
|
me ofrezco por
tu siervo y tu cautivo:
|
|
que no quiero
ser rey del cielo y tierra
|
175
|
si hubiese de
acabarse aquí la guerra.
|
[153]
|
»Y en testimonio
desto, yo te juro
|
|
de te seguir y
acompañar de hecho;
|
|
ni por áspero
caso, adverso y duro
|
|
a la patria
volver jamás el pecho:
|
180
|
desto puedes,
señor, estar seguro;
|
|
y todo faltará y será deshecho
|
|
antes que la
palabra acreditada
|
|
de un hombre
como yo por prenda dada.»-
|
|
Así dijo; y
tras él, aunque rogado,
|
185
|
el buen
Peteguelén, Curaca anciano,
|
|
de condición
muy áspera enojado,
|
|
pero afable en
la paz, fácil y humano;
|
|
viejo, enjuto,
dispuesto, bien trazado,
|
|
señor de aquel
hermoso y fértil llano,
|
190
|
con espaciosa
voz y grave gesto
|
|
propuso en sus razones sabias
esto.-
|
|
«Fuerte
varón y capitán perfeto,
|
|
no dejaré de
ser el delantero
|
|
a probar la
fineza deste peto
|
195
|
y si mi hacha
rompe el fino acero;
|
|
mas, como quien
lo entiende, te prometo
|
|
que falta por
hacer mucho primero
|
|
que salgan
españoles desta tierra,
|
|
cuanto más ir a
España a mover guerra.
|
200
|
»Bien será que,
señor, nos contentemos
|
|
con lo que nos
dejaron los pasados,
|
|
y a nuestros
enemigos desterremos,
|
|
que están en lo
más dello apoderados:
|
|
después, por el
suceso entenderemos
|
205
|
mejor el
disponer de nuestros hados.
|
|
Esto a mí me
parece; y quien quisiere
|
|
proponga otra
razón si mejor fuere.»-
|
[154]
|
Callando este
cacique, se adelanta
|
|
Tucapelo, de
cólera encendido,
|
210
|
y sin respeto
así la voz levanta
|
|
con un tono
soberbio y atrevido,
|
|
diciendo: «A mí
la España no me espanta,
|
|
y no quiero por
hombre ser tenido
|
|
si solo no
arruïno a los cristianos,
|
215
|
ora sean
divinos, ora humanos.
|
|
»Pues lanzarlos
de Chile y destruirlos
|
|
no será para mí
bastante guerra;
|
|
que pienso, si
me esperan, confundirlos
|
|
en el profundo
centro de la tierra;
|
220
|
y si huyen, mi
maza ha de seguirlos,
|
|
que es la que
deste mundo los destierra:
|
|
por eso no nos
ponga nadie miedo,
|
|
que aún no haré
en hacerlo lo que puedo.
|
|
»Y por mi
diestro brazo os aseguro,
|
225
|
si la maza dos
años me sustenta,
|
|
a despecho del
cielo, a hierro puro
|
|
de dar desto
descargo y buena cuenta,
|
|
y no dejar de
España enhiesto muro;
|
|
y aun el ánimo
a más se me acrecienta,
|
230
|
que después que
allanare el ancho suelo,
|
|
a guerra
incitaré al supremo cielo.
|
|
»Que no son hados, es pura
flaqueza
|
|
la que nos pone
estorbos y embarazos:
|
|
pensar que haya
fortuna, es gran simpleza,
|
235
|
la fortuna es
la fuerza de los brazos:
|
|
la máquina del
cielo y fortaleza
|
|
vendrá primero
abajo hecha pedazos,
|
|
que Tucapel en
esta y otra empresa
|
|
falte
un mínimo punto en su promesa.»-
|
240 [155]
|
Peteguelén, la
vieja sangre fría
|
|
se le encendió
de rabia, y levantado
|
|
le dice: «¡Oh
arrogante! La osadía
|
|
sin discreción
jamás fue de esforzado...»
|
|
Pero
Caupolicán, que conocía
|
245
|
del viejo a
tiempo el ánimo arrojado,
|
|
con discreción
le ataja las razones,
|
|
haciendo
proponer a otros varones.
|
|
Purén se ofrece
allí, y Angol se ofrece
|
|
no con menor
braveza y desatiento:
|
250
|
Ongolmo no
quedó, según parece,
|
|
de mostrar su
soberbio pensamiento:
|
|
del uno en otro
multiplica y crece
|
|
el número en el
mismo ofrecimiento.
|
|
Colocolo, que
atento estaba a todo,
|
255
|
sacó la voz,
diciendo de este modo.-
|
|
«La verde edad
os lleva a ser furiosos,
|
|
¡oh hijos!, y nosotros los
ancianos
|
|
no somos en el
mundo provechosos
|
|
más de para
decir consejos sanos;
|
260
|
que no nos
ciegan humos vaporosos
|
|
del juvenil hervor y años
lozanos:
|
|
y así, como más
libres, entendemos
|
|
lo que siendo
mancebos no podemos.
|
|
»Vosotros,
capitanes esforzados,
|
265
|
de sola una
vitoria envanecidos,
|
|
estáis de tal
manera levantados,
|
|
que os parecen
ya pocos los nacidos:
|
|
templad, templad los pechos
alterados
|
|
y esos vanos esfuerzos mal
regidos;
|
270
|
no hagáis de
españoles tal desprecio,
|
|
que no venden
sus vidas a mal precio.
|
[156]
|
»Si dos veces,
por dicha, los vencistes,
|
|
mirad cuando
primero aquí vinieron
|
|
que resistir su
fuerza no pudistes,
|
275
|
pues más de
cinco veces os vencieron:
|
|
En el licúreo
campo ya lo vistes
|
|
lo que solos
catorce allí hicieron:
|
|
no será poco
hecho y buen partido
|
|
cobrar la
tierra y crédito perdido.
|
280
|
»Debemos
procurar con seso y arte
|
|
redimir nuestra
patria, y libertarnos,
|
|
dando a
vuestras bravezas menos parte,
|
|
pues más pueden dañar que
aprovecharnos.
|
|
¡Oh hijo de
Leocán!, quiero avisarte,
|
285
|
si quieres como
sabio gobernarnos,
|
|
que
temples esta furia, y con maduro
|
|
seso pongas
remedio en lo futuro.
|
|
»El consejo más
sano y conveniente
|
|
es que el campo
en tres bandas repartido,
|
290
|
a un tiempo,
aunque por parte diferente,
|
|
dé sobre el
Cautén, pueblo aborrecido:
|
|
bien que esté
en su defensa buena gente,
|
|
es poca; y este
asiento destruïdo,
|
|
Valdivia de
allanar fácil sería,
|
95
|
pues no alcanza
arcabuz ni artillería.
|
|
»Sólo a mí
Santiago me da pena;
|
|
pero modo a su
tiempo buscaremos
|
|
para poderla
entrar, y La Serena
|
|
fácilmente
después la allanaremos.
|
300
|
Aunque sujeto a
lo que el hado ordena,
|
|
es el mejor
camino que tenemos.»
|
|
Acabando con
esto el sabio viejo,
|
|
a muchos
pareció bien su consejo.
|
[157]
|
Tras este otro
Curaca, hechicero,
|
305
|
de la vejez
decrépita impedido,
|
|
Puchecalco se
llama el agorero,
|
|
por sabio en
los pronósticos tenido,
|
|
con profundo
suspiro, íntimo y fiero,
|
|
comienza así a
decir entristecido:
|
310
|
«Al negro
Eponamón doy por testigo
|
|
de lo que
siempre he dicho y ahora digo.
|
|
»Por un término
breve se os concede
|
|
la libertad, y
habéis lo más gozado:
|
|
mudarse esta
sentencia ya no puede,
|
315
|
que está por
las estrellas ordenado,
|
|
y que fortuna
en vuestro daño ruede:
|
|
mirad que os
llama ya el preciso hado
|
|
a dura sujeción
y trances fuertes:
|
|
repárense a lo
menos tantas muertes.
|
320
|
»El aire de
señales anda lleno,
|
|
y las nocturnas aves van
turbando
|
|
con sordo vuelo
el claro día sereno,
|
|
mil prodigios funestos
anunciando:
|
|
las plantas con
sobrado humor terreno
|
325
|
se van, sin
producir fruto, secando:
|
|
las estrellas,
la luna, el sol lo afirman;
|
|
cien mil
agüeros tristes lo confirman.
|
|
»Mírolo todo, y
todo contemplado,
|
|
no sé en qué
pueda yo esperar consuelo,
|
330
|
que de su
espada el Orïón armado
|
|
con gran ruïna
ya amenaza el suelo:
|
|
Júpiter se ha
al Ocaso retirado;
|
|
sólo
Marte sangriento posee el cielo,
|
|
que, denotando
la futura guerra,
|
335
|
enciende un
fuego bélico en la tierra.
|
[158]
|
»Ya la furiosa
Muerte irreparable,
|
|
viene a nosotros
con airada diestra;
|
|
y la amiga
Fortuna favorable
|
|
con diferente
rostro se nos muestra;
|
340
|
y Eponamón
horrendo y espantable,
|
|
envuelto en la
caliente sangre nuestra,
|
|
la corva garra
tiende, el cerro yerto,
|
|
llevándonos al
no sabido puerto.»
|
|
Tucapel, que de
rabia reventando
|
345
|
estaba oyendo
al viejo, más no atiende,
|
|
que dice: «Yo
veré si adivinando
|
|
de mi maza este
necio se defiende.»
|
|
Diciendo esto,
y la maza levantando,
|
|
la derriba
sobre él, y así lo tiende,
|
350
|
que jamás mudó
curso de planeta
|
|
ni fue más
adivino ni profeta.
|
|
Quedole desto
el brazo tan sabroso,
|
|
según la
muestra, que movido estuvo
|
|
de dar tras el
senado religioso,
|
355
|
y no sé la
razón que lo detuvo.
|
|
Caupolicán,
atónito y rabioso
|
|
trasportada la
mente un rato estuvo;
|
|
mas vuelto en
sí, con voz horrible y fiera
|
|
gritaba:
«¡Capitanes, muera! ¡Muera!»
|
360
|
No le dio tanto
gusto a aquella gente
|
|
lo que Caupolicano
le decía,
|
|
cuanto al
soberbio bárbaro impaciente
|
|
viendo que
ocasión tal se le ofrecía:
|
|
era alto el
tribunal, pero el valiente
|
365
|
los hace saltar
de él tan a porfía,
|
|
que ciento y
treinta que eran, en un punto
|
|
saltan los
ciento y él tras ellos junto.
|
[159]
|
Los que en el
alto tribunal quedaron
|
|
son los en esta
historia señalados,
|
370
|
que jamás de su
asiento se mudaron,
|
|
de donde lo
miraban sosegados:
|
|
que de ver uno
solo no curaron
|
|
mostrarse por
tan poco alborotados,
|
|
aunque los que
saltaron de tan alto
|
375
|
en menos
estimaron aquel salto.
|
|
Cubierto
Tucapel de fina malla
|
|
saltó como un
ligero y suelto pardo
|
|
en medio de la
tímida canalla,
|
|
haciendo plaza
el bárbaro gallardo:
|
380
|
con
silbos, grita, en desigual batalla,
|
|
con piedra,
palo, flecha, lanza y dardo
|
|
le persigue la
gente de manera
|
|
como si fuera
toro o brava fiera.
|
|
Según suele
jugar por gran destreza
|
385
|
el liviano
montante un buen maestro,
|
|
hiriendo con
extraña ligereza
|
|
delante, atrás,
a diestro y a siniestro;
|
|
con más
desenvoltura y más presteza,
|
|
mostrándose en
los golpes fuerte y diestro,
|
390
|
el fiero
Tucapel en la pelea
|
|
con la pesada
maza se rodea.
|
|
De tullir y
mancar no se contenta,
|
|
ni para
contentarse esto le basta;
|
|
sólo de
aquellos tristes hace cuenta
|
395
|
que su maza los
hace torta o pasta:
|
|
rompe, magulla,
muele y atormenta,
|
|
desgobierna,
destroza, estropia y gasta:
|
|
tiros llueven
sobre él arrojadizos
|
|
cual tempestad
furiosa de granizos.
|
400 [160]
|
Pero sin miedo
el bárbaro sangriento
|
|
por las espesas armas
discurría;
|
|
brazos, cabezas
y ánimos sin cuento
|
|
soberbios
quebrantó en solo aquel día;
|
|
y cual menuda
lluvia por el viento
|
405
|
la sangre y
frescos sesos esparcía:
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no discierne al
pariente del extraño,
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haciéndolos
iguales en el daño.
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Las armas eran sólo en
defenderle
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de la canalla
bárbara araucana,
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que en montón
trabajaba de ofenderle;
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mas el temor la
ofensa hacía liviana.
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Era, cierto,
admirable cosa verle
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saltar y
acometer con furia insana,
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desmembrando la
gente, sin poderse
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de su maza y
presteza defenderse.
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Caupolicán, del
caso no pensado
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en tal furor y
cólera se enciende,
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que estaba de
bajar determinado
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aunque su
gravedad se lo defiende:
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pero Lautaro
alegre y admirado
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miraba cómo
solo así contiende
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un hombre
contra tanto barbarismo,
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incrédulo y
dudoso de sí mismo.
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Y en esto al
General, con el debido
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respeto y ojos bajos en el
suelo
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le dice: «Una
merced, señor, te pido,
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si
algo merecen mi intención y celo,
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y es, que el
gran desacato cometido,
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perdones
francamente a Tucapelo,
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pues ha
mostrado en campo claramente
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valer él más
que toda aquella gente.»
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Perplejo el
General estaba en duda;
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pero mirando al
fin quién lo pedía,
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luego el
ejecutivo intento muda,
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y con el rostro
alegre respondía:
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«Él ha tenido
en vos bastante ayuda,
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por la cual le
perdono», y más decía,
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que fuese a las
escuadras, y mandase
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que el
combatirle más luego cesase.
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Baja Lautaro al
campo, y prestamente
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el rico cuerno
a retirar tocaba,
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al son del cual
se recogió la gente,
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que recogerse a
nadie le pesaba:
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sólo lo siente
el bárbaro valiente,
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que satisfecho
a su labor no estaba;
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y volviendo a
Lautaro el fiero gesto,
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en alta y libre
voz le dijo aquesto:-
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«¿Cómo, buen capitán, has
estorbado
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el tomar desta
vil canalla emienda,
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y verme destos
rústicos vengado
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para que mi
valor mejor se entienda?»
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Lautaro le responde:
«Es excusado
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quien viniere
contigo a la contienda
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que se pueda
valer contra tu diestra,
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según que dello
has dado aquí la muestra.
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»Conmigo puedes
ir, que te aseguro
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que ningún daño
y mal te sobrevenga.»
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Tucapel le
responde: «Yo te juro
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que un paso ese
temor no me detenga:
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mi maza es la
que a mí me da el seguro;
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lo demás como
quiera vaya y venga:
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que el miedo es
de los niños y mujeres.
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Sus, alto,
vamos luego a do quisieres.»
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Juntos los dos
al tribunal llegando,
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Tucapel de
Lautaro adelantado
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subió por la
escalera, no mostrando
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punto de
alteración por lo pasado:
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el sagaz
General disimulando
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con graciosa
aparencia le ha tratado;
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y de la rota
plática el estilo
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Lautaro así
diciendo añudó el hilo:
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«Invicto
capitán, yo he estado atento
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a lo que estos
varones han propuesto,
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y
no sé figurarte el gran contento
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que me da ver
su esfuerzo manifiesto:
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si de servirte
tengo sano intento,
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mis obras por las tuyas dirán
esto;
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pues para ser
del todo agradecidas
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será poco
perder por ti mil vidas.
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»Estos fuertes
guerreros ayudarte
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quieren a
restaurar la propia tierra,
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porque en ello
les va también su parte,
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y por el vicio
grande de la guerra:
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no puedo yo
dejar de aconsejarte,
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aunque todo el
consejo en ti se encierra,
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aquello que
mejor me pareciere
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y más bien al
bien público viniere.
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»Es mi voto que
debes atenerte
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al consejo, con
término discreto,
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del sabio
Colocolo; que por suerte
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le cupo ser en
todo tan perfeto:
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así que, gran
señor, sin detenerte,
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cumple que esto
se ponga por efeto
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antes que los
cristianos se aperciban,
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porque más
flacamente nos reciban.
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»Y pues que
Mapochó sólo es temido,
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después que lo
demás esté allanado,
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por el potente
Eponamón te pido
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que el cargo de
asolarle me sea dado:
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la tierra palmo
a palmo la he medido,
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con españoles
siempre he militado:
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entiendo sus
astucias e invenciones,
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el modo, el
arte, el tiempo y ocasiones.
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»Quinientos
araucanos solamente
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quiero para la
empresa que yo digo,
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escogidos en
toda nuestra gente:
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un soldado de
más no ha de ir conmigo.
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Aquí lo digo,
estando tú presente
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y estos sabios
caciques, que me obligo
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de darte la
ciudad puesta en las manos
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con cien
cabezas nobles de cristianos.»
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Aquí se cerró
el bárbaro orgulloso
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y gran rato
sobre ello platicaron:
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pareciéndoles
modo provechoso,
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todos en este
acuerdo concordaron:
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después do
estaba el pueblo deseoso
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de saber
novedades, se bajaron,
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donde lo
difinido y decretado
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con general
pregón fue declarado.
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Estuvieron allí
catorce días
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en
grande regocijo y mucha fiesta,
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ocupados en juegos y alegrías,
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y en quién más
veces bebe sobre apuesta:
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después contra
los pueblos del Mesías
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la alborozada
gente en orden puesta,
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marcha
Caupolicán con la vanguardia,
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quedando
Lemolemo en retaguardia.
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Cerca llegó el
ejército furioso
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de la Imperial,
fundada en sitio fuerte,
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donde el fiero
enemigo vitorioso
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la pensaba
entregar presto a la muerte:
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mas el Eterno
Padre poderoso
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lo dispone y ordena
de otra suerte,
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dilatando el
azote merecido,
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como veréis,
prestando atento oïdo.
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