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Alonso de Ercilla y Zúñiga
La Araucana

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  • Canto IX
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Canto IX

Llegan los araucanos a tres leguas de la Imperial con grueso ejército: no ha efeto su intención por permisión divina. Dan vuelta a sus tierras, adonde les vino nueva que los españoles estaban en el asiento de Penco reedificando la ciudad de la Concepción; vienen sobre los españoles, y hubo entre ellos una recia batalla.

Si los hombres no ven milagros tantos

 

como se vieron en la edad pasada,

 

es causa haber agora pocos santos,

 

y estar la ley cristiana autorizada:

 

y así de cualquier cosa hacen espantos

5

que sobre el natural uso es obrada;

 

y no sólo al Autor no dan creencia,

 

mas ponen en su crédito dolencia.

 

Que si al enfermo quiere Dios sanarle,

 

por su costumbre y tiempo convalece:

10

si al bajo miserable levantarle,

 

por modos ordinarios le engrandece,

 

si al soberbio hinchado derribarle,

 

por naturales términos se ofrece:

 

de suerte que las cosas de esta vida

15

van por su natural curso y medida.

[166]

Por do vemos que Dios quiere y procura

 

hacer su voluntad naturalmente,

 

sirviendo de instrumento la Natura,

 

sobre la cual él solo es el potente;

20

y así los que creyeron por fe pura

 

merecen más que si palpablemente

 

viesen lo que, después de ya visible,

 

sacarlos de que fue sería imposible.

 

En contar una cosa estoy dudoso,

25

que soy de poner dudas enemigo,

 

y es un extraño caso milagroso,

 

que fue todo un ejército testigo:

 

aunque yo soy en esto escrupuloso,

 

por lo que dello arriba, Señor, digo,

30

no dejaré en efeto de contarlo,

 

pues los indios no dejan de afirmarlo.

 

Y manifiesto vemos hoy en día

 

que, porque la Ley sacra se extendiese,

 

nuestro Dios los milagros permitía

35

y que el natural orden se excediese:

 

presumirse podrá por esta vía

 

que, para que a la fe se redujese

 

la bárbara costumbre y ciega gente,

 

usase de milagros claramente.

40

Ya dije que el ejército araucano

 

de la Imperial tres leguas se alojaba,

 

en un dispuesto asiento y campo llano

 

y que Caupolicán determinaba

 

entrar el pueblo con armada mano:

45

también como el castigo dilataba

 

Dios a su pueblo ingrato y sin emienda,

 

usando de clemencia y larga rienda.

[167]

Estaba la Imperial desbastecida

 

de armas, de munición y vitualla;

50

bien que la gente della era escogida,

 

pero muy poca para dar batalla;

 

fuera por los cimientos destruïda,

 

cualquier fuerza bastara a arruinalla;

 

y persona de dentro no escapara

55

si a vista el pueblo bárbaro llegara.

 

Cuando el campo de allí quería mudarse,

 

que ya la trompa a caminar tocaba,

 

súbito comenzó el aire a turbarse,

 

y de prodigios triste se espesaba:

60

nubes con nubes vienen a cerrarse,

 

turbulento rumor se levantaba;

 

que con airados ímpetus violentos

 

mostraban su furor los cuatro vientos.

 

Agua recia, granizo, piedra espesa

65

las intricadas nubes despedían:

 

rayos, truenos, relámpagos a priesa

 

rompen los cielos y la tierra abrían:

 

hacen los vientos ásperos represa,

 

que en su entera violencia competían:

70

cuanto topa arrebata el torbellino,

 

alzándolo en furioso remolino.

 

Un miedo igual a todos atormenta:

 

no hay corazón, no hay ánimo así entero

 

que en tanta confusión, furia y tormenta

75

no temblase, aunque más fuese de acero.

 

En esto Eponamón se les presenta

 

en forma de un dragón horrible y fiero,

 

con enroscada cola, envuelto en fuego,

 

y en ronca y torpe voz les habló luego,

80 [168]

diciéndoles: que apriesa caminasen

 

sobre el pueblo español amedrentado;

 

que por cualquiera banda que llegasen

 

con gran facilidad sería tomado;

 

y que al cuchillo y fuego la entregasen

85

sin dejar hombre a vida y muro alzado.

 

Esto dicho, que todos lo entendieron,

 

en humo se deshizo, y no lo vieron.

 

Al punto los confusos elementos

 

fueron sus movimientos aplacando,

90

y los desenfrenados cuatro vientos

 

se van a sus cavernas retirando:

 

las nubes se retraen a sus asientos,

 

el cielo y claro sol desocupando:

 

sólo el miedo en el pecho más osado

95

no dejó su lugar desocupado.

 

La tempestad cesada, el raso cielo

 

vistió el húmido campo de alegría;

 

cuando con claro y presuroso vuelo

 

en una nube una mujer venía

100

cubierta de un hermoso y limpio velo,

 

con tanto resplandor, que al mediodía

 

la claridad del sol delante della

 

es la que cerca dél tiene una estrella.

 

Desterrando el temor la faz sagrada

105

a todos confortó con su venida:

 

venía de un viejo cano acompañada,

 

al parecer de grave y santa vida:

 

con una blanda voz y delicada

 

les dice: «¿Adónde andáis gente perdida?

110

Volved, volved el paso a vuestra tierra,

 

no vais a la Imperial a mover guerra.

[169]

»Que Dios quiere ayudar a sus cristianos

 

y darles sobre vos mando y potencia;

 

pues ingratos, rebeldes e inhumanos

115

así le habéis negado la obediencia:

 

mirad, no vais allá, porque en sus manos

 

pondrá Dios el cuchillo y la sentencia

 

Diciendo esto, y dejando el bajo suelo,

 

por el aire espacioso subió al cielo.

120

Los araucanos la visión gloriosa

 

de aquel velo blanquísimo cubierta

 

siguen con vista fija y codiciosa,

 

casi sin alentar la boca abierta:

 

ya que despareció fue extraña cosa

125

que, como quien atónito despierta,

 

los unos a los otros se miraban

 

y ninguna palabra se hablaban.

 

Todos de un corazón y pensamiento,

 

sin esperar mandato ni otro ruego,

130

como si solo aquel fuera su intento,

 

el camino de Arauco toman luego;

 

Van sin orden, ligeros como el viento,

 

paréceles que de un sensible fuego

 

por detrás las espaldas se encendían,

135

y así con mayor ímpetu corrían.

 

Heme, Señor, de muchos informado,

 

para no lo escribir confusamente:

 

a veintitrés de abril, que hoy es mediado,

 

hará cuatro años cierta y justamente

140

que el caso milagroso aquí contado

 

aconteció, presente tanta gente,

 

el año de quinientos y cincuenta

 

y cuatro sobre mil por cierta cuenta.

[170]

Ya la verdad en suma declarada,

145

según que de los bárbaros se sabe,

 

y no de fingimientos adornada,

 

que es cosa que en materia tal no cabe;

 

tienen ellos por cosa averiguada

 

(que no es en prueba desto poco grave)

150

que por esta visión hubo en dos años

 

hambres, dolencias, muertes y otros daños.

 

Que la mar, reprimiendo sus vapores,

 

faltó la agua y vertientes de la sierra,

 

talando el sol en tierna edad las flores,

155

ayudado del fuego de la guerra:

 

como creció la seca y las calores,

 

por falta de humidad la árida tierra

 

rompió banco y alzose con los frutos

 

dejando de acudir con sus tributos.

160

Causó que una maldad se introdujese

 

en el distrito y término araucano,

 

y fue que carne humana se comiese,

 

inorme introdución, caso inhumano!)

 

y en parricidio error se convirtiese

165

el hermano en sustancia del hermano:

 

tal madre hubo, que al hijo muy querido

 

al vientre le volvió do había salido.

 

Digo, pues, que los bárbaros llegando

 

al valle de Purén, paterno suelo,

170

las armas por entonces arrimando,

 

dieron lugar al tempestuoso cielo.

 

En este tiempo, en estas partes, cuando

 

el encogido invierno con su hielo

 

del todo apoderándose en la tierra

175

pone punto al discurso de la guerra.

[171]

Espárcese y derrámase la gente,

 

dejan el campo y buscan los poblados,

 

cesa el fiero ejercicio comúnmente,

 

la tierra cubren húmidos nublados.

180

Mas cuando enciende a Escorpio el sol ardiente

 

y la frígida nieve los collados

 

sacuden de sus cimas levantadas

 

ya de la nueva yerba coronadas,

 

en este tiempo el bullicioso Marte

185

saca su carro con horrible estruendo,

 

y ardiendo en ira belicosa parte

 

por el dispuesto Arauco discurriendo:

 

hace temblar la tierra a cada parte,

 

los ferrados caballos impeliendo,

190

y en la diestra el sangriento hierro agudo

 

bate con la siniestra el fuerte escudo.

 

Luego a furor movidos los guerreros

 

toman las armas, dejan el reposo;

 

acuden los remotos forasteros

195

al cebo de la guerra codicioso:

 

de los hierros renuevan los aceros;

 

templan la cuerda al arco vigoroso;

 

el peso de las mazas acrecientan,

 

y el duro fresno de las astas tientan.

200

La gente andaba ya desta manera,

 

con el son de las armas y bullicio,

 

que codiciosa comenzar espera

 

el deseado bélico ejercicio:

 

juntáronse a la usada borrachera

205

(orden antigua y detestable vicio)

 

la más ilustre gente y señalada

 

a dar difinición en la jornada.

[172]

Tratando en general concilio estaban

 

del bien y aumentación de aquel estado,

210

cuando cuatro soldados arribaban

 

con triste muestra y paso apresurado,

 

haciéndoles saber cómo ya andaban

 

en el sitio de Penco arruïnado

 

cantidad de españoles trabajando,

215

un grueso y fuerte muro levantando;

 

diciéndoles: «Venimos, oh guerreros,

 

de parte de los pueblos comarcanos

 

con facultad bastante a prometeros,

 

si desterráis de nuevo a los cristianos

220

que pagarán con suma de dineros

 

el trabajo y labor de vuestras manos;

 

y no habiendo el efeto deseado,

 

la tercia parte hayáis de lo asentado.

 

»Viendo el poco reparo y resistencia

225

que sin vuestro favor todos tenemos,

 

les dimos llanamente la obediencia

 

que en el tiempo infelice dar solemos.

 

No fue por opresión, no fue violencia;

 

pues, aunque desdichados, entendemos

230

cuán breve es el sospiro de la muerte,

 

que pone fin y límite a la suerte:

 

»mas, porque estando Arauco tan vecino,

 

y fija en su favor la instable rueda,

 

la paz nos pareció mejor camino

235

para que remediar todo se pueda;

 

ya que lo estrague el áspero destino,

 

tiempo para morir después nos queda;

 

pues no estarán los brazos tan cansados

 

que no puedan abrir nuestros costados.

240 [173]

»Y pues os es patente y manifiesta

 

la embajada y gran priesa que traemos,

 

en ella hora tratada, que la respuesta

 

con la resolución esperaremos:

 

brevedad os pedimos, que con ésta

245

podrá ser que sin riesgo derribemos

 

la soberbia española y confianza,

 

antes que les esfuerzo la tardanza

 

No se puede decir el gran contento

 

que les dio a los caciques la embajada:

250

de todos desde allí en el pensamiento,

 

antes que se acabase fue acetada:

 

pero tuvieron freno y sufrimiento,

 

que la primera voz estaba dada

 

al hijo de Leocán, que, consultado,

255

así responde en nombre del senado:

 

«Estamos con razón maravillados

 

de lo que en este caso hemos oído,

 

¿y es verdad que hay cristianos tan osados

 

que quieren con nosotros más ruïdo?

260

Sus, Sus, que estos varones esforzados

 

acetan la promesa y el partido:

 

no dando entero fin a la jornada,

 

del trabajo no quieren llevar nada.

 

»Bien os podéis volver luego con esto,

265

que sin duda en efeto lo pondremos,

 

y sobre los cristianos, lo más presto

 

que se pueda dar orden, llegaremos;

 

donde se mostrará bien manifiesto

 

lo poco en que nosotros los tenemos;

270

pero habéis de advertir con sabio modo

 

que aviso se nos siempre de todo.»

[174]

Muy alegres los cuatro se partieron

 

por llevar tal respuesta; y caminando

 

en breve a sus señores se volvieron,

275

que estaban por momentos aguardando:

 

y visto el buen despacho que trujeron,

 

el contento y traición disimulando,

 

sufrían con discreción las vejaciones

 

encubriendo las falsas intenciones.

280

Domésticos se muestran en el trato;

 

nadie toma la causa y la defiende,

 

conociendo que el medio más barato

 

del araucano ejército depende;

 

y con doble y solícito contrato

285

la esperada venganza se pretende

 

debajo de humildad y gran secreto,

 

para que su intención viniese a efeto.

 

De nuestra gente y pueblo destrozado

 

gran descuido en hablar he yo tenido;

290

mas como es en el mundo acostumbrado

 

desamparar la parte del vencido,

 

así yo tras el bando afortunado

 

he llevado camino tan seguido;

 

y si aquí la ocasión no me avisara

295

jamás pienso que della me acordara.

 

Conté de la ciudad la despoblada

 

y de sus ciudadanos el camino;

 

púselos en el fin de la jornada,

 

do forzoso dejarlos me convino:

300

pues volviendo a la historia comenzada

 

y al duro proceder de su destino,

 

estuvieron el tiempo en Santiägo

 

que yo de ellos mención aquí no hago.

[175]

Retirados allí, se reformaron

305

de todo el aparato conveniente,

 

donde por los más votos acordaron

 

reedificar a Penco nuevamente.

 

Con gran trabajo y gasto levantaron

 

pequeña copia y número de gente:

310

afirmar la ocasión desto no puedo,

 

si fue la poca paga o mucho miedo.

 

Al yermo Penco herboso habían llegado;

 

y un sitio, que en mitad del pueblo había,

 

le tenían de tapión fortificado,

315

que en recogido cuadro le ceñía,

 

de dos fuertes bastiones abrigado,

 

que cada uno dos frentes descubría;

 

y a cada frente asiste una bombarda

 

que con maciza bala el paso guarda.

320

La gente comarcana, con fingida

 

muestra, la paz malvada aseguraba,

 

esperando la ayuda prometida

 

que a cencerros tapados caminaba;

 

pero no fue secreta esta partida,

325

pues entre los cristianos se trataba

 

que el valiente Lautaro había pasado

 

las lomas con ejército formado.

 

Suénase que Purén allí venía,

 

Tomé, Pillolco, Angol y Cayeguano;

330

Tucapel, que con orgullo y bizarría

 

no le igualaba bárbaro araucano,

 

Ongolmo, Lemolemo y Lebopía,

 

Caniomangue, Elicura, Mareguano,

 

Cayocupil, Lincoya, Lepomande,

335

Chilcano, Leucotón y Mareande.

[176]

Todos estos varones señalados

 

fueron para esta guerra apercebidos,

 

con otros dos mil pláticos soldados

 

en el copioso ejército escogidos.

340

Venían de fuertes petos arreados,

 

gruesas picas de hierros muy fornidos,

 

ferradas mazas, hachas aceradas,

 

armas arrojadizas y enastadas.

 

Desta manera el escuadrón camina

345

en la callada noche y sombra escura,

 

debajo del gobierno y disciplina

 

del cuidoso Lautaro, que procura

 

llegar cuando la estrella matutina

 

alegra el mustio campo y la verdura;

350

antes que por aviso y doble trato

 

de su venida hubiese algún recato.

 

Pero los españoles, de un amigo

 

bárbaro que con ellos contrataba,

 

saben cómo el ejército enemigo

355

con riguroso intento se acercaba:

 

pues avisados desto, como digo,

 

y de cuanto en secreto se trataba,

 

al trance se aparejan y batalla,

 

requiriendo los fosos y muralla.

360

Era caudillo y capitán de España

 

el noble montañés Juan de Alvarado,

 

hombre sagaz, solícito y de maña,

 

de gran esfuerzo y discreción dotado;

 

el cual con orden y presteza extraña,

365

del presente peligro recatado,

 

sazón no pierde, tiempo y coyuntura,

 

antes las prevenciones apresura.

[177]

Que al punto, apercebidos los soldados,

 

en su lugar cada uno dellos puesto,

370

manda a nueve guerreros más cursados

 

que salgan a correr la tierra presto:

 

y en la cerrada noche confiados

 

llegan al campo bárbaro, y en esto

 

del callado escuadrón fueron sentidos,

375

levantando terribles alaridos.

 

La grita, el sobresalto, los rumores,

 

el súbito alboroto de la guerra,

 

las sonorosas trompas y atambores

 

hacen gemir y estremecer la tierra:

380

en esto los astutos corredores,

 

atravesando una pequeña sierra,

 

toman la vuelta por más corta vía,

 

dando aviso a la amiga compañía.

 

Juan de Alvarado con ingenio y arte

385

de la fuerza lo flaco fortifica,

 

y en lo más necesario, allí reparte

 

gente del arcabuz y de la pica:

 

proveído recaudo en toda parte,

 

a recibir al araucano pica

390

con la ligera escuadra de caballo,

 

por no mostrar temor en esperallo.

 

La nueva claridad del día siguiente

 

sobre el claro horizonte se mostraba,

 

y el sol por el dorado y fresco Oriente

395

de rojo ya las nubes coloraba;

 

a tal hora Alvarado con su gente

 

del prevenido fuerte se alejaba

 

en busca de la escuadra lautarina,

 

que a más andar también se le avecina.

400 [178]

Los nuestros media legua aún no se habían

 

de aquel su muro lejos alongado,

 

cuando al calar de un monte descubrían

 

el araucano ejército ordenado.

 

Allí las limpias armas relucían

405

más que el claro cristal del sol tocado,

 

cubiertas de altas plumas las celadas,

 

verdes, azules, blancas, encarnadas.

 

¿Quién pintaros podrá el contento, cuando

 

sienten los araucanos el ruïdo,

410

que, las diestras en alto levantando,

 

pusieron en el cielo un alarido?

 

Mil instrumentos bárbaros tocando

 

con grande orgullo y paso más tendido

 

se vienen acercando a los de España,

415

sonando en torno toda la campaña.

 

Quieren los españoles responderlos

 

con el horrible son de armada mano:

 

calan el monte a fin de acometerlos,

 

teniendo por mejor el sitio llano:

420

bajas las lanzas vienen a romperlos;

 

pero la osada muestra salió en vano,

 

que los bárbaros ya diciplinados

 

del todo se cerraron apiñados.

 

Tan espesas las picas derribaron

425

con pie y con rostro firme hacia delante,

 

que no sólo el encuentro repararon,

 

pero a desbaratarlos fue bastante:

 

los nuestros sin romper se retiraron,

 

y ellos gloriosos con furor pujante,

430

por dar remate al venturoso lance,

 

siguen con pies ligeros el alcance.

[179]

Apretándolos iban reciamente,

 

los nuestros resistiendo y peleando,

 

hasta el estrecho paso de una puente,

435

que allí Lautaro, al cuerno aliento dando,

 

el araucano ejército obediente

 

se va al son conocido reparando;

 

del fuerte tanto trecho esto sería

 

cuanto tira un cañón de puntería.

440

Detúvose Lautaro, con intento

 

de esperar al caliente medio día,

 

porque de la mañana el fresco viento

 

los caballos y gente alentaría:

 

reforma su escuadrón, haciendo asiento

445

a vista de los nuestros, que a porfía

 

se habían al sitio fuerte recogido,

 

teniendo por mejor aquel partido.

 

Cuando el sol en el medio cielo estaba

 

no declinando a parte un solo punto,

450

y la aguda chicharra se entonaba

 

con un desapacible contrapunto,

 

el astuto Lautaro levantaba

 

su campo en escuadrón cerrado y junto,

 

con grande estruendo y paso concertado,

455

hacia el sitio español fortificado.

 

Con audacia, desdén y confianza

 

Lautaro contra el fuerte caminaba:

 

síguele atrás la gente en ordenanza,

 

y él con gracioso término arrastraba

460

una larga, ñudosa y gruesa lanza,

 

que airoso poco a poco la terciaba,

 

y tanto por el cuento la blandía,

 

que juntar los extremos parecía.

[180]

Los pocos españoles salen fuera,

465

que encerrados no quieren esperallos;

 

de arcabuces delante una hilera,

 

otra de picas luego, y los caballos

 

a los lados: y así desta manera

 

con fiera muestra vienen a buscallos:

470

llegados a do ya podían herirse

 

los unos a los otros dejan irse.

 

Y de rencor intrínseco aguijados

 

los movidos ejércitos venían:

 

suenan los arcabuces asestados,

475

del humo, fuego y polvo se cubrían:

 

los corvos arcos con vigor flechados

 

gran número de tiros despedían:

 

vuelan nubadas de armas enastadas

 

por los valientes brazos arrojadas.

480

Cuales contrarias aguas a toparse

 

van con rauda corriente sonorosa,

 

que, resistiendo al tiempo del mezclarse,

 

aquélla más violenta y poderosa

 

a la menos pujante sin pararse

485

volverla contra el curso es cierta cosa:

 

así a nuestro escuadrón forzosamente

 

le arrebató la bárbara corriente.

 

No pudiendo sufrir la fuerza brava

 

del número de gente y movimiento,

490

al español el bárbaro llevaba

 

como a liviana paja el recio viento.

 

Entran sin orden, que ya rota andaba,

 

todos mezclados en el fuerte asiento,

 

y dentro del cuadrado y ancho muro

495

comienzan pie con pie un combate duro.

[181]

Algunos españoles castigados

 

recogerse en la fuerza no quisieron,

 

que eran de corazones congojados

 

y de verse en estrecho rehuyeron:

500

quieren el campo abierto, y por los lados

 

del turbado montón se dividieron;

 

pero los de más ser, con mano osada

 

procuran amparar la plaza entrada.

 

Allí quieren morir o defenderse:

505

la carrera más larga otros tomaron,

 

que acordaron con tiempo guarecerse:

 

otros a la marina se llegaron

 

metiéndose en un barco, sin poderse

 

sufrir, las corvas áncoras alzaron;

510

satisfaciendo al miedo y bajo intento,

 

las velas con presteza dan al viento.

 

Quien en llegar es algo perezoso,

 

viendo levar el áncora a la nave,

 

no duda en arrojarse al mar furioso,

515

teniendo aquel morir por menos grave.

 

Quién antes no nadaba, de medroso

 

las olas rompe agora y nadar sabe:

 

mirad, pues, el temor a qué ha llegado,

 

que viene a ser de miedo el hombre osado.

520

Los que están en la fuerza retraídos,

 

como buenos guerreros se defienden;

 

muertos quieren quedar y no vencidos,

 

que ya sólo un honrado fin pretenden:

 

y con tal presupuesto embravecidos,

525

sin esperanza de vivir ofenden,

 

haciendo en los contrarios tal estrago

 

que la plaza de sangre era ya lago.

[182]

Lautaro, gente y armas contrastando,

 

en la fuerza el primero entrado había,

530

y muerto a dos soldados en entrando

 

que en suerte le cupieron aquel día.

 

Lincoya iba hiriendo y derribando:

 

mas ¿quién podrá decir la bravería

 

de Tucapel, que el cielo acometiera,

535

si hallara algún camino o escalera?

 

No entró el fuerte por puerta ni por puente,

 

antes con desenvuelto y diestro salto,

 

libre el foso saltó ligeramente,

 

y estaba en un momento en lo más alto:

540

no le pudo seguir por allí gente,

 

él solo de aquel lado dio el asalto;

 

mas, como si de mil fuera guardado,

 

se arroja luego en medio del cercado.

 

Apenas puso el pie firme en la plaza,

545

cuando el furioso bárbaro esgrimiendo

 

la ejercitada, dura y gruesa maza,

 

iba los enemigos esparciendo:

 

no vale malla fina ni coraza;

 

y las celadas fuertes, no pudiendo

550

sufrir los recios golpes que bajaban,

 

machucando los sesos se abollaban.

 

Unos deja tullidos y contrechos,

 

otros para en su vida lastimados,

 

a quién hunde el pescuezo por los pechos,

555

a quién rompe los lomos y costados

 

cual si fueran de blanda cera hechos:

 

magulla, muele y deja derrengados,

 

y en el mayor peligro osadamente

 

se arroja sin temor de armas y gente.

560 [183]

Contra Ortiz revolvió con muestra airada,

 

que había muerto a Torquín, mozo animoso,

 

la maza alta, y la vista en él clavada,

 

rompe por el tropel de armas furioso:

 

no cuál fue la espada señalada

565

ni aquel brazo pujante y provechoso,

 

que el mástil cercenó del araucano

 

y dos dedos con él de la una mano.

 

Con el encendimiento que llevaba

 

no sintió la herida de repente;

570

mas cuando el brazo y golpe descargaba,

 

que los dedos y maza faltar siente,

 

herida tigre hircana no es tan brava,

 

ni acosado león tan impaciente

 

como el indio, que lleno de postema,

575

del cielo, infierno, tierra y mar blasfema.

 

Sobre las puntas de los pies estriba,

 

y en ellas la persona más levanta:

 

el brazo cuanto puede atrás derriba,

 

y el trozo impele con violencia tanta

580

que a Ortiz, que alta la espada sobre él iba.

 

La celada y los cascos le quebranta,

 

y del grave dolor desvanecido

 

dio en el suelo de manos sin sentido.

 

El bárbaro, con esto no vengado,

585

viene sobre él con furia acelerada,

 

y con la diestra, aún no medrosa, airado,

 

a Ortiz arrebató la aguda espada;

 

alzándole la cota por un lado,

 

le atravesó de la una a la otra ijada,

590

y la alma del corpóreo alojamiento

 

hizo el duro y forzoso apartamiento.

[184]

La espada a la siniestra el indio trueca,

 

sintiéndose tullido de la diestra,

 

y del golpe primero otro derrueca,

595

que también en herir era maestra:

 

como suele segar la paja seca

 

el presto segador con mano diestra,

 

así aquel Tucapel con fuerza brava

 

brazos, piernas y cuello cercenaba.

600

Dejándose guiar por do la ira

 

le llevaba furioso, discurriendo,

 

unos hiere, maltrata, otros retira,

 

la espesa selva de astas deshaciendo:

 

acaso al Padre Lobo un golpe tira,

605

que contra cuatro estaba combatiendo;

 

el cual sin ver el fin de aquella guerra

 

dio el alma a Dios y el cuerpo dio a la tierra.

 

El grave Leucotón, no menos fuerte,

 

con el valor que el cielo le concede,

610

hiere, aturde, derriba y da la muerte,

 

que nadie en fuerza y ánimo le excede:

 

no cómo a escribirlo todo acierte,

 

que mi cansada mano ya no puede

 

por tanta confusión llevar la pluma,

615

y así reduce mucho a breve suma.

 

También Angol, soberbio y esforzado,

 

su corvo y gran cuchillo en torno esgrime,

 

hiere al joven Diego Oro, y del pesado

 

golpe en la dura tierra el cuerpo imprime:

620

pero en esta sazón Juan de Alvarado,

 

la furia de una punta le reprime,

 

que al tiempo que el furioso alfange alzaba

 

por debajo del brazo le calaba.

[185]

No halló defensa la enemiga espada;

625

lanzándose por parte descubierta,

 

derecho al corazón hizo la entrada,

 

abriendo una sangrienta y ancha puerta

 

la cara antes del joven colorada

 

se vio de amarillez mustia cubierta;

630

descoyuntole el brazo un mortal hielo,

 

batiendo el cuerpo helado el duro suelo.

 

El corpulento mozo Mareguano,

 

que airado a todas partes discurría,

 

llegó al tiempo que Angol por diestra mano

635

al riguroso hierro se rendía:

 

era su íntimo amigo y primo hermano,

 

de estrecho trato antiguo y compañía;

 

«pues fue siempre en la vida igual la suerte,

 

quiero, dijo, también que sea en la muerte

640

Y contra el matador con repentina

 

rabia, que el pecho y venas le abrasaba,

 

un macizo y fornido tronco empina

 

y con fuerza sobre él lo derribaba;

 

mas temiendo del golpe la ruïna

645

Alvarado, que el ojo alerto estaba,

 

saca presto el caballo apercebido,

 

y en el suelo el troncón quedó metido.

 

Chilcán, Ongolmo, Cayeguán de un lado,

 

Lepomande y Purén en compañía,

650

habían así a los nuestros apretado,

 

que ganaron gran crédito aquel día:

 

Tomé, Cayocupín y el esforzado

 

Pillolco, Caniomangue y Lebopía,

 

Mareande, Elicura y Lemolemo

655

de su valor mostraron el extremo.

[186]

En esto un rumor súbito se siente

 

que los cóncavos cielos atronaba,

 

y era que la vitoria abiertamente

 

por el bárbaro infiel se declaraba:

660

ya la española destrozada gente

 

al camino de Itata enderezaba,

 

desamparando el suelo desdichado,

 

de sangre y enemigos ocupado.

 

Del todo a toda furia comenzando

665

iban los españoles la huïda,

 

siempre más el temor apresurando

 

con agudas espuelas la corrida;

 

sigue el alcance y valos aquejando

 

la bárbara canalla embravecida,

670

envuelta en una espesa polvareda,

 

matando al que por flojo atrás se queda.

 

Alvarado con ánimo y cordura

 

los anima y esfuerza, y no aprovecha;

 

que la turbada gente en tal rotura

675

huye la muerte y plaza tan estrecha:

 

cuál encamina al monte, y cuál procura

 

de Mapochó la senda más derecha,

 

y cuál y cuál constante todavía,

 

animoso con Átropos porfía.

680

Estos, honrosa muerte deseando,

 

despreciaban la vida deshonrada,

 

aquel forzoso punto dilatando

 

con raro esfuerzo y valerosa espada:

 

presto quedó la plaza sin un bando,

685

de almas vacía y de cuerpos ocupada,

 

que animosos los pocos que quedaban

 

a las armas y muerte se entregaban.

[187]

Unos por los costados caen abiertos;

 

otros de parte a parte atravesados;

690

otros, que de su sangre están cubiertos,

 

se rinden a la muerte desangrados:

 

al fin, todos quedaron allí muertos,

 

del riguroso hierro apedazados.

 

Vamos tras los que aguijan los caballos,

695

que no haremos poco en alcanzallos.

 

Quién por camino incierto, quién por senda

 

áspera, peligrosa y desusada,

 

bate al caballo y dale suelta rienda,

 

que el miedo es grande y grande la jornada:

700

el bárbaro escuadrón con grita horrenda

 

por sierra, monte, llano y por cañada

 

las espaldas les iba calentando,

 

hiriendo, dando muerte y derribando.

 

Había de la comarca concurrido

705

gente armada por uno y otro lado,

 

que a la mira imparcial había asistido

 

hasta ver el derecho declarado:

 

en esto alzando un súbito alarido,

 

con el orgullo a vencedores dado,

710

baja las armas, hasta allí neutrales,

 

en daño de las señas imperiales.

 

Salen en codicioso seguimiento

 

de la española gente, que corría

 

con furia y ligereza más que el viento.

715

Sin hacerse uno a otro compañía:

 

la mucha turbación y desatiento,

 

que a los nuestros el miedo les ponía,

 

los lleva sin caminos, esparcidos

 

por sierras, valles, montes, por ejidos.

720 [188]

Los que tienen caballos más ligeros

 

¡oh cuán de corazón son envidiados!

 

¡Qué poco se conocen compañeros

 

de largo tiempo y amistad tratados!

 

No aprovechan promesas de dineros,

725

ni de bienes allí representados:

 

Tanto el miedo ocupado los había

 

que lugar la codicia aún no tenía;

 

antes, los intereses despreciando,

 

se muestran allí poco codiciosos,

730

tras las ricas celadas arrojando

 

petos de fina plata embarazosos:

 

y así de las promesas no curando;

 

jugaban los talones presurosos:

 

sólo las alas de Ícaro quisieran,

735

aunque pasando el mar se derritieran.

 

Juan y Hernando Alvarados la jornada

 

con el valiente Ibarra apresuraban,

 

animando la gente desmayada,

 

mas no por esto el paso moderaban:

740

abren por la carrera embarazada,

 

que ligeros caballos gobernaban,

 

y aunque con viva espuela los batían,

 

alargarse de un indio no podían.

 

Delante largo trecho de la gente,

745

a los tres les da caza y atormenta

 

un espaldudo bárbaro valiente,

 

Rengo llamado, mozo de gran cuenta:

 

éste solo los sigue osadamente

 

y a voces con palabras los afrenta;

750

y los aprieta y corre a campo raso,

 

sin poderle ganar un solo paso.

[189]

«¡Jo!, ¡jo! (les va gritando) espera!, espera

 

Que más en castellano no sabía;

 

pero en su natural lengua primera

755

atrevidas injurias les decía.

 

Tres leguas los corrió desta manera,

 

que jamás de las colas se partía

 

por mucho que aguijasen los rocines,

 

llamándolos infames y ruïnes.

760

Llevaba una arma en alto levantada,

 

que no hay quien su fación y forma diga:

 

era una gruesa haya mal labrada,

 

de la grandeza y peso de una viga,

 

de metal la cabeza barreada:

765

y esgrímela el garzón sin más fatiga

 

que el presto esgrimidor suelto y liviano

 

juega el fácil bastón con diestra mano.

 

Si alguna vez con el troncón pesado

 

los caballos el bárbaro alcanzaba,

770

era de fuerza el golpe tan cargado

 

que casi derrengados los dejaba;

 

así cada caballo escarmentado

 

sin espuelas el curso apresuraba,

 

que jamás fue baqueta en la corrida

775

como el bastón del bárbaro temida.

 

Aunque gran trecho aquel follón se aleja

 

del seguro montón y amigo bando,

 

no por esto la dura empresa deja,

 

antes más los persigue y va afrentando:

780

con prestos pies y maza los aqueja,

 

la nación española profazando

 

en lenguaje araucano, que entendían

 

los tres, que a más correr dél se desvían.

[190]

Veinte veces revuelven los cristianos,

785

dando sobre él con súbita presteza;

 

a todos tres les da llenas las manos

 

con su diabólica arma y ligereza:

 

entretanto llegaban los ufanos

 

indios en el alcance sin pereza,

790

y volviendo los tres a su carrera

 

el bárbaro y bastón sobre ellos era.

 

No por áspero monte ni agria cuesta

 

afloja el curso y animoso brío;

 

antes cual correr suele sobre apuesta

795

tras las fieras el Puelche en desafío,

 

los corre, aflige, aprieta y los molesta;

 

y a diez millas de alcance, por do un río

 

el camino atraviesa al mar corriendo,

 

se fue en la húmida orilla deteniendo.

800

El bárbaro escuadrón parado había;

 

solo el contumaz Rengo porfiando,

 

desistir de la empresa no quería,

 

aunque no ve persona de su bando:

 

los tres lasos cristianos a porfía

805

iban el ancho vado atravesando,

 

cuando Rengo cargó de una pesada

 

piedra la presta honda dél usada.

 

El tronco en el suelo húmido fijado,

 

rodea el brazo dos veces, despidiendo

810

el tosco y gran guijarro así arrojado,

 

que el monte retumbó del sordo estruendo;

 

las ninfas por lo más sesgo del vado,

 

las cristalinas aguas revolviendo,

 

sus doradas cabezas levantaron

815

y a ver el caso atentas se pararon.

[191]

El importuno bárbaro no cesa

 

ni afloja de la empresa que pretende;

 

antes con silbos, grita y piedra espesa,

 

la agua a más de la cinta, los ofende;

820

y dándoles en esto mucho priesa,

 

el beber los caballos les defiende,

 

diciendo: «¡Sus, salid, salid afuera,

 

que yo os manterné campo en la ribera

 

Viendo Alvarado a Rengo así orgulloso,

825

de la soberbia tema ya impaciente,

 

dice a los dos: «¡Oh caso vergonzoso,

 

que a tres nos siga un indio solamente

 

y triunfe de nosotros vitorioso!

 

No es bien que de españoles tal se cuente:

830

volvamos, y de aquí jamás pasemos

 

si primero morir no le hacemos

 

Así dijo, y las riendas revolviendo,

 

segunda vez el vado atravesaban;

 

de morir o matarle proponiendo,

835

los caballos cansados aguijaban;

 

en esto el araucano, conociendo

 

la cólera y furor con que tornaban,

 

olvidando la maza y presupuesto,

 

las voladoras plantas mueve presto.

840

Una larga carrera por la arena

 

los tres a toda furia le siguieron,

 

aunque en balde tomaron esta pena,

 

que el indio más corrió que ellos corrieron:

 

faltos, no de intención, pero de lena,

845

de cansados las riendas recogieron;

 

y en un áspero sitio y peligroso

 

les hizo rostro el bárbaro animoso.

[192]

Por espaldas tomó una gran quebrada,

 

revolviendo a los tres con osadía,

850

y a falta de la maza acostumbrada,

 

a menudo la honda sacudía:

 

de allí con mofa, silbos y pedrada,

 

sin poderle ofender, los ofendía,

 

por ser aquel lugar despeñadero,

855

y más que ellos el bárbaro ligero.

 

Visto Alvarado serle así excusado

 

el fin de lo que tanto deseaba,

 

dejando libre al bárbaro esforzado,

 

que bien de mala gana se quedaba,

860

pasa otra vez el ya seguro vado,

 

y al usado camino se tornaba,

 

triste en ver que Fortuna por tal modo

 

se le mostraba adversa y dura en todo.

 

Había dejado el campo lautarino

865

de seguir el alcance grande rato;

 

iban los españoles sin camino,

 

como ovejas que van fuera de hato.

 

De no seguirlos más me determino,

 

que por lo que adelante dellos trato,

870

dejarlos por agora me es forzado

 

donde otras veces ya los he dejado.

 

Con la gente araucana quiero andarme,

 

dichosa a la sazón y afortunada;

 

y, como se acostumbra, desviarme

875

de la parte vencida y desdichada:

 

por donde tantos van quiero guiarme,

 

siguiendo la carrera tan usada,

 

pues la costumbre y tiempo me convence,

 

y todo el mundo es ya ¡viva quien vence!

880 [193]

¡Cuán usado es huir los abatidos

 

y seguir los soberbios levantados,

 

de la instable Fortuna favoridos

 

para sólo después ser derribados!

 

Al cabo destos favores, reducidos

885

a su valor, son bienes emprestados

 

que habemos de pagar con siete tanto,

 

como claro nos muestra el nuevo canto.

 

 

 

 

 

[194]




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