Si los hombres
no ven milagros tantos
|
|
como se vieron
en la edad pasada,
|
|
es causa haber
agora pocos santos,
|
|
y estar la ley
cristiana autorizada:
|
|
y así de
cualquier cosa hacen espantos
|
5
|
que sobre el
natural uso es obrada;
|
|
y no sólo al
Autor no dan creencia,
|
|
mas ponen en su
crédito dolencia.
|
|
Que si al
enfermo quiere Dios sanarle,
|
|
por su
costumbre y tiempo convalece:
|
10
|
si al bajo
miserable levantarle,
|
|
por modos
ordinarios le engrandece,
|
|
si al soberbio
hinchado derribarle,
|
|
por naturales
términos se ofrece:
|
|
de suerte que
las cosas de esta vida
|
15
|
van por su
natural curso y medida.
|
[166]
|
Por do vemos
que Dios quiere y procura
|
|
hacer su
voluntad naturalmente,
|
|
sirviendo de
instrumento la Natura,
|
|
sobre la cual
él solo es el potente;
|
20
|
y así los que
creyeron por fe pura
|
|
merecen más que
si palpablemente
|
|
viesen lo que,
después de ya visible,
|
|
sacarlos de que
fue sería imposible.
|
|
En contar una
cosa estoy dudoso,
|
25
|
que soy de
poner dudas enemigo,
|
|
y es un extraño
caso milagroso,
|
|
que fue todo un
ejército testigo:
|
|
aunque yo soy
en esto escrupuloso,
|
|
por lo que
dello arriba, Señor, digo,
|
30
|
no dejaré en
efeto de contarlo,
|
|
pues los indios no dejan de
afirmarlo.
|
|
Y manifiesto
vemos hoy en día
|
|
que, porque la
Ley sacra se extendiese,
|
|
nuestro Dios
los milagros permitía
|
35
|
y que el
natural orden se excediese:
|
|
presumirse
podrá por esta vía
|
|
que, para que a
la fe se redujese
|
|
la bárbara
costumbre y ciega gente,
|
|
usase de
milagros claramente.
|
40
|
Ya dije que el
ejército araucano
|
|
de la Imperial
tres leguas se alojaba,
|
|
en un dispuesto
asiento y campo llano
|
|
y que
Caupolicán determinaba
|
|
entrar el
pueblo con armada mano:
|
45
|
también como el
castigo dilataba
|
|
Dios a su
pueblo ingrato y sin emienda,
|
|
usando de
clemencia y larga rienda.
|
[167]
|
Estaba la
Imperial desbastecida
|
|
de armas, de
munición y vitualla;
|
50
|
bien que la
gente della era escogida,
|
|
pero muy poca
para dar batalla;
|
|
fuera por los
cimientos destruïda,
|
|
cualquier
fuerza bastara a arruinalla;
|
|
y persona de
dentro no escapara
|
55
|
si a vista el
pueblo bárbaro llegara.
|
|
Cuando el campo
de allí quería mudarse,
|
|
que ya la
trompa a caminar tocaba,
|
|
súbito comenzó
el aire a turbarse,
|
|
y de prodigios
triste se espesaba:
|
60
|
nubes con nubes
vienen a cerrarse,
|
|
turbulento
rumor se levantaba;
|
|
que con airados
ímpetus violentos
|
|
mostraban su
furor los cuatro vientos.
|
|
Agua recia,
granizo, piedra espesa
|
65
|
las intricadas nubes despedían:
|
|
rayos, truenos, relámpagos a
priesa
|
|
rompen
los cielos y la tierra abrían:
|
|
hacen los
vientos ásperos represa,
|
|
que en su
entera violencia competían:
|
70
|
cuanto topa
arrebata el torbellino,
|
|
alzándolo en
furioso remolino.
|
|
Un miedo igual
a todos atormenta:
|
|
no hay corazón,
no hay ánimo así entero
|
|
que en tanta
confusión, furia y tormenta
|
75
|
no temblase,
aunque más fuese de acero.
|
|
En esto
Eponamón se les presenta
|
|
en forma de un
dragón horrible y fiero,
|
|
con enroscada
cola, envuelto en fuego,
|
|
y en ronca y torpe voz les
habló luego,
|
80 [168]
|
diciéndoles:
que apriesa caminasen
|
|
sobre el pueblo
español amedrentado;
|
|
que por
cualquiera banda que llegasen
|
|
con gran
facilidad sería tomado;
|
|
y que al
cuchillo y fuego la entregasen
|
85
|
sin dejar
hombre a vida y muro alzado.
|
|
Esto dicho, que
todos lo entendieron,
|
|
en humo se
deshizo, y no lo vieron.
|
|
Al punto los
confusos elementos
|
|
fueron sus movimientos
aplacando,
|
90
|
y los
desenfrenados cuatro vientos
|
|
se van a sus
cavernas retirando:
|
|
las nubes se retraen a sus
asientos,
|
|
el cielo y
claro sol desocupando:
|
|
sólo el miedo
en el pecho más osado
|
95
|
no dejó su
lugar desocupado.
|
|
La tempestad
cesada, el raso cielo
|
|
vistió el
húmido campo de alegría;
|
|
cuando con
claro y presuroso vuelo
|
|
en una nube una
mujer venía
|
100
|
cubierta de un
hermoso y limpio velo,
|
|
con tanto
resplandor, que al mediodía
|
|
la claridad del
sol delante della
|
|
es la que cerca
dél tiene una estrella.
|
|
Desterrando el
temor la faz sagrada
|
105
|
a todos
confortó con su venida:
|
|
venía de un
viejo cano acompañada,
|
|
al parecer de
grave y santa vida:
|
|
con una blanda
voz y delicada
|
|
les dice:
«¿Adónde andáis gente perdida?
|
110
|
Volved, volved
el paso a vuestra tierra,
|
|
no vais a la
Imperial a mover guerra.
|
[169]
|
»Que Dios
quiere ayudar a sus cristianos
|
|
y darles sobre vos mando y
potencia;
|
|
pues ingratos,
rebeldes e inhumanos
|
115
|
así le habéis
negado la obediencia:
|
|
mirad, no vais allá, porque en
sus manos
|
|
pondrá Dios el
cuchillo y la sentencia.»
|
|
Diciendo esto,
y dejando el bajo suelo,
|
|
por el aire
espacioso subió al cielo.
|
120
|
Los araucanos
la visión gloriosa
|
|
de aquel velo
blanquísimo cubierta
|
|
siguen con
vista fija y codiciosa,
|
|
casi sin
alentar la boca abierta:
|
|
ya que
despareció fue extraña cosa
|
125
|
que, como quien
atónito despierta,
|
|
los unos a los
otros se miraban
|
|
y ninguna
palabra se hablaban.
|
|
Todos de un
corazón y pensamiento,
|
|
sin esperar mandato
ni otro ruego,
|
130
|
como si solo
aquel fuera su intento,
|
|
el camino de
Arauco toman luego;
|
|
Van sin orden,
ligeros como el viento,
|
|
paréceles que
de un sensible fuego
|
|
por detrás las espaldas se
encendían,
|
135
|
y así con mayor
ímpetu corrían.
|
|
Heme, Señor, de muchos
informado,
|
|
para no lo
escribir confusamente:
|
|
a veintitrés de
abril, que hoy es mediado,
|
|
hará cuatro
años cierta y justamente
|
140
|
que el caso
milagroso aquí contado
|
|
aconteció,
presente tanta gente,
|
|
el año de
quinientos y cincuenta
|
|
y cuatro sobre
mil por cierta cuenta.
|
[170]
|
Ya la verdad en
suma declarada,
|
145
|
según que de
los bárbaros se sabe,
|
|
y no de fingimientos adornada,
|
|
que es cosa que
en materia tal no cabe;
|
|
tienen ellos
por cosa averiguada
|
|
(que no es en
prueba desto poco grave)
|
150
|
que por esta
visión hubo en dos años
|
|
hambres, dolencias, muertes y
otros daños.
|
|
Que la mar,
reprimiendo sus vapores,
|
|
faltó la agua y
vertientes de la sierra,
|
|
talando el sol en tierna edad
las flores,
|
155
|
ayudado del
fuego de la guerra:
|
|
como creció la
seca y las calores,
|
|
por falta de
humidad la árida tierra
|
|
rompió banco y
alzose con los frutos
|
|
dejando de
acudir con sus tributos.
|
160
|
Causó que una
maldad se introdujese
|
|
en
el distrito y término araucano,
|
|
y fue que carne
humana se comiese,
|
|
(¡inorme
introdución, caso inhumano!)
|
|
y en parricidio
error se convirtiese
|
165
|
el hermano en
sustancia del hermano:
|
|
tal madre hubo,
que al hijo muy querido
|
|
al vientre le
volvió do había salido.
|
|
Digo, pues, que
los bárbaros llegando
|
|
al valle de
Purén, paterno suelo,
|
170
|
las armas por entonces
arrimando,
|
|
dieron lugar al
tempestuoso cielo.
|
|
En este tiempo,
en estas partes, cuando
|
|
el encogido
invierno con su hielo
|
|
del todo
apoderándose en la tierra
|
175
|
pone punto al
discurso de la guerra.
|
[171]
|
Espárcese y
derrámase la gente,
|
|
dejan el campo
y buscan los poblados,
|
|
cesa el fiero
ejercicio comúnmente,
|
|
la tierra
cubren húmidos nublados.
|
180
|
Mas cuando
enciende a Escorpio el sol ardiente
|
|
y la frígida
nieve los collados
|
|
sacuden de sus cimas levantadas
|
|
ya de la nueva
yerba coronadas,
|
|
en este tiempo
el bullicioso Marte
|
185
|
saca su carro
con horrible estruendo,
|
|
y ardiendo en
ira belicosa parte
|
|
por el
dispuesto Arauco discurriendo:
|
|
hace temblar la
tierra a cada parte,
|
|
los ferrados caballos
impeliendo,
|
190
|
y en la diestra
el sangriento hierro agudo
|
|
bate con la
siniestra el fuerte escudo.
|
|
Luego a furor movidos los
guerreros
|
|
toman las armas, dejan el
reposo;
|
|
acuden los remotos forasteros
|
195
|
al cebo de la
guerra codicioso:
|
|
de los hierros
renuevan los aceros;
|
|
templan la
cuerda al arco vigoroso;
|
|
el peso de las
mazas acrecientan,
|
|
y el duro
fresno de las astas tientan.
|
200
|
La gente andaba
ya desta manera,
|
|
con el son de
las armas y bullicio,
|
|
que codiciosa
comenzar espera
|
|
el deseado
bélico ejercicio:
|
|
juntáronse a la
usada borrachera
|
205
|
(orden antigua
y detestable vicio)
|
|
la más ilustre
gente y señalada
|
|
a dar
difinición en la jornada.
|
[172]
|
Tratando
en general concilio estaban
|
|
del bien y
aumentación de aquel estado,
|
210
|
cuando cuatro
soldados arribaban
|
|
con triste
muestra y paso apresurado,
|
|
haciéndoles saber cómo ya
andaban
|
|
en el sitio de
Penco arruïnado
|
|
cantidad de
españoles trabajando,
|
215
|
un grueso y
fuerte muro levantando;
|
|
diciéndoles:
«Venimos, oh guerreros,
|
|
de parte de los
pueblos comarcanos
|
|
con facultad
bastante a prometeros,
|
|
si desterráis
de nuevo a los cristianos
|
220
|
que pagarán con
suma de dineros
|
|
el trabajo y labor de vuestras
manos;
|
|
y no habiendo
el efeto deseado,
|
|
la tercia parte
hayáis de lo asentado.
|
|
»Viendo el poco
reparo y resistencia
|
225
|
que sin vuestro
favor todos tenemos,
|
|
les dimos
llanamente la obediencia
|
|
que en el
tiempo infelice dar solemos.
|
|
No fue por
opresión, no fue violencia;
|
|
pues, aunque
desdichados, entendemos
|
230
|
cuán breve es
el sospiro de la muerte,
|
|
que pone fin y
límite a la suerte:
|
|
»mas, porque
estando Arauco tan vecino,
|
|
y fija en su favor la instable
rueda,
|
|
la paz nos
pareció mejor camino
|
235
|
para que
remediar todo se pueda;
|
|
ya que lo
estrague el áspero destino,
|
|
tiempo para
morir después nos queda;
|
|
pues no estarán los brazos tan cansados
|
|
que no puedan
abrir nuestros costados.
|
240 [173]
|
»Y pues os es patente y
manifiesta
|
|
la embajada y
gran priesa que traemos,
|
|
en ella hora
tratada, que la respuesta
|
|
con la
resolución esperaremos:
|
|
brevedad os
pedimos, que con ésta
|
245
|
podrá ser que
sin riesgo derribemos
|
|
la soberbia
española y confianza,
|
|
antes que les
dé esfuerzo la tardanza.»
|
|
No se puede
decir el gran contento
|
|
que les dio a
los caciques la embajada:
|
250
|
de todos desde
allí en el pensamiento,
|
|
antes que se
acabase fue acetada:
|
|
pero tuvieron
freno y sufrimiento,
|
|
que la primera
voz estaba dada
|
|
al hijo de
Leocán, que, consultado,
|
255
|
así
responde en nombre del senado:
|
|
«Estamos con
razón maravillados
|
|
de lo que en
este caso hemos oído,
|
|
¿y es verdad que hay cristianos
tan osados
|
|
que quieren con
nosotros más ruïdo?
|
260
|
Sus, Sus, que
estos varones esforzados
|
|
acetan la
promesa y el partido:
|
|
no dando entero
fin a la jornada,
|
|
del trabajo no
quieren llevar nada.
|
|
»Bien os podéis
volver luego con esto,
|
265
|
que sin duda en
efeto lo pondremos,
|
|
y sobre los
cristianos, lo más presto
|
|
que se pueda
dar orden, llegaremos;
|
|
donde se
mostrará bien manifiesto
|
|
lo poco en que
nosotros los tenemos;
|
270
|
pero habéis de
advertir con sabio modo
|
|
que aviso se
nos dé siempre de todo.»
|
[174]
|
Muy alegres los
cuatro se partieron
|
|
por llevar tal
respuesta; y caminando
|
|
en breve a sus
señores se volvieron,
|
275
|
que estaban por
momentos aguardando:
|
|
y visto el buen
despacho que trujeron,
|
|
el contento y
traición disimulando,
|
|
sufrían con
discreción las vejaciones
|
|
encubriendo las falsas
intenciones.
|
280
|
Domésticos se
muestran en el trato;
|
|
nadie toma la
causa y la defiende,
|
|
conociendo que
el medio más barato
|
|
del araucano
ejército depende;
|
|
y con doble y
solícito contrato
|
285
|
la esperada
venganza se pretende
|
|
debajo de humildad y gran
secreto,
|
|
para que su
intención viniese a efeto.
|
|
De nuestra
gente y pueblo destrozado
|
|
gran descuido en hablar he yo
tenido;
|
290
|
mas como es en
el mundo acostumbrado
|
|
desamparar la
parte del vencido,
|
|
así yo tras el
bando afortunado
|
|
he llevado
camino tan seguido;
|
|
y si aquí la
ocasión no me avisara
|
295
|
jamás pienso
que della me acordara.
|
|
Conté de la
ciudad la despoblada
|
|
y de sus
ciudadanos el camino;
|
|
púselos en el
fin de la jornada,
|
|
do forzoso
dejarlos me convino:
|
300
|
pues volviendo
a la historia comenzada
|
|
y al duro
proceder de su destino,
|
|
estuvieron
el tiempo en Santiägo
|
|
que yo de ellos
mención aquí no hago.
|
[175]
|
Retirados allí,
se reformaron
|
305
|
de todo el aparato
conveniente,
|
|
donde por los
más votos acordaron
|
|
reedificar a
Penco nuevamente.
|
|
Con gran
trabajo y gasto levantaron
|
|
pequeña copia y
número de gente:
|
310
|
afirmar la ocasión
desto no puedo,
|
|
si fue la poca
paga o mucho miedo.
|
|
Al yermo Penco
herboso habían llegado;
|
|
y un sitio, que
en mitad del pueblo había,
|
|
le tenían de
tapión fortificado,
|
315
|
que en recogido
cuadro le ceñía,
|
|
de dos fuertes bastiones
abrigado,
|
|
que cada uno
dos frentes descubría;
|
|
y a cada frente
asiste una bombarda
|
|
que con maciza
bala el paso guarda.
|
320
|
La gente
comarcana, con fingida
|
|
muestra, la paz
malvada aseguraba,
|
|
esperando la
ayuda prometida
|
|
que a cencerros
tapados caminaba;
|
|
pero no fue
secreta esta partida,
|
325
|
pues entre los
cristianos se trataba
|
|
que el valiente
Lautaro había pasado
|
|
las lomas con
ejército formado.
|
|
Suénase que
Purén allí venía,
|
|
Tomé, Pillolco,
Angol y Cayeguano;
|
330
|
Tucapel, que
con orgullo y bizarría
|
|
no le igualaba
bárbaro araucano,
|
|
Ongolmo,
Lemolemo y Lebopía,
|
|
Caniomangue,
Elicura, Mareguano,
|
|
Cayocupil,
Lincoya, Lepomande,
|
335
|
Chilcano,
Leucotón y Mareande.
|
[176]
|
Todos estos varones señalados
|
|
fueron para
esta guerra apercebidos,
|
|
con otros dos
mil pláticos soldados
|
|
en el copioso
ejército escogidos.
|
340
|
Venían de fuertes petos
arreados,
|
|
gruesas picas de hierros muy
fornidos,
|
|
ferradas mazas, hachas
aceradas,
|
|
armas arrojadizas y enastadas.
|
|
Desta manera el
escuadrón camina
|
345
|
en la callada
noche y sombra escura,
|
|
debajo del
gobierno y disciplina
|
|
del cuidoso
Lautaro, que procura
|
|
llegar cuando
la estrella matutina
|
|
alegra
el mustio campo y la verdura;
|
350
|
antes que por
aviso y doble trato
|
|
de su venida
hubiese algún recato.
|
|
Pero los
españoles, de un amigo
|
|
bárbaro que con
ellos contrataba,
|
|
saben cómo el
ejército enemigo
|
355
|
con riguroso
intento se acercaba:
|
|
pues avisados
desto, como digo,
|
|
y de cuanto en
secreto se trataba,
|
|
al trance se
aparejan y batalla,
|
|
requiriendo los
fosos y muralla.
|
360
|
Era caudillo y
capitán de España
|
|
el noble
montañés Juan de Alvarado,
|
|
hombre sagaz,
solícito y de maña,
|
|
de gran
esfuerzo y discreción dotado;
|
|
el cual con
orden y presteza extraña,
|
365
|
del presente
peligro recatado,
|
|
sazón no
pierde, tiempo y coyuntura,
|
|
antes las prevenciones
apresura.
|
[177]
|
Que al punto,
apercebidos los soldados,
|
|
en su lugar
cada uno dellos puesto,
|
370
|
manda a nueve
guerreros más cursados
|
|
que salgan a
correr la tierra presto:
|
|
y en la cerrada
noche confiados
|
|
llegan al campo
bárbaro, y en esto
|
|
del callado
escuadrón fueron sentidos,
|
375
|
levantando
terribles alaridos.
|
|
La grita, el
sobresalto, los rumores,
|
|
el súbito
alboroto de la guerra,
|
|
las sonorosas trompas y
atambores
|
|
hacen gemir y
estremecer la tierra:
|
380
|
en esto los
astutos corredores,
|
|
atravesando una
pequeña sierra,
|
|
toman la vuelta
por más corta vía,
|
|
dando aviso a
la amiga compañía.
|
|
Juan de
Alvarado con ingenio y arte
|
385
|
de la fuerza lo
flaco fortifica,
|
|
y en lo más
necesario, allí reparte
|
|
gente del
arcabuz y de la pica:
|
|
proveído
recaudo en toda parte,
|
|
a recibir al
araucano pica
|
390
|
con la ligera
escuadra de caballo,
|
|
por no mostrar
temor en esperallo.
|
|
La nueva
claridad del día siguiente
|
|
sobre el claro
horizonte se mostraba,
|
|
y el sol por el
dorado y fresco Oriente
|
395
|
de rojo ya las nubes coloraba;
|
|
a
tal hora Alvarado con su gente
|
|
del prevenido
fuerte se alejaba
|
|
en busca de la
escuadra lautarina,
|
|
que a más andar
también se le avecina.
|
400 [178]
|
Los nuestros
media legua aún no se habían
|
|
de aquel su
muro lejos alongado,
|
|
cuando al calar
de un monte descubrían
|
|
el araucano
ejército ordenado.
|
|
Allí las limpias armas relucían
|
405
|
más que el
claro cristal del sol tocado,
|
|
cubiertas de altas plumas las
celadas,
|
|
verdes, azules,
blancas, encarnadas.
|
|
¿Quién pintaros
podrá el contento, cuando
|
|
sienten los
araucanos el ruïdo,
|
410
|
que, las
diestras en alto levantando,
|
|
pusieron en el
cielo un alarido?
|
|
Mil
instrumentos bárbaros tocando
|
|
con grande
orgullo y paso más tendido
|
|
se vienen
acercando a los de España,
|
415
|
sonando en
torno toda la campaña.
|
|
Quieren los
españoles responderlos
|
|
con el horrible
son de armada mano:
|
|
calan el monte
a fin de acometerlos,
|
|
teniendo por
mejor el sitio llano:
|
420
|
bajas las lanzas vienen a
romperlos;
|
|
pero la osada
muestra salió en vano,
|
|
que los
bárbaros ya diciplinados
|
|
del todo se
cerraron apiñados.
|
|
Tan espesas las picas
derribaron
|
425
|
con pie y con
rostro firme hacia delante,
|
|
que no sólo el
encuentro repararon,
|
|
pero a
desbaratarlos fue bastante:
|
|
los nuestros
sin romper se retiraron,
|
|
y ellos
gloriosos con furor pujante,
|
430
|
por dar remate
al venturoso lance,
|
|
siguen con pies
ligeros el alcance.
|
[179]
|
Apretándolos
iban reciamente,
|
|
los nuestros
resistiendo y peleando,
|
|
hasta el
estrecho paso de una puente,
|
435
|
que allí
Lautaro, al cuerno aliento dando,
|
|
el araucano
ejército obediente
|
|
se va al son
conocido reparando;
|
|
del fuerte
tanto trecho esto sería
|
|
cuanto tira un
cañón de puntería.
|
440
|
Detúvose
Lautaro, con intento
|
|
de esperar al
caliente medio día,
|
|
porque de la
mañana el fresco viento
|
|
los
caballos y gente alentaría:
|
|
reforma su
escuadrón, haciendo asiento
|
445
|
a vista de los
nuestros, que a porfía
|
|
se habían al
sitio fuerte recogido,
|
|
teniendo por
mejor aquel partido.
|
|
Cuando el sol
en el medio cielo estaba
|
|
no declinando a
parte un solo punto,
|
450
|
y la aguda
chicharra se entonaba
|
|
con un
desapacible contrapunto,
|
|
el astuto
Lautaro levantaba
|
|
su campo en
escuadrón cerrado y junto,
|
|
con grande
estruendo y paso concertado,
|
455
|
hacia el sitio
español fortificado.
|
|
Con audacia,
desdén y confianza
|
|
Lautaro contra
el fuerte caminaba:
|
|
síguele atrás
la gente en ordenanza,
|
|
y él con
gracioso término arrastraba
|
460
|
una larga,
ñudosa y gruesa lanza,
|
|
que airoso poco
a poco la terciaba,
|
|
y tanto por el
cuento la blandía,
|
|
que juntar los extremos
parecía.
|
[180]
|
Los pocos españoles salen
fuera,
|
465
|
que encerrados
no quieren esperallos;
|
|
de arcabuces
delante una hilera,
|
|
otra de picas luego, y los
caballos
|
|
a los lados: y
así desta manera
|
|
con fiera
muestra vienen a buscallos:
|
470
|
llegados a do ya podían herirse
|
|
los unos a los otros dejan
irse.
|
|
Y de rencor
intrínseco aguijados
|
|
los movidos ejércitos venían:
|
|
suenan los arcabuces asestados,
|
475
|
del humo, fuego
y polvo se cubrían:
|
|
los corvos
arcos con vigor flechados
|
|
gran número de
tiros despedían:
|
|
vuelan nubadas
de armas enastadas
|
|
por los valientes brazos
arrojadas.
|
480
|
Cuales
contrarias aguas a toparse
|
|
van con rauda
corriente sonorosa,
|
|
que,
resistiendo al tiempo del mezclarse,
|
|
aquélla más
violenta y poderosa
|
|
a la menos
pujante sin pararse
|
485
|
volverla contra
el curso es cierta cosa:
|
|
así a nuestro
escuadrón forzosamente
|
|
le arrebató la
bárbara corriente.
|
|
No pudiendo
sufrir la fuerza brava
|
|
del número de
gente y movimiento,
|
490
|
al
español el bárbaro llevaba
|
|
como a liviana
paja el recio viento.
|
|
Entran sin
orden, que ya rota andaba,
|
|
todos mezclados
en el fuerte asiento,
|
|
y dentro del
cuadrado y ancho muro
|
495
|
comienzan pie
con pie un combate duro.
|
[181]
|
Algunos
españoles castigados
|
|
recogerse en la
fuerza no quisieron,
|
|
que eran de
corazones congojados
|
|
y de verse en estrecho
rehuyeron:
|
500
|
quieren el
campo abierto, y por los lados
|
|
del turbado
montón se dividieron;
|
|
pero los de más
ser, con mano osada
|
|
procuran
amparar la plaza entrada.
|
|
Allí quieren
morir o defenderse:
|
505
|
la carrera más
larga otros tomaron,
|
|
que acordaron
con tiempo guarecerse:
|
|
otros a la
marina se llegaron
|
|
metiéndose en
un barco, sin poderse
|
|
sufrir, las corvas áncoras
alzaron;
|
510
|
satisfaciendo
al miedo y bajo intento,
|
|
las velas con
presteza dan al viento.
|
|
Quien en llegar
es algo perezoso,
|
|
viendo levar el
áncora a la nave,
|
|
no duda en
arrojarse al mar furioso,
|
515
|
teniendo aquel
morir por menos grave.
|
|
Quién antes no
nadaba, de medroso
|
|
las olas rompe agora y nadar
sabe:
|
|
mirad, pues, el
temor a qué ha llegado,
|
|
que viene a ser
de miedo el hombre osado.
|
520
|
Los que están
en la fuerza retraídos,
|
|
como buenos
guerreros se defienden;
|
|
muertos quieren
quedar y no vencidos,
|
|
que ya sólo un
honrado fin pretenden:
|
|
y con tal
presupuesto embravecidos,
|
525
|
sin esperanza
de vivir ofenden,
|
|
haciendo en los
contrarios tal estrago
|
|
que la plaza de
sangre era ya lago.
|
[182]
|
Lautaro, gente
y armas contrastando,
|
|
en la fuerza el
primero entrado había,
|
530
|
y muerto a dos
soldados en entrando
|
|
que en suerte
le cupieron aquel día.
|
|
Lincoya iba
hiriendo y derribando:
|
|
mas ¿quién
podrá decir la bravería
|
|
de Tucapel, que
el cielo acometiera,
|
535
|
si hallara
algún camino o escalera?
|
|
No entró el
fuerte por puerta ni por puente,
|
|
antes
con desenvuelto y diestro salto,
|
|
libre el foso
saltó ligeramente,
|
|
y estaba en un
momento en lo más alto:
|
540
|
no le pudo
seguir por allí gente,
|
|
él solo de
aquel lado dio el asalto;
|
|
mas, como si de
mil fuera guardado,
|
|
se arroja luego
en medio del cercado.
|
|
Apenas puso el
pie firme en la plaza,
|
545
|
cuando el
furioso bárbaro esgrimiendo
|
|
la ejercitada,
dura y gruesa maza,
|
|
iba los
enemigos esparciendo:
|
|
no vale malla
fina ni coraza;
|
|
y las celadas fuertes, no
pudiendo
|
550
|
sufrir los recios golpes que
bajaban,
|
|
machucando los
sesos se abollaban.
|
|
Unos deja
tullidos y contrechos,
|
|
otros para en
su vida lastimados,
|
|
a quién hunde
el pescuezo por los pechos,
|
555
|
a quién rompe
los lomos y costados
|
|
cual si fueran
de blanda cera hechos:
|
|
magulla, muele
y deja derrengados,
|
|
y en el mayor peligro
osadamente
|
|
se arroja sin
temor de armas y gente.
|
560 [183]
|
Contra Ortiz
revolvió con muestra airada,
|
|
que había
muerto a Torquín, mozo animoso,
|
|
la maza alta, y
la vista en él clavada,
|
|
rompe por el
tropel de armas furioso:
|
|
no sé cuál fue
la espada señalada
|
565
|
ni aquel brazo
pujante y provechoso,
|
|
que el mástil
cercenó del araucano
|
|
y dos dedos con
él de la una mano.
|
|
Con el
encendimiento que llevaba
|
|
no sintió la
herida de repente;
|
570
|
mas cuando el
brazo y golpe descargaba,
|
|
que los dedos y
maza faltar siente,
|
|
herida tigre
hircana no es tan brava,
|
|
ni acosado león
tan impaciente
|
|
como el indio,
que lleno de postema,
|
575
|
del cielo,
infierno, tierra y mar blasfema.
|
|
Sobre las
puntas de los pies estriba,
|
|
y en ellas la
persona más levanta:
|
|
el brazo cuanto
puede atrás derriba,
|
|
y el trozo
impele con violencia tanta
|
580
|
que a Ortiz,
que alta la espada sobre él iba.
|
|
La celada y los
cascos le quebranta,
|
|
y del grave
dolor desvanecido
|
|
dio en el suelo
de manos sin sentido.
|
|
El
bárbaro, con esto no vengado,
|
585
|
viene sobre él
con furia acelerada,
|
|
y con la
diestra, aún no medrosa, airado,
|
|
a Ortiz
arrebató la aguda espada;
|
|
alzándole la
cota por un lado,
|
|
le atravesó de
la una a la otra ijada,
|
590
|
y la alma del
corpóreo alojamiento
|
|
hizo el duro y
forzoso apartamiento.
|
[184]
|
La espada a la
siniestra el indio trueca,
|
|
sintiéndose
tullido de la diestra,
|
|
y del golpe
primero otro derrueca,
|
595
|
que también en
herir era maestra:
|
|
como suele
segar la paja seca
|
|
el presto
segador con mano diestra,
|
|
así aquel
Tucapel con fuerza brava
|
|
brazos, piernas
y cuello cercenaba.
|
600
|
Dejándose guiar
por do la ira
|
|
le llevaba
furioso, discurriendo,
|
|
unos hiere,
maltrata, otros retira,
|
|
la espesa selva
de astas deshaciendo:
|
|
acaso al Padre
Lobo un golpe tira,
|
605
|
que contra
cuatro estaba combatiendo;
|
|
el cual sin ver
el fin de aquella guerra
|
|
dio el alma a
Dios y el cuerpo dio a la tierra.
|
|
El grave
Leucotón, no menos fuerte,
|
|
con el valor
que el cielo le concede,
|
610
|
hiere, aturde,
derriba y da la muerte,
|
|
que nadie en
fuerza y ánimo le excede:
|
|
no sé cómo a
escribirlo todo acierte,
|
|
que mi cansada
mano ya no puede
|
|
por tanta
confusión llevar la pluma,
|
615
|
y así reduce mucho a breve
suma.
|
|
También Angol,
soberbio y esforzado,
|
|
su corvo y gran
cuchillo en torno esgrime,
|
|
hiere al joven
Diego Oro, y del pesado
|
|
golpe en la
dura tierra el cuerpo imprime:
|
620
|
pero en esta
sazón Juan de Alvarado,
|
|
la furia de una
punta le reprime,
|
|
que al tiempo
que el furioso alfange alzaba
|
|
por debajo del
brazo le calaba.
|
[185]
|
No halló
defensa la enemiga espada;
|
625
|
lanzándose por
parte descubierta,
|
|
derecho al
corazón hizo la entrada,
|
|
abriendo una
sangrienta y ancha puerta
|
|
la cara antes
del joven colorada
|
|
se vio de
amarillez mustia cubierta;
|
630
|
descoyuntole el
brazo un mortal hielo,
|
|
batiendo
el cuerpo helado el duro suelo.
|
|
El corpulento
mozo Mareguano,
|
|
que airado a
todas partes discurría,
|
|
llegó al tiempo
que Angol por diestra mano
|
635
|
al riguroso
hierro se rendía:
|
|
era su íntimo
amigo y primo hermano,
|
|
de estrecho
trato antiguo y compañía;
|
|
«pues fue
siempre en la vida igual la suerte,
|
|
quiero, dijo,
también que sea en la muerte.»
|
640
|
Y contra el
matador con repentina
|
|
rabia, que el
pecho y venas le abrasaba,
|
|
un macizo y
fornido tronco empina
|
|
y con fuerza
sobre él lo derribaba;
|
|
mas temiendo
del golpe la ruïna
|
645
|
Alvarado, que
el ojo alerto estaba,
|
|
saca presto el
caballo apercebido,
|
|
y en el suelo
el troncón quedó metido.
|
|
Chilcán,
Ongolmo, Cayeguán de un lado,
|
|
Lepomande y
Purén en compañía,
|
650
|
habían así a los nuestros
apretado,
|
|
que ganaron
gran crédito aquel día:
|
|
Tomé, Cayocupín y el esforzado
|
|
Pillolco,
Caniomangue y Lebopía,
|
|
Mareande,
Elicura y Lemolemo
|
655
|
de su valor
mostraron el extremo.
|
[186]
|
En esto un
rumor súbito se siente
|
|
que los
cóncavos cielos atronaba,
|
|
y era que la
vitoria abiertamente
|
|
por el bárbaro
infiel se declaraba:
|
660
|
ya la española
destrozada gente
|
|
al camino de
Itata enderezaba,
|
|
desamparando el
suelo desdichado,
|
|
de sangre y
enemigos ocupado.
|
|
Del todo a toda
furia comenzando
|
665
|
iban los
españoles la huïda,
|
|
siempre más el
temor apresurando
|
|
con agudas
espuelas la corrida;
|
|
sigue el
alcance y valos aquejando
|
|
la bárbara
canalla embravecida,
|
670
|
envuelta en una
espesa polvareda,
|
|
matando al que
por flojo atrás se queda.
|
|
Alvarado con
ánimo y cordura
|
|
los anima y
esfuerza, y no aprovecha;
|
|
que la turbada
gente en tal rotura
|
675
|
huye la muerte
y plaza tan estrecha:
|
|
cuál encamina
al monte, y cuál procura
|
|
de Mapochó la
senda más derecha,
|
|
y cuál y cuál
constante todavía,
|
|
animoso con
Átropos porfía.
|
680
|
Estos, honrosa
muerte deseando,
|
|
despreciaban la
vida deshonrada,
|
|
aquel forzoso
punto dilatando
|
|
con raro
esfuerzo y valerosa espada:
|
|
presto quedó la
plaza sin un bando,
|
685
|
de almas vacía y de cuerpos
ocupada,
|
|
que animosos
los pocos que quedaban
|
|
a las armas y
muerte se entregaban.
|
[187]
|
Unos por los
costados caen abiertos;
|
|
otros de parte
a parte atravesados;
|
690
|
otros, que de
su sangre están cubiertos,
|
|
se rinden a la
muerte desangrados:
|
|
al fin, todos
quedaron allí muertos,
|
|
del riguroso hierro
apedazados.
|
|
Vamos tras los que aguijan los
caballos,
|
695
|
que no haremos
poco en alcanzallos.
|
|
Quién por
camino incierto, quién por senda
|
|
áspera,
peligrosa y desusada,
|
|
bate al caballo
y dale suelta rienda,
|
|
que el miedo es
grande y grande la jornada:
|
700
|
el bárbaro
escuadrón con grita horrenda
|
|
por sierra,
monte, llano y por cañada
|
|
las espaldas
les iba calentando,
|
|
hiriendo, dando
muerte y derribando.
|
|
Había de la
comarca concurrido
|
705
|
gente armada
por uno y otro lado,
|
|
que a la mira
imparcial había asistido
|
|
hasta ver el derecho declarado:
|
|
en esto alzando
un súbito alarido,
|
|
con el orgullo
a vencedores dado,
|
710
|
baja las armas,
hasta allí neutrales,
|
|
en daño de las señas
imperiales.
|
|
Salen en codicioso
seguimiento
|
|
de la española
gente, que corría
|
|
con furia y
ligereza más que el viento.
|
715
|
Sin hacerse uno
a otro compañía:
|
|
la mucha
turbación y desatiento,
|
|
que a los
nuestros el miedo les ponía,
|
|
los lleva sin
caminos, esparcidos
|
|
por sierras, valles, montes,
por ejidos.
|
720 [188]
|
Los que tienen caballos más
ligeros
|
|
¡oh cuán de corazón son
envidiados!
|
|
¡Qué poco se
conocen compañeros
|
|
de largo tiempo
y amistad tratados!
|
|
No aprovechan
promesas de dineros,
|
725
|
ni
de bienes allí representados:
|
|
Tanto el miedo
ocupado los había
|
|
que lugar la
codicia aún no tenía;
|
|
antes, los intereses
despreciando,
|
|
se muestran
allí poco codiciosos,
|
730
|
tras las ricas celadas
arrojando
|
|
petos de fina
plata embarazosos:
|
|
y así de las promesas no
curando;
|
|
jugaban los talones presurosos:
|
|
sólo las alas
de Ícaro quisieran,
|
735
|
aunque pasando
el mar se derritieran.
|
|
Juan y Hernando
Alvarados la jornada
|
|
con el valiente
Ibarra apresuraban,
|
|
animando la
gente desmayada,
|
|
mas no por esto
el paso moderaban:
|
740
|
abren por la
carrera embarazada,
|
|
que ligeros caballos gobernaban,
|
|
y aunque con
viva espuela los batían,
|
|
alargarse de un
indio no podían.
|
|
Delante largo
trecho de la gente,
|
745
|
a los tres les da caza y
atormenta
|
|
un espaldudo bárbaro
valiente,
|
|
Rengo llamado,
mozo de gran cuenta:
|
|
éste solo los
sigue osadamente
|
|
y a voces con
palabras los afrenta;
|
750
|
y los aprieta y
corre a campo raso,
|
|
sin poderle ganar
un solo paso.
|
[189]
|
«¡Jo!, ¡jo! (les va
gritando) espera!, espera!»
|
|
Que más en
castellano no sabía;
|
|
pero en su
natural lengua primera
|
755
|
atrevidas injurias les decía.
|
|
Tres leguas los
corrió desta manera,
|
|
que jamás de
las colas se partía
|
|
por mucho que aguijasen los
rocines,
|
|
llamándolos infames y ruïnes.
|
760
|
Llevaba una
arma en alto levantada,
|
|
que no hay
quien su fación y forma diga:
|
|
era una gruesa
haya mal labrada,
|
|
de la grandeza
y peso de una viga,
|
|
de metal la
cabeza barreada:
|
765
|
y esgrímela el
garzón sin más fatiga
|
|
que el presto
esgrimidor suelto y liviano
|
|
juega el fácil
bastón con diestra mano.
|
|
Si alguna vez
con el troncón pesado
|
|
los caballos el
bárbaro alcanzaba,
|
770
|
era de fuerza el
golpe tan cargado
|
|
que casi
derrengados los dejaba;
|
|
así
cada caballo escarmentado
|
|
sin espuelas el
curso apresuraba,
|
|
que jamás fue
baqueta en la corrida
|
775
|
como el bastón
del bárbaro temida.
|
|
Aunque gran
trecho aquel follón se aleja
|
|
del seguro
montón y amigo bando,
|
|
no por esto la
dura empresa deja,
|
|
antes más los
persigue y va afrentando:
|
780
|
con prestos
pies y maza los aqueja,
|
|
la nación
española profazando
|
|
en lenguaje
araucano, que entendían
|
|
los tres, que a
más correr dél se desvían.
|
[190]
|
Veinte veces
revuelven los cristianos,
|
785
|
dando sobre él
con súbita presteza;
|
|
a todos tres les da llenas las
manos
|
|
con su
diabólica arma y ligereza:
|
|
entretanto
llegaban los ufanos
|
|
indios en el
alcance sin pereza,
|
790
|
y volviendo los
tres a su carrera
|
|
el bárbaro y
bastón sobre ellos era.
|
|
No por áspero
monte ni agria cuesta
|
|
afloja el curso
y animoso brío;
|
|
antes cual
correr suele sobre apuesta
|
795
|
tras las fieras el Puelche en
desafío,
|
|
los corre,
aflige, aprieta y los molesta;
|
|
y a diez millas
de alcance, por do un río
|
|
el camino
atraviesa al mar corriendo,
|
|
se fue en la
húmida orilla deteniendo.
|
800
|
El bárbaro
escuadrón parado había;
|
|
solo el
contumaz Rengo porfiando,
|
|
desistir de la
empresa no quería,
|
|
aunque no ve
persona de su bando:
|
|
los tres lasos cristianos a
porfía
|
805
|
iban el ancho
vado atravesando,
|
|
cuando Rengo
cargó de una pesada
|
|
piedra la
presta honda dél usada.
|
|
El tronco en el
suelo húmido fijado,
|
|
rodea el brazo
dos veces, despidiendo
|
810
|
el tosco y gran
guijarro así arrojado,
|
|
que el monte
retumbó del sordo estruendo;
|
|
las ninfas por
lo más sesgo del vado,
|
|
las cristalinas aguas
revolviendo,
|
|
sus doradas cabezas levantaron
|
815
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y a ver el caso
atentas se pararon.
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El importuno
bárbaro no cesa
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ni afloja de la
empresa que pretende;
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antes con
silbos, grita y piedra espesa,
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la
agua a más de la cinta, los ofende;
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y dándoles en
esto mucho priesa,
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el beber los caballos les
defiende,
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diciendo:
«¡Sus, salid, salid afuera,
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que yo os
manterné campo en la ribera!»
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Viendo Alvarado
a Rengo así orgulloso,
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de la soberbia
tema ya impaciente,
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dice a los dos:
«¡Oh caso vergonzoso,
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que a tres nos
siga un indio solamente
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y triunfe de
nosotros vitorioso!
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No es bien que
de españoles tal se cuente:
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volvamos, y de aquí jamás
pasemos
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si primero
morir no le hacemos.»
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Así dijo, y las riendas
revolviendo,
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segunda vez el
vado atravesaban;
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de morir o
matarle proponiendo,
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los caballos cansados
aguijaban;
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en esto el
araucano, conociendo
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la cólera y
furor con que tornaban,
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olvidando la
maza y presupuesto,
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las voladoras plantas mueve
presto.
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Una larga
carrera por la arena
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los tres a toda
furia le siguieron,
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aunque en balde
tomaron esta pena,
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que el indio
más corrió que ellos corrieron:
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faltos, no de
intención, pero de lena,
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de cansados las riendas
recogieron;
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y en un áspero
sitio y peligroso
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les hizo rostro
el bárbaro animoso.
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Por espaldas
tomó una gran quebrada,
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revolviendo a los tres con
osadía,
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y a falta de la
maza acostumbrada,
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a menudo la
honda sacudía:
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de allí con
mofa, silbos y pedrada,
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sin poderle
ofender, los ofendía,
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por ser aquel
lugar despeñadero,
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y más que ellos
el bárbaro ligero.
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Visto Alvarado
serle así excusado
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el fin de lo
que tanto deseaba,
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dejando libre
al bárbaro esforzado,
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que bien de
mala gana se quedaba,
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pasa otra vez
el ya seguro vado,
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y al usado
camino se tornaba,
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triste en ver
que Fortuna por tal modo
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se le mostraba
adversa y dura en todo.
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Había dejado el
campo lautarino
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de seguir el
alcance grande rato;
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iban
los españoles sin camino,
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como ovejas que
van fuera de hato.
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De no seguirlos
más me determino,
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que por lo que
adelante dellos trato,
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dejarlos por
agora me es forzado
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donde otras veces ya los he
dejado.
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Con la gente
araucana quiero andarme,
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dichosa a la
sazón y afortunada;
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y, como se
acostumbra, desviarme
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de la parte
vencida y desdichada:
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por donde
tantos van quiero guiarme,
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siguiendo la
carrera tan usada,
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pues la
costumbre y tiempo me convence,
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y todo el mundo
es ya ¡viva quien vence!
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¡Cuán usado es huir los
abatidos
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y seguir los
soberbios levantados,
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de la instable
Fortuna favoridos
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para sólo
después ser derribados!
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Al cabo destos
favores, reducidos
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a su valor, son
bienes emprestados
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que habemos de
pagar con siete tanto,
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como claro nos
muestra el nuevo canto.
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