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Alonso de Ercilla y Zúñiga
La Araucana

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  • Canto X
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Canto X

Ufanos los araucanos de las vitorias habidas, ordenan unas fiestas generales, donde concurrieron diversas gentes así extranjeras como naturales, entre los cuales hubo grandes pruebas y diferencias.

Cuando la varia diosa favorece

 

y las dádivas prósperas reparte,

 

¡cómo al ánimo flaco fortalece,

 

que de triste mujer se vuelve un Marte,

 

y derriba, acobarda y enflaquece

5

el esfuerzo viril en la otra parte,

 

haciendo cuesta arriba lo que es llano

 

y un gran cerro la palma de la mano!

 

¡Quién vio los españoles colocados

 

sobre el más alto cuerno de la luna

10

de sus famosos hechos rodeados,

 

sin punto y muestra de mudanza alguna!

 

¡Quién los ve en breve tiempo derribados!

 

¡Quién ve en miseria vuelta su fortuna,

 

seguidos, no de Marte, dios sanguino,

15

mas del tímido sexo femenino!

[195]

Mirad aquí la suerte tan trocada,

 

pues aquellos que al cielo no temían,

 

las mujeres, a quien la rueca es dada,

 

con varonil esfuerzo los seguían;

20

y con la diestra a la labor usada

 

las atrevidas lanzas esgrimían,

 

que, por el hado próspero impelidas,

 

hacían crudos efetos y heridas.

 

Estas mujeres digo que estuvieron

25

en un monte escondidas, esperando

 

de la batalla el fin; y cuando vieron

 

que iba de rota el castellano bando,

 

hiriendo el cielo a gritos decendieron,

 

el mujeril temor de sí lanzando;

30

y de ajeno valor y esfuerzo armadas,

 

toman de los ya muertos las espadas.

 

Y a vueltas del estruendo y muchedumbre,

 

también en la vitoria embebecidas,

 

de medrosas y blandas de costumbre

35

se vuelven temerarias homicidas:

 

no sienten ni les daba pesadumbre

 

los pechos al correr, ni las crecidas

 

barrigas de ocho meses ocupadas,

 

antes corren mejor las más preñadas.

40

Llamábase infelice la postrera,

 

y con ruegos al cielo se volvía,

 

porque a tal coyuntura en la carrera

 

mover más presto el paso no podía.

 

Si las mujeres van desta manera,

45

¿la bárbara canalla cuál iría?

 

De aquí tuvo principio en esta tierra

 

venir también mujeres a la guerra.

[196]

Vienen acompañando a sus maridos,

 

y en el dudoso trance están paradas;

50

pero, si los contrarios son vencidos,

 

salen a perseguirlos esforzadas:

 

prueban la flaca fuerza en los rendidos

 

y si cortan en ellos sus espadas,

 

haciéndolos morir de mil maneras,

55

que la mujer cruël eslo de veras.

 

Así a los nuestros esta vez siguieron

 

hasta donde el alcance había cesado,

 

y desde allí la vuelta al pueblo dieron,

 

ya de los enemigos saqueado.

60

Que cuando hacer más daño no pudieron,

 

subiendo en los caballos que en el prado

 

sueltos sin orden y gobierno andaban,

 

a sus dueños por juego remedaban.

 

Quién hace que combate, y quién huía,

65

y quién tras el que huye va corriendo:

 

quién finge que está muerto, y se tendía,

 

quién correr procuraba no pudiendo:

 

la alegre gente así se entretenía,

 

el trabajo importuno despidiendo,

70

hasta que el sol rayaba los collados

 

que el general llegó y los más soldados.

 

Los unos y los otros aguijaban

 

con gran priesa a abrazarse estrechamente;

 

pero algunos, por más que se esforzaban,

75

la envidia les hacía arrugar la frente:

 

francos los vencedores se mostraban,

 

repartiendo la presa alegremente;

 

que aún en el pecho vil contra natura

 

puede tanto la próspera ventura.

80 [197]

Una solemne fiesta en este asiento

 

quiso Caupolicán que se hiciese,

 

donde del araucano ayuntamiento

 

la gente militar sola estuviese;

 

y con alegre muestra y gran contento,

85

sin que la popular se entremetiese,

 

en danzas, juegos, vicio y pasatiempo

 

allí se detuvieron algún tiempo.

 

Los juegos y ejercicios acabados,

 

para el valle de Arauco caminaron,

90

do a las usadas fiestas los soldados

 

de toda la provincia convocaron;

 

fueron bastantes plazos señalados,

 

joyas de gran valor se pregonaron,

 

de los que en ellas fuesen vencedores,

95

premios dignos de haber competidores.

 

La fama de la fiesta iba corriendo

 

más que los diligentes mensajeros,

 

en un término breve apercibiendo

 

naturales, vecinos y extranjeros:

100

gran multitud de gente concurriendo,

 

creció el número tanto de guerreros,

 

que ocupaban las tiendas forasteras

 

los valles, montes, llanos y riberas.

 

Ya el esperado catorceno día,

105

que tanta gente estaba deseando,

 

al campo su color restituía,

 

las importunas sombras desterrando;

 

cuando la bulliciosa compañía

 

de los briosos jóvenes, mostrando

110

el juvenil hervor y sangre nueva,

 

en campo estaban, prestos a la prueba.

[198]

Fue con solemne pompa referido

 

el orden de los precios, y el primero

 

era un lustroso alfange, guarnecido

115

por mano artificiosa de platero:

 

este premio fue allí constituido

 

para aquel que con brazo más entero

 

tirase una fornida y gruesa lanza,

 

sobrando a los demás en la pujanza.

120

Y de cendrada plata una celada,

 

cubierta de altas plumas de colores,

 

de un cerco de oro puro rodeada,

 

esmaltadas en él varias labores,

 

fue la preciada joya señalada

125

para aquel que, entre diestros luchadores,

 

en la difícil prueba se extremase

 

y por señor del campo en pie quedase.

 

Un lebrel animoso, remendado,

 

que el collar remataba una venera

130

de agudas puntas de metal herrado,

 

era el precio de aquel que en la carrera,

 

de todas armas y presteza armado,

 

arribase más presto a la bandera

 

que una gran milla lejos tremolaba

135

y el trecho señalado limitaba.

 

Y de niervos un arco, hecho por arte,

 

con su dorada aljaba que pendía

 

de un ancho y bien labrado talabarte

 

con dos gruesas hebillas de taujía,

140

éste se señaló y se puso aparte

 

para aquel que con flecha a puntería,

 

ganando por destreza el precio rico,

 

llevase al papagayo el corvo pico.

[199]

Un caballo morcillo, rabicano,

145

tascando el freno estaba de cabestro,

 

precio del que con suelta y presta mano

 

esgrimiese el bastón como más diestro.

 

Por juez se señaló a Caupolicano,

 

de todos ejercicios gran maestro.

150

Ya la trompeta con sonada nueva

 

llamaba opositores a la prueba.

 

No bien sonó la alegre trompa, cuando

 

el joven Orompello, ya en el puesto,

 

airosamente el manto derribando,

155

mostró el hermoso cuerpo bien dispuesto

 

y en la valiente diestra blandeando

 

una maciza lanza. Luego en esto

 

se ponen asimismo Lepomande,

 

Crino, Pillolco, Guambo y Mareande.

160

Estos seis en igual hila corriendo,

 

las lanzas por los fieles igualadas,

 

a un tiempo las derechas sacudiendo,

 

fueron con seis gemidos arrojadas:

 

salen la astas con rumor crugiendo,

165

de aquella fuerza e ímpetu llevadas,

 

rompen el aire, suben hasta el cielo,

 

bajando con la misma furia al suelo.

 

La de Pillolco fue la asta primera

 

que falta de vigor a tierra vino,

170

tras ella la de Guambo, y la tercera

 

de Lepomande, y cuarta la de Crino,

 

la quinta de Mareande, y la postrera,

 

haciendo por más fuerza más camino,

 

la de Orompello fue, mozo pujante,

175

pasando cinco brazas adelante.

[200]

Tras éstos otros seis lanzas tomaron,

 

de los que por más fuertes se estimaban,

 

y aunque con fuerza extrema procuraron

 

sobrepujar el tiro, no llegaban:

180

otros tras éstos, y otros seis probaron,

 

mas todos con vergüenza atrás quedaban;

 

y por no detenerme en este cuento,

 

digo que lo probaron más de ciento.

 

Ninguno con seis brazas llegar pudo

185

al tiro de Orompello señalado,

 

hasta que Leucotón, varón membrudo,

 

viendo que ya el probar había aflojado,

 

dijo en voz alta: «De perder no dudo,

 

mas porque todos ya me habéis mirado,

190

quiero ver deste brazo lo que puede

 

y a llegar mi estrella me concede».

 

Esto dicho, la lanza requerida,

 

en ponerse en el puesto poco tarda;

 

y dando una ligera arremetida,

195

hizo muestra de sí fuerte y gallarda:

 

la lanza por los aires impelida

 

sale cual gruesa bala de bombarda,

 

o cual furioso trueno que, corriendo,

 

por las espesas nubes va rompiendo.

200

Cuatro brazas pasó con raudo vuelo

 

de la señal y raya delantera;

 

rompiendo el hierro por el duro suelo,

 

tiembla por largo espacio la asta fuera:

 

alza la turba un alarido al cielo,

205

y de tropel con súbita carrera

 

muchos a ver el tiro van corriendo,

 

la fuerza y tirador engrandeciendo.

[201]

Unos el largo trecho a pies medían

 

y examinan el peso de la lanza,

210

otros por maravilla encarecían

 

del esforzado brazo la pujanza:

 

otros van por el precio, otros hacían

 

al vencedor cantares de alabanza;

 

de Leucotón el nombre levantando

215

le van en alta voz solemnizando.

 

Salta Orompello, y por la turba hiende.

 

Y aquel rumor, colérico, baraja,

 

diciendo: «Aún no he perdido, ni se entiende

 

de sólo el primer tiro la ventaja

220

Caupolicán la vara en esto tiende,

 

y a tiempo un encendido fuego ataja,

 

que Tucapel al primo había acudido,

 

y otros con Leucotón se habían metido.

 

Caupolicán, que estaba por juez puesto,

225

mostrándose imparcial, discretamente

 

la furia de Orompello aplaca presto

 

con sabrosas palabras blandamente:

 

y así, no se altercando más sobre esto,

 

conforme a la postura, justamente

230

a Leucotón, por más aventajado,

 

le fue ceñido el corvo alfange al lado.

 

Acabada con esto la porfía,

 

y Leucotón quedando vitorioso,

 

Orompello a una parte se desvía,

235

del caso algo corrido y vergonzoso;

 

mas como sabio mozo lo encubría,

 

de verse en ocasiones deseoso

 

por do con Leucotón, y causa nueva,

 

venir pudiese a más estrecha prueba.

240 [202]

Era Orompello mozo asaz valido,

 

que desde su niñez fue muy brioso,

 

manso, tratable, fácil, corregido,

 

y en ocasión metido, valeroso;

 

de muchos en asiento preferido

245

por su esfuerzo y linaje generoso,

 

hijo del venerable Mauropande,

 

primo de Tucapel y amigo grande.

 

Puesto nuevo silencio y despejado

 

el campo do la prueba se hacía,

250

el diestro Cayeguán, mozo esforzado,

 

a mantener la lucha se metía:

 

no pasó mucho, cuando de otro lado

 

con gran disposición Torquín salía

 

de haber en él pujanza y ligereza;

255

ambos en el luchar de gran destreza.

 

Dada señal, con pasos ordenados

 

los dos gallardos bárbaros se mueven;

 

ya los viérades juntos, ya apartados,

 

ora tienden el cuerpo, ora le embeben:

260

por un lado y por otro recatados

 

se inquieren, cercan, buscan y remueven,

 

tientan, vuelven, revuelven y se apuntan,

 

y al cabo con gran ímpetu se juntan.

 

Hechas las presas y ellos recogidos,

265

en su fuerza procuran conocerse;

 

pero de ardor colérico encendidos

 

comienzan por el campo a revolverse:

 

cíñense pies con pies, y entretegidos

 

cargan a un lado y otro, sin poderse

270

llevar cuanto una mínima ventaja,

 

por más que el uno y otro se trabaja.

[203]

Andando así, en un tiempo, cauteloso

 

metió la pierna diestra Cayeguano;

 

quiso Torquín ceñirla codicioso

275

cargando con gran fuerza a aquella mano:

 

sácala a tiempo Cayeguán mañoso,

 

y el cuerpo de Torquín quedando en vano,

 

del mismo peso y fuerza que traía

 

a los pies enemigos se tendía.

280

Tras éste el fuerte Rengo se presenta,

 

el cual, lanzando fuera los vestidos,

 

descubre la persona corpulenta,

 

brazos robustos, músculos fornidos:

 

mírale la confusa turba atenta,

285

que de cuatro entre todos escogidos

 

este valiente bárbaro era el uno,

 

jamás sobrepujado de ninguno.

 

Con gran fuerza los hombros sacudiendo

 

se apareja a la lucha y desafío,

290

y al vencedor contrario apercibiendo

 

le va a buscar con animoso brío:

 

de la otra parte Cayeguán saliendo

 

en medio de aquel campo a su albedrío,

 

vienen los dos gallardos a juntarse,

295

procurando en la presa aventajarse.

 

Un rato los juzgaron igualmente,

 

y anduvo en duda la vitoria incierta;

 

mas luego Rengo dio señal patente

 

con que fue su pujanza descubierta:

300

que entre los duros brazos reciamente

 

al triste Cayeguán, la boca abierta,

 

sin dejarle alentar, le retraía,

 

y acá y allá con él se revolvía.

[204]

Alzole de la tierra, y apretado,

305

en el aire gran pieza le suspende;

 

Cayeguán sin color, desalentado,

 

abre los brazos y las piernas tiende:

 

viéndolo así rendido, el esforzado

 

Rengo que a la vitoria sólo atiende,

310

dejándole bajar, con poca pena

 

le estampa de gran golpe en el arena.

 

Sacáronle del campo sin sentido,

 

y a su tienda en los hombros le llevaron:

 

todos la fuerza grande y el partido

315

de Rengo en alta voz solemnizaron:

 

pero cesando en esto aquel ruïdo,

 

a sus asientos luego se tornaron,

 

porque vieron que Talco aparejado

 

el puesto de la lucha había tomado.

320

Fue este Talco de pruebas gran maestro,

 

de recios miembros y feroz semblante,

 

diestro en la lucha y en las armas diestro,

 

ligero y esforzado aunque arrogante;

 

y con todas las partes que aquí muestro,

325

era Rengo más suelto y más pujante,

 

usado en los robustos ejercicios,

 

que dello su persona daba indicios.

 

Talco se mueve y sale con presteza;

 

Rengo espaciosamente se movía;

330

fíase mucho el uno en la destreza,

 

el otro en su vigor sólo se fía:

 

en esto con extraña ligereza,

 

cuando menos cuidado en Talco había,

 

un gran salto dio Rengo no pensado,

335

cogiendo al enemigo descuidado.

[205]

De la suerte que el tigre cauteloso,

 

viendo venir lozano al suelto pardo,

 

el cuello bajo, lerdo y perezoso,

 

con ronco son se mueve a paso tardo,

340

y en un instante súbito y furioso

 

salta sobre él con ímpetu gallardo,

 

y echándole la garra, así le aprieta,

 

que le oprime, le rinde y le sujeta:

 

de esta manera Rengo a Talco afierra,

345

y, antes que a la defensa se prevenga,

 

tan recio le apretó contra la tierra,

 

que el lomo quebrantado lo derrienga:

 

viéndolo pues así lo desafierra,

 

y a su puesto, esperando que otro venga,

350

vuelve, dejando el campo con tal hecho

 

de su extremada fuerza satisfecho.

 

Mas no hubo en hombre allí tal osadía

 

que a contrastar al bárbaro se atreva;

 

y así, porque la noche ya venía,

355

se difirió la comenzada prueba

 

hasta que el carro del siguiente día

 

alegrase los campos con luz nueva:

 

sonando luego varios instrumentos,

 

de las mesas hinchieron los asientos.

360

Pues otro día, saliendo de su tienda

 

el hijo de Leocán, acompañado

 

de gran gente, al lugar de la contienda

 

con altos instrumentos fue llevado:

 

Rengo, porque su fama más se extienda,

365

dando una vuelta en torno del cercado

 

entró dentro con una bella muestra,

 

y a mantener se puso la palestra.

[206]

Bien por dos horas Rengo tuvo el puesto

 

sin que nadie la plaza le pisase,

370

que no se vio soldado tan dispuesto

 

que, viéndole, el lugar vacío ocupase:

 

pero ya Leucotón mirando en esto,

 

que, porque su valor más se notase,

 

hasta ver el más fuerte había esperado,

375

con grave paso entró en el estacado.

 

Luego un rumor confuso y grande estruendo

 

entre el parlero vulgo se levanta

 

de ver estos dos juntos, conociendo

 

en ambos igualmente fuerza tanta.

380

Leucotón, la persona recogiendo,

 

a recibir a Rengo se adelanta,

 

que con gallardo paso se venía

 

de esfuerzo acompañado y lozanía.

 

Vienen al paragón dos animosos

385

que en esfuerzo y pujanza par no tienen:

 

unas veces aguijan presurosos

 

otras frenan el paso y lo detienen:

 

andan en torno y miran cautelosos,

 

y a todos los engaños se previenen;

390

pero no tardó mucho que cerraron,

 

y con estrechos ñudos se abrazaron.

 

Juntándose los dos pechos con pechos,

 

van las últimas fuerzas apurando:

 

ya se afirman y tienden muy estrechos,

395

ya se arrojan en torno volteando,

 

ya los izquierdos, ya los pies derechos

 

se enclavijan y enredan, no bastando

 

cuanta fuerza se pone, estudio y arte,

 

a poder mejorarse alguna parte.

400 [207]

Acá y allá furiosos se rodean,

 

la fuerza uno del otro resistiendo;

 

tanto forcejan, gimen, ijadean,

 

que los miembros se van entorpeciendo:

 

tiemblan de la fatiga y titubean

405

las cansadas rodillas, no pudiendo

 

comportar el tesón y furia insana,

 

que al fin eran de hueso y carne humana.

 

De sudor grueso y engrosado aliento

 

cubiertos los dos bárbaros andaban,

410

y del fogoso y recio movimiento

 

roncos los pechos dentro resonaban:

 

ellos siempre con más encendimiento,

 

sacando nuevas fuerzas, procuraban

 

llegar la empresa al cabo comenzada

415

por ganar el honor y la celada.

 

Pero ventaja entre ellos conocida

 

no se vio allí, ni de flaqueza indicio;

 

ambos jóvenes son de edad florida,

 

iguales en la fuerza y ejercicio:

420

mas la suerte de Rengo enflaquecida,

 

y el hado, que hasta allí le fue propicio,

 

hicieron que perdiese a su despecho

 

del precio y del honor todo el derecho.

 

Había en la plaza un hoyo hacia el un lado,

425

engaste de un guijarro, y nuevamente

 

estaba de su encaje levantado

 

por el concurso y huella de la gente:

 

desto el cansado Rengo no avisado,

 

metió el pie dentro, y desgraciadamente,

430

cual cae de la segur herido el pino,

 

con no menos estruendo a tierra vino.

[208]

No la pelota con tan presto salto

 

resurte arriba del macizo suelo,

 

ni la águila, que al robo cala de alto,

435

sube en el aire con tan recio vuelo;

 

como de corrimiento el seso falto,

 

Rengo rabioso, amenazando al cielo,

 

se puso en pie, que aun bien no tocó en tierra,

 

y contra Leucotón furioso cierra.

440

Como en la fiera lucha Anteo temido

 

por el furioso Alcides derribado,

 

que de la Tierra madre recogido,

 

cobraba fuerza y ánimo doblado;

 

así el airado Rengo embravecido,

445

que apenas en la arena había tocado,

 

sobre el contrario arriba de tal suerte,

 

que al extremo llegó de honrado y fuerte.

 

Tanta afrenta, vergüenza y dolor siente,

 

el público lugar considerando,

450

que, abrasado de fuego y rabia ardiente,

 

se le fueron las fuerzas aumentando;

 

y furioso, colérico, impaciente,

 

de suerte a Leucotón va retirando,

 

que apenas le resiste; y el suceso

455

oiréis en el siguiente canto expreso.

 

 

 

 

 

[209]




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