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Alonso de Ercilla y Zúñiga
La Araucana

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  • Canto XI
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Canto XI

Acábanse las fiestas y diferencias, y caminando Lautaro sobre la ciudad de Santiago, antes de llegar a ella hace un fuerte, en el cual metido, vienen los españoles sobre él, donde tuvieron una recia batalla.

Cuando los corazones nunca usados

 

a dar señal y muestra de flaqueza

 

se ven en lugar público afrentados,

 

entonces manifiestan su grandeza,

 

fortalecen los miembros fatigados,

5

despiden el cansancio y la torpeza,

 

y salen fácilmente con las cosas

 

que eran antes, Señor, dificultosas.

 

Así le avino a Rengo, que, en cayendo,

 

tanto esfuerzo le puso el corrimiento,

10

que, lleno de furor y en ira ardiendo,

 

se le dobló la fuerza y el aliento:

 

y al enemigo fuerte, no pudiendo

 

ganarle antes un paso, agora ciento

 

alzado de la tierra lo llevaba,

15

que aun afirmar los pies no le dejaba.

[210]

Adelante la cólera pasara

 

y hubiera alguna brega en aquel llano,

 

si, receloso de esto, no bajara

 

presto de arriba el hijo de Pillano,

20

que de Caupolicán traía la vara,

 

y él propio los aparta de su mano:

 

que no fue poco, en tanto encendimiento

 

tenerle este respeto y miramiento.

 

Siendo desta manera sin ruïdo

25

despartida la lucha ya enconada,

 

le fue a Rengo su honor restituïdo,

 

mas quedó sin derecho a la celada:

 

aún no estaba del todo difinido,

 

ni la plaza de gente despejada,

30

cuando el mozo Orompello dijo presto:

 

Mi vez ahora me toca, mío es el puesto.

 

Que bramando entre sí se deshacía

 

esperando aquel tiempo deseado,

 

viendo que Leucotón ya mantenía,

35

del tiro de la lanza no olvidado:

 

con gran desenvoltura y gallardía

 

salta el palenque y entra el estacado,

 

y en medio de la plaza, como digo,

 

llamaba cuerpo a cuerpo al enemigo.

40

La trápala y murmurio en el momento

 

creció, porque parando el pueblo en ello,

 

conoce por allí cuán descontento

 

del fuerte Leucotón está Orompello:

 

témese que vendrán a rompimiento,

45

mas nadie se atraviesa a defendello,

 

antes la plaza libre les dejaron

 

y los vacíos lugares ocuparon.

[211]

El pueblo, de la lucha deseoso,

 

la más parte a Orompello se inclinaba;

50

mira los bellos miembros y el airoso

 

cuerpo que a la sazón se desnudaba,

 

la gracia, el pelo crespo y el hermoso

 

rostro, donde su poca edad mostraba,

 

que veinte años cumplidos no tenía,

55

y a Leucotón a fuerzas desafía.

 

Juzgan ser desconformes los presentes

 

las fuerzas de estos dos por la aparencia;

 

viendo del uno el talle y los valientes

 

niervos, edad perfeta y experiencia;

60

y del otro los miembros diferentes,

 

la tierna edad y grata adolecencia;

 

aunque a tal opinión contradecía

 

la muestra de Orompello y osadía:

 

que, puesto en su lugar, ufano espera

65

el son de la trompeta, como cuando

 

el fogoso caballo en la carrera

 

la seña del partir está aguardando;

 

y cual halcón, que en la húmida ribera

 

ve la garza de lejos blanqueando,

70

que se alegra y se pule ya lozano,

 

y está para arrojarse de la mano.

 

El gallardo Orompello así esperaba

 

aquel alegre son para moverse,

 

que, de ver la tardanza, imaginaba

75

que habían impedimentos de ofrecerse.

 

Visto que tanto ya se dilataba,

 

queriendo a su sabor satisfacerse,

 

derecho a Leucotón sale animoso,

 

que no fue en recebirle perezoso.

80 [212]

En gran silencio vuelto el rumor vano,

 

quedando mudos todos los presentes,

 

en medio de la plaza, mano a mano,

 

salen a se probar los dos valientes.

 

Como cuando el lebrel y fiero alano,

85

mostrándose con ronco son los dientes,

 

yertos los cerros y ojos encendidos,

 

se vienen a morder embravecidos;

 

de tal modo los dos amordazados,

 

sin esperar trompeta ni padrino,

90

de coraje y rencor estimulados,

 

de medio a medio parten el camino,

 

y en un instante iguales, aferrados,

 

con extremada fuerza y diestro tino

 

se ciñeron los brazos poderosos,

95

echándose a los pies lazos ñudosos.

 

Las desconformes fuerzas, aunque iguales,

 

los lleva, arroja y vuelve a todos lados,

 

viéranlos sin mudarse a veces tales

 

que parecen en tierra estar clavados:

100

donde ponen los pies, dejan señales,

 

cavan el duro suelo, y apretados,

 

juntándose rodillas con rodillas,

 

hacen crugir los huesos y costillas.

 

Cada cual del valor, destreza y maña

105

usaba que en tal tiempo usar podía,

 

viendo el duro tesón y fuerza extraña

 

que en su recio adversario conocía:

 

revuélvense los dos por la campaña,

 

sin conocerse en nadie mejoría;

110

pero tanto de acá y de allá anduvieron

 

que ambos juntos a un tiempo en tierra dieron.

[213]

Fue tan presto el caer, y en el momento

 

tan presto el levantarse, por manera,

 

que se puede decir que el más atento,

115

a mover la pestaña, no lo viera:

 

ventaja ni señal de vencimiento

 

juzgarse por entonces no pudiera,

 

que Leucotón arrodilló en el llano

 

y Orompello tocó sola una mano.

120

En esto los padrinos se metieron,

 

y a cada lado el suyo retirando,

 

en disputa la lucha resumieron,

 

sus puntos y razones alegando:

 

de entrambas partes gentes acudieron,

125

la porfía y rumor multiplicando;

 

quién daba al uno el precio, honor y gloria;

 

quién cantaba del otro la vitoria.

 

Tucapelo, que estaba en un asiento

 

a la diestra del hijo de Pillano,

130

visto lo que pasaba, en el momento

 

salta en la plaza, la ferrada en mano;

 

y con aquel usado atrevimiento

 

dice: «El precio ganó mi primo hermano,

 

y si alguno esta causa me defiende,

135

harele yo entender que no lo entiende:

 

«La joya es de Orompello, y quien bastante

 

se halle a reprobar el voto mío,

 

en campo estamos, hágase adelante,

 

que en suma le desmiento y desafío

140

Leucotón con un término arrogante

 

dice: «Yo amansaré tu loco brío

 

y el vano orgullo y necio devaneo,

 

que mucho tiempo ha ya que lo deseo

[214]

«Conmigo lo has de haber, que comenzado

145

juego tenemos ya», dijo Orompello.

 

Responde Leucotón fiero y airado:

 

«Contigo y con tu primo quiero habello

 

Caupolicán en esto era llegado,

 

que del supremo asiento, viendo aquello,

150

había bajado a la sazón confuso,

 

y allí su autoridad toda interpuso.

 

Leucotón y Orompello, conociendo

 

que el gran Caupolicán allí venía,

 

las enconosas voces reprimiendo

155

cada cual por su parte se desvía:

 

mas Tucapel, la maza revolviendo,

 

que otro acuerdo y concierto no quería,

 

lleno de ira diabólica, no calla,

 

llamando a todo el mundo a la batalla.

160

Ruego y medios con él no valen nada

 

del hijo de Leocán ni de otra gente,

 

diciendo que a Orompello la celada

 

le den por vencedor y más valiente:

 

después, que en plaza franca y estacada

165

con Leucotón le dejen libremente,

 

donde aquella disputa se decida,

 

perdiendo de los dos uno la vida.

 

Puesto Caupolicán en este aprieto,

 

lleno de rabia y de furor movido,

170

le dice: «Haré que guardes el respeto

 

que a mi persona y cargo le es debido

 

Tucapel le responde: «Yo prometo

 

que por temor no baje del partido;

 

y aquel que en lo que digo no viniere,

175

haga a su voluntad lo que pudiere.

[215]

«Guardarete respeto, si derecho

 

en lo que justo pido me guardares,

 

y mientras que con recto y sano pecho

 

la causa sin pasión de esto mirares:

180

mas si, contra razón, sólo de hecho,

 

torciendo la justicia lo llevares,

 

por ti y tu cargo, y todo el mundo junto,

 

no perderé de mi derecho un punto

 

Caupolicán, perdida la paciencia,

185

se mueve a Tucapel determinado;

 

mas Colocolo, viejo de experiencia,

 

que con temor le andaba siempre al lado,

 

le hizo una acatada resistencia

 

diciendo: «¿Estás, señor, tan olvidado

190

de ti y tu autoridad y salud nuestra

 

que lo pongas en sólo alzar la diestra?

 

«Mira, señor, que todo se aventura:

 

mira que están los más ya diferentes:

 

de Tucapel conoces la locura

195

y la fuerza que tiene de parientes;

 

lo que emendarse puede con cordura

 

no lo emiendes con sangre de inocentes:

 

dale a Orompello el contendido precio,

 

y otro al competidor de igual aprecio.

200

»Si por rigor y término sangriento

 

quieres poner en riesgo lo que queda,

 

puesto que sobre fijo fundamento

 

Fortuna a tu sabor mueva la rueda,

 

y el juvenil furor y atrevimiento

205

castigar a tu salvo te conceda,

 

queda tu fuerza más disminuida,

 

y al fin tu autoridad menos temida.

[216]

»Pierdes dos hombres, pierdes dos espadas

 

que el límite araucano han extendido,

210

y en las fieras naciones apartadas

 

hacen que sea tu nombre tan temido:

 

si agora han sido aquí desacatada,

 

mira lo que otras veces han servido

 

en trances peligrosos, derramando

215

la sangre propia y del contrario bando

 

Imprimieron así en Caupolicano

 

las razones y celo de aquel viejo,

 

que, frenando el furor, dijo: «En tu mano

 

lo dejo todo y tomo ese consejo».

220

Con tal resolución, el sabio anciano,

 

viendo abierto camino y aparejo,

 

habló con Leucotón que vino en todo,

 

y a los primos después del mismo modo.

 

Y así el viejo eficaz los persuadiera,

225

que en tal discordia y caso tan diviso,

 

lo que el mundo universo no pudiera

 

pudo su discreción y buen aviso:

 

fuelos, pues, reduciendo de manera

 

que vinieron a todo lo que quiso;

230

pero con condición que la celada

 

por precio al Orompello fuese dada.

 

Pues la rica celada allí traída

 

al ufano Orompello le fue puesta;

 

y una cuera de malla guarnecida

235

de fino oro a la par vino con ésta,

 

y al mismo tiempo a Leucotón vestida.

 

Todos conformes, en alegre fiesta

 

a las copiosas mesas se sentaron,

 

donde más la amistad confederaron.

240 [217]

Acabado el comer, lo que del día

 

les quedaba, las mesas levantadas,

 

se pasó en regocijo y alegría,

 

tegiendo en corros danzas siempre usadas,

 

donde un número grande intervenía

245

de mozos y mujeres festejadas;

 

que las pruebas cesaron y ocasiones

 

atento a no mover nuevas cuestiones.

 

Cuando la noche el horizonte cierra,

 

y con la negra sombra el mundo abraza,

250

los principales hombres de la tierra

 

se juntaron en una antigua plaza

 

a tratar de las cosas de la guerra,

 

y en el discurso dellas dar la traza,

 

diciendo que el subsidio padecido

255

había de ser con sangre redemido.

 

Salieron con que al hijo de Pillano

 

se cometiese el cargo deseado,

 

y el número de gente por su mano

 

fuese absolutamente señalado:

260

tal era la opinión del araucano

 

y tal crédito y fama había alcanzado,

 

que si asolar el cielo prometiera

 

crédito a la promesa se le diera.

 

Y entre la gente joven más granada

265

fueron por él quinientos escogidos,

 

mozos gallardos, de la vida airada,

 

por más bravos que pláticos tenidos:

 

y hubo de otros por ir esta jornada

 

tantos ruegos, protestos y partidos,

270

que excusa no bastó ni impedimento

 

a no exceder la copia en otros ciento.

[218]

Los que Lautaro escoge son soldados

 

amigos de inquietud, facinerosos,

 

en el duro trabajo ejercitados,

275

perversos, disolutos, sediciosos,

 

a cualquiera maldad determinados,

 

de presas y ganancias codiciosos,

 

homicidas, sangrientos, temerarios,

 

ladrones, bandoleros y cosarios.

280

Con esta buena gente caminaba

 

hasta Maule de paz atravesando,

 

y las tierras, después, por do pasaba

 

iba a fuego y a sangre sujetando:

 

todo sin resistir se le allanaba,

285

poniéndose debajo de su mando;

 

los caciques le ofrecen francamente

 

servicio, armas, comida, ropa y gente.

 

Así que por los pueblos y ciudades

 

la comarca los bárbaros destruyen.

290

Talan comidas, casas y heredades,

 

que los indios de miedo al pueblo huyen:

 

estupros, adulterios y maldades

 

por violencia sin término concluyen,

 

no reservando edad, estado y tierra,

295

que a todo riesgo y trance era la guerra.

 

No paran, con la gana que tenían

 

de venir con los nuestros a la prueba,

 

los indios comarcanos que huían

 

llevan a la ciudad la triste nueva:

300

rumores y alborotos se movían,

 

el bélico bullicio se renueva,

 

aunque algunos que el caso contemplaban

 

a tales nuevas crédito no daban.

[219]

Dicen que era locura claramente

305

pensar que así una escuadra desmandada

 

de tan pequeño número de gente

 

se atreviese a emprender esta jornada,

 

y más contra ciudad tan eminente,

 

y lejos de su tierra y apartada;

310

pero los que de Penco habían salido

 

tienen por más el daño que el ruïdo.

 

Votos hay que saliesen al camino,

 

éstos son de los jóvenes briosos;

 

otros que era imprudencia y desatino,

315

por los pasos y sitios peligrosos:

 

a todo con presteza se previno,

 

que de grandes reparos ingeniosos

 

el pueblo fortalecen, y en un punto

 

despachan corredores todo junto;

320

debajo de un caudillo diligente,

 

que verdadera relación trujese

 

del número y designio de la gente;

 

con comisión, si lance le saliese

 

a su honor y defensa conveniente,

325

que al bárbaro escuadrón acometiese,

 

volviendo a rienda suelta dos soldados

 

para que dello fuesen avisados.

 

Por no haber caso en esto señalado,

 

abrevio con decir que se partieron,

330

y al cuarto día con ánimo esforzado,

 

sobre el campo enemigo amanecieron:

 

trabose el juego y no duró trabado,

 

que los bárbaros luego les rompieron;

 

y todos con cuidado y pies ligeros

335

revolvieron a ser los mensajeros.

[220]

Sin aliento, cansados y afligidos

 

vuelven con testimonio asaz bastante,

 

de cómo fueron rotos y vencidos

 

por la fuerza del bárbaro pujante,

340

lasos, llenos de sangre, mal heridos,

 

con pérdida de un hombre, el cual delante

 

y en medio de los campos desmandado,

 

a manos de Lautaro había espirado.

 

Cuentan que levantado un muro había

345

adonde con sus bárbaros se acoge,

 

y que infinita gente le acudía,

 

de la cual la más diestra y fuerte escoge:

 

también que bastimentos cada día

 

y cantidad de munición recoge,

350

afirmando por cierto, fuera desto,

 

que sobre la ciudad llegará presto.

 

Quien incrédulo dello antes estaba,

 

teniendo allí el venir por desvarío,

 

a tan clara señal crédito daba,

355

helándole la sangre un miedo frío:

 

Quién de pura congoja trasudaba,

 

que de Lautaro ya conoce el brío;

 

quién con ardiente y animoso pecho

 

bramaba por venir más presto al hecho.

360

Villagrán enfermado acaso había,

 

no puede a la sazón seguir la guerra,

 

mas con ruegos y dádivas movía

 

la gente más gallarda de la tierra:

 

y por caudillo en su lugar ponía

365

un caro primo suyo, en quien se encierra

 

todo lo que conviene a buen soldado,

 

Pedro de Villagrán era llamado.

[221]

Éste, sin más tardar, tomó el camino

 

en demanda del bárbaro Lautaro,

370

y el cargo que tan loco desatino

 

como es venir allí le cueste caro:

 

diose tal prisa a andar que presto vino

 

a la corva ribera del río claro,

 

que vuelve atrás en círculo gran trecho;

375

después hasta la mar corre derecho.

 

Media legua pequeña elige un puesto,

 

de donde estaba el bárbaro alojado,

 

en el lugar mejor y más dispuesto,

 

y allí por ver la noche ha reparado:

380

estaba a cualquier trance y rumor presto,

 

de guardia y centinelas rodeado,

 

cuando, sin entender la cosa cierta,

 

gritaban: «¡Arma!, ¡arma!; ¡alerta!, ¡alerta

 

Esto fue que Lautaro había sabido

385

como allí nuestra gente era llegada,

 

que después de la haber reconocido

 

por su misma persona y numerada,

 

volviose sin de nadie ser sentido;

 

y mostrando estimarlo todo en nada,

390

hizo de los caballos que tenía

 

soltar el de más furia y lozanía.

 

Diciendo en alta voz: «Si no me engaño,

 

no deben de saber que soy Lautaro

 

de quien han recibido tanto daño,

395

daño que no tendrá jamás reparo:

 

mas, porque no me tengan por extraño,

 

y el ser yo aquí venido sea más claro,

 

sabiendo con quien vienen a la prueba,

 

quiero que este rocín lleve la nueva

400 [222]

Diez caballos, Señor, había ganado

 

en la refriega y última revuelta:

 

el mejor ensillado y enfrenado,

 

porque diese el aviso cierto, suelta:

 

siendo el feroz caballo amenazado,

405

hacia el campo español toma la vuelta

 

al rastro y al olor de los caballos,

 

y ésta fue la ocasión de alborotallos.

 

Venía con un rumor y furia tanta,

 

que dio más fuerza al arma y mayor fuego;

410

la gente recatada se levanta

 

con sobresalto y gran desasosiego:

 

el escándalo tanto no fue cuanta

 

era después la burla, risa y juego,

 

de ver que un animal de tal manera

415

en arma y alboroto los pusiera.

 

Pasaron sin dormir la noche en esto,

 

hasta el nuevo apuntar de la mañana,

 

que, con ánimo y firme presupuesto

 

de vencer o morir de buena gana,

420

salen del sitio y alojado puesto

 

contra la gente bárbara araucana;

 

que no menos estaba acodiciada

 

del venir al efeto de la espada.

 

Un edicto Lautaro puesto había

425

que quien fuera del muro un paso diese,

 

como por crimen grave y rebeldía,

 

sin otra información luego muriese:

 

así, el temor frenando a la osadía,

 

por más que la ocasión la conmoviese

430

las riendas no rompió de la obediencia

 

ni el ímpetu pasó de su licencia.

[223]

Del muro estaba el bárbaro cubierto,

 

no dejando salir soldado fuera;

 

quiere que su partido sea más cierto,

435

encerrando a los nuestros, de manera

 

que no les aproveche en campo abierto

 

de ligeros caballos la carrera,

 

mas sólo ánimo, esfuerzo y entereza,

 

y la virtud del brazo y fortaleza.

440

Era el orden así, que acometiendo

 

la plaza, al tiempo del herir volviesen

 

las espaldas los bárbaros huyendo,

 

porque dentro los nuestros se metiesen:

 

y algunos por de fuera revolviendo,

445

antes que los cristianos se advirtiesen,

 

ocuparles las puertas del cercado,

 

y combatir allí a campo cerrado.

 

Con tal ardid los indios aguardaban

 

a la gente española que venía;

450

y en viéndola asomar, la saludaban

 

alzando una terrible vocería:

 

soberbios desde allí la amenazaban

 

con audacia, desprecio y bizarría,

 

quién la fornida pica blandeando,

455

quién la maza ferrada levantando.

 

Como toros que van a ser lidiados,

 

cuando aquellos que cerca los desean,

 

con silbos y rumor de los tablados,

 

seguros del peligro, los torean,

460

y en su daño los hierros amolados

 

sin miedo amenazándolos blandean;

 

así la gente bárbara araucana

 

del muro amenazaba a la cristiana.

[224]

Los españoles, siempre con semblante

465

de parecerles poca aquella caza,

 

paso a paso caminan adelante,

 

pensando de allanar la fuerte plaza,

 

en alta voz diciendo: «No es bastante

 

el muro, ni la pica y dura maza

470

a estorbaros la muerte merecida

 

por la gran desvergüenza cometida».

 

Llegados de la fuerza poco trecho,

 

reconocida bien por cada parte,

 

pónenle el rostro, y sin torcer, derecho

475

asaltan el fosado baluarte:

 

por acabado tienen aquel hecho:

 

de los bárbaros huye la más parte,

 

ganan las puertas francas con gran gloria;

 

cantando en altas voces la vitoria.

480

No hubiera relación deste contento,

 

si los primeros indios aguardaran

 

tanto espacio y sazón cuanto un momento

 

que las puertas los últimos tomaran:

 

mas viéndolos entrar, sin sufrimiento,

485

ni poderse abstener, luego reparan:

 

haciendo la señal que no debían,

 

hicieron revolver los que huían.

 

Como corre el caballo cuando ha olido

 

las yeguas que atrás quedan y querencia,

490

que allí el intento inclina y el sentido,

 

gime y relincha con celosa ausencia,

 

afloja el curso, atrás tiende el oído,

 

alerto a si el señor le da licencia,

 

que a dar la vuelta aún no le ha señalado,

495

cuando sobre los pies ha volteado;

[225]

de aquel modo los bárbaros huyendo,

 

con muestra de temor, aunque fingida,

 

firman el paso presuroso oyendo

 

la alegre y cierta seña conocida:

500

y en contra de los nuestros esgrimiendo

 

la cruda espada, al parecer rendida,

 

vuelven con una furia tan terrible

 

que el suelo retembló del son horrible.

 

Como por sesgo mar del manso viento

505

siguen las graves olas el camino

 

y con furioso y recio movimiento

 

salta el contrario Coro repentino,

 

que las arenas del profundo asiento

 

las saca arriba en turbio remolino,

510

y, las hinchadas olas revolviendo,

 

al tempestuoso Coro van siguiendo;

 

de la misma manera a nuestra gente,

 

que el alcance sin término seguía,

 

la súbita mudanza de repente

515

le turbó la vitoria y alegría:

 

que, sin se reparar, violentamente

 

por el mismo camino revolvía,

 

resistiendo con ánimo esforzado

 

el número de gente aventajado.

520

Mas como un caudaloso río de fama,

 

la presa y palizada desatando,

 

por inculto camino se derrama,

 

los arraigados troncos arrancando;

 

cuando con desfrenado curso brama,

525

cuanto topa delante arrebatando,

 

y los duros peñascos enterrados

 

por las furiosas aguas son llevados;

[226]

con ímpetu y violencia semejante

 

los indios a los nuestros arrancaron,

530

y, sin pararles cosa por delante,

 

en furiosa corriente los llevaron:

 

hasta que con veloz furor pujante

 

de la cerrada plaza los lanzaron,

 

que el miedo de perder allí la vida

535

les hizo el paso llano a la salida.

 

De más priesa y con pies más desenvueltos

 

los sueltos españoles que a la entrada,

 

en una polvorosa nube envueltos

 

salen del cerco estrecho y palizada:

540

entre ellos van los bárbaros revueltos,

 

una gente con otra amontonada,

 

que sin perder un punto se herían

 

de manos y de pies como podían.

 

No el alzado antepecho y agujeros

545

que fuera dél en torno había cavados,

 

ni la fagina y suma de maderos

 

con los fuertes bejucos amarrados,

 

detuvieron el curso a los ligeros

 

caballos, de los hierros hostigados;

550

que, como si volaran por el viento,

 

salieron a lo llano en salvamento.

 

Los españoles sin parar corriendo

 

libre la plaza a los contrarios dejan,

 

que la fortuna próspera siguiendo

555

con prestos pies y manos los aquejan:

 

pero los nuestros, el morir temiendo,

 

siempre alargan el paso y más se alejan,

 

deteniendo a las veces flojamente

 

la gran furia y pujanza de la gente.

560 [227]

Bien una legua larga habían corrido

 

a toda furia por la seca arena;

 

sólo Lautaro no los ha seguido,

 

lleno de enojo y de rabiosa pena:

 

viendo el poco sostén del mal regido

565

campo, tan recio el rico cuerno suena,

 

que los más delanteros los sintieron,

 

y al son, sin más correr, se retrujeron.

 

Estaba así impaciente y enojado,

 

que mirarle a la cara nadie osaba,

570

y al pabellón él solo retirado

 

un nuevo edicto publicar mandaba,

 

que guerrero ninguno fuese osado

 

salir un paso fuera de la cava,

 

aunque los españoles revolviesen

575

y mil veces el fuerte acometiesen.

 

Después llamando a junta a los soldados,

 

aunque ardiendo en furor, templadamente

 

les dice: «Amigos, vamos engañados

 

si con tan poco número de gente

580

pensamos allanar los levantados

 

muros de una ciudad así eminente:

 

la industria tiene aquí más fuerza y parte

 

que la temeridad del fiero Marte.

 

»Ésta los fieros ánimos reprime,

585

y a los flacos y débiles esfuerza:

 

las cervices indómitas oprime

 

y las hace domésticas por fuerza:

 

ésta el honor y pérdidas redime,

 

y la sazón a usar della nos fuerza;

590

que la industria solícita y fortuna

 

tienen conformidad y andan a una.

[228]

»Cumple partir de aquí, muestras haciendo

 

que sólo de temor nos retiramos,

 

y asegurar los españoles, viendo

595

cómo el honor y campo les dejamos;

 

que después a su tiempo revolviendo

 

haremos lo que así dificultamos,

 

teniendo ellos el llano, y por guarida

 

vecina la ciudad fortalecida

600

El hijo de Pillán esto decía,

 

cuando asomaba el bando castellano,

 

que con esfuerzo nuevo y osadía

 

quiere probar segunda vez la mano.

 

Fue tanto el alborozo y alegría

605

de los bárbaros viendo por el llano

 

aparecer los nuestros, que al momento

 

gritan y baten palmas de contento.

 

En esto los cristianos acercando

 

poco a poco se van a la batalla,

610

y al justo tiempo del partir llegando,

 

dejan irse a la bárbara canalla:

 

que uno la maza en alto, otro bajando

 

la pica, el cuerpo exento en la muralla,

 

con animoso esfuerzo se mostraban,

615

y al ejercicio bélico incitaban.

 

Unos acuden a las anchas puertas

 

y comienzan allí el combate duro;

 

de escudos las cabezas bien cubiertas

 

se llegan otros al guardado muro;

620

otros buscan por partes descubiertas

 

la subida y el paso más seguro:

 

hinche el bando español la cava honda,

 

y el araucano el muro a la redonda.

[229]

Pero el pueblo español con osadía,

625

cubierto de fortísimos escudos,

 

la lluvia de los tiros resistía

 

y los botes de lanzas muy agudos.

 

Era tanta la grita y armonía,

 

y el espeso batir de golpes crudos,

630

que Maule el raudo curso refrenaba

 

confuso al son que en torno rimbombaba.

 

Por las puertas y frente y por los lados

 

el muro se combate y se defiende;

 

allí corren con priesa amontonados

635

adonde más peligro haber se entiende:

 

allí con prestos golpes esforzados

 

a su enemigo cada cual ofende

 

con furia tan terrible y fuerza dura

 

que poco importa escudo ni armadura.

640

Los nuestros hacia atrás se retrujeron,

 

de los tiros y golpes impelidos,

 

tres veces, y otras tantas revolvieron

 

de vergonzosa cólera movidos:

 

gran pieza a la fortuna resistieron;

645

mas ya todos andaban mal heridos,

 

flacos, sin fuerza, lasos, desangrados,

 

y de sangre los hierros colorados.

 

El coraje y la cólera es de suerte,

 

que va en aumento el daño y la crueza;

650

hallan los españoles siempre el fuerte

 

más fuerte y en los golpes más dureza:

 

sin temor acometen de la muerte;

 

pero poco aprovecha esta braveza,

 

que el que menos herido y flaco andaba

655

por seis partes la sangre derramaba.

[230]

Hasta la gente bárbara se espanta

 

de ver lo que los nuestros han sufrido

 

de espesos golpes, flecha y piedra tanta,

 

que sin cesar sobre ellos ha llovido,

660

y cuán determinados y con cuánta

 

furia tres veces han acometido;

 

desto los enemigos impacientes

 

apretaban los puños y los dientes.

 

Y como tempestad que jamás cesa,

665

antes que va en furioso crecimiento,

 

cuando la congelada piedra espesa

 

hiere los techos y se esfuerza el viento:

 

así los duros bárbaros, apriesa,

 

movidos de vergüenza y corrimiento,

670

con lanzas, dardos, piedras arrojadas,

 

baten dargas, rodelas y celadas.

 

Los cansados cristianos, no pudiendo

 

sufrir el gran trabajo incomportable,

 

se van forzosamente retrayendo

675

del vano intento y plaza inexpugnable;

 

y el destrozado campo recogiendo,

 

vista su suerte y hado miserable,

 

por el mesmo camino que vinieron,

 

aunque con menos furia, se volvieron.

680

Aquella noche al pie de una montaña

 

vinieron a tener su alojamiento,

 

segura de enemigos la campaña,

 

que ninguno salió en su seguimiento.

 

Decir prometo la cautela extraña

685

de Lautaro después, que ahora me siento

 

flaco, cansado, ronco; y entretanto

 

esforzaré la voz al nuevo canto.

 

 

 

[231]




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