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Alonso de Ercilla y Zúñiga
La Araucana

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  • Canto XIII
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Canto XIII

Hecho el Marqués de Cañete el castigo en el Perú, llegan mensajeros de Chile a pedirle socorro; el cual, vista ser su demanda importante y justa, se le envía grande por mar y por tierra. También contiene al cabo este canto como Francisco de Villagrán, guiado por un indio, viene sobre Lautaro.

Dichoso con razón puede llamarse

 

aquel que en los peligros arrojado

 

de ellos sabe salir sin ensuciarse,

 

y libre de poder ser imputado:

 

pero quien destos puede desviarse

5

le tengo por más bienaventurado:

 

aunque el peligro afina lo perfeto,

 

aquel que dél se aparta es el discreto:

 

que muchas veces da la fantasía

 

en cosas que seguro nos promete,

10

y un ánimo a salir con ellas cría

 

que con temeridad las acomete:

 

después en el peligro desvaría,

 

y no acierta a salir de a do se mete:

 

que la señora al siervo sometida,

15

pierde la fuerza y tino a la salida.

[257]

Veréis en el Perú que han procurado

 

levantar el tirano y ayudarle,

 

para sólo mostrar, después de alzado,

 

la traidora lealtad en derribarle:

20

y con designio y ánimo dañado

 

le dan fuerza, y después viene a matarle

 

la espada infiel, de la maldad autora,

 

al rey y amigos pérfida y traidora.

 

Fraguan la guerra, atizan disensiones

25

en hábito leal, aunque engañoso,

 

pensando de subir más escalones

 

por un áspero atajo y tropezoso:

 

al cabo las malvadas intenciones

 

vienen a fin tan malo y afrentoso,

30

como veréis, si bien miráis la guerra

 

civil y alteraciones desta tierra.

 

Deshechos, pues, del todo los nublados

 

por el audaz marqués y su prudencia,

 

curando con rigor los alterados,

35

como quien entendió bien la dolencia:

 

en nombre de su rey, a otros tocados

 

de aquel olor, descubre la clemencia,

 

que hasta allí del rigor cubierta estaba,

 

con general perdón que los lavaba.

40

No el atrevido caso y espantoso,

 

en el Perú jamás acontecido,

 

ni el ejemplar castigo riguroso

 

que amansó el fiero pueblo embravecido,

 

fue en tal tiempo bastante y poderoso

45

de ensordecer el bárbaro ruïdo,

 

y la voz araucana y clara fama

 

que en aquellas provincias se derrama.

[258]

Nuevas por mar y tierra eran llegadas

 

del daño y perdición de nuestra gente,

50

por las vitorias grandes y jornadas

 

del araucano bárbaro potente:

 

pidiendo las ciudades apretadas

 

presuroso socorro y suficiente,

 

haciendo relación de cómo estaban

55

y de todas las cosas que pasaban.

 

Jerónimo Alderete, Adelantado,

 

a quien era el gobierno cometido,

 

hombre en estas provincias señalado,

 

y en gran figura y crédito tenido,

60

donde como animoso y buen soldado

 

había grandes trabajos padecido;

 

(no pongo su proceso en esta historia,

 

que dél la general hará memoria)

 

presente no se halla a tanta guerra

65

y a tales desventuras y contrastes;

 

mas con vos, gran Felipe, en Inglaterra,

 

cuando la fe de nuevo allí plantastes:

 

allí le distes cargo desta tierra,

 

de allí con gran favor le despachastes;

70

pero cortole el áspero destino

 

el hilo de la vida en el camino.

 

Fue su llorada muerte asaz sentida,

 

y más el sentimiento acrecentaba

 

ver el gobierno y tierra tan perdida

75

que cada uno por sí se gobernaba:

 

andaba la discordia ya encendida,

 

la ambición del mandar se desmandaba;

 

al fin, es imposible que acaezca

 

que un cuerpo sin cabeza permanezca.

80 [259]

Aquellos que de Chile habían venido

 

a pedir el socorro necesario,

 

viendo a su Adelantado fallecido

 

y todo a su propósito contrario,

 

con un semblante triste y afligido,

85

de parecer de todos voluntario,

 

piden a don Hurtado que se vea,

 

y de remedio presto los provea,

 

diciendo: «Varón claro y excelente,

 

nuestra necesidad te es manifiesta,

90

y la fuerza del bárbaro potente

 

que tiene a Chile en tanto estrecho puesta:

 

el más fuerte remedio es llevar gente,

 

ésta ya puedes ver cuán cara cuesta.

 

De parte de tu rey te requerimos

95

nos concedas aquí lo que pedimos.

 

A tu hijo, ¡oh marqués!, te demandamos,

 

en quien tanta virtud y gracia cabe,

 

porque con su persona confiamos

 

que nuestra desventura y mal se acabe:

100

de sus partes, señor, nos contentamos,

 

pues que por natural cosa se sabe,

 

y aun acá en el común es habla vieja,

 

que nunca del león nació la oveja.

 

»Y pues hay tanta falta de guerreros,

105

haciendo esta jornada don García,

 

se moverá el común y caballeros,

 

alegres de llevar tan buena guía:

 

y lo que no podrán muchos dineros

 

podrá el amor y buena compañía,

110

o la vergüenza y miedo de enojarte,

 

o su propio interés en agradarte

[260]

El marqués de Cañete, respondiendo

 

a la justa demanda alegremente,

 

vino en ella de grado, conociendo

115

ser cosa necesaria y conveniente:

 

y el hijo, hacienda y deudos ofreciendo,

 

al punto derramó en toda la gente

 

gran gana de pasar a aquella tierra,

 

a ejercitar las armas en tal guerra.

120

Uno se ofrece allí y otro se ofrece,

 

así gran gente en número se mueve,

 

y aquel que no lo hace, le parece

 

que falta y no responde a lo que debe:

 

hasta en cansados viejos reverdece

125

el ardor juvenil, y se remueve

 

el flaco humor y sangre casi helada

 

con el alegre son de esta jornada.

 

¡Oh valientes soldados araucanos,

 

las armas prevenid y corazones,

130

y aquel raro valor de vuestras manos

 

temido en las antárticas regiones!

 

Que gran copia de jóvenes lozanos

 

descoge en vuestro daño sus pendones;

 

pensando entrar por toda vuestra tierra

135

haciendo fiero estrago y cruda guerra;

 

no con los hierros botos y mohosos

 

de los que las paredes hermosean,

 

ni brazos del torpe ocio perezosos

 

que con gran pesadumbre se rodean,

140

ni los ánimos hechos a reposos,

 

que cualquiera mudanza en que se vean

 

los altera, los turba y entorpece

 

y el desusado son los desvanece;

[261]

mas hierros templadísimos y agudos,

145

en sangre de tiranos afilados,

 

fuertes brazos, robustos y membrudos,

 

en dar golpes de muerte ejercitados;

 

ánimos libres de temor desnudos,

 

en los peligros siempre habituados,

150

que el son horrendo, que a otros atormenta,

 

los alegra, despierta y alimenta.

 

Cosa destas yo pienso que ninguna

 

os puede derribar de vuestro estado;

 

mas tiéneme dudoso sola una,

155

que nadie della ha sido reservado:

 

ésta es la usada vuelta de fortuna,

 

que siempre alegre rostro os ha mostrado,

 

y es inconstante, falsa y variable,

 

en el mal firme, y en el bien mudable.

160

Que si la guerra el español procura,

 

haciendo de su espada ufana muestra,

 

querríale preguntar si por ventura

 

corta por más lugares que la vuestra;

 

si la fuerza del brazo le asegura

165

del poder vuestro y vencedora diestra;

 

verá, si mira bien en lo pasado,

 

el campo de sus huesos ocupado.

 

No ; pero soberbio y encendido

 

en bélico furor el pueblo veo,

170

y al más triste español apercebido

 

de armas, rico aparato y buen deseo.

 

¡Oh Arauco! yo te juzgo por perdido;

 

si las obras igualan al arreo

 

y no templa el camino esta braveza,

175

¡ay de tu presunción y fortaleza!

[262]

Del apartado Quito se movieron

 

gentes para hallarse en esta guerra:

 

de Loja, Piura, de Jaén salieron:

 

de Trujillo, de Guánuco y su tierra,

180

de Guamanga, Arequipa concurrieron

 

gran copia; y de los pueblos de la sierra,

 

La Paz, Cuzco y las Charcas bien armados

 

bajaron muchos pláticos soldados.

 

Treme la tierra, brama el mar hinchado

185

del estruendo, tumultos y rumores

 

que suenan por el aire alborotado

 

de pífanos, trompetas y atambores

 

contra el rebelde pueblo libertado,

 

amenazando ya sus defensores

190

con gruesa y reforzada artillería,

 

que dentro del Estado el son se oía.

 

De aparatos, jaeces, guarniciones

 

los gallardos soldados se arreaban;

 

sobrevistas y galas, invenciones

195

nuevas y costosísimas sacaban:

 

estandartes, enseñas y pendones

 

al viento en cada calle tremolaban:

 

vieran sastres y obreros ocupados

 

en hechuras, recamos y bordados.

200

Con el concurso y junta de guerreros

 

el grande estruendo y trápala crecía,

 

y los prestos martillos de herreros

 

formaban dura y áspera armonía:

 

el rumor de solícitos armeros

205

todo el ancho contorno ensordecía;

 

los celosos caballos, de lozanos

 

relinchando, triscaban con las manos.

[263]

Andaba así la gente embarazada

 

con el nuevo bullicio de la guerra;

210

mas ya de lo importante aparejada,

 

un caudillo salió luego por tierra:

 

llevando copia de ella encomendada

 

atravesó a Atacama y la alta sierra

 

con la desierta costa y despoblados,

215

de osamenta de bárbaros sembrados.

 

La gente principal, todo aprestado,

 

y reliquias del campo que quedaban,

 

para romper el mar alborotado

 

otra cosa que tiempo no aguardaban:

220

mas viendo el cielo ya desocupado,

 

y que las bravas olas aplacaban,

 

con ordenada muestra y rico alarde

 

salieron de Los Reyes una tarde.

 

Yo con ellos también, que en el servicio

225

vuestro empecé y acabaré la vida,

 

que, estando en Inglaterra en el oficio

 

que aún la espada no me era permitida,

 

llegó allí la maldad en deservicio

 

vuestro, por los de Arauco cometida,

230

y la gran desvergüenza de la gente

 

a la real corona inobediente.

 

Y con vuestra licencia, en compañía

 

del nuevo capitán y Adelantado,

 

caminé desde Londres hasta el día

235

que le dejé en Taboga sepultado;

 

de donde, con trabajos y porfía,

 

de la fortuna y vientos arrojado,

 

llegué a tiempo que pude juntamente

 

salir con tan lucida y buena gente.

240 [264]

Otro escuadrón de amigos se me olvida,

 

no menos que nosotros necesarios,

 

gente templada, mansa y recogida,

 

de frailes, provisores, comisarios,

 

teólogos de honesta y santa vida,

245

franciscos, dominicos, mercenarios,

 

para evitar insultos de la guerra,

 

usados más allí que en otra tierra.

 

De varias profesiones y colores

 

sale de Lima una lucida banda,

250

y en el puerto tendidas por las flores

 

estaban mesas llenas de vianda,

 

con vinos de odoríferos sabores,

 

donde luego por una y otra banda

 

sobre la verde hierba reclinados

255

gustamos los manjares delicados.

 

Alegres los estómagos, contentos

 

fuimos a la marina conducidos,

 

a do de verdes ramos y ornamentos

 

estaban los bateles prevenidos;

260

y al son de varios y altos instrumentos,

 

de los caros amigos despedidos,

 

en los ligeros barcos nos metemos,

 

dando a un tiempo con fuerza al mar los remos.

 

Los bateles de tierra se alargaban,

265

dejando con penosa envidia a aquellos

 

que en la arenosa playa se quedaban,

 

sin apartar los ojos jamás dellos:

 

sobre diez galeones arribaban

 

los prestos barcos, y saltando en ellos,

270

tiempo los marineros no perdieron,

 

que las velas al viento descogieron.

[265]

De estandartes, banderas, gallardetes

 

estaban las diez naves adornadas;

 

hiriendo el fresco viento en los trinquetes

275

comienzan a moverse sosegadas:

 

suenan cañones, sacres, falconetes,

 

y al doblar de la Isleta embarazadas,

 

del Austro cargan a babor la escota,

 

tomando al Sud-Sudueste la derrota.

280

Las naos por el contrario mar rompiendo

 

la blanca espuma en torno levantaban

 

y a la furia del Austro resistiendo,

 

por fuerza, a su pesar, tierra ganaban

 

pero sobre el Garbino revolviendo,

285

de la gran cordillera se apartaban;

 

y de sola una vuelta que viraron

 

el Guarco, al Est-Nordeste se hallaron.

 

Mas presto por la popa el Guarco vimos,

 

con Chinca de otro bordo emparejando;

290

en alta mar tras éstos nos metimos

 

sobre la Nasca fértil arribando;

 

y al esforzado Noto resistimos,

 

su furia y bravas olas contrastando,

 

no bastando los recios movimientos

295

de dos tan poderosos elementos.

 

¿Qué haya en Perú, no es caso soberano,

 

tanta mudanza en tres leguas de tierra,

 

que cuando es en los llanos el verano,

 

los montes el lluvioso invierno cierra;

300

Y cuando espesa niebla cubre el llano

 

en descubierto hiere el sol la sierra,

 

y por esta razón van más crecientes

 

en el verano abajo las vertientes?

[266]

De los vientos, el Austro es el que manda

305

que deshace los húmidos ñublados,

 

y por todo aquel mar discurre y anda,

 

del cual son para siempre desterrados:

 

los otros vientos reinan a la banda

 

de Atacama, y allí son libertados,

310

que bajar al Perú ninguno puede

 

ni por natural orden se concede.

 

Pues las naves, del Austro combatidas,

 

las espumosas olas van cortando,

 

que de valientes soplos impelidas

315

rompen la furia en ellas, azotando

 

las levantadas proas guarnecidas

 

de planchas de metal... Pero mirando

 

al español del bárbaro vecino,

 

habré de andar más presto este camino.

320

Correré a Villagrán, el cual por tierra

 

también en su jornada se apresura,

 

atravesando la fragosa sierra

 

que iguala con las nubes su estatura:

 

diré lo que sucede en esta guerra,

325

y qué rostro le muestra la ventura.

 

Mas, porque todo venga a ser más claro,

 

quiero tratar un poco de Lautaro:

 

que estaba con su escuadra de guerreros

 

en el sitio que dije recogido,

330

y de foso, fagina y de maderos

 

le había en breve sazón fortalecido.

 

Tenía dentro soldados forasteros

 

que a fama de la guerra habían venido,

 

reparos, bastimentos, y otras cosas

335

para el lugar y tiempo provechosas.

[267]

Sola una senda este lugar tenía

 

de alertas centinelas ocupada;

 

otra ni rastro alguno no lo había,

 

por ser casi la tierra despoblada:

340

aquella noche el bárbaro dormía

 

con la bella Guacolda enamorada,

 

a quien él de encendido amor amaba,

 

y ella por él no menos se abrasaba.

 

Estaba el araucano despojado

345

del vestido de Marte embarazoso,

 

que aquella sola noche el duro hado

 

le dio aparejo y gana de reposo:

 

los ojos le cerró un sueño pesado,

 

del cual luego despierta congojoso,

350

y la bella Guacolda sin aliento

 

la causa le pregunta y sentimiento.

 

Lautaro le responde: «Amiga mía,

 

sabrás que yo soñaba en este instante

 

que un soberbio español se me ponía

355

con muestra ferocísima delante,

 

y con violenta mano me oprimía

 

la fuerza y corazón, sin ser bastante

 

de poderme valer; y en aquel punto

 

me despertó la rabia y pena junto.»

360

Ella en esto soltó la voz turbada,

 

diciendo: «¡Ay, que he soñado también cuanto

 

de mi dicha temí, y es ya llegada

 

la fin tuya y principio de mi llanto!

 

Mas no podré ya ser tan desdichada,

365

ni fortuna conmigo podrá tanto,

 

que no corte y ataje con la muerte

 

el áspero camino de mi suerte.

[268]

»Trabaje por mostrárseme terrible

 

y del tálamo alegre derribarme,

370

que, si revuelve y hace lo posible,

 

de ti no es poderosa de apartarme:

 

aunque el golpe que espero es insufrible,

 

podré con otro luego remediarme,

 

que no caerá tu cuerpo en tierra frío

375

cuando estará en el suelo muerto el mío.»

 

El hijo de Pillán con lazo estrecho

 

los brazos por el cuello le ceñía:

 

de lágrimas bañando el blanco pecho,

 

en nuevo amor ardiendo respondía:

380

«No lo tengáis, señora, por tan hecho,

 

ni turbéis con agüeros mi alegría

 

y aquel gozoso estado en que me veo,

 

pues libre en estos brazos os poseo.

 

»Siento el veros así imaginativa,

385

no porque yo me juzgue peligroso;

 

mas la llaga de amor está tan viva,

 

que estoy de lo imposible receloso:

 

si vos queréis, señora, que yo viva,

 

¿quién a darme la muerte es poderoso?

390

Mi vida está sujeta a vuestras manos

 

y no a todo el poder de los humanos.

 

»¿Quién el pueblo araucano ha restaurado

 

en su reputación que se perdía,

 

pues el soberbio cuello no domado

395

ya doméstico al yugo sometía?

 

Yo soy quien de los hombros le ha quitado

 

el español dominio y tiranía:

 

mi nombre basta solo en esta tierra,

 

sin levantar espada, a hacer la guerra.

400 [269]

»Cuanto más que, teniéndoos a mi lado,

 

no tengo que temer ni daño espero:

 

no os un sueño, señora, tal cuidado,

 

pues no os lo puede dar lo verdadero:

 

que ya a poner estoy acostumbrado

405

mi fortuna a mayor despeñadero;

 

en más peligros que éste me he metido,

 

y dellos con honor siempre he salido

 

Ella menos segura y más llorosa

 

del cuello de Lautaro se colgaba,

410

y con piadosos ojos lastimosa

 

boca con boca así le conjuraba:

 

«Si aquella voluntad pura, amorosa,

 

que libre os di cuando más libre estaba,

 

y dello el alto cielo es buen testigo,

415

algo puede, señor, y dulce amigo;

 

»por ella os juro y por aquel tormento

 

que sentí cuando vos de mí os partistes,

 

y por la fe, si no la llevo el viento,

 

que allí con tantas lágrimas me distes,

420

que a lo menos me deis este contento,

 

si alguna vez de mí ya lo tuvistes,

 

y es que os vistáis las armas prestamente,

 

y al muro asista en orden vuestra gente

 

El bárbaro responde: «Harto claro

425

mi poca estimación por vos se muestra.

 

¿En tan flaca opinión está Lautaro,

 

y en tan poco tenéis la fuerte diestra

 

que, por la redención del pueblo caro,

 

ha dado ya de sí bastante muestra?

430

¡Buen crédito con vos tengo por cierto,

 

pues me lloráis de miedo ya por muerto

[270]

«¡Ay de mí! que de vos yo satisfecha,

 

dice Guacolda, estoy, más no segura;

 

¿ser vuestro brazo fuerte qué aprovecha

435

si es más fuerte y mayor mi desventura?

 

Mas ya que salga cierta mi sospecha,

 

el mismo amor que os tengo me asegura

 

que la espada que hará el apartamiento,

 

hará que vaya en vuestro seguimiento.

440

Pues ya el preciso hado y dura suerte

 

me amenazan con áspera caída,

 

y forzoso he de ver un mal tan fuerte,

 

un mal como es de vos verme partida:

 

dejadme llorar antes de mi muerte

445

esto poco que queda de mi vida:

 

que quien no siente el mal, es argumento

 

que tuvo con el bien poco contento

 

Tras esto tantas lágrimas vertía

 

que mueve a compasión el contemplalla,

450

y así el tierno Lautaro no podía

 

dejar en tal sazón de acompañalla.

 

Pero ya la turbada pluma mía,

 

que en las cosas de amor nueva se halla,

 

confusa, tarda y con temor se mueve,

455

y a pasar adelante no se atreve.

 

 

 

 

 

[271]




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