Dichoso con
razón puede llamarse
|
|
aquel que en
los peligros arrojado
|
|
de ellos sabe
salir sin ensuciarse,
|
|
y libre de
poder ser imputado:
|
|
pero quien
destos puede desviarse
|
5
|
le tengo por más
bienaventurado:
|
|
aunque el
peligro afina lo perfeto,
|
|
aquel que dél
se aparta es el discreto:
|
|
que muchas
veces da la fantasía
|
|
en cosas que
seguro nos promete,
|
10
|
y un ánimo a
salir con ellas cría
|
|
que con
temeridad las acomete:
|
|
después en el
peligro desvaría,
|
|
y no acierta a
salir de a do se mete:
|
|
que la señora al
siervo sometida,
|
15
|
pierde la
fuerza y tino a la salida.
|
[257]
|
Veréis en el
Perú que han procurado
|
|
levantar el
tirano y ayudarle,
|
|
para sólo
mostrar, después de alzado,
|
|
la traidora
lealtad en derribarle:
|
20
|
y con designio
y ánimo dañado
|
|
le dan fuerza,
y después viene a matarle
|
|
la espada
infiel, de la maldad autora,
|
|
al rey y amigos
pérfida y traidora.
|
|
Fraguan la
guerra, atizan disensiones
|
25
|
en
hábito leal, aunque engañoso,
|
|
pensando de
subir más escalones
|
|
por un áspero atajo
y tropezoso:
|
|
al cabo las
malvadas intenciones
|
|
vienen a fin
tan malo y afrentoso,
|
30
|
como veréis, si
bien miráis la guerra
|
|
civil y
alteraciones desta tierra.
|
|
Deshechos, pues, del todo los
nublados
|
|
por el audaz
marqués y su prudencia,
|
|
curando con
rigor los alterados,
|
35
|
como quien
entendió bien la dolencia:
|
|
en nombre de su
rey, a otros tocados
|
|
de aquel olor,
descubre la clemencia,
|
|
que hasta allí
del rigor cubierta estaba,
|
|
con general
perdón que los lavaba.
|
40
|
No el atrevido
caso y espantoso,
|
|
en el Perú
jamás acontecido,
|
|
ni el ejemplar
castigo riguroso
|
|
que amansó el
fiero pueblo embravecido,
|
|
fue en tal tiempo
bastante y poderoso
|
45
|
de ensordecer
el bárbaro ruïdo,
|
|
y la voz
araucana y clara fama
|
|
que en aquellas
provincias se derrama.
|
[258]
|
Nuevas por mar y
tierra eran llegadas
|
|
del daño y
perdición de nuestra gente,
|
50
|
por las vitorias grandes y
jornadas
|
|
del araucano
bárbaro potente:
|
|
pidiendo las
ciudades apretadas
|
|
presuroso
socorro y suficiente,
|
|
haciendo
relación de cómo estaban
|
55
|
y de todas las cosas que
pasaban.
|
|
Jerónimo
Alderete, Adelantado,
|
|
a quien era el gobierno
cometido,
|
|
hombre en estas
provincias señalado,
|
|
y en gran
figura y crédito tenido,
|
60
|
donde como
animoso y buen soldado
|
|
había grandes
trabajos padecido;
|
|
(no pongo su
proceso en esta historia,
|
|
que dél la
general hará memoria)
|
|
presente no se
halla a tanta guerra
|
65
|
y a tales
desventuras y contrastes;
|
|
mas con vos,
gran Felipe, en Inglaterra,
|
|
cuando la fe de
nuevo allí plantastes:
|
|
allí le distes
cargo desta tierra,
|
|
de allí con
gran favor le despachastes;
|
70
|
pero cortole el
áspero destino
|
|
el hilo de la
vida en el camino.
|
|
Fue
su llorada muerte asaz sentida,
|
|
y más el
sentimiento acrecentaba
|
|
ver el gobierno
y tierra tan perdida
|
75
|
que cada uno
por sí se gobernaba:
|
|
andaba la
discordia ya encendida,
|
|
la ambición del
mandar se desmandaba;
|
|
al fin, es
imposible que acaezca
|
|
que un cuerpo
sin cabeza permanezca.
|
80 [259]
|
Aquellos que de
Chile habían venido
|
|
a pedir el
socorro necesario,
|
|
viendo a su
Adelantado fallecido
|
|
y todo a su propósito
contrario,
|
|
con un
semblante triste y afligido,
|
85
|
de parecer de
todos voluntario,
|
|
piden a don
Hurtado que se vea,
|
|
y de remedio
presto los provea,
|
|
diciendo:
«Varón claro y excelente,
|
|
nuestra
necesidad te es manifiesta,
|
90
|
y la fuerza del
bárbaro potente
|
|
que tiene a
Chile en tanto estrecho puesta:
|
|
el más fuerte
remedio es llevar gente,
|
|
ésta ya puedes
ver cuán cara cuesta.
|
|
De parte de tu
rey te requerimos
|
95
|
nos concedas
aquí lo que pedimos.
|
|
A tu hijo, ¡oh
marqués!, te demandamos,
|
|
en quien tanta
virtud y gracia cabe,
|
|
porque con su
persona confiamos
|
|
que nuestra
desventura y mal se acabe:
|
100
|
de sus partes,
señor, nos contentamos,
|
|
pues que por
natural cosa se sabe,
|
|
y aun acá en el común es habla
vieja,
|
|
que nunca del
león nació la oveja.
|
|
»Y pues hay
tanta falta de guerreros,
|
105
|
haciendo esta
jornada don García,
|
|
se moverá el
común y caballeros,
|
|
alegres de
llevar tan buena guía:
|
|
y lo que no
podrán muchos dineros
|
|
podrá el amor y
buena compañía,
|
110
|
o la vergüenza
y miedo de enojarte,
|
|
o su propio
interés en agradarte.»
|
[260]
|
El marqués de
Cañete, respondiendo
|
|
a la justa
demanda alegremente,
|
|
vino en ella de
grado, conociendo
|
115
|
ser cosa
necesaria y conveniente:
|
|
y el hijo,
hacienda y deudos ofreciendo,
|
|
al punto derramó
en toda la gente
|
|
gran gana de
pasar a aquella tierra,
|
|
a
ejercitar las armas en tal guerra.
|
120
|
Uno se ofrece
allí y otro se ofrece,
|
|
así gran gente en
número se mueve,
|
|
y aquel que no
lo hace, le parece
|
|
que falta y no
responde a lo que debe:
|
|
hasta en
cansados viejos reverdece
|
125
|
el ardor juvenil, y se remueve
|
|
el flaco humor
y sangre casi helada
|
|
con el alegre
son de esta jornada.
|
|
¡Oh valientes
soldados araucanos,
|
|
las armas prevenid y corazones,
|
130
|
y aquel raro valor
de vuestras manos
|
|
temido en las
antárticas regiones!
|
|
Que gran copia
de jóvenes lozanos
|
|
descoge en
vuestro daño sus pendones;
|
|
pensando entrar
por toda vuestra tierra
|
135
|
haciendo fiero
estrago y cruda guerra;
|
|
no con los
hierros botos y mohosos
|
|
de los que las paredes
hermosean,
|
|
ni brazos del
torpe ocio perezosos
|
|
que con gran
pesadumbre se rodean,
|
140
|
ni los ánimos
hechos a reposos,
|
|
que cualquiera
mudanza en que se vean
|
|
los altera, los turba y
entorpece
|
|
y el desusado son los
desvanece;
|
[261]
|
mas hierros templadísimos y
agudos,
|
145
|
en sangre de
tiranos afilados,
|
|
fuertes brazos, robustos y
membrudos,
|
|
en dar golpes
de muerte ejercitados;
|
|
ánimos libres de temor
desnudos,
|
|
en los peligros
siempre habituados,
|
150
|
que el son
horrendo, que a otros atormenta,
|
|
los alegra,
despierta y alimenta.
|
|
Cosa destas yo
pienso que ninguna
|
|
os puede
derribar de vuestro estado;
|
|
mas tiéneme
dudoso sola una,
|
155
|
que nadie della
ha sido reservado:
|
|
ésta es la
usada vuelta de fortuna,
|
|
que siempre
alegre rostro os ha mostrado,
|
|
y es
inconstante, falsa y variable,
|
|
en el mal firme, y en el bien
mudable.
|
160
|
Que si la
guerra el español procura,
|
|
haciendo de su
espada ufana muestra,
|
|
querríale
preguntar si por ventura
|
|
corta por más
lugares que la vuestra;
|
|
si la fuerza
del brazo le asegura
|
165
|
del poder
vuestro y vencedora diestra;
|
|
verá,
si mira bien en lo pasado,
|
|
el campo de sus
huesos ocupado.
|
|
No sé; pero soberbio
y encendido
|
|
en bélico furor
el pueblo veo,
|
170
|
y al más triste
español apercebido
|
|
de armas, rico
aparato y buen deseo.
|
|
¡Oh Arauco! yo
te juzgo por perdido;
|
|
si las obras
igualan al arreo
|
|
y no templa el
camino esta braveza,
|
175
|
¡ay de tu
presunción y fortaleza!
|
[262]
|
Del apartado
Quito se movieron
|
|
gentes para hallarse
en esta guerra:
|
|
de Loja, Piura,
de Jaén salieron:
|
|
de Trujillo, de
Guánuco y su tierra,
|
180
|
de Guamanga,
Arequipa concurrieron
|
|
gran copia; y de
los pueblos de la sierra,
|
|
La Paz, Cuzco y
las Charcas bien armados
|
|
bajaron muchos pláticos
soldados.
|
|
Treme la
tierra, brama el mar hinchado
|
185
|
del estruendo, tumultos
y rumores
|
|
que suenan por
el aire alborotado
|
|
de pífanos,
trompetas y atambores
|
|
contra el
rebelde pueblo libertado,
|
|
amenazando ya
sus defensores
|
190
|
con gruesa y
reforzada artillería,
|
|
que dentro del
Estado el son se oía.
|
|
De aparatos, jaeces,
guarniciones
|
|
los gallardos
soldados se arreaban;
|
|
sobrevistas y galas,
invenciones
|
195
|
nuevas y costosísimas sacaban:
|
|
estandartes, enseñas y pendones
|
|
al viento en
cada calle tremolaban:
|
|
vieran sastres
y obreros ocupados
|
|
en hechuras, recamos y
bordados.
|
200
|
Con el concurso
y junta de guerreros
|
|
el grande
estruendo y trápala crecía,
|
|
y los prestos martillos de
herreros
|
|
formaban dura y áspera armonía:
|
|
el rumor de
solícitos armeros
|
205
|
todo el ancho
contorno ensordecía;
|
|
los celosos caballos, de
lozanos
|
|
relinchando, triscaban
con las manos.
|
[263]
|
Andaba así la
gente embarazada
|
|
con el nuevo
bullicio de la guerra;
|
210
|
mas ya de lo
importante aparejada,
|
|
un caudillo
salió luego por tierra:
|
|
llevando copia
de ella encomendada
|
|
atravesó
a Atacama y la alta sierra
|
|
con la desierta
costa y despoblados,
|
215
|
de osamenta de
bárbaros sembrados.
|
|
La gente
principal, todo aprestado,
|
|
y reliquias del
campo que quedaban,
|
|
para romper el
mar alborotado
|
|
otra cosa que
tiempo no aguardaban:
|
220
|
mas viendo el cielo
ya desocupado,
|
|
y que las bravas olas
aplacaban,
|
|
con ordenada
muestra y rico alarde
|
|
salieron de Los
Reyes una tarde.
|
|
Yo con ellos
también, que en el servicio
|
225
|
vuestro empecé
y acabaré la vida,
|
|
que, estando en
Inglaterra en el oficio
|
|
que aún la
espada no me era permitida,
|
|
llegó allí la
maldad en deservicio
|
|
vuestro, por
los de Arauco cometida,
|
230
|
y la gran
desvergüenza de la gente
|
|
a la real
corona inobediente.
|
|
Y con vuestra
licencia, en compañía
|
|
del nuevo capitán
y Adelantado,
|
|
caminé desde
Londres hasta el día
|
235
|
que le dejé en
Taboga sepultado;
|
|
de donde, con
trabajos y porfía,
|
|
de la fortuna y
vientos arrojado,
|
|
llegué a tiempo
que pude juntamente
|
|
salir con tan
lucida y buena gente.
|
240 [264]
|
Otro escuadrón
de amigos se me olvida,
|
|
no menos que
nosotros necesarios,
|
|
gente templada,
mansa y recogida,
|
|
de frailes, provisores,
comisarios,
|
|
teólogos de
honesta y santa vida,
|
245
|
franciscos,
dominicos, mercenarios,
|
|
para evitar insultos
de la guerra,
|
|
usados más allí
que en otra tierra.
|
|
De varias
profesiones y colores
|
|
sale de Lima
una lucida banda,
|
250
|
y en el puerto tendidas por las
flores
|
|
estaban mesas
llenas de vianda,
|
|
con vinos de
odoríferos sabores,
|
|
donde luego por
una y otra banda
|
|
sobre la verde
hierba reclinados
|
255
|
gustamos los manjares delicados.
|
|
Alegres los
estómagos, contentos
|
|
fuimos a la
marina conducidos,
|
|
a do de verdes
ramos y ornamentos
|
|
estaban los bateles prevenidos;
|
260
|
y
al son de varios y altos instrumentos,
|
|
de los caros
amigos despedidos,
|
|
en los ligeros barcos nos
metemos,
|
|
dando a un
tiempo con fuerza al mar los remos.
|
|
Los bateles de tierra se
alargaban,
|
265
|
dejando con
penosa envidia a aquellos
|
|
que en la
arenosa playa se quedaban,
|
|
sin apartar los ojos jamás
dellos:
|
|
sobre diez
galeones arribaban
|
|
los prestos
barcos, y saltando en ellos,
|
270
|
tiempo los
marineros no perdieron,
|
|
que las velas
al viento descogieron.
|
[265]
|
De estandartes,
banderas, gallardetes
|
|
estaban las diez naves
adornadas;
|
|
hiriendo el
fresco viento en los trinquetes
|
275
|
comienzan a
moverse sosegadas:
|
|
suenan cañones, sacres,
falconetes,
|
|
y al doblar de
la Isleta embarazadas,
|
|
del Austro
cargan a babor la escota,
|
|
tomando al
Sud-Sudueste la derrota.
|
280
|
Las naos por el
contrario mar rompiendo
|
|
la blanca
espuma en torno levantaban
|
|
y a la furia
del Austro resistiendo,
|
|
por fuerza, a
su pesar, tierra ganaban
|
|
pero sobre el
Garbino revolviendo,
|
285
|
de la gran
cordillera se apartaban;
|
|
y de sola una
vuelta que viraron
|
|
el Guarco, al
Est-Nordeste se hallaron.
|
|
Mas presto por
la popa el Guarco vimos,
|
|
con Chinca de
otro bordo emparejando;
|
290
|
en alta mar
tras éstos nos metimos
|
|
sobre la Nasca
fértil arribando;
|
|
y al esforzado
Noto resistimos,
|
|
su furia y
bravas olas contrastando,
|
|
no bastando los
recios movimientos
|
295
|
de dos tan
poderosos elementos.
|
|
¿Qué haya en Perú,
no es caso soberano,
|
|
tanta mudanza
en tres leguas de tierra,
|
|
que cuando es
en los llanos el verano,
|
|
los montes el
lluvioso invierno cierra;
|
300
|
Y cuando espesa
niebla cubre el llano
|
|
en descubierto
hiere el sol la sierra,
|
|
y por esta
razón van más crecientes
|
|
en el verano
abajo las vertientes?
|
[266]
|
De los vientos,
el Austro es el que manda
|
305
|
que deshace los
húmidos ñublados,
|
|
y por todo
aquel mar discurre y anda,
|
|
del
cual son para siempre desterrados:
|
|
los otros vientos
reinan a la banda
|
|
de Atacama, y
allí son libertados,
|
310
|
que bajar al
Perú ninguno puede
|
|
ni por natural
orden se concede.
|
|
Pues las naves,
del Austro combatidas,
|
|
las espumosas olas van
cortando,
|
|
que de
valientes soplos impelidas
|
315
|
rompen la furia
en ellas, azotando
|
|
las levantadas proas
guarnecidas
|
|
de planchas de metal... Pero
mirando
|
|
al español del
bárbaro vecino,
|
|
habré de andar
más presto este camino.
|
320
|
Correré a
Villagrán, el cual por tierra
|
|
también en su
jornada se apresura,
|
|
atravesando la
fragosa sierra
|
|
que iguala con
las nubes su estatura:
|
|
diré lo que
sucede en esta guerra,
|
325
|
y qué rostro le
muestra la ventura.
|
|
Mas, porque
todo venga a ser más claro,
|
|
quiero tratar
un poco de Lautaro:
|
|
que estaba con
su escuadra de guerreros
|
|
en el sitio que
dije recogido,
|
330
|
y de foso, fagina y de maderos
|
|
le había en
breve sazón fortalecido.
|
|
Tenía dentro
soldados forasteros
|
|
que a fama de
la guerra habían venido,
|
|
reparos, bastimentos,
y otras cosas
|
335
|
para el lugar y
tiempo provechosas.
|
[267]
|
Sola una senda
este lugar tenía
|
|
de alertas
centinelas ocupada;
|
|
otra ni rastro
alguno no lo había,
|
|
por ser casi la
tierra despoblada:
|
340
|
aquella noche
el bárbaro dormía
|
|
con la bella
Guacolda enamorada,
|
|
a quien él de
encendido amor amaba,
|
|
y ella por él
no menos se abrasaba.
|
|
Estaba el
araucano despojado
|
345
|
del vestido de
Marte embarazoso,
|
|
que aquella
sola noche el duro hado
|
|
le dio aparejo y
gana de reposo:
|
|
los ojos le
cerró un sueño pesado,
|
|
del cual luego
despierta congojoso,
|
350
|
y la bella
Guacolda sin aliento
|
|
la causa le
pregunta y sentimiento.
|
|
Lautaro le
responde: «Amiga mía,
|
|
sabrás que yo
soñaba en este instante
|
|
que
un soberbio español se me ponía
|
355
|
con muestra
ferocísima delante,
|
|
y con violenta mano
me oprimía
|
|
la fuerza y
corazón, sin ser bastante
|
|
de poderme
valer; y en aquel punto
|
|
me despertó la
rabia y pena junto.»
|
360
|
Ella en esto
soltó la voz turbada,
|
|
diciendo: «¡Ay,
que he soñado también cuanto
|
|
de mi dicha
temí, y es ya llegada
|
|
la fin tuya y
principio de mi llanto!
|
|
Mas no podré ya ser tan
desdichada,
|
365
|
ni fortuna
conmigo podrá tanto,
|
|
que no corte y
ataje con la muerte
|
|
el áspero
camino de mi suerte.
|
[268]
|
»Trabaje por
mostrárseme terrible
|
|
y del tálamo alegre
derribarme,
|
370
|
que, si
revuelve y hace lo posible,
|
|
de ti no es
poderosa de apartarme:
|
|
aunque el golpe
que espero es insufrible,
|
|
podré con otro
luego remediarme,
|
|
que no caerá tu
cuerpo en tierra frío
|
375
|
cuando estará
en el suelo muerto el mío.»
|
|
El hijo de
Pillán con lazo estrecho
|
|
los brazos por
el cuello le ceñía:
|
|
de lágrimas
bañando el blanco pecho,
|
|
en nuevo amor
ardiendo respondía:
|
380
|
«No lo tengáis,
señora, por tan hecho,
|
|
ni turbéis con
agüeros mi alegría
|
|
y aquel gozoso
estado en que me veo,
|
|
pues libre en estos brazos os
poseo.
|
|
»Siento el
veros así imaginativa,
|
385
|
no porque yo me
juzgue peligroso;
|
|
mas la llaga de
amor está tan viva,
|
|
que estoy de lo
imposible receloso:
|
|
si vos queréis,
señora, que yo viva,
|
|
¿quién a darme
la muerte es poderoso?
|
390
|
Mi vida está
sujeta a vuestras manos
|
|
y no a todo el
poder de los humanos.
|
|
»¿Quién el
pueblo araucano ha restaurado
|
|
en su
reputación que se perdía,
|
|
pues el soberbio
cuello no domado
|
395
|
ya doméstico al
yugo sometía?
|
|
Yo soy quien de
los hombros le ha quitado
|
|
el español
dominio y tiranía:
|
|
mi nombre basta
solo en esta tierra,
|
|
sin levantar
espada, a hacer la guerra.
|
400 [269]
|
»Cuanto más
que, teniéndoos a mi lado,
|
|
no
tengo que temer ni daño espero:
|
|
no os dé un
sueño, señora, tal cuidado,
|
|
pues no os lo
puede dar lo verdadero:
|
|
que ya a poner
estoy acostumbrado
|
405
|
mi fortuna a
mayor despeñadero;
|
|
en más peligros que éste me he
metido,
|
|
y dellos con
honor siempre he salido.»
|
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Ella menos
segura y más llorosa
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del cuello de
Lautaro se colgaba,
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y con piadosos
ojos lastimosa
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boca con boca así
le conjuraba:
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«Si aquella
voluntad pura, amorosa,
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que libre os di
cuando más libre estaba,
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y dello el alto
cielo es buen testigo,
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algo puede,
señor, y dulce amigo;
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»por ella os
juro y por aquel tormento
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que sentí
cuando vos de mí os partistes,
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y por la fe, si
no la llevo el viento,
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que allí con
tantas lágrimas me distes,
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que a lo menos
me deis este contento,
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si alguna vez
de mí ya lo tuvistes,
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y es que os vistáis las armas
prestamente,
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y al muro
asista en orden vuestra gente.»
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El bárbaro
responde: «Harto claro
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mi poca
estimación por vos se muestra.
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¿En tan flaca
opinión está Lautaro,
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y en tan poco
tenéis la fuerte diestra
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que, por la
redención del pueblo caro,
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ha dado ya de
sí bastante muestra?
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¡Buen crédito
con vos tengo por cierto,
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pues me lloráis de miedo ya por
muerto!»
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«¡Ay de mí! que de vos yo
satisfecha,
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dice Guacolda,
estoy, más no segura;
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¿ser vuestro
brazo fuerte qué aprovecha
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si es más
fuerte y mayor mi desventura?
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Mas ya que
salga cierta mi sospecha,
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el mismo amor
que os tengo me asegura
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que la espada
que hará el apartamiento,
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hará que vaya
en vuestro seguimiento.
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Pues ya el
preciso hado y dura suerte
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me amenazan con
áspera caída,
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y forzoso he de
ver un mal tan fuerte,
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un mal como es
de vos verme partida:
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dejadme llorar
antes de mi muerte
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esto poco que
queda de mi vida:
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que quien no
siente el mal, es argumento
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que tuvo con el
bien poco contento.»
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Tras
esto tantas lágrimas vertía
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que mueve a
compasión el contemplalla,
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y así el tierno
Lautaro no podía
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dejar en tal
sazón de acompañalla.
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Pero ya la
turbada pluma mía,
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que en las cosas
de amor nueva se halla,
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confusa, tarda
y con temor se mueve,
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y a pasar
adelante no se atreve.
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