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Alonso de Ercilla y Zúñiga
La Araucana

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  • Canto XIV
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Canto XIV

Llega Francisco de Villagrán de noche sobre el fuerte de los enemigos sin ser dellos sentido: da al amanecer súbito en ellos, y a la primera refriega muere Lautaro. Trábase la batalla con harta sangre de una parte y de otra.

¿Cuál será aquella lengua desmandada

 

que a ofender las mujeres ya se atreva,

 

pues vemos que es pasión averiguada

 

la que a bajeza tal y error las lleva;

 

si una bárbara moza no obligada

5

hace de puro amor tan alta prueba,

 

con razones y lágrimas, salidas

 

de las vivas entrañas encendidas?

 

Que ni la confianza, ni el seguro

 

de su amigo le daba algún consuelo,

10

ni el fuerte sitio, ni el fosado muro

 

le basta asegurar de su recelo:

 

que el gran temor nacido de amor puro

 

todo lo allana y pone por el suelo;

 

sólo halla el reparo de su suerte

15

en el mismo peligro de la muerte.

[272]

Así los dos unidos corazones

 

conformes en amor desconformaban,

 

y dando de ello allí demostraciones,

 

más el dulce veneno alimentaban:

20

los soldados en torno los tizones,

 

ya de parlar cansados reposaban,

 

teniendo centinelas, como digo,

 

y el cerro a las espaldas por abrigo.

 

Villagrán con silencio y paso presto

25

había el áspero monte atravesado,

 

no sin grave trabajo, que sin esto,

 

hacer mucha labor es excusado:

 

Llegado junto al fuerte, en un buen puesto,

 

viendo que el cielo estaba aún estrellado,

30

paró, esperando el claro y nuevo día,

 

que ya por el Oriente descubría.

 

De ninguno fue visto ni sentido;

 

la causa era la noche ser escura,

 

y haber las centinelas desmentido

35

por parte descuidada por segura:

 

caballo no relincha, ni hay ruido,

 

que está ya de su parte la ventura;

 

ésta hace las bestias avisadas,

 

y a las personas bestias descuidadas.

40

Cuando ya las tinieblas y aire escuro

 

con la esperada luz se adelgazaban,

 

las centinelas puestas por el muro

 

al nuevo día de lejos saludaban:

 

y pensando tener campo seguro

45

también a descansar se retiraban;

 

quedando mudo el fuerte, y los soldados

 

en vino y dulce sueño sepultados.

[273]

Era llegada al mundo aquella hora

 

que la escura tiniebla, no pudiendo

50

sufrir la clara vista de la aurora,

 

se va en el Occidente retrayendo:

 

cuando la mustia Clicie se mejora

 

el rostro al rojo Oriente revolviendo,

 

mirando tras las sombras ir la estrella,

55

y al rubio Apolo Délfico tras ella.

 

El español, que ve tiempo oportuno,

 

se acerca poco a poco más al fuerte,

 

sin estorbo de bárbaro ninguno,

 

que sordos los tenía su triste suerte:

60

bien descuidado duerme cada uno

 

de la cercana inexorable muerte;

 

cierta señal que cerca della estamos

 

cuando más apartados nos juzgamos.

 

No esperaron los nuestros más, que en viendo

65

ser ya tiempo de darles el asalto,

 

de súbito levantan un estruendo

 

con soberbio alarido horrendo y alto;

 

y en tropel ordenado arremetiendo

 

al fuerte van a dar de sobresalto;

70

al fuerte más de sueño bastecido

 

que al presente peligro apercebido.

 

Como los malhechores que en su oficio

 

jamás pueden hallar parte segura,

 

por ser la condición propia del vicio

75

temer cualquier fortuna y desventura,

 

que no sienten tan presto algún bullicio

 

cuando el castigo y mal se les figura,

 

y corren a las armas y defensa,

 

según que cada cual valerse piensa;

80 [274]

así medio dormidos y despiertos

 

saltan los araucanos alterados,

 

y del peligro y sobresalto ciertos,

 

baten toldos y ranchos levantados:

 

por verse de corazas descubiertos

85

no dejan de mostrar pechos airados:

 

mas con presteza y ánimo seguro

 

acuden al reparo de su muro.

 

Sacudiendo el pesado y torpe sueño,

 

y cobrando la furia acostumbrada,

90

quién el arco arrebata, quién un leño,

 

quién del fuego un tizón, y quién la espada;

 

quién aguija al bastón de ajeno dueño,

 

quién por salir más presto va sin nada,

 

pensando averiguarlo desarmados,

95

si no pueden a puños, a bocados.

 

Lautaro a la sazón, según se entiende,

 

con la gentil Guacolda razonaba;

 

asegúrala, esfuerza y reprehende

 

de la desconfianza que mostraba:

100

ella razón no admite y más se ofende,

 

que aquello mayor pena le causaba,

 

rompiendo el tierno punto en sus amores

 

el duro son de trompas y atambores.

 

Mas no salta con tanta ligereza

105

el mísero avariento enriquecido,

 

que siempre está pensando en su riqueza,

 

si siente de ladrón algún ruïdo,

 

ni madre así acudió con tal presteza

 

al grito de su hijo muy querido,

110

temiéndole de alguna bestia fiera,

 

como Lautaro al son y voz primera.

[275]

Revuelto el manto al brazo, en el instante

 

con un desnudo estoque, y él desnudo,

 

corre a la puerta el bárbaro arrogante,

115

que armarse así tan súbito no pudo.

 

¡Oh pérfida fortuna, oh inconstante,

 

cómo llevas tu fin por punto crudo,

 

que el bien de tantos años en un punto

 

de un golpe lo arrebatas todo junto!

120

Cuatrocientos amigos comarcanos

 

por un lado la fuerza acometieron,

 

que en ayuda y favor de los cristianos

 

con sus pintados arcos acudieron,

 

que con extrema fuerza y prestas manos

125

gran número de tiros despidieron:

 

del toldo el hijo de Pillán salía,

 

y una flecha a buscarle que venía.

 

Por el siniestro lado, ¡oh dura suerte!

 

rompe la cruda punta, y tan derecho,

130

que pasa el corazón más bravo y fuerte

 

que jamás se encerró en humano pecho;

 

de tal tiro quedó ufana la muerte,

 

viendo de un solo golpe tan gran hecho;

 

y, usurpando la gloria al homicida,

135

se atribuye a la muerte esta herida.

 

Tanto rigor la aguda flecha trujo

 

que al bárbaro tendió sobre la arena,

 

abriendo puerta a un abundante flujo

 

de negra sangre por copiosa vena:

140

del rostro la color se le retrujo,

 

los ojos tuerce, y con rabiosa pena

 

la alma, del mortal cuerpo desatada,

 

bajó furiosa a la infernal morada.

[276]

Ganan los nuestros foso y baluarte,

145

que nadie los impide ni embaraza,

 

y así por veinte lados la más parte

 

pisaba de la fuerza ya la plaza:

 

los bárbaros con ánimo y sin arte,

 

sin celada, ni escudo, y sin coraza,

150

comienzan la batalla peligrosa,

 

cruda, fiera, reñida y sanguinosa.

 

En oyendo los indios extranjeros

 

que con Lautaro estaban recogidos

 

el súbito rumor, salen ligeros,

155

del miedo y sobresalto apercebidos:

 

mas sintiendo los golpes carniceros,

 

el ánimo turbado y los sentidos,

 

con atentas orejas acechaban

 

adónde con menor rigor sonaban.

160

Como tímidos gamos, que el ruïdo

 

sienten del cazador, y quietamente,

 

altos los cuellos, tienden el oído

 

hacia la parte que el rumor se siente,

 

y el balar de la gama conocido,

165

que apedazan los perros, y la gente,

 

con furioso tropel toman la vía

 

que más de aquel peligro se desvía;

 

la baja y vil canalla, acostumbrada

 

a rendirse al temor de aquella suerte,

170

por ciega senda, inculta y desusada,

 

rompe el camino y desampara el fuerte,

 

acá y allá corriendo derramada;

 

y era tan grande el miedo de la muerte,

 

que al más valiente y bravo se le antoja

175

ver un fiero español tras cada hoja.

[277]

Pero aquellos que nunca el miedo pudo

 

hacerlos con peligros de su bando,

 

poniendo osado pecho por escudo,

 

están la antigua riña averiguando.

180

La desnuda cabeza del agudo

 

cuchillo no se ve estar rehusando,

 

ni rehúsa la espada la siniestra,

 

ejercitando el uso de la diestra;

 

Que el joven Corpillán, no desmayado

185

porque su espada y mano vino a tierra,

 

antes en ira súbita abrasado

 

contra la parte del contrario cierra;

 

y habiendo ya la espada recobrado,

 

la diestra, que aun bullendo el puño afierra,

190

lejos con gran desdén y furia lanza,

 

ofreciendo la izquierda a la venganza.

 

Flaqueza en Millapol no fue sentida,

 

viéndole atravesado por la ijada

 

y la cabeza de un revés hendida,

195

ni por pasalle el pecho una lanzada;

 

que de espumosa sangre a la salida

 

vino la media lanza acompañada,

 

dejando aquel lugar della vacío,

 

aunque lleno de rabia y nuevo brío:

200

que a dos manos la maza aprieta fuerte,

 

y con furia mayor la gobernaba:

 

bien se puede llamar de triste suerte

 

aquel que el fiero bárbaro alcanzaba:

 

con la rabia postrera de la muerte,

205

una vez el ferrado leño alzaba;

 

mas faltole la vida en aquel punto,

 

cayendo cuerpo y maza todo junto.

[278]

Aunque la muerte en medio del camino

 

le quebrantó el furor con que venía,

210

un valiente español a tierra vino

 

del peso y movimiento que traía:

 

mas luego puesto en pie, con desatino

 

hacia el lugar del dañador volvía,

 

y viendo el cuerpo muerto dar en tierra

215

pensando que era vivo con él cierra:

 

y encima del cadáver arrojado,

 

de dar la muerte al muerto deseoso,

 

recio por uno y por el otro lado,

 

hiere y ofende el cuerpo sanguinoso,

220

hasta tanto que, ya desalentado,

 

se firma recatado y sospechoso,

 

y vio a aquel que aferrado así tenía

 

vueltos los ojos y la cara fría.

 

Traía la espada en esto Diego Cano

225

tinta de sangre, y con Picol se junta:

 

haciendo atrás la rigurosa mano

 

el pecho le barrena de una punta:

 

turbado de la muerte el araucano

 

cayó en tierra, la cara ya difunta,

230

bascoso, revolviéndose en el lodo,

 

hasta que la alma despidió del todo.

 

De dos golpes Hernando de Alvarado

 

dio con el suelto Talco en tierra muerto;

 

pero fue mal herido por un lado

235

del gallardo Guacoldo en descubierto:

 

estuvo el español algo atronado;

 

mas del atronamiento ya despierto,

 

corriendo al fuerte bárbaro derecho

 

la espada le escondió dentro del pecho.

240 [279]

El viejo Villagrán, con la sangrienta

 

espada por los bárbaros rompiendo,

 

mata, hiere, tropella y atormenta,

 

a tiempo a todas partes revolviendo:

 

un golpe a Nico en la cabeza asienta,

245

el cual los turbios ojos revolviendo

 

a tierra vino muerto; y de otro a Polo

 

le deja con el brazo izquierdo solo.

 

Usadas las espadas al acero,

 

topando la desnuda carne blanda,

250

ayudadas de un ímpetu ligero

 

dan con piernas y brazos a la banda:

 

No rehúsa el segundo ser primero,

 

antes todos siguiendo una demanda,

 

como olas, que creciendo van, crecían,

255

y a la muerte animosos se ofrecían.

 

La gente una con otra así se cierra,

 

que aún no daban lugar a las espadas,

 

apenas los mortales van a tierra,

 

cuando estaban sus plazas ocupadas:

260

Unos por cima de otros se dan guerra,

 

enhiestas las personas y empinadas;

 

y de modo a las veces se apretaban,

 

que a meter por la espada se ayudaban.

 

Las armas con tal rabia y fuerza esgrimen,

265

que los más de los golpes son mortales,

 

y los que no lo son, así se imprimen

 

que dejan para siempre las señales:

 

todos al descargar los brazos gimen;

 

mas salen los efetos desiguales;

270

que los unos topaban duro acero,

 

los otros al desnudo y blando cuero.

[280]

Como parten la carne en los tajones

 

con los corvos cuchillos carniceros,

 

y cual de fuerte hierro los planchones

275

baten en dura yunque los herreros;

 

así es la diferencia de los sones

 

que forman con sus golpes los guerreros,

 

quién la carne y los huesos quebrantado,

 

quién templados arneses abollando.

280

Pues Juan de Villagrán firme en la silla

 

contra Guarcondo a toda furia parte,

 

y la lanza le echó por la tetilla

 

con una braza de asta a la otra parte:

 

el bárbaro, la cara ya amarilla,

285

se arrima desmayado al baluarte;

 

dando en el suelo súbita caída,

 

el alma gomitó por la herida.

 

Pero Rengo, su hermano, que en el suelo

 

el cuerpo vio caer descolorido,

290

cuajósele la sangre, y hecho un hielo,

 

del súbito dolor perdió el sentido;

 

mas vuelto en sí, se vuelve contra el cielo,

 

blasfemado el soberbio y descreído;

 

y el ñudoso bastón alzando en alto,

295

a Juan de Villagrán llegó de un salto.

 

Mas antes Pon con una flecha presta

 

hirió al caballo en medio de la frente;

 

empínase el caballo, el cuello enhiesta,

 

al freno y a la espuela inobediente;

300

y entre los brazos la cabeza puesta,

 

sacude el lomo y piernas impaciente:

 

rendido Villagrán al duro hado,

 

desocupó el arzón y ocupó el prado.

[281]

Apenas en el suelo había caído

305

cuando la presta maza descendía

 

con una extraña fuerza y un ruido,

 

que rayo o terremoto parecía;

 

del golpe el español quedó adormido,

 

y el bárbaro con otro revolvía,

310

bajando a la cabeza de manera,

 

que sesos, ojos y alma le echó fuera.

 

Y con venganza tal no satisfecho

 

del caso desastrado del hermano,

 

antes con nueva rabia y más despecho,

315

hiere de tal manera a Diego Cano,

 

que, la barba inclinada sobre el pecho,

 

se le cayó la rienda de la mano;

 

y sin ningún sentido, casi frío,

 

el caballo lo lleva a su albedrío.

320

En medio de la turba embravecido

 

esgrime en torno la ferrada maza;

 

a cuál deja contrecho, a cuál tullido,

 

cuál el pescuezo del caballo abraza;

 

quién se tiende en las ancas aturdido;

325

quién, forzado, el arzón desembaraza;

 

que todo a su pujanza y furia insana

 

se le bate, derriba y se le allana.

 

Por partes más de diez le iba manando

 

la sangre, de la cual cubierto andaba;

330

pero no desfallece, antes bramando,

 

con más fuerza y rigor los golpes daba:

 

ligero corre acá y allá saltando,

 

arneses y celadas abollaba;

 

hunde las altas crestas, rompe sesos,

335

muele los nervios, carne y duros huesos.

[282]

En esto un gran rumor iba creciendo

 

de espadas, lanzas, grita y vocería,

 

al cual confusamente, no sabiendo

 

la causa, mucha gente allí acudía:

340

y era un gallardo mozo que, esgrimiendo

 

un fornido cuchillo, discurría

 

por medio de las bárbaras espadas,

 

haciendo en armas cosas extremadas.

 

Venía el valiente mozo belicoso

345

de una furia diabólica movido,

 

el rostro fiero, sucio y polvoroso,

 

lleno de sangre y de sudor teñido,

 

como el potente Marte sanguinoso,

 

cuando de furor bélico encendido,

350

bate el ferrado escudo de Vulcano,

 

blandiendo la asta en la derecha mano.

 

Con un diestro y prestísimo gobierno

 

el pesado cuchillo rodeaba,

 

y a Cron, como si fuera junco tierno,

355

en dos partes de un golpe lo tajaba:

 

tras éste al diestro Pon envía al infierno,

 

y tras de Pon a Lauco despachaba:

 

no hallando defensa en armadura,

 

descuartiza, desmiembra y desfigura.

360

Llamábase éste Andrea, que en grandeza

 

y proporción de cuerpo era gigante,

 

de estirpe humilde, y su naturaleza

 

era arriba de Génova al Levante:

 

pues con aquella fuerza y ligereza

365

a los robustos miembros semejante,

 

el gran cuchillo esgrime de tal suerte,

 

que a todos los que alcanza da la muerte.

[283]

De un tiro a Guaticol por la cintura

 

le divide en dos trozos en la arena,

370

y de otro al desdichado Quilacura

 

limpio el derecho muslo le cercena:

 

pues de golpes así desta hechura

 

la gran plaza de muertos deja llena,

 

que su espada a ninguno allí perdona,

375

y unos cuerpos sobre otros amontona.

 

A Colca de los hombros arrebata

 

la cabeza de un tajo, y luego tiende

 

la espada hacia Maulén, señor de Itata,

 

y de alto a bajo de un revés le hiende:

380

lanzas, hachas y mazas desbarata,

 

que todo el pueblo bárbaro le ofende.

 

Llevando muchos tiros enclavados

 

en los pechos, espaldas y en los lados.

 

Como la osa valiente perseguida,

385

cuando le van monteros dando caza,

 

que con rabia y dolor de la herida

 

los ñudosos venablos despedaza:

 

y furiosa, impaciente, embravecida,

 

la senda y callejón desembaraza,

390

que los heridos perros lastimados

 

le dan ancho lugar escarmentados;

 

de la misma manera el fiero Andrea,

 

cercado de los bárbaros venía,

 

pero de tal manera se rodea,

395

que gran camino con la espada abría:

 

crece el hervor, la grita y la pelea,

 

tanto que la más gente allí acudía;

 

he aquí a Rengo también ensangrentado

 

que llega a la sazón por aquel lado.

400 [284]

Y como dos mastines rodeados

 

de gozques importunos, que, en llegando

 

a verse, con los cerros erizados

 

se van el uno al otro regañando:

 

así los dos guerreros señalados,

405

las inhumanas armas levantando,

 

se vienen a herir... Pero el combate

 

quiero que al otro canto se dilate.

 

 

 

 

 

[285]




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