Llegan los
españoles a la ciudad de la Concepción hechos pedazos, cuentan el destrozo y
pérdida de nuestra gente, y vista la poca que para resistir tan gran pujanza de
enemigos en la ciudad había, y las muchas mujeres, niños y viejos que dentro
estaban, se retiran en la ciudad de Santiago. Asimismo en este canto se
contiene el saco, incendio y ruina de la ciudad de la Concepción.
Tener en mucho
un pecho se debría
|
|
a dó el temor jamás halló
posada,
|
|
temor que
honrosa muerte nos desvía
|
|
por una vida
infame y deshonrada:
|
|
En los peligros
grandes, la osadía
|
5
|
merece ser de
todos estimada:
|
|
el miedo es
natural en el prudente,
|
|
y el saberlo
vencer, es ser valiente.
|
|
Esto podrán
decir los que picaban
|
|
los cansados caballos
aguijando;
|
10
|
pues
tanto de temor se apresuraban
|
|
que les daremos
crédito aún callando;
|
|
con los prestos
calcaños lo afirmaban,
|
|
con piernas,
brazos, cuerpo ijadeando;
|
|
también los
araucanos sin aliento
|
15
|
la furia iban
perdiendo y movimiento.
|
[131]
|
Que del grande
trabajo fatigados
|
|
en el largo y
veloz curso aflojaron,
|
|
y por el gran
tesón desalentados
|
|
a seis leguas
de alcance los dejaron.
|
20
|
Los nuestros,
del temor más aguijados,
|
|
al entrar de la
noche se hallaron
|
|
en la extrema
ribera de Biobío,
|
|
adonde pierde
el nombre y ser de río.
|
|
Y a la orilla
un gran barco asido vieron
|
25
|
de una gruesa
cadena a un viejo pino:
|
|
los más heridos
dentro se metieron,
|
|
abriendo por
las aguas el camino;
|
|
y los demás con
ánimo atendieron
|
|
hasta que el
esperado barco vino,
|
30
|
y con la
diligencia comenzada
|
|
a la ciudad
arriban deseada.
|
|
Puédese
imaginar cuál llegarían
|
|
del trabajo y
heridas maltratados,
|
|
algunos casi
rostros no traían,
|
35
|
otros los traen de golpes
levantados:
|
|
del infierno
parece que salían:
|
|
no hablan ni
responden elevados:
|
|
a todos con los ojos rodeaban;
|
|
y más callando el daño
declaraban.
|
40
|
Después que dio
el cansancio y torpe espanto
|
|
licencia de
decir lo que pasaba,
|
|
dejando el
pueblo atónito ya cuanto,
|
|
súbito en
triste tono levantaba
|
|
un alboroto y
doloroso llanto,
|
45
|
que el gran
desastre más solemnizaba;
|
|
y al son
discorde y áspera armonía
|
|
la casa más
vecina respondía.
|
[132]
|
Quién llora el
muerto padre, quién marido,
|
|
quién hijos,
quién sobrinos, quién hermanos;
|
50
|
mujeres como
locas sin sentido
|
|
ansiosas tuercen las hermosas
manos:
|
|
con el fresco
dolor crece el gemido,
|
|
y los protestos
de acidente vanos:
|
|
los niños abrazados con las
madres
|
55
|
preguntaban
llorando por sus padres.
|
|
De casa en casa
corren publicando
|
|
las voces y
clamores esforzados
|
|
los muertos que
murieron peleando
|
|
y aquellos infelices
despeñados:
|
60
|
mozas, casadas,
viudas lamentando,
|
|
puestas las
manos y ojos levantados,
|
|
piden a Dios
para dolor tan fuerte,
|
|
el último
remedio de la muerte.
|
|
La amarga noche
sin dormir pasaban
|
65
|
al son de
dolorosos instrumentos;
|
|
mas el día
venido, se atajaban
|
|
con otro mayor
mal estos lamentos;
|
|
diciendo que a
gran furia se acercaban
|
|
los araucanos
bárbaros sangrientos,
|
70
|
en una mano
hierro, en otra fuego,
|
|
sobre el pueblo
español, de temor ciego.
|
|
Ya la parlera
Fama pregonando
|
|
torpes y rudas lenguas
desataba:
|
|
las cosas de
Lautaro acrecentando,
|
75
|
los enemigos
ánimos menguaba:
|
|
que ya cada
español casi temblando,
|
|
dando fuerza a
la Fama, levantaba
|
|
al más flaco
araucano hasta el cielo,
|
|
derramando en
los ánimos un hielo.
|
80 [133]
|
Levántase un
rumor de retirarse,
|
|
y la triste
ciudad desamparalla,
|
|
diciendo que no
pueden sustentarse
|
|
contra los
enemigos en batalla:
|
|
corrillos
comenzaban a formarse:
|
85
|
la voz común
aprueba el despoblalla:
|
|
algunos con
razones importantes
|
|
reprobaban las causas no
bastantes.
|
|
Dos varias partes eran
admitidas,
|
|
del temor y el
amor de la hacienda;
|
90
|
la poca gente,
muertes y heridas,
|
|
dicen que la
ciudad no se defienda:
|
|
las haciendas y rentas
adquiridas,
|
|
al liberal
temor cogen la rienda:
|
|
mas luego se
esforzó y creció de modo,
|
95
|
que al fin se
apoderó de todo en todo.
|
|
La gente
principal claro pretende
|
|
desamparar el
pueblo y propio nido:
|
|
el temeroso
vulgo aún no lo entiende,
|
|
mas tiende
oreja atenta a aquel ruïdo,
|
100
|
visto el
público trato, más no atiende;
|
|
que súbito,
alterado y removido,
|
|
de nuevo
esfuerza el llanto y las querellas,
|
|
poniendo un
alarido en las estrellas.
|
|
Quién
a su casa corre pregonando
|
105
|
la venida del
bárbaro guerrero;
|
|
quién aguija a
la silla, procurando
|
|
cincharla en el
caballo más ligero:
|
|
las encerradas vírgenes
llorando
|
|
por las calles
sin manto ni escudero,
|
110
|
atónitas, de
acá y de allá perdidas,
|
|
a las madres buscaban
desvalidas.
|
[134]
|
Como las corderillas temerosas
|
|
de las queridas madres
apartadas,
|
|
balando van
perdidas presurosas,
|
115
|
haciendo en
poco espacio mil paradas,
|
|
ponen atenta
oreja a todas cosas,
|
|
corren aquí y
allí desatinadas;
|
|
así las tiernas vírgenes
llorando,
|
|
a voces a las
madres van llamando.
|
120
|
De rato en rato
se renueva y crece
|
|
el llanto, la
aflicción y el alarido:
|
|
tal voz hay que
de súbito enmudece,
|
|
reduciendo el
sentir sólo al oïdo:
|
|
cualquier
sombra, Lautaro les parece,
|
125
|
su rigurosa voz
cualquier ruïdo,
|
|
alzan la grita
y corren, no sabiendo
|
|
más de ver a
los otros ir corriendo.
|
|
Era cosa de oír
bien lastimosa
|
|
los suspiros, clamores y
lamento,
|
130
|
haciéndoles mayores cualquier
cosa
|
|
que trae de
nuevo el miedo por el viento:
|
|
desampara la
turba temerosa
|
|
sus casas, posesión y
heredamiento,
|
|
sedas, tapices, camas,
recamados,
|
135
|
tejos de oro y
de plata atesorados.
|
|
Si alguno hace
protestos, requiriendo
|
|
que no sea la
ciudad desamparada,
|
|
responde el
principal: «Yo no lo entiendo
|
|
ni de mi
voluntad soy parte en nada.»
|
140
|
Pero el temor
un viejo posponiendo,
|
|
les dice:
«¡Gente vil, acobardada,
|
|
deshonra del
honor y ser de España!
|
|
¿Qué es esto,
dónde vais, quién os engaña?»
|
[135]
|
No fue esta
corrección de algún provecho
|
145
|
ni otras cosas
que el viejo les decía;
|
|
muestran todos
hacerse a su despecho
|
|
y van al que
más corre ya la vía.
|
|
Es justo que la
fama cante un hecho
|
|
digno de
celebrarse hasta el día,
|
150
|
que cese la
memoria por la pluma
|
|
y
todo pierda el ser y se consuma.
|
|
Doña Mencía de
Nidos, una dama
|
|
noble,
discreta, valerosa, osada,
|
|
es aquélla que
alcanza tanta fama
|
155
|
en tiempo que a
los hombres es negada:
|
|
estando enferma
y flaca en una cama,
|
|
siente el
grande alboroto, y esforzada,
|
|
asiendo de una
espada y un escudo,
|
|
salió tras los
vecinos como pudo.
|
160
|
Ya por el monte
arriba caminaban,
|
|
volviendo atrás
los rostros afligidos
|
|
a las casas y tierras que
dejaban,
|
|
oyendo de
gallinas mil graznidos:
|
|
los gatos con
voz hórrida maullaban,
|
165
|
perros daban
tristísimos aullidos,
|
|
Progne con la
turbada Filomena
|
|
mostraban en
sus cantos grave pena.
|
|
Pero con más
dolor doña Mencía,
|
|
que dello daba
indicio y muestra clara,
|
170
|
con la espada
desnuda lo impedía,
|
|
y en medio de
la cuesta y dellos para.
|
|
El rostro a la
ciudad vuelto decía:
|
|
«¡Oh valiente
nación, a quien tan cara
|
|
cuesta la
tierra y opinión ganada
|
175
|
por el rigor y
filo de la espada!
|
[136]
|
»Decidme ¿qué
es de aquella fortaleza
|
|
que contra los
que así teméis mostrastes?
|
|
¿Qué es de
aquel alto punto y la grandeza
|
|
de la
inmortalidad a que aspirastes?
|
180
|
¿Qué es del
esfuerzo, orgullo, la braveza
|
|
y el natural
valor de que os preciastes?
|
|
¿Adónde vais,
cuitados de vosotros
|
|
que no viene
ninguno tras nosotros?
|
|
»¡Oh cuántas
veces fuistes imputados
|
185
|
de impacientes,
altivos, temerarios,
|
|
en los casos dudosos arrojados,
|
|
sin atender a
medios necesarios:
|
|
y os vimos en
el yugo traer domados
|
|
tan gran número
y copia de adversarios,
|
190
|
y emprender y acabar empresas
tales
|
|
que distes a
entender ser inmortales!
|
|
»¡Volved a
vuestro pueblo ojos piadosos,
|
|
por vos de sus
cimientos levantado;
|
|
mirad los campos fértiles
viciosos
|
195
|
que os tienen
su tributo aparejado;
|
|
las ricas minas, y los
caudalosos
|
|
ríos de arenas
de oro, y el ganado,
|
|
que
ya de cerro en cerro anda perdido,
|
|
buscando a su
pastor desconocido.
|
200
|
»Hasta los
animales, que carecen
|
|
de vuestro
racional entendimiento,
|
|
usando de razón
se condolecen,
|
|
y muestran
doloroso sentimiento:
|
|
los duros
corazones se enternecen,
|
205
|
no usados a
sentir, y por el viento
|
|
las fieras la
gran lástima derraman,
|
|
y en voz casi
formada nos infaman.
|
[137]
|
»Dejáis
quietud, hacienda y vida honrosa,
|
|
de vuestro
esfuerzo y brazos adquirida,
|
210
|
por ir a casa
ajena embarazosa
|
|
a do tendremos
mísera acogida:
|
|
¿Qué cosa puede
haber más afrentosa,
|
|
que ser
huéspedes toda nuestra vida?
|
|
¡Volved, que a los honrados
vida honrada
|
215
|
les conviene, o
la muerte acelerada!
|
|
»¡Volved, no vais así de esa
manera,
|
|
ni del temor os
deis tan por amigos;
|
|
que yo me
ofrezco aquí, que la primera
|
|
me arrojaré en los hierros
enemigos!
|
220
|
¡Haré yo esta
palabra verdadera
|
|
y vosotros
seréis dello testigos!
|
|
«¡Volved, volved!» gritaba,
pero en vano,
|
|
que a nadie
pareció el consejo sano.
|
|
Como el honrado
padre recatado,
|
225
|
que piensa
reducir con persuasiones
|
|
al hijo, del
propósito dañado,
|
|
y está alegando
en vano mil razones,
|
|
que al hijo
incorregible y obstinado
|
|
le importunan y
cansan los sermones:
|
230
|
así al temor la
gente ya entregada,
|
|
no sufre ser en
esto aconsejada.
|
|
Ni a Paulo le
pasó con tal presteza
|
|
por las sienes
la Jáculo serpiente,
|
|
sin perder de
su vuelo ligereza,
|
235
|
llevándole la
vida juntamente,
|
|
como la odiosa
plática y braveza
|
|
de la dama de
Nidos por la gente,
|
|
pues apenas entró
por un oïdo
|
|
cuando ya por
el otro había salido.
|
240 [138]
|
Sin escuchar la
plática, del todo
|
|
llevados de su
antojo caminaban:
|
|
mujeres sin chapines por el
lodo
|
|
a gran priesa
las faldas arrastraban:
|
|
fueron doce
jornadas de este modo,
|
245
|
y
a Mapochó al fin dellas arribaban:
|
|
Lautaro, que se
siente descansado,
|
|
me da priesa,
que mucho me he tardado.
|
|
No es bien que
tanto dél nos descuidemos,
|
|
pues él no se
descuida en nuestro daño,
|
250
|
y adonde le
dejamos volveremos,
|
|
que fue donde
dejó el alcance extraño:
|
|
En muy poco
papel resumiremos
|
|
un gran proceso
y término tamaño:
|
|
que fuera
necesario larga historia
|
255
|
para ponerlo
extenso por memoria.
|
|
Mas con la
brevedad ya profesada
|
|
me detendré lo
menos que pudiere,
|
|
y las cosas menudas, de pasada
|
|
tocaré lo mejor
que yo supiere:
|
260
|
pido que atenta
oreja me sea dada,
|
|
que el cuento
es grave y atención requiere,
|
|
para que con curiosa
y fácil pluma
|
|
los hechos de estos bárbaros
resuma;
|
|
que luego que
el alcance hubo cesado
|
265
|
volviendo al
hijo de Pillán gozoso,
|
|
que atrás un
largo trecho había quedado,
|
|
más por
autoridad que de medroso,
|
|
al general
despachan un soldado,
|
|
alojándose el
campo en el gracioso
|
270
|
valle de
Talcamábida importante,
|
|
de pastos y
comidas abundante.
|
[139]
|
Un bárbaro
valiente que tenía
|
|
la estancia y
heredad en aquel valle,
|
|
halló un indio
cristiano por la vía;
|
275
|
pero no se
preciando de matalle,
|
|
prisionero a su
casa le traía,
|
|
y comienza en
tal modo a razonalle:
|
|
«La vida, ¡oh
miserable! quiero darte,
|
|
aunque no la
mereces por tu parte.
|
280
|
»Pues que ya a
la guerra tú venías,
|
|
gozando del
honor de los guerreros,
|
|
¿por qué con
las mujeres te escondías
|
|
viendo a hierro
morir tus compañeros?
|
|
Mujer debes de ser, pues que
temías
|
285
|
tanto de alguna
espada los aceros;
|
|
y así quiero
que tengas el oficio
|
|
en todo lo que
toca a mi servicio.»
|
|
Mandó que del
oficio se encargase
|
|
que a la mujer
honesta es permitido,
|
290
|
y la posada y
cena concertase,
|
|
en tanto que
del sueño convencido
|
|
los fatigados
miembros recrease:
|
|
y habiéndose a
su cama recogido,
|
|
al mundo el Sol
dos vueltas había dado,
|
295
|
y no había el
araucano despertado:
|
|
sepultado en un
sueño tan profundo
|
|
como si de mil
años fuera muerto,
|
|
hasta que el
claro Sol dio luz al mundo
|
|
a la vuelta
tercera; que despierto
|
300
|
pidió la usada
ropa, y lo segundo
|
|
si estaba la
comida ya en concierto:
|
|
el diligente
siervo respondía
|
|
que después de
guisada estaba fría:
|
[140]
|
diciéndole
también cómo había estado
|
305
|
cincuenta horas
de término en el lecho,
|
|
del trabajo y manjares
olvidado,
|
|
con todo lo
demás que se había hecho;
|
|
y que el comer
estaba aparejado,
|
|
si del sueño se
hallaba satisfecho.
|
310
|
El bárbaro
responde: «No me espanto
|
|
de haber sin
despertar dormido tanto;
|
|
»que el cuidoso
Lautaro apercebido,
|
|
por hacer
desear vuestra llegada,
|
|
la gente en
escuadrones ha tenido
|
315
|
con tal orden y
tasa castigada,
|
|
que aún el
sentarnos era defendido
|
|
en acabando
Apolo su jornada,
|
|
hasta que ya
los rayos de su lumbre
|
|
nos daban de la
vuelta certidumbre.
|
320
|
»Si alguno de
su puesto se movía,
|
|
sin esperar
descargo le empalaba,
|
|
y aquél que de
cansado se dormía
|
|
en medio de dos
picas le colgaba:
|
|
quien cortaba
una espiga, allí moría,
|
325
|
de más de la
ración que se le daba:
|
|
con órdenes estrechas y
precetos
|
|
nos tuvo, como
digo, así sujetos.
|
|
»Desta suerte
estuvimos los soldados
|
|
más de catorce
noches aguardando,
|
330
|
las picas altas, a ellas
arrimados,
|
|
vuestra tarda
venida deseändo:
|
|
del sueño y del
cansancio quebrantados,
|
|
pasando gran
trabajo, hasta cuando
|
|
supimos que llegábades ya junto,
|
335
|
que nos quitó
el cansancio en aquel punto.»
|
[141]
|
Viendo el
silencio que en el valle había,
|
|
le pregunta si
el campo era partido
|
|
el mozo dice:
«Ayer antes del día
|
|
salió
de aquí con súbito ruïdo;
|
340
|
afirmarte la
causa no sabría;
|
|
aunque por
claras muestras he entendido
|
|
que la ciudad
de Penco torreada
|
|
era del español
desamparada.»
|
|
Así era la
verdad, que caminado
|
345
|
habían los escuadrones
vencedores
|
|
hacia el pueblo
español, desamparado
|
|
de los inadvertidos moradores.
|
|
La codicia del
robo y el cuidado
|
|
les puso espuelas y ánimos
mayores:
|
350
|
siete leguas
del valle a Penco había
|
|
y arribaron en
sólo medio día.
|
|
A vista de las
casas, ya la gente
|
|
se reparte por
todos los caminos,
|
|
porque el saco
del pueblo sea igualmente
|
355
|
lleno de ropa y
falto de vecinos:
|
|
apenas la señal
del partir siente,
|
|
cuando cual
negra banda de estorninos
|
|
que se abate al
montón del blanco trigo,
|
|
baja al pueblo
el ejército enemigo.
|
360
|
La ciudad yerma
en gran silencio atiende
|
|
el presto
asalto y fiera arremetida
|
|
de la bárbara
furia, que deciende
|
|
con alto estruendo
y con veloz corrida:
|
|
el menos
codicioso allí pretende
|
365
|
la casa más
copiosa y bastecida:
|
|
vienen de gran
tropel hacia las puertas,
|
|
todas de par en par francas y
abiertas.
|
[142]
|
Corren toda la
casa en el momento,
|
|
y en un punto
escudriñan los rincones;
|
370
|
muchos por no engañarse por el
tiento
|
|
rompen y descerrajan los
cajones;
|
|
baten tapices, rimas y ornamento,
|
|
camas de seda y
ricos pabellones,
|
|
y cuanto
descubrir pueden de vista,
|
375
|
que no hay
quien los impida ni resista.
|
|
No con tanto
rigor el pueblo griego
|
|
entró por el troyano
alojamiento,
|
|
sembrando
frigia sangre y vivo fuego,
|
|
talando hasta
en el último cimiento;
|
380
|
cuanto de ira,
venganza y furor ciego,
|
|
el bárbaro, del
robo no contento,
|
|
arruïna,
destroza, desperdicia,
|
|
y así aún no
satisface su malicia.
|
|
Quién sube la
escalera y quién abaja,
|
385
|
quién a la ropa
y quién al cofre aguija,
|
|
quién
abre, quién desquicia y desencaja,
|
|
quién no deja
fardel ni baratija;
|
|
quién
contiende, quién riñe, quién baraja,
|
|
quién alega y
se mete a la partija:
|
390
|
por las torres, desvanes y
tejados
|
|
aparecen los bárbaros cargados.
|
|
No en colmenas
de abejas la frecuencia,
|
|
priesa y
solicitud, cuando fabrican
|
|
en el panal la
miel con providencia,
|
395
|
que a los
hombres jamás lo comunican;
|
|
ni aquel salir,
entrar y diligencia
|
|
con que las
tiernas flores melifican,
|
|
se puede
comparar, ni ser figura
|
|
de lo que
aquella gente se apresura
|
400 [143]
|
alguno de robar
no se contenta
|
|
la casa que le
da cierta ventura;
|
|
que la
insaciable voluntad sedienta
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otra de mayor
presa le figura:
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haciendo
codiciosa y necia cuenta
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busca la
incierta y deja la segura;
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y llegando, el
Sol puesto, a la posada,
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se queda por
buscar mucho sin nada.
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También se roba
entre ellos lo robado,
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que poca cuenta
y amistad había,
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410
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si no se pone
en salvo a buen recado,
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que allí el
mayor ladrón más adquiría;
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cuál lo saca
arrastrando, cuál cargado
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va, que del
propio hermano no se fía:
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más parte a
ningún hombre se concede
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de aquello que
llevar consigo puede.
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Como para el
invierno se previenen
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las guardosas hormigas
avisadas,
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que a la
abundante troje van y vienen
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y andan en acarretos ocupadas,
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no se impiden,
estorban, ni detienen,
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dan las vacías paso a las
cargadas;
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así los
araucanos codiciosos
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entran, salen y
vuelven presurosos.
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Quien buena
parte tiene, más no espera,
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425
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que presto pone
fuego al aposento;
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no aguarda que
los otros salgan fuera,
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ni tiene al
edificio miramiento:
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la codiciosa
llama de manera
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iba en tanto
furor y crecimiento,
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430
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que todo el
pueblo mísero se abrasa,
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corriendo el
fuego ya de casa en casa.
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[144]
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Por alto y bajo
el fuego se derrama,
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los
cielos amenaza el son horrendo,
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de negro humo
espeso y viva llama
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435
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la infelice
ciudad se va cubriendo:
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treme la Tierra
en torno, el fuego brama,
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de subir a su
esfera presumiendo:
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caen de rica
labor maderamientos
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resumidos en
polvos cenicientos.
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440
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Piérdese la
ciudad más fértil de oro
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que estaba en
lo poblado de la tierra,
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y adonde más
riquezas y tesoro,
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según fama, en
sus términos se encierra:
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¡Oh, cuántos
vivirán en triste lloro,
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445
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que les fuera
mejor continua guerra!
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Pues es mayor
miseria la pobreza
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para quien se
vio en próspera riqueza.
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A quién diez, a
quién veinte, y a quién treinta
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mil ducados por
año les rentara:
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450
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el más pobre
tuviera mil de renta,
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de aquí ninguno
de ellos abajara:
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la parte de
Valdivia era sin cuenta,
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si la ciudad en
paz se sustentara,
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que en torno la
cercaban ricas venas
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455
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fáciles de labrar y de oro
llenas.
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Cien mil
casados súbditos servían
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a los de la
ciudad desamparada,
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sacar tanto oro
en cantidad podían
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que a tenerse
viniera casi en nada:
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460
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Esto que digo y
la opinión perdían
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por aflojar el
brazo de la espada,
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ganados, heredades, ricas
casas,
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que ya se van
tornando en vivas brasas.
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[145]
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La grita de los
bárbaros se entona,
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465
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no cabe el gozo
dentro de sus pechos,
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viendo que el
fuego horrible no perdona
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hermosas cuadras ni labrados
techos:
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en tanta
multitud no hay tal persona
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que de verlos
se duela así deshechos;
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470
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antes suspiran,
gimen y se ofenden
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porque tanto
del fuego se defienden.
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Paréceles que
es lento y espacioso,
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pues tanto en
abrasarlos se tardaba,
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y maldicen al
Tracio proceloso
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475
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porque la flaca
llama no esforzaba:
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al caer de las
casas sonoroso
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un terrible
alarido resonaba,
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que junto con
el humo y las centellas,
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subiendo
amenazaba las estrellas.
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480
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Crece
la fiera llama en tanto grado
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que las más altas nubes encendía;
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Tracio con
movimiento arrebatado
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sacudiendo los
árboles venía;
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y Vulcano al
rumor, sucio y tiznado,
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485
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con los
herreros fuelles acudía,
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que ayudaron su
parte al presto fuego,
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y así se
apoderó de todo luego.
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Nunca fue de
Nerón el gozo tanto
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de ver en la
gran Roma poderosa
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490
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prendido el
fuego ya por cada canto,
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vista sola a
tal hombre deleitosa;
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ni aquello tan
gran gusto le dio, cuanto
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gusta la gente
bárbara dañosa
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de ver cómo la
llama se extendía,
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495
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y la triste
ciudad se consumía.
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[146]
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Era cosa de oír
dura y terrible
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de estallidos
el son y grande estruendo;
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el negro humo
espeso e insufrible,
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cual nube en
aire, así se va imprimiendo:
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500
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no hay cosa
reservada al fuego horrible,
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todo en sí lo
convierte, resumiendo
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los ricos
edificios levantados
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en antiguos
corrales derribados.
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Llegado al fin
el último contento
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de aquella
fiera gente vengativa,
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aún no parando
en esto el mal intento,
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ni planta en
pie, ni cosa dejan viva.
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El incendio
acabado, como cuento,
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un mensajero
con gran priesa arriba
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510
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del hijo de
Leocán, y su embajada
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será en el otro
canto declarada.
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