Por un lado Don
ALFONSO [de Abrantes], SANCHA y
RAMIRO. Por otro Don
PEDRO, Doña FELIPA, Doña
INÉS, y ACOMPAÑAMIENTO, en traje de camino
ALFONSO:
Vuestra alteza, gran señor,
sea
mil veces bien venido
a
esta casa.
PEDRO: ¡Oh gran prïor,
levantaos! Que ya lo he sido,
pues
sale vuestro valor
a
recebirme hasta aquí.
Levantaos, no estéis ansí;
cubrid la noble cabeza.
ALFONSO: Déme
los pies vuestra alteza.
FELIPA: Los
brazos primero os di,
gran don Alfonso de Abrantes;
que
los merecéis mejor.
ALFONSO: Si
con premios semejantes
vuestra grandeza y valor
hace
méritos gigantes
que han sido hasta aquí pigmeos,
alentará mis deseos
de
modo que mi vejez
vuelva a su abril otra vez,
rica con
tantos trofeos.
FELIPA:
Como a mi pariente os trato
y
como a prïor de Ocrato,
gloria de la cruz de Rodas,
luz de las hazañas todas.
ALFONSO: Si no
corta el tiempo ingrato
el hilo a mis pensamientos,
pagarán este favor
--
aunque mis merecimientos
no
igualen a su valor --
nobles agradecimientos
de un pecho por vos honrado.
Pero no me había acordado
de
daros el parabién
del
cargo, señor, que ven
estos reinos empleado
tan
bien en vos. Largos años
gobernéis esta corona,
porque restauréis los daños
que
la desdicha pregona
de
sucesos tan extraños.
Que si quedó Portugal
y su
corona real
huérfana y llena de luto,
cogiendo violento el fruto
el
tirano universal
de nuestro rey malogrado,
porque quede consolado
y el
llanto pueda enjugar,
vos
quedáis en su lugar
para gobernar su estado;
pues muerto el rey don Düarte,
señor
nuestro y vuestro hermano,
nadie
llenará esta parte
sino
el valor soberano
que
en vos el cielo reparte;
y
el niño rey, que ya está
en
vuestra ilustre tutela,
en
vos, gran señor, tendrá
una
general escuela
en
quien acrecentará
el valor que conjeturo;
pues
porque viva seguro
con
el valor que merece,
venís
a ser, mientras crece,
él la
hiedra y vos el muro.
PEDRO:
Vos sois toda la lealtad
de
estos reinos, gran prïor.
ALFONSO: Beso
estos pies.
PEDRO: Levantad.
[Aparte SANCHA y RAMIRO]
SANCHA:
(¡Ramiro, gran mirador
estáis! Llegaos más, llegad;
que no os huele mal la moza.
El no sé qué que os retoza
en el
alma, he visto ya.
¡Fuego en quien crédito os da,
y
vuestras lisonjas goza!
Pegaos otro poco a ella.)
RAMIRO:
(Sancha, empieza ya.)
SANCHA: (Mi llanto.
A fe
que os parece bella.)
RAMIRO: (¿A
mí?)
SANCHA:
(¿No? A vos. Haceos santo;
que a
fe que babeáis por ella.)
FELIPA: ¿Cómo
se llama esta tierra?
RAMIRO:
Momblanco, y aunque en la sierra,
fértil de pan.
Apártase SANCHA con RAMIRO
SANCHA: Mas ¡qué agudo
vais
a responder! ¡Picudo,
el
cuidado os hace guerra!
RAMIRO: ¿Quieres callar?
SANCHA: ¿Queréis vos
callar y no responder?
RAMIRO:
Importuna estás, por Dios.
Si
pregunta una mujer
tan noble...
SANCHA: ¿No hay aquí dos
que os saquen de ese cuidado?
¿O
tenéis vos arrendado
el
responder? ¡Ah, hi de puza!
A fe
que amor os rempuza.
RAMIRO: ¡En linda locura has dado!
SANCHA: Pues ¿no es verdad?
RAMIRO: No es
verdad.
SANCHA: Luego
¿la engorgollotada
no os
hace en la voluntad
borbollitos?
RAMIRO: ¡Qué cansada!
SANCHA: ¿Ya
os canso? Pues descansad;
que yo lloraré entre tanto.
RAMIRO: De mi
paciencia me espanto.
FELIPA: ¿De
qué llora esa pastora?
¿Qué
tiene?
SANCHA: Aquí nadie llora.
FELIPA: ¿No
he visto yo vuestro llanto?
SANCHA:
No es de pena.
FELIPA: Pues ¿de qué?
SANCHA: De
picar una cebolla
para
una ensalada fue,
que es postillón de la olla.
FELIPA: ¿Pica
mucho?
SANCHA:
¿No lo ve?
FELIPA: Hermosos ojos tenéis.
¿Y ha mucho...?
SANCHA: Bien poco ha
que
me hace llorar cual veis.
FELIPA:
¿Luego aun pica?
SANCHA: Y picará
hasta
que de aquí piquéis.
RAMIRO: (Sancha, tú me has de obligar
a irme de este lugar,
si no callas.)
SANCHA: (Haréis bien.)
PEDRO: Hay
cortes en Santarén;
que
como murió en Tomar
el rey mi hermano y señor,
y se
quiere ir a Castilla
la reina doña Leonor,
sin
que puedan persuadilla
mis
ruegos, lealtad y amor
a
que gobierne este estado,
como
lo dejó mandado
el
rey en su testamento,
llevando al cabo su intento,
en
Santarén he llamado
a
cortes, con intención
de
que apruebe el rey en ellas
aquesta renunciación.
ALFONSO: Habrá
oído las querellas
de algunos grandes que son
de diverso parecer,
y no
dejan de tener
razón; que parece mal
que
gobierne a Portugal
y se
iguale una mujer
con
vos, de cuya prudencia
y
valor tiene experiencia
el
estado lusitano.
PEDRO:
Mandólo ansí el rey mi hermano,
que
la amó por excelencia.
ALFONSO:
Gobernadores extraños
en un reino es desatino
de
que proceden mil daños.
PEDRO:
Mientras el rey mi sobrino,
que
tiene solos diez años,
crece, pues doña Leonor
da en
partirse, gran prïor,
su tutela aceptaré
y el
gobierno, porque esté
libre
el reino del temor
en que las alteraciones
de
dañadas intenciones
ponen
su lealtad y ley,
cuando, por ser niño el rey,
anda
la fe en opiniones.
A RAMIRO
SANCHA:
(No la tienes de mirar.)
FELIPA:
¿Cuánto hay de aquí a Santarén?
RAMIRO: Diez
leguas suelen contar.
SANCHA: (¡Qué
presto fuiste...!)
RAMIRO: (Hago bien.)
SANCHA: (Todo
es por darme pesar.
Pues, ¡para ésta...!)
FELIPA: ¿Hay mucha caza
por
este monte?
RAMIRO: Es de traza
que
ella misma nos provoca
entre
los pies.
SANCHA: Hay tan poca
que
es necio quien se embaraza
en buscalla; no hay mentir.
RAMIRO:
(Sancha, ¿queréisme dejar?)
SANCHA: (Hete
de contradecir
en
todo.)
FELIPA:
¿A quién he de dar
crédito?
RAMIRO:
No he de fingir
contigo yo; esta rapaza
¿qué
puede saber de caza?
SANCHA: (Lo
que basta para ver
el
alma presa en poder
de
quien mi muerte amenaza.)
INÉS:
Apacible recreación
tiene
el gran prïor aquí.
FELIPA: ¡Qué
buenos palacios son
aquestos!
RAMIRO:
Señora, sí;
que
cuando la inclinación
se iguala con el poder,
suele
la vejez hacer
edificios que compiten
con
el sol, que otros habiten.
FELIPA: Éste
debe de tener
hermosas piezas.
RAMIRO: Cien salas
le
adornan.
SANCHA: ¡Ay, qué mentira!
¿Ciento? Veinte, y ésas malas,
porque es para quien le mira
como vos en esas galas,
afeitada por
defuera;
mas
si dentro considera
lo que es, porque se reporte,
dirá
que es dama de corte.
FELIPA: Y vos, niña bachillera.
SANCHA:
Debí de nacer habrando,
porque es mi padre el barbero.
INÉS: ¿Y
habla mucho?
SANCHA: Trasquilando,
no
cesa; que es el primero
de
los de "hágala callando."
RAMIRO:
(¡Sancha!)
SANCHA: (Aquí lo pagarás
con
pan y agraz.)
RAMIRO: (Si me das
ocasión, y más me agravia
tu
necedad...)
SANCHA: (¿Rabias? Rabia,
pues
yo rabio.)
RAMIRO: (Loca estás.)
PEDRO:
Por dos cosas, gran prïor,
he
pasado por aquí.
La
reina doña Leonor
parte
a Castilla, y ansí
quiero que vuestro valor
la acompañe; aquésta es
la una.
ALFONSO: Beso tus pies
por merced tan singular.
PEDRO: En la
villa de Tomar
está,
juzgando, después
que murió el rey don Düarte,
los
días que no se parte
por
siglos largos, y importa,
pues
es la jornada corta,
que
sea luego.
ALFONSO: El agradarte
tengo por ley; luego al punto
me partiré.
PEDRO:
También vengo
a
cumplir del rey difunto
una
obligación que tengo,
por
ser de su amor trasunto.
El mismo día que murió,
el
amor me declaró
que
en el abril de su edad
tuvo
aquí a cierta beldad,
cuyo
nombre me encubrió,
diciéndome sólo el fruto
de
dos hijos, con que amor
dio a
su esperanza tributo,
y de
quien vuestro valor
es
encubridor astuto.
Deséolos conocer
si
están en vuestro poder,
porque quedan a mi cargo.
ALFONSO: De
daros gusto me encargo.
Presto en ellos podréis ver
dos Apolos de quien soy
viejo
y venturoso Admeto,
y con
quien alegre estoy;
que
por guardar el secreto
que
el rey me mandó, hasta hoy,
disfrazados de pastores,
dan a
estos valles amores,
gloria a su padre real,
y
esperanza a Portugal
de
otras hazañas mayores.
PEDRO: Que me los mostréis aguardo.
ALFONSO: Pues
mirad aquel mancebo,
gran
señor, que al gabán pardo
da,
aunque tosco, valor nuevo.
PEDRO: No he
visto hombre más gallardo.
ALFONSO: Testigos son estos robles
de que las arrugas dobles
del novillo más cerril
a su
esfuerzo varonil
han
dado despojos nobles.
Ya se ha visto entre sus brazos
rendir
el oso fornido
la
vida, hecho mil pedazos,
y
hacer lo que no han podido
venablos, trampas ni lazos.
PEDRO:
Tras él se me van los ojos.
ALFONSO: Pues
si a quien de mis enojos
es consuelo ver queréis,
porque desde hoy no envidiéis
del sol los cabellos rojos,
mirad en la tierna
edad
de
aquella niña discreta
la
peregrina beldad
en
cifra, porque os prometa
milagros su habilidad.
PEDRO:
¡Bella rapaza! ¿Y qué años
tiene?
ALFONSO:
Trece, aunque en engaños
vence
su aguda niñez
la más astuta vejez.
Hay
de ella cuentos extraños
en esta sierra.
PEDRO: ¿Y qué nombre
tiene?
ALFONSO:
Sancha, y él Ramiro.
PEDRO: ¡Bella
mujer y bello hombre!
Pintado en sus caras miro
su
padre. ¡Qué gentil hombre
mancebo!
ALFONSO:
Aun entre sayal
descubre la sangre real
de su belicoso padre.
PEDRO: Y la
de su noble madre,
que
por ser tan principal,
según mi hermano me dijo,
su
nombre encubre.
ALFONSO: Colijo
que por bien empleada diera
cualquier liviandad, si viera,
señor, tal hija y tal hijo.
Con la infanta mi
señora,
y
hija vuestra, están hablando.
PEDRO: Su
presencia me enamora;
lo
que están los dos tratando
quiero escuchar.
Acércase a ellas
RAMIRO: Yo, señora,
conozco de mis intentos
que a
vender merecimientos
el mundo, el alma llegara
y
infinitos la comprara,
si a
trueco de pensamientos
me los diera.
SANCHA: Y yo también
sé
que de saber me pesa
lo que sé, por saber quien
sabe
que sé, en esta empresa,
que
no sois hombre de bien.
FELIPA:
Niña, ¿quién te mete aquí?
SANCHA: El
diablo y yo nos metemos
(y el
fuego que vive en mí).
RAMIRO: (¿Quieres dejar, Sancha, extremos?)
SANCHA: (¡Ah, falso! ¿Pagas ansí
lo que me debes?)
RAMIRO: (Por Dios,
que
te adoro, Sancha mía.)
SANCHA: (Yo me vengaré de vos,
Ramiro ingrato, algún día.)
A don ALFONSO
PEDRO: ¿No
saben que son los dos
hermanos?
ALFONSO: No, gran señor,
aunque anda buscando Amor
varias trazas y rodeos
para
explicar sus deseos,
porque no ama al resplandor
tanto el que alumbra los cielos,
como
el que a Ramiro enseña
Sancha.
PEDRO:
Luego ¿éstos son celos?
ALFONSO: Sí
serán.
PEDRO:
Pues ¿tan pequeña?
ALFONSO: Los
amorosos desvelos
de sospechas semejantes
en
Portugal crecen antes
que en otra parte.
PEDRO: Es ansí,
que
todos nacen aquí
tan
celosos como amantes.
FELIPA:
Discreto sois.
SANCHA: Vos mentís,
con perdón de los urracos
y arrequives que os vestís;
que nunca son los
bellacos
discretos; y si decís
lo contrario, salí acá.
ALFONSO:
Sancha, ¿qué es esto?
SANCHA: Será;
que
ahora no es nada.
ALFONSO: Atrevida,
¿cómo
sois descomedida
con
quien honrándoos está?
SANCHA:
¿Quién me puede honrar a mí?
ALFONSO: La
infanta.
SANCHA: Infanta o infanto,
guarde la honra para sí;
que
yo sola valgo tanto
y más
que ella.
ALFONSO: ¿Quién? ¿Vos?
SANCHA: Sí.
¿No somos acá personas,
aunque andemos sin valonas,
libres las caras de mudas,
y sin sayas campanudas,
como aquesas fanfarronas?
¿Ella a mí había de
honrar,
porque trae una botica
en la
cara que alquilar,
y se
remilga y achica
la
boca cuando ha de habrar?
PEDRO:
(Donaire tiene, por Dios.)
ALFONSO: Idos
de aquí.
SANCHA: Pues los dos
se
quedan, tome, doncella,
esta
higa para ella,
y
estas cuatro para vos.
Retírase, quedándose escondida a un
lado
PEDRO: Notable gusto me ha dado
la
rapaza.
ALFONSO:
Es, gran señor,
la
misma sal.
PEDRO: En estado
y
edad está, gran prïor,
Ramiro
de ser honrado.
Tenerle en mi casa quiero
en
traje de caballero
sin
declaralle quién es.
ALFONSO: Todo
el valor portugués
hallarás en él.
PEDRO: Primero
que os partáis, me le enviaréis
a
Santarén, sin decille
lo
que en aquesto sabéis.
Haced
primero vestille
galas
nobles.
FELIPA: No queréis
a
la pastora, Ramiro,
mal,
aunque si bien lo miro,
mejor
os quiere ella a vos.
SANCHA: (Para
ver lo que los dos
hablan, aquí me retiro;
que no puedo sosegar
desde
que vino a mi casa
esta
infanta o mi pesar;
que
ni sé lo que me abrasa,
ni en
lo que esto ha de parar.)
RAMIRO:
Hasta agora no he hecho cuenta
de
amor que gustos violenta.
FELIPA: Yo sé
que la queréis.
RAMIRO: ¿Yo?
Saliendo
SANCHA: Si
nos queremos o no,
a
Dios daremos la cuenta.
FELIPA:
¿Quién os mete, bachillera,
aquí
donde nadie os llama?
SANCHA: Yo,
que en aquesta quimera,
si
los dos urdís la trama,
quiero ser la lanzadera.
Traidor, el huésped se irá,
y...
ALFONSO: Sancha, salíos allá.
¡Ea!
FELIPA:
Ved si os quiere bien.
SANCHA:
¿Sí? De fuera vendrá quien
de
casa nos echará.
Vase
PEDRO:
Ya es hora que nos partamos.
ALFONSO: Honrad mi casa primero
esta
noche sola.
PEDRO: Vamos
de
priesa; a la vuelta quiero
que más despacio veamos
las muchas curiosidades
que entre aquestas
soledades
vuestro quieto gusto pinta;
que
me alaban esta quinta
cuantos la ven.
ALFONSO: Novedades
agradan.
PEDRO: Porque os partáis,
ved
que la reina os espera.
ALFONSO:
Siempre que vos me mandáis,
señor, estoy en mi esfera,
y pues vos me lo encargáis,
hoy me partiré.
PEDRO: En vos miro
la
lealtad misma; a Ramiro
me
envïad a Santarén
como
os he dicho.
ALFONSO: Está bien.
Sale al paño
SANCHA
SANCHA:
(Aunque no quiero, suspiro.
Ciego Amor, ¿a qué salís
acá?)
ALFONSO:
Trueque vuestra alteza
por
el maestrazgo de Avís
que
honra el pecho, a la cabeza
la
corona que regís;
y vos, señora, gocéis
un
monarca por esposo
al
paso que merecéis.
FELIPA: Don
Alfonso valeroso,
para
que esperimentéis
lo que os quiero, desearé
lo que vos me deseáis.
ALFONSO: Larga
vida el cielo os dé.
RAMIRO:
Triste a Momblanco dejáis.
FELIPA:
Basta, Ramiro, que esté
alegre vuestra pastora.
SANCHA: (¡Que
estos pesares me den!
¡No fuera yo infanta agora!)
FELIPA: Id a
a verme a Santarén.
SANCHA: (Si
fuere, vaya en mal hora.)
A don ALFONSO
PEDRO:
(No sé quitar de los dos
los
ojos.)
SANCHA:
(Yo me consumo,
¡y
holgaos, Ramiro, vos!)
PEDRO:
Vamos.
SANCHA:
(¡La ida del humo
o del
cuerno, plegue a Dios!)
Vanse don
PEDRO, doña FELIPA, don ALFONSO,
doña INÉS, y el
ACOMPAÑAMIENTO
SANCHA: Ya los huéspedes se han ido,
traidor, ingrato, sin fe,
perrillo de muchas bodas,
moro
que no guardas ley;
ya los huéspedes se fueron;
solos estamos.
RAMIRO: Pues bien,
que
se vayan o se queden,
¿qué
hay de nuevo?
SANCHA: ¡Ingrato! ¿Qué?
¿Qué
preguntas, cuando sabes
que
me abrasa un no sé qué
el alma, y que no sé cómo
me ha
hechizado un no sé quién?
¿No
sabes tú que a los pechos
del
ciego dios me crïé,
que
en vez de leche da brasas
a los niños como él?
Trece años tengo,
traidor,
y
trece años ha, cual ves,
que
mi amor se está en sus trece
desde
mi primero ser.
Nací
amándote, villano,
pues me han dicho más de tres
que antes que
aprendiese a hablar,
aprendí a quererte bien.
El
ama que me dio leche
me
dijo, falso, una vez
que
para acallar mi llanto,
las que
en tu ausencia lloré,
el
remedio era llevarme
donde
te pudiese ver.
¡Mal haya amor tan antiguo!
Mas ¿qué más mal que un
desdén?
Crecí
un poco, y creció un mucho
el fuego en que me abrasé,
que
según lo que se enciende,
de
cáncer debe de ser.
Los
juegos con que otros niños
se
suelen entretener,
eran
en mí el adorarte;
¡ay cielos, qué mal jugué!
No
hallaba sino en tus ojos
pasatiempos mi niñez;
mis muñecas son sus niñas,
que me hechizan si me
ven.
Este
es mi amor, cruel Ramiro,
y ese
tu injusto pago es;
mas
quien a tramposos fía,
que
no cobre será bien.
RAMIRO:
Sancha, ¿qué agravio[s] te he hecho,
para
que esas quejas des?
¿Qué
desdenes te dan pena?
¿Qué
palabras te quebré?
Yo,
Sancha, pues no lo sabes,
si
hasta aquí te quise bien,
fue
quererte como a niña,
pero
no como a mujer;
que para
eso aun es temprano,
y
todos cuantos te ven
no te
aman por lo que eres,
sino
por lo que has de ser.
Mi
inclinación natural,
aunque entre el tosco buriel
nací, sin saber quién soy
ni
quién fue quien me dio el ser,
me
fuerza a ser cortesano,
y
apenas mi ojos ven
una
dama de palacio,
o un
fidalgo portugués,
cuando se me inquieta el alma,
y he menester que a los pies
ponga grillos la
prudencia,
porque no corran tras él.
Vino
el infante don Pedro
a
esta casa de placer,
trujo a la infanta su hija
consigo, a verla llegué,
preguntóme algunas cosas,
respondí por ser cortés;
parecióte, Sancha, mal,
y
parecióme muy bien.
Siempre fuiste, sino entonces,
discreta en tu proceder,
sino
es hoy que, de liviana,
pesada has venido a ser.
Te
enfadó mi inclinación
cortesana; el parecer
de doña Felipa hermosa,
en
cuya cara miré
rosas, coral, perlas, nieve,
obligado me ha a que esté
triste, Sancha, y pensativo.
¡Oh,
quién pudiera ser rey,
si hay reyes con tantas partes
que
lleguen a merecer
el
sol, solo en la hermosura,
que
rayo de mi amor fue!
SANCHA: ¿En
mi presencia, traidor,
con
el villano pincel
de tu lengua falsa pintas
por
sol lo que sombra fue?
¿La
libertad, necio, rindes
a
hermosuras de alquiler,
que
se venden por las tiendas,
y
disfraza el interés?
¿Sol
llamas rostros de corte
que aun no merecen traer
pasas del sol, pues las pasas
de lejía andan en él?
¿Agora niegas, mudable,
deudas
de amor, porque ves
que
no hay testigos de vista,
por
ser ciego el mismo juez?
Trece
años ha que eres mío;
las voces me han de valer,
pues la razón no me
vale.
¡Señores! ¡Aquí del rey!
Que
me roban en poblado
un
corazón que gané
en
trece años de servicio.
¿No hay Dios? ¿No hay justicia y ley?
¡Aquí de amor! Que ha venido
a
robarme una mujer
una
alma que me ha costado
otra
alma que le entregué.
RAMIRO: ¿Qué
alboroto es éste, Sancha?
Vuelve en ti.
SANCHA: Pues vuelvemé
a ti
mismo; que sin ti
mal en mí podré volver.
RAMIRO: Lo
mejor será dejarte;
que
estás loca.
SANCHA: Verdad es;
que
no hay amante de veras
que sea cuerdo y quiera bien.
¡Ah de Momblanco! ¡Pastores,
tenelde, corred tras él!
No te has de ir.
Tiénele
RAMIRO: No has de dar
gritos.
SANCHA: Pues quédate y callaré.
RAMIRO: Hasme hoy enojado mucho,
y por eso me vengué.
SANCHA: Luego
¿esto sólo es venganza?
RAMIRO: Sí,
Sancha.
SANCHA:
¿Y no amor?
RAMIRO: No, a fe;
que
te adoro, niña mía.
(Ansí
la sosegaré.)
Dame
esa mano.
SANCHA: No quiero.
RAMIRO: Pues
iréme.
SANCHA:
Vayasé.
RAMIRO hace que
se va
Volved acá, el escudero;
no
seáis tan descortés.
¡Qué
bien hacéis del señor!
¡Ah,
mal huego os queme, amén!
Sale CABELLO
CABELLO:
Ramiro, señor os llama
más
ha de un hora.
RAMIRO: Voy, pues.
SANCHA: ¿Habéis de enojarme más?
RAMIRO: Nunca
más.
SANCHA:
¿Queréisme bien?
RAMIRO: Con
el alma.
SANCHA:
¡Ay hechicero!
RAMIRO: ¡Ay
brinco de oro!
SANCHA: ¡Ay vergel
del
amor!
RAMIRO:
¡Ay rosa suya!
SANCHA: ¡Ay
mi Ramiro!
RAMIRO: ¡Ay mi bien!
Vanse RAMIRO y
CABELLO. Sale TABACO llorando
TABACO:
Sancha, vos que sabéis tanto,
aunque tan niña y pequeña
que
algún dimuño os enseña,
o
nacistes por encanto,
si sabéis, dadme unos pocos
de
quillotros para amar.
SANCHA: Pues
¿un hombre ha de llorar?
TABACO: No es
llanto éste.
SANCHA: Pues ¿qué?
TABACO: Mocos.
Echadme una melecina
para
que sepa querer.
SANCHA: ¿Qué
hay de nuevo?
TABACO: Heis de saber
que
cada vez que a Marina
topo, y me topa ella a mí,
sin
bastar pretina o cincha,
el
diabro se me emberrincha
en el
cuerpo.
SANCHA: ¿Cómo ansí?
TABACO:
¿Qué sé yo? Topéla ayer
par
de la huente y topóme,
rempucéla, y rempuzóme,
miréla, y volvióme a ver;
comenzóse a descalzar
las chinelas, y tiréselas,
arrojómelas, y arrojéselas,
y tornómelas a arrojar.
Yo no sé si es enfición
aquésta o qué diabro se es,
que,
en fin, vengo a que me des,
si
sabes, una lición
de amalla, o de aborrecella;
que
no falta cosa alguna
si echarnos de la tribuna,
para
que apriete con ella.
SANCHA:
Tabaco, no es para bobos
esto
de amar.
TABACO: Ya lo veo;
pero
si aqueste deseo
me
hace en el alma corcovos,
¿qué he de hacer?
SANCHA: Dalla a
entender
que
la quieres.
TABACO: Ya imagino
que
lo sabe; en el molino
nos topamos anteayer
y, parando la pollina,
la
pellizqué so el sobaco.
SANCHA: ¿Y
qué dijo?
TABACO: "Jo, Tabaco",
y
díjele: "Arre, Marina".
Y
volviéndome una coz,
me
puso tal, que el barbero,
a no
prestarme un braguero,
ya
hubiéramos hecho choz
en la huesa.
SANCHA: ¡Bueno quedas!
TABACO: Sancha, enseñalda a querer
y
decid, si la heis de ver,
que
tenga las patas quedas.
Sale CABELLO
CABELLO:
Tabaco, alto, quita el sayo;
que no has de ser más pastor.
TABACO:
¿No? ¿Quién lo manda?
CABELLO: Señor.
TABACO: Pues
bien, ¿qué he de ser?
CABELLO: Lacayo.
TABACO:
¿Qué es lacayo, si alcanzallo
puedo?
CABELLO: Gran cosa, a mi ver.
TABACO:
¿Cómo?
CABELLO:
Es en palacio ser
de la
boca del caballo.
TABACO:
Pues ¿he de ser freno?
CABELLO: No,
sino
que en cualquier posada
le
has de dar paja y cebada.
TABACO: ¿Que
es aqueso ser lacayo?
CABELLO:
Sí, Tabaco; este vestido
fue
primero de Melchor,
lacayo del gran prïor,
y tú
su heredero has sido.
¡Ea!, que has de ir con Ramiro,
que
en traje de caballero
va a
Santarén.
TABACO: Pues ¿qué espero?
SANCHA: ¿Cómo? (Mis desdichas miro.)
¿Quién dices que a Santarén
va?
[CABELLO]:
Ramiro, que ha trocado
el
sayo tosco y pesado,
por
más que le estaba bien,
con las cortesanas galas,
con
que ha hurtado, Sancha mía,
al
amor la bizarría,
y al
sol las doradas alas.
Envíale el gran prïor
al
infante con un pliego.
SANCHA:
(Celos, echad leña al fuego,
creced con celos, amor,
sospechas, dad en el blanco
del
temor que el alma espanta.
¿Ramiro va a ver la Infanta?
Dejad, pues, Sancha, a Momblanco;
que no está ausente
amor bien
en
los peligros que miro.
Si a
Santarén vais, Ramiro,
Sancha ha de ir a Santarén.)
Vase
CABELLO:
¡Ea!, vístete.
TABACO: ¿Qué son
éstas?
CABELLO: Tienen muchos nombres;
calzas las llaman los hombres,
los discretos, confusión,
las hembras, abigarradas,
las lavanderas, gregorias,
los bobos, ruedas de norias,
y los niños, rebanadas
de melón.
TABACO: ¿Hay más salidas
y
entradas?
CABELLO: ¿No te desnudas?
TABACO: Sí;
vestidme estas azudas,
si es
que andar pueden vestidas.
¿Qué son aquestos?
TABACO: Zapatos
al
uso, con que remudes.
CABELLO: Pensé
que eran ataúdes,
según
son grandes. ¡Qué chatos
que están! ¡Aho!
CABELLO: Son alcahuetes
que
encubren bellaquerías.
TABACO:
¡Jesús!
CABELLO:
Pues ¿no lo sabías?
TABACO: No. ¿Qué encubren?
CABELLO: Los juanetes.
TABACO: Y
esto ¿qué es?
CABELLO: Puños y cuello.
TABACO:
Cuello y puños hay en mí.
¿No
son puños éstos?
CABELLO: Sí.
TABACO: ¿Y
esto no es cuello, Cabello?
CABELLO:
Sí.
TABACO:
Daldos a los dimuños,
que no los he menester.
CABELLO:
Acostúmbranse a traer
en el
cuello y en los puños,
y
de ellos toman el nombre.
TABACO: ¿Y
éstas, con tantas arrugas?
CABELLO: Son
lechuguillas.
TABACO: ¿Lechugas?
Harán
ensalada a un hombre.
Ven, que acá me vestiré.
Sólo en verlas me desmayo.
¿Que todo esto trae un
lacayo?
¡Jesús mil veces!
CABELLO: ¿De qué
te santiguas, mentecato?
TABACO: De
ver todo este aparejo,
y de que puede her consejo
el puebro en este
zapato.
¿Mas que me han de dar matraca?
¿No es mejor andar desnudo,
que no calzarse un
menudo,
con
tanta panza de vaca?
Vanse. Salen
don ALFONSO, don NUÑO, RAMIRO,
de galán,
SANCHA, CRIADOS
NUÑO:
Un enano, señor, llevo
al
rey niño, con que tenga
pasatiempo
y se entretenga,
tan
pequeño, que me atrevo
a
decir que con tener
veinte años, no os llegará
a la
rodilla; ya está
dos
leguas de aquí, y con ser
tan pequeño como cuento,
en la
proporción y el talle
es
tan galán que envidialle
pueden, señor, más de ciento,
porque no excede en grandeza
en
brazos, manos, ni pies;
todo
un brinco de oro es
en el
cuerpo y la cabeza.
Cayó en el camino malo,
y
gustaré que se cure
aquí,
donde se asegure
su
salud y su regalo,
porque sé que ha de gustar
mucho el rey de él, os prometo;
que es muy agudo y
discreto.
ALFONSO: Aquí
le podéis dejar,
don Nuño; que aunque me parto
a Castilla,
en casa queda
gente
que cuidar de él pueda;
aposéntese en mi cuarto.
NUÑO:
Pues yo, señor, voy por él;
que
en Momblanco y su quietud
presto cobrará salud.
ALFONSO: Aquí
tendrán cargo de él.
Vase don NUÑO
SANCHA:
(Pues mi Ramiro se va,
aunque dice ha de volver,
aqueste enano ha de ser
ocasión, si en casa está,
de algún amoroso enredo.)
ALFONSO: Luego
quiero que te partas,
Ramiro, con estas cartas
a
Santarén.
SANCHA:
(Muerta quedo.)
ALFONSO:
Di al infante como estoy
de
camino, y que a Tomar
pienso mañana llegar.
RAMIRO:
(¡Cielos! ¿Que a la corte voy?
¡Ea!, deseo arrogante,
seguid vuestra inclinación
y, pues tenéis ocasión,
llegad y hablad al infante.
No piséis los montes más
ni vistáis sayal grosero;
ya parezco caballero;
vileza es volver atrás.
El infante es noble y franco;
seguiréle si quisiere;
y
aunque no quiera, no espere
volver a verme en Momblanco.
SANCHA:
Después acá que vestido
estáis de Corpus, ¿no habláis?
RAMIRO: ¡Ea!,
Sancha, ¿qué me mandáis
que os traiga de allá?
SANCHA: El sentido
y
el alma que en un abismo
de
pesares acomodo,
y si
queréis traello todo,
traeos, Ramiro, a vos mismo.
ALFONSO:
¡Ea!, Sancha, adiós, adiós;
no lloréis.
SANCHA: ¿No he de llorar,
viéndoos, señor, apartar,
y perdiéndoos a los dos
en un punto?
ALFONSO: No hayáis miedo
que
Ramiro tarde mucho.
SANCHA: (¡Con
qué de sospechas lucho!
¡Con
qué de pesares quedo!)
RAMIRO:
¿No me abrazáis?
SANCHA: ¡Que sea tanta
mi
desdicha! (¡Oh, quién los ojos
os
sacara!)
RAMIRO:
(¿Por qué enojos?)
SANCHA:
(Porque no viesen la infanta.)
RAMIRO:
(Con su nombre me molestas.)
Salen TABACO, vestido
de risa, metido en una calza
todo el cuerpo, y CABELLO
TABACO: No sé
cómo puedo andar.
RAMIRO: ¿Qué
es eso, loco?
TABACO: Llevar
dos
mil lacayos a cuestas.
Vamos; que no ha sido poco
el
acertarme a poner
tanto
andrajo. ¿Qué hay que hacer?
¿No
picamos?
ALFONSO: ¿Estás loco?
TABACO:
Si me has puesto en esta jaula,
claro está que loco estoy;
ven,
que tu Gandalín soy,
y tú
mi Amadís de Gaula.
La mitad de este vestido
puedes dar a otro; que yo
suficientemente vo
en
una calza embutido.
Este laberinto chato
será
bien que a otro le des,
porque a mí para ambos pies
me
basta aqueste zapato.
ALFONSO:
Vestilde allá.
TABACO: ¡Las quimeras
que
hay en este encantamiento!
CABELLO:
Vamos.
TABACO:
Parezco jumento,
pues
llevo las aguaderas.
ALFONSO:
¡Ea!, adiós.
RAMIRO: Adiós, mi bien.
ALFONSO: No
lloréis más.
SANCHA: Es en vano.
ALFONSO:
Vamos.
SANCHA:
(¿Mas si aqueste enano
me
llevase a Santarén?)
Vanse. Sale don DIONÍS
DIONÍS: Quien hereda el valor y la prudencia
con
la nobleza y sangre lusitana
del
griego ilustre en fama y experiencia,
tan
celebrado por su edad anciana,
no se
deje vencer de la inocencia
de un
niño rey, por la pasión tirana
de
quien pretende gobernar su estado,
que
no puede del rey ser gobernado.
Sale don DUARTE
DUARTE:
(El que tuviere discreción, nobleza,
valor y aliento en su invencible pecho,
no se
deje rendir de una flaqueza,
aunque piadosa, sin ningún provecho.
Pide
el gobierno heroica fortaleza,
y
dice la experiencia, que se ha hecho
de
lastimosos daños, que proceden
de
que tan niños príncipes hereden.)
Sale don EGAS
EGAS:
(Quien de razón ni de experiencia larga
no
hiciere estima o pierde la memoria,
y de estos reinos el gobierno encarga
a un
tierno niño, eclipsará su gloria.
Si es
la corona tan pesada carga
que
al fin la llama la romana historia
un
muro en la cabeza, no está el muro
en la
de un niño rey firme y seguro.)
DIONíS: Don Egas...
EGAS: Don Dionís...
DIONíS: Pues, don
Düarte,
¿qué forzosa ocasión os trae
confuso?
DUARTE: No
quisiera ser voto o tener parte
en
quien a un niño la corona puso.
Llama
Platón, como prudente, al arte
de gobernar por experiencia y uso,
el arte de las artes, y
no puede
ser
un niño tan docto que la herede.
DIONÍS:
Esa misma razón me trae suspenso,
si me
vine enfadado de la sala,
pues
tan pequeño príncipe, no pienso
que a
la grandeza de este reino iguala;
y por
enigma del cuidado inmenso
del
gobierno real pinta y señala
el
griego un instrumento no templado,
que
es más difícil gobernar su estado.
EGAS: El infante don Pedro, del rey muerto
hermano valeroso, aunque segundo,
tiene
este reino, confïado y cierto
que
puede y sabe gobernar el mundo.
Llegue esta nave a tan seguro puerto,
pues
en el golfo de este mar profundo
la
dejó nuestro rey; que no es mi voto
que
sea un niño su real piloto.
DIONÍS:
Creyóse que en las cortes que se han hecho
viniese a ellas el señor infante
a
tomar la corona con el pecho
que
se la ofrece reino semejante;
mas él, fundado en natural derecho
de tierno amor y de
piedad constante,
quiere que herede don Alfonso el quinto,
y no
pued[a] salir del laberinto[.]
[E]l reino junto en votos dividido
salió, y dejó la causa sin sentencia,
por
si fuese el infante persuadido
con razones que enseña la experiencia.
EGAS: Al
cielo santo le suplico y pido
abra
los ojos de su real prudencia
al
infante don Pedro, que reciba
el
noble reino, y largos años viva.
Sale ACUÑA
ACUÑA:
Caballeros ilustres y leales
del
reino más ilustre, leal y santo
que
mira con sus ojos inmortales
el
sol hermoso que os envidia tanto,
parece, si no mienten las señales,
que
con recelo, con temor y espanto
os
retiráis, cuando el señor infante
muestra la fe de su valor constante.
El reino le ofrecistes a su alteza,
como tío
del príncipe heredero,
temiendo de su edad que su cabeza
no
puede sustentar un muro entero;
mas el infante, cuya real nobleza
le muestra descendiente
verdadero
de
sus heroicos padres, no permite
que
al legítimo dueño se le quite.
Y
yo, que del infante valeroso
antiguo y noble consejero he sido,
estoy de su constancia
más glorioso
que
si hubiera en el África vencido;
y
ansí os vengo a pedir, reino famoso,
que
estiméis su valor, y sea servido
el
niño rey, en cuya tierna mano
le
pongáis este reino lusitano.
DIONÍS: Pues ¿cuántos reinos en la edad
pasada,
por ser de niños reyes gobernados
con ajena prudencia y
corta espada,
perdieron con los reyes los estados?
Tenemos toda el África alterada,
los furiosos alárabes, cansados
de nuestras nobles armas,
deseosos
de, hallando esta
ocasión, salir furiosos.
Sale don PEDRO
PEDRO:
Pues don Düarte, don Dionís, don Egas...
DUARTE: ¡Oh poderoso rey!
PEDRO: Humilde infante;
que,
no rendido de ambiciones ciegas,
estimo en más renombre semejante.
DIONÍS: Si
con los ojos de prudencia llegas
a
mirar, gran señor, cuán importante
es tu
grandeza y tu real persona,
recibe de este reino la corona.
No serás el primero infante, hermano
del
muerto rey, que su corona herede,
cuando no deja valerosa mano
en
quien el reino con firmeza quede.
DUARTE:
Legítimo heredero, y no tirano,
es el
hermano, y preferir se puede
por
su edad y prudencia al hijo amado,
cuando le faltan para el mismo estado.
DIONÍS:
Salimos de la sala mal contentos
de tu
resolución, aunque piadosa,
dañosa al reino y cuerdos sentimientos
de la
más parte, ilustre y generosa.
EGAS:
Favorece, señor, nuestros intentos;
niño
es el rey, la pérdida forzosa;
y si
ha de perder reino, fama y vida,
renuncie en ti la gloria merecida.
PEDRO: ¿Por qué os parece, nobles
caballeros,
que es justo darme la
real corona?
DIONÍS:
Porque entre dos iguales herederos
se
prefiere el valor de la persona.
Tu
espada, gran señor, cuyos aceros
el
África en sus márgenes pregona,
tu
gobierno, tu industria, tu prudencia,
se
esmaltan con tus canas y presencia.
PEDRO:
¿No rendís a mi acuerdo vuestro gusto?
DIONÍS:
Felicísimo príncipe, en tu mano
se rinde Portugal y el reino justo,
siempre leal a tu difunto hermano.
DUARTE: El
sacro imperio del romano Augusto,
con
más lealtad que al César soberano,
se
quisiera rendir a tales plantas,
pues nacen de ellas esperanzas
tantas.
PEDRO:
Yo subo, pues, a la invencible silla
en el
real tablado prevenido.
DIONÍS: ¡Viva
el rey mi señor, a quien se humilla
el trono
real a su valor rendido!
ACUÑA: Tu
mudanza, señor, me maravilla.
¡Lealtad mudable, por ingrato olvido!
Mas siempre, por reinar, dicen los
reyes
que han de romperse las
piadosas leyes.
Descúbrese una
cortina, y en un trono el
niño REY coronado, con
acompañamiento de caballeros
portugueses.
[Don PEDRO de redillas]
PEDRO:
Sobrino amado, imagen de inocencia,
segundo Abel, y con mayor ventura:
rendido,
humilde a vuestra real presencia,
la
mano os pido de traición segura.
Tuvieron en mi pecho competencia
la
honra y el amor, que al fin procura,
como
le hicieron Dios, vencer de modo
que
le conozcan poderoso en todo.
Y
vosotros, leales caballeros,
si en
prudencia, piedad y valor mío
fundáis vuestra esperanza, los primeros
seréis en imitar mi santo brío.
Dad,
como siempre, indicios verdaderos
del
generoso pecho en quien confío,
que,
persuadidos que os importa tanto,
adoréis vuestro rey piadoso y santo.
Que
yo, como prudente, como viejo,
y
como valeroso y vuestro amigo,
os
doy agora tan leal consejo,
y yo
el primero le recibo y sigo.
Seguidme todos; que a mi sombra os dejo;
subid al trono de mi rey conmigo;
que
en ir primero imito al elefante,
que
el mayor en la edad suele ir delante.
Suena música, y
sube don PEDRO a besar la mano
al rey
Dadme, señor, como mi rey, la mano;
dadme, mi bien, como sobrino mío,
los amorosos brazos, pues los gano.
REY: Por
haber sido tan piadoso tío,
levante vuestra alteza el soberano
rostro, en cuyo valor tanto confío,
y
déme a mí licencia que en silencio
descubra que le estimo y reverencio.
EGAS:
¡Raro ejemplo de fe!
DUARTE: ¡Divino
pecho
de
portugués! Que estima en más su fama
que
hacer dudoso su real derecho
en
este reino que le estima y ama.
DIONÍS:
Veníale al infante muy estrecho,
aunque es grande, este reino; que le llama
la pretensión
del África, y desea
que
toda aquélla su corona sea.
REY: Y
ansí, como agradecido,
no
digo más, que no puedo,
y de
vuestra alteza quedo
a los
favores rendido.
PEDRO:
Vuestra Majestad, señor,
aunque se muestra obligado,
me
mande; que me ha quedado
muy
grande resto de amor;
porque en mi pecho leal
mucha
afición se atesora,
pues
lo que he dado hasta agora
es
una corta señal,
es una prueba no más
de mi
lealtad y mi amor,
y a
quien es buen pagador
no
duelen prendas jamás.
REY:
Quiero, señor, que miréis
este
reino y mi persona
como
vuestro; esta corona,
infante, vos la tenéis.
Y
ansí será justa ley
que
os obliguéis de presente
a
sacarme un rey prudente,
ya
que me sacastes rey.
Y
si no lo hacéis ansí,
infante, podré quejarme;
que
hacerme rey es no honrarme,
y hacerme rey justo, sí.
PEDRO:
Habla vuestra Majestad
de
modo que me parece
que,
como en ser hombre, crece
en la
gracia y en la edad.
Dice que el reino le di,
y estimo ese gran favor,
y he
de sacarle el mejor
que
haya reinado hasta aquí.
El reino que le he entregado
reciba en prendas de quien,
porque suele pagar bien,
por
grandes prendas le ha dado.
REY: No digáis más; que no es justo
dudar de vuestra
verdad.
CABALLEROS: ¡Viva
vuestra Majestad
la
próspera edad de Augusto!
REY: Viváis, vasallos leales,
la edad de Néstor y Anquises.
DUARTE: Nuevo
sucesor de Ulises,
dame
tus manos reales.
REY:
Esperad; que me conviene
salir
al recibimiento
de mi
prima, porque siento
que
la hermosa infanta viene.
Salen doña FELIPA y doña INéS.
El REY y don PEDRO se bajan del
trono
FELIPA:
Mande vuestra Majestad...
REY: No
puedo mandar, señora;
que en
vuestros ojos agora
pierdo yo la libertad.
FELIPA:
Que me mande dar sus manos
le
suplico.
REY:
Ya soy rey,
y no
será justa ley
hacer
mis intentos vanos.
La mano me habéis de dar
que
os la bese; esto ha de ser;
que
yo por poderlo hacer,
tengo
por gusto el reinar.
DIONÍS:
De amor y de cortesía
da
indicios su Majestad.
DUARTE: El
amor en tierna edad
sin
sentir se forma y cría.
FELIPA:
Yo me encargo, mi señor,
de
entretener, como es justo,
con
regalos vuestro gusto.
REY: Y con favores mi amor.
Y
con esa confïanza
que
el alma agora desea,
quiero salir, que me vea
el
reino.
ACUÑA:
¡Extraña mudanza!
¡Que
en un niño pueda hacer
el
ser rey tan grande estima
de sí
mismo!
REY:
Infanta, prima,
adiós, y volvedme a ver.
PEDRO:
No acompaño, gran señor,
vuestra
persona, aunque es tanta
mi
obligación; que la infanta
queda sola.
Vanse el REY, don DUARTE, don EGAS,
ACUÑA, y
los demás caballeros
DIONÍS: (¡Ay dulce amor!
Pero el infante se
queda;
no
puedo hablar a mi bien.
Noche
venturosa, ven
más
apriesa, porque pueda.)
Salen RAMIRO y
TABACO. [Habla RAMIRO a
TABACO]
RAMIRO:
(La ocasión misma me ayuda,
pues llego y al mismo instante
encuentro al señor infante.)
TABACO:
(Dichoso has de ser sin duda.)
RAMIRO:
Mande darme vuestra alteza
sus
manos.
Dale un pliego
PEDRO: Seáis
bien venido,
Ramiro.
TABACO:
(¿Ya es conocido?
¡Gran
memoria!)
RAMIRO: (¡Gran belleza!)
A INÉS
FELIPA:
¡Ay, amiga! ¿No es aquél
el
aldeano?
INÉS: Señora,
él
es.
FELIPA:
Conocíle agora
(como
siempre pienso en él).
TABACO:
Señor.
RAMIRO:
Calla.
TABACO: No podré,
si no me enseña y me avisa,
si me
viene alguna prisa,
por
dónde me proveeré;
que no me he visto jamás,
señor, con tanta agujeta,
y
esta ventana inquieta
fuese mejor por detrás.
PEDRO:
Ramiro, mucho debéis
al
prïor, porque os envía
a la
corte; yo querría
que
su esperanza aumentéis.
FELIPA:
(¿A la corte? ¡Oh, venturosa
yo, que en la corte y palacio
puedo
querelle despacio!
Mas
¿no me falta otra cosa
que rendir mi pensamiento
a
quien ayer fue un villano?
Pero
no es en nuestra mano
este
primer movimiento.)
RAMIRO:
El servir a vuestra alteza
tendré yo por gloria mía.
PEDRO: Que
sirváis al rey querría.
DIONÍS: ¿Qué
no entendida grandeza
es ésta? Escudero amigo,
¿quién es este caballero?
TABACO: Yo
fui labrador primero,
y
aqueste andaba conmigo;
pero el prïor le ha envïado.
DIONÍS: De
esta novedad me admiro.
¿Cómo se llama?
TABACO: Ramiro;
mal
nombre para casado.
Yo me llamaba Tabaco,
y era
sonado en mi aldea,
y
agora no sé quién sea,
si no
me escurro y me saco
de estos dos fuelles; que voy
con
ellos con mucho tiento;
que
van hinchados del viento
que
yo de miedo les doy.
PEDRO:
Esto ha de ser, y confío
que este favor que os he hecho
os ha de hacer buen
provecho.
RAMIRO: Sois
amparo y señor mío.
Y vos, infanta y señora,
dadme los pies.
DIONÍS: (¿Cómo es esto?
¿Ya se conocen tan
presto?)
FELIPA:
Alzaos.
RAMIRO:
El alma os adora.
TABACO:
Su infantería ¿no alvierte
que
soy el que estaba allá?
Mas
no me conocerá,
estofado de esta suerte.
Asiendo de la
ropilla al infante
Pero dígame, señor,
éstas
(que no son distintas
traerlas cercadas de cintas)
que
me dan mucho temor,
y siento que ni aun dormir
han
de dejarme.
INÉS:
¡Ah villano!
PEDRO:
Entrad; besaréis la mano
al
rey.
RAMIRO:
Comienzo a servir.
FELIPA:
(Yo a amar.)
DIONÍS: (Yo a dudar.)
PEDRO: Yo a
ver
su
valor...
RAMIRO:
(Yo su hermosura.)
TABACO:
Sáquenme de esta apretura;
que
me quiero proveer.
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