Sale don DIONÍS
DIONÍS:
Basta, que fingido ha sido
este
fuego o este encanto;
pero de
esto ¿qué me espanto,
si ha
sido amigo fingido
don
Ramiro fementido?
Otra vez me traen los celos
a
averiguar mis desvelos;
haced
que venga, esperanza,
don Ramiro, y mi venganza
satisfaga a mis recelos.
Para sí mismo ha ganado
la
amorosa empresa mía;
quisiera verme vengado;
mas
quien de amigos se fía,
merece hallarse engañado.
Y siendo así, yo he tenido
la culpa, que mi
esperanza
por
mal fundada he perdido,
y no
tomaré venganza,
aunque me sienta ofendido.
Pero cuando no la espada
se
vengue de su enemigo,
la
lengua disimulada
puede
darle algún castigo,
de su
esperanza engañada.
Vuelvo al terrero, y deseo
que
en él don Ramiro esté,
porque si a solas le veo,
sin
vengarme le diré
que
me agravia y no lo creo.
Y
con esta cortesía
castigo su atrevimiento
y la confïanza mía,
sin
que del rigor violento
pueda
quejarse otro día.
Sale RAMIRO
RAMIRO:
(Dos contrarios movimientos
de un
mismo cuerpo en la nave
se
hallan no ser violentos,
y el
amor hacerlos sabe
del
cuerpo y los pensamientos.
Yo salía del terrero,
y
[el] pensamiento volvía;
y
como yo considero
que él
tiene razón, querría
volverme aquí todo entero.)
DIONÍS:
(Éste es don Ramiro; él fue
falso
a mi fiel esperanza;
yo
llego y me vengaré;
mas
de mí pido venganza
que el secreto le fié.)
RAMIRO:
(Yo llego al balcón y sigo
mi
dichosa voluntad.)
Mas...¿quién es?
DIONÍS: Vuestro enemigo,
porque en la prosperidad
nadie ha menester amigo.
RAMIRO:
Es prosperidad pequeña
la
mía, y me desengaña
que
es la fortuna que sueña
y la
próspera me engaña,
pero
la adversa me enseña.
Decid quién sois.
DIONÍS: Bien pudiera
decir
quién soy y también
mis
padres, si yo quisiera.
RAMIRO: (Yo
no tengo tanto bien.
¡Quién sus padres conociera!)
DIONÍS:
(Así me puedo vengar,
porque como el sabio advierte,
si en
la lengua se han de hallar
juntas la vida y la muerte,
por
ella se pueden dar.
Dice Salomón que tiene
manos
la lengua y con ellas
se
venga cuando conviene,
y
ansí mi lengua a usar de ellas,
y no
de mi espada, viene.)
RAMIRO:
Decidme ya, caballero,
pues
podéis, quién sois.
DIONÍS: Yo
soy un amigo verdadero
de
don Ramiro, que estoy
por
él guardando el terrero.
RAMIRO:
¿Amigo?
DIONÍS:
Sí; ¿es cosa nueva?
La amistad del poder nace,
y los
amigos se lleva;
la prosperidad los hace,
y la adversidad los prueba.
RAMIRO:
Si sois su amigo, obligado
estaréis a su defensa.
DIONÍS: No sé
si soy bien pagado,
porque no estima ni piensa
que
le sirven el privado.
Don Ramiro me perdone,
porque es muy noble en su trato,
y la
fama le corone.
RAMIRO:
Señor, quien le llama ingrato,
todas las faltas le pone.
DIONÍS:
Pésame si le he llamado
ingrato, y si alguna queja
de su
olvido me ha quedado,
no por
ingrato me deja,
sino
por enamorado.
Que al amor algún discreto
le
puso venda en los ojos,
por
disculparle en su efeto;
que
no ve si causa enojos,
ni ve si guarda respeto.
RAMIRO:
(¡Oh cortesana elocuencia!
¡Qué
sabiamente ha culpado
mi
mala correspondencia,
disculpado y condenado
con
una misma sentencia!
No me quiero declarar,
porque si la he de romper
¿qué
palabra le he de dar?
Las
prendas debe poner
quien
determina pagar.)
DIONÍS: Mucho os detenéis, señor.
Ea, salid del terrero;
que
es muy celoso en su amor
don
Ramiro, y yo no quiero
que
lo atribuya a temor.
RAMIRO:
Yo me iré si me decís
quién
sois.
DIONÍS:
Seré don Ramiro.
RAMIRO: Pues
¿en su nombre venís?
DIONÍS: ¿Qué
os admiráis?
RAMIRO: No me admiro.
(¡Qué
discreto es don Dionís!)
DIONÍS:
¿Conocéisme? ¿Sabéis cosa,
contra esta verdad que digo
y
defiendo, sospechosa?
¿No
es don Ramiro mi amigo?
¿Es
su amistad cautelosa?
¿Trátame en ausencia mal,
o
pretende, por ventura,
siendo amigo desleal,
trasladarse la hermosura
que
adoro en original?
¿Hame ofendido siquiera
en
amar a quien yo quiero?
Que,
aunque parece ligera
para un noble caballero,
es la
ofensa verdadera;
que yo no le he menester
para
que a su rey le pida
la
merced que me ha de hacer;
que
soy quien soy, y en mi vida
usé
de ajeno poder.
RAMIRO:
No os alteréis; que si yo
no sé
quién sois, mal sabré
si
ese hidalgo os ofendió,
y don
Ramiro yo sé
que
no se desvaneció
por la privanza; que, en suma,
sabe
que el rey es un mar
donde
el privado es la espuma,
y
algún viento ha de llegar
que
la deshaga y consuma.
No
es don Ramiro avariento
de
honra; que antes las deja;
que
el propio conocimiento
sirve
de piedra a esta abeja,
porque no la lleve el viento.
No es hombre que habrá usurpado
vuestro amor; que es tan querido,
y de todos tan amado,
que no es, y siempre ha
sido,
envidioso y envidiado.
DIONÍS:
No digáis más; que parece
que
sois más amigo suyo
que
yo, y ninguno merece
más
su amistad.
RAMIRO: Restituyo
su
amor a quien se le ofrece.
DIONÍS:
Pues sois su amigo también,
dejadme
solo, y decid
a don
Ramiro cuán bien
con
mi prudencia y ardid
guardo a quien él quiere bien.
Que ansí le pienso obligar,
si no
es ingrato y crüel,
y al
mar pretende imitar,
que
entra el agua dulce en él
y la
vuelve amarga el mar.
Que ansí le aviso, y no quiero
parecer, si no lo digo,
mentiroso lisonjero;
que es más verdadero amigo
quien
habla más verdadero.
Que soy su espejo, y no dejo
de
prevenirle su mal
con
mi industria y mi consejo.
RAMIRO: No es
buen amigo y leal
para
su amigo el espejo.
El amigo ha de imitar
al
agua, que a quien en ella
su
mancha llega a mirar
se da
a sí misma, y con ella
se
puede también quitar.
Que el espejo que declara
la
mancha y no da el remedio,
no es amistad noble y clara,
sino envidia, que por
medio
honesto sale a la cara.
DIONÍS:
Yo a don Ramiro después
a
solas le pienso dar
el
remedio.
RAMIRO:
Voyme, pues.
DIONÍS: Será
el remedio olvidar.
RAMIRO: Él se
olvida que lo es.
Vase
DIONÍS: Muy grande satisfacción
he recibido y le he dado;
grande arma es la
discreción,
panal
dulce, al fin, labrado
en la
boca de Platón.
Sale doña
FELIPA, a la ventana
FELIPA:
Parece el sueño a la muerte
en no
venir pretendido,
y
ansí de ninguna suerte,
aunque al sueño llamo y pido,
quiere que con él acierte.
Vuélvome al balcón; que en él
por ventura el adivino
corazón, que siempre es fiel,
quiere descubrir camino
menos
áspero y cruel.
DIONÍS:
(La infanta es ésta; quisiera
salir
de esta confusión,
aunque no fue la primera;
pero
hasta la posesión
tendré esperanza siquiera.
Llega a la
ventana
Señora, ¿estaré seguro?
FELIPA: Sí;
llegad.
DIONÍS:
Dudo si llego,
porque es de fuego este muro
del
paraíso, aunque es fuego
como
el del infierno, oscuro.
Pero es fuerza que me atreva,
mi
querubín, a llegar;
que para mí es cosa nueva
que a
Adán mandéis desterrar,
cuando guardáis dentro a Eva.
Querubín enamorado,
mirad
que servís a Dios
con
la espada que os ha dado,
que vamos juntos los dos
con
un amor y un estado.
Eva ¿no me respondéis?
Hablad, dulce compañera,
y pagad lo que debéis,
pues
antes que os conociera,
os di el alma que tenéis.
FELIPA:
¿Qué he de hablar, si no he sabido
quién
sois?
DIONÍS:
¿Qué decís, señora?
¿Por
vos soy desconocido?
¿No
era don Dionís agora
por
vuestro amor admitido?
Don Dionís soy; ¿este nombre
ignoráis y la ocasión
de
hablar tan claro el que es hombre
por
vuestro amor y afición
para
que el amor se asombre?
¿No me queréis don Dionís?
Llamadme, señora mía,
otro
nombre, si os servís,
pues soy Dionís desde el día
que aqueste nombre
admitís;
porque no era yo primero
que
os quisiese, hermosa infanta,
don
Dionís, ni caballero,
ni
tuve el ser que levanta
el
vuestro a quien tanto quiero.
FELIPA:
¡Qué lisonjero venís!
DIONÍS:
"¡Qué verdadero!" diréis.
FELIPA: Bien
hacéis a don Dionís.
DIONÍS: Vos,
señora, le hacéis,
pues
el alma le infundís.
Estábame yo en la aldea
de
vuestra ausencia (y no hay corte,
ausente vos, que lo sea)
acerté a ver ese norte,
que
en dulce tálamo vea;
comencé en aquel instante
a
levantarme del suelo
y a ser don Dionís amante,
como
cuando el sol del cielo
levanta su flor gigante.
Y
ansí, mirándoos a vos,
tengo
de andar por extremos,
hasta
que permita Dios
que mude el nombre y estemos,
flor y sol, juntos los dos.
FELIPA:
¿Quién puede a palabras tales
resistir? Digo, señor,
que
si prendas y señales
no
las siente el pagador,
se
acaben ya nuestros males.
Mañana en la noche quiero
que
entréis conmigo en palacio.
No
digo más; que no espero
beber
la purga despacio,
cuando
de vergüenza muero.
DIONÍS:
Dame, mi señora, en prendas
de
tal dicha, algún favor
con
que más mi amor enciendas.
FELIPA:
Tomad; que al buen pagador
jamás
le dolieron prendas.
Dale una banda,
y vase
DIONÍS:
¡Oh banda, cuyos despojos
echan
en esta conquista
a una
banda mis enojos,
y
para darme a mí vista,
la
quita amor de sus ojos!
Ya de mi esperanza blanda
será
cierta la demanda,
pues
para la posesión
sois
carta de obligación;
¡mil
veces dichosa banda!
Sale RAMIRO
RAMIRO:
(En obligación me ha puesto
el
día largo y prolijo,
si no
le divierto en esto,
porque, como César dijo,
quien
hace bien hace presto.
A
don Dionís quiero hablar;
que
el aplacar enemigos,
cuando es menester usar
de verdaderos amigos,
siempre es digno de estimar.)
DIONÍS:
Mil veces seáis bien venido,
don
Ramiro; que jamás
con
más gusto he recebido
a
amigo, ni los demás,
respeto de vos, lo han sido.
Considerad si en el mar
contra un vaso frágil roto,
sin
prevenir ni pensar
tan gran tormenta el piloto,
se
comienza a levantar,
¡qué gran contento tuviera
si
entonces saliera el sol,
y el
norte reconociera,
porque del muerto farol
las muchas faltas supliera!
Yo, amigo, en el mar de
amar
en vaso harto pequeño
comenzaba a navegar;
llegó
la noche, entró el sueño,
turbóse confuso el mar.
Era el vaso el corazón,
la
infanta el mar, la esperanza
el
farol; y a una ocasión
faltaron luz y bonanza,
y
creció mi confusión.
No sabía yo de mí
ni estaba cierto de vos;
de
vuestra lealtad temí;
pero
vino el sol que Dios
crïó
y formó para mí;
halléme desengañado,
reconocí luego el puerto,
reparé el vaso quebrado;
ya
estoy de mi dicha cierto,
y de vos muy confïado.
Conocí que no os
amó
la
infanta, y no pretendéis
su
amor, ni ella me ofendió;
que esta noche me veréis
entrar en su cuarto yo.
Voyme; que estoy prevenido
para
esta noche; que en ella,
don
Ramiro, he merecido
gozar
a mi infanta bella.
Adiós; el secreto os pido.
Vase
RAMIRO:
Lo que yo más deseaba
era
esta nueva, dichosa
para
quien de ella gozaba;
ya mi
esperanza engañosa,
aleve
infanta, se acaba.
Antípodas me parece
que
somos Dionís y yo,
pues
que, cuando en mí anochece
el
sol de amor, le salió,
y en
su ventura amanece.
Pero no puedo creer,
infanta, tan gran mudanza;
engaño debe de ser,
o lo
será mi esperanza,
porque la tengo en mujer.
Aunque mi corta ventura
y tu
nobleza me asombra;
pero
no hay prenda segura;
que
es la mujer y la sombra
de
cualquier color oscura.
Mal dije; que mi señora
es
leal; temor, mentís,
pues la
memoria no ignora
que
en nombre de don Dionís
os
favoreció hasta agora;
y
con el nombre sin duda
de
este engañoso recelo
mi
competidor se ayuda;
que
es la infanta como el cielo
glorioso, que no se muda.
Y
si es por mí su afición,
bien
le puedo yo quitar
mi
hacienda toda al ladrón.
La
bendición le he de hurtar,
pues me llama la ocasión.
Vase. Salen don DUARTE y SANCHA
SANCHA:
Por Dios, señor don Düarte,
que
vos solo me faltáis
de mi
copia, y ya llegáis
a
darme memoria y parte
de vuestros deseos ardientes,
que
en palacio no son pocos,
porque esta jaula de locos
no
cabe de pretendientes.
El rey está aficionado
a una
niña que es como él,
la
infanta doña Isabel
con
quien está concertado.
Don Ramiro y don Dionís
están
perdidos los dos.
DIONÍS: ¿Por
quién?
SANCHA:
Dadme cuenta vos
de la
dama a quien servís,
porque no quiero yo agora
que
améis los tres a una dama,
y dar
celos a quien ama,
en
riesgo de tal señora.
DIONÍS: Vargas,
tu mano es tan buena,
que
al órgano he comparado
la
corte, que no tocado
de
esas tus manos, no suena.
Una tecla vengo a ser
del
órgano cortesano;
si tú no pones la mano,
no he
de sonar ni tañer.
Quiero bien a doña Inés;
por
ella, Vargas, suspiro.
Don
Dionís o don Ramiro
¿preténdenla?
SANCHA:
No, otra es.
DUARTE:
Pues, Vargas del alma mía,
dile
mi pena mortal.
Toma
esta joya en señal.
SANCHA: Tomar
es bellaquería,
porque alcahuete por toma
no se
imagina bien de él,
y una
mitra de papel
le
dan sin bulas de Roma;
y
alcahuete que lo usa
por
su deleite no más,
o no
le culpan jamás
o no
falta quien le escusa.
Dadme vos una memoria,
porque, o no ha de ser quien es
Vargas, o con doña Inés
habéis de hacer pepitoria.
DUARTE:
Pues, adiós, tercero mío.
Vase
SANCHA: La infanta viene; hoy sabré
en
qué punto está la fe
que
en don Ramiro confío.
Sale doña
FELIPA
FELIPA:
Vargas, muy quejosa vengo
de
vuestra prolija ausencia.
SANCHA: Sabe Dios
la diligencia
que
yo en vuestras cosas tengo.
FELIPA:
No se me luce, en verdad.
SANCHA: Bien
parece, mi señora,
que
no sabéis vos agora
mi
cuidado y voluntad.
FELIPA: ¿Es cuidado que os desvela?
SANCHA: Esa
palabra me agrada;
que
viene bien comparada
mi
diligencia a la vela,
pues yo me consumo y quemo
para
alumbraros a vos;
que os sirvo, y bien sabe Dios
lo
que lo siento y lo temo.
FELIPA:
No sé cómo puede ser,
supuesto que vos no amáis
al
galán por quien terciáis,
porque vos no sois mujer.
SANCHA: Es verdad, muy bien decís;
pero importa
diligencia,
como
tienen competencia
don
Ramiro y don Dionís;
pues cada cual forma queja
y se
pretende ofender,
y
otra fábula ha de ser
de la
lechuza y corneja,
que una a otra se rompía
el nido y los huevos de él,
y de un rigor como
aquél
ningún
polluelo nacía.
FELIPA:
Pues yo, que consideré
que
en ocasiones de amor
quien
lo siente habla mejor,
por
mí misma negocié.
Y
al fin, pues he negociado
por mí misma, yo también
quiero conseguir el bien
que
he por mí misma alcanzado.
Con nombre de don Dionís,
volvió Ramiro al terrero,
y
aquesta noche le espero
por mi esposo.
SANCHA: ¿Qué decís?
FELIPA:
Que queda ya concertado
el
tiempo en que le he de ver,
sin
tener que agradecer
a
vuestro poco cuidado.
Vase
SANCHA:
Espera, enemiga mía,
sirena del mar, escucha,
pues
de la grave tormenta
que
yo lloro y siento, gustas.
¿Que
ya el concierto está hecho?
¿Que ya me llevas y usurpas
en un día cuanto el
alma
abrasada en tantos busca?
Suspiros y pensamientos
que
ya se encuentran y juntan,
vientos han de ser que paren
en tempestades confusas.
Loca
estoy; bien estoy loca,
que a
quien faltó la ventura,
falta
el jüicio, y no siente
el
rigor de su fortuna.
Jüicios enamorados
con facilidad se turban;
que
como es poca su luz,
quedan con un soplo a escuras.
¡Ah
de palacio! ¡Hola, gente,
guardaos! Que suelta su furia
la
tormenta de mis celos
en el mar de mis injurias.
Ayuda, amor, que la
tormenta es mucha,
mas
¿cómo puede dar un ciego ayuda?
Sale CABELLO
CABELLO:
¿Quién da voces por aquí?
Vargas o Sancha, ¿qué angustias
te
obligan a que alborotes
la
gente que nos escucha?
SANCHA:
Tente, necio, no te anegues
en el mar donde fluctúan
las desdichas que me llevan
al puerto de mis
locuras;
tente, que te mojas, tente.
CABELLO: ¿Ya
tenemos garatusas?
¿Adónde diablos me mojo?
O
estás sin seso o te burlas.
SANCHA: ¿No ves en el mar de agravios
las olas negras y turbias
de mis celos, que
combaten
la
casi rota chalupa
de mi
burlada esperanza?
Échate a nado, si gustas
de
ayudarme en la tormenta.
CABELLO: Tu jüicio las afufa.
SANCHA: ¡Ah
perro! ¿Anegar me dejas?
Lealtad al fin como tuya.
Yo te
mataré, villano.
Golpéale
CABELLO: ¡Ay,
que me pelas! Escucha.
SANCHA:
Conmigo te has de embarcar.
CABELLO:
¿Cómo, si está más enjuta
la
tierra que están tus cascos?
(En
creciente anda la luna.)
SANCHA: No me repliques, traidor.
CABELLO:
(¿Quién me trujo aquí?)
SANCHA:
Desnuda
la
ropa y échate a nado.
Quítanse las capas los dos
CABELLO: Échome a nadar, con Judas.
Válgate el diablo por
Vargas.
SANCHA: ¡Ea,
nada!
CABELLO:
Si me empujas.
¡Cuerpo de Dios, y qué amarga
que
estaba el agua, y qué sucia!
Escupe
SANCHA: ¡Ea,
sube en mi galera!
CABELLO: ¿Ésta
es galera?
SANCHA: ¿Eso dudas?
La
galera de mi amor,
que,
cortando las espumas
de
imposibles y de estorbos,
a
vela y remo procura
llegar a "Buena Esperanza".
CABELLO: Yo
llego a mala ventura.
SANCHA: Ea, ¿no
tomas un remo?
CABELLO: Luego
¿vengo a ser en suma
galeote?
SANCHA:
Soylo yo,
villano, ¿y eso preguntas?
En la
galera de amor
todos
reman, todo es chusma,
que aunque no hay amor forzado,
forzadas almas injuria.
Ea,
que no faltará
bizcocho negro de angustias,
que
en vinagre de sospechas
mojes, que es comida suya.
Vaya.
CABELLO:
Vaya con el diablo.
SANCHA:
¿Remas?
CABELLO:
¿No lo ves?
SANCHA: Procura
no
dar enojo al agravio,
que
es cómitre de la trulla.
Buen
vïaje.
CABELLO:
Buen vïaje.
¡Heme
aquí sin tener culpa,
de
lacayo, galeote!
SANCHA: ¡Qué
bien que la quilla surca
las olas de mis temores!
Mas ¿no ves cómo se ofusca
entre
nubes de sospechas
el
cielo de mis venturas?
CABELLO: Ya lo
veo. (¡Oh si se hiciese
pedazos ya, y mi fortuna
me
librase de esta loca,
que me ha de matar sin duda!)
SANCHA:
Perdidos somos.
CABELLO: Seamos.
SANCHA: ¿No ves las galeotas turcas
que nos vienen dando
caza?
CABELLO: ¡Y
cómo!
SANCHA: ¿Cuántas son?
CABELLO: Muchas.
Una,
dos, veinte, doscientas.
SANCHA:
Mientes, perro, no es más de una;
pero
ésa llena de celos,
que
son turcos.
CABELLO: Sean lechuzas.
SANCHA:
Huyamos. Boga, canalla.
Dale
CABELLO:
Quedo. (¡Mal haya la puta
de mi
abuela!) Que me matas.
SANCHA: Lo
que se usa, no se escusa;
eso
se usa en la galera.
Rema
apriesa; que se junta
el
enemigo y dispara
balas de agravios y injurias.
La galera se va a
fondo;
ya la
han entrado, ya busca
a mi don
Ramiro ingrato
la
infanta. ¡Amor la destruya!
Capitán de la galera
la ha
hecho mi desventura,
y si
cautiva a mi amante,
que
ha de matarme ¿quién duda?
¡Oh quién se volviera agora
la
cabeza de Medusa
para
convertille en piedra!
Mas
¿por qué, si es piedra dura?
Sólo
un remedio hay, Cabello,
que
en aquesta coyuntura
pueda esconder a Ramiro
y
hacer mi dicha segura.
CABELLO: ¿Y
es?
SANCHA:
Que te hagas ballena,
y
pues que la infanta busca
a
Ramiro, te le tragues;
que, no
hallándole, no hay duda
que
se vaya y que nos deje.
¡Linda traza!
CABELLO: Como tuya.
¿Cómo diablos he de ser
ballena yo?
SANCHA:
No hay excusas.
Abre
la boca.
CABELLO: Ya la abro.
SANCHA: Ea,
trágale; ¿qué dudas?
CABELLO: Vaya.
Hace que se
traga una cosa grande
SANCHA:
¡Ah perro! no lo muerdas.
CABELLO: Que no
le muerdo ¡con Judas!
Sin ser de Madrid, me has hecho
ballenato. ¿Hay mayor burla?
SANCHA: Ya le
busca mi enemiga,
y a
todos por él pregunta;
no le
ha hallado; y se fue;
venció mi amorosa industria.
bien
puedes volverle a echar;
escúpele aquí.
CABELLO: ¿Que escupa?
Ves aquí escupo.
SANCHA: ¿Qué es de él?
CABELLO: ¿Qué diablos sé yo?
SANCHA: ¿Tú le hurtas,
traidor?
CABELLO:
¿Yo? Pues ¿para qué
le
quiero?
SANCHA:
Échale.
CABELLO: Sin duda
que,
como entró por la boca,
salió
por la puerta sucia.
SANCHA: ¡Ah
villano! ya te entiendo;
ya sé
que esta noche gustas,
llevándosele a la infanta,
hacer
que sea esposa suya.
Concierto es de entre los dos;
ser
su alcahuete procuras.
CABELLO:
¿Quién vio ballena alcahueta
por
más cuentos o aventuras
que
haya visto en Amadís?
SANCHA:
Ballena infame, no huyas;
dámele, pues le tragaste,
que
es carne, y no tienes bula.
CABELLO:
¡Quedo, con todos los diablos!
Que
eres de casta de bubas,
que
me vas pelando todo.
Barrabás te aguarde.
Vase
SANCHA: Escucha.
Mas
huye, cruel Ramiro; que aunque huyas,
adonde sobra amor, vence la industria.
Vase. Sale doña FELIPA
FELIPA: El que te pintó con alas,
Amor,
fue su pensamiento
decir
que en atrevimiento
a cualquier monstruo te igualas.
Bien te puedes disponer
a darme en esto, ocasión,
tus
alas; que el corazón
otras
dos ha menester;
y
con cuatro alas querría
ser
efimerón de amor,
aunque es gusano, en rigor,
que
nace y muere en un día.
Sale RAMIRO
RAMIRO:
(El reloj que traigo al pecho,
que
es la memoria y cuidado,
la
hora pienso que ha dado
que
señala mi provecho.
¿Si hallaré ya prevenida
a la infanta, en quien deseo
hacer
el dichoso empleo
para
el caudal de mi vida?
Ella es; quiero llegar.)
FELIPA: ¿Es
don Dionís?
RAMIRO: No, señora;
que
si lo he sido hasta agora,
ya no
es tiempo de engañar.
FELIPA:
Determinado venís.
RAMIRO: Si ya
os gozo, no es razón
usar
la equivocación
del nombre
de don Dionís.
Hasta agora mi temor,
mi
cuidado y mi secreto
usaba
este ardid discreto,
y era
este nombre mejor.
Hasta agora en ser tercero
tenía, señora, gusto;
pero
desde aquí no es justo
sino
el nombre verdadero.
FELIPA:
Decís muy bien, don Ramiro;
desengañado venís;
pero
el nombre de Dionís
con
buenos ojos le miro;
que como por aquel nombre
vengo
hoy a adquirir mi bien,
justo
es que le quiera bien;
que
ese nombre os ha hecho hombre.
RAMIRO:
Yo quiero el nombre por mío;
llamadme así, si conviene,
pues
un mismo nombre tiene,
con
ser diferente, el río.
¿No es río, señora mía,
las
aguas y la corriente
que
lleva? ¿Y no es diferente
agua
y río cada día?
FELIPA:
Claro es.
RAMIRO:
¿No llega a tener
cada
día nombre nuevo?
Pues
ansí soy río que llevo
al mar
de amar y querer
mi larga corriente y curso,
haciendo con su mudanza
más
fértil a mi esperanza,
y más
caudal mi discurso.
Nombre pudiera mudar
el río y yo cada día;
mas
si vos, señora mía,
el
mismo me queréis dar,
juzgaréis como prudente
que
yo soy río, y no quiero
mudar
el nombre primero,
aunque
ya soy diferente.
Si de este nombre os servís,
y en él mis provechos miro,
góceos a vos don
Ramiro,
y
llamadme don Dionís.
FELIPA:
¡Qué bien lo decís!
RAMIRO: Señora,
perdonadme cuando sea
mi
pensamiento de aldea;
que
no la olvido hasta agora.
Y
mal la pienso olvidar,
pues
pienso, señora mía,
que allá fui un tronco que había
en el
campo por labrar,
y
a vos, divino escultor,
os
parecí de provecho,
pues
de un leño me habéis hecho
un
ídolo del amor.
FELIPA:
Vuestra soy, y ansí no os puedo
alabar, porque es muy poca
la
gloria en su misma boca.
Gente
viene, y tengo miedo;
entrad, esposo y señor;
que
con esa confïanza
hoy
se muda la esperanza
en la
posesión de amor.
RAMIRO:
Vamos, que vuestra hermosura
aumentará el ansia mía,
como
el agua clara y fría,
que aumenta
la calentura.
Y
porque mi amor entiendas,
te
doy la mano.
FELIPA: Señor,
como
eres buen pagador,
nunca
te dolieron prendas.
Vanse. Sale SANCHA, de mujer, en el parque
SANCHA:
Permitido es el engaño,
conforme a ley de derecho,
contra aquél que hubiere hecho
por
otro engaño algún daño;
y
si es sola la intención
ya dispuesta y prevenida,
por
ley justa y permitida,
puedo
robar al ladrón.
Don Ramiro ha de venir
por
la infanta, a quien gozar
pretende; aquí me ha de hallar;
su
dama me he de fingir.
Alma, a buen hora venís;
ya he
entendido la cautela
con
que su amor se desvela
con
nombre de don Dionís.
Aunque finja aqueste nombre,
pues
en sus engaños miro,
ya sé
que con don Ramiro
viene
encubierto el renombre.
Sale don DIONÍS
DIONÍS:
(La hora es ésta esperada
de un
alma que aguarda en ella
gozar
de su infanta bella
la
posesión deseada.)
SANCHA:
(Él es; que no puede ser
haber
entrado hasta aquí
otro
galán.)
DIONÍS: ¿Sois vos?
SANCHA: Sí.
(¡Oh amor, grande es tu
poder!)
DIONÍS:
¿Cómo, mi bien, no venís?
SANCHA: (¡Que
mi gloria ha de ser tanta!
Pero
llámale la infanta
por
su gusto don Dionís,
y
ansí le he de llamar yo
por
gozalle con recato;
que
es, siendo Ramiro, ingrato,
y
siendo don Dionís, no.)
[Habla] bajo
DIONÍS:
Señora, esa dilación
me ofende; que descubierto
tras
de la tormenta el puerto,
la
gloria tras la pasión,
ya parece tiranía
dilatarme tanto el bien.
SANCHA: Eso
digo yo también.
DIONÍS: Venid, pues, infanta mía;
que no soy dueño de
mí
desde
que el alma os miró.
SANCHA: ¿No tenéis voluntad?
DIONÍS: No.
SANCHA: ¿Y yo
en vuestro nombre?
DIONÍS: Sí.
SANCHA:
Pues yo os mando que me deis
la
mano.
DIONÍS:
¿Mándasme a mí?
[.....................-í?]
[...................-éis?]
Alma y mano vesla aquí,
y los
brazos, porque entiendas
cuán
poco me duelen prendas.
¿No
soy buen pagador?
SANCHA: Sí.
Vanse. Salen el REY, don PEDRO, don ALFONSO, y
ACOMPAÑAMIENTO
REY:
Vengáis con bien, gran prïor.
ALFONSO:
Señor, ¿Vuestra Majestad
me
recibe? ¡Gran favor!,
aunque se debe a mi edad,
y con
mi edad a mi amor.
REY: A los servicios lo debo
también, y si es tan debido
favor, justa causa llevo,
y
ansí los brazos os pido
para
pagaros de nuevo.
¿Cómo llegó mi señora
la reina?
ALFONSO:
Con mucho gusto
de
Castilla que la adora,
aunque lleva con disgusto,
señor, vuestra ausencia agora.
Mil regalos os envía,
y quisiera mil abrazos.
REY: ¡Ay
madre del alma mía!
PEDRO:
También esperan mis brazos,
prïor, su nueva alegría.
ALFONSO:
Señor, déme vuestra alteza
sus
manos.
PEDRO:
El rey nos mira.
Basta
ya.
ALFONSO:
De su grandeza
la
fama misma se admira
por
su valor y nobleza.
REY:
¿No se dice allá en Castilla
el
gobierno y la prudencia
de mi
tío?
ALFONSO:
Es maravilla
del
mundo, que en su presencia
no se
permite decilla.
PEDRO:
Hasta agora, gran señor,
no se
ha podido mostrar
sino
la paz y el favor;
agora
comienza a usar
Vuestra Majestad valor;
que en la guerra que publica
contra el África, sospecho,
si envía
a quien le suplica,
que
ha de mostrarle mi pecho
una
voluntad muy rica.
REY:
No quiero yo que vais vos,
señor
infante, a la guerra,
no yendo juntos los dos.
PEDRO: Si por ángel de la tierra
y del
mar os puso Dios
(que el ángel que vio San Juan
en
mar y tierra mostraba
que
el buen rey y capitán
en
tierra y en mar estaba
diestro, animoso y galán),
bien podéis cuando tengáis
edad,
salir en persona;
pero
agora no salgáis;
que
vuestra edad os perdona
por
el valor que mostráis.
REY:
Ya veremos en consejo
lo
que más conviene. Adiós;
bien
acompañado os dejo.
Dichoso el rey que en los dos
tiene
su amigo y espejo.
Vase con el
ACOMPAÑAMIENTO
PEDRO:
Divino y raro valor
muestra el rey.
ALFONSO: Con tal maestro
no
puede menos, señor.
PEDRO: Por
merecerlo, le muestro
tantos estremos de amor;
pero de alguna tristeza
parece en el rostro noble
la
señal y la aspereza.
Decilda; que siento al doble
esa
pena.
ALFONSO:
Vuestra alteza
me ayude a sentir también
mi
desconsuelo.
PEDRO: ¿Qué ha sido?
¿Quién os ha ofendido?
ALFONSO: ¿Quién
sino
el cielo? Que he perdido,
señor, la mitad del bien.
A
don Ramiro envié
a la
corte...
PEDRO: Ya está en ella
de
suerte que en él se ve
ser
la más luciente estrella
de Portugal.
ALFONSO: Ya lo sé;
mas doña Sancha, su hermana,
a
quien yo dejé en la aldea,
no
parece; que inhumana
nuestra fortuna, desea
hacer
mi esperanza vana.
En Momblanco estuve ayer,
y no
he tenido otro indicio
de
cuantos pude tener,
sino
decir que es oficio
la
mudanza en la mujer.
PEDRO: Ese justo sentimiento
no
sabré decir, prïor,
con
cuánto extremo le siento.
ALFONSO: Y yo
me espanto, señor,
que
no me mate el tormento.
PEDRO:
De don Ramiro sabré
si tiene noticia alguna.
ALFONSO: No se
lo digáis...
PEDRO: ¿Por qué?
ALFONSO:
...hasta ver si mi fortuna
me
ampara y me guarda fe.
Salen CABELLO y
TABACO [hablando aparte]
TABACO: ¿Hablas de veras, Cabello?
CABELLO: ¿No
te lo dice su cara?
TABACO: ¡Que
Sancha es el enanillo!
¡Válgate el diablo por Sancha!
Digo
que es la piel del diablo.
¿Mas
que la corte enmaraña?
CABELLO: No lo
has de decir a nadie.
TABACO: No
hablaré más que una urraca.
Pero
¿el gran prïor no es éste?
¡Oh señor de mis entrañas!
Vengas con los buenos
años;
pon en
mi boca esas patas.
Triste estás; ¿qué es lo que tienes?
ALFONSO: No
sé, Tabaco; levanta.
TABACO: Acá
está también Cabello.
Llega.
CABELLO:
(¿Qué haces, diablo? Calla.)
ALFONSO: Cabello,
¿qué haces tú aquí?
TABACO: Pues
¿no sabes lo que pasa?
Hácele señas
CABELLO de que calle.
(No
lo diré, si esta vez,
a
nadie.) Sabrás que Sancha,
la
pastora de Momblanco,
que a todos nos enredaba,
y tú,
señor, querías tanto,
ya no
es Sancha, sino Vargas.
PEDRO: ¿Qué
dices?
TABACO:
Lo que éste dice.
CABELLO: ¡Qué
bien el secreto guardas!
PEDRO: (Tiene razón. El enano
es
Sancha; desde que en casa
entró, me ha tenido en duda
y
sospechoso su cara.
Bien
dije yo que otra vez
la
había visto.)
TABACO: ¡Hay tal muchacha!
ALFONSO: Pues
¿qué es aqueso, señor?
PEDRO: Que
ya ha parecido Sancha
por
el modo más notable
que
en este siglo oyó España.
ALFONSO: ¿De
qué modo?
PEDRO: Está en palacio
y,
con la mejor maraña
que
vio el mundo, sirve al rey,
en
enano disfrazada.
ALFONSO: ¿Cómo
es aquesto, Cabello?
CABELLO:
(Agora colgarme manda.)
Lléveme el diablo, si tengo
más
culpa yo que una albarda.
Murió
un enano en Momblanco,
vistióme de aquesta traza,
y con
las enanas ropas,
sin
saber dó me llevaba,
me trujo aquí a Santarén.
ALFONSO: Desde
hoy se alegran mis canas.
¡Extraordinario suceso!
Vayan
a llamarla.
PEDRO: Vayan.
Vanse CABELLO y
TABACO. Salen el REY y don
DUARTE
REY: ¿Qué
alboroto es éste, infante?
PEDRO: Si un
rato, señor, aguardas,
verás
de un agudo ingenio
marañas extraordinarias.
Vuelven CABELLO
y TABACO con SANCHA, de dama
SANCHA: ¿El
gran prïor ha venido?
¡Señor mío!
REY:
¡Vargas!
ALFONSO: ¡Sancha!
REY: ¿De
mujer?
SANCHA:
Si mujer soy,
rey y
señor, ¿qué te espantas?
ALFONSO: ¿Qué
atrevimiento ha sido éste?
SANCHA: De
amor, que como tiene alas,
las
toma para emprender
los
imposibles que alcanza.
Robóme el alma Ramiro
desde
mi primera infancia,
vínose aquí, y yo tras él
vengo
en busca de mi alma.
Con
tu licencia, es mi esposo.
ALFONSO: ¿Qué
dices?
SANCHA:
Agora acaba
de
consumarse, señor,
matrimonio y esperanza.
ALFONSO: ¿Qué
dices, loca? ¿No ves
que
eres de Ramiro hermana?
PEDRO:
¡Jesús mil veces!
SANCHA: ¡Ay cielos,
engañóme la ignorancia.
Mano me ha dado de esposo,
y
poniendo su palabra
por
obra, al fin me gozó.
TABACO: Pues
averígüelo Vargas.
PEDRO:
Llamad a Ramiro aquí.
SANCHA:
Encerrado está en la cuadra,
que ha sido de aqueste incesto
tercera muda.
DUARTE: ¡Desgracia
notable!
SANCHA:
Aquéste es que sale.
Sale don DIONÍS
SANCHA: ¡Don
Dionís!
DIONÍS: Infanta amada...
SANCHA: Luego
¿no eres don Ramiro?
DIONÍS: Luego
¿no eres tú la infanta
que,
gozando por esposa,
aseguró mi esperanza?
PEDRO: ¿Cómo
es eso, don Dionís?
DIONÍS: Pudiera ser, ya no es nada.
SANCHA:
Señor, lo que pasa es
que
Ramiro sirve y ama
a la
infanta, mi señora;
supe
que habían dado traza
de
desposarse esta noche,
y yo, que celosa estaba,
creyendo ser don Ramiro
don
Dionís, dentro la cuadra
de la
infanta, como esposo,
le di
posesión del alma.
PEDRO: Del
mal lo menos.
DIONÍS: ¿Quién es
mujer
que a todos engaña?
SANCHA: Yo
soy Sancha, una pastora.
DIONÍS: ¡Ay cielos! ¿Mujer tan baja
ha de ser mi esposa?
PEDRO: Paso,
don Dionís, que es doña Sancha,
hija
del rey don Düarte,
y del
rey Alfonso hermana.
DIONÍS:
¡Válgame el cielo!
SANCHA: ¿Qué dices?
PEDRO: La
verdad.
ALFONSO: Y confirmada
por
mí, señor, que a Ramiro
y a
doña Sancha, la infanta,
he crïado en traje humilde,
por mandado del rey.
REY: Basta.
Dadme,
hermana, aquesos brazos.
CABELLO:
¡Válgate el diablo por Vargas!
DIONÍS:
Perdonad, infanta hermosa.
SANCHA: Ya
doy por bien empleada
la
burla que me hice a mí,
pues
sois dueño de mi alma.
Sale RAMIRO
RAMIRO: Vos
seáis muy bien venido.
ALFONSO: Don
Ramiro...
RAMIRO: Doy mil gracias
al
cielo, que ven mis ojos
mi
contento en esas canas. --
[Al Rey]
Gran
señor, si amor disculpa,
si me
anima tu privanza
y si
merece el amor
con
que al cielo me levantas
perdón de un yerro amoroso,
sabrás que soy de la infanta
tu
prima, del infante hija,
tu
tío...
REY:
¿Qué eres? Acaba.
RAMIRO:
Esposo. Dame la muerte.
REY: Los brazos te doy. Levanta.
DIONÍS: ¿Los
brazos?
REY: De hermano.
RAMIRO:
¿Cómo?
PEDRO:
Y mi sobrino.
RAMIRO: ¿Qué aguarda
mi
dicha?
PEDRO:
Llamad aquí
a
doña Felipa.
Sale doña
FELIPA
FELIPA: Es tanta
mi
vergüenza, gran señor...
PEDRO: Ya
vuestra vergüenza tarda.
Don
Ramiro es vuestro esposo,
y don
Dionís de la infanta
doña Sancha.
SANCHA: Tus pies beso.
DUARTE: Si
hoy es día de hacer gracias,
a
doña Inés te suplico
que
me des.
FELIPA:
Inés, mi dama,
será,
conde, vuestra esposa.
REY: Y yo
prometo dotalla.
DUARTE: Vivas
infinitos años.
TABACO: Pues
que nadie a mí me casa,
Cabello, casaos conmigo.
PEDRO: No
más enanos en casa.
Dad a
Felipa, Ramiro,
la
mano en prendas del alma.
RAMIRO: Si al
buen pagador, señor,
no le
duelen prendas, bastan
aquestas para obligarme
a
darlas con justa paga,
como
en la parte segunda
prometo, si ésta os agrada.
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