ACTO PRIMERO
Salen
ELISA, con un papel en la mano, y CORRAL
ELISA: ¿Qué tantos extremos hizo
don Juan con la suerte y letra?
Corral, ¿qué tanto se holgó?
CORRAL:
Háse holgado de manera
que es un holgazón de gustos,
y si en Burgos estuviera,
fundaran
sus holgaduras
diez conventos de Las Huelgas.
De
los versos que te escribe
saca
tú, cual de madeja,
el hilo por el ovillo,
el
mesón por la tableta.
Léele y verás que te paga
en décimas o espinelas
diezmo su amor sin ser cura,
alcabala sin que venda...
mas, quedo, que entran.
Sale
don ALONSO
ALONSO: Elisa,
propicio el año comienza.
Pues ha llegado a esta corte
el que mis años aumenta.
Ya habrá venido el crïado
pues no le encontré a la puerta.
Mas, ¿qué buscáis aquí vos?
CORRAL: (¡Concentainas y Palencias!) Aparte
ALONSO: Hablad.
¿Qué buscáis? ¿Quien sois?
CORAL:
(San Tiento asista en mi lengua.)
Aparte
Soy, señor, cierta persona...
(Persona, sí, mas no cierta Aparte
porque nunca estoy en casa...
ni persona, porque de éstas
hay mucha falta en el mundo.)
Distilo quintas esencias,
limpio dientes, curo callos,
hago moños, saco muelas.
Llamóme desde el balcón
una titular doncella...
que afirman las hay de anillo...
¿Qué se le da de que mientan?
Quiere
irse
ALONSO:
¿Qué es esto? Esperad, oíd.
CORRAL: Oidor es gran preeminencia;
mas yo jamás he hojeado
Parladorios ni Pandectas
aunque hay letrados melones
que escritos en las cortezas
de vírgenes librerías,
si los calan, son badeas.
ALONSO:
(Este hombre es falto.) Aparte
Esperad.
CORRAL:
Quien espera desespera,
y esperar sin esperanza
es propio de la ley vieja.
ALONSO: ¿Hay humor más peregrino?
¿Qué
buscáis?
CORRAL: ¿Yo? La escalera,
que se me vuelve invisible
y debe de ser parienta
de la de los ahorcados,
para la subida, cierta,
pero para la bajada,
franca tan solo al gurrea.
ALONSO:
(El crïado que envió Aparte
don Pedro a que me dijera
que estaba ya en esta corte
es, sin duda.) No os dé pena
que os halle yo ahora en casa,
cuando ha de ser dueño de ella
el señor a quien servís.
CORRAL:
¿Mi señor?
ALONSO:
A su firmeza
está mi Elisa obligada
como yo a sus muchas
prendas.
Ha
venido a estancia mía
para que a su sombra tenga
nuevo valor nuestra casa.
Reconocíle aquí cerca,
dile con la bienvenida
los brazos, y luego quejas
por dilatarnos los gozos
que medramos con sus nuevas.
Excusóse con decirme:
"Un crïado mío os queda
aguardando en vuestra casa;
que por no darla molestia,
sin prevención y de noche
quise, a pesar de la priesa
de mi amor, hasta mañana
añadirme un día de ausencia."
Ya yo estuve con vuestro amo
y le di la enhorabuena,
viniendo pues de su parte
cuando albricias os esperan.
¿Qué temor os acobarda?
CORRAL:
(Trocáronse las maletas Aparte
pues por otro me aplaudizan.
Transfórmome en el que piensan.)
Temí la venustidad
de
esas canas circunspectas;
pero, pues hallan mis
dichas
en
su invierno primaveras,
besándote los coturnos
después de implorar tu vénia
y darte críticas gracias,
iré a pesarme de cera,
puesto que ya mis calzones,
según mi olfato, le pesan.
Vase
ALONSO:
En tu silencio he notado,
Elisa, y en la tibieza
de
tus ojos, cuán sin gusto
has recibido estas nuevas.
Pues, Elisa, ya mis años
necesitan
de quien tenga
cuidado de ti y mi casa,
quien me alivie y te merezca.
Don Pedro es un mozo ilustre,
agradable su presencia;
conózcole y le conoces,
y tiene seis mil de renta.
Yo le tengo voluntad,
con que, quieras o no quieras,
te tiene de ver mañana,
y
esotro han de quedar hechas,
sin
falta, las escrituras,
o salir la noche mesma
en un coche de Madrid
para un convento de Lerma.
Vase
[don ALONSO]
ELISA: Todo mal no prevenido
es precursor del desmayo.
Mata repentino el rayo,
y si no, quita el sentido.
Instantáneo rayo ha sido,
don Juan, mi padre crüel;
mas privilégiame de él
mi firmeza inexpugnable;
que aunque a todos
formidable,
no hiere el rayo al laurel.
Cuando de mi amor discuerde
y me amenazan congojas,
no porque tiemblan las hojas
el laurel su verdor pierde.
Siempre firme, siempre verde
sus rigores me verán
y, si en perseguirme dan,
morir es total remedio;
que mi amor no admite medio
entre la muerte y don Juan.
Vase
[ELISA]. Salen el conde don CARLOS y don
JUAN
CARLOS: No vi noche más clara y agradable.
El diciembre se ha vuelto en mayo afable.
JUAN: ¡Ay, Conde y señor mío!
Si
Amor rapaz es todo desvarío,
y como niño estima
juguetes con que más su fuego anima,
un favor, un juguete,
venturas esta noche me promete
que alegren mi tristeza
si del modo que acaba el año, empieza.
CARLOS:
Dejad estilos graves,
pues los de la amistad son más süaves;
que siendo vos mi amigo,
éste es, sólo, el blasón a que os obligo.
Aunque tan recatado
anda de mi amistad vuestro cuidado,
y en él tan poco os debo
que llamaros amigo no me atrevo.
JUAN:
Creed que si fïárosle rehuso,
no
es por dudar de vos; mas porque el uso,
que
yo frecuento poco,
no ha de juzgarme amante pero loco.
Oíd filosofías
de un peregrino amor que ha muchos días
que siéndole obediente
en mí es naturaleza, no accidente;
pero con presupuesto
que no ha de seros, Conde, manifiesto
el nombre de la dama;
que me ha juramentado, y de mi
llama
tanto el secreto estima,
que hasta en los ojos su secreto intima.
CARLOS:
Decid, que os yo prometo
que por mí no peligre este secreto.
JUAN:
Yo, con Carlos, adoro
la perla más que al nácar, más que al oro;
el diamante que engasta
la forma, más que a su materia basta.
Quiero decir con esto
que adoro a un alma con amor honesto,
tan libre de apetito,
que aun el pensarlo juzgo por delito.
CARLOS:
Las gracias de un valiente entendimiento
enamoran tal vez al pensamiento;
mas si él solo os recrea,
la dama que encubrís será tan fea
que el apetito os tasa
y amando al dueño perdonáis la casa.
¿De qué sirven los ojos
si estímulo no son de sus despojos?
¿Tenéisla por hermosa?
JUAN:
Sol de los cielos es, del mayo rosa,
y con ser como os pinto,
mi amor del ordinario es tan distinto
que puesto que mi vista
se deleite de paso y no la asista,
sin
detenerse en sus despojos bellos,
viriles son los ojos y por
ellos
adoro
al huésped; que en tan noble casa
mi voluntad honestamente abrasa.
CARLOS:
Bien dicen que es locura
amor; que en cada cual mostrar procura
el modo en que se extrema.
Mas, don Juan, cada loco con su tema.
Que yo no me acomodo
a amar la parte a solas sin a todo;
mas ¿vivís satisfecho
que os corresponde con lealtad su pecho?
JUAN:
Estoy cierto que vivo
sin competencia en él, y que
recibo
favores, bien que honestos,
al yugo alegre del Amor dispuestos.
Y porque no os dé enfado
el presumirme necio confïado,
advertid que no ha un hora
que echando suertes, fue mi protectora
Fortuna de manera
que me cupo mi dama, y que me espera
por esto tan gustosa
que el parabién se ha dado de mi esposa.
Oíd el epigrama
con que la suerte a su favor me llama:
Saca
un papel don JUAN y léele
"Tendrásle de celos
loco;
mas vencerá tu firmeza,
que en premio de tal belleza
nunca mucho costó poco."
¡Este me ensoberbece! ¡Esto me
escribe!
CARLOS:
¡Qué de engaños, don Juan, os apercibe
la propia confïanza!
El mar y la mujer, todo es mudanza.
Ese favor, testigo
del gozo con que os veo, esa fineza
sorteada por vos fue sutileza
de un ingenio doblado que conmigo
como con vos procura,
siendo arte, persuadirnos que es ventura.
Antes
que yo os hallara,
vino
su confidente en busca mía,
y antes que pronunciara
las nuevas que entre engaños me traía,
disfrazando intereses en caricias,
me condenan en costas sus albricias.
Oíd la letra agora
común de dos, de quien os enamora:
El
conde CARLOS refiere de memoria la misma letra
que
leyó don JUAN
"Tendrásle de celos
loco,
mas vencerá tu firmeza,
que en premio de tal belleza
nunca mucho costó poco."
JUAN:
Pues, ésa, ¿no es la misma que yo os dije
que acaba de envïarme?
CARLOS: Ésta os dirige
y ésta me remitió, porque hay ya versos
que sirven a propósitos diversos.
JUAN:
A tanta costa mía
venció vuestra probanza mi porfía.
¡Que si mi muerte instantes se dilata
ni el basilisco mata,
ni el rayo es homicida,
ni el áspid salteador de nuestra vida!
Vase
don JUAN
CARLOS:
Envidia tengo a este hombre.
Curioso, deseo ver esta hermosura,
esta exageración, esta pintura,
esta mujer sin nombre
que finjo que me quiere y que la adoro.
La letra y suerte repetí de coro
que le usurpó mi envidia de los labios
celosos sin noticia mis agravios
registraré advertido
sus pasos, sus acciones, su sentido,
hasta saber si son ponderaciones
o verdades en ella perfecciones.
Salen ELISA y LEONOR, en el
balcón
ELISA: Mira si pasa don Juan.
LEONOR: ¿Querrásle arrojar las suertes
de los santos y la dama?
ELISA:
¿Para qué, si ya las tiene?
¡Ay, Leonor! Las que mi padre
violenta mi amor remedie;
pues si don Juan las ignora,
creerá, cuando no aproveche,
que le agravian mis mudanzas
y es mi padre quien le ofende.
LEONOR:
Pared en medio a tu prima
tenemos. Si nos oyese
desde ese balcón vecino,
lo que sospechó aparente
la abrasará certidumbre.
ELISA:
Escribíle que viniese
a remediar con industrias
peligros. Poco le deben
mis finezas.
LEONOR: No lo sabe,
ni hay sosiego que desvelen
seguridades de amor,
cuando ignora inconvenientes.
A tener competidor
tu don Juan...
ELISA: ¿Pues no le tiene?
LEONOR:
Y tú un padre que no sufre
inobediencias rebeldes.
Sale
doña ANA al otro balcón
ANA:
(¡Miren si salió adivina Aparte
mi sospecha! Ni la ofenden
inclemencias de la noche,
ni testigos que revelen
desaires patrocinados
de un balcón su confidente.
Quiero escuchar a mi prima;
que
ya los celos me ofenden.)
LEONOR:
En la conseja está el lobo.
Doña Ana ha salido. Vete.
No ocasiones pesadumbres.
ELISA:
Como tú a don Juan esperes,
y le digas lo que pasa,
lo cuidadoso que excede
a cuantos has aquí amaron.
Vase
ELISA
LEONOR:
Harélo; mas si me tiene
el Amor por doble espía
y doña Ana por su agente,
¿quién me obliga a defraudarla
sazones que el gusto teje?
Éste
es don Juan; yo neutral,
los
dejo. Viva quien vence.
Vase
LEONOR. Salen don JUAN y CORRAL
CORRAL: Todo lo que te he contado
con su padre me pasó.
JUAN:
En fin, ¿don Pedro llegó?
CORRAL:
Y dicen que está hospedado
en esa casa que ves.
Y conoces, pues su dueño
tanto te ama.
JUAN: Si no es sueño,
yo estoy loco.
CORRAL: El interés
del esposo de futuro
al viejo está dando prisa.
JUAN:
¿Y estaba delante Elisa?
CORRAL:
Tan bañado el candor puro
del crítico rosicler
que estas nuevas la feriaron;
que aun no se disimularon
viéndome allí.
JUAN: ¡Al fin mujer!
¡Ah, cielos!
CORRAL: Ya habrá su olvido
clamoreado por ti.
Mas doña Ana vive aquí.
Vuelve a casa, pan perdido.
Ama a quien te corresponde;
que Elisa en sustancia y modos
es libro de Para todos,
de ti, don Pedro y del conde.
Salen
ELISA y LEONOR al balcón
ELISA: Yo le he sentido en la calle.
Mi padre duerme seguro.
Si remedios no apresuro
perderéle.
LEONOR: Llega a hablalle
y date prisa.
ELISA:
¿Ay,
Leonor!
Por doña Ana no me atrevo.
ANA: (Aquí es don Juan. No es
nuevo, Aparte
puesto que lo sea el Amor
que en mi ingrata prima muda,
hallarle aquí la mañana
todos los días.)
ELISA: Doña Ana,
hasta aquí celosa en duda,
si hablando con él agora
me viese, confirmará
malicias.
LEONOR: Mejor será
que te retires, señora;
pues si tu padre despierta
y nos coge en el balcón,
ya sabes su condición.
ELISA:
¡Ay, desdichas, que voy muerta!
Darásle mañana aviso
del mal que, pared en medio,
si Amor no busca remedio
nos asaltó de improviso.
LEONOR: Harélo.
ELISA: ¡Qué eterno plazo
para quien muere de prisa!
Retíranse
del balcón ELISA y
LEONOR
JUAN:
¿Entróse?
CORRAL: Entróse la Elisa
y pegónos ventanazo.
JUAN: Pero yo en su busca...
CORRAL: ¿Estás loco?
[Don
JUAN] quiere entrar en la casa y
detiénele
CORRAL
JUAN:
He de saber si se dan
premios...
ANA: ¡Ah, señor don Juan!
Puesto
que me debáis poco,
por el huésped que aposenta
mi casa, y de vuestro amor
es dichoso ursupador,
que esperanzas os violenta;
por lo bien que os he querido;
por lo mal que habéis pagado
finezas de mi cuidado,
retornos de vuestro olvido;
si los desengaños curan
quisiera en vuestros desvelos
ser médico.
[CORRAL]
habla aparte a su amo
CORRAL: Dala celos
a Elisa; que estos apuran
mudanzas convalecientes.
Finge que a doña Ana adoras
que
industrias competidoras
son torcedores valientes.
Pene, rabie, muerda el ajo.
ANA: ¿Tan enajenado estáis,
señor don Juan, que
faltáis,
hasta
en esto os aventajo,
a obligaciones corteses
pues aun no me respondéis?
JUAN:
En parte acertado habéis
pero no es los intereses
que a este sitio me han
traído
si vuestro enojo imagina
que son por vuestra vecina;
porque, en fe de haber perdido
por culpa mía el favor
que le debí a vuestro agrado,
al paso que escarmentado
vuelve corrido mi amor.
Ni tiene lengua mi culpa
ni es justo que la pretenda,
si asegura más la enmienda
quien callando se disculpa.
Amor que ignora el desdén
ciego y niño, como tal
muchas veces se halla mal
en donde le tratan bien.
ANA: Niño que da pesadumbres
y regalado se va,
¿quién nos le asegurará
vuelto con malas costumbres?
Mucho hay en él que temer;
que es compasión peligrosa
el veros, aunque piadosa,
amarme a más no poder.
Pero en fin, culpas
primeras
en rapaces, dignas son
por
esta vez, de perdón.
Volviendo
pues a las veras,
ya sabréis que es huésped mío
don
Pedro, el que ha de ser dueño
de mi prima. Éste es empeño
de don Alonso mi tío,
y gusto también de Elisa,
que, aficionada por fama,
de Talavera le llama
y por escrito le avisa
lo que con ella han podido
noticias que de él la dan.
Prométoos, señor don Juan,
que vuestro agravio he reñido.
Resuelta, en fin, me responde
que a su padre agradar trata.
JUAN:
¡Es tan mudable esa ingrata!
¡Con don Pedro, con el conde!
Hace
que se va
¡Conmigo, con vos! ¡Ah, cielos!
¡Ah, agravios! ¿Cómo no entráis?
¿Cómo...?
ANA: Don Juan, ¿dónde vais?
¡Vos en mi presencia celos!
¿Y os blasonáis de enmendado?
[CORRAL]
habla aparte a su amo
CORRAL:
Di nones a la garrucha.
¡Cuerpo de Dios! Que te escucha
doña Belerma y la has dado
cuerda con tu sentimiento.
Pide a doña Ana perdón;
más cebolla al salpicón,
más vinagre, más pimiento.
ANA: ¡Poco mi presencia os debe!
No,
don Juan, andad con Dios.
Hace
que se va
JUAN:
¡Señora, señora! A vos
que sois mi dueño, se atreve
esta calentura loca.
Que, porque agravios olvide
en fe que ya se despide,
salió su fuego a la boca.
CORRAL: Ya está para vos barrida,
desembarazada ya.
La lengua dijo, "¡Agua
va!"
Jugó a salga la parida.
JUAN: ¡Quedo, necio! Mejoró
mi amor en vos de deseos.
Salen
ELISA, al balcón, y después
LEONOR
ELISA: Don Juan, don Juan, recogeos.
Ea,
que os lo mando yo.
Vase
CORRAL: (¡Oigan allí qué "Yo el
Rey!") Aparte
No te des por entendido.
Prosigue.
JUAN: Ya he conocido
la fe, la lealtad, la ley
que en vos perdí por ser
loco.
Fénix sois única y rara.
El bien que no se compara
con otro se tiene en poco.
Si la fe que manifiesto
vuestro enojos no ablanda.
Vuelve
a salir ELISA
ELISA:
Don Juan, ¿sabéis quién os manda
que despejéis ese puesto?
Asomándose
[LEONOR]
LEONOR: Que estás en riego notable
y es todo oídos mi señor.
ELISA:
¿Qué riesgo? ¿Qué mal mayor?
LEONOR: Ven.
ELISA: ¡Para ésta, don mudable!
Vanse
del balcón ELISA y
LEONOR
JUAN: ¿Fuéronse?
CORRAL: Dadas a perros.
JUAN:
Adiós, doña Ana.
ANA: Esperad.
JUAN: Celos son temeridad,
que abrasada, hace estos yerros.
Yo no os quiero, yo no os amo.
Yo, doña Ana, adoro a Elisa.
Vase
ANA:
¡Corral, Corral!
CORRAL: Voy de prisa.
ANA:
¿No le llamas?
CORRAL: No le llamo.
ANA: ¡Ah, cielos! ¡Ah, industrias vanas!
¡Ah, Amor! ¡Locura y no Dios!
Vase
CORRAL:
Echaos del balcón las dos.
Irán rocín y manzanas.
Vase. Salen ELISA y LEONOR a la puerta de su
casa
ELISA: Déjame, Leonor, que aquí
no hay riesgo cuando nos halle.
LEONOR:
¿No? ¿En el zaguán de la calle?
ELISA:
¡Ay, estoy fuera de mí!
Mira si habla todavía
don Juan con esa mujer.
LEONOR:
Vuélvete tú a recoger
y corra por cuenta mía
el reducirle a tu amor.
ELISA:
Si tú salieses con eso...
LEONOR:
Celos le alteran el seso.
Halla casi poseedor
de tu belleza y tu casa
a un hombre recién venido.
Piensa que tú le has traído.
¿Qué mucho, pues, si se abrasa?
Desengañaréle yo.
ELISA:
Sospecho que se fue.
LEONOR:
¿Qué importa? Su casa sé.
Ya el alba se esperezó;
presto asomará despierto.
Con ella amanecerá
tu esperanza. Vete ya,
y confíame esta puerta.
ELISA: Leonor, si me le reduces,
redimiste mis desvelos.
LEONOR:
Los crepúsculos y celos
andan siempre entre dos luces.
Saldrá el sol que los alumbre
si es sol bello el desengaño.
ELISA:
Voyme pues.
Vase
LEONOR: ¡Año, buen año!
Enredar es mi costumbre.
Con el año que hoy comienza
embustes he de empezar.
¿Qué no sepa desatar
la más hembra sutileza?
Salen don JUAN y CORRAL
CORRAL: Pues, ¿a qué diablos volvemos
a
andar otra vez la noria?
¿Hoy
dormimos de memoria?
JUAN: Más impacientes extremos
me sacan fuera de mí.
Aquí se encendió mi fuego,
aquí perdí mi sosiego,
y vuelvo a buscarle aquí.
LEONOR: Señor don Juan, dos razones
por
despedida, no más.
JUAN:
¡Oh mi Leonor! Si tú estás
de por medio, mis pasiones
ya se me vuelven en gozos.
LEONOR:
Mensajero soy, no tengo
la culpa. De parte vengo
de mi señora. Los mozos,
como vuesasted, mudables,
con
brevedad se consuelan
de agravios que los desvelan,
pues
no hay celos incurables.
Dícele
pues mi señora
que en fe de que no merece
a vuesasted, y obedece
a su padre, que está agora
resuelto en darnos marido,
y esta mañana han de ser
las vistas, pretende ver
finezas de bien nacido
en vuesamested, echando
tierra a pasados favores;
pues, no siendo más que flores,
ellas se irán marchitando;
que le asegura que está
notablemente prendada
de la presencia aliñada
de quien la mano le da.
Ella, en fin, dice que es
justo
ser a su viejo obediente
y más, viendo que al presente
preceptos añade al gusto;
que le suplica y conjura
con todo encarecimiento
no desazone el contento
que la ofrece esta ventura;
que doña Ana tiene acción
a su antigua voluntad,
hechizos en su beldad,
picante en su discreción;
que no la haga mal
casada,
y
que desde hoy más, adiós,
don
Juan, porque para vos
ésta es la puerta cerrada.
Vase
[LEONOR] y cierra
CORRAL: Dice y hace. Echó la aldaba.
JUAN:
Este desengaño ha sido
Santelmo de mi sentido.
¡Qué derrotado que andaba!
¡Plegue a Dios, si más pisare
estas piedras, si pusiere
aquí los pies, si la viere,
si más de ella me acordare,
que un rayo...! Ya tengo vida.
Celos son mal cirujano
porque curan sobre sano
y respiran por la herida.
Vanse
[CORRAL y don JUAN. Salen ELISA y
LEONOR]
abriendo
la puerta de la calle
LEONOR: ¿No nos oíste?
ELISA: No pude
porque estaba algo distante.
LEONOR:
Pues, señora, nuestro amante
a obligaciones acude;
que por primeras estima.
No hay poderle convertir.
Agora le vi salir
de visitar a tu prima.
Persuadíle; pero en vano
a tus finezas le obligo,
porque dice que es amigo
de don Pedro y que la mano
delante de él ofreció
a doña Ana; que obedezcas
a tu padre y apetezcas
dueño que el cielo te dio;
que fue una efímera loca
su amor y, sin aguardarme,
me dejó, por no escucharme,
con la palabra en la boca.
Salen don JUAN y CORRAL, muy alborotados
CORRAL: ¿Otra visita a este sitio?
JUAN:
Morir quiero por matar.
Hoy veremos si a firmezas
es razón...
CORRAL: ¿Adónde vas?
JUAN: ¿No te digo que a morir
por dar muerte?
CORRAL: No has de entrar.
JUAN:
¿Tú me impides? ¡Vive el
cielo...!
CORRAL:
Vivió, vive y vivirá.
JUAN:
¿Quieres que la daga saque?
CORRAL: Llamaránte irregular.
JUAN: Apártate, no ocasiones...
CORRAL: Tú las ocasiones das.
A
ELISA
JUAN:
Bésoos, señora, la mano.
ELISA:
¡Jesús, señor! ¿Aquí estáis?
Suspensiones cuidadosas,
hijas de una novedad,
me excusan no haberos visto.
JUAN:
Como es dueño principal
de los sentidos el alma,
y en ella aposesionáis
al dichoso que os merece,
¿quién duda que os llevará
para darle la obediencia
la vista que me negáis?
Yo, también, interesado
en vuestra felicidad
por vecino y por pariente...
Si este título extrañáis,
por doña Ana vendré a serlo
en grado de afinidad.
Vengo todo parabienes
de esperanzas que veáis
brevemente posesiones
y éstas duren siempre en paz
siglos
que juzguéis instantes.
ELISA: En ellos, señor don Juan,
eternicéis
con mi prima
tan cuerda conformidad;
que yo, mil veces dichosa,
con el deudo que me dais
el parabién os retorno.
CORAL:
(¡Con salsa de para mal!) Aparte
JUAN:
Vengo a veros demás de esto
porque os quisiera excusar
lástimas impertinentes
que es fuerza que me tengáis.
¿Juzgaréis que permanezcan
cenizas, para señal
de incendios que recién muertos
palpitando agora están?
Pues no, Elisa, no por esto
las sazones impidáis
que os ofrece Talavera;
que no lo son con azar.
Mi libertad despedida,
ya de veras libertad,
para volverse a su centro
me anduvo anoche a buscar.
Encontróla vuestra prima
y, como la voluntad
de
crïados que son fieles
suele reliquias dejar
de afición en sus señores,
fue
fácil en su piedad
que olvidando sentimientos
se volviese a acomodar.
No ha mejorado de dueño;
pero tan contenta está
que si os faltasen los gustos,
os los pudiera feriar.
ELISA:
Tenéis vos tan movediza
el alma que vida os da
que en dos días se envejece
violentada en un lugar.
Quien dueños a meses muda,
por más que sirva, no hará
palacios con azulejos.
CORAL:
(Acoto con el refrán.) Aparte
ELISA:
No os tengo lástima a vos,
pues siendo la liviandad
tan propia cosecha vuestra
seguís vuestro natural.
A doña Ana, sí, y no poca,
que podrá con vos juntar
al pésame de perderos
los plácemes que la dan
segunda vez de adquiriros;
porque en vos tan cerca está
en materia de firmezas
el salir como el entrar.
JUAN:
¿Quisiéredes vos agora,
contra la serenidad
y
quietud de mis afectos
que vos infiernos juzgáis,
que
ofendida mi paciencia
soltara todo el raudal
de amenazas y locuras
que acostumbran fulminar
los agravios y los celos
que me empiezan a matar?
Pues, creedme, a fe de libre,
que a poder vos registrar
lo que pasa acá en mi pecho
donde ni estaréis ni estáis,
os partiéredes corrida
porque no se juzga ya
si a amantes no desespera
por valiente una beldad.
ELISA:
Por vida vuestra que os creo;
aunque el ver cuál madrugáis
a alegar satisfacciones
me ha dado qué sospechar.
¿Qué sería, si así fuese?
Que ya yo vi rotular
libros en el pergamino
que siendo de humanidad
pasan plaza de devotos
profanando su disfraz.
JUAN:
Pues hagamos una cosa
vos y yo, porque creáis
cuan preservado me tienen
escarmientos de ese mal.
Yo quedaré por perjuro
sin palabra, sin verdad
sin estima, sin nobleza
como vos lo propio hagáis.
¿Qué respondéis?
ELISA: Que seré
en eso tan puntüal
como en pediros agora
que me dejéis y que os vais.
Y para que echéis de ver
con cuanta conformidad
estamos los dos en eso,
añado una cosa más
que os desengañe del todo.
JUAN:
¿Y es la cosa?
ELISA: Que os sirváis
de que yo madrina sea
de doña Ana.
JUAN: Será igual,
Elisa, mi desempeño,
si me permitís honrar
siendo yo vuestro padrino.
ELISA:
¡Jesús! Con esto estarán
cabales todas mis dichas.
CORRAL:
(¡Fuego de Dios cuál se están Aparte
abrasando unos con otros!
¿Mas, que para en tempestad?)
JUAN:
En fin, ¿estamos conformes
los dos en esto?
ELISA: ¡Y qué tal!
JUAN:
Quien primero se acordare
del otro...
ELISA: ...merecerá
descréditos de perjuro.
JUAN:
Mucho haréis si lo juráis.
ELISA:
¿Yo? ¡Por vida de don Pedro!
¿Pretenderéis vos vengar
jurando la de mi prima?
¿Que todo vuestro caudal
se ha cifrado en ese juro?
JUAN:
Eso os debe de abrasar;
mas la vida de don Pedro
no es cosa en que mucho os va.
ELISA:
¿No? ¿Habiendo de ser mi
esposo?
JUAN:
Hasta agora libre estáis.
Yo sé que vuestra alma esconde
otro que os importa más.
Jurad
por él y os creeré.
ELISA:
¿Y es?
JUAN: Por vida de don Juan.
ELISA:
¡Jesús! ¡Qué gran desatino!
No me acordaba de él ya.
¿Vos no veis si por él juro,
que habiéndole de nombrar
pierdo con vos el apuesta?
Dios le perdone.
JUAN: Jurad
por vida de todo aquello
que más queréis y estimáis.
ELISA:
Don Pedro viene a ser ése.
JUAN:
Si es don Pedro, ¿qué se os da?
ELISA:
¿Para qué he de repetirlo?
JUAN:
¡Qué engañosa que rehusáis!
Jurad por vida de Carlos.
ELISA:
¿Qué Carlos? ¿El de Roldán,
o el español Carlos Quinto?
JUAN:
Negad, Elisa, negad
un conde que en vuestras suertes
sirvió de encuentro y azar
para encumbrarse en mis dichas
hallándose tan capaz
en vos el alma que a un tiempo
tres en ella aposentáis:
a don Pedro, a mí, y al conde
y entre ellos mi libertad
más que todos infelice,
porque os supo querer más.
ELISA:
¿Qué Carlos? ¿Qué conde es éste?
¿Qué azares? ¿Qué encuentro? ¿Estáis,
don Juan, en vuestro jüicio?
Descaminos enfrenad
o ¡vive el cielo...!
JUAN: Sentís
aprietos de la verdad;
que en fe, mudable, de serlo
se tienen de rubricar
con mi sangre.
ELISA: ¿A la daguita
la mano? ¡Oh, qué singular
paso para una comedia
de las de veinte años ha!
LEONOR:
Tu padre, prima y don Pedro
entran a verte.
ELISA: Don Juan,
yo te quiero, yo te estimo,
yo te adoro. Cesan ya
burlas que abrasan de veras.
Paren enojos en paz.
Éntrate en ese aposento
y en él oculto, serás
testigo de las finezas
de un amor por ti inmortal.
Escóndete hasta su tiempo.
JUAN:
Un siglo un hora será.
¿Si te casas? ¿Si me olvidas?
ELISA:
Por la hermosa claridad
del sol, padre de las gentes,
por la vida que me das
viéndote amante y con celos,
y por ti, que es mucho más.
¡O morir o ser tu esposa!
LEONOR:
¡Que entran, señores!
ELISA: Don Juan,
si doña Ana te me usurpa,
¿qué
he de hacer?
JUAN: ¿Cómo podrá
contra
el sol la oscura noche
resplandores alegar?
ELISA:
¿Entras?
JUAN: Entro con la fe
de tu palabra.
Vase
[don JUAN y ELISA]
CORRAL: ¿No habrá,
Leonor, para mí un candil?
Que a escuras he de maullar
como gato entre dos puertas.
LEONOR:
No hay gota en él.
CORRAL: Pues serás
virgen loca si no hay gota.
LEONOR:
¿Y tú?
CORRAL: ¿Yo? Gotacoral.
FIN
DEL PRIMER ACTO
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