ACTO SEGUNDO
Salen
el conde CARLOS y LEONOR
CARLOS: Tengo un poco que deciros.
LEONOR:
¿Vos a mí? Viniera bien,
si yo fuera Inés, aquello
de "un poco te quiero, Inés."
CARLOS: Decís verdad; mas no sufre
la
prisa con que me veis
el remate de la copla,
"yo te lo diré después"
porque si esta ocasión pierdo,
la esperanza perderé
que en vuestro favor estriba.
LEONOR:
Terrible tiempo escogéis,
mi señor. Es esa sala,
que divide esta pared,
con su hija y con don Pedro,
hoy su yerno, ausente ayer,
conciertan las escrituras.
Y están presentes con él
su sobrina, y de ambas partes
deudos que han venido a ser
testigos de nuestras bodas.
Pues la hora... ya lo veis.
Las doce el reloj ha dado
y vinieron a las diez.
Échale
el conde CARLOS en la manga un
bolsillo
¡Ay! ¿Qué es esto que en la manga
suena?
CARLOS: No os alborotéis
que aunque pesan, no son cantos
que os descalabren.
LEONOR: ¿Pues, qué?
CARLOS:
Unos pocos de doblones
para que facilitéis
deseos; que cumple a damas
la calle del interés.
LEONOR:
¿En el siglo de vellón
doblones? Vos entraréis
mejor, si ansí granizáis,
que el planeta ginovés.
Baldada me habéis cogido
del manjar que siempre fue,
cuando se hace el Amor hombre,
codillo de la mujer.
Parecéisme un pino de oro
pues fruto de oro ofrecéis,
y ellos, en fe de difuntos,
cada cual será un ciprés.
¿Amáis a Elisa o a doña
Ana?
CARLOS:
Antes que noticia os dé
de mi amor, que en vos consiste,
deciros
quién soy es bien.
¿Conocéis
al Conde Carlos?
LEONOR:
Conde Claros sois? ¿Tendréis
como las obras el nombre
porque no puede ofrecer
doblones, estrellas de oro,
sino un cielo cuando esté
claro como un Conde Claros.
Ya yo he oído encarecer
a un don Carlos, señoría
nuestro vecino, de quien
dicen que si el nombre es César,
que
en el obligar es rey.
CARLOS:
Yo sacaré verdadera
con vos esa fama. Haced
mis partes, y si se logran,
Leonor mía, no cuidéis
de vuestro dote y ventura.
LEONOR: Bésoos la[s] mano[s] y pie[s],
que
atada de ellas y de ellos
vuestra esclava soy.
CARLOS: Oíd, pues.
Exageróme un amigo
que tengo y vos conocéis
con tanto extremo esta noche
la dama a quien quiere bien.
Tanto encareció sus partes,
tan suspenso le escuché,
tan ponderativo anduvo,
tan curioso yo con él
que ausentándose de mí
sin dármela a conocer,
en su retrato mi envidia
pienso que puso el pincel.
Como de la novedad
hija la admiración es,
y ésta madre del deseo,
¡juzgad de tanta preñez
cual saldría el apetito!
Porque en mí fue tan crüel
que obediente a sus impulsos
su amistad atropellé.
Hice seguirle a un crïado.
Fue diligente tras él.
Vióle en casa de doña Ana.
Que la amaba sospeché.
Digna fuera su hermosura
de abrasarme, a no saber
que don Juan adora a
Elisa;
porque saliendo después
de con doña Ana, turbado,
en la calle le escuché
fulminar con quien le sirve
las locuras que un desdén,
un olvido, una mudanza,
suele arrojar de tropel.
Impedíale el crïado
la entrada, por conocer
el riesgo de sus arrojos;
pero tan en vano fue
que a pesar de sus avisos,
yo mismo le vi poner,
ciego, la mano en la daga
y
en sus umbrales los pies.
Entró,
en fin, habrá dos horas
mas no salió. Vos sabréis,
como confidente suya,
Leonor, lo que se hizo de él;
que yo, con celos primero
que amante, un rato dudé
a las puertas de la calle
entre celoso y cortés
si entraría o no entraría
hasta que por no ofender
la quietud de quien adoro
mis deseos retiré.
De su padre y de don Pedro,
don Álvaro y don Miguel,
doña Ana y otros amigos,
entre todos cinco o seis
que son los que están agora,
conforme dicho me habéis,
haciendo las escrituras
y dándola el parabién.
Disimuléme crïado
con los demás y llegué
a la presencia de Elisa,
mereciendo en ella ver
tanto cielo, gracia tanta
que en don Juan quedó esta vez,
aunque dijo cuanto supo,
avaro en encarecer.
Yo la adoro, Leonor mía,
yo estoy loco. Podrá ser
que cuanto más imposible
mis esperanzas la ven,
me parezca más hermosa.
Sin ella, no lo dudéis,
es la vida en mí tan ardua
como, cortado, al clavel.
Vos sola sois mi remedio,
vos tenéis sola poder
para conservar mis años
en
el mayo en que los veis.
¿No
es mejor para condesa
la hermosa Elisa? ¿No es
mejor para señoría,
Leonor, que para merced?
Pues con una acción no más
que esta noche ejecutéis,
ella os deberá mi estado,
yo la vida os deberé.
LEONOR: Conde, decid, que doblones
en mangas deben de ser,
granos, por San Juan, de
helecho,
pues
desde que los toqué
os quiero más que a mi vida.
CARLOS:
Quinientos de ellos tendréis,
para casaros, seguros.
Oídme y proseguiré.
Don Pedro, Elisa, su padre
y los demás que sabéis,
con las dichas escrituras
quieren mi sepulcro hacer.
En el semblante de Elisa,
que siempre del alma fue
intérprete fidedigno,
el pesar eché de ver
con que estas bodas permite.
No sin causa malicié
que don Juan es el motivo
de que no las lleve bien.
Si vos, antes que se firme
el riguroso papel,
alegando nulidades,
por mi esperanza volvéis
diciendo fuisteis testigo
de que su palabra y fe
me dio con la mano hermosa
y que no consentiréis,
que por temor de su padre,
quebrando al cielo la ley
que en estos casos dispuso,
vos por ella os condenéis,
sus intentos estorbáis,
yo, en fin, resucitaré.
Vos tendréis en mí un esclavo
y a Elisa redimiréis.
¿Qué decís?
LEONOR: Que ya es más caro,
Conde, de lo que pensé
el oro que me enmangasteis;
pero, ¿qué tengo de hacer?
Mas si a los primeros lances
pretende el viejo crüel
ser en mí leonoricida,
¿quién me podrá socorrer?
CARLOS:
Yo, Leonor, yo que he de estar,
si advertida me escondéis
donde de vuestras agencias
siendo testigo sea juez.
LEONOR:
Alto, nunca las hazañas
discursivas han de ser.
Todo consejo es cobarde
si padre del miedo es.
Entraos en ese aposento
que es donde duermo, y poned
toda el alma en los oídos.
Sabrán lo que me debéis.
(En
el otro está don Juan. Aparte
A pares empieza el mes.
¡En mi casa las tramoyas!
Conde es Carlos, yo mujer;
doblones los que me hechizan.)
¿Entráis?
CARLOS: Entro para hacer
vuestra fortuna envidiada.
Entra
el conde CARLOS
LEONOR:
Dios vaya conmigo, amén.
Salen
don ALONSO, don PEDRO, doña ANA, ELISA
y
otros
ALONSO:
Elisa, no ocasiones
sospechas a tu fama;
que ni te han de valer tus evasiones,
ni a quien con tantas veras y fe te ama
consentiré quejoso
pues con tu gusto vino a ser tu esposo.
ANA:
Prima, si ésta no es tema
y quieres a don Pedro, ¿qué hay que tema
la dilación de un día que encareces?
Quien liberal da luego, da dos veces.
ELISA:
Deja para los viejos,
pues
que no peinas canas, los consejos
si
no es que interesada
te importa el verme a mi pesar casada.
Conozco lo que medro
feliz consorte del señor don Pedro,
y estoy reconocida
al amor que me muestra,
mas tengo prometida
una novena a la patrona nuestra
de Atocha, y así trato
que se quede por hoy este contrato.
ALONSO:
Cúmplela desposada
con más quietud y menos registrada;
que
aunque las estaciones
son tan santas de suyo, hay
ocasiones
en que las juventudes
profanan
ejercicios de virtudes.
No apures mi paciencia.
Firma esas escrituras
o apercibe tu loca resistencia
a un convento de Lerma en que tus tías
en su clausura enmienden tus porfías.
ELISA:
Escojo, pues a mi elección lo dejas,
por mejor que entre rejas
sujeta siempre viva
que a quien no tengo amor servir cautiva;
pues si uno y otro al fin es cautiverio,
más noble me le ofrece un monasterio,
y más vale medrando eterno nombre
ser esclava de Dios que no de un hombre.
Y porque creas cuán constante afirmo
la determinación de tus venganzas,
rasgo en estos papeles esperanzas;
Rásgalos
que de esta suerte yo violencias firmo.
ALONSO:
Detén, inadvertida.
Saca
la daga
la mano, si no intentas que en tu vida
mi enojo satisfaga.
LEONOR:
¿Está en sí, vuesasted? Tenga la
daga,
que siendo tan cristiana mi
señora,
(La chanza encajo agora.)
Aparte
y esposa de quien burlan, presumidos,
no ha de tener a un tiempo dos maridos.
ALONSO:
¿Qué dices?
PEDRO:
¿Cómo es eso?
ELISA:
¿Estás en ti, Leonor?
LEONOR: Todo mi seso
está como solía.
Señores, mi señora es señoría.
Un conde la confiesa;
él por su esposa y yo por mi condesa.
Ayer le dio la mano
besándosela amante y cortesano.
Yo fui el cura y testigo.
Aparte
doña ELISA y LEONOR
ELISA:
¡Desatinada, advierte...
LEONOR: Ve conmigo.
que esto importa al engaño.
ELISA:
¿Pues no ves que resulta ya en mi daño;
que está don Juan oyendo tus quimeras
y que ha de imaginar que hablas
de veras.
En
voz alta
LEONOR: En balde me cohechas al oído.
Más
quiero mi conciencia. Tu marido
es el conde don Carlos.
A
doña ELISA
Ve conmigo, que así puedes burlarlos.
ALONSO:
¿Qué conde o desventura?
LEONOR: Esto es
notorio.
Delante de mí se hizo el desposorio.
¿De qué forman espantos?
¿Es mucho un conde donde sobran tantos?
Él jura, endoselando estas paredes,
en
señorías mejorar mercedes.
Y que apetezca yo, no es
maravilla,
ver
las espaldas vueltas a una silla.
ALONSO:
Ya digas la verdad o ya estés loca.
Tu atrevimiento mi furor provoca
a que en tu sangre vil...
Va
a darla
LEONOR: ¡Jesús,
María!
¡Conde, vuelva por mí Vueseñoría!
Sale
el conde CARLOS
CARLOS: La voluntad, caballeros,
que el cielo quiso eximir
de humanas jurisdicciones
no ha de violentarse ansí.
Elisa, en cuya belleza
elíseos deleites vi,
puesto que allá vive el gozo
y acá el amarla es vivir,
piadosa admitió respetos
del alma que la ofrecí.
¡Corta oferta un alma sola
quien quisiera darla mil!
Poco más debe de haber
de un mes que por competir
con el sol, salió en un coche
ella flora y él jardín
a dar nueva vida al Prado.
Pues, volviéndole a vestir
de yerba y rosa soberbio,
vio por noviembre su abril.
Dila parte de mis penas,
solicité, pretendí
sin perdonar circunstancias
que suele el amor lucir.
Correspondiólas afable
porque echó de ver que en mí
eran una misma cosa
el prometer y el cumplir.
La víspera de año nuevo
echó suertes y salí
por elección de los hados
su amante, y anoche en fin
me entituló su consorte
tan rendido, tan feliz
que en nuestras manos Amor
nuestras almas vino a unir.
Avisóme de la ofensa
en que todos incurrís
tiranizando su imperio.
Caballeros advertid
que es mi esposa, y que si os pesa,
y lo queréis resistir,
será fuerza el defender
mi acción y fama o morir.
ALONSO:
Conde, entre los generosos
siempre fue hazaña civil
hurtar
el cuerpo a las leyes
y
al sol el rostro encubrir.
Elisa casi os iguala,
si la amáis como decís
un mes ha con fin honesto,
pudiéndomela pedir
seguro de vuestro abono,
¿por qué de noche venís
a usurpar jurisdicciones
y esperanzas deslucir?
PEDRO:
Intenten pobres vulgares
medrar por medio tan vil
calidades a sus casas
ennobleciéndose ansí;
que es lo que es disculpa en ellos
viene
a ser, pues los seguís,
defecto vituperable
digno
en vos de corregir.
ALONSO: Oblígueos, pues sois tan noble,
la
templanza que advertís,
a pesar de tanto agravio,
en mi enojo, y elegid
a satisfacción de partes
esposa con quien vivir
sin que menosprecios llore
después si os arrepentís.
ELISA:
Señores, ¿qué disparates
nos pretenden consumir
el seso con la paciencia?
Yo, ¿cuándo os correspondí?
¿Cuándo os tuve por amante?
¿Cuándo, conde, os llegué a oír
deseos de pretendiente?
¿Cuándo os hablé? ¿Cuándo os vi?
LEONOR
habla aparte a doña ELISA
LEONOR:
¡Que lo echamos a perder,
señora! ¡Pobre de mí!
El conde viene a librarte
con este ingenioso ardid
de tu padre y de don Pedro.
LEONOR
habla aparte a doña ANA
Si esta vez sabes fingir,
libre tu don Juan te queda.
LEONOR
habla aparte a doña ELISA
Que es tu esposo el Conde di,
y dale todo por hecho.
ELISA:
(¿Hay quimera más sutil? Aparte
A
doña ANA
Doña Ana, ayúdame ahora;
que sólo te importa a ti
que se case con el conde.
A
doña ELISA
ANA:
Amiga, vuelve por mí.
(Lo que Leonor me aconseja Aparte
me está de perlas. Salid,
ciego Amor, a vuestra causa;
que si llegáis a impedir
que don Juan de Elisa sea,
mi esperanza conseguí.)
El callar es ya culpable,
señores, y el resistir
al cielo y temeridad.
Con Leonor testigo fui
de cuanto ha propuesto el Conde.
Él la dio el alma, ella el sí;
conformidad las estrellas,
la noche ocasión y, en fin,
don Pedro culpe a sus hados
y téngase por feliz
esta casa, pues, merece
dueño tanto.
ALONSO: ¡Que por ti,
inadvertida, liviana,
haya mi honor de salir
a la vergüenza! ¿Qué dices?
¿Qué respondes?
ELISA: Que encubrir
verdades tan manifiestas
no es posible; que seguí
los consejos de doña Ana
sin poderme reducir
a querer bien a don Pedro,
y que el Conde vive en mí.
Sale
don JUAN
JUAN: Ya es infamia el sufrimiento.
Déjame salir a dar
desahogos al pesar,
avisos al escarmiento.
Pretender que en el tormento
sufra las penas atroces
la congoja y no dé voces
con el agravio es lo mismo
que enfrenar sobre el abismo
los huracanes veloces.
Todos me habéis ofendido;
de todos juntos me quejo:
de un ciego y avaro viejo;
de un amigo fementido;
de mí mismo inadvertido;
de Elisa, en cuyo poder
me he perdido sin
temer
que es de las mudanzas dueño
y sombra, flor, pluma, sueño,
la palabra en la mujer.
No ha un hora que me juró
con
afectos apacibles
atropellar imposibles
que en mi favor despreció.
No
ha media que prometió
ser a violencias diamante.
No ha un instante que inconstante
anegó mis esperanzas.
¡Considerad las mudanzas
de una hora, media, un instante!
Todos mi mal prevenís.
Loco por todos parezco.
A todos os aborrezco
pues todos me perseguís.
Si
estos oprobios sentís,
venid a contradecirme.
Sígame el necio que afirme
que no es infeliz quien ama,
que Amor su imperio no infama
y que hay hermosura firme.
Vase
don JUAN
PEDRO: Oye, don Juan, que es preciso
el medio que ha de valerme.
Arrojado he de perderme.
No perdonarte remiso.
Yo pondré a tu poco aviso
freno y límite bastante
aunque desde aquí adelante
juzgue quien mi agravio siente
que le restauré prudente
si le descuide ignorante.
Prevención discreta ha sido
Elisa, la que hecho habéis;
pues, porque os sobren tenéis
en cada sala un marido.
De los tres que hemos venido
podéis
a gusto escoger
y esta casa no temer
lo que muchas necesitan
si las que poco se habitan
a pique están de caer.
¡Tanto huésped encerrado!
¡Notable capacidad
tiene vuestra voluntad
pues a tres lugar ha dado!
Puesto que he sido llamado
renuncio el ser escogido.
En Talavera he vivido,
en ella de mí os servid
aunque
aquí y allá advertid:
se
quiebran de una manera
los platos de Talavera
y las damas de Madrid.
Vase
don PEDRO
CARLOS: Ya, señora, dificulto
lo que antes facilité
aunque crédito no dé
a vislumbres de esta insulto.
¡Pero a tal hora y oculto
en vuestra casa don Juan!
Permisiones
de galán
exceden el justo extremo.
No
os culpo yo, pero temo
peligro del qué dirán.
Vase
el conde CARLOS
LEONOR: (Miedos, ¿qué hacemos aquí Aparte
si en esta tempestad toda
soy la vaca de la boda
y ha de llover sobre mí?
Por el Conde me perdí,
de él me voy a socorrer;
y cuando no pueda ser,
pues
a embelecos me atrevo,
oficio
conmigo llevo
que me gane de comer.)
Vase
LEONOR
ANA: Prima, por verte en altura
que a tus deudos nos honrase,
procuré que se casase
con un conde tu hermosura.
El amor todo es ventura.
No la supiste tener.
Don Juan te ha echado a perder
y es quien de ti más se ofende;
que quien todo lo pretende
todo lo viene a perder.
Vase
doña ANA
ELISA: ¿Qué intentará agora -- ¡cielos! --
mi airado padre conmigo
que entre el perdón y el castigo
me derrotan sus desvelos?
¡Tanta tempestad de celos,
Fortuna! Pues multiplique
olas que a mi fe dedique;
que si engolfándome van
y no es Santelmo don Juan,
el remedio es irme a pique.
Vanse. Salen doña ANA y LEONOR
LEONOR: Esto es todo lo que pasa.
ANA:
En efecto, ¿qué tú fuiste
la que a Carlos escondiste?
LEONOR:
Ocultéle por ti en casa
y, de ella salgo por ti,
huyendo.
ANA: Mientras la mía
de ti su esperanza fía,
en ella tendrás, y en mí,
la acción que yo. Y, si don Juan
hace caso de su honor
y paga mi honesto amor,
mis
dichas te deberán
las medras de nuestro engaño.
LEONOR:
Ten por cierto que no esté
en
Madrid quien
más te dé
pesares
en todo este año.
Yo vi a sus puertas el
coche
con las mulas de camino;
que ha de sacarla imagino
el viejo esta misma noche.
ANA: Logre mis dichas, Amor
y sáqueme de estas olas.
Sale
don JUAN
JUAN:
Pésame no hallarte a solas.
Retírate allá, Leonor.
LEONOR: (Bueno se le va poniendo Aparte
el ojo a la haca. ¿Ya están
los amores de don Juan
de
otro temple? No lo entiendo.)
Vase
LEONOR
JUAN: Doña Ana, yo necesito
de tu amor y tu consejo.
Herido a don Carlos dejo,
deslumbróle su delito.
Aguardéle en esa calle;
ciego me salió a buscar.
La razón me pudo dar
aceros para sobralle.
Enemigo es poderoso,
peligrosa mi asistencia,
si se evita con mi ausencia,
partirme luego es forzoso.
Débote la voluntad
que pagarte no he podido,
cuando más reconocido
no quiere mi adversidad
que llegue a
corresponderla.
El peligro me da prisa;
la poca lealtad de Elisa
ocasión de aborrecerla.
ANA: No querrá mi estrella airada,
don
Juan, ya en mi favor cuerda,
que
cobrándote te pierda
hoy dichoso, hoy desdichada.
Haga el Conde
diligencias
buscándote; que en mi casa
mientras este rigor pasa
desmentirás sus violencias.
Este cuarto, ese balcón,
pues en amar te aventajo,
pasándome yo al de abajo
te ha de servir de prisión.
JUAN: Donde reina la piedad,
donde triunfa tu firmeza,
si es mi alcaide tu belleza
mi prisión es libertad.
Mas recelo de Leonor
que me vio entrar.
ANA: No hay temella.
Téngola grata, y por ella
se ha de lograr nuestro amor.
JUAN: Tú lo dispones de suerte
que en las dichas que intereso
soy ya dos veces tu preso.
ANA:
Libros en que entretenerte
hay sobre ese contador
y aderezo con que escribas
versos, que a Elisa apercibas,
mientras que viene Leonor
a traerte de cenar
y a disponerte la cama.
JUAN:
La aurora aljófar derrama.
Tarde es para reposar.
ANA: No tienes en qué ocuparte.
Los
presos duermen de día.
JUAN:
Desvela Amor, Ana mía,
y amo yo.
ANA: Quiero cerrarte
que te temo fugitivo.
JUAN:
Si me buscare Corral,
fíate de él que es leal.
ANA:
Adiós, pues, dueño cautivo.
Vase
cerrando con llave
JUAN: ¡Extraña temeridad
he intentado, ciego Amor!
Contento estoy con vivir
tan cerca de quien murió.
Sale
CORRAL [por otra puerta, abriendo con llave,]
y
habla hacia dentro
CORRAL:
Déjame la llave y vete
a tus haciendas, Leonor.
Aunque siendo haciendas tuyas
no tendrán mucho de Dios.
JUAN:
¡Oh, mi Corral, bien venido!
CORRAL:
Corral y tan tuyo soy
que esta vez he de quitarte
todo el mal de corazón.
Déjame cerrar la puerta.
Retirémonos los dos
donde,
ya que nos acechen
no nos oigan. Atención:
después
que al coso saliste
picado del garrochón
de los celos, si no toro
torote atropellador,
de lo roso y lo velloso,
yo, herido de mi temor,
tuve
envidia en las paredes
a las letras de carbón,
deseando
transformarme
en ellas con saber yo
ser cartapacio del necio
y sátira del lector.
Cuando después que te fuiste
cada cual competidor
sarpullido de los celos,
le dio a tu dama un jabón.
Quedaron ella y su padre...
¡Ya
ves qué tales los dos!
¡Como
en las uñas del gato
el temoroso ratón!
Ponderó lo que te amaba,
tus finezas, tu valor,
la tempestad de tus celos,
lo limpio de tu afición
y que próvida en no dar
sospechas al pundonor
en los que a vistas vinieron
a esconderte te obligó.
Que a don Pedro aborrecía
más que el buho el resplandor,
al buen año el avariento,
a la Hermandad
el ladrón.
Juró como un catalán
no saber quien ocultó
a aquel Conde entremetido,
de nuestra paz Galalón,
que ni de él tuvo noticia
ni en su vida le dignó
la memoria ni aun los ojos.
Mas que, a pura persuasión
de doña Ana que la dijo
ser tu amigo protector
y querer con tal engaño
redimir su vejación,
concedió con su embeleco,
y la cláusula cerró
con ofrecer a su espada
el cuello todo candor.
Oyóla pro tribunali
el viejo ponderador,
resolviéndose después
de media hora de sermón
en que había de llevarla
a Lerma antes que, veloz,
diese el alba afeite al Prado
y a su oriente bermellón.
Entró a prevenirse Elisa.
El viejo aprestar mandó
el coche con dos crïados
y, entre tanto... oye el mejor
caso que escribió poeta
que, a serlo a fe de quien soy,
que sin mendigar asuntos
yo enriqueciera a un autor.
Entre tanto, como digo,
por un pariente envió,
confidente de su casa,
celoso de su opinión.
A éste, pues, en puridad
le dijo, "&áacute;lvaro, yo estoy
resuelto a honrar con la sangre
del conde mi sucesión.
Persuadir que trueque Elisa
en desdén la inclinación
que a don Juan tiene es querer
que el abril viva sin flor.
Fïado, pues, en el tiempo
cuya cuerda dilación
muda afectos y apetitos,
he fingido que llevo hoy
a un monasterio de Lerma
a Elisa, en cuya prisión
escarmiente rebeldías
y se mude su rigor.
Sacaréla luego al punto
de la corte y, yendo yo,
Dorotea y Alvarado
con ella, sin permisión
que a persona comunique,
ni vea aun el resplandor
del cielo con las cortinas
echadas. Mi prevención
estriba en que ignore el pueblo
que ha de darla habitación.
Llegaremos de esta suerte
a la una o a las dos
a sestear a las ventas
que llaman de Torrejón.
Retiraréla a una cuadra
hasta que cubra de horror
la noche nuestro hemisferio
y, siguiendo mi ficción
daremos vuelta a Madrid
persuadiéndola que estoy
resuelto a que viva oculta
en Illescas, donde vos
la esperáis a instancia mía
mientras la murmuración,
sepultada en el olvido,
no lastime nuestro honor.
Vendrémonos tan despacio
que entremos cuando el rumor
y bullicio de la gente
no pueda darla ocasión
para advertir que a la corte
mi engaño la restauró.
Vos, don álvaro entre tanto,
en fe que mi amigo sois
y que en vuestra lealtad tengo
antigua satisfacción,
despejando aquesta sala
de cuanto adorno la dio
la calidad de mi estado
y de mi hacienda el valor,
cuadros, escritorios, sillas,
colgaduras, contador,
cama, estrado, sin que quede
un clavo que dé ocasión
a que reconozca el sitio,
pediréis al corredor,
Luis de Toledo se llama,
otra tanta ostentación
que de modo la disfrace
que no la conozca yo.
Retirada en ella Elisa,
y las puertas del balcón
clavadas, dando la luz
la vidriera superior,
ni creerá que está en la corte
ni viéndola sino vos.
Hará don Juan diligencias
que despierten su afición.
Solicitaré entre tanto
que el conde, que sospechó
mal del desaire pasado,
haga cuerda información
de la honestidad de Elisa
y, buscando intercesor
poderoso, si es su amante
lograré mi pretensión."
Esto dijo, esto escuché,
temeroso acechador,
por el hueco de la llave.
Esto mismo prometió
el don Álvaro, pariente,
partiendo a su ejecución
como el coche a su jornada.
Salí a tiento a un corredor.
Topé con una escalera.
Hasta un patio me guió.
Di desde él en un corral.
Salté desde un paredón.
Supe que el Conde iba herido.
Mi lealtad adivinó
que estabas en esta casa.
Doña Ana abrirme mandó.
Y la noche que se sigue
volverá a la posesión
de su cuarto nuestra Elisa.
Si permanece tu amor,
pared en medio la tienes,
Tisbe
y Píramo los dos.
No os veréis por redendijas
mas de balcón a balcón.
Para
que os comuniquéis
con toda circunspección
sin riesgo de la conciencia,
que no lo permita Dios,
traza tengo imaginada
que ha de hacerme arquitector
balconero con que admire
al artífice mayor.
Ya sabes mi habilidad.
Mi ingenio es ensamblador.
Lo que te quiero infinito.
Consulta a tu suspensión
durmiendo agora sobre ello
y si te está bien o no;
que después queda a mi cargo
el lograr esta invención.
JUAN:
Corral, cosas me refieres
que, al paso que nuevas son,
causan
en mí novedades
extrañas.
Sale
doña ANA
ANA: Vendrá Leonor,
que es hora que don Juan cene.
JUAN: Abre, Corral.
ANA: Pues, señor,
¿cómo
os va de carcelaje?
JUAN:
Doña Ana, ¿cómo con vos?
Tarde es para que cenemos.
CORRAL: Almorzar será mejor
y reposarás de día.
Don
JUAN habla aparte a CORRAL
JUAN:
No hay plato de igual sazón
como el hablar de mi Elisa.
CORRAL:
Déjame a mí.
JUAN: Vuelva yo
por ti a la gracia de Elisa
y mi hacienda a tus pies pon.
FIN
DEL SEGUNDO ACTO
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