Salen con máscaras
CLODIO, MELIPO y PELORO,
bandoleros, acuchillando a
CONSTANTINO, de camino, y ANDRONIO
CLODIO:
Rendíos, caballeros,
que
somos cuatrocientos bandoleros.
MELIPO: ¿Qué
habéis de hacer tan pocos
contra
tantos, si no es que venís locos?
CONSTANTINO: Yo no
rindo la espada
a quien
la cara trae disimulada.
Quien
de ella no hace alarde,
traidor
es, y el traidor siempre es cobarde;
que, en
fin, entre villanos,
cuando
las caras sobran, faltan manos;
y será
afrenta doble
que se
rinda a quien no conoce un noble;
pues
ser traidor intenta
quien
descubrir la cara juzga afrenta.
PELORO:
¡Mataldos, caballeros.
CONSTANTINO: Mal
conocéis, villanos, los aceros
que
aqueste estoque animan.
ANDRONIO: Porque
no te conocen, no te estiman.
Diles
quién eres.
CONSTANTINO: Calla,
cobarde, que es honrar esta canalla
mostrar
tenerlos miedo.
Cincuenta somos, y el valor que heredo,
basta.
ANDRONIO:
¡Qué desatino!
CONSTANTINO:
Villano, ¿es bien que tema Constantino
a cuatro salteadores,
cuando besan sus pies
emperadores?
¡Mueran los foragidos!
TODOS: ¡A
ellos!
PELORO:
Pocos son, pero atrevidos.
Métenlos a cuchilladas
CONSTANTINO: ¡Ay,
Irene querida! Dentro
muerto
soy.
CLODIO:
Por callar, pierdes la vida.
Dentro
ANDRONIO:
Romanos, de la muerte
Dentro
huyamos, que no es cuerdo el que por fuerte
la fortuna provoca,
que la
temeridad pierde por loca.
Salen los bandoleros, sacan a
ANDRONIO, y trae
CLODIO unas cartas y un retrato
CLODIO: No harás, mientras repares
encubrirte, y quién eres no
declares,
este retrato y pliego,
que
alimentaba del difunto el fuego.
ANDRONIO: Ya el
callar, ¿qué aprovecha,
Fortuna en mis desdichas satisfecha,
si ha de decir la fama
lo que
la lengua encubre y el mundo ama?
Al
César Constantino habéis,
bárbaros, muerto, y al camino
saliéndole tiranos,
la
esperanza quitáis a los romanos
del más
noble mancebo
que vio en sus ojos coronado Febo.
PELORO:
¡Válgame Dios! ¿Qué dices?
ANDRONIO: La
hiedra de sus años infelices
en
cierne habéis cortado,
en
túmulo su tálamo trocado
a César
con Irene,
por quien la Grecia luz y vida tiene.
Desde
Roma venía,
viudo
antes que casado; en este día
le
llora el tiempo ingrato.
De
Irene es el bellísimo retrato
que en
aqueste trasunto
amor pintado paga amor difunto.
Hüid de
la venganza
de un
monarca que a todo el mundo alcanza,
que su
padre, el augusto,
tiene
de procurar con amor justo,
en
sabiendo la nueva
que mi
desdicha y su rigor le lleva.
Vase ANDRONIO
CLODIO:
¡Cielos! si aquesto es cierto,
todo el
imperio ha de vengar el muerto.
¿Pues
de qué traza y modo
podemos
resistir al mundo todo?
Huyamos, bandoleros,
que no son muros estos montes
fieros
para excusar castigos
de
tantos y tan fuertes enemigos.
MELIPO: No nos
han conocido
con el
disfraz, que nuestra vida ha sido,
y de
estos desconciertos
no hay
que temer, no siendo descubiertos.
Lo
mejor es que huyamos,
y los ricos despojos repartamos,
pues con ellos podremos
de la
pobreza asegurar extremos.
PELORO:
¡Notable desatino!
UNO: Corra
la voz que es muerto Constantino.
CLODIO: Murió
en este destierro
el
César.
OTRO:
Constantino ha sido el muerto.
Vanse dando voces. Salen CLORO y LISINIO,
labradores, CLORO será el mismo
que, hizo a CONSTANTINO
LISINIO: La
conformidad constante,
Cloro,
que quiso algún Dios
hacer
que fuese en los dos
de un
natural semejante,
de
tal suerte me ha inclinado,
que no
me hallo sin ti.
¿Qué es
lo que haces aquí,
siempre
en libros ocupado?
Mira
que al tosco sayal
el ser
letrado repugna.
CLORO:
Desmintiendo a mi fortuna,
Lisinio, mi natural,
aunque en verme te congojas
cuadernos desentrañando,
por
árboles voy mirando
libros, pues todos son hojas.
No nací para pastor,
puesto
que mi madre sea
natural
de aquesta aldea,
porque
el oculto valor
que
vive dentro en mi pecho,
me
inclina, si lo penetras,
a las armas y a las letras;
y aunque estudio sin
provecho,
el
amor de aquesta gente,
que los
Césares romanos
persiguen por ser cristianos;
el
verla tan inocente,
tan
constante en los trabajos
y en los tormentos tan firme,
he venido a persuadirme
que, no
pensamientos bajos,
sino
verdades ocultas
amparan
su profesión,
y hélos cobrado afición.
LISINIO: No sin
causa dificultas
lo
mismo que yo resisto
cuando
de sus cosas trato.
Su
sencillez y recato
amo,
Pero aquese Cristo
que
adoran me hace dudar
y que
de su ley me asombre.
CLORO: ¿Por
qué?
LISINIO:
Anteponer un hombre
a los
dioses, ¿no ha de dar
ocasión de que por locos
los
juzgue? A un crucificado,
de su
nación despreciado,
tenido
por Dios de pocos,
y
esos pocos, pescadores,
a
quien, como simples pudo
engañar, roto y desnudo,
¿qué
Augustos, qué emperadores
de
su parte alegar puedes,
que acrediten sus hazañas,
sino barcas, y marañas
de engaños, como de redes?
La ley de nuestros pasados
es de más autoridad,
porque toda novedad
fue dañosa en los estados.
La adoración de los
dioses,
por
antigua y santa adoro.
Déjate
de engaños, Cloro.
CLORO: Cuando
repugnarla oses,
¿qué importa, Lisinio amigo,
si sus
obras celestiales
muestran que son inmortales?
Aunque
yo a los dioses sigo,
¿perdieran tantos la vida
con tal
gusto, a no saber
que otra mejor ha de ser
para su
fe prevenida?
¿Hicieran milagros tantos?
¿Vencieran tantos tormentos,
siempre
humildes y contentos,
a no
ser buenos y santos?
¿Qué fuego se atreve a ellos?
¿Qué
mares los anegaron,
aunque
millares echaron
con
hierro y plomo a sus cuellos?
Los anfiteatros digan
si los tigres y leones,
mansos a sus oraciones,
a sus pies vienen y obligan.
Diga el cuchillo más
fuerte
si en
ellos tuvo poder.
Si es
ansí ¿qué pueden ser,
hombres
que vencen la muerte?
LISINIO: Encantadores.
CLORO: No creo
que ese
atributo les dieras
si en
este libro leyeras
lo que
yo admirado leo.
LISINIO: No
dio el cielo a mi ignorancia
tal
ventura, que aprender
haya
podido a leer,
aunque
soy todo arrogancia.
Mas,
¿qué libro es éste?
CLORO: Historia
de mil
de aquestos que dieron
sus
vidas, y al fin salieron,
aunque
muertos, con victoria.
¿Quieres oír algo de él,
y
sabrás quién es su Dios?
LISINIO: Di.
CLORO:
Sentémonos los dos
debajo
de este laurel.
Siéntanse debajo de un laurel y
lee CLORO
"Pedro y Andrés, en cruz, con fe divina
un Dios
confiesan sólo Omnipotente
victorioso del mar, triunfa Clemente;
del
cuchillo y navajas, Catalina.
Palmas ganan Eulalia con Cristina;
un
Laurencio honra a España y un Vicente;
del
cordero en la púrpura inocente
justa
se baña, auméntala Rufina.
Sebastián, con las plumas de sus
flechas
corónicas al cielo en
sangre envía;
salen
Diego e Ignacio vencedores.
Leocadia ablanda cárceles estrechas;
cuchillos vence Inés, llamas
Lucía."
VOZ: Lisinio
y Constantino, Emperadores.Dentro
Cae sobre sus cabezas un ramo de
laurel
CLORO: ¿Qué
es esto?
LISINIO: Son las grandezas
con que
el cielo nos sublima.
Cayendo
el laurel encima,
corona
nuestras cabezas.
CLORO:
Emperadores nos llama
quien
nuestra dicha pregona,
y la
ninfa nos corona
que
Apolo consagró en rama.
LISINIO:
Cloro, ya el cielo se ofende
de
nuestro ocio, pues que de él
cayéndose este laurel
nos
despierta y reprehende.
Tu
pecho con él anima,
y deja
estorbos cobardes.
Basta
esta rama, no aguardes
que se
caiga un monte encima,
que
yo, animado por él,
desde
hoy el traje grosero
dejo,
porque verdadero
salga
este imperial laurel.
Escuadrones de soldados
me
ofrece el cielo propicio,
no en
el rústico ejercicio
hatos
de humilde ganado.
Aquésta es mi inclinación.
Púrpura, a mi ser igual,
reinos
dará a mi sayal
hazañas
a mi opinión.
Maxencio en Roma adelanta
su
ambición y mis deseos,
y con
augustos trofeos
gentes
alista y levanta.
Con
Constancio tiene guerra,
del
mundo competidor
un sol y un emperador
pretende solo la tierra.
Si
quieres que militemos
a su
sombra, Cloro noble,
y que
la encina y el roble
en
lauro y palma troquemos,
dejemos montes los dos,
que rústicos animales,
ni cívicas, ni murales
dan
coronas, sino Dios.
CLORO: Oye,
Lisinio, primero,
pues
como el oro en la mina,
una alma escondes divina
dentro
de un cuerpo grosero;
que
puesto que el pensamiento
que
tienes en mí es de estima,
lo que
más el pecho anima
es el
noble nacimiento.
Déjame
saber quien soy,
pues
nunca mi ingrata madre
me ha
dicho quien es mi padre,
que mi
palabra te doy,
ya
sea, como imagino,
generoso, ya al sayal
deba el ser y natural,
que este presagio divino
contigo haga verdadero,
sin que
peligros sean parte
para
que de ti me aparte;
antes,
desde agora quiero
que
de cualquiera fortuna
que
nuestra dicha prevenga,
igual
parte en ella tenga
cada
cual, porque sea una.
Si
fuere César, serás
César
como yo; si rey,
rey serás con igual ley
sin dividirse jamás
por guerra o por otro
extremo;
que más
puede una amistad,,
si es
firme, que la hermandad
crüel
de Rómulo y Remo.
LISINIO: Eso
mismo que me ofreces
cumpliré, Cloro contigo,
haciendo al cielo testigo,
como a sus deidades, jueces.
Pero no puedo
esperarte,
que la
inclinación me llama.
Aplica
espuelas la fama,
y abrase mi pecho Marte.
No
nos veremos los dos
mientras monarca no seas
del
mundo.
CLORO:
Su esfera veas
a tus pies.
LISINIO: Adiós.
CLORO: Adiós.
Vase LISINIO. Sale NISE,
labradora, y MINGO,
villano, con un harnero
MINGO: ¡Válgame Dios! ¿Por echarle
la cebada os da molestia?
NISE: ¡Calla, bruto, necio, bestia!
MINGO: Eso sí, apodar y darle.
Pues no suelo yo ser mudo,
ni vos muy limpia, aunque
habláis,
que media azumbre gastáis
de agua en lavar un menudo.
NISE: ¡Yo! ¿Cuándo?
MINGO: El de hoy os avise.
NISE: Tú mientes.
MINGO: ¡Darle, y gruñir!
CLORO: ¡Que siempre habéis de reñir!
¿Qué tienes con Mingo, Nise?
NISE: Aposentóse un doctor
en el mesón...
MINGO: ¿Qué? ¿Quería
decirlo ella? En fin, venía
afligido del calor
y de hambre de la jornada.
Mandónos poner a asar
una gallina, y echar
paja a la mula, y cebada.
Entro luego en la cocina,
y como mal entendí,
la cebada al doctor di,
y a la mula la gallina.
¡Miren qué culpas son éstas!
CLORO: ¿Vióse necedad mayor?
MINGO: ¿Pues no ha llevado al doctor
la cansada mula a cuestas?
¿No es bien que a quien más
trabaja
se dé mejor de cenar?
Luego bien hice de dar
al doctor cebada y paja,
y a la mula la gallina.
NISE: ¡Calla, bestia!
MINGO: ¿Pensáis vos
que no sabe de los dos
la mula más medicina?
Sale
ELENA, de labradora
ELENA: ¡Que no ha de haber ocasión
que donde quiera que estáis
ambos a dos, no riñáis!
MINGO: ¿Qué quiere? Soy un riñón.
NISE: Mientras este bruto esté
en casa, ¿quién no dará
voces?
ELENA: Éntrate tú allá.
NISE: ¡Para ésta!
MINGO: Jurad la fe;
si es bien que en vuesa fe
crea,
no siendo la fe de Dios,
aunque si se añade en vos,
no va mucho de fe a fea.
Vase
NISE
ELENA: Cloro, :qué haces aquí?
CLORO: Generosos pensamientos
animan atrevimientos
tan poderosos en mí,
que me han obligado, madre,
que, porque los certifique,
aquesta vez te suplique
me digas quién fue mi padre.
Que el ilustre natural
que a mi humildad hace guerra,
me certifica que encierra
este rústico sayal
prendas con que esfuerzo cobre
el valor a que se aplica,
sin creer que alma tan rica
procede de un padre pobre.
ELENA: Cloro si estos pensamientos
los gobernara el jüicio,
que en esta ocasión te falta,
fueran sabios como altivos.
A un pastor, humilde y pobre,
debes el ser abatido,
que no en palacios soberbios
te dio, sino entre cortijos.
Una pajiza cabaña,
que contra el sol, el estío,
y contra el agua, el invierno
sirve de toldo propicio,
es tu casa de solar;
no los pavimentos ricos,
ni los artesones de oro,
asombro del artificio.
¿Qué importa que el arroyuelo,
soberbio cuanto atrevido,
con las lluviosas corrientes
haga competencia al Nilo,
si la tempestad pasada
vuelve al mísero principio,
y después pisar se deja
del animal más sencillo
y pequeño de la tierra,
dando a sus pasos camino?
Nacen a la hormiga avara
alas para su peligro,
pues cuando a Dédalo intenta
imitar, de un pajarillo
es miserable sustento,
sepulcro haciendo su pico.
No es bien que porque la palma
hasta el alcázar lucido
se atreva a subir del sol,
un junco desvanecido,
competir con ella,
pues de su flaco principio
ignorando el fundamento
es verdugo de sí mismo.
Cuando te pintes, soberbio,
Rómulo, Alejandro y Ciro,
y la ambición te prometa
coronas y señoríos,
considérate un arroyo,
no profundo caudal río!
un junco, una hormiga vil,
y desharás, convencido,
ruedas de pavón soberbias;
que si la corneja quiso
vestirse plumas hurtadas,
ellas le dieron castigo.
No violentes, ambicioso,
tu natural, si perdido
después llorar no pretendes
juveniles desatinos.
Una haza son tus armas,
y en vez del estoque
limpio,
la hoz corva, el tosco arado,
ovejas y un novillo.
Éstos ejercita, Cloro,
a Scipiones y Fabricios
deja triunfos y victorias
pues para pobre has nacido.
Vase
ELENA
CLORO: Rigurosa madre, espera.
¡Ay, cielos! no sé si impíos,
porque en tales desengaños
sepultáis nobles designios.
¿Para qué Elena te
llamas,
si siempre este nombre ha sido
blasón de ilustres matronas,
que en ti despreciado miro?
Nunca yo quien soy supiera,
pues la humildad pone grillos
al deseo ya frustrado,
que de un rústico soy hijo.
MINGO: Yo, a lo menos más dichoso
soy, aunque me llamo Mingo,
pues si no mintió mi madre
diz que me parió en el signo
de Capricornio, y en fe
de esto la comadre dijo
que un sátiro me engendró
y por eso satirizo.
Sale
CLODIO, con las cartas y retrato. PELORO y
MELIPO
CLODIO: Cuanto más lejos estemos
del emperador, airado,
cuyo hijo malogrado,
sin conocer, muerto habemos,
más se asegura la vida,
que con tanto riesgo está.
Al romano imperio da
Persia guerra defendida;
en ella no hay que temer
Clodio, castigo o venganza,
pues en su reino no alcanza
de Roma todo el poder.
Descansemos por agora
en esta venta.
CLORO: ¡Ay, de mí,
que tan humilde nací
que cuando el cielo
mejora
con el esfuerzo el valor
de quien ilustrar desea
Cloro, cielos, Cloro sea
hijo de un pobre pastor!
CLODIO: Labradores, ¿hay posada?
¿Para cuántos?
CLORO: ¡Detenéos,
desvanecidos deseos!
MINGO: No les faltará cebada
que coman, si son doctores,
ni gallinas que les demos
a las mulas.
CLODIO: ¿No tenemos,
a pesar de los temores
con que a costa, del
cansancio
animan nuestro camino.
presente aquí a Constantino,
hijo del César Constancio?
MELIPO: A no desdecirlo el traje
y saber que queda muerto
yo lo tuviera por cierto,
sino es que del cielo abaje
a castigar nuestro insulto
disfrazado en el sayal.
CLODIO: ¿No es retrato original?
Sí, que vive en él oculto.
¿No es aquella su cabeza,
sus ojos, su boca y talle?
PELORO: En él quiso retratalle
la sabia Naturaleza.
No he visto igual semejanza.
CLODIO: Ahora bien; sea o no sea
quien mi ventura desea,
si consigue mi esperanza
lo que mi intento procura,
y este hombre, amigos engaño
hoy con un ardid extraño,
doy alas a mi ventura.
MELIPO: ¿Pues qué pretendes hacer?
CLODIO: Pues que se parece tanto
al difunto, que es encanto,
si no es del cielo poder,
y aquí cartas y retrato
de Irene tengo, intentemos
persuadirle, si podemos
y tiene ingenio y recato,
que se finja Constantino
y se case con Irene.
MELIPO: ¡Extraña traza, si viene
a admitir tal desatino!
Mas ¿cómo un tosco pastor
mudará su grosería
en el trato y policía
de un romano emperador,
si conforma con su traje
su ingenio:
CLODIO: De un tosco roble
se hace una imagen noble.
PELORO: Siendo bárbaro el lenguaje
que aqueste monte le ha dado,
descubrirá esta traición.
MELIPO: Disfrazóse de león
un bruto torpe, y trocado
en él, bramar cual él quiso,
y dicen que rebuznó,
y en su afrenta, a todos dio
de su atrevimiento aviso.
Lo mismo ha de sucedernos
si hacemos tal desvarío.
CLODIO: De su traza y rostro fío
que podemos atrevernos.
Aquellas nobles facciones,
del príncipe semejanza,
me animan.
MELIPO: Todo lo alcanza
la industria. A mucho te pones;
aunque si con eso sales,
seguro está el interés
y ventura de los tres,
porque a Dédalo te iguales.
CLODIO: Si con Irene se casa
y a ver a Constancio va,
cuando de su hijo está
llorando la suerte escasa,
la similitud extraña
que le iguala a su valor,
burlará al emperador;
y si dichoso le engaña
y le tiene por su hijo,
¿qué más dicha?
MELIPO: Quedó el muerto
a elección en el desierto
de las fieras. Yo colijo
que ya habrán hecho en él
presa.
Si no parece ¿quién duda,
viendo que en éste se muda
y el imperio le confiesa
por el propio Constantino,
que su padre ha de creer
ser el mismo?
PELORO: Vendrá a ser
un engaño peregrino.
CLODIO: Ponerlo en ejecución
falta sólo.
CLORO: (¡Que haya sido Aparte
tan bajamente nacido!
¡Ay, loca imaginación!)
De rodillas
CLODIO: Danos esos pies augustos,
si merecemos besallos
CLORO: ¿Qué es esto?
CLODIO: Honra tus vasallos
con premios señor, tan justos.
CLORO: Señores, si el tosco traje
que traigo, os obliga así
a que hagáis burla de mi,
ninguno me hizo ultraje
que, con honrada venganza
no sirviese de escarmiento
a su necio pensamiento.
CLODIO: Generosa semejanza
del más ilustre heredero
que Roma a su imperio dio
y la muerte malogró,
si el retrato verdadero,
que autoriza y ennoblece
hoy en ti su original,
no es en tu alma desigual
y a la tuya le parece
por un extraño camino
ha puesto el cielo en tu mano
la esfera y globo romano
y feliz de Constantino.
Si a tu saber satisfaces
y tu persona eternizas,
de sus augustas cenizas
milagro al mundo renaces.
Constantino, sucesor
de Constancio, partía a Grecia,
que en fe de lo que le precia
Maximino, emperador
y monarca del Oriente,
a Irene le había ofrecido,
hija suya, y reducido
el griego lauro a su frente.
Con este retrato y pliego
caminaba Constantino,
cuando saliendo al camino
un escuadrón loco y ciego
de quinientos foragidos,
de repente le asaltaron,
y el abril verde agostaron
de treinta años no cumplidos.
Por no darse a conocer
dio venganza a sus aceros.
Huyeron los bandoleros,
que vinieron a saber
la calidad del difunto,
temerosos del castigo.
Yo, de su muerte testigo,
tomando aqueste trasunto
de Irene, y cartas, volvía
con las nuevas lastimosas
a su padre; mas, piadosas
las deidades este día,
ofreciéndome tu vista,
quieren en tí consolar
la pérdida y el pesar,
que es imposible resista
Constancio, si a saber viene
que le ha quebrado su
espejo
a Fortuna, y por ser viejo
la muerte su fin previene.
Tú, pues, dichoso pastor,
que con su imagen heredas
su imperio, para que puedas
dar principio a tu valor,
si quieres en lugar de él
transformarte en Constantino,
el cielo a ofrecerte vino
el siempre augusto laurel.
PELORO: No pierdas esta ventura,
que por lo que interesamos
de ella palabra te damos
de hacerla los tres segura.
MELIPO: Constantino -- que ya quiero
de aqueste modo llamarte --
procura determinarte.
Deja ese traje grosero,
que aquí del César traemos
con que serás transformado
o igual, no traslado.
MINGO: ¿Pullas en casa tenemos?
¡Voto al sol, gente ruin,
que si la honda desato,
doy dos silbos al hato
y hago venir al mastín,
que el dimuño os trajo acá!
CLORO: Basta la burla, señores;
ved que somos labradores,
y no se sufren acá.
CLODIO: Para que la verdad creas,
que por tu dicha te trato,
en este sutil retrato
quiero que tu imagen veas,
y con ella a Constantino,
que al sacro laurel te llama.
PELORO: Al atrevido la fama
ayuda.
CLORO: ¡Cielo divino!
Parece que en el cristal
me miro de alguna fuente,
aunque en traje diferente
seda aquí y en mí sayal.
(¿Qué hay que recelar,
temor, Aparte
si el cielo a cumplir empieza
del laurel que en mi cabeza
me gratuló emperador
el pronóstico divino?
Crédito a mi dicha doy.)
Cloro he sido; ya no soy,
sino el César Constantino.
Dadme el retrato de Irene.
CLODIO: Éste es.
CLORO: ¡Qué hermosa pintura!
Cifrada aquí la hermosura
todos sus milagros tiene.
Sólo de mis pensamientos,
que ya ejecutarlos trato,
puede ser este retrato
dueño hermoso. Atrevimientos,
en vuestras alas sutiles
fundo mi imaginación
nobles mis intentos son,
si mis principios son
viles.
Vamos a Grecia, vasallos,
que aunque este apellido os doy,
vuestro amigo firme soy.
Haced prevenir caballos,
y advertid que si el secreto
de este engaño descubrís,
aunque pastor me advertís,
ser Constantino os prometo
en vengarme y castigaros.
Ya el verdadero murió,
y en mi pecho se infundió
su alma. Sabré premïaros
y castigaros también.
Su alma el César me ofrece,
que en quien tanto se parece
por fuerza ha de hallarse bien.
PELORO: ¿Hay
mudanza semejante?
MELIPO: ¿Hay
más portentoso extremo?
CLODIO: ¡Vive
el cielo que le temo!
PELORO: Yo
tiemblo en verle delante.
CLORO:
¿Quieres venirte conmigo?
MINGO: ¿Que
por que se pareció
al
otro, Cloro salió
emperadero?
CLODIO:
Sí, amigo.
MINGO: ¡Que
nunca yo me parezca
a nadie!
CLORO:
Acaba grosero.
MINGO: ¿No
habrá otro emperadero
por ahí
a quien merezca
parecerme?
MELIPO:
Sí, a mi jumento,
pues os parecéis los dos.
MINGO: Luego, parézcome a vos.
Ir
contigo, Cloro, intento.
CLORO: No
soy Cloro desde aquí,
Mingo,
sino Constantino.
MINGO: Yo os
lo llamaré si atino.
Una vez
me parecí
a
otro en tiempo crüel,
porque
a palos me molieron
de
noche, y luego dijeron,
"perdone, que no era él."
CLORO:
Dadme el caballo y vestido,
y no
pongamos en duda
nuestra
suerte, pues ayuda
la
Fortuna al atrevido.
CLODIO: A
mucho nos atrevemos
y
temo...
PELORO:
¿Qué hay que temer?
CLODIO: Que nos
vengan a deshacer
aquéste, porque le hacemos.
Vanse todos. Salen MAXIMINO e IRENE
MAXMINO: Ya,
Irene, se llegó el día
en que
el César sea tu esposo.
IRENE: Si de
la inclinación mía
el
ánimo belicoso
sabes
que mi valor cría,
¿por
qué tu rigor le enlaza
en el
yugo que embaraza
la
libertad y quietud?
Manda
tú a mi juventud
que se
ejercite en la caza;
que
del jabalí protervo
el
curso ligero siga
con que
mis gustos conservo;
que el
tigre sagaz persiga
y
alcance al tímido ciervo,
que
en sus despojos celebre
triunfos, y el venablo quiebre
en el
león arrogante,
ya con
el noble elefante,
ya con
la tímida liebre;
y no
me mandes que el gusto
pierda
a mi edad el respeto,
que
aunque es el tálamo justo,
no
sabrá vivir sujeto
mi
pecho libre y robusto.
MAXIMINO: Si a
mi voluntad te allanas,
al
César por dueño ganas,
de las
romanas esferas.
Anda a
caza, en vez de fieras,
de
libertades humanas.
IRENE: No
es, padre y señor, decente
el
estado que me das
al
valor que el alma siente.
MAXIMINO: Yo sé
que mi gusto harás.
....................[ -ente.]
Vase MAXIMINO
IRENE: La
cerviz indomable del toro ata
con las
coyundas de su yugo grave
el
labrador, y brama, porque sabe
que su
preciosa libertad maltrata.
Al
pájaro, que en plumas se dilata,
el cazador
cautiva del süave
acento
enamorado, y llora el ave,
aunque
honren su prisión rejas de plata.
No
en los jardines la florida yerba
medra
del modo que en el monte y prado,
patria
y solar de su morada verde.
Dichoso, libertad, el que os conserva,
pues es
prisión el solio sublimado
de
quien por reinos, vuestro reino pierde.
Sale ISACIO,
Duque, y luego un PAJE
ISACIO: Hermosa prima, ¿qué haces
sola,
si lo puede estar
quien
se precia de llenar,
tiranizando las paces
del
Amor, como él atados
al
carro de sus prisiones
encendidos corazones
con
grillos de sus cuidados?
¡Ay,
si mereciera yo
que te
acordaras de mí!
IRENE: ¡Oh,
Isacio! Como nací
libre,
y el cielo me dio
un
alma de quien soy dueño,
por no
ser pródiga y darla
a
prisión, quiero gozarla.
Pensar
que he de amar, es sueño.
Hoy
dicen que Constantino
a darme
la mano viene
de
esposo, como si Irene
al mismo Apolo divino
sujetar imaginase
la
preciosa libertad,
que en
mí es única deidad,
sin que
amor mi pecho abrase.
¡Viven los cielos, que adora
todo el humano poder,
que de
Irene no ha de ser,
si no
es Irene señora!
Mal
mi padre me conoce.
ISACIO: Con eso
contento quedo.
Pues yo
gozarte no puedo,
ninguno, Irene, te goce;
que
si tu desdén furioso
a
cuantos te aman alcanza,
quedaré
sin esperanza,
mas no
quedaré quejoso.
IRENE:
Verás, cuando el César venga,
retratado en mí el desdén.
ISACIO: Mas
vale tratarle bien,
porque
tu padre no tenga
ocasión que a la impaciencia
provoque, que es el poder
rayo, y
éste suele ser
más daño en mas resistencia.
Entretenlo con engaños
ni le
trates amorosa
ni le
mires desdeñosa,
hasta
que los desengaños
le
dispongan poco a poco,
que un
repentino rigor
suele
aumentar el amor,
pues
con furias crece el loco.
IRENE: No
dices mal; y a fe, Isacio,
que
luce más con su opuesto
el sol
a la sombra expuesto.
Desdeñaréle despacio,
y por tu consejo sabio
me
guiaré en esta ocasión,
forzando mi inclinación.
ISACIO:
Fingiendo no ser, agravio,
cuando llegue, encubre enojos;
recíbele agradecida,
ostenta
risa fingida,
dale a
beber por los ojos
ponzoña sabrosa y lenta,
y
engaña a tu padre así.
PAJE: Ya
llega, señora, aquí
el
César.
IRENE:
Mi pena aumenta.
Pero ¿sabes qué he pensado?
Que
para que me aborrezca
y en
verme no se enternezca,
encontrando a Amor armado,
pensando hallarle desnudo,
que en
el marcial ejercicio
me hallo ocupada.
ISACIO: Codicio
el daño
que de eso dudo,
porque de aquesta suerte
te
halla bella y belicosa.
Si te
amaba por esposa,
ha de
adorarte por fuerte.
IRENE: En
eso, primo, te engañas.
El
amante que es prudente
no
busca dama valiente.
Al
hombre ilustran hazañas,
y a
la mujer, la hermosura,
los
regalos, la afición,
la
apacible condición,
las
lágrimas y blandura.
Tiernos les dieron los nombres,
porque
con terneza amasen
y
regaladas templasen
la
condición de los nombres;
que
el ejercicio marcial
es
violento en la mujer,
como en
la nieve el arder,
derretirse el pedernal,
y
acobardarse el león.
Y la
que así no lo hiciere,
es
señal que usurpar quiere
la
preeminencia al varón.
Yo
sé que si Constantino,
en vez
de amorosa, armada
me ve,
a la guerra inclinada,
que por
el mismo camino
que en mi amor tierno se
abrasa,
primo,
me ha de aborrecer,
porque
no pueden caber
dos
hombres en una casa.
ISACIO: Tu
divina discreción
es
igual a tu hermosura.
Que te aborrezca procura.
Ejecuta
esa invención
en
que estriba mi esperanza,
dando
alas a mi deseo.
IRENE: Quiero
ensayar un torneo.
Sácame,
Isacio, una lanza,
mientras la espada me ciño,
para
que el César, amante,
de
verme armada se espante;
que
Amor teme, porque es niño
ISACIO: De
las que en esta armería
hay, es
ésta la mejor
IRENE: Haz
tocar un atambor.
ISACIO:
Miedo me das, prima mía.
De
la guarda de palacio
hay una
aquí.
IRENE:
Toque, pues.
Aquésta
la entrada es
del
torneo. Advierte Isacio
Hace la entrada
del torneo con gallardía.
Tocan
chirimías. Salen CLORO, vestido de
príncipe,
MELIPO, PELORO,
CLODIO, MAXIMINO y MINGO
MAXIMINO: Aquí
aguarda a vuestra alteza
la
Princesa, agradecida
a
vuestro amor y venida;
mas
¿qué es esto?
CLORO: A su belleza
añade
la fortaleza,
como a
mi amor, nuevas alas.
Las armas entre las galas
parecen en ella bien
para que juntas estén
tierna,
Venus; fuerte, Palas.
MAXIMINO: Su
inclinación belicosa
me
asombra. Sepa que estamos
aquí.
CLORO:
Eso no. Suspendamos
en su
hermosura animosa
la
vista y alma dichosa
en este
ejercicio un poco.
(¡Vive
el cielo, que estoy loco! Aparte
¡Ay,
griega del alma hermosa!)
IRENE habla
aparte con ISACIO
IRENE: ¿Qué
te parece?
ISACIO: El extremo
de la
gracia y la destreza.
Aunque
adoro a tu belleza,
tu
valor y ánimo temo.
CLORO: (¡Por
Júpiter, que me quemo Aparte
entre
su armado rigor
de
inmortal y tierno amor!
MINGO: (¡Válgate Dios por muchacha! Aparte
Si eres
hembra, o eres macha
no
casarte es lo mejor.)
IRENE: Saca
la espada y verás
cuán bien los golpes ensayo.
ISACIO: En tus manos será rayo.
Cinco se dan, y no más.
Danse los cinco
golpes de espada, tocando dentro
IRENE:
Retírate el paso atrás.
CLORO: Basta,
hechizo de esta tierra,
o celo
que el sol encierra,
que
para alcanzar la palma
y
rendir, princesa, un alma,
no es
menester tan la guerra.
MAXIMINO: Tu
esposo es, Irene mía
IRENE: ¡Oh,
gran Señor! ¿Vos aquí?
Ya las armas os rendí.
Mejor el alma diría.
(¡Qué
apacible gallardía!) Aparte
CLORO:
Dichoso, divina Irene,
quien a
ver y a gozar viene
tal belleza, tal valor,
pues en vos, Marte y Amor
rayos vibra y llamas tiene.
Hablan aparte
MELIPO y CLODIO
MELIPO:
Clodio, ¿es éste aquel villano
que
hijo de un monte fue?
CLODIO: Mejor,
Melipo, diré
que es
Constantíno romano.
PELORO: ¿No
adviertes que cortesano
la
gravedad imperial
representa?
CLODIO:
A su sayal
desmiente con la presencia,
que también hay elocuencia
en las almas natural.
MINGO:
(¡Válgame el diablo por
Cloro! Aparte
Verá lo
que decir sabe.
¡Qué
quillotrado está y grave!
CLORO: De
suerte, Irene, os adoro,
que
a la divina beldad
de ese simulacro rico
esperanzas sacrifico,
sin
creer que hay más deidad
que
vos, señora, en el cielo.
IRENE: Y yo,
que en veros y hablaros
tengo
en poco compararos
al claro señor de Delo.
No
adoro yo a Dios ninguno,
sino a
vos; y si dichosa
merezco
ser vuestra esposa,
no
tendré envidia de Juno,
pues
en vos tengo presente
de Júpiter el valor.
ISACIO: (Bien
finge tenerle amor.) Aparte
IRENE habla
aparte a ISACIO
IRENE: Va
bueno?
ISACIO:
Divinamente.
CLORO: Si
yo, princesa, lo fuera,
nunca
mas me transformara
otros
cielos os crïara;
otro
mundo os ofreciera,
que
uno para vos es poco.
IRENE: Si yo
pudiera mostrar
la
ventaja que en amar
hago a todas...
CLORO: ¡Estoy loco!
IRENE: Ni
Cartago honrara a Elisa,
como a
Penélope Grecia,
ni Roma
honrara a Lucrecia,
ni
hubiera en Caria Artemisa.
Pero
hipérboles refreno,
pues
más que ellos os estimo
Aparte a ISACIO
¿No
hago buen amante primo
ISACIO: Bravo.
IRENE:
¿Va bueno?
ISACIO: Rebueno.
CLORO: En
fin, me amáis?
IRENE: Como a dueño.
CLORO: Vos
sois mi sol.
IRENE:
Vos mí esposo.
CLORO: Vivo en
vos.
IRENE:
Yo en vos reposo.
CLORO: ¿Si me
olvidáis?
IRENE: Eso es sueño.
CLORO: En gloria estoy.
IRENE: Mi mal calma.
CLORO: ¡Gran
suerte!
IRENE:
¡Bien soberano!
CLORO: Dadme,
mi bien, esa mano.
IRENE: Y con
ella, esposo, el alma.
ISACIO habla
aparte con IRENE
ISACIO: ¿La
mano, tirana, das?
Pues,
¿cómo le has dado el sí?
IRENE:
Burléme, jugué y perdí.
No he
podido, primo, más.
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