Salen IRENE e
ISACIO
IRENE: ¿A
un villano, a un Lisinio la corona
de
Roma? Mas ¿qué mucho, si es villano,
que
autorice su misma semejanza?
El
monarca romano
los
dioses deja, y bárbaro pregona
a
Cristo, del hebreo vil venganza.
No verá
su esperanza,
Constantino, cumplida
mientras a Irene el alma diese vida.
Isacio
ya el amor se ha convertido
en
lícito rigor, en odio justo.
¡Plegue
al cielo, si más le amare Irene,
que
cautive mi gusto
un
alarbe crüel, y que querida,
me aborrezca y dé celos! No conviene
que con
triunfo solene
por
César le reciba
Roma,
ni que la ley de Cristo siga.
ISACIO: Murió
Constancio, y con la viuda Elena
partió
a Jerusalén, supersticioso,
a
buscar el madero, que castigo
dio a
un hombre sedicioso.
¡Justa
y debida pena
de un
hombre que a su patria fue enemigo!
IRENE:
Búsquela, que conmigo
en odio se convierte
el
amor, que aspirando va a su muerte.
Isacio,
de tu amor y fe constante
obligada, pretendo, en premio justo,
darte
el alma rendida con la mano
si das
muerte al Augusto,
que,
ciego e ignorante,
los
dioses niega, el nombre honra cristiano.
ISACIO: Por
bien tan soberano
diera
muerte, no sólo
a
Constantino -- a Júpiter y a Apolo.
IRENE: Lisinio
es éste que el gobierno goza
de
Roma, mientras halla Constantino
la cruz
que estima y su valor infama.
ISACIO: Si
halláramos camino,
pues
nuestra ley destroza
el loco
emperador que a Cristo llama,
para
engañar a este hombre,
Roma me
diera de su imperio el nombre.
Finge
que, si contra él fiero se conspira,
serás
su esposa, le darás la mano,
que tu
hermosura más que aquesto alcanza,
y el
bárbaro villano
si en
tu beldad se mira,
rendirá
su lealtad a su esperanza,
y
dándonos venganza,
matando
a Constantino,
serás mi esposa.
IRENE: ¡Ingenio peregrino!
Apruebo
tu consejo. Éste, atrevido,
por sus hazañas, con valor extraño,
alcanzó el trono augusto
y opulento.
Si con
amor le engaño,
verá
Roma cumplido
mi
nuevo amor y justo pensamiento,
y el
matador violento
pagará
su delito.
IRENE: Él
viene.
ISACIO:
Mi venganza solicito
Sale LISINIO,
de emperador
LISINIO:
(Mucho a Constantino debo. Aparte
Emperador soy por él;
cumplió el presagio el
laurel,
propicio a mis dichas Febo.
Pero
esto de compañía
reinando me da tristeza.
Sólo
pide una cabeza
el
nombre de monarquía;
luego, no seré monarca
mientras que reinemos dos.
Un sol
solo, siendo Dios,
la
esfera del cielo abarca;
un
planeta sólo tiene
cada
cielo, y es mayor
que la
tierra.)
IRENE:
¡Gran señor!
LISINIO: ¡Oh,
hermosa y divina Irene!
IRENE: ¿De
que viene pensativo
vuestra
alteza?
LISINIO:
El gobernar
consigo
tiene el pesar,
por ser
su peso excesivo.
Hame
puesto mi ventura
en lo
que no sé si acierto,
pero luego me divierto
en
viendo vuestra hermosura.
Y
ojalá que Constantino
su
posesión no gozara,
que,
nuevo Ícaro volara
a
vuestro cielo divino,
puesto que a su imitación
soberbio como él cayera,
pues
muriendo, al fin pudiera
honrar
mi imaginación.
La
que yo, Lisinio, tengo
al
presente, es olvidar
a quien
pretende injuriar
la ley
que a defender vengo;
que
el culto que reverencio
de los
dioses, han trocado
en odio
mi amor pasado.
Venció
el César a Magencio
con
el favor soberano
de
Júpiter, y en su ofensa,
Constantino ensalzar piensa
la ley
y nombre cristiano.
Y
mal por dueño tendrá
mi alma
al que en desacato
del
cielo, es a Jove ingrato;
pues
conmigo lo será
quien a despreciarlos viene;
y así,
aquél que los vengare
y a
Constantino matare,
vendrá
a ser dueño de Irene.
Si no es encarecimiento
el amor
que me mostráis,
y
imperar sólo intentáis
-- que lo demás es tormento --
vengad este vituperio,
siendo
de esta causa juez,
y ganaréis de una vez
mi
voluntad y el imperio.
¿Qué
dices?
LISINIO:
Que dificulto
tan
árdua empresa.
ISACIO: El amparo
de los
dioses está claro
por
vos, si en fe de su culto,
castigáis este tirano.
El
reinar sin compañía
es la
mayor monarquía.
Mi
prima os dará la mano
y la
posesión de Oriente,
si
nuestra fe defendéis.
LISINIO: Grande
premio me ofrecéis;
gran
peligro es el presente;
pero
de dos grandes cosas
se ha
de escoger la mayor.
El imperio y vuestro amor
hazañas dificultosas
merecen; mas pues escucho
el bien a que me provoco,
nunca
mucho costó poco.
Si
mucho pedís, dais mucho.
Juré
al César Constantino
no perseguir los cristianos,
ni con
intentos tiranos
abrir
ingrato camino
contra él, de traición ni guerra;
mas de los dioses el celo
pueden más, pues en el cielo
reinan, cuando él en la
tierra.
No
puedo yo ser traidor,
si su
ley quiero amparar.
El amor
y el imperar
no
admiten competidor.
Amor
y imperio me espera,
y pues nuestra ley derriba,
el amor
de Irene viva,
y el
tirano César muera
IRENE: Dame
esos brazos, valor
de
Roma, que dignamente
honra
en su lauro tu frente
y en tus méritos mi amor.
que desde hoy, Irene
es tuya.
ISACIO: Llámate
restauración
de su
ley nuestra nación.
Constantino se destruya.
Reine Lisinio, no más,
en el mundo y en Irene.
LISINIO: Trazar
el cómo, conviene.
IRENE: En Roma
por él estás.
Disfrazados y encubiertos
a
Jerusalén partamos,
y en
ejecucion pongamos
deseos que saldrán ciertos,
pues los dioses nos amparan;
que encubiertos y fingidos,
antes de ser conocidos
de los que a Cristo declaran
por Dios, podremos matarle.
Y en fe que el alma te adora,
Yo he de ser ejecutora
de esta
hazaña. Yo he de darle
la
muerte; que mi rigor
muestro
cuando en él me vengo;
que en
más a los dioses tengo
y su
culto, que mi amor.
LISINIO:
Alto, pues. Haga el efeto
lo que
la lengua propone.
Mi
juramento perdone,
y
ampárenos el secreto.
Goce
yo el globo del mundo
y el
laurel que adora Apolo,
imperando en Roma sólo,
siendo
Rómulo segundo,
y la
belleza de Irene
disculpe aquesta traición.
IRENE: Mis
brazos, en galardón,
la
voluntad te previene,
con mi venganza cumplida
LISINIO: Presto
muerto lo verás.
ISACIO: (Y tú
después pagarás Aparte
este
insulto con la vida.
Vanse todos. Salen JUDAS, viejo, LEVÍ y
ZABULÓN, judíos
JUDAS: ¡No pasó nuestra nación
desde Vespasiano y Tito
tal
persecución, Leví.
LEVÍ: No tuvieron los judíos
tal desdicha, tantas plagas,
aunque cuente las de
Egipto.
ZABULÓN: Ni
Nabucodonosor,
monarca de los asirios,
ni las
de Antioco fiero,
como
las de Constantino.
JUDAS: ¡Que se
haya un emperador
aficionado de Cristo
de tal
suerte! ¡Que defienda
con
tanto amor el bautismo,
y que
la cruz nos demande,
y si no
la descubrimos,
a
muerte vil nos condene,
a
tormentos y martirios!
TODOS.
¡Guayas! ¡Guayas de nosotros!
JUDAS: Su
madre le ha persuadido
que a
tormentos nos la saque.
Para
aquesto Elena vino.
LEVÍ: Pues el
comisario fiero
que ha
nombrado por ministro
y
ejecutor de este caso...
ZABULÓN: ¿Ni
dádivas ni suspiros
son
bastantes a ablandalle?
JUDAS: ¡Que un
bárbaro, que un indigno
de ser
hombre nos persiga
¿Vióse
más crüel castigo?
LEVÍ: ¡Que un
hombre tan ignorante
nos
tenga tan oprimidos!
JUDAS: Si no
le damos la cruz,
si no
decimos el sitio
donde
de nuestros pasados
estar
oculta supimos,
este
bárbaro feroz
ayer,
colérico, dijo,
que nos
había de azotar
y
pringarnos con tocino.
TODOS:
¡Guayas! ¡Guayas de nosotros!
ZABULÓN: ¡Que a
este punto haya venido
nuestra
mísera nación!
LEVÍ: Éste
es.
JUDAS:
De verle me aflijo.
Sale MING0,
vestido de comisario graciosamente, con
ropa de
levantar y gorrilla
MINGO: ¿Qué
hay, hermanos narigones?
¡Loado sea Jesucristo!
Respondan todos,
"amén"
de rodillas y de hocicos.
¿Callan? Respondan
"amén,"
o habrá
latigazo fino.
Digan "amén," Judiotes.
JUDÍOS: "Amén," humildes decimos.
MINGO: ¿Cómo
les va de cosecha
aqueste
año de tocino?
¿Ha
habido mucho solomo?
¿Qué chicharrones, han frito?
JUDÍOS: Prohíbelo nuestra ley.
MINGO: Pues yo
no se los prohibo.
Coman
conmigo mañana,
que a
salchichas los convido.
Paséase muy
grave y habla a JUDAS
¿Cómo os llamáis voa?
JUDAS: Señor,
Judas es el nombre mío.
MINGO: ¿Judas
el Iscariote,
de
aquel saúco racimo?
¿Cómo no tenéis las barbas
rubias ¡eh! Judas
maldito?
Enrubiáoslas, noramala,
o
mudáos el apellido.
JUDAS: Señor, estoy cano y viejo.
MINGO: ¿Estáis viejo? Pues teñíos,
y andaréis al uso nuevo,
aunque en los años, antiguo.
A LEVÍ
¿Qué narices son aquéstas?
LEVÍ: ¿Cómo
han de ser?
MINGO: ¡Oh, qué lindo!
No son
éstas de la marca,
hermanos, de los judíos.
Esas son narices romas
y hidalgas.
ZABULÓN: ¡Señor!
MINGO: ¡Pasito!
Sabéis que es el
comisario
de
vuestras narices, Mingo.
Quítense ésas luego, luego.
so pena
de un romadizo
por dos años y dos meses,
y miren que ya me indigno.
Pónganse otras de dos gemes.
JUDAS: ¿Hay más torpe desvarío?
MINGO: Con narices garrafales
tienen de andar. ¡Vive Cristo!
ZABULÓN: ¡Señor!
MINGO:
Esto se ha de hacer.
No
replique.
ZABULÓN:
No replico.
MINGO: ¿Con
naricicas me vienen
enanas?
JUDAS:
¡Ay, cielo impío!
MINGO: ¿Qué
hace la sinagoga?
¿Cómo
va de sabatismo?
¿Su
Mesías cuándo llega?
¿Viene
en mula o en pollino?
JUDAS: No
profanes nuestra ley.
MINGO: Como es
lejos el camino,
si
viene a pie, quedaráse
en
algún mesón dormido.
¿No dan
orden que parezca
la
cruz?
ZABULÓN:
Si no hemos sabido
dónde
está, ¿qué hemos de hacer?
MINGO: Luego,
¿búrlanse conmigo?
Pues los judicame Deus
adviertan lo que les digo;
que si
la cruz no parece
el
sábado o el domingo,
ha de
crïar en su casa
un
lechón cada judío,
y con
regalo y amor
tratarle como a sí mismo.
JUDAS:
¿Lechón? Nuestra ley lo veda.
MINGO: Vede o
no, yo soy ministro,
y han
de hacer lo que les mando.
No
repliquen.
JUDAS:
No replico.
MINGO: A fe de
archicomisario,
si no
callan y me indigno,
que he
de mandar que en la cola
besen
JUDAS: ¿A
quién?
MING0:
A un cochino.
Han de
acostarle en sus camas,
ya esté
puerco, ya esté limpio,
y darle
la delantera,
que es
lugar de los maridos.
ZABULÓN: Señor, no permitas tal.
JUDAS: Señor, humildes pedimos
que interceda por
nosotros
el oro
de este bolsillo.
Cien
escudos hay cabales.
MINGO: Soy
ministro; no recibo.
Pero
¿no sois Judas vos?
Apárale en la
manga
JUDAS: Éste
es, señor, mi apellido.
MINGO: ¿Cómo
os atrevéis a dar
cien
escudos, fementido?
Si
fueran treinta dineros,
fuera
el número cumplido
en que
vendisteis a Dios.
JUDAS: (¡Que
así nos trate, Dios mío, Aparte
un
villano, un ignorante!)
MINGO: Oigan
lo que mando y digo.
Pongan en todas sus puertas,
para honrar sus
frontispicios,
cada
uno una cruz.
TODOS: ¡Señor!.
MINGO: No
repliquen.
JUDAS:
No replico.
MINGO: ¡Por
vida del comisario!
voy a recoger bolsillos
por todos los judaizantes.
Parezca la cruz de
Cristo,
o si
no, de los lechones
serán ayos.
TODOS:
¡Señor mío!
MINGO: (Desde
aquí quiero escuchar Aparte
lo que
tratan, escondido,
y si
murmuran de mí,
yo haré
que sueñen a Mingo.
Escóndese MINGO,
y se va al poco rato,
cuando se
indique
ZABULÓN: ¿Fuese?
JUDAS: Sí.
ZABULÓN: ¿Que hemos de hacer
si azotados y oprimidos,
por no parecer la cruz
nos da muerte Constantino?
JUDAS: Enterráronla en un monte
nuestros pasados y antiguos,
diciéndonos el lugar,
el cual, de padres a hijos
sabemos por tradición;
pero muertes ni peligros
no nos tienen de obligar
a descubrilla.
MINGO: (¡Oh, qué lindo! Aparte
¡Vive Dios! que es de provecho
mi cauteloso escondrijo.
La verdad voy apurando.
Sacaréla presto en impío.)
ZABULÓN: Pues ¿cómo nos libraremos
de la muerte y el castigo
que nos está amenazando?
JUDAS: Escuchad aqueste arbitrio.
Labremos luego otra cruz,
pues es de noche, de pino,
y enterrándola, diremos
que es en la que murió Cristo.
ZABULÓN: ¡Linda traza!
LEVÍ: ¡Bravo enredo!
MINGO: (Si no estuviera escondido Aparte
el lobo tras las ovejas,
pegáranla, ¡vive Cristo!
¿Cruz fingida? ¡Narigones!
A Elena voy a decirlo,
y con el hurto en las manos
los hemos de coger vivos.)
JUDAS: Zabulón, trae un candil.
MINGO: (¡Qué propia luz de judíos!) Aparte
JUDAS: Ve, Leví, por la madera;
trae la azuela y el cepillo.
ZABULÓN: Vamos.
MINGO: (Vayan, norabuena, Aparte
que yo me escurro pasito
para que Elena los coja
como babos en garlito...)
Vase
MINGO
JUDAS: ¿Cuándo tienes de venir,
Mesías santo y divino,
y librar tu pueblo triste
de tanto daño y peligro?
ZABULÓN: Estos son los instrumentos:
luz, escoplos y martillo.
Sacan
un candil encendido, y unos maderos para
hacer
la cruz, y herramienta
JUDAS: Alumbrad, pues, y daré
a nuestro engaño principio.
LEVÍ:
La cruz en que nuestra gente
hizo heroico sacrificio
de aquel hombre galileo,
que adora el mundo por Cristo,
dicen que de cedro fue,
y haciéndola tú de pino,
dudarán de esta verdad
los cristianos atrevidos.
JUDAS: Eso está dudoso agora,
altercado entre ellos mismos
con diversas opiniones
y pareceres distintos,
Leví, sobre esa materia.
Unos dicen que se hizo
del árbol en que pecó
Adán en el paraíso,
porque desterrado de él,
un ramo llevó consigo
de aquella planta, que fue,
nuestra pena y su castigo;
y plantándole lloroso
en este monte divino,
donde Salomón después
hizo el templo ilustre y rico.
Creció, emulación del cielo,
y por extraño prodigio
nació una fuente del tronco,
de quien a formarse vino
la saludable piscina,
que de dolores distintos,
al movimiento del ángel,
sanó tantos afligidos.
Hizo Salomón cortarle,
por ser estorbo del sitio
que eligió, sabio y discreto,
para el célebre edificio;
y enamorado de verle,
aplicarle al templo quiso
para artesón de su techo,
que asombró al arte corinto.
Labráronle codiciosos.,
y ya compuesto y pulido
procuraron aplicarle
en el pavimento rico;
pero por misterio oculto,
ya siendo grande, ya chico,
desmintiendo arquitectores,
nunca a la fábrica vino.
Por lo cual desesperados,
juzgándole por indigno
e inútil del templo santo,
mandaron que por castigo
en la piscina le echasen.
Hundióse, pero nacido
el Nazareno que adoran
los cristianos enemigos
sobre las aguas salió.
ZABULÓN: ¡Misterio jamás oido!
JUDAS: Y sacándole de allí,
le echaron en un camino.
por donde corre en cristales
el Cedrón, arroyo limpio,
puesto que tal vez crecientes
le dan ambición de río.
Sirvió en él de puente y paso,
hasta que por sus delitos
a muerte de cruz sentencia
el pretor romano a Cristo,
que por ver que era pesado,
decretaron los judíos
que dél se hiciese la cruz,
como en fin, a hacerse vino.
Murió en ella, y los cristianos
supersticiosos han dicho
que es digno de adoración,
haciéndole sacrificios.
Escondiéronle por esto
nuestros padres, y escondido
por tradición nos dejaron
donde estaba. Constantino,
que a Cristo manda adorar
con generales edictos
con tormentos nos compele
a dársela.
ZABULÓN: Yo no afirmo
eso de aquesos milagros,
aunque así lo hayan escrito
los cristianos hechiceros.
LEVÍ: Ni yo; solamente digo
que con la fingida cruz
que labráis, a Constantino
engañamos pues dichosos
de tantos males salimos.
Los
dichos han estado trabajando en la cruz y salen
ELENA,
MINGO y gente
MINGO: Ésta es la pura verdad,
y agora lo puedes ver.
ELENA: ¿Qué hacéis aquí?
JUDAS: La crueldad
y desdicha debe ser
de nuestra infelicidad.
ZABULÓN: ¡Guayas de mí! ¿Qué diremos?
ELENA. ¿Qué hacéis aquí?
JUDAS: Gran señora,
del comisario tenemos
expreso mandato agora
que si la cruz no ponemos
sobre las puertas de casa,
nos ha de mandar quemar,
que por saber lo que pasa
la queríamos labrar.
MINGO: Buena excusa!
LEVÍ: ¡Ay, suerte escasa!
MINGO: ¡Chilindrinas para Elena!
Judíos, todo lo sabe,
y daros la muerte ordena,
porque a vuestra culpa grave
iguale también la pena.
Por ocultar la cruz santa
que buscas, labrar querían
ésta, que va los espanta,
y enterándola decían
que por ser la instancia tanta,
decir que es la verdadera
ésta que ahora labraban,
y con aquesta quimera
librarse de ti intentaban.
................... [ -era]
Escondido, desde aquí
esta traición escuché.
ELENA: ¿Traidores, esto es así?
JUDAS: Lo que te he contado fue.
MINGO: No es sino lo que yo oí.
Mándalos a puros tratos
de cuerda que el sitio digan
de la cruz, cuyos retratos
labran.
LEVÍ: ¡Que nos persigan
tanto los cielos ingratos!
ELENA: Decid dónde está el madero
dónde el eterno Abrahán
sacrificó al verdadero
Isaac, y el dedo de Juan
nos mostró el tierno cordero,
LEVÍ: Señora, a tener noticia
de él, huyéramos sin duda
el temor de tu justicia;
el rigor en piedad muda
MINGO: Que la esconden de malicia,
señora.
ELENA: ¡Oh, infame gente,
incrédula y contumaz!
¡Vive el Rey omnipotente,
que restauró nuestra paz
y en la cruz murió obediente;
que os he de quitar la vida
a tormentos! Vayan presos.
MINGO: Garrucha hay apercibida,
judíos, mas no confesos,
nones dicen.
JUDAS: Bien perdida
será, pues tú lo dispones,
gran señora
ELENA: Andad, ingratos.
MINGO: Yo, judíos socarrones,
os daré a pares los tratos
mientras dijéredes nones.
Vase
MINGO con los judíos. Sale CLORO
CLORO: ¿Qué es esto, madre y señora?
ELENA: Diligencias, hijo mío,
son de la cruz, en quien fío
que tengo de hallarla agora.
Tormento tengo de dar
a cuantos hebreos hallare
mientras la tierra ocultare
de Dios el divino altar
en que se pagó a sí mismo,
y en cuya ara misteriosa
halló la iglesia, su esposa,
su fuente y nuestro bautismo.
CLORO: Palma divina, regalado cedro
del fruto más sabroso y más
süave
que la tierra gozó; nido del ave
del cielo, y no de Arabia, por
quien medro.
ELENA: Restauración de Adán, cuyo desmedro
originó la culpa al hombre
grave;
árbol mayor de la divina nave
que Andrés requiebra, que
gobierna Pedro.
CLORO: Merezca hallaros yo, laurel divino.
ELENA: Alivie vuestro hallazgo nuestra pena.
CLORO: Enriqueced a Elena y Constantino.
ELENA: Sin vos no hay bien.
CLORO: Sin vos no hay
suerte buena.
ELENA: Llave del cielo sois. Abrid camino.
CLORO: Constantino os adora.
ELENA: Y busca Elena.
Sale
MINGO
MINGO: Ellos dirán la verdad,
gran señora, aunque les pese.
CLORO: Escuchad; ¿qué traje es ese?
MINGO: Digno de mi autoridad.
Comisario soy, señor,
de toda la judiada
que la cruz tiene ocultada.
CLORO: ¿Quién te la dio?
MINGO: Mi valor.
Si indicios he descubierto
de la cruz que oculta está
y tu madre sabe ya,
¿parécete desconcierto
que comisario me nombre?
De ellos en oro he cobrado
salarios que no me has dado,
que no soy piedra, soy
hombre,
y he de comer.
CLORO: Basta, basta.
ELENA: Indicios tengo, hijo mío,
de hallar la cruz en quien fío.
MINGO: La gente es de mala casta,
pero no seré yo Mingo,
o Jerusalén verá
si la cruz oculta está,
que con tocino los pringo.
CLORO: El cielo nos dé a los dos
tal ventura.
ELENA: ¡Ay, árbol santo!
¿Por qué nos dilatáis tanto
la dicha que estriba en vos?
Vase
CLORO. MINGO trae a JUDAS, atado en una
garrucha
MINGO: Aquí está la guindaleta
y el delincuente.
ELENA: Colgadle
hasta que la verdad diga.
MINGO: Traidor, diréisla en el aire,
pues no queréis en la tierra.
JUDAS: ¡Ay, guayas de mí!
MINGO: Aunque guayes
más que cien niños de teta.
JUDAS: ¿Vos sois verdugo?
Y alcalde.
Confiesa, perro.
ELENA: Decid,
¿en qué lugar, cueva o parte
os dijeron que escondida
está la cruz, vuestros padres?
JUDAS: No sé nada. ¡Ay!
No me ha dicho
cosa, mi señora, nadie,
que a saberlo, lo dijera.
¡Ay!
ELENA: Dadle otro trato; dadle.
MINGO: ¡Ah! Judas, como él colgado.
¡Ojalá que reventases
de la suerte que el primero!
JUDAS: ¡Ah! ¡sayón!
MINGO: ¡Ah! ¡Escriba infame!
ELENA: ¿Dónde está el ara divina,
deificada con la sangre
de mi Dios?
JUDAS: ¡Ay¡ No lo sé.
MINGO: Aunque más arrojes ayes
te tengo de columpiar.
Otra "qui volta"
tiradle.
JUDAS: ¡Ay!
ELENA: Di la verdad.
JUDAS: Sí, haré.
Haz, señora, que me bajen.
Bájanlo
ELENA: ¿Dónde está la Cruz divina?
JUDAS: No sé, señora.
ELENA: Sí, sabes.
MINGO: ¡Oh! ¡Borracho! ¿Para aquesto
pediste que te bajasen?
ELENA: Hebreo, di donde está,
o mandaré que te maten
JUDAS: Si no lo sé, ¿cómo puedo
decirlo, por más que mandes?
ELENA: Atormentadle otra vez.
MINGO: ¡Ah, de arriba! Columpiadme
a este niño.
JUDAS: ¡Ay, que tormento!
ELENA: ¿Dónde está la cruz, que es llave
del alcázar celestial?
JUDAS: ¡Ay! yo lo diré.
MINGO: En el aire,
porque mientras no lo diga,
no hay pensar que han de
bajarle.
JUDAS: Enterrada está en un monte
entre el Tigris y el Eufrates.
MINGO: Ya lo dijo.
ELENA: ¿Dónde?
MINGO: Dice
que entre los tigres y frailes.
ELENA: Morirás en el tormento
traidor, mientras no declares
donde está mi amada prenda.
JUDAS: ¡Ay! La maldición te alcance
de Sodoma y de Gomorra.
MINGO: ¡Oh! Rabino, al fin cobarde;
¿mi gorra, que culpa tiene,
que la maldices?
JUDAS: ¡Ayudadme,
Dios de Jacob, Dios de Isaac,
Mesías santo!
MINGO: Aunque llames
al menjüí y al ambar gris.
JUDAS: Haz señora, que me abajen,
que yo la verdad diré.
ELENA: Bájenle pues, y matadle
si donde está no confiesa.
JUDAS: ¡No es posible ya que calle,
que me quebrantan los
huesos
y me atormentan las carnes.
¡Adios, secretos ocultos!
¡Dios de Israel, perdonadme!
En el monte de Sión
hicieron que se enterrase,
los antiguos de mi ley,
y q ue encima edificasen
una casa deshonesta,
donde mujeres infames
con ganancia torpe y vil
aquel lugar profanasen.
Después Adrïano César
mandó poner una imagen
o estatua suya, y que allí
como deidad le adorasen.
Mas, vamos, señora allá
y donde dijere, caven,
que yo sacaré la cruz,
aunque mis deudos me maten.
ELENA: Vamos pues. ¡Ay, árbol mío!
¡nido santo de aquel ave,
que es Fénix de nuestro amor,
y en ti permitió abrasarse!
Si merece mi ventura
que venga, mi cruz, a hallarte,
yo haré que de plata y oro
un templo ilustre te labren,
donde te adoren y estimen,
y que el Monarca mas
grave
por timbre de su corona
tu figura santa enlace.
Avisen a Constantino,
acudan sus capitanes,
sus príncipes vengan todos,
los sacerdotes se llamen.
Instrumentos venturosos
traigan que la tierra aparten
que esta joya santa oculta,
digna de reverenciarse.
Yo os haré muchas mercedes
si esta joya viene a
hallarse
por vos.
JUDAS: Yo la sacaré.
MINGO: Pues la verdad confesaste,
ya serás de hoy más confeso.
ELENA: ¡Ay, palma hermosa y süave!
JUDAS: ¡Ay, descoyuntados hüesos!
MINGO: ¡Ay, qué tocino he de darte!
Vanse
todos. Sale CLORO y criados.
Siéntase
en una silla con un retrato en la mano, y vanse
los
criados
CLORO:
Dejadme solo este rato,
ya que
está ausente mi Irene,
si alma
una pintura tiene,
hablaré
con su retrato.
Similitud de un ingrato
pecho,
que encendiendo el mío,
le
provoca al desvarío
de un
receloso desdén,
¿por
qué, queriéndote bien
espero,
si desconfío?
¿Es
posible que el amor
de tu
dueño fue fingido?
Pero
sí, que tanto olvido
dimana
de su rigor.
Porque
de Cristo el favor
sigo,
¿es razón que me deje
Irene, y de mí se queje?
Si de
veras me quisiera,
mi ley
Irene siguiera;
pero no
hay quien la aconseje.
Los
dioses falsos adora,
que es
falsa su voluntad,
y en
mujer la falsedad
siempre
salió vencedora.
¡Quien
verla pudiera agora!
Un
sueño me inquieta en vano.
Dormir
quiero. Amor tirano,
mi
peligro conjeturo,
que no dormiré
seguro,
con mi
enemiga en la mano.
Duérmese. Salen
IRENE, ISACIO y LISINIO, de
villanos
LISINIO:
Entrado hemos en su tienda,
sin
habernos conocido
nadie
en el disfraz fingido
que
nuestros pasos ofenda.
IRENE: Hoy la
venganza encomienda
las
armas a mi rigor;
mi
agravio es ejecutor
pues
viene a satisfacerme.
Pero
¿no es éste que duerme
el mudable emperador?
ISACIO: Él es, y los dioses altos
en fe que los ha
ofendido,
te le
dan, prima, dormido.
IRENE: (Amor
todo es sobresaltos. Aparte
Dentro
el pecho, dando saltos
el
corazón, inquieto anda.
Matarle
el rigor me manda;
la
voluntad no obedece,
pues si
la ira la endurece,
con su
presencia se ablanda.
Pero
venza la razón
y el
desprecio de mi ley.)
LISINIO: ¿Qué
aguardas?
IRENE:
Si el gusto es ley,
monarcas mis celos son.
Cobrarán satisfacción
con su muerte. Amor, no
hay más,
sujeto
a mi agravio estás.
Satisfacerle colijo.
CLORO habla en
sueños
CLORO: ¡Ay,
Irene!
IRENE:
(¿Irene dijo? Aparte
Pues
vuélvome un paso atrás.
Quien durmiendo sueña en mí,
no me querrá mal despierto,
ni es
bien que yo llore muerto
a quien
vivo el alma di;
mas,
¡muera!)
CLORO:
¡Qué! ¿Te perdí?
Irene
mía. ¿Qué? ¿Estás
ausente? Mal pago das
a quien
el alma te dio.
IRENE: (¿Suya
el César me llamó? Aparte
pues doy dos pasos atrás;
que si por suya me
tiene,
traidor
sera mi rigor
si da
muerte a su señor
quien a
darle el alma viene.
Con el
retrato de Irene
dormido
está cuando estoy
para
matarle. ¿Yo soy
amante?
¿Hay tal desvarío?
¡Vos
con el retrato mío!
Dos mil pasos atrás doy.
¡Mal haya el primero,
amén,
que las
armas inventó,
si
tengo de llorar yo
por ellas el mayor bien!
¡Afuera, ingrato desdén!
¡Fuera,
venganza atrevida!
que
quien ama tarde olvida,
y si lo
intenta, no acierta.)
Despierta, César, despierta,
que
está en peligro tu vida.
CLORO:
¡Válgame la cruz sagrada!
¿Qué voz el cielo me envía?
¡Irene
del alma mía!
IRENE: ¡Prenda
por mi bien hallada!
A
matarte vine airada,
pero
¿cuándo supo amor
ejecutar el rigor
en
presencia del que adora?
Contra
esta mano traidora
contra
su esposo y señor
Venga tu agravio en Irene.
CLORO: Si haré
con aquestos brazos,
que con
amorosos lazos
mi
ventura se previene.
IRENE: Lisinio
a matarte viene
y
Isacio, aunque el ser mi amante
le
disculpa.
CLORO:
¿Hay semejante
traición? ¿hay atrevimiento
igual?
LISINIO:
¡Oh, mujeres! ¡Viento
en la
inconstancia!
CLORO: Villano,
¿tú
contra mi? ¿Tú, tirano?
¿Y el
propuesto juramento?
LISINIO: El
verte seguir a Cristo,
de
Irene las persuasiones,
desleales ambiciones
me
obligan a lo que has visto.
CLORO: ¿Cómo
mi enojo resisto?
ISACIO: A tus
pies pido, señor,
perdón,
si basta el amor
a
disculpar mi delito.
IRENE: Si tu cólera limito,
perdona
a Isacio por mí.
CLORO: Yo le
perdono por ti,
que en
todo, mi bien, te imito.
Y a
ti, Lisinio traidor,
indigno
de mi corona;
que el
que injurias no perdona,
no se
llame emperador.
LISINIO: Dame
esos pies.
CLORO: Mi valor
se
venga de esta manera.
Darte
la muerte pudiera
que
piden tus tiranías,
pero las ofensas mias
no se
vengan. Oye, espera.
LISINIO: ¿Qué
mandas?
CLORO: Dos juramentos
hiciste, que has quebrantado.
Ya el
uno está perdonado,
y en él tus atrevimientos.
Con martirios y tormentos
los
cristianos perseguiste;
a
infinitos muerte diste,
asombro
siendo del mundo,
y el
juramento segundo
bárbaro
y crüel rompiste.
Bien
puedo yo perdonar
mis
agravios, pero no
los de
Dios, que me mandó
sus
contrarios castigar.
Vengan
en ti a escarmentar
desleales y crüeles,
y los romanos laureles
sepan
en mi desatino
que así
venga Constantino
la
sangre de sus Abeles.
Dale muerte
dentro
IRENE:
¡Matóle! ¡Heroico valor!
Pero es
justo aqueste pago
de mis servicios. ¿Qué estrago
hizo
jamás el rigor
yéndole
a la mano amor?
Refrenaron mis enojos
su
vista.
ISACIO: Leves antojos
te disculpan, enemiga.
IRENE: Nadie
que se venga diga
si ve a
su amante a los ojos.
Vanse
todos. Salen ELENA, MINGO, y JUDAS, con
azadas
ELENA: Cruz
divina, en quien adoro,
si yo
os hallo, si yo os veo,
rico
queda mi deseo,
infinito es su tesoro.
La
primera quiero ser
que
saque, mi cruz, la tierra
que
como mina os encierra.
Merézcaos mi dicha ver.
JUDAS: En
aqueste monte está,
conforme la tradición,
señora,
de mi nación.
MINGO: De
sepulcro os servirá
el
hoyo que hemos de abrir,
si no
parece, judío.
JUDAS: Que hemos de hallarla, confío.
ELENA: Ni el oro que ofrece Ofir,
mi
cruz, se iguala con vos,
ni las riquezas del Asia,
ni el cinamomo y la
casia,
que
sois árbol de mi Dios,
lleno de valor divino.
MINGO: Comencemos
a cavar.
ELENA: Haced
primero llamar
a mi
hijo Constantino;
no
pierda el precioso hallazgo
de esta
joya soberana,
pues en
ella el César gana
tan
ilustre mayorazgo.
MINGO:
Voyle a llamar; pero él viene,
trocando el cetro en azada.
Salen IRENE Y
CLORO con una azada
CLORO: Murió
el tirano, y mi espada,
hermosa
y querida Irene,
a
vuestros pies, si es capaz,
mi
bien, del que en vos encierra,
trueca
mi enojo y su guerra
en
vuestra amorosa paz.
IRENE: Con
tanto gusto la admito,
generoso emperador,
que en
fe de mi firme amor,
en
cuanto hacéis os imito.
La
cruz preciosa buscad,
que yo
desde aquí, con vos,
a
Cristo tendré por Dios
rendida
mi voluntad;
que
quien a un César obliga
a que
la tierra grosera
cave de
aquesta manera
y humilde sus pasos siga,
no es posible que no
tiene
fuerza
de Dios y valor.
CLORO: Echaste
el sello a mi amor,
discreta y hermosa Irene,
y si
idólatra te amé,
contra
nuestra ley tirana,
ya
agradecida y cristiana
sol de mis ojos te haré.
ELENA:
Hijo, solamente a vos
os aguarda
mi deseo
para
buscar el trofeo
y
triunfo eterno de Dios.
Con
ese humilde instrumento
mostráis mayor majestad
que con
él autoridad
de
vuestro imperio opulento.
Vamos los dos a este monte,
preñez
del parto que espero,
nacerá
el sol verdadero
que dé
luz a este horizonte.
Yo
he de dar, postrada en tierra,
la
primera azadonada.
CLORO: Si es,
madre y señora amada,
el
depósito esta tierra
del
tesoro que esperamos,
pidamos juntos los dos
favor a su fénix Dios.
ELENA: Bien
dices, hijo, pidamos.
CLORO:
Puente divina, en piélago profundo,
que
Dios franquea y pasa en mi reparo;
pendón
del cielo, e imperial labaro
del
Monarca divino sin segundo.
ELENA:
Báculo de Jacob, en quien me fundo
sustentar mi esperanza; Oriente claro,
antes
Ocaso, donde el pueblo avaro
hizo
ponerse el Sol, que alumbra el mundo.
CLORO: Arco
de paz, que venturoso adoro.
ELENA: Cátedra
donde Dios leyó de prima.
CLORO: Tálamo
del amor, feliz misterio.
ELENA:
Merezcamos hallar vuestro tesoro.
CLORO: Dadnos
la joya que mi suerte anima,
y
estableced con ella nuestro imperio.
Cavan, y suena
un gran ruido, y cae una montaña,
donde estarán las cruces, y canta
una VOZ
VOZ:
"Constantino, sólo a vos
se
reserva esta ventura.
Ésta es
la cruz que procura
vuestra
fe, cama de Dios."
CLORO: ¡Oh, misterio soberano!
¡Oh, celestial interés!
MINGO: Una buscáis, y son tres
las que halláis.
IRENE:
César cristiano,
derretida por los ojos
sale a
ver alegre el alma
este cedro, aquesta palma
que a
Dios tuvo por despojos.
ELENA: Sí;
¿pero cuál de ellas es
la cruz
en quien Dios derrama
su
sangre, y sirvió de cama
a su
muerte?
CLORO: Aquí están tres.
¿Cómo haremos experiencia
de la
que es joya infinita?
JUDAS: Si
vuestro Dios resucita
muertos
la misma excelencia
tendrá la cruz verdadera.
Manda traer un difunto,
y
aquella que diese al punto
vida al
muerto, que no espera,
en
tocándole, esas dudas
satisfará.
CLORO:
Buen consejo.
MINGO: Sin fe
le habéis dado, viejo;
mas
¿qué mucho si sois Judas?
CLORO: A
Lisinio muerte di
por
idólatra y traidor.
La cruz
le ha de dar favor
y vida.
Tráiganle aquí.
MINGO:
Vamos por él.
ELENA: ¡Palma santa
que
veros he merecido!
CLORO: ¡Que
tal ventura he tenido!
IRENE: ¡Que
por vos, divina planta,
salí
de la confusión
de la
ciega idolatría!
Traen a LISINIO muerto, sobre una
tabla
MINGO: Ya un
buitre, señor, quería
hacer
con él colación.
CLORO: La
cruz primera bajad,
y al
muerto pongan sobre ella.
JUDAS: Si
cobra la vida en ella,
yo tendré
por ceguedad
la
ley que el hebreo profesa
y la
sinagoga adora.
Yo seré
cristiano agora,
si tal
veo.
Toma MINGO la primera cruz
MINGO:
¡Oh, cómo pesa!
No la llevara un Sansón,
y más
si sube una cuesta.
¿Quieren apostar que aquésta
fue la
cruz del mal ladrón?
CLORO:
Ponelda encima los dos
del
difunto.
ELENA:
Dadnos luz
si sois
vos, divina cruz,
la que
dio abrazos en Dios.
MINGO:
¡Pardiós! Tan muerto se está
como su
agüelo. ¿Qué espera?
que
esta cruz ya salió huera.
CLORO: Sin
duda esotra será
el
árbol divino y santo.
Quitalda.
MINGO:
Yo bien decía
que del
mal ladrón sería
cruz,
señor, que pesa tanto.
Trae MINGO la segunda cruz
Pues
ésta no le va en zaga.
Dándome
va testimonio
que es
la cruz del matrimonio,
segun
pesa.
CLORO:
En ella se haga
la
experiencia apercibida.
ELENA: Pues en
la cruz dio a la muerte
muerte
Dios, por nuestra suerte
dad a
este muerto la vida,
si
sois vos, mi cruz, la cierta
en
quien se hizo aquesta hazaña.
MINGO: A la
primera acompaña.
IRENE:
¿Muévese?
MINGO:
Sí, a esotra puerta.
CLORO: Yo
he de traer la tercera,
que la
fe a ello me inclina.
Trae CLORO la cruz de Cristo
ELENA: Esfera
de Dios divina,
si sois
la verdadera,
sacadnos de aquestas dudas.
JUDAS: Si ella
tal milagro hiciese,
sería
ocasión que viese
el
mundo cristiano a Judas.
CLORO:
Árbol que en el paraíso
de vida
da fruto eterno,
en quien el racimo tierno
su
licor exprimir quiso,
mostrad agora que en vos
nuestra
ventura hemos visto.
Pónenla sobre LISINIO, y éste
resucita
LISINIO: No hay
más Dios que Jesucristo.
Cristo es verdadero Dios.
JUDAS: Y yo
cristiano desde hoy.
IRENE: Yo la
ley de Cristo sigo.
CLORO: Yo de
sus glorias testigo.
ELENA: Y yo
mil gracias le doy.
LISINIO: Yo
con penitencia larga,
cruz,
por vos adquiriré
el bien
que perdí sin fe.
ELENA: Mi
devoción, cruz, se encarga
de
haceros un templo tal,
que no
iguale a vuestra iglesia
la
antigua fábrica Efesia,
ni el
de Delfos le sea igual.
CLORO:
Llevémosla entre los dos
al
Calvario, donde esté,
pues en
él, señora, fue
el
triunfo y muerte de Dios.
ELENA: Con
vuestro hallazgo, soberana planta,
granjeó nuestra dicha la riqueza
de más
valor, más precio y más grandeza
que de
Alejandro Grecia finge y canta.
CLORO: Yo,
señal misteriosa y sacrosanta,
os
pienso colocar en mi cabeza,
cifrando en vos mi imperio y fortaleza,
dando a
mis sucesores dicha tanta.
ELENA: No
os tiene que dejar, preciosa oliva,
palma,
cedro y laurel, mi justo celo,
pues
deposito en vos el bien que he visto.
IRENE: La
cruz de Cristo viva.
TODOS: ¡La Cruz
viva!
CLORO:
Caballero de Gracia, Iris del cielo.
TODOS: ¡Viva
la cruz adonde murió Cristo!
CLORO: Ya su
hallazgo habéis visto.
A su
triunfo os convida
y demos
fin al árbol de la vida.
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