ACTO PRIMERO
Salen don
RODRIGO y CHINCHILLA
CHINCHILLA:
¡Gracias á Dios, señor mío,
que ha
permitido que pises
tierra
en flamencos países.
RODRIGO: Mala
bestia es un navío.
CHINCHILLA: Más
que mula de alquiler,
si
furiosa se desboca;
pero,
en fin, anda con toca
lo que
tiene de mujer
la
deshonra.
RODRIGO:
Por la vela,
la
llamas mujer tocada.
CHINCHILLA: Y
porque cuando le agrada,
le
sirve el viento de espuela.
Da
al diablo tal caminar;
que si
una vez tira coces,
no
servirá el darle voces,
ni te
podrás apear
mientras le dura el enojo
sino que a la primer suerte,
con ser
tan seca la muerte,
has de morir en remojo.
No hayas miedo, aunque
lo mandes,
que me
mezca la Fortuna
segunda
vez en su cuna.
RODRIGO: Ya estamos cerca de Flandes.
Términos parte con él
y con
la antigua Alemaña
esta
apacible montaña.
CHINCHILLA: Flandes
todo es un verjel.
RODRIGO: Cómo
lo sabes?
CHINCHILLA:
Así
se nos
vende en nuestra tierra
en
lienzos. Allí una sierra;
un
ameno valle aquí,
y en
él dos gamos corriendo,
que tambien corren en Flandes
gamos pequeños y grandes,
vanle tres galgos siguiendo,
y al trasponer de una
cuesta,
le
atajan dos caballeros
mostrando en él sus aceros.
Luego,
con música y fiesta,
dos damas de cardenillo,
oyendo el amor sutil
de un galán de peregil
con un
coleto amarillo,
que
asentado en una puente,
a falta
de silla o poyo,
por donde
corre un arroyo
del
orinal de una fuente,
en
servirlas se desvela.
Luego
en un jardín están
tres
damas con un galán,
que
tocando una vihuela
las
entretiene despacio,
porque
el sol no las ofenda,
mientras sacan la merienda
de un
almagrado palacio
con
su puente levadiza,
seis
torres y cien ventanas.
Acullá
lanzan pavanas,
que un
flamenco soleniza...
Por
cualquier parte que andes,
todo es
fuentes y frescura.
Esto es
Flandes en pintura,
y por
esto, no hay más Flandes.
RODRIGO: No sabes tú lo que va
de lo
vivo a lo pintado.
CHINCHILLA: A Flandes hemos llegado;
no nos llores duelos ya.
RODRIGO: Si
en él no nos va más bien
que en
Madrid, ¡buena venida
hemos hecho, por mi vida!
CHINCHILLA: Calla,
y esperanza ten,
que
si eres hijo menor,
y como
tal, maltratado
de un
mayorazgo felpado,
rico
por ser el mayor,
le
heriste, con la licencia
que da
un hablar descortés,
de hermanos segundos es
Flandes valerosa herencia.
¿No traes cartas de
favor
para el
archiduque?
RODRIGO:
Sí;
mas
basta ser para mí...
CHINCHILLA: ¿Pues de qué tienes temor?
RODRIGO: No
está el archiduque en Flandes.
CHINCIHLLA. ¡Muy buen despacho, por Dios,
para no tener los dos
un
cuatrín!
RODRIGO: Desdichas grandes
me persiguen estos días.
No hay remedio. ¿Qué he de hacer?
CHINCHILLA: Si
pudiéramos comer
desdichas tuyas y mías,
no
echáramos el dinero
menos;
porque con mandar
a la
huéspeda guisar
cuatro
desdichas, primero
que
aquellas se digirieran,
si hay
para ellas digestión,
porque
hubiera provisión,
otras tantas acudieran,
y comiéramos los dos
desde hoy más nuestras
desdichas.
RODRIGO: ¿Tantas
tengo?
CHINCHILLA:
A ser salchichas,
a
vernos viniera Dios.
RODRIGO: No he de ser en todas partes
desdichado.
CHINCHILLA:
Ni hay lugar
donde
no sepa llegar
con sus
agüeros un martes.
Si
caminaran a pie
las
desgracias, imagino
que por
huír las de un camino,
no nos
siguieran.
RODRIGO: No sé,
aunque a Monblán he llegado,
dónde
me pueda hospedar.
CHINCHILLA: Si no
tienes que gastar,
vamos
al mesón del prado.
RODRIGO: ¿Es
tiempo de burlas éste?
CHINCHILLA: ¿Pues
de qué quieres que sea?
RODRIGO: Cuando
algún noble me vea
podrá
ser que dé o que preste.
CHINCHILLA:
¿Preste aquí? ¡Vocablo extraño!
Los
negros lo entenderán
que
sirven al Preste-Juan.
Un
preste hace tanto daño
como
tiña o pestilencia.
De
peste a preste verás
que hay
una letra no más.
En tan
poca diferencia,
nadie se querrá apestar
por
prestar.
Sale ROBERTO,
hablando para sí en el fondo del
teatro
ROBERTO:
Tarde he venido.
El
tiempo me ha detenido.
Él me
puede disculpar.
Pero
-- ¡cielos! -- ¿no es Otón
éste
que a los ojos tengo?
A
famoso tiempo vengo.
Llego a
hablarle, que es razón.
Pero
no; a su padre quiero
pedirle
de su venida
las
albricias.
Vase ROBERTO
CHINCHILLA:
Por mi vida,
que
para estar sin dinero,
es
nuestra flema muy buena.
Busquemos
una hostería,
pues si
en ella el patron fía
sobre
prendas cama y cena,
hombre eres de muchas prendas,
pues que tu nombre y
blasón
es don
Rodrigo Girón.
Sobre ellas, pues no hay qué vendas,
cenarás.
RODRIGO:
Ya que he venido
a
Flandes desde mi tierra,
serviré
al rey en la guerra;
que el
noble que es bien nacido,
sólo por sus hechos medra,
y con fama celebrada
saca
fruto de la espada
como
Moisés de la piedra.
Salen LIBERIO,
CLAVELA, LUCRECIA, y ROBERTO.
Hablando
LIBERIO con ROBERTO al salir
LIBERIO: ¿Otón?
ROBERTO:
Otón digo que es.
LIBERIO: Si él
fuera, ya hubiera entrado.
¡Mas él es! ¡Ay hijo amado!
Llegándose a
don RODRIGO
Dame
los brazos. Ea pues,
deja
a la naturaleza
hacer
su oficio de amor.
RODRIGO:
¡Habláis conmigo, señor?
LIBERIO: ¡Pues
con quién? ¡Buena simpleza!
¿Qué
dudas? Dame los brazos.
RODRIGO: Darélos
por cortesía.
Abrázale
LIBERIO: ¡Hijo mío! ¡Prenda mía!
Vuelve y dame más abrazos.
Clavela, abraza a tu
hermano.
CHINCHILLA: (Hecho
me quedo un baulón.) Aparte
CLAVELA: Llegad
y abrazadme, Otón.
RODRIGO: Ya soy
quien en eso gano.
Pero...
Habla
CHINCHILLA aparte a su amo
CHINCHILLA:
Llega, majadero,
y deja
peros ahora.
RODRIGO: Alto,
abrazadme, señora.
Abrázala
CHINCHILLA: (Ése sí
que es lindo pero.) Aparte
A LUCRECIA
LIBERIO:
Prevéngase su aposento
y
cena.
Vase LUCRECIA
CHINCHILLA:
Si hay qué comer,
vamos.
(Dios nos vino a ver.) Aparte
LIBERIO: Loco me
tiene el contento.
RODRIGO: ¿Qué
es esto, señora mía?
Señor,
¿qué es lo que decís?
Aparte a su amo
CHINCHILLA: Calla.
CLAVELA:
¿Que aún os encubrís?
RODRIGO: (¿Hay mas extraña porfía?) Aparte
Yo llego
en esta ocasion
desde
Castilla...
LIBERIO:
No quiero
saberla. Entremos primero;
que en
buena conversación,
después de alzada la mesa
nos
diréis ese suceso.
RODRIGO:
Señores...
Aparte a su amo
CHINCHILLA:
¿Estás sin seso?
¿De
esta ventura te pesa?
Hallas aquí padre y madre,
qué
comer y qué cenar,
cuando
acabas de llegar
sin
blanca; llámase padre
tuyo
un viejo, que en cajones
para
que vivas triunfando,
le
deben de estar maullando
gatos
llenos de doblones,
y
escúsaste, mentecato?
Di que
eres Otón, Enrico,
Baldovinos, mono, mico,
Herodes
y Mauregato.
LIBERIO: Si
el temor de la desgracia
que de
aquí te hizo huír,
hijo, te
obliga a fingir,
no
temas.
RODRIGO:
(¿No es linda gracia Aparte
aquésta?)
LIBERIO:
Porque Roberto
está
delante de ti,
¿te
disimulas así?
CHINCHILLA: Sí, por
eso se ha encubierto.
LIBERIO: Ya
no tienes que temer.
Cortó
el cielo en años breves
la vida
al duque de Cleves.
Viuda
queda su mujer,
moza, rica, y por su dote
condesa de Oberisel.
CHINCHILLA
habla aparte a un lado con don
RODRIGO
CHINCHILLA: Señor,
acota con él,
o no
cenarás gigote.
RODRIGO:
¿Pues qué he de hacer?
CHINCHILLA: Consentir,
comer, conversar, contar,
y a
veces disimular,
porque
te importa vivir.
Llegó una noche a una venta
un
licenciado sin cuarto,
ni
blanca. Estaba de parto
la
ventera, y no había cuenta
de
darle por ningún precio
un
bocado de cenar,
ni cama
en que se acostar,
porque
era el parto muy recio,
y
traía alborotada
la venta.
Llegóse y dijo
el
estudiante, "De un hijo
la
ventera está preñada.
Si
quieren que luego pára,
tráiganme tinta y papel,
y un
ensalmo pondré en él
de virtud notable y rara."
Escribió solos dos
versos.
Cosiólo
en un tafetán.
Sacáronle vino y pan
y otros manjares diversos.
Diéronle paja y cebada
a la
bestia. Parió luego
la
ventera, mas no a ruego
de la
oración celebrada.
Partióse, sin guardar cosa,
el
estudiante, estimado
de
todos y regalado.
La
huéspeda, codiciosa
de ver lo que contenía
la tal
nómina o papel
tan
dichoso que con él,
cualquier preñada paría,
abriólo, y vio en él escrito
"Cene mi mula, y cene yo,
siquiera
pára, siquiera no."
Y
riyeron infinito.
Si
padre y madre has hallado,
cene mi
amo y cene yo,
siquiera sea, siquiera no,
tu
padre, agüelo o cuñado.
LIBERIO: Ea,
hijo, ¿que dudáis?
CLAVELA:
Hermano, ¿qué os detenéis?
RODRIGO: Con la
salva que me hacéis,
pues
todos me aseguráis,
no
es bien que mi fingimiento
dure
más. Vuestro hijo soy.
Sale LUCRECIA
LIBERIO: Otras
mil veces te doy
los
brazos.
A LUCRECIA
¿El aposento
está
prevenido?
LUCRECIA: Está,
y la
cena que se enfría.
RODRIGO: Vamos pues,
hermana mía.
CHINCHILLA:
(Hermana carnal será.) Aparte
LIBERIO:
Lucrecia, ten tú cuidado
con
éste... ¿Cómo os llamáis?
CHINCHILLA:
Chinchilla, porque os sirváis
de mí.
RODRIGO: Es muy leal crïado.
LIBERIO: No
llevaste, di, ninguno
de esta
ciudad?
RODRIGO: Señor, no.
CHINCHILLA: En
Madrid me recibió
un
viernes, día de ayuno,
que
ha que dura un año entero.
¡Mire
qué extraño rigor!
Mas no
hay ayuno peor
que el
ayuno del dinero.
LIBERIO:
Entrad, hijo, y descansad.
Aparte a su amo
CHINCHILLA: ¡Ah,
don Rodrigo! Chitón.
LIBERIO: Hija, a
vuestro hermano Otón
le dad
la mano, y entrad.
Vanse don
RODRIGO, CLAVELA, LIBERIO y ROBERTO; y al
entrarse
LUCRECIA la detiene CHINCHILLA
CHINCHILLA: Ce,
si sabe el a, b, c,
que
2sta es la tercera letra;
aunque
la mujer penetra
otra
mejor, que es la d.
Dígame, doña rolliza,
su
nombre.
LUCRECIA:
Lucrecia.
CHINCHILLA: Basta.
¿Es
Lucrecis por ser casta?
LUCRECIA: No,
sino por ser castiza.
CHINCHILLA:
Dígame, ¿por qué ocasión
nuestro
dueño se ausentó,
y
cuándo huyendo salió
de
aquesta insigne región?
Que
yo no supe hasta aquí
que era de Flandes, ni el nombre
de
Otón. Por un gentilhombre
de
Nápoles le serví,
y se
llamaba Lisardo.
Sáqueme
de aquesta duda,
recetaréle una muda
para ese rostro gallardo.
LUCRECIA:
¿Impórtale mucho?
CHINCHILLA: Quiero
saber
de esto la maraña;
que
como vengo de España,
por
saber cosas me muero.
LUCRECIA: Pues
sepa, y estéme atento,
que
Liberio, mi señor,
es un
hombre de valor,
de
hacienda y merecimiento.
Tiene una hija doncella,
que es
Clavela. Ya la vio.
CHINCHILLA: No es
mocosa.
LUCRECIA:
No acertó.
Tiene
una falta.
CHINCHILLA: ¿Es doncella?
LUCRECIA: Sí.
CHINCHILLA:
Pues que tú lo autorizas,
falta
es, y más si hay engaño,
porque
hay mujeres hogaño
como
puentes levadizas.
LUCRECIA:
Tiene un hijo, que es Otón,
pues
que ya sabes su nombre.
CHINCHILLA: Y no
tiene falta el hombre
en
talle ni discreción.
LUCRECIA: Este tal habrá tres años
que en
una casa de juego
mató un
hombre, y huyó luego.
CHINCHILLA:
¡Peligros del mundo extraños!
Pero
¿por qué le mató?
Aunque
en el juego se ofrecen
mil cosas que lo merecen.
LUCRECIA: No fue
por el juego.
CHINCHILLA: ¿No?
Prosigue pues con tu cuento.
LUCRECIA: Entró
en los trucos un día
al
tiempo que se decía
un
lijero pensamiento
de
su hermana y un privado
de
Carlos, duque de Cleves
parando
palabras leves
en
obras...
CHINCHILLA:
Está obligado
a no
hablar el que pretende
tomar
venganza, y la toma.
La
honra es ley de Mahoma,
que con
armas se defiende.
LUCRECIA:
Hirió al privado de muerte,
y
temiendo la venganza
del
duque y de su privanza,
escogió
por mejor suerte
el
ausentarse de aquí.
CHINCHILLA: Hizo
bien.
LUCRECIA: Murió el de Cleves,
mudándose en tiempos breves
las cosas...
CHINCHILLA: Siempre es así.
LUCRECIA:
Quedó viuda la condesa,
y por
no estar bien casada,
el
segundarlo la enfada
y solo
el luto profesa,
aunque príncipes y grandes
no dejan
de pretendella,
viéndola muchacha y bella,
y que
en lo mejor de Flandes
es
dote suyo el condado
de
Oberisel, sin que quede
hijo
alguno que lo herede.
CHINCHILLA: Sin
hueso es ese bocado.
LUCRECIA:
Después que el duque murió,
no hay
quien la venganza pida
a Otón.
CHINCHILLA:
¡Dichoso homicida!
LUCRECIA: Que
aunque en Monblán quedó
un
hermano suyo, y tal,
que de
él la condesa fía
su
hacienda y casa, y podría,
por ser
hombre principal
serle de harto daño a Otón,
Amor
que a imposibles vuela,
le
enamoró de Clavela;
y es de
modo su afición,
y lo
que a Otón ha deseado,
que ha
de dar envidias grandes,
cuando
sepa que está en Flandes.
CHINCHILLA: A buen
tiempo hemos llegado.
Y ¿llámase
el tal amante
de
Clavela...?
LUCRECIA:
Pinabel.
CHINCHILLA: ¿Buen
talle?
LUCRECIA:
No hay falta en él.
CHINCHILLA: Antes
que pase adelante,
¿qué
hay de mi amor?
LUCRECIA: ¿Qué sé yo?
CHINCHILLA: ¡Ay
fregatriz! Ese gesto
me ha
enamorado.
LUCRECIA: ¿Tan presto?
CHINCHILLA: Mucho
ha que me enamoró
el
romance de Lucrecia;
y si
viviera Tarquino...
LUCRECIA ¿Qué?
CHINCHILLA:
Viviera; mas convino
que
muriese. Acaba, necia;
que
tú y yo habemos de ser
en
excomunicación,
como el
papel y el borrón,
que no se deja raer.
¿Hay
ya voluntad?
LUCRECIA: Tantica.
CHINCHILLA: ¡Qué
buenos carrillos! Hinche.
LUCRECIA: ¡Ay qué
Chinchilla y qué chinche!
CHINCHILLA: Chinche
que pica.
LUCRECIA: Y me pica.
Vase LUCRECIA.
Sale RODRIGO
RODRIGO: Si
la historia de Amadís
verdad
pudiera haber sido,
si me
hubiera convertido,
Chinchilla, en don Belianís,
pudiera
ser que entendiera
que
andando yo enamorado,
llegué
a un castillo encantado,
mudándome una hechicera
talle y cara; mas no es vana
esta
historia, si lo fue
esotra, pues que ya hallé
aquí
padre y una hermana.
CHINCHILLA: Un
conde Partnuplés
eres.
RODRIGO:
Entra y lo verás.
CHINCHILLA: Alegre
y ufano estás.
RODRIGO: No
quisiera que después
pagáramos por entero.
CHINCHILLA: ¿Cómo?
RODRIGO:
Si me han recebido
aquí
por Otón fingido
y
viniese el verdadero,
¿qué
he de hacer?
CHINCHILLA: Ya se habrá muerto.
RODRIGO: Además
de que no sé
la
causa por que se fue.
CHINCHILLA: ¡Donoso
temor por cierto!
De
todo estoy informado;
Lucrecia lo desbuchó.
Ya sé
por qué y cuándo huyó
tu original o traslado.
Vámonos a pasear;
que si
has cenado, bien puedes,
no nos oigan las paredes,
que aun ellas saben soplar.
RODRIGO: ¡Ay qué Clavela, oh Chinchilla!
Qué amor, qué conversación!
Qué cara, qué discreción!
CHINCHILLA: ¿Hale
dado ya papilla?
¿Hay
babera?
RODRIGO:
No me pesa
del
parentesco que he hallado
aquí.
CHINCHILLA:
Habránte preguntado
muchas
cosas sobre mesa.
RODRIGO:
Muchas.
CHINCHILLA:
Y tú respondido
Ad
Galatas?
RODRIGO:
Por no dar
con
todo en tierra, y quedar
descubierto y conocido,
les
dije que me dolía
la
cabeza, y que después
respondería.
CHINCHILLA:
Ésa es
discreta bellaquería;
mas
¿cómo te has escapado
de los
dos?
RODRIGO:
Envió por ella,
por lo
que gusta de vella,
la
condesa de este estado.
CHINCHILLA: Es
una viuda gentil,
según me
han dicho, señor.
¡Ojalá
te hiciera amor...!
RODRIGO: ¿Qué?
CHINCHILLA:
Aforro de su monjil.
Ven,
y daréte razón
de lo
que quieres saber.
RODRIGO: En fin,
¿que Otón he de ser?
CHINCHILLA: O
ayunar, o ser Otón.
Vanse los
dos. Sale la CONDESA, con unas cartas,
CASIMIRO,
PINABEL, y FLORO. La CONDESA
habla a
CASIMIRO
CONDESA: ¡Que
mi hermano, el duque Arnesto
con el
conde Casimiro
quiera
casarme, y para esto
me
escriba con vos! Me admiro.
Para
casarme es muy presto.
Un
año ha que visto luto
por mi
esposo y vierto llanto
que no
tiene el tiempo enjuto;
y no es
bien, cuando él es tanto,
hacer
agravio a su luto.
Viuda soy, moza y mujer,
con un
condado a mi cargo,
que,
aunque sola, podrá ser
que con
el discurso largo
del
tiempo, venga a tener
para
regirle prudencia;
y
cuando ésta me faltare,
no está
lejos su presencia,
con que
los daños repare
de mi
poca suficiencia.
Cuanto y más que mis vasallos
no se
quejan hasta ahora
de que
no sé gobernallos;
que al
fin, como su señora
legítima, sé estimallos.
Pues
yo no tengo heredero,
no le
estará a Arnesto mal
serlo
mío. Al fin, no quiero
dar en
el mundo señal
de que
fue el amor ligero;
que
tuve al duque de Cleves,
mi señor,
mientras vivió.
Esto
quiero que le lleves
por
respuesta.
CASIMIRO:
¿Con un "no"
a dar
la muerte te atreves
a un
enfermo, que contando
los
términos de su vida,
el
"sí" dulce está aguardando,
la
esperanza entretenida
entre
las dudas de un "cuando"?
Por
los dos puedes traer
el luto
que has escogido,
y vendrá,
señora, a ser
por un
esposo fingido,
y otro
que lo quiso ser.
Mal
pagas la voluntad
de
Casimiro, a quien llevo
el fin
de su verde edad.
CONDESA: Si no
pago como debo
al
conde la voluntad,
por
no quedar obligada
a
pagarla, no la admito.
Yo he
quedado escarmentada,
y con
deseo infinito
de no
vivir mal casada;
y así el conde que encareces,
busque
a su contento esposa,
haciendo sus ojos jueces;
porque
el casarse no es cosa
que se
ha de probar dos veces.
Aquesto escribo a mi hermano,
y
aquesto propio le di.
CASIMIRO: Mira,
señora, que es llano
que si
le niegas el sí
de tu
idolatrada mano,
ha
de arriesgar, aunque ofenda
el Amor
que es su homicida,
su estado, porque se entienda
que
quien arriesga la vida
por ti,
arriesgará la hacienda.
Mira
que te ha de cercar
en
Monblán.
CONDESA:
No me amenaces;
que quien no puede obligar
a la
voluntad con paces,
con
guerra no ha de bastar.
CASIMIRO: Por
rogártelo tu hermano...
CONDESA: Que no
hay ruegos para mí.
Pártete; acaba.
Desviándose y
hablando aparte con
FLORO
CASIMIRO: ¡Qué en vano,
colgada
el alma de un sí,
di
entrada al Amor tirano!
¡Ay
cielo!
FLORO:
¿Qué hemos de hacer?
CASIMIRO:
¿Qué? ¡Morir, desesperar.
rabiar,
sentir, padecer!
FLORO: Mucho
puede el porfiar;
pero
date a conocer;
que
si a ver si su belleza
igualaba con su fama
veniste,
si Amor empieza
a dar
materia a tu llama
y
principio a su flaqueza,
el
saber que tú has venido,
quizá
le dará cuidado;
que si
ausencia causa olvido
en el
amante obligado,
¿qué
hará en el no conocido?
CASIMIRO: No,
Floro; que Amor desnudo
con las
armas suele hacer
lo que
sin ellas no pudo.
A
Monblán he de volver
cuando
en el silencio mudo
esté
el descuido acostado.
Mil
tudescos, como sabes,
en
escuadrón concertado
traigo,
que serán las llaves
de su
alcázar torneado.
Seré
esta noche con ellos
de
aquesta Troya Sinón,
y de
sus despojos bellos
otro
Paris.
FLORO:
La Ocasión
te dé, señor, sus cabellos.
Vanse CASIMIRO
y FLORO
CONDESA: Nadie espere, Pinabel,
tener
de mi esposo nombre,
pues
murió el duque con él;
que en
la libertad de un hombre
libre,
soberbio crüel,
no
estriba bien la flaqueza
de una mujer, a quien ves
con
mocedad y riqueza
porque
es locura el ser pies
la que
puede ser cabeza.
Cansada de estar casada
estoy.
¡Gracias a los cielos,
que no
lloro despreciada,
ya
desdenes, ya desvelos
de una
afición mal pagada!
Si
en el conyugal amor
hubiera
penas iguales
para el esposo agresor,
y sus obras desleales
tocaran en el honor,
como las de una mujer,
perseverara en los dos
el
recíproco querer;
pero
que en la ley de Dios
iguales
vengan a ser
los
delitos del marido
y la
esposa; y que en el suelo
haya el
vulgo establecido
venganza en leyes del duelo
para el
esposo ofendido,
y no
para la mujer.
Ésa es terrible
crueldad,
suficiente a deshacer
a amor,
que sin igualdad,
no sabe
permanecer.
PINABEL: Dios
conserve a vuexcelencia
en esta
opinión honrada,
que es
digna de su prudencia.
CONDESA: El ser
dos veces casada
juzga
el mundo a incontinencia.
Yo
viviré con cuidado
de no
adquirir este nombre.
PINABEL: Si no
hay gobierno alabado
en una
casa sin hombre,
¿qué
hará donde hay un estado?
CONDESA:
Hombre tiene, Pinabel,
aquesta
ciudad en vos,
para
regirse por él;
y
gobernando los dos,
seguro
está Oberisel.
PINABEL: A
vuestra excelencia beso
los pies por tanto favor.
CONDESA: De
vuestra prudencia y seso
conozco
el mucho valor,
y sé
que en cualquier suceso
no
hará falta el duque muerto
de
quien fuisteis tan querido.
PINABEL: Si a
servir, señora, acierto
a
vuexcelencia, habré sido
muy
dichoso.
CONDESA:
Aquesto es cierto.
PINABEL: Y
para poderlo hacer
mejor, pues que vuexcelencia
casada
no quiere ser,
la
vengo a pedir licencia...
CONDESA: ¿Es
para elegir mujer?
PINABEL: Es
para que intercesora
vuexcelencia sea con ella.
CONDESA: Es muy hermosa?
PINABEL: Señora,
en
vuestra presencia bella
no
puede serlo el aurora;
mas
de vos abajo, vuela
su fama
por todo Flandes.
CONDESA: ¿Quién
es?
PINABEL:
Clavela.
CONDESA: ¿Clavela?
Méritos
tiene muy grandes;
pero en
eso ¿qué recela
vuestro amor? ¿No fue homicida
su
hermano del vuestro?
PINABEL: Fue
el que
le quitó la vida,
y con
su hacienda heredé
su
amor. Quiero que le pida
a su
padre. Vuexcelencia,
le
mande me dé la mano;
y usando de su clemencia,
alce el
destierro a su hermano,
sin
hacerle resistencia.
CONDESA:
Enviadlos a llamar.
PINABEL: Ya,
señora, eso está hecho
y poco
pueden tardar
los
dos.
CONDESA:
En vuestro provecho
sois
vigilante.
PINABEL:
En amar
¿quién no lo es?
CONDESA: La elección
que
habéis hecho me contenta,
que en belleza y discreción
Clavela
la fama aumenta
de la
flamenca nación.
PINABEL: Ella
misma entra, señora,
a estimar y agradecer
tal merced.
CONDESA:
Intercesora
con
ella os tengo de ser,
pues
que tanto os enamora.
Salen LIBERIO,
CLAVELA, y LUCRECIA
LIBERIO: En
que tenga vuexcelencia
memoria
de nuestra casa
y nos traiga
a su presencia,
todos
los límites pasa
nuestra
dicha.
CONDESA:
La experiencia,
Liberio, que resplandece
en vos,
que tenga memoria
de
vuestras canas merece,
y de
Clavela, que es gloria,
que
como sol resplandece.
CLAVELA: Por
no quedar corta, callo,
estimando la ventura,
que en
vos, gran señora, hallo.
CONDESA: No es
bien que tanta hermosura,
y tan
prudente vasallo,
deje
de participar
de mi
privanza y favor;
y que
toda esta ciudad
estime
vuestro valor
y alabe
vuestra beldad,
y
yo, que soy su señora,
no la
goce.
CLAVELA:
Mi vergüenza
responderá por mí ahora.
PINABEL: Su
rostro hermoso comienza
a
imitar la blanca aurora.
CONDESA: Ya
sé que el dar muerte Otón
a
Enrico, de Pinabel
hermano, fue la ocasión
que perdiésedes por él
el favor y estimación
que el duque, que
tiene Dios,
hizo en
negocios de peso,
Liberio
noble, de vos;
pero
aquel triste suceso
podéis
convertir los dos
en
un pacífico estado,
como
queráis. Pinabel,
en vez
de estar agraviado
y pedir
venganza de él,
que
alcance me ha suplicado
le
dé Clavela la mano.
Ya
sabéis que por la suya
regirse
mi estado es llano;
y para
que restituya
la paz a su muerto hermano
Liberio, el modo mejor
y más
común, es juntar
prendas
de sangre y amor,
de
quien puede resultar
tanta
nobleza y valor.
Pues yo intercedo, no creo
que
habrá aquí dificultad.
LIBERIO: Cuando
en tan dichoso empleo
faltara
la calidad
y la
nobleza que veo
en
Pinabel, gran señora,
y no
interesara yo
su
amistad y paz que ahora
a tan
buen tiempo llegó,
basta
ser intercesora
vuexcelencia para hacer
de
nosotros a su gusto.
No tengo
qué responder.
Sólo,
si os parece justo,
será
con el parecer
de
Otón, mi hijo, que está
en
Monblán.
PINABEL:
¡Válgame el cielo!
CONDESA: Si es
discreto, él lo tendrá
por
bien.
LIBERIO:
Comunicarélo,
y él
vendrá, señora, acá
a
besar a vuexcelencia
los
pies.
CONDESA:
Clavela, ¿no habláis?
CLAVELA: Si está
dada la sentencia
en el
pleito que tratáis,
gran
señora, en la presencia
de
mi padre, ¿qué he de hablar?
Serviros sólo apetezco.
CONDESA: Venid,
que os quiero enseñar
mi alcázar.
Vanse todos,
menos PINABEL
PINABEL:
Si es que merezco,
Amor,
el cielo gozar
de
tan bella perfección,
términos acorta y plazos;
que es
muerte la dilación
de sus amorosos lazos.
Voy a ver y hablar a Otón.
Vase. Salen don RODRIGO y
CHINCHILLA
RODRIGO: ¿Hay
sucesos semejantes?
CHINCHILLA: Cuando
los llegue a saber
Madrid,
los ha de poner
en sus
novelas Cervantes.
Aunque en el tomo segundo
de su
manchego Quijote
no
estarán mal, como al trote
los
lleven por ese mundo
las
ancas de Rocinante,
o el
burro de Sancho Panza.
RODRIGO: Basta,
que la semejanza
de este
Otón, tan importante
para
mi necesidad
y
aumento de los cuidados,
hoy
libres y enamorados,
tiene
toda la ciudad
engañada y persuadida
que soy
Otón.
CHINCHILLA:
Lindo cuento
es
llegar de ciento en ciento
a darte
la bienvenida,
y
decir uno espantado,
"¿Cómo no me conocéis,
si ha
tantos años que habéis
mi lado
y mi casa honrado?"
Y
otro decir, "No entendiera
que con
tanta brevedad
las
leyes de la amistad,
Otón,
el tiempo rompiera."
Y
tú, mascando entre dientes
ambiguas satisfacciones,
como
quien reza oraciones,
dar los
brazos a parientes
que
en toda tu vida viste.
RODRIGO: Con todos cumplo callando,
lo que
dicen otorgando.
Tú en
aquesto me metiste.
¿Qué
he de hacer?
CHINCHILLA: El callar sabe
vencer.
No ha faltado loco
que, viéndote hablar tan poco,
dijo, "¡Qué necio y qué
grave
que
viene el señor Otón! "
Yo
respondí, aunque lacayo
"Como Otón no es papagayo,
no
habla aquí de ostentación,
ni hay pena para los
mudos."
Mas
nada hubo como ver
el
llegarte el mercader
a pedir
los cien escudos
y
tú, muy disimulado,
decir,
"No penséis, señor,
que como el mal pagador,
de la
deuda me he olvidado.
Venid a casa mañana;
que mi
padre os los dará."
RODRIGO: En esto
estoy puesto ya.
La
hermosura de esta hermana
en Monblán me ha detenido;
que si
no, yo deshiciera
con mi
ausencia esta quimera.
CHINCHILLA: ¿Háte
Cupido escupido?
RODRIGO:
Desmandados pensamientos
han
dado en ser estudiantes,
y como son principiantes,
andan
en los rudimentos.
Pero
en escuelas de Amor,
con
poca dificultad
alcanza
en su facultad
borla y
grado de doctor
quien, para que no se excuse,
el alma
ofrece en propinas.
CHINCHILLA: Ya
parece que declinas
con
Clavela a musa, musae;
pero
no querrás pasar
con el
estudio adelante,
por más
que seas estudiante.
Si
llegas a conjugar
con
ella...
RODRIGO:
No sé, por Dios,
lo que
te responda en eso;
que es
hermosa te confieso.
CHINCHILLA:
¡Noramala para vos!
Sale PINABEL
PINABEL: Los
brazos que a la venganza
pudieran dar otro tiempo
debida
satisfacción
y
muerte al atrevimiento,
por el
amor enlazados
que a
prendas del alma tengo,
y de
quien vos sangre sois,
para
abrazaros ofrezco.
Seais,
Otón, bien venido.
RODRIGO: ¿Qué es
esto, señor? Teneos.
Hablan aparte
don RODRIGO y
CHINCHILLA
Chinchilla,
huyamos de aquí;
que
cada instante me veo
en un
mar de confusiones.
CHINCHILLA: Con la
industria y el silencio
podrás
salir bien de todo.
Disimula, si eres cuerdo.
PINABEL: Si pesadumbres pasadas,
que en
paces trocar deseo,
os
obligan a no hablarme,
rompe
al enojo el velo;
que en
mí no bastan agravios
de un
hermano, por vos muerto,
a que, olvidadas pasiones,
no os
salga, Otón, al encuentro.
Los
cielos quieren que sea
amigo y
pariente vuestro;
no
neguéis a Pinabel
lengua
y brazos.
Aparte a su amo
CHINCHILLA:
Ya di en ello.
Éste
es, señor, el hermano
de
aquel muerto caballero,
causa
de ausentarse Otón,
y de
todo este embeleco.
Háblale
y dale los brazos;
pues ya te he contado el cuento
de la
historia.
RODRIGO:
Pinabel,
si he
dudado en responderos,
la
novedad lo ha causado
que en
vuestras palabras veo,
aguardo de vuestras obras.
¡Gracias a Dios y a los tiempos,
que
mudan las voluntades!
Abrázale
PINABEL: La
priesa de mis deseos
atropella las palabras.
Sabed
que el Amor, tercero,
entre
enojos criminales,
eternas
paces ha puesto
en
pasiones ya olvidadas
y
hablando claro, yo quiero
a
vuestra hermana Clavela
tanto,
como al movimiento
circular el primer móvil,
y como
la piedra al centro.
La
condesa mi señora,
a mi
intercesión y ruegos,
se la
pidió a vuestro padre,
y
respondió el cortés viejo
a
medida de mi gusto,
como de
su entendimiento
prudencia se esperaba,
a vos,
Otón, remitiendo
la
ejecución de mi dicha;
pues
siendo noble, no creo
dejaréis de efetüarla,
y
estimar mi sangre y deudo.
Vamos,
amigo, a palacio,
donde
Clavela y Liberio
con la
condesa os aguardan.
Habla aparte
don RODRIGO con
CHINCHILLA
RODRIGO: ¡Ay Chinchilla!
¿qué es aquesto?
CHINCHILLA:
Atambores en cuaresma.
RODRIGO: (Por la
puerta de los celos
entré
en vuestra casa, Amor.
No
saldré de ella tan presto.)
La
dicha que se nos sigue
a nosotros en teneros
por
pariente y por amigo,
es
notorio y manifiesto.
Cuanto
a esta parte, no hay duda
sino
que seré el primero
que por
honrar nuestra sangre,
trate vuestro casamiento.
Sólo
hay un inconveniente,
que la
industria hará ligero,
suspendiendo algunos días
las bodas.
PINABEL: Siglos eternos
serán los breves instantes.
Pero ¿qué estorbo hay?
RODRIGO: Yo vengo
de
Madrid, corte de España,
patria
y madre de extranjeros.
Profesé
en ella amistad
con un
noble caballero,
que
porque en Flandes nació,
quiere bien a los flamencos.
Es don Rodrigo Girón
su nombre, a quien amo y
quiero
como a
mí mismo, porque es
conmigo
un alma.
CHINCHILLA:
(¡Y un cuerpo!) Aparte
RODRIGO: Mil
veces, comunicando
los
dos, le dije el suceso
que me
desterró de Flandes,
la
hermosura encareciendo
de Clavela
de tal suerte,
que
aunque el amor que es perfeto
entra
al alma por los ojos,
aquella
vez entró dentro,
como
fe, por los oídos;
y fue
con tan grande extremo,
que está pretendiendo un cargo
en
Flandes, sólo por esto.
Prometíle a la partida,
por la
fe de caballero,
si
hallaba a Clavela libre,
aguardar un año entero
su venida, sin casarla;
pero en
Madrid, que es el cielo
de
ocasiones amorosas,
y yo
ausente, que era el cebo
de su
amor, ya habrá el olvido
con él
sus milagros hecho;
que a la mudanza en la corte
la dan
casa de aposento.
No he
dicho nada hasta ahora
a mi
padre; que lo dejo
para
tratarlo despacio,
por ser
negocio de peso.
Escribiréle esta noche
que
Clavela, como es cierto,
está
con vos concertada;
y
aunque las bodas suspendo
por
guardarle la palabra,
se han
de poner en efeto.
Que suelte, y dé al desposorio
lugar.
¿Qué decís?
PINABEL: Que temo
de mi
desdicha que venga
a
estorbar mi casamiento
don
Rodrigo, con las alas
de sus
mismos pensamientos,
que le
traerán por los aires,
para
que llegue mas presto.
Tocan al arma
dentro
Pero
¿qué alboroto es éste?
RODRIGO: Tocar a
rebato siento.
PINABEL:
¡Válgame Dios! ¿qué será?
Sale LEONELO
LEONELO:
¡Notable caso!
PINABEL:
Leonelo,
¿qué
enemigos nos asaltan,
cuando
estamos libres de ellos?
LEONELO: El
palatino del Rin,
Casimiro, que viniendo
curioso
o enamorado
hoy a Monblán encubierto,
a saber por experiencia
si son
encarecimientos
o
verdades los que alaban
nuestra
condesa hasta el cielo,
perdido por su hermosura,
y a su
amor correspondiendo,
conforme su pretensión
y
cartas del duque Arnesto,
en
saliendo de Monblán,
con un
escuadrón tudesco,
que en el bosque le esperaba,
la
vuelta ha dado, resuelto
de
conquistar por las armas
lo que
no alcanzaron ruegos;
y no ha
sido poca dicha
de que
no haya entrado dentro,
cogiéndonos descuidados.
PINABEL: ¿Hay
mayor atrevimiento?
Pero la
condesa es ésta.
Sale la CONDESA con
ACOMPAÑAMIENTO
PINABEL:
Señora...
CONDESA:
¿Que el mensajero
era del
duque mi hermano
Casimiro, el conde?
LEONELO: Él mesmo
que
nuestra ciudad asalta.
CONDESA: Como no
asalte mi pecho,
poco
importa. Pinabel...
RODRIGO: Los
piés, gran señora, beso
a
vuexcelencia.
CHINCHILLA:
(¡Por Dios, Aparte
que es
gentil hembra en extremo
la
viuda!)
CONDESA:
¿Sois vos, Otón?
RODRIGO: Y
humilde vasallo vuestro.
Habla RODRIGO
aparte al criado
¡Qué
hermosa mujer, Chinchilla!
CONDESA: Mucho
me he holgado de veros.
Yo
prometí a vuestro padre
daros,
Otón, en viniendo,
la
plaza de secretario.
Ya podéis servirla.
RODRIGO: Vuelvo
a besar
a vuexcelencia
los pies.
Hablan aparte CHINCHILLA y su amo
CHINCHILLA:
Hucha de secretos
eres.
¿Qué seré yo?
RODRIGO: Calla.
CONDESA: ¿Querrá
el conde poner cerco
a
Momblán?
LEONELO:
Así se dice.
CONDESA: Id
Pinabel, repartiendo
soldados por las murallas,
que los
que en presidios tengo,
y los
que de los estados
del
duque mi hermano espero,
humillarán la arrogancia
de
aqueste amante soberbio.
Vase PINABEL
RODRIGO: Si en
vez del papel y tinta
que me dais sin merecerlo,
me
concedéis, gran señora,
que
escriba con el acero
hazañas, con que os sirváis,
con
vuestra licencia trueco
la
plaza de secretario
por la de soldado vuestro.
CONDESA:
Secretario y capitán
podéis
ser. Venid, tratemos
lo que
importa en este caso,
porque
sepa el conde necio
que si
en la constancia imito
a la viuda de Siqueo,
en
fortaleza la igualo.
Vase la CONDESA con su
ACOMPAÑAMIENTO
RODRIGO: ¿Hay
tal mujer? ¿hay tal cielo?
CHINCHILLA: ¿Qué te
parece?
RODRIGO:
Un milagro,
y entre
crepúsculos negros
de
aquel luto, me parece
un sol
que está amaneciendo.
CHINCHILLA: ¿Hate
enamorado ya!
RODRIGO: ¿Tengo
yo merecimientos
para
tal ángel?
CHINCHILLA:
Patudo.
¿Y Clavela?
RODRIGO:
En ese empleo
me
ocuparé, que es mi igual.
CHINCHILLA: ¡Bueno
ha estado el embeleco
con que
a Pinabel burlaste!
RODRIGO: El amor
es todo enredos.
CHINCHILLA: Vamos,
señor secretario.
RODRIGO: Si me
fía sus secretos,
mil
veces dichoso yo.
CHINCHILLA:
Chamuscado te has al fuego
de la
viuda.
RODRIGO:
Así es verdad.
CHINCHILLA:
Parecerás pie de puerco.
RODRIGO: ¿Por
qué?
CHINCHILLA:
Porque se chamusca.
RODRIGO: ¡Ay
viuda hermosa!
CHINCHILLA: ¡Ay babero!
FIN DEL ACTO PRIMERO
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