ACTO PRIMERO
Salen
CÉSAR, CARLOS y GASCÓN
CÉSAR: ¿Hemos de apartarnos más
de la ciudad, Carlos?
CARLOS: No;
que la ribera del Po,
que murmurar viendo estás
mientras de Milán te
alejas,
si en sus cristales te avisas,
agravios vende entre risas
a tu amistad y a mis quejas.
CÉSAR: No te entiendo.
CARLOS: No me espanto.
Déjanos solos aquí
Gascón.
GASCÓN: Siempre obedecí
a quien sirvo y quiero tanto
y más a estas ocasiones,
porque yo cuando hay envites
digo
quiero a los convites
y descarto las cuestiones.
Vase
CÉSAR: Ya estamos solos; procura
declararte. ¿Es desafío?
CARLOS:
No nos oye más que el río
que no ofende aunque murmura.
Deja de aumentar agravios
dudando de mi fe ansí,
que mis quejas contra ti
sólo tienen en los labios
discreta jurisdición,
no en la espada, que en efeto
reverencian el respeto
que te debo.
CÉSAR: La ocasión
con que las formas repara
que
me suspendes y admiras.
CARLOS: Por fabulosas mentiras
las propiedades juzgara
que pintó la antigüedad
en la amistad verdadera,
si hallarlas en ti quisiera.
CÉSAR:
Pues ¿es falsa mi amistad?
CARLOS: Parécelo.
CÉSAR: Di el porqué.
CARLOS:
¿Por qué, desata esta duda,
pintó a la amistad desnuda
quien su Apeles sutil fue?
¿Por qué, si no es en tu
mengua,
su lado abierto mostró
y del pecho trasladó
el corazón a la lengua?
¿Por qué le vendó los ojos,
dejando
libres los labios?
CÉSAR: Jeroglíficos agravios
me proponen tus enojos;
misterioso vienes. Digo
que si desnuda pintaban
la amistad los que enseñaban
leyes al perfeto amigo
fue para darle a entender
que entre los que la profesan
y su lealtad interesan
ningún secreto ha de haber.
Porque si se difinió
que era una alma en dos sujetos,
afirmando los discretos
que el amigo es otro yo,
mal quedara satisfecho
de quien sus pasiones calla
el amigo que no halla
en un lugar lengua y pecho.
Mas yo ¿cuándo he
delinquido
contra estas leyes? ¿qué llaves
no te ha dado el alma?
CARLOS: Sabes,
César, que señor has sido
de la mía de tal modo,
que hasta el menor pensamiento
jamás de tu amor exento,
viendote dueño de todo
y a mí tan perfeto amigo,
ya
grave, ya humilde fuese,
antes
que yo le entendiese
se registraba contigo.
¿Qué desdenes de Vitoria
-- sol que adoro -- , qué
desvelos,
ya bastardos por los celos
ya hijos de la memoria,
dejé de comunicar
contigo, si tal vez hubo
que compasivo te tuvo
de tal suerte mi pesar
que en recíprocos enojos
tanto amor nos conformó
que porque lloraba yo
afeminaste
tus ojos?
CÉSAR: Pendiente estoy de tus labios,
confuso con tus razones.
¿Las que son obligaciones,
Carlos, vuelves en agravios?
Si lloras, lloro contigo;
alégrame tu contento;
lo mismo que sientes, siento,
¿y me llamas mal amigo?
No te acabo de entender.
CARLOS:
Ya sabes que la igualdad
es hija de la amistad.
Tu igual me veniste a hacer
el día que me llamaste
amigo tuyo.
CÉSAR: Es ansí.
CARLOS:
De sangre noble nací,
si la ducal heredaste.
Ya sé que tan cerca
están
tus partes de tu ventura
que para hacerla segura
la corona de Milán
un solo estorbo hay en medio
de un sobrino que la goza
tan enfermo en edad moza
que diera fácil remedio
a mi deseo y tu estado
la muerte, si permitiera
cohechos o te quisiera
como yo, aunque mal pagado.
CÉSAR: ¡Oh, Carlos! ¡Cómo se entiende
que interesado tu pecho
amistades que me ha hecho
como mercader las vende!
Sácame ya del cuidado
con que suspenso te escucho,
que quien encarece mucho
no se tiene por pagado;
y pienso yo que en iguales
correspondencias
de amor
si ejecutas acreedor
de
la obligación te sales
de deudor, pues te he querido
con tan limpia y pura fe
que en ellas te perdoné
aun el serme agradecido.
CARLOS: ¡Muy bien lo muestras, por Dios!
Sea, y búrlate de mí;
tu secreto para ti
y el mío para los dos.
Los amigos de importancia,
que se precian de leales,
en los bienes y los males
van
a pérdida y ganancia.
Mas tú que con los ingratos
quieres lograr tus intentos,
avaro de pensamientos,
con andar hoy tan baratos,
pretendes en los desvíos
con que me ocultas tu pena
por gastar de hacienda ajena
ser pródigo de los míos.
¿Tú triste, César, y yo
de la ocasión ignorante?
¿Tú desvelado, tú amante,
y yo sin saberlo? No,
no busques vana salida
a culpas averiguadas.
De la soledad te agradas,
mi amistad aborrecida;
no comunicas tormentos,
ni yo quiero examinarlos;
ya, César, te cansa Carlos;
señor
de tus pensamientos
has sido; yo te los dejo.
Goza
a solas tu cuidado;
los secretos que he fïado
de ti te darán consejo;
no llevo ninguno tuyo
que restitüirte deba.
Prueba otros amigos, prueba;
y con aquesto concluyo
amor sin comunicar,
mientras dejas ofendida
una amistad de por vida
que ya por ti es al quitar.
Quiérese
ir
CÉSAR: Aguarda, Carlos, espera,
satisfaré
tus engaños;
¿amistad de tantos años
por
ocasión tan ligera
se rompe? Facilidad
notable a culparte viene;
mas no es mucho, también tiene
sus melindres la amistad;
también la asaltan recelos,
que la amistad en rigor,
por lo que tiene de amor,
quejas forma y pide celos.
Es verdad que quiero
bien
en parte que corresponde
agradecida; ni dónde,
ni cuándo, Carlos, ni a quién
te he dicho, que como sigo
leyes que a la amistad puso
más la antigüedad que el uso,
y sé que el perfeto amigo
no quiere ni intenta más
de lo que quiere y intenta
su amigo, no juzgué a afrenta
la que en la cara me das,
pues en este fundamento
mi amor oculto creyó
que gustando desto yo
estuvieras tú contento.
Mas pues me llamas ingrato
y a lo interesable vives,
secretos das y recibes
y
ya es tu amistad contrato.
Oye, aunque el límite
pase
que me puso a quien respeto,
pues debiéndote un secreto
que sin que yo te forzase
me donaste liberal,
si hago pleito de acreedores,
tus
deudas son anteriores
y es bien pague al principal;
pero advierte que no es justo
que pagarte más intente
de aquello que cabalmente
te debo.
CARLOS: Logra tu gusto.
La deuda quiero soltarte;
no ofendas tu mudo amor.
Mírasme como acreedor;
claro está que he de enfadarte.
Quédate, César, con Dios.
Detiénele
[CÉSAR]
CÉSAR:
Eso no. Desobligado
has de dejarme y pagado
has de partirte; los dos
hacemos cuenta ajustada.
Ya estriba esto en interés;
si te has de ir, vete después
que yo no te deba nada.
Que
amabas dijiste un día
y antes que más te explicases
y tu dama me nombrases
yo, que en la filosofía
estoy diestro de los ojos
y los tuyos registré,
que
era Vitoria alcancé
la causa de tus enojos.
Haz tú otro tanto también,
si igual fineza te obliga,
porque yo cuando te diga
mi amor no te diré en quién
le empleo.
CARLOS: Enojado estás.
CÉSAR:
No estoy, que es la causa leve;
pero harto hace quien debe
en pagar sin que dé más.
CARLOS: Di que porque serte intento
de provecho en tus cuidados,
con paciencia tus enfados
quiero sufrir.
CÉSAR: Está atento.
En un festín que el duque mi
hermano hizo
una noche..., -- engañéme, un
claro día,
que agregación de luz desautorizo
si a tanto sol describo noche fría:
pródiga la hermosura y en su hechizo
perdida la beldad que Chipre cría;
competidoras discreción y gala
y dilatada gloria en breve sala,
cuadros de estrellas
sostituyen flores,
ya
jardín el salón que amor cultiva,
si estrados deste abril usurpadores
no extrañan que en tal cuenta los reciba
cercado de bellezas y valores
el teatro ducal y la festiva
ocupación sonora en instrumentos
principio dio al sarao y a mis tormentos.
Libre gozaba yo la
ejecutoria
con que el descuido me eximió tributos
que rinde el alma y guarda la memoria
pechando penas más a menos frutos.
¡Qué cerca está el tormento de la gloria!
¡Qué bien pintó al placer cortando lutos
aquel que a los umbrales del sosiego
la inquietud retrató pegando fuego!
Licenciosa la vista se
derrama
por venenosos campos de hermosura,
présago amor de ejecutiva llama
que libre cuello sujetar procura.
Vi, Carlos, en efeto, vi a una dama,
imperiosa opresión de mi ventura,
que presidiendo en tribunal de estrellas
lo que esta desperdicia logran ellas.
Gozaba, al lado suyo, un
caballero
privilegios de fiestas semejantes,
de incógnito valor, cobarde acero,
desvalido entre méritos amantes.
No te sabré afirmar cuál fue primero,
o amar o estar celoso; mas sé que antes
que advirtiese mi estado peligroso
si amante me admiré, temí celoso.
Salí a danzar, ya rayo de
venganzas,
por malograr indigna competencia,
y a la marquesa saco; entre mudanzas
festivas -- mal presagio a la
experiencia --
sembró risueña en celos esperanzas,
espinas que coronan la paciencia;
yo de veras amante, el festín juego;
cesó la danza y comenzó mi fuego.
Ocupo el lado, si cobarde
amando,
atrevido celoso; y suspendiendo
discursos a la lengua hablé mirando,
propuse mudo y obligué temiendo.
Ella cifras de amor deletreando
lo que negó callando pagó viendo.
¡Oh amor, al principiar dulces enojos,
idiota en labios, elocuente en ojos!
Puso a la fiesta fin la
aurora, llena
de envidias más que aljófares; ¡qué prisa
a mi espaciosa suspensión! ¡Qué pena
a obscura ausencia su purpúrea risa!
Acompañé hasta el coche a mi Sirena...
CARLOS:
¿Que Sirena es la dama que me avisa
tu inadvertencia? Más que a tu cuidado
a tu descuido quedaré obligado.
Ya César me sacaste de
adivino;
prosigue.
CÉSAR: ¿Para qué, si soy tan necio
que ofendiendo secretos descamino
dichas de amor y leyes menosprecio?
Pasé a la lengua el alma, en ella vino
Sirena aposentada; que no precio
sin Sirena vital acción ¡qué asombro!,
vivo en nombralla y muero si la nombro.
Ya, Carlos, sabes más que yo
quisiera;
vencísteme y perdíla por nombralla.
¡Oh lengua para el mal siempre ligera!
¡Oh pecho descuidado al
refrenalla!
Si eres leal, si quieres que no muera,
su nombre se te olvide, o si no calla;
que si alcanza a saber que está ofendida
desacredito a amor, pierdo la vida.
CARLOS: ¡Ah, César, quién pudiera ejecutivo
quererte menos por vengar agravios!
¿Qué importa conocerla si en ti vivo?
Lo que me ocultas tú debo a tus labios;
prosigue con tu amor ponderativo
y estima en más respetos, si no sabios,
leales
en sufrirte y no ofenderte,
que
al olvido la nombras o a la muerte.
CÉSAR: ¿Qué quieres, caro amigo, que
prosiga?
Facilitó
imposibles la frecuencia;
muchas veces la hablé; muchas
obliga
a
firme resistir, firme asistencia;
desdeñosa al principio, ya mitiga
rigores, ya al amor, correspondencia
que caudalosa en voluntades trata,
risueña obliga y satisface grata.
Sólo de tu amistad, -- ¿diré envidiosa?,
bien puedo, que no quiere que a la parte
entres con ella en alma que imperiosa
duda de gobernar sin
desterrarte --
premática me puso rigurosa
con privación de no comunicarte
su nombre, ni mi amor, y esto con pena
que en sabiéndolo tú, pierdo a Sirena.
Sé agora, Carlos, juez de mi
indiscreto
roto silencio ya; serás testigo
de mi muerte también si a su respeto
te atreves y a la ley de hidalgo amigo.
De mi alma eres señor; de mi secreto
con la sortija de Alejandro obligo
tus labios y lealtad, porque al sellarlos
la fe que a Efestión obligue a Carlos.
Sale GASCÓN
GASCÓN: ¡Damas, cuerpo de Dios, damas,
despedid por hoy enojos
y desenvainad los ojos
que en las amorosas llamas
un crítico los llamó
espadas negras de esgrima!
A Sirena y a su prima
cierto coche malparió
en ese jardín frontero,
porque entre sus hortalizas
flores se llamen mellizas
y su comadre el cochero.
Visto os han y acá se
aplican;
amor en el campo es hambre
y todo encuentro fïambre
da apetito; si se pican
dos a dos estáis.
CÉSAR: Ya temo
con qué ojos miraré,
Carlos, a quien quebranté
el primer precepto.
CARLOS: Extremo
escrupuloso es el tuyo;
ya yo no tengo memoria
de lo dicho. A mi Vitoria
voy a ver; ¡ay Dios, si suyo
me llamara! Tú, entre
tanto
que sus rigores mitigo,
prosigue dichas amigo,
prosiguiré yo mi llanto;
que en mis penas divertido
si tú en tu gloria elevado
sabrá en tu amor mi cuidado
darme por desentendido.
Vase
GASCÓN: (Dama falta para mí; Aparte
el primer lacayo soy
que huérfano de hembra estoy.
Dijérala a hallarla aquí,
a fuer de cómico humor:
"¿Y ella no nos dice nada?"
Respondiérame alentada:
"Y él ¿sabe tener amor?"
"Y ella ¿qué gusto
embaraza?
¿qué
voluntad fregoniza?"
"Y él ¿en qué caballeriza
ejercita
la almohaza?"
"Y ella ¿a quién vende
novillos?"
"Y él ¿cuánto ha que es moscatel?"
Porque eso de "¿y ella?," "¿y él?"
dan al gracejo estribillos.
Mas pues lacayo soltero
soy y no hay con quién parlar
iréme a cochiquizar
un rato con el cochero.
Vase. Salen SIRENA y DIANA
SIRENA: Estas riberas frecuento
con notable inclinación.
DIANA:
Animan la suspensión
de tu altivo pensamiento
sus márgenes siempre amantes,
que
contra estivos rigores
humildes ya en niñas flores,
locas ya en plantas gigantes,
tejiendo lazos estrechos
criaturas dél parecen,
que aves cantan, vientos mecen
y él alimenta a sus pechos.
SIRENA: Poéticas descripciones
autorizas.
DIANA: Entretienen
mientras obscuras no vienen
a
deshermanar razones.
Mas advierte que hemos sido
asaltadas.
SIRENA: ¿Cómo ansí?
DIANA:
César, tu amante, está aquí.
SIRENA:
La primer vez que ha venido
desacompañado es ésta.
¿César sin Carlos? Extraña
novedad.
DIANA: No se acompaña
amor que no manifiesta
sus secretos; soledades
busca toda suspensión.
SIRENA:
Di leyes de mi afición,
que malogran amistades.
Llégase
a ellas
CÉSAR: Viendo yo la compostura
deste sitio, prenda mía;
las nuevas flores que cría
su aventajada hermosura,
luego dije a mi ventura,
"¿Tan alegre esta ribera?
¿tan florida y lisonjera?
Notable ocasión tendrá;
que quien tan compuesta está
visita o huésped espera."
No salió mi consecuencia
mentirosa, si bien veo
que no es cortés este aseo
sino loca competencia.
El campo en vuestra presencia
con arrogante osadía
parece que os desafía
y
en plaza de armas de flores
esperanzas
y temores
le dan miedo y osadía.
Competencia es desigual;
envidias de perlas llora;
rindióse, ya es vencedora
la marquesa del Final.
Los
pies os besa en señal
de
que humilde os obedece;
ya le pisáis, ya florece
de nuevo; dichoso ha sido
quien pisado y oprimido
risa aumenta y flores crece.
SIRENA: Ni el río, César, ni el prado
enseñaros a hablar pudo,
que uno y otro, obrando mudo,
cuerdo obliga y causa agrado.
Hasta el río es tan callado
que con reinar su corriente
desde su ocaso a su oriente
palabras aborreció
tanto que se llama el Po
con dos letras solamente.
Vos, al contrario, perdiendo
suertes que estoy recelando
lleváis mal amar callando
y obligar obedeciendo.
Perficionaros pretendo,
César, porque en mi afición
no tendrá jurisdición
-- esta altivez perdonad --
ni parlera voluntad,
ni ocupada inclinación.
CÉSAR: ¿Pues quién, si no lo fingís,
ocupando el alma mía
os usurpa monarquía
que sola en ella adquirís?
SIRENA:
Pensamientos divertís,
que yo quisiera ocupados
y menos comunicados
con quien, no sé si indiscreto,
desacredita el secreto
que abona vuestros cuidados.
Este Carlos ha de echaros,
César, a perder sin duda.
CÉSAR:
Con él mi voluntad muda
no se ha atrevido a agraviaros;
obedeceros y amaros
son el arancel que sigo,
tanto que con ser mi amigo
y una alma sola los dos,
porque me lo mandáis vos
le agravio y le desobligo.
Ni yo le he comunicado
desvelos de mi ventura,
ni él, aunque los conjetura,
saberlos ha procurado.
SIRENA:
Andáis vos muy alentado,
César, para no tener
amigo con quien hacer
plaza de favorecido
que suele, si está oprimido,
un secreto enflaquecer.
Vos sólo en mi voluntad
sois absoluto señor;
si es correspondencia amor,
pagadme con igualdad;
no ha de ocupar su amistad
alma que se llame mía
por más que en ella porfía
vivir quien me la usurpó,
que
soy muy gran huésped yo
para
estar en compañía.
Carlos, sea o no leal,
me cansa, y no será bien,
César, que queráis vos bien
a quien me parece mal;
dejarle será señal
de que a mi amor os obligo.
CÉSAR:
Mirad, señora...
SIRENA: Esto os digo;
leyes
de mi gusto son.
César, en resolución
o
con Carlos o conmigo.
Vase
CÉSAR: Esperad, oíd; tenelda,
Dïana hermosa, obligalda
a que me escuche; llamalda,
reducilda, disponelda...
DIANA:
Si la amáis, obedecelda,
César; que probar ordena
a costa de vuestra pena
la fe de vuestra afición.
CÉSAR:
¿Pues eso...?
DIANA: En resolución,
con Carlos o con Sirena.
Vase
CÉSAR: Esto estriba ya en porfía
más que en finezas de amor;
no hay belleza sin rigor,
ni altivez sin tiranía.
Estos espíritus cría
la hermosura idolatrada.
¡Ah presunción encantada
en mujer desvanecida;
arrogante si querida,
terrible si despreciada!
¿Que deje yo la amistad
de Carlos? ¿Que agravie yo
a quien debo tanto? El Po,
padre desta amenidad,
primero a la eternidad
casi de su curso frío
con mudable desvarío
ofenderá y imprudente
nacerá mendiga fuente
donde muere inmenso río,
que con culpables mudanzas
ofenda la inclinación
que aumenta mi obligación
y alienta mis esperanzas.
Ponga el tiempo en dos balanzas
mi amistad, mi ardiente pena,
que si a olvidar me condena
la una fuerza ha de ser,
Carlos, por no te perder
dejar de amar a Sirena.
Adórola; mucho digo.
¡Oh ciegas contrariedades!
Hallar podré otras beldades,
pero
no otro igual amigo.
Si le dejo, me castigo;
piérdome, si no le dejo
y en dos caminos perplejo
hallo -- ¡extraña confusión! --
mi desdicha en la elección
y mi daño en el consejo.
Sale
CARLOS muy contento
CARLOS: ¡Cómo podré yo explicarte
mi gozo, amigo...! No digo
bien, que el señor no es amigo,
y viniendo a gratularte
duque de Milán, no es
cuerdo
el título que te doy.
Tu vasallo, duque, soy
cuando el ser tu amigo pierdo.
Murió tu sobrino ya;
duque de Milán te aclama
festiva a voces la fama
y de suerte alegre está
la nobleza y pueblo junto,
que agradeciendo a la muerte
su dicha olvida por verte
las obsequias del difunto.
En tu busca la nobleza
sale y toda la ciudad:
trueque por la majestad
el título vuestra alteza
y déme para besarlos
los pies.
CÉSAR: Cuando estilo mudas
me ofendes por ver que dudas
de lo que te estimo Carlos.
El parabién que me das
dátele también a ti;
para ti soy lo que fui,
duque para los demás.
La fortuna no enajena
amigas jurisdiciones.
El norte de mis pasiones,
como sabes, es Sirena
y puesto que pende della
toda mi felicidad,
por no perder tu amistad
a riesgo estoy de perdella.
No me mudo yo, aunque herede;
César para ti he de ser;
que Milán no ha de poder
lo que Sirena no puede.
CARLOS: ¿Pues qué hay en eso?
CÉSAR: Despacio
sabrás las contradiciones
de mis confusas pasiones.
Vamos
agora a palacio;
y mientras conmigo
estás,
Carlos, a solas no mudes
estilo ni de mí dudes,
que si apetezco ser más
es para que más poseas.
CARLOS:
Eres César y de modo
lo vengas a ser del todo
que
César Augusto seas.
Vanse. Salen
SIRENA y DIANA
SIRENA: ¿Duque, César?
DIANA: Premia el cielo
partes dignas de reinar.
Creció
a sus plumas el vuelo
tu
amor; ya te puedo dar
plácemes.
SIRENA: ¿De qué?
DIANA: El desvelo
con que César te ha servido
aumentará en tu favor
deseos contra el olvido;
que en el noble crece amor
con el estado.
SIRENA: He nacido,
Dïana, tan sobre mí
que si le favorecí
hasta este punto, no sé
desde agora lo que haré.
DIANA:
¿Qué dices? ¿Estás en ti?
SIRENA: Estoylo, y tanto que crece
mi olvido con la razón.
Creerás que me desvanece
la ducal ostentación
que esa esperanza me ofrece;
mas puesto que él lo merezca
yo solo intento querer,
aunque soberbia parezca,
amante que engrandecer,
no duque que me engrandezca.
Llegará a mí presumido,
cuando no desvanecido,
César
a hablarme y creerá
que sus dichas pisan ya
celos,
desdenes y olvido.
¡Qué grave que entrará a
verme!
¿Mas que hace, para obligarme,
majestad el pretenderme,
favor el solicitarme
y pasatiempo el quererme?
DIANA: ¡Ay, prima! Déjate deso
que pones en opinión
tu cordura.
SIRENA: Todo exceso
altera la discreción,
Diana, y oprime el seso.
Hombre que duda dejar
por mí un amigo y causar
pudo en mi amor sentimiento
¿no ha de obligar mi escarmiento?
¿No me ha de desestimar
duque ya y entronizado;
de monarcas pretendido
por yerno, solicitado
de reyes y persuadido
a deidades de su estado?
DIANA: ¿Luego no le quieres bien?
SIRENA:
Infinito.
DIANA: ¿Pues qué intentas?
SIRENA:
Que celos causa le den
de amarme más.
DIANA: De esas cuentas
no sé si has de salir bien.
SIRENA: Esta alta razón de estado
mis quimeras han hallado,
que ha de ser en mi favor;
con celos se aumenta amor,
sin ellos es descuidado.
César, duque de Milán,
de lisonjas aplaudido,
si desvelos no le dan
recuerdos, prima, en su olvido
mis deseos penarán;
a más difícil empresa
más ardides, más soldados.
DIANA:
¿Y si te deja?
SIRENA: Marquesa
me quedo, alivio cuidados
y esperanzas de duquesa
DIANA: Terrible, Sirena, estás;
pero ¿con quién le darás
celos, rabiosos venenos?
SIRENA:
Con hombre que valga menos
para que lo sienta más.
Marco Antonio, aquese necio,
para esto me ha parecido
bien, aunque de poco precio.
DIANA:
Celos engendran olvido
si paran en menosprecio.
SIRENA: Yo he de probar los quilates
de los celos.
DIANA: Grande error
es que probar hombres trates,
porque pruebas en amor
suelen
llorar disparates.
Sale
MARCO ANTONIO
MARCO ANTONIO: Por no ver los regocijos
que a César previene el pueblo...
A
SIRENA
... a ese César venturoso,
-- perdóneme si le afrento
cuando este nombre le aplico,
que yo no sin causa pienso
que necedad y ventura
en este siglo es lo mesmo --
salí a divertir envidias
a esta soledad, creyendo
crecer
en ellas pesares,
porque los mismos efectos
causan
la música y campos,
si es verdad que son aumentos
de tristezas en el triste,
de gustos en el contento.
Mas piadosa la fortuna
dio a mis pesares consuelo
cuando menos le esperaba
con vuestro dichoso encuentro;
pues del modo que se olvidan
naufragios, tomado el puerto,
heridas con la vitoria
y trabajos con el premio,
mis envidias se olvidaron,
hermosa marquesa, viendo
en vos cifrado mi alivio,
pues
no hay penas donde hay cielos.
SIRENA:
Enfermos de un mal los dos,
Marco Antonio, nos podremos
consolar el uno al otro,
si consuela el mal ajeno.
Yo también a estas riberas
contaba los desaciertos
en que la fortuna loca
constituye su gobierno.
Cortó en agraz el abril
del más ilustre mancebo
que vio Milán en su silla,
que dio esperanzas al tiempo.
Dejó en su lugar a César,
si
antes de heredar soberbio,
juzgad vos qué tal será
ya señor, ya no heredero.
No hay elección en los hados;
desde sus principios fueron
naturaleza y fortuna
opuestas en sus efetos.
¡Cuánto érades vos más digno,
noble, gallardo, discreto,
cortés, liberal, afable,
que
un hombre en todo diverso!
MARCO ANTONIO: Ya que esa merced me
hacéis,
y adorándoos no hay secreto
que ose el alma reservaros,
yo, mi Sirena, os prometo
que llegándome a mirar
no ha mucho al líquido espejo
dese cristal fugitivo,
dije -- sus flores lo oyeron --
"Si méritos y no dichas
entronizaran sujetos
sin excepción de personas
¿quién me negara el imperio?
En los dotes naturales
¿qué me falta? ¿qué no tengo?
Sangre ilustre, deudos claros,
alma noble, gentil cuerpo,
generosa inclinación,
alentados pensamientos
en la adversidad constantes
en la prosperidad cuerdos;
infatigable al trabajo,
festivo y galán en juegos;
para el amigo apacible
para el contrario severo;
estudioso cortesano...
y, sobre todo, -- ¿dirélo? --
de la marquesa bien visto,
con que a mi dicha eche el sello."
DIANA:
(Tal te dé Dios la salud.)
Aparte
SIRENA:
(¿Hay presumido más necio? Aparte
Buen competidor escojo
para darle al duque celos.)
A
él
No desmerecéis conmigo
por alabaros, si es cierto
que quien a sí no se estima
causa en otros menosprecio.
Más con eso me obligáis,
que el propio conocimiento
incita a heroicas acciones
y más siendo como el vuestro.
Creed, señor Marco Antonio,
que pudo en mí el conoceros
tal vez tanto que ha formado
quejas contra vos mi sueño.
Contemporizad prudente
de la fortuna sucesos,
ciegos como quien los guía.
César es duque, en efeto;
conformaos con sus vasallos,
id galán, dalde compuesto
parabienes pesarosos,
aplaudilde lisonjero;
que yo por contrapesar
vuestros justos sentimientos
añadiré a vuestras galas
favores agora honestos.
Esta banda de diamantes
Dásela
tuvo a un príncipe por dueño
que por vos pongo en olvido,
mejorada ya de empleo.
Honralda y después...
Sale
GASCÓN y habla por las espaldas a MARCO
ANTONIO,
creyéndole su amo
GASCÓN: Señor,
ricos, pobres, mozos, viejos,
damas, dueñas, calles, plazas,
fiestas, danzas... ¿Cómo es esto?
Vuelve
MARCO ANTONIO y conócele
GASCÓN
Vueselencia me perdone,
que como no ha muchos credos
que dejé a mi dueño aquí,
pensé -- es mi oficio dar piensos
--
que con vos se entretenía.
MARCO ANTONIO: A ser vos no tan grosero,
pudiérades
conocer
quién soy yo.
GASCÓN: Tenéis los lejos
ducales y no estoy ducho
en examinar reversos
humanos porque chamuscan
a
quien camina zaguero.
No soy derramaplaceres;
perdonadme, que ya os dejo;
paréntesis fui lacayo,
ni añado ni quito al texto.
Quiérese
ir
SIRENA:
Esperad, ¿a quién servís?
GASCÓN:
Serví hasta aquí a un caballero
con no más que dos caballos,
mas ya se llama duqueso.
SIRENA:
¿Crïado del duque sois?
GASCÓN:
Crïado, si no a sus pechos,
a
los de real y cuartillo,
que
me hacen su racionero.
SIRENA:
Pues no os vais, que tengo mucho
que preguntaros.
A
MARCO ANTONIO
Al cuello
Marco Antonio este favor
lucid.
MARCO ANTONIO: Añadid a premios
de oro, prendas de cristal;
sellad labios que soberbios
se alabarán presumidos
si los permitís abiertos.
Bésale
una mano
DIANA: (¿Hay locuras semejantes?) Aparte
GASCÓN: (¡Zape! Sal quiere este huevo. Aparte
Si es amor, por Dios que escoge
mal Adonis vuestra Venus.)
SIRENA:
Dad, Marco Antonio, por mí
un recaudo al duque nuevo,
corto y tibio; que a esto obligan
enfadosos cumplimientos.
GASCÓN:
(¿Cumplimientos con enfado
Aparte
a un duque, señor supremo
de Milán? Opilaciones
son de amor; saco el acero
que deshinche presumidas.)
A
MARCO ANTONIO
SIRENA:
Correspondedme discreto
y advertid que os quiero mucho.
GASCÓN:
(¡Oh qué tonto mucho os quiero!) Aparte
SIRENA:
¡Hola, el coche!
A
GASCÓN
Venid vos
conmigo.
DIANA: Prima, ¿qué has hecho?
SIRENA:
Estratagemas amantes.
Dïana,
yo he dado en esto,
veamos
en lo que para.
GASCÓN: (Un mucho voy satisfecho, Aparte
que
la he parecido bien;
hembra es en fin, yo soy hembro.
Quien a tal hombre hace cara,
en la opinión majadero,
si ha de escoger lo peor
escogeráme; apostemos.
Vanse
FIN
DEL PRIMER ACTO
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