ACTO SEGUNDO
Salen
CÉSAR y CARLOS de luto mediano, y
acompañamiento
CÉSAR: Yo estoy reconocido
a la lealtad y amor con que ha venido
la ciudad a ofrecerme
la corona ducal y a entretenerme
en
las ostentaciones
festivas, que en aquestas
ocasiones
a mis antepasados
dejaron aplaudidos y obligados.
Obsequias funerales
sentimientos de amor piden iguales;
que con honras funestas
no dicen, caballeros, bien las
fiestas.
Cumpla el culto divino
en
primero lugar con mi sobrino
y después darán muestras
con regocijos las lealtades vuestras;
que juzgo por azares
eslabonar placeres con pesares.
[CORTESANO]:
Alabe en vuestra alteza
Milán la discreción con la grandeza
y llámese dichoso,
señor que es heredero generoso
no sólo deste estado
de las almas también, que en tanto grado
rinden agradecidas
a dominio de amor feudo de vidas.
Vanse
los [cortesanos]
CÉSAR: Cúbrete, Carlos, agora.
CARLOS:
¿Yo, señor?
CÉSAR: En la igualdad
dijiste que la amistad
consistía; no lo ignora
quien si en público pudiera
hacer que te respetaran
todos y a mí te igualaran,
mi mismo poder te diera.
Cuando estás solo conmigo
indistinto de mí te hallo;
sé en público mi vasallo,
pero en secreto mi amigo.
Cúbrete.
CARLOS: Servirte gusto.
CÉSAR:
No digas servir aquí.
CARLOS:
Cumplo tu gusto.
CÉSAR: Eso sí;
no sirve, sino hace el gusto
de su amigo quien merece
tal nombre. Duque soy ya;
gozoso Milán me da
su corona y me obedece.
No me has de juzgar
ingrato,
también tú has de ser marqués
de
Monferrato.
CARLOS: Los pies
te beso. Mas Monferrato
ya es pequeño para mí;
pues si con nombre de amigo
soy una cosa contigo,
distinguiéndome de ti
de ese modo, no podrán
darme título de cuerdo
los que ven que marqués pierdo
el
ducado de Milán.
CÉSAR: Bien arguyes; serás pues
por
ese mismo respeto
duque conmigo en secreto,
pero en público marqués.
¿Cómo te va con tu dama?
CARLOS:
Más a mi gusto se inclina
a mis ruegos.
CÉSAR: Si adivina
amor, profética llama,
Carlos, que eres ya
marqués
de Monferrato, no dudo
que lo que tu amor no pudo
pueda en ella el interés.
¡Ojalá hiciera la mía
otro tanto! Esta mudanza
crece en mí desconfïanza:
¡Amor, ciega tiranía!
No me puedo persuadir
que mujer que me desdeña
por ocasión tan pequeña
como es el verme asistir
a tu amistad tenga amor.
CARLOS:
Si hasta agora no heredado,
dueño suyo te ha llamado,
siendo de Milán señor
¿quién duda que este respeto
grados a su amor añada?
CÉSAR:
Quien cual yo se persüada
que es la mujer un sujeto
tan leve y sin fundamentos
que en su varia confusión
reinan, ciega la razón,
efímeros pensamientos.
Jardín de diversas flores
que con inconstancia vana
nacen hoy, mueren mañana.
Desta suerte sus favores
logra cualquier voluntad
que en mujer los vinculó,
y por esto se llamó
hermosa la variedad.
Sale
GASCÓN
GASCÓN: Aunque los que ejercitamos
ministerios
inferiores
ni hablamos con los señores
ni retretes profanamos
-- el uso, excepción de leyes,
que en las comedias admite
porque
el vulgo lo permite
hablar lacayos con reyes --
esta vez, que por ser
una
se me puede tolerar,
subo, gran señor, a dar
plácemes a tu fortuna.
CÉSAR: Admítolos. Yo os haré
mercedes; andad con Dios.
GASCÓN: "¿Os haré?" y
"¿andad?" ¿Ya es vos
lo que tú hasta agora fue?
Pues, vive Dios, que hubo
día,
aunque des en vosearme,
que de puro tutearme
me convertí en atutía.
CÉSAR: Gascón, tu estancia es abajo;
vete y despeja.
GASCÓN: Eso sí;
tú por tú, "vete" de aquí,
y no "andad" con tono bajo,
que esto de vos
me da pena.
Voyme; pero si te agrada
daréte yo una embajada
de la marquesa Sirena.
CÉSAR: ¿De quién?
GASCÓN: No sé yo si amor,
si desdén, si celibato,
me dio el cargo en breve rato
de lacayo embajador.
Dejéte con ella hablando
a los ribetes del río
y cumpliendo un desafío
del cochero estaba dando
un rentoy, cuando escuché
entre música festiva
decir "¡César duque viva!"
Alegre el naipe solté,
y viendo que en busca tuya
se despoblaba Milán,
salto como un gavilán
y luego todo aleluya
creyendo hallarte con ella,
-- conocíla por las faldas --
vi a un hombre por las espaldas:
El placer ¿qué no atropella?
Los ojos me encantusó;
que era mi duque entendí,
las albricias le pedí;
pero al punto que volvió
la cabeza, en testimonio
de lo que es una mujer,
llegué a ver -- y qué mal ver --
tan privado a Marco Antonio
que con el favor ufano
que la señora le dio
con los labios la ensució
las espaldas de una mano.
CÉSAR: ¿En la mano de Sirena
labios Marco Antonio?
GASCÓN: Sí.
Perdón cortés le pedí
y él, en lo hinchado ballena
si en los méritos mosquito,
me dijo: "Sois un grosero."
Respondíle: "Caballero,
yo aquí ni pongo ni quito;
nací a escuras y he
quedado
grosero de conyunturas;
que madre que pare a escuras
¿cómo
puede hilar delgado?"
Quise dejarlos, mas luego
que
la marquesa advirtió
ser ministro tuyo yo
me manda que aguarde; llego
a ver favores amantes
y miro que la Sirena
le echó al cuello una cadena,
si no banda, de diamantes.
CÉSAR: ¿Qué dices, loco?
GASCÓN: Una banda,
vive Dios, que vi a tu pecho
mil veces; y él, satisfecho
de necio, oye que le manda
que viniendo a visitarte
cuando en tu presencia esté
muy corto y tibio te dé
un recaudo de su parte,
sin más encarecimientos
ni muestras de regocijo;
porque a aquesto obligan, -- dijo
-- ,
enfadosos cumplimientos.
Despidióse y luego escucho
que dijo con tierno afecto:
"Correspondedme discreto
y advertid que os quiero mucho."
Porque vean lo que son
las mujeres, aunque sean
marquesas, y porque vean
la medra de su elección.
Partióse él favorecido
y llamándome la dama
me dijo: "A quien tibio ama
pone mi agravio en olvido.
Marco Antonio es voluntad
todo, y a mi amor sujeto
ni ocasiona su secreto,
ni me ofende su amistad."
"Pues a mí, señora
mía,
¿tócame eso?" -- la respondo
-- .
"Nunca me meto en tan hondo.
Gócele vueseñoría,
sin que se deshaga dél
un siglo, pues le escogió
cuerdo o necio, porque yo
no he de casarme con él."
Replicóme, "Aquesto
os digo
para que a vuestro señor
digáis; que en casos de amor
a quien tiene tal amigo
poco le desvelarán
venganzas de una mujer
y a mí menos el perder
la corona de Milán."
Picó con esto el cochero;
dejóme y viniendo aquí
lo pasado referí,
relator y mensajero.
Y agora que del trabajo
presente
me descargué,
los altos despejaré
por los países de abajo.
Vase
CÉSAR: ¿Ves, Carlos, cómo ha salido
verdadero mi temor?
¿Cómo no me tiene amor
Sirena? ¿Cómo ha fingido
achaques y cómo es cierto
que es Marco Antonio el dichoso?
Pues dámele tú achacoso
que yo te le daré muerto.
CARLOS: Admiro en tal discreción
tan desatinado empleo,
puesto que en la mujer veo
la heredada imperfección
de nuestra madre primera
que escogió, como mujer,
lo que nos echó a perder.
La marquesa es su heredera,
y hala querido imitar;
pero anime tu venganza
el ser la mujer mudanza
y que al fin se ha de mudar
Sirena.
CÉSAR: ¿Y eso es bastante?
Pudieras, Carlos, saber,
si es mudable la mujer
que en sólo el mal es constante,
y que con tales desvelos
es ya mi pena mayor.
¡Qué mal nacido es amor
pues que se aumenta con celos,
enflaquece con regalos
y con disfavores crece!
Esclavo, aunque es dios, parece
pues hace virtud a palos.
¿Qué he de hacer?
CARLOS: De mi consejo,
fingir rigores conmigo;
pues viéndote mi enemigo
y que tu privanza dejo,
si es ardid de su desdén
el probarte contra mí,
podrá ser se ablande ansí
y pague en quererte bien.
CÉSAR: Carlos, no me des disgusto;
no es amor lo que es porfía
ni se funda en tiranía
la ley süave del gusto.
Yo adoraré su hermosura
sin desdorar mi valor
y aborreceré en su amor
el tema de su locura.
Sale
MARCO ANTONIO muy de gala con la cadena de
SIRENA
MARCO ANTONIO: Aunque mis gratulaciones
no sean de las primeras,
gran señor, y prevenciones
adelanten lisonjeras
festivas
ponderaciones,
por mías se estimarán
no obstante que lleguen tarde.
Mil años goce Milán
esta dicha.
CÉSAR: Dios os guarde.
¿Cómo venís tan galán
a verme cuando este estado
por el dueño malogrado,
que en tierna edad se le ha muerto,
de cuerdo luto cubierto
sentimientos ha mostrado
dignos del postrer tributo
que deben los caballeros
a su señor absoluto?
Parabienes de herederos
son parabienes de luto.
MARCO ANTONIO: Gran señor, inadvertencia
de amante favorecido
culpó mi poca experiencia.
Quiero bien; precepto ha sido
entrar ansí en su presencia
de una dama.
CÉSAR: En los amantes
no son disculpas bastantes
las que en tales ocasiones
deslucen
obligaciones.
MARCO ANTONIO: Esta banda de diamantes
me echó al cuello y me mandó
que con ella a vuestra alteza
visitase.
CÉSAR: Bien sé yo
que aborreciendo firmeza
de diamantes os la dio.
A
CARLOS aparte
¡Ay Carlos, que estoy perdido
a no vengarme, obligado
por ser duque, y en su olvido
a morir disimulado
y a no quejarme ofendido!
A
MARCO ANTONIO
Amante sois puntüal;
no me ha parecido mal
que ansí cumpláis vuestro amor.
MARCO ANTONIO: Háceme mucho favor
la marquesa del Final.
CÉSAR: ¿Que en vos logra su cuidado
la marquesa? ¿Y llevará
bien el que la hayáis nombrado?
MARCO ANTONIO: ¿Pues no, señor? Claro
está;
que trayéndoos un recado
de su parte me consiente
alardes de su hermosura.
Dice que por el presente
estado os dé la ventura
laureles, que en vuestra frente
multipliquen en Milán
cuantas
coronas están
por el mundo repartidas,
porque las gocéis unidas
con
el imperio alemán.
CÉSAR: Decilde vos a Sirena
que de su cuerda elección
la doy yo la enhorabuena;
que escogió a satisfación
de todos; que quien ordena
de sus afectos tan bien
no nos deja qué cuidar;
que admito su parabién
y que os pudiera envidiar
quereros tal beldad bien,
si el cargo destos estados
dejara desocupados
pensamientos inferiores
que ya en materia de amores
se retiran jubilados;
y que he de ser yo el padrino
desposándose con vos.
A
CARLOS aparte
¡Ay Carlos, qué desatino!
MARCO ANTONIO: Guarde a vuestra alteza Dios,
que puesto que soy indigno
de tal merced le prometo
reconocella leal
y desde agora la aceto.
CÉSAR:
Si sois marqués del Final,
tendrá un señor muy discreto.
Vase
[MARCO ANTONIO]
CARLOS: Ya de tu desasosiego
la cura eficaz hallé;
que más alcanza quien ve
que el que se ocupa en el juego.
Ni Sirena te aborrece,
ni mi amistad la da enojos,
ni en Marco Antonio los ojos
pone, ni le favorece.
Por tenerte inclinación
con ardides te conquista
su amor; sé buen estadista
y lograrás tu afición.
Mujer que estima el secreto
de su amor de suerte en ti
que le recela de mí,
si no te quiere ¿a qué efeto
mandarle publicar pudo
a este necio opositor,
en él pregonero amor
y en ti solamente mudo?
Sin más causa, no lo creas.
Obligarle a visitarte
con recaudos de su parte
para que en su cuello veas
prendas de quien dueño
fuiste;
permitir su desenfado
delante de tu crïado
las
cosas que agora oíste,
no está fundado en desdén
si reparan tus desvelos
en que ninguno da celos
a lo que no quiere bien.
CÉSAR: ¿Pues en qué puede estribar
que se deleite Sirena,
Carlos, en darme a mí pena?
CARLOS:
Descuida el asegurar
y aviva mucho el temer.
Vete Sirena ensalzado,
por duque reverenciado
y casi real tu poder;
dificulta su esperanza
al paso que vas creciendo,
y amor por celos subiendo
lo más remontado alcanza.
A más subir, más escalas
para alcanzarte procura,
porque a tan sublime altura
mal volará amor sin alas.
En esta razón de estado
funda todo su rigor.
CÉSAR:
De su filósofo amor
pienso que en la causa has dado;
y sírveme de consuelo
el imaginar que ansí
no se desdeña de mí
quien viviendo con recelo
de que me puede perder
celos pone de por medio.
Confiésote que es remedio
de tan eficaz poder
que igualmente crece en mí,
Carlos, mi amor con mi agravio.
CARLOS:
Pues aprovéchate sabio
de sus armas.
CÉSAR: ¿Cómo ansí?
CARLOS: Finge amar en otra parte,
que celos en competencia
donde hay menos resistencia
vencedor han de sacarte.
Sirena es mujer; no
puede
siéndolo disimular
su menosprecio y pesar;
fuerza es que vencida quede.
Amante que fue querido
y ruega menospreciado
muestras da de afeminado
cuando se humilla ofendido;
y no has de ser tú tan necio
que
ruegos en tal sazón
animen su presunción
y engendren su menosprecio.
CÉSAR: ¡Qué experimentado estás
en amorosos desvelos!
CARLOS:
Batallen celos con celos;
veremos quién puede más.
CÉSAR: Alto, yo he de obedecerte.
Mas ¿a quién eligiré
para eso?
CARLOS: Yo te daré
dama para merecerte,
digna de humillar el
seso
más libre, cuya presencia
a Sirena en competencia
desvele.
CÉSAR: No digas eso,
que en Sirena aventuró
la hermosura su caudal.
CARLOS:
¿No merece ser igual
la que en Valencia del Po
es condesa? ¿No es Narcisa
hermosa competidora
del sol de quien es aurora?
CÉSAR:
Carlos, es cosa de risa
compararla con Sirena.
Alabo su perfección,
celebro su discreción
y sé que Narcisa es buena
para que en ausencia suya
encarezcas su favor,
mas no para que en mi amor
por Sirena sustituya.
CARLOS: No disputemos en eso;
sólo intento que con ella
pruebes en tu dama bella
si celos quitan el seso.
Prima es de Victoria.
CÉSAR: Ordena
a tu voluntad la mía;
que si de la tiranía
triunfo por ti de Sirena
y tus trazas me aseguran
de su severo rigor,
sabré que en males de amor
celos con celos se curan.
Vanse. Salen NARCISA y ALEJANDRO
NARCISA: No has de salir al torneo
si deseas darme gusto.
ALEJANDRO:
En él, Narcisa, me empleo;
mas mi palabra no es justo
que por cumplir tu deseo
se quiebre.
NARCISA: ¿Por qué has de dar
palabra tú sin tener
mi licencia?
ALEJANDRO: No has de usar
de tu amoroso poder
tanto que no des lugar
a que cumpla mi valor
con la obligación mayor
que como vasallo debo
en Milán al duque nuevo.
Sus límites tiene amor
en materia de quererte,
de agradarte, de servirte;
mi gloria es obedecerte,
mi regalo divertirte
y mi tormento ofenderte.
Pero en lo demás ya ves
que soy libre.
NARCISA: No se ofende
desto quien firme amante es,
que amor a todo se extiende;
y aunque en ese tema des
dudo por lo que te quiero
desgracias, que en tales fiestas
un accidente ligero
les
vuelve tal vez funestas;
y
vistiéndose de acero
no sé yo quién las ha dado
ese nombre mal fundado;
que fiestas si dellas gustas
en
vez de telas de justas
visten
telas de brocado.
¿Ves como tiene el amor
derecho para mandarte
que no salgas?
ALEJANDRO: Tu temor
puede, mi bien, disculparte.
Yo he de ser mantenedor;
colores me puedes dar
con que animes mi esperanza.
NARCISA:
Mas que por este pesar
has de obligar mi venganza...
ALEJANDRO:
Ea, deja de amenazar,
que cuanto más propusieres
olvidarme más me quieres.
NARCISA:
Dame penas confïado;
sabrá tal vez tu cuidado
lo que es agraviar mujeres.
Sale
CARLOS
CARLOS: En fe de lo que os estima
mi reconocido amor,
que ya por vuestro favor
alcanza el de vuestra prima,
Narcisa hermosa, no tengo
por contento el que hoy recibo
si del parabién me privo
que a recibir de vos vengo.
César, duque deste
estado,
y tan amigos los dos
¿quién duda que me deis vos
plácemes de su privado?
NARCISA: Deseaba, Carlos, yo
de manera vuestro aumento
que al instante mi contento
las albricias me pidió;
que ya dobladas serán
pues, si no hay cosa partida
en amistad tan unida,
siendo duque de Milán
y gratulándoos a vos
parabienes desobligo,
pues
dándolos a su amigo
en uno cumplo con dos.
El cielo en César aumente
estados que vos gocéis.
CARLOS:
Como licencia me deis
para cierto caso urgente
aparte os quisiera hablar,
si Alejandro lo permite.
NARCISA:
Alejandro siempre admite
lo que yo suelo estimar.
ALEJANDRO: Y más siendo vos a quien
tanto yo servir deseo.
CARLOS:
Siempre, señora, me empleo
en lo que ha de estaros bien.
ALEJANDRO: (¿Que le está bien a Narcisa Aparte
y que no lo sepa yo?
Sospechas, mal sosegó
amor que al recelo avisa.
¡Vive Dios que voy dudoso!
¡Oh mar de amor, leve esfera,
qué poca ocasión altera
las
olas de tu reposo!)
Vase
CARLOS: Condesa, esta universal
deidad, que todo lo abrasa,
ha traído a vuestra casa
al nuevo duque; su mal
sólo en vuestra
discreción
espera remedio.
NARCISA: ¿En mí?
Carlos, jamás preferí
el oro a la inclinación;
yo se la tengo a quien puede
quejarse de vos.
CARLOS: Señora,
no os alteréis hasta agora;
que sin que Alejandro quede
de su amor desposeído,
ni vos el nombre temáis
que constante eternizáis,
lo que por el duque os pido
es tan sin riesgo del daño
que prevenida teméis...
como dél mismo sabréis,
que entra a veros
NARCISA: Si es engaño,
Carlos, perderéis conmigo
mucho crédito los dos.
CARLOS:
Ni es contra él, ni contra vos
y es todo en bien de mi amigo.
Sale
CÉSAR galán, como de noche
CÉSAR: Privilegios de la noche
divierten, Narcisa bella,
enfados y gravedades
que cuanto autorizan pesan.
Partieron jurisdiciones
el día y la noche quieta;
aquel negocios librando
y entretenimientos ésta.
Tanto destos necesito
que habéis de darme licencia
para que en vuestra hermosura
hallen puerto mis molestias.
NARCISA:
Como yo sea tan dichosa
que en esta casa entretenga
sin agravio de mi fama
sus pesares vuestra alteza,
podré con ese favor
dar envidia a la soberbia,
calidad a quien la habita
y alabanza a su llaneza.
A lo menos yo, entre tanto
que tal merced gozo en ella,
quisiera como de duque
darle de rey norabuenas.
CÉSAR:
Todo lo que yo valiere
como vos gustéis, condesa,
a vuestra disposición
tendrá ventura más cierta.
¡Ay Narcisa, y qué engolfado
en agravios, en sospechas,
en desprecios y en venganzas
vengo a que me saquéis dellas.
NARCISA:
¿Yo, gran señor?
CÉSAR: Sola vos
habéis de ser contrayerba
del veneno que me abrasa,
del fuego que me atormenta.
Esa discreción hermosa,
esa hermosura discreta,
castigo tiene de ser
de presunciones protervas.
Si vos no, ¿quién puede darme
vitoria en tan ardua guerra,
vida en tan mortal peligro,
gloria en tan ingratas penas?
NARCISA:
Haced, suplícoos señor,
generosa resistencia
a ímpetus desiguales
si es bien que el valor los venza.
Vos sois mi señor, mi duque,
yo humilde vasalla vuestra,
ciego amor, vidrio la fama.
¡Triste de mí si se quiebra!
CÉSAR:
No acertáis, Narcisa hermosa,
mi mal; de causa diversa
proceden los desatinos
que mi paz desasosiegan.
Estad segura de quien,
si como me llamo César
y soy duque de Milán
de los dos polos lo fuera,
ni descortés a hermosuras,
ni pretendiente por fuerza,
ni cansado aborrecido,
ni ingrato a correspondencias,
diera a agravios ocasiones,
motivo a plumas y lenguas,
deslucimiento a mi sangre,
ni a mis oprobrios materia.
Otra hermosura me abrasa
y solo estriba en la vuestra
el remedio de mi vida.
NARCISA:
Declárese vuestra alteza.
CÉSAR:
La marquesa del Final,
por recíproca inflüencia
del cielo, por su hermosura,
por mis desdichas dijera,
si no agraviara elecciones
que aunque desdenes padezcan
empleos dichosos logran
por lo altivo que contemplan...
Sirena en fin, que en las sirtes
de amor a los que navegan
para anegar voluntades
fue en nombre y obras sirena,
correspondiente al principio
a pretensiones honestas,
agradecida a secretos
y amorosa a diligencias,
de tal suerte entró agradable
en el alma que gobierna,
lisonjeando esperanzas
y cautivando potencias,
que adorando esclavitudes
la aclamaron por su reina
deseos, vulgo de amor,
que ignorantes se sujetan.
Tirano fue cauteloso
que haciendo mercedes entra,
destruyendo vidas sale;
mas ¡ay cielos! si saliera
del pecho ¿qué me faltaba?
Leyes propuso severa,
ofendióse de amistades
y menospreció firmezas.
Heredé en esto a Milán;
¿quién, mi Narcisa, creyera
que aumentos de estados y honras
favores
disminuyeran?
Crecí en dignidad, creció
en desdenes y en ofensas;
no
siendo duque me amaba,
ya duque me menosprecia.
A un mozo bárbaro admite
tan pobre y falto de prendas
cuanto rico de venturas;
este me hace competencia.
Marco Antonio es el querido,
el menospreciado César;
mis dádivas le autorizan,
sus mudanzas me atormentan.
Fácil pudiera vengarme
a no envainar la prudencia
celos, armas prohibidas
en quien sin pasión gobierna.
Como me llama Milán
su señor, como respetan
ya lealtades, ya lisonjas,
por pisarla yo, la tierra,
júntanse
mis menosprecios
a mis celosas sospechas
y
de lesa majestad
delitos mi amor procesa.
Carlos que entrando a la parte
de
mis prósperas y adversas
fortunas juzga por propias
las que publican mis
quejas,
remedios
busca eficaces
y discreto me aconseja
que castigando a mi ingrata
use
de sus armas mesmas.
Que
la dé celos con vos
dispone, Narcisa bella;
milagrosa medicina
si sale bien su receta.
Ya vos sabéis -- perdonadme --
de cuán flaca resistencia
sois todas cuando ofendidas
si cuando amadas soberbias.
Mi salud estriba en vos;
sed mi dama en la apariencia,
ayudadme cautelosa,
dadme venganza discreta.
Como enfermo os pido vida,
como ofendido defensa,
como vuestro duque ayuda,
como mujer competencias.
Castigad ingratitudes
de quien vuestro sexo afrenta
y coronen vuestras plantas
el laurel de mi cabeza.
NARCISA:
Puesto, gran señor, que es justo
que vuestros agravios sienta
y la elección que en mí hacéis
reconocida agradezca,
será razón ponderar
qué tales las famas quedan
de
mujeres pretendidas
si los príncipes las dejan.
¿Paréceos,
señor, a vos
que quien amante de veras
rehusaba desigualdades
las admitirá, si es cuerda,
agora dama de burlas
a los peligros expuesta
de los juicios ociosos
y sin el premio que
esperan
desaciertos a esta traza?
¿Mi amante vos en las muestras?
¿Yo vuestro empleo en el nombre
y en la posesión Sirena?
No gran señor, tenga yo
más dicha con vuestra alteza
que debo de haber estado
con descréditos de necia.
CÉSAR:
No os pido yo en perjüicio
de vuestra opinión, condesa,
livianas publicidades
que os desdoren pregoneras.
Ni esto puede durar mucho;
que celos son impaciencias
que en breve o mueren o matan;
larga paz tras corta guerra.
Sospeche no más mi dama
que ya vos lo sois; entienda
que amada favorecéis
y correspondéis honesta;
que si celosa prosigue
en mi agravio y en su tema
podrán sanar desengaños
lo que vislumbres enferman.
Si decís de no, matadme.
NARCISA:
Digo que estoy ya resuelta
a ser dama titular
si en la propiedad tercera.
¿Qué tanto me dais de plazo
para que estas cosas tengan
fin? Que temo dilaciones
por lo que peligro en ellas.
CÉSAR
El plazo será tan corto
que con dos veces que os vea
favorecerme apacible
quien me enloquece severa
no os seré más importuno.
NARCISA:
¿Y si a la noticia llegan,
de quien con lícito amor
me ha obligado, estas quimeras,
permitís, juramentado
que callará, darle cuenta
del papel que sostituyo?
CÉSAR:
¿Que amante tenéis?
NARCISA: Con deudas
de un siglo de voluntad
y
dos años de asistencia.
Ya
no os puedo negar nada;
que para que os encarezca
lo mucho que por vos hago
es bien daros esta cuenta.
Mirad el riesgo que corro.
CÉSAR: Con obligaciones nuevas
me empeñáis. No sé si os diga
que lo siento y que me pesa.
¿Y quién es el venturoso?
NARCISA:
Pregunta excusada es esa,
porque
en amores de burlas
suelen celos causar veras.
No
habéis de saber su nombre.
CÉSAR:
Ni yo gustaré que él sepa
secretos que desbaraten
el fin desta estratagema;
porque si tiene noticia
por él mi ingrata Sirena
de que es fingido este amor
cobrará su desdén fuerzas
y burlaráse de mí,
sin que hacer sus celos puedan
la restauración debida
a mi posesión primera.
NARCISA:
Digo, señor, que he de daros
gusto en todo.
Sale
ALEJANDRO
ALEJANDRO: (No sosiega Aparte
de temores combatido
quien ama ni quien pleitea.
A Narcisa dijo Carlos,
quedando a solas con ella,
que en cosas que bien la están
su solicitud se emplea.
¿Cosas que están a Narcisa
bien y importa no saberlas
yo que la he rendido el alma?
¡Cielos!
¿Qué cosas son estas?
Velos por las espaldas
¿Sola
Narcisa con Carlos,
y ya con dos? ¿Y recelan
que sepa yo lo que tratan,
y
me despiden? Sospechas
adivinaldo vosotras.)
CÉSAR:
Esta sortija fue prenda
de quien me la dio mudable
porque aborrece firmezas.
Pónesela
en la mano
Mejórese en el cristal
desta mano; pruebe en ella
si para toque de celos
hay quilates de paciencia.
ALEJANDRO:
(¡Vive el cielo que la ha dado
Aparte
la mano en quien tuve puesta
la cifra de mi esperanza,
teatro ya de mi ofensa!
¿Sortijas liviana admites?
Si el interés tira piedras
que el poder en oro engasta
no me espanto que te venza.
¿Quién
será el usurpador
de mis glorias? Que ya penas
juntaron flores
a espinas
y
iviernos a primaveras.)
Llégase
a NARCISA y vuelve la cabeza
CÉSAR
¡Ah, Narcisa! En fin...
CÉSAR: ¿Qué es esto?
ALEJANDRO:
¡Señor! ¿Aquí vuestra alteza?
CÉSAR:
¿Sois dueño vos desta casa?
ALEJANDRO:
No, señor.
CÉSAR: Pues ¡qué licencia!
¿A
tan excusadas horas
os osan abrir las puertas?
ALEJANDRO:
Buscaba yo, gran señor... Turbado
digo que buscaba en ella
y hallé ya lo que buscaba,
porque hallando a vuestra alteza...
CÉSAR:
Sin querer decís verdades.
Andad, esperad afuera
si es que en mi busca venís.
ALEJANDRO:
(Desdichas, salistes ciertas.
Aparte
¡César, duque de Milán;
Carlos, que en el bien se emplea
de Narcisa interesable;
ausente yo y mujer ella?
Ya
pasáis de desengaños
imaginadas certezas;
ya
envidia en el mar, Amiclas
teme fortunas de César.)
Vase
[y vuélvese al paño]
CÉSAR:
¿Que Alejandro es vuestro amante?
NARCISA:
El confesároslo es fuerza.
A dos años de esperanzas
correspondo.
CÉSAR: Sois discreta;
mucho merece Alejandro.
NARCISA:
Y mucho es razón que sienta,
quien le quiere como yo,
los celos que de vos lleva
y que no se me permita
asegurarle.
CÉSAR: Si aumentan
el amor antes doy causa
a que más, celoso, os quiera.
ALEJANDRO:
(Perdido estoy, estoy loco;
Aparte
y para que más me pierda
a que renueve mis ansias
me manda mi amor que vuelva.)
Sale
ALEJANDRO
CÉSAR:
¿Entradas asegundáis,
Alejandro?
ALEJANDRO: La primera
se me olvidó, gran señor,
el daros la norabuena
del nuevo estado que agora,
porque el descuido no ofenda
deudas de la cortesía,
vuelvo a daros.
CÉSAR: Diligencias
disculpables; no sé yo
que para que se agradezcan
parabienes cortesanos
se den en casas ajenas.
Andad,
dádmelos después
en palacio.
ALEJANDRO: (Añadid penas Aparte
a penas, pesares míos,
para que me anegue entre ellas.)
Vase
NARCISA:
¿Es posible, gran señor,
que no juzguéis por las vuestras
las ansias con que Alejandro
culpa mi amor y firmeza?
¿Con él sólo vos crüel?
CÉSAR:
Asegúroos que me pesa,
puesto que no os tengo amor,
que tanto Alejandro os quiera.
Sale
ALEJANDRO
ALEJANDRO:
La marquesa del Final
sospecho que a veros entra.
CÉSAR:
¿Pues quién os ha dado a vos
el cargo de paje o dueña?
ALEJANDRO:
Apeábase del coche
y para que la condesa
estuviese apercebida,
parecióme...
CÉSAR: No os parezca
tan bien Narcisa, Alejandro...
A
él [CÉSAR] aparte
NARCISA:
Señor, ¿vuestra alteza intenta
deshacer obligaciones
o dar celos a Sirena?
CÉSAR:
Uno y otro.
Aparte
a CÉSAR
CARLOS: Agora es tiempo
que saquen a luz tus pruebas
qué
tanta
jurisdición
tienen los celos.
A
ella [NARCISA] aparte
CÉSAR: Condesa,
en vuestro engaño consiste
la vitoria desta empresa;
satisfaced mis venganzas.
NARCISA:
Dios me saque con bien dellas.
Salen
SIRENA y DIANA
SIRENA:
A amiga que se descuida
tanto de mí justo fuera
en venganza de su olvido
ni visitarla ni verla.
Pero puedan más en mí...
NARCISA:
Advertid que está su alteza
presente; llegad y hablalde.
SIRENA:
¿Quién?
NARCISA: Nuestro duque, marquesa.
SIRENA:
(¡Ay cielos! ¿A tales horas
Aparte
y en tiempo que la grandeza
suele
soñar majestades
tan comunicable César?
¿Qué es esto, temores míos?)
A él
Augustos laureles sean
los
estados, gran señor,
que aumenten el que hoy hereda.
Muy
seco el duque [CÉSAR]
CÉSAR:
Guárdeos Dios.
SIRENA: (¡Ay prima mía, Aparte
qué
"Guárdeos Dios" tan a secas!)
DIANA:
Eslo toda majestad
porque es el sol su planeta.
CÉSAR:
Daréisle, Narcisa, a Carlos
crédito siempre que venga
a renovar de mi parte
lícitas correspondencias.
Y entre tanto olvidad vos
las antiguas si interesan
méritos de la hermosura
coronas con que amor premia,
y
adiós.
NARCISA: Ya es obligación,
gran
señor, lo que antes era
voluntad y en una y otra
procuraré yo que sean
reconocimientos
justos,
fiadores de tanta deuda,
abonados por humildes.
Vanse CÉSAR y CARLOS. [Habla
SIRENA a DIANA
aparte]
SIRENA:
¿Qué cifras, prima, son estas?
[Habla
ALEJANDRO] a NARCISA aparte
ALEJANDRO:
Agora que mis agravios,
ojos
hasta aquí, ya lenguas,
pueden
libremente darte
parabienes entre quejas,
si puedes busca...
Sale
CÉSAR
CÉSAR: Alejandro,
seguidme.
Vase
ALEJANDRO: (¿Aun hablar me vedan? Aparte
Pues revienten dentro el alma
víboras de mis ofensas.)
[Habla
a NARCISA]
Busca, si puedes, disculpas...
Sale
CARLOS
CARLOS:
Alejandro, el duque espera.
ALEJANDRO:
(Porque desespere yo, Aparte
pues aun quejar no me dejan.
Vanse
los dos
NARCISA:
Ven Sirena de mis ojos,
que cuando mis dichas sepas
palabras han de faltarte
en llegando a encarecerlas.
SIRENA:
Si son las que yo he sacado,
Narcisa, por consecuencias,
parabienes te apercibo.
(¡Ay Dios si ponzoña fueran!) Aparte
NARCISA:
¿Ves este diamante, amiga?
Pues señal es su firmeza
de una voluntad que en él
sus esperanzas empeña.
[SIRENA
habla] aparte a DIANA
SIRENA:
Prima, ¿no adviertes, no escuchas,
no tocas perdidas prendas,
favorables a un ingrato
y
ya en posesión ajena?
¿Qué he de hacer?
DIANA: Llorar locuras
y escarmentar hoy en pruebas
de amor que salen tan
caras.
SIRENA: ¡Ay Diana, que voy muerta!
Vanse
FIN
DEL ACTO SEGUNDO
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