Salen LEONORA y
ENRIQUE a una ventana, de la cual
pende una
escala
LEONORA:
Enrique, el sol nos da prisa;
con
esperezos la aurora,
si celosa de mí llora,
mis
pesares le dan risa.
ENRIQUE: ¡Qué
presurosa que pisa,
mi
bien, el cóncavo espejo,
de sus
celajes bosquejo!
¡Qué
bien muestra a su pesar,
en su
mucho madrugar,
que
tiene el marido viejo!
¡Oh!
¿Quién candados pusiera
a las
puertas de su oriente,
porque
presa eternamente,
eterna
mi dicha hiciera?
¡Quién,
rompiendo la vidriera
por
donde su luz traspasa,
pusiera
a sus cursos tasa
e
impidiéndola el correr,
la
hiciera, pues es mujer,
que
aprendiera a estarse en casa.
¡No estuviera yo en Noruega,
donde hay noches tan corteses,
que regalan por seis
meses
a quien
a su clima llega!
LEONORA: Si Amor
en ellos sosiega,
¿de
qué, mi bien, serviría
tan
prolongada alegría,
habiéndola de lastar
llorando, con esperar
otros seis meses de día?
No alargues con
dilaciones
recelos
de nuestro daño;
mira que a dichas de un año
riesgo
de un instante pones.
Baja,
mi bien.
ENRIQUE:
Escalones
de mi
muerte bajaré.
Baja el primer
paso
¿Cuándo
a verte volveré?
LEONORA: ¿Eso
pregunta quien ama,
y
ausente del sol la llama,
de su
fuego esfera fue?
Mientras está en Belpaís
el
Duque, y la noche oscura
miedos
del sol asegura,
¿qué preguntas?
ENRIQUE: ¡Vos decís
que me
amáis, y permitís
que me
vaya!
LEONORA:
Es el temor
ayo
crüel del honor,
y el
sol que a nacer empieza,
en su misma luz tropieza
por
descubrir nuestro amor.
¿Bajaste ya?
ENRIQUE: El primer paso.
LEONORA: Adiós,
pues.
ENRIQUE:
Oye de aquí
quejas
del alma.
LEONORA: ¡Ay de mí!
Vete,
Enrique, y habla paso.
ENRIQUE: Si
hicieras, Leonora, caso
de mis
penas...
LEONORA:
Si te ve
el
sol...
ENRIQUE:
Ya, mi bien, bajé
otro
escalón; que violenta
mi fe,
los pasos me cuenta,
y no la
haces de mí fe.
LEONORA:
Repara, amores, por Dios,
que no
es amante discreto
quien
pone a riesgo el secreto.
ENRIQUE: Reparad
en mi amor vos.
LEONORA: Voyme.
ENRIQUE:
Ya bajé otros dos.
LEONORA: No
ocasiones mi cuidado.
ENRIQUE: Mi
bien, ¿pues qué juez no ha dado
lugar
que en cada escalón
siquiera hable una razón
el más
vil ajusticiado?
LEONORA: Mira
que ya son las hojas
ojos de
Argos, que nos ven
de este
jardín.
ENRIQUE:
¡Ay mi bien!
Yo te adoro,
y tú te enojas.
LEONORA: Temo.
Acabando
ENRIQUE de bajar
ENRIQUE: Cesen tus congojas;
que ya
me voy. Goce el sueño
la
gloria que en ti le empeño.
LEONORA:
¿Soltaré la escala?
ENRIQUE: Sí.
LEONORA: ¿Vaste?
ENRIQUE:
Voyme, y quedo en ti.
LEONORA: ¡Ay
dulce esposo!
ENRIQUE: ¡Ay mi dueño!
Suelta LEONORA
la escala, y se retira. Salen el
DUQUE y dos
CRIADOS
DUQUE: ¿A estas horas hombre aquí?
Matadle, si no se da.
ENRIQUE: (Ya,
Amor, descubierto está Aparte
vuestro
secreto por mí.
Restaure el acero agora
culpas
que por tardo os doy.)
DUQUE: ¿Quién
eres?
ENRIQUE:
Un hombre soy.
DUQUE: Pues ¿qué haces aquí a tal hora?
ENRIQUE:
Idolatrar estas piedras,
de mi
hechizo semejanza
y
comparar mi esperanza
a sus siempre verdes yedras.
DUQUE:
¿Amas en palacio?
ENRIQUE: Adoro.
DUQUE: ¿A
quién?
ENRIQUE:
Si fueras discreto,
no
ofendieras al secreto
de Amor
mas rico tesoro.
DUQUE: ¿Por
dónde al parque cerrado
entraste?
ENRIQUE:
Si Amor es ave
que
penetrar nubes sabe,
¿qué
preguntas?
DUQUE: Al sagrado
de
este lugar, es delito
entrar
de noche.
ENRIQUE: Al Amor,
que es
el monarca mayor
ningún
lugar le limito.
DUQUE: Di
quién eres.
ENRIQUE: Todo yo
soy amor, y no soy más.
DUQUE: Si te
encubres, morirás.
ENRIQUE: Amor
esfuerzo me dio
para
defenderme.
DUQUE: ¡Muera!
ENRIQUE: Mal mi
valor conocéis.
Echan mano a las espadas los cuatro
y éntranse
acuchillando el
DUQUE y ENRIQUE. Los CRIADOS huyen al punto.
Dentro
DUQUE:
¡Valiente brazo! ¿Qué hacéis?
¡De un
solo hombre [huís]!
Salen el DUQUE
y ENRIQUE, volviendo a salir. El
DUQUE
retirándose de ENRIQUE
DUQUE: Espera.
Advierte que el duque soy.
ENRIQUE: Vuestra
alteza me perdone,
si mi
espada se le opone;
porque
resuelto estoy
de
morir, antes que sepa
quién
la espada le ha ganado,
venturoso desgraciado,
aunque
en mi valor no quepa
el
justo merecimiento
que
consigue mi osadía.
Vuestra
alteza honre la mía,
porque
con la suya intento
dar
principio a mi ventura,
y mi
sangre ennoblecer.
DUQUE: Tu
valiente proceder
de mi
enojo te asegura.
Dos crïados me has herido,
pero no temas por eso.
ENRIQUE: Que me
ha pesado confieso,
aunque
en mi defensa ha sido
DUQUE:
Descúbrete, caballero.
ENRIQUE: Vuestra
alteza tiene fama
de crüel
contra quien ama
sangre
suya, y de aquí infiero
lo
mal que me puede estar
hacer
de quien soy alarde.
El sol
sale. Adiós; que es tarde,
e
indecente este lugar.
Vase ENRIQUE
DUQUE:
¡Determinado valor!
¿Qué es
esto? ¡Válgame el cielo!
¡Una
escala está en el suelo!
Cayó
por ella mi honor.
El
arrogante embozado,
autor
de mi afrenta ha sido;
que el
peligro hace atrevido
al más
cobarde culpado.
¿Qué
hay que dudar? ¿No me dijo,
"Vuestra alteza tiene fama
de
crüel contra quien ama
sangre
suya?" Si colijo
de
aquí consecuencias llanas,
a mi
sangre fue traidor,
y torpe
ofende mi honor
una de
mis dos hermanas.
¿Si
será Leonora? No;
que en
su temprana viudez
la
virtud ha sido juez
de que
Artemisa perdió
el
casto blasón con ella.
¿Será
Isabela? Tampoco,
pues al
deseo más loco
reprime
ardores de vella.
Pues ¿quién será de las dos,
si no
tengo en Belpaís
otra
sangre? ¿Qué decís,
honra,
en estas dudas vos?
Este
cuarto es de Leonora
y de
Isabela; esta escala
en la
culpa las iguala,
si
cómplice, acusadora.
Para
poder sentenciar,
información se ha de hacer.
¿Vos
sois casa de placer?
Mejor
diréis de pesar.
¿Llamaré gente que siga
mi
enemigo? Sed mas sabio,
honor
mío; que el agravio
no lo
es miéntras no se diga.
Ni
el sol que empieza a nacer,
con
verlo todo y ser mudo,
de las
ofensas que dudo
testigo
tiene de ser.
El
tiempo dará noticia
de
quién es quien me ofendió,
pues en
mi espada llevó
la
insignia de mi justicia.
Ella le dará castigo,
pues
aunque encubrirse prueba,
no va
seguro quien lleva
a la
justicia consigo;
y yo
guardaré entre tanto
este
instrumento agresor.
Tratos de cuerda el Amor
da a la
honra. No me espanto
que
os venza, mudable hermana,
pues la
mas firme mujer
frágil
cuerda viene a ser,
y la
mas cuerda, de lana.
Bájase a tomar
la escala, halla papeles rotos,
y cógelos
Papeles pedazos hechos
hay por
aquí, que arrojados,
son despedidos crïados;
y
descubriendo sus pechos,
podría
ser que se vengasen
de
quien los despedazó.
Sospechas, ¡dichoso yo,
si en
verdades os trocasen!
Esta
letra es de Leonora.
Medio
renglón dice ansí,
Lee
"Mi bien, cuando estoy sin ti...
"
Mas
indicios hay agora,
Isabela, en tu favor,
que a
Leonora culpa dan...
¡Qué
dichoso que fue Adán
libre
de riesgos de honor!
Lee
"Mi bien, cuando estoy
sin ti..."
¿De tú,
Leonora mi bien
a un
hombre, y no sé yo a quién?
¿Viuda
noble que habla ansí?
Muy
adelante está ya
en
materia de afición.
Leamos
otro renglón;
que
puesto que roto está,
si
indicios de estotro iguala,
no
habrá que imaginar más.
Lee
"Mañana
a verme vendrás...
y estotra
noche la escala..."
Bien
los delincuentes pinta
la
sospecha, sabio Apeles,
en
estos rotos papeles.
Lee
"La
respuesta en esta cinta..."
No
entiendo esto. Alguna traza
para
escribirse los dos,
les dio
el mal nacido dios.
Lee
Éste
dice, "...duque a caza."
Es
verdad, ayer salí.
Lee
"...cinta,
asegura cuidados
de enemigos
no excusados."
Ya este
misterio entendí.
Leonora le escribiría,
y por
guardar el respeto
al
siempre cuerdo secreto,
de una
cinta colgaría
el
papel, el sol ausente,
porque
acudiendo por él
su
amante, aliviase en él
llamas
de su amor ardiente.
Vendría de noche en fin,
y la
cinta serviría
de
tercera, y llevaría
cuando
entrase en el jardín,
la
respuesta, cuerda y muda.
¡Nuevo
modo de querer!
Mas
¿qué no hará una mujer,
si
sobre discreta, es viuda?
"Enemigos
no excusados..."
los
vivos terceros llama.
Bien
dice, porque la fama
anda
enferma entre crïados.
Si
como supo guardar
secretos, guardar supiera
papeles, poner pudiera
escuela
nueva de amar.
Ahora bien, yo he de saber
con
industria y con secreto
quien
es el feliz sujeto
que en
Leonora pudo hacer
tan
no pensada mudanza.
Mi
espada lleva, y la suya
me dejó
por ella; arguya
quién
puede ser, mi venganza.
A la
corte he de volverme;
que tal
vez en la lleneza
del campo está la grandeza
a
peligro, donde duerme
el
cuidado. Torre, quinta,
no veré
más vuestras flores,
que dan
entrada a traidores
y hacen
tercera una cinta.
Vase el DUQUE
llevándose la escala. Sale
ENRIQUE
ENRIQUE: ¿De la escala se olvida quien adora
a quien al sol en hermosura
iguala?
¡En tal ocasión,
cielos! ¡A tal hora!
¿Y por
discreto Cleves me señala?
¿Yo amante? ¿En
posesión yo de Leonora,
y la escala me olvido? ¿Y en la
escala
dejo indicios al duque
sospechoso
contra la fama de mi dueño
hermoso?
Asaltóme su hermano de improviso;
no pude prevenir con el cuidado
en mi defensa a daño tan
preciso;
descuidéme, y Amor que es
descuidado,
¿qué merece? Por necio o por remiso
mi Leonora dirá, "Ser olvidado,
pues si un amor con otro amor se
paga,
olvido es bien que a olvido
satisfaga."
¡Un año de secreto, en un
instante
perdido por mi culpa, cuando
pinta
la discreción trofeos de un
amante,
si no en bronces, en flores de
una quinta.
¡Un amor sin tercero que le
espante,
cifrado cada noche en una cinta,
mudo correo de amorosas quejas,
letras de amor librándome a unas rejas!
El duque halló la
escala, ¿quién lo duda?
Y en ella la opinión de mi
Leonora,
o desacreditada o puesta en duda
por culpa mía, mis descuidos
llora.
¿Con qué ojos, pues, idolatrada viuda,
a los tuyos podrá llegar agora
quien te ha ofendido, si
el mayor culpado
es en casos de amor el
descuidado?
Sale RICARDO
RICARDO: Enrique.
ENRIQUE: ¡Padre y señor!
RICARDO: ¿Cómo has madrugado hoy tanto?
ENRIQUE: Son enemigos del sueño
el calor y los cuidados.
RICARDO: ¡Cuidados tú! ¿Pues de qué?
ENRIQUE: No son razones de estado,
ni de amor ciegos desvelos;
pues nunca ha podido tanto
conmigo el bárbaro ocio,
que haya degenerado
de la crïanza que en mí
hacen tus consejos sabios.
Como soy hechura tuya
y tu sangre propagando
en mí, procuras al tiempo
dejar tu mismo retrato;
eres mi padre y maestro
armas y letras cifrando
en avisos y en liciones,
por quien dos veces te
llamo
dueño natural. Deseos
de no desmentir, Ricardo,
esperanzas que en mí siembras.
Mil noches me han desvelado.
No has permitido hasta agora
que rompa el límite escaso,
prisión de mi juventud,
de estos montes y estos prados.
Diez leguas dista de aquí
la corte, que alabas tanto,
de Carlos, duque de Cleves;
veinte veces ha pisado
rosa abril y escarcha enero
que de los maternos lazos
a la luz del sol salí,
sin haber de ti alcanzado
que a ver la corte me lleves,
preso entre los riscos altos
de estas asperezas frías,
cuyas faldas bordan mayos.
Si intentabas, padre noble,
que viviese entre villanos,
donde por dueño te tienen
un castillo y pueblos cuatro;
¿para qué tan cuidadoso
las artes me has enseñado
liberales? ¿Para qué
el hacer mal a un caballo,
saber jugar el acero,
acometer un asalto,
dar dos botes de una pica,
el noble lenguaje y trato
de las cortes de los reyes,
si, como sabes, es llano
ser inútil la potencia
que no se reduce al acto?
(¡Ay mi Leonora ofendida! Aparte
Divirtiendo estoy en vano
sentimientos de mi ofensa,
ocasiones de tu agravio.)
RICARDO: Enrique, mozo estudié,
hombre seguí el aparato
de la guerra, y ya varón
las lisonjas de palacio.
Estudiante gané nombre,
esta cruz me honró soldado,
y cortesano adquirí
hacienda, amigos y cargos.
Viejo ya, me persuadieron
mis canas y desengaños
a la bella retirada
de esta soledad, descanso
de cortesanas molestias,
donde prevengo despacio
seguro hospicio a la muerte,
con prudencia escarmentado
en los viejos que en la corte,
de su libertad tiranos,
mueren sin haber vivido,
pródigos de canas y años.
Antes que honrase mi pecho
con el blasón soberano
malta de esta blanca cruz,
del valor y hazañas blanco;
saliste al mundo, y quedó
tu crïanza, Enrique, a cargo
de mi amor y mis consejos.
Creciste en fin y dejando
con la infancia los estorbos
que en el natural humano
el uso de la razón
impiden en tiernos años;
fui a los nueve tu maestro,
por causa tuya colgando
las armas y pretensiones;
y a esta quietud retirado,
desde las primeras letras
tu ingenio dócil y blando,
hasta la filosofía
por mi industria ha granjeado.
Sin éstas no puede un hombre
perder el nombre de esclavo
pues en fe de hacerle libre,
liberales se llamaron.
La militar disciplina
en tu natural bizarro
lograr hazañas pretende
que te ganen nombre claro.
Con las armas y las letras
podrás, si a César te
igualo,
vencer de día, y de noche
escribir tus comentarios.
Voyte enseñando también
la policía y el trato,
modos, términos, respetos,
que en la corte hace el engaño,
maestro de ceremonias;
que llevo, Enrique, por blanco
sacarte de aquestos montes
un perfeto cortesano.
Para serlo, no te falta
sino resumir de paso,
habituando el ingenio,
lo que hasta aquí te he
enseñado.
Presto cumplirás deseos,
los míos después logrando
a satisfacción del mundo
y de la corte de Carlos.
ENRIQUE: (¡La escala se olvida un hombre Aparte
a tal hora y en tal paso!
¿Qué disculpa, amado
dueño,
podré dar a tus agravios?)
RICARDO: Dejando, pues, por agora
deseos que sazonados
se cumplirán a su tiempo,
será razón que volvamos,
Enrique, a nuestro ejercicio.
Ayer tarde repasamos
los metéoros, y en ellos
bastantemente informado,
sabes de lo que proceden
las nubes, lluvias y rayos,
cometas y exhalaciones
que la región infamando
del elemento tercero
al vulgo causan espanto,
como crinitas, caudatas
y otras, que por no ser largo,
dejo porque ya las sabes,
por ellas conjeturando
guerras, muerte de señores,
hambres, mudanzas de estados,
y otras desdichas que anuncian
los cuerpos simples y varios,
de cuyo influjo dependen
los vivientes de acá abajo.
Agora has de resumirme
lo que ayer para hoy
dejamos
en materia de los cielos,
sus ortos y sus ocasos.
ENRIQUE: (¡Vive Dios, que no merece Aparte
quien ama y es descuidado,
nombre de hombre!)
RICARDO: ¿Cómo es eso?
¿Estás en ti?
ENRIQUE: (Y repasando Aparte
lo que esta noche olvidé...)
RICARDO: Di pues.
ENRIQUE: (¡Qué haya yo agraviado Aparte
por un descuido, Leonora,
vuestra opinión? ¡Y me llamo
amante vuestro!)
RICARDO: ¿No dices?
ENRIQUE: Sí, señor. (¡Ay! ¡Cuán contrario Aparte
son desvelos del estudio
de los
de un enamorado!)
La
fábrica de los cielos,
de los
dedos de Dios digna,
eterna
en su inmensa idea,
y en
tiempo el primero día,
según
opinión probable,
es de
la materia misma
que las
demas criaturas,
en
cuanto es materia prima;
pues
dado caso que aquesta
intrínsecamente siga
el
apetito que tiene
a la
forma que varía,
de
donde es fuerza que nazca
la
corrupción que aniquila
la
sustancia que le informa
porque
las demás reciba,
y no
pudiendo mudarse
en los
cielos la adquirida
desde
su creación primera,
ya
parece que es distinta;
lo
cierto es que toda es una,
y
esencialmente se inclina
a las
formas que no tiene
aunque
nunca las consiga,
como el
hombre, que es risible
puesto
que jamás se ría,
ni
ponga esta forma en acto
como de
algunos se afirma.
Los que
se mueven son diez,
y once
con la esfera impírea,
corte de quietud eterna
de
santos y jerarquías.
Su
hechura es cóncava y hueca,
cuyas
esferas contiguas
se
tocan unas a otras,
porque
darse vacuo impidan
de sus físicos contactos.
Hay filósofos que afirman
aquella música acorde
cuya
inefable armonía
no nos
parece escuchar
pues
según buena doctrina,
ab asuetis non fit passio,
aunque
es opinión de risa.
Excédense unos a otros
lo que
por la perspectiva
de sus
ángulos se saca,
conforme a la astrología
de
Alfagrano, diferencia
sexta y
vigésima prima
y otros
de su sabia escuela
del
modo que aquí se pinta.
Distráese
ENRIQUE
(¿Que me dejase la escala Aparte
olvidada yo? ¿Y que diga
que a Leonora quiero bien?)
¡La escala yo!
RICARDO: ¿Desvarías,
Enrique? ¿Qué es esto? Di.
ENRIQUE: Influjos que se derivan
desde los cuerpos celestes
y en la tierra predominan
son como escalas señor.
RICARDO: No, Enrique; tú desatinas,
o alguna pasión secreta
tu memoria tiraniza.
No estás hoy para cuestiones
sutiles; ven a la esgrima
y, por las prácticas, deja
artes especulativas.
Toman espadas de esgrima
Toma aquesa espada negra.
La destreza de Castilla
es la que en Europa agora
comunmente se practica.
En el juego de Carranza
estás docto. Más estima
tiene el de Liébana. En éste
quiero ver cómo te aplicas.
Esgrimen
Mete el pie derecho; saca
el izquierdo, uñas arriba.
Tírame esa punta al pecho;
cruza la espada ala vista.
Rebate mi acero agora.
ENRIQUE: (Por la honra y por la vida Aparte
es natural la defensa.
Duque, aunque el paso me
impidas,
he de llevarme la escala,
sin que por ella colijas
quién es la prenda que adoro.
Muere y mi secreto viva.)
Distráese esgrimiendo,
dale a Ricardo una
cuchillada en
la cabeza y derríbale el
sombrero
RICARDO: ¡Loco! ¿Qué has hecho?
ENRIQUE: ¡Ay, señor!
Siguió la espada atrevida,
sin regirse por el alma,
desconciertos de la ira.
Necio es quien reduce a leyes
el furor, que nunca mira
en preceptos militares,
si la venganza le incita.
Ciego de él dejé llevarme;
mas no hay disculpa que impida
mi bárbara inobediencia.
La mano, padre, castiga
que ha herido a quien debe el
ser.
Dame con mi espada misma
la muerte, y vengue la blanca
lo que en la negra te indigna.
Arroja ENRIQUE
la espada negra, saca la blanca;
ofrécesela, y
dale el sombrero de rodillas
¡Que herí a mi padre!
RICARDO: No creas
que eres mi hijo, ni permitas
afrentar el orden sabio
con que sus especies cría
la cuerda naturaleza;
porque si como imaginas,
fuera, Enrique, yo tu padre,
cuando, el alma divertida,
me fueras a herir, la sangre
te detuviera, a ser mía.
El brazo, reverenciando
la fuente que la origina.
A la cabeza defiende
la mano, y contra la ira
de quien la injuria, recibe
naturalmente la herida.
Si yo tu cabeza fuera,
mal agraviarme podía
ramo de quien tronco soy,
sangre de quien eres cifra.
No, Enrique, no soy tu padre.
ENRIQUE: Consuelos crecen desdichas,
pues mezclas, crüel piadoso,
dos contrarios de un
enigma.
¿Que no eres mi padre?
RICARDO: No.
ENRIQUE: ¿Pues quién...?
RICARDO: Sabráslo algún día;
que yo no lo sé hasta agora,
hasta que el tiempo lo diga.
Vase RICARDO
ENRIQUE: "¿Que yo no lo sé hasta agora,
hasta que el tiempo lo
diga?"
¡O presunción enemiga!
¿Cómo amaréis a Leonora?
Mi soberbia burladora
hijo noble de Ricardo
me llamó; mas ya ¿que aguardo,
si aun me niegan mi bajeza
la humilde naturaleza
que pensé tener bastardo?
Cíñese la
espada
Arrogante pensamiento,
¿A Leonora os atrevistes?
¿Cómo tan alto subistes
con tan bajo fundamento?
¡Que aun no sé mi nacimiento!
¡Ay amorosa fatiga!
Vuestro vuelo no prosiga
pues sus principios ignora;
"Que yo no lo sé hasta
agora,
hasta que el tiempo lo diga.
"
Sale LUDOVICO,
de campo y sin
espada
LUDOVICO:
Dicha el no matarme fue
de la
caída que di.
Enrique...
ENRIQUE:
Señor.
LUDOVICO:
Caí...
ENRIQUE: Válgame
el cielo!
LUDOVICO: Y quebré
la
espada de más estima
que
caballero ciñó.
El
caballo tropezó
en un
tronco y, dando encima,
tres
partes hizo la hoja.
ENRIQUE: Mucho
daño os pudo hacer.
LUDOVICO: A
nuestro duque iba a ver;
que en
no haciéndolo, se enoja.
Prestadme, Enrique, la vuestra...
ENRIQUE: (La del
duque -- ¡cielos! -- es.
LUDOVICO: ...y
volveréosla después
con
mejoras.
Dásela
ENRIQUE:
¿Qué más muestra
de
que ya está mejorada,
que
vos, marqués, la pidáis,
si a
vuestro lado la honráis?
Sácala
LUDOVICO: ¡Hermosos
filos de espada!
Enrique, feriadmelá;
Daréos
un lugar por ella.
ENRIQUE: Si
gustáis serviros de ella,
ya,
señor, feriada está,
aunque tengo en ella puesto
mi gusto.
LUDOVICO:
¡Ah! ¿Sí? Pues no es justo
que yo os quite tan buen gusto.
Yo os la remitiré presto;
y
porque no vuelva sola,
enjaezado os traerán
el más brïoso
alazán
que
parió yegua española.
Enváinala
ENRIQUE:
Bésoos las manos.
LUDOVICO: ¿Queréis
que
vamos a Belpaís
los
dos?
ENRIQUE:
Si vos os servís
de mí, ¿por qué no?
LUDOVICO: Seréis
del
gran duque conocido;
que
tiene satisfacción
de la
fama y opinión
que
vuestro estudio ha adquirido.
ENRIQUE: A vuestra sombra, señor,
¿qué
dicha no intentaré?
LUDOVICO: Soy
primo suyo, y podré
haceros
con él favor.
ENRIQUE:
Entrad, veréis nuestra quinta,
y
tomaré yo otra espada.
LUDOVICO: No será
tan extremada
como la
que está en mi cinta,
aunque siempre se ha preciado
vuestro
padre de tener
armas
con que alarde hacer
de
haber sido gran soldado.
Vamos.
ENRIQUE:
(No pude negarle Aparte
la
espada que me pidió.
Si el
duque que la perdió,
la
conoce, acompañarle
¿no
es locura? Mas ¿qué importa?
¿Ya qué
tiene que perder
hombre
que no tiene ser?
Acabe
mi dicha corta;
que
cuando el duque importuno
la
muerte me mande dar,
a nadie podré afrentar
pues soy hijo de ninguno.)
Vanse. Salen LEONORA y el DUQUE
DUQUE:
¿Pues podrásme tú negar
no ser
esta letra tuya.
Cada
pedazo te arguya,
pues
para multiplicar
los
testigos que dan nota
de tu descompuesto amor,
convencen tu roto honor
razones
de carta rota.
Niega que la infame escala
que al
pie de tus rejas vi,
liviana, intentó por ti
meter la afrenta en tu sala.
Niega el perdido respeto
a tu
difunto consorte,
honesta
viuda en la corte,
y en
Belpaís, del secreto
y la
noche apadrinada,
pagando
torpe tributo
a la
liviandad en luto,
hipócrita disfrazada;
que
cuando excusas alegues
que
estás maquinando en vano,
desmentida de tu mano,
no es
posible que esto niegues.
LEONORA: (¡Ay
desacertado Enrique Aparte
perdí
mi opinión por ti
y tú me
perdiste a mí.
¿Qué he
de hacer?)
DUQUE: Cuando fabrique
tu ingenio
agravios que hacer
a mis
sospechas, Leonora,
no te
han de excusar agora
sutilezas de mujer.
Convencida estás.
LEONORA: Confieso
lo que
en mi vida pensé;
y
puesto que perderé,
cuando
no la vida, el seso,
por
la reputación mala,
duque,
en que contigo quedo;
dejarte
seguro puedo
que los
pasos de esa escala
que has hallado y me desdoran,
no han llegado a
profanar,
fuera
del alma, el lugar
que
dentro mi cuarto ignoran.
Ofendió el consentimiento
al recato,
no al honor,
pues no
le agravia el amor
que al
primero sacramento
que
vio el mundo, se sujeta.
Con
aqueste fin cristiano,
aunque
el medio fue liviano,
y la
pasión indiscreta,
le
escribí aquese papel,
que
después rompió el temor,
arrojándole el honor
por las rejas. Funda en
él
delitos de voluntad
que no se
han puesto en efeto,
y
advierte que es el sujeto
de tan
noble calidad
como
la tuya.
DUQUE:
¿Y la escala,
de tu
deshonra instrumento?
LEONORA: Amor,
cuyo pensamiento
por los
ojos se señala,
a mi
amante le diría
que
consigo la trujese.
DUQUE: Si
pedazos te leyese
de este
papel, bien podría
probarte cuán adelante
de lo que dices está
el
liviano amor que da
tanta
licencia a tu amante.
Mas
declárame quién es
el
pretendiente atrevido.
LEONORA: Señor,
no pidas...
DUQUE: Yo pido
lo que
te ha de estar después
tan
bien, que juzgues por sabio
el
remedio de tu honor.
LEONORA:
(Perdona, Enrique, al temor;
Aparte
que es
fuerza que te haga agravio.)
Temo, si quién es publico
que has
de enojarte.
DUQUE: ¿Por qué,
si es
tan noble? Di. ¿Quién fue?
LEONORA: El
marqués...
DUQUE:
¿Quién?
LEONORA:
Ludovico.
DUQUE: ¿Mi
primo?
LEONORA:
Ése me desvela.
DUQUE: Pues
siendo merecedor
Ludovico de tu amor,
¿por
qué con tanta cautela
y
secreto te pretende,
pues cuando me declarara
su
amor, era cosa clara
ser tu
esposo?
LEONORA:
No te ofende;
pero
pretendió primero
a mi
hermana.
DUQUE:
Eso es verdad.
LEONORA: Mudóse
la voluntad;
que
amor es fuego lijero.
Viéndome en fin viuda, puso
los
ojos con tanto afeto
en mí,
que amante y secreto
a
servirme se dispuso;
y
por no dar a Isabela
celos,
y enojarte a ti,
ha un
mes que me sirve ansí.
DUQUE: Cuerdo
ocasiones recela,
y
cuerdo intento también
atajar
inconvenientes.
Amorosos accidentes
disculpa, hermana, te den
siquiera por la elección
que en tan noble prenda has hecho.
Sosegado has ya mi pecho.
Al
Marqués tengo afición.
Con Isabela intenté
casarle; mas pues se muda,
disimula cuerda y muda,
porque
a tu hermana no dé
celos, infiernos de amor
entre
tanto que dispongo
las
cosas, y medios pongo
que a
Isabela estén mejor.
LEONORA: Dame
a besar esos pies,
pues satisfaces ansí
tu honor y mi gusto.
DUQUE: En ti
se
emplea bien el marqués.
Cosas que tan adelante
en
materia de honra están
mal
remediarse podrán
si con
medio semejante
no
sueldo el daño que has hecho.
LEONORA:
(Enrique inconsiderado, Aparte
causa a tus celos has dado,
oculte tu amor mi pecho;
que
aunque crea tu impaciencia
que al
marqués hago favor,
te
adoraré en lo interior,
y al
marqués en la apariencia.)
Salen la
DUQUESA e ISABELA
DUQUESA:
Dícenme, duque y señor,
que
dejáis a Belpaís
por la
corte.
DUQUE:
Si el calor,
duquesa, aquí divertís,
Venus entre tanta flor;
yo
que de mi corte ausente,
hago a
mi gobierno agravio,
juzgo
por inconveniente,
pudiendo ser Catón sabio,
ser
cazador imprudente.
Hoy nos hemos de partir.
ISABELA: Más
razón es acudir
al bien
común, gran señor,
que al
propio.
DUQUESA:
No sabe Amor
replicar ni resistir.
Vamos
cuando vos gustéis.
Salen LUDOVICO
y ENRIQUE
LUDOVICO: Por
cumpliros el deseo
que de
conocer tenéis,
gran
senor, a Enrique, os veo
tarde
hoy. Honrar podéis
en
él, con satisfacción
de su
fama y experiencia,
la
nobleza y discreción,
valor,
cortesía y ciencia,
que sus
tributarias son.
Disculpe lo que he tardado
el
padrino que he buscado.
DUQUE: Poco
madrugáis, marqués;
pero
todo amante es
cuidadoso, descuidado.
Más
os debe Belpaís
de
noche, que cuando Apolo
logra
los rayos que huís.
Las estrellas os ven solo,
con padrino al sol salís.
Negáis de noche secreto
quien
sois a la cortesía,
y
publicáisla, en efcto,
al sol;
no sois vos de día
como de
noche, discreto.
El DUQUE habla
aparte con LUDOVICO
Esa
espada no hace alarde
de
hazáñas que adquirís tarde;
guardarla os fuera mejor
si no
es que a vuestro señor
notais,
marqués, de cobarde.
LUDOVICO:
¡Señor! ¿qué decís?
DUQUE: Que en ella
mi
desprecio se señala;
mas si
os honráis de traella,
haré yo
sacar la escala,
y os
castigaré por ella.
Vase el
DUQUE. Síguele LUDOVICO
LUDOVICO: Gran
señor, decid. ¿Qué espada?
¿Qué
escala? ¿Qué confusión
mi
lealtad tienen culpada?
Admitid
satisfacción
de
quien no os ofende en nada.
Vase LUDOVICO
DUQUESA:
Airado el duque se fue
con el
Marques. Isabela,
¿Qué es
esto?
ISABELA:
Aunque no lo sé,
el amor
que me desvela,
por intercesor
pondré.
A
vuestra alteza suplico
que a
desenojarle venga.
DUQUESA: Que me
pesa, os certifico
de que
causa el duque tenga
de
reñir con Ludovico.
Vanse la
DUQUESA e ISABELA
LEONORA: A
poder yo aborreceros,
osara,
Enrique, reñiros,
o
ahorrara mi amor suspiros,
pues ya
no excusa el perderos.
Tan
dificil será el veros,
como
imposible el hablaros.
No
supistes conservaros,
ni yo
supe retirar
deseos
que han de pagar
con la
vida el adoraros.
Por
un instante de gusto,
años
hemos de perder
del recíproco
placer
que
tiraniza un disgusto.
Límite
tiene amor justo
que el
necio desórden pasa.
Quien
sin prudencia se abrasa,
arrepentido se hiela;
quien
al gastar no recela,
corrido
vive con tasa.
Un
papel nos ha vendido,
una
escala descubierto,
un
descuido nos ha muerto,
una
desdicha perdido.
Todo el
duque lo ha sabido;
a Ludovico he culpado.
¡Nombre
de esposo le he dado,
y si de
pesar no muero,
he de
fingir que le quiero
por
sólo razon de estado.
¡Ved de un yerro los que nacen!
ENRIQUE: Enlazan las ocasiones
desdichas en eslabones
que eternas cadenas
hacen;
pero si
se satisfacen
matando, morir procuro
pues
con la vida aseguro
el
peligro que tenemos
porque
muriendo, quedemos
libre
vos, y yo seguro.
Sois
mi esposa en posesión
y yo
con vos desigual,
nuestro
peligro mortal,
cierta nuestra
perdición.
Razón
de estado es razón
que
contradicen los cielos.
La
muerte ataja desvelos;
muera
quien os ha perdido,
a
vuestros ojos querido,
antes
que ausente y con celos.
Sale ISABELA
ISABELA: ¡Ay
hermana de mis ojos!
Llevar
manda el duque preso
al
marqués. Perdere el seso
si
duran estos enojos,
porque
con justos antojos,
difíciles de entender,
le
obligan a enfurecer.
Quejas
forma de una espada
que
ciñe al lado dorada
y mi
homicida ha de ser.
Luego nos manda partir
a la
corte. Ven, Leonora,
y serás
su intercesora,
o aquí
me verás morir.
LEONORA: Yo,
¿qué le puedo decir
con que
se venga a aplacar?
ISABELA: Nada te
sabe negar.
Roguemos por él las dos.
Hidalgo, también a vos
os
manda el duque llamar.
Vase ISABELA
ENRIQUE:
Habrá sabido que es mía
la
espada. Si me da muerte,
dichosa
será mi suerte.
LEONORA: ¡Tantos
males en un día !
ENRIQUE: ¡Ea,
amorosa osadía!
Muera
Enrique desgraciado
pues
tan mala cuenta ha dado
de la
dicha que ha perdido,
cuando
no por atrevido,
por
amante descuidado.
|