ACTO TERCERO
Salen
NARCISA y SIRENA
SIRENA: A esta casa de placer
te he querido convidar,
si en negocios de pesar
puede este nombre tener.
Atropelláronse ayer
tantas quimeras, Narcisa,
que aunque ambicioso me avisa
tu amor, que triunfa en palacio,
quise averiguar despacio
lo que te engaña deprisa.
Hallé a César en tu casa
tan tu amante en la apariencia
que al parecer tu presencia
le desatina y abrasa.
Si supieras lo que pasa
y que de puro celoso
busca en engaños reposo
y en tu hermosura venganzas,
marchitaras esperanzas
que malograr es forzoso.
Para aliviar accidentes,
de su sed mortal indicios,
busca el enfermo artificios,
flores siembra, finge fuentes;
y aunque algún rato presentes
le suelen causar sosiego
enfádase dellas luego;
que fuentes artificiales
no aplacan sedes mortales
cuando está en el alma el fuego.
¿Nunca viste, si las llamas
aumentan la calentura,
que el enfermo lo que dura
congojado muda camas?
Todo es andar por las ramas,
pues al fin cuando aligera
el mal su efímera fiera,
aunque en él fiada estás,
despreciando las demás
se reduce a la primera.
Narcisa, la hidropesía
celosa le tiene ansí;
abrasado busca en ti
lo que en mi amor desconfía.
Mudando damas porfía
aliviar su ardiente pena
y a más rigor se condena
mientras su mal no le avisa
cuán mal curará Narcisa
calenturas de Sirena.
NARCISA: Si no fueras más hermosa
que eres sabia en la doctrina
desa nueva medicina,
que alegas por milagrosa,
no estuviera yo celosa
de que haya sido tu amante
quien dices que es inconstante
porque de gustos mejora.
Basta, que das en dotora
no siendo ni aun platicante.
¿Agora, marquesa, sabes
que, si el duque -- que lo dudo
--
amarte primero pudo,
por más que en esto te alabes,
en enfermedades graves
tal vez el mal se destierra
mudando de aires y tierra;
y que César por sanar
de tu amor quiso mudar
desdenes que le hacen guerra?
Si nunca bien le has querido
y su amor te daba enfado,
libre ya de su cuidado
¿qué buscas? ¿A qué has
venido?
Su olvido paga tu olvido;
da a tu dicha parabienes,
prosigue con tus desdenes,
si no es que formando quejas
suspiras por lo que dejas
y no sueltas lo que tienes.
SIRENA: ¡Bueno es que ya confïada
me aconsejes presumida,
desde ayer acá querida
y desde hoy asegurada!
Ni yo me juzgo olvidada
ni tu estás en posesión;
con menos satisfación,
Narcisa, y sin dar consejos,
que el sembrar está muy lejos
de la cosecha y sazón.
Ayer sembraste esperanzas,
deja arraigarlas primero,
que trae el tiempo ligero
temporales de mudanzas.
Pretensiones por venganzas
de amor no pueden durar.
¡Pobre de ti, si a mirar
vuelven
risueños mis ojos
a quien doy severa enojos!
¡Qué fría te has de quedar!
Mira; si César te dio
la sortija que le di
no fue por amarte a ti
mas porque la viese yo.
Cuando tan grave me habló
fingiendo severidades
entonces, oye verdades,
fulminando disfavores,
si salían dél rigores
paraban en mí humildades.
¿No advertiste que al volver
las espaldas se moría,
condesa, porque no vía
lo que despreciaba ver?
Nunca procures querer
amante que está celoso,
que a costa de tu reposo
probarás, si le admitiste,
que quien de ajeno se viste
el desnudarle es forzoso.
NARCISA: ¿No sabré, Sirena, yo
a qué propósito quieres
desperdiciar pareceres
en quien no te los pidió?
O quieres al duque o no.
Si no, ¿qué se te da a ti
que yo me despeñe ansí?
Si por él pierdes el seso,
marquesa, solo por eso
el alma toda le di.
De una y otra suerte creces
llamas a mi amor primero;
porque le quieres le quiero,
también porque le aborreces.
En vano te desvaneces,
pues cuando yo no le amara
viendo que en esto repara
tu sospechosa impaciencia,
porque me haces competencia
el corazón le entregara.
SIRENA: Sí harás, porque el amor necio
muestra quién es en sus obras;
hónrate tú con mis sobras;
ama a quien yo menosprecio;
para ti serán de precio
los desechos que yo arrojo;
viste lo que yo despojo,
mas mira que ha de costarte
la vida el determinarte,
Narcisa, a darme este enojo.
NARCISA: ¿Me amenazas?
SIRENA: Apercibe
armas contra mi cuidado.
No es cortés quien el crïado
que uno desechó recibe.
NARCISA:
César en mi pecho vive.
SIRENA:
Pues ¿cuando en él le retrates,
merécesle tú aunque trates
secar mi esperanza verde?
NARCISA:
Perdida estás, y a quien pierde
se le sufren disparates.
Salen
GASCÓN y el ALCALDE [con dos
CRIADOS]
GASCÓN: Yo puedo entrar donde quiera,
que soy para lo vedado
ministro privilegiado,
y mandarme salir fuera
es muy gran descompostura.
[ALCAIDE]:
Mayor libertad es esa;
que estando aquí la marquesa
del Final, cuando procura
que no entre nadie, es
razón
ser cortés.
SIRENA: Hola, ¿qué es eso?
GASCÓN:
¡Oh mi señora! Este exceso
perdonad.
SIRENA: ¿Quién sois?
GASCÓN: Gascón;
archilacayo ducal.
SIRENA:
¿Pues qué pretendéis aquí?
GASCÓN:
Síguese detrás de mí
el duque. No sé qué mal
le trae con melancolía;
amores deben de ser.
Preténdese entretener
en la de vueseñoría
casa de placer -- ansí
jerigonzan critizantes --
enfádanle negociantes
y por si los hay aquí
vine a despejar el puesto,
sin saber yo los favores
que en república de flores
libraba ese hermoso gesto...
¿Gesto? No es vocablo
culto.
Ese aromático globo...
¿Globo dije? Soy un bobo.
Ese brillático vulto...
Peor. Esa hermosa cara...
¡Cuerpo de Dios! Deste modo
se llama en el mundo todo.
Lleve el diablo a quien compara
al padre de Faetón
los ojos y los cabellos,
rayos ensartando en ellos
las veces que rubios son.
Golfo de ébano sutil
los
cabos negros hacía
y al peine que los barría
llamó
escoba de marfil;
nieto al amor de la espuma,
y a un sacre que daba caza
en el aire a una picaza,
llamó corchete de pluma.
Miren vuesirías dos
cuál anda ya nuestro idioma;
todo es brilla, émula, aroma,
fatal... ¡Oh, maldiga Dios
al primer dogmatizante
que se vistió de candor!
SIRENA:
No deis en reformador
vos, que sois muy ignorante.
Pero decid, ¿César viene
a esta quinta?
GASCÓN: Una carroza,
señora, a solas le goza
con Carlos, que le entretiene
sin más acompañamiento,
y las cortinas corridas.
SIRENA: (Hoy sospechas mal nacidas, Aparte
averiguaros
intento.)
¡Hola crïados!
Han
salido con el ALCALDE otros dos
ALCAIDE: ¿Señora?
SIRENA:
Ponedme este hombre a recado.
GASCÓN:
¿A mí?
SIRENA: Tenelde encerrado
lejos de aquí.
GASCÓN: Escuche agora;
¿pues porque entré sin
licencia?
NARCISA:
¿Qué es lo que intentas hacer?
SIRENA:
Llevalde.
A
NARCISA aparte
Quiero saber
cuál en nuestra competencia
de las dos es preferida.
NARCISA:
Yo en eso no dificulto.
GASCÓN:
Si es esto porque hablé culto
¡oh cándida luz bruñida!
a la de tu apelo amor
clemencia, que es, construído,
a tu clemencia rendido
apelo deste rigor.
SIRENA: ¡Hola, llevalde!
GASCÓN: ¿Ha de haber
tras esto -- déjenme hablar --
palmeamiento orbicular?
Quisiera darme a entender
hablando en estilo humano;
¿habrá azotaina?
ALCAIDE: No sé.
SIRENA:
Llevalde.
GASCÓN: Anoche soñé
azotes en canto llano
y por esto lo pregunto;
porque son, la vez que sale
sermón tras el dale, dale,
azotes en contrapunto.
Llévanle
NARCISA: Pues dime, ¿qué dependencia
tiene tu averiguación,
marquesa, desta prisión?
SIRENA:
Quiero ver por experiencia
si César finge quererte
por darme celos a mí
o si viene agora aquí
por hablarte y pretenderte.
Si ignora, pues, que aquí
estoy
y tu, estando yo escondida,
le disuades mi venida,
verás desengaños hoy
que te den nuevo cuidado
conque yo segura esté.
Por esta causa mandé
retirar ese crïado;
que así por él no sabrá
que estaba agora contigo.
NARCISA:
En fin, ¿dices que en castigo
del que tu desdén le da
finge, por amartelarte,
que me quiere bien?
SIRENA: ¿Pues no?
Estaba presente yo
anoche y fingió adorarte
para que yo lo sintiese.
Verás ahora cuán mudado,
cuán tibio, cuán desganado,
te habla.
NARCISA: ¡Qué engaño es ése
tan donoso! ¿Pues tan poco
puede mi presencia, di,
que no le olvide de ti?
SIRENA:
Tiénenle mis celos loco.
No sepa el que yo aquí estoy;
verás qué al punto te deja.
NARCISA:
Escóndete y apareja
paciencias; que yo te doy
mi palabra que has de
estar
rematada antes de mucho.
SIRENA:
Desde esta murta os escucho.
¡Qué necia te has de quedar!
Escóndese
SIRENA
NARCISA: ¿No es bueno que comencé
de burlas estas quimeras
y que me pesa de veras,
que tan confïada esté
Sirena de que es
querida,
que adivine lo que pasa?
No es amor el que me abrasa;
mas de envidia estoy perdida,
porque será caso recio
que en competencias de amor
salga el suyo vencedor
y el mío con menosprecio.
¡Oh celos! ¡Oh envidias
fieras,
venenoso
frenesí!
Si quitáis el seso ansí
de
burlas ¿qué haréis de veras?
Salen CÉSAR y CARLOS
CÉSAR: Divirtamos majestades,
que
atormentan si autorizan
pensamientos amorosos,
en la quietud desta quinta.
¡Qué de novedades quiere,
Carlos, amor que te diga!
Oye sus milagros.
CARLOS: Paso,
señor, que está aquí Narcisa.
CÉSAR:
¿Quién?
CARLOS: La condesa; tu dama
intrusa.
CÉSAR: Su hermosa vista
puede tanto, amigo Carlos...
CARLOS:
¿Cómo?
CÉSAR: No sé qué te diga.
Déjame a solas con ella.
CARLOS:
¿Pues quiéresla bien?
CÉSAR: Se alivian
mis pesares con mirarla
y mis celos se amortiguan.
Retírate.
CARLOS: Que me place;
pero, ¿tan presto se olvidan
amores y más celosos?
CÉSAR:
Es muy bella y tengo envidia
de lo que a Alejandro quiere.
Mira qué bien que se libran
los que me causa Sirena
si ya a pares me lastiman.
CARLOS:
No dejarás de medrar
con esa mercaduría;
si al primer lance la doblas,
déte amor con ellas dicha.
Vase
NARCISA:
¿Gran señor?
CÉSAR: Con ese nombre
diera a mi ventura estimas
si lo fuera vuestro yo.
¿Estáis sola?
NARCISA: En compañía
de enemigos pensamientos,
contraria yo de mí misma,
aguardo desafïada
a Sirena, en cuya quinta
han de batallar sospechas.
CÉSAR:
Si mi amor os apadrina,
segura está la vitoria
de vuestra parte.
NARCISA: No finja
vuestra alteza hasta que venga
favores que aunque mentiras
pueden engendrar verdades
en quien dellas necesita.
Presto Sirena vendrá.
CÉSAR:
Plegue a Dios, condesa mía,
que tantos estorbos tenga
que con ellos divertida
jamás agravie estas flores.
NARCISA:
¿Jamás? ¿Cuando en ella estriban,
desesperado en su ausencia,
apoyos de vuestra vida?
¿No es Sirena ídolo vuestro?
¿No la amáis?
CÉSAR: Paso, solía.
Mucho
pudieron ofensas
y mucho más vuestra vista.
Lo
que yo podré afirmaros
es que habéis hecho en un día
más que en un año Sirena.
Desde
donde está escondida [SIRENA]
SIRENA:
¿Qué estáis oyendo desdichas?
¿En un día la condesa
más que yo en un año? Altivas
presunciones amorosas,
por soberbias abatidas,
¿esto
escucháis sin vengaros?
NARCISA:
(¿Qué es esto, estrellas benignas?
Aparte
¿Conmigo tan amoroso
César? ¿Si tiene noticia
de que la marquesa está
oyéndonos escondida
y finge por abrasarla
que me quiere y que la olvida?
Sin duda; que desde anoche,
cuando celos tiranizan
alma que está tan prendada,
mal
sabrá olvidar antiguas
prendas de amor.)
A él
Bien podéis
señor, sin hablar enigmas
pues
no ha llegado Sirena,
decirme vuestras fatigas.
¿Cómo desde anoche os va?
¿Fue eficaz la medicina
de nuestro ingenioso amor?
Vuestra prenda está perdida
de celos; no negaréis
que, aunque dama sostituida,
no hice mi papel anoche
con linda gracia.
CÉSAR: Y tan linda
que por serlo tanto vos
conoce la mejoría
mi amor de vuestra belleza
y a que os adore me obliga.
SIRENA:
¿Cómo es esto? ¿Luego fueron
ardides de sus malicias
las finezas con que anoche
dieron causa a mis envidias?
¿Luego fingieron amarse?
¡Ay sospechas mal nacidas;
si ya se quieren de veras,
muerto
me han mis armas mismas!
NARCISA:
Que no está aquí vuestra dama.
CÉSAR:
Estáislo vos. ¡Ay si mía
os pudiera llamar yo!
NARCISA:
¿Vos pensáis, señor, que os mira
Sirena o ensayáis celos
con que podáis reducirla
a la voluntad primera?
CÉSAR:
No sé en eso lo que os diga;
pero sea lo que fuere,
mostraos vos agradecida,
favorecedme agradable,
correspondedme propicia.
NARCISA:
¿Y han de ser burlas o veras?
CÉSAR:
Veras o burlas, prosigan
favores que por ser vuestros
como quiera son de estima.
NARCISA:
Va de burlas. Yo os prometo
duque y señor...
CÉSAR: No vendría
mal ahí un "dueño amado."
NARCISA:
Vaya, porque en todo os sirva.
Yo os prometo, amado dueño,
que vuestra presencia, digna
de augustas estimaciones,
y en competencia la envidia
que Sirena me ha causado
han dado tal batería
desde anoche a mi sosiego
que si fui dama fingida
ya, celosa y agraviada
de que lo que solicitan
mis favores gocen otras,
es llanto lo que fue risa.
¿Para tan poco soy yo
que, habiéndome hallado digna
para que entre tantas damas
con la marquesa compita,
no podré comunicada
sacar del alma reliquias,
que si celos las conservan
desengaños las marchitan?
¿Sirena haciéndoos agravios,
yo sirviéndoos y que digan
que ella salió vitoriosa
y que yo quedé vencida?
Si tal ofensa llegara
a ejecución, si su dicha
volviera
a gozar las paces
que los celos reconcilian,
del
modo que el alma agora
sale a los ojos por cifras
de lágrimas, no dudéis
de que mi muerte las siga.
Llora
CÉSAR:
Pues ¿lloráis?
NARCISA: ¿No he de llorar
injurias
no merecidas,
diligencias mal pagadas
y
mudanzas no admitidas?
CÉSAR:
¿Luego aquesto va de veras?
NARCISA:
No señor, mas si lastiman
tanto de burlas ¿qué harán
celos de veras?
SIRENA: (Perdida Aparte
estoy. Salgamos agravios
a manifestar desdichas
que, si inventaron sospechas
para acechar celosías,
Perilo de sus tormentos
serán pues se martirizan
a sí mesmas y en su daño
padecen lo que averiguan.
Pero no; sepamos antes,
supuesto que fue fingida
la fábrica deste amor
que ya verdades confirman,
en qué estado estoy con César
y si lágrimas hechizan
voluntad que tan constante
blasonaba de ser mía.)
CÉSAR:
No lloréis soles hermosos,
que quien perlas desperdicia
no sabe lo que le cuestan
a
quien os ama sus Indias.
Ya sean veras, burlas ya,
vuelva
a serenar la risa
nublados tristes que esconden
la belleza de sus niñas;
que yo os juro, a fe de amante,
si vuestros ojos porfían,
puesto que en mí sea bajeza,
que afeminado los siga.
Ya Sirena está olvidada.
Amor, todo maravillas,
vuestra hermosura imperiosa
y agravios que desobligan
hicieron este milagro.
Por su igual amante elija
la marquesa a Marco Antonio
que su presunción castiga.
Mejórese en vos mi amor;
mude señora a quien sirva,
despídase de Sirena
y sea esclavo de Narcisa.
NARCISA:
¿Y eso es ficción o es verdad?
CÉSAR:
¿Qué sé yo? Como os imitan,
burlas serán si os burláis
y veras si ansí se estiman.
NARCISA:
¿Amaréisme si yo os amo
ya de veras reducida
a despedir fingimientos?
CÉSAR:
Daré a mi ventura albricias.
NARCISA:
¿Y Sirena?
CÉSAR: No os iguala.
NARCISA:
¿Si la veis?
CÉSAR: Huiré su vista.
NARCISA:
¿Si os ruega?
CÉSAR: Vengaré agravios.
NARCISA:
¿Si os llora?
CÉSAR: Serán malicias.
NARCISA:
Estáis celoso.
CÉSAR: De vos.
NARCISA:
¿De mí?
CÉSAR: Vuestro amor lo diga.
NARCISA:
¿De Alejandro?
CÉSAR:
Ése me abrasa.
NARCISA:
¿De Marco Antonio?
CÉSAR: Me entibia.
NARCISA:
En fin, ¿me amáis?
CÉSAR: Os adoro.
NARCISA:
Sois duque.
CÉSAR: Vos sois más digna.
NARCISA:
No os merezco.
CÉSAR: Asentareisos...
NARCISA:
¿Dónde, César?
CÉSAR: En mi silla.
NARCISA:
¿Por duquesa?
CÉSAR: Y por mi esposa.
NARCISA:
¡Grande amor!
CÉSAR: Voluntad limpia.
NARCISA:
Dadme esa mano.
CÉSAR: Y el alma.
Dánselas
NARCISA: Ya sois mío.
CÉSAR: Ya sois mía.
NARCISA: ¿Quién será mi dueño?
CÉSAR: César.
NARCISA:
¿Quién lo asegura?
CÉSAR: Mi vida.
NARCISA:
¿A quién dejáis?
CÉSAR: A Sirena.
NARCISA:
¿Y a quién amáis?
CÉSAR: A Narcisa.
Sale
SIRENA
SIRENA: Ya no pueden mis ojos
mirando agravios reportar enojos.
Desenlazad livianos
nudos de amor en fementidas manos,
que si este es nudo ciego
celos
abrasan nudos, que son fuego.
¡Ah
ingrato, ah leve amante,
a méritos de pruebas inconstante!
No en balde en ti temía
descréditos de amor el alma mía.
Probé tu fortaleza
por estimarte más; ¡qué rustiqueza
hacer en hombres prueba,
liviano pino al mar que el viento lleva!
¡De Narcisa vasallo!
Diamante te compré, vidrio te hallo.
¿Tu es bien que duque seas?
¿Tu blasonas valor? ¿Tu, que te
empleas
en inconstancias leves,
no
siendo hombre a regir hombres te atreves?
Desmentiste quilates.
CÉSAR:
Multiplica a tus celos disparates,
que en vano se llamaran
frenéticos sino desatinaran.
Sirena, ¿qué pretendes?
¿Logras
mudanzas y firmezas vendes?
De
ti dé testimonio,
pues eres su Cleopatra, Marco Antonio;
crece en él esperanzas
y deja que te imiten mis mudanzas,
pues tan agradecido
estoy a tu desdén, si no a tu olvido,
que me pesa deberte
la dicha apetecida de perderte
por el hermoso empleo
que con mejoras de mi bien poseo.
SIRENA:
Gózale muchos años
si merecen tal premio tus engaños;
pero advierte primero,
no que satisfacerte humilde quiero,
sino apoyar mi fama
que ofendida por ti leve se llama.
Yo deseosa, necia,
de ver en ti lo que el amor más precia,
fingí que te olvidaba
y en tu competidor tu fe probaba,
escogiendo un sujeto
soberbio, desigual, pobre, indiscreto,
porque más fácilmente
pudieras conocer, a ser prudente,
en sus desigualdades
por viriles de engaños mis
verdades;
que
no estoy yo contigo
en tan necia opinión que por castigo
de mi elección ligera
a hombre tan indigno amor tuviera.
Tus prendas añadieron
desméritos en él que a luz salieron,
porque como en la fea
más con las joyas la fealdad campea;
quise dar testimonio
con ellas de lo que era Marco Antonio.
Extraño fue este suceso,
mucho apurar tu amor, yo lo confieso;
pero
como crecías
en majestad y las sospechas mías
sembraban
desconfianzas
creí que despachándote
libranzas
de celos aumentaras
caudales a tu amor y más me amaras;
que en la amorosa cuenta
ceros los celos son que la acrecientan
y cuantosmás añada
más crece, aunque por sí no valen nada,
sacando mis desvelos
cuán parecidos son ceros y celos.
Yo, pues, que esto creía
a la unidad de amor celos ponía;
mas tú, porque presuma
tu poco amor, errástete en la suma.
Ya estoy escarmentada;
vuelve César, no valga cuenta errada
y acábense desvelos;
si en ellos te adeudé ya cobro en celos.
CÉSAR: Marquesa, llegado ha tarde
vuestra excusa, aunque admitida;
que la vitoria perdida
quien se disculpa es cobarde.
A tanto celoso alarde
y tropel de sinrazones
¿qué valen satisfaciones
en agravios mal seguros?
Asaltos combaten muros
y
ofensas inclinaciones.
En la mesa del amor
los
celos son el salero,
que
para ser verdadero
éstos le han de dar sabor;
pero advertid que es error
echar mucha al que es sencillo.
Con la punta del cuchillo
toma sal el cortesano,
porque con toda la mano
no es templallo, es desabrillo.
Si sabe vuestra querella
que es fuego la sal que abrasa
y sembráis de sal la casa
¿cómo viviréis en ella?
Los celos, Sirena bella,
por ser de la sal trasunto
en pasando de su punto
no sazonan, mas maltratan.
¿Qué queréis, si celos matan,
de un amor que ya es difunto?
NARCISA: A menosprecios tan claros
¿qué intentas aborrecida?
A
CÉSAR
SIRENA:
Permitid por despedida
que aparte merezca hablaros.
A
NARCISA
CÉSAR:
Confirmad con retiraros,
Narcisa, mi firme amor.
NARCISA:
Harélo, mas con temor
de que os he de hallar mudado.
CÉSAR:
No se muda amor rogado
si llega tarde el favor.
Retírase
NARCISA
SIRENA: En fin, César, ¿por querer
probaros he de perderos?
CÉSAR:
Añadistes tantos ceros
que ya es imposible hacer
la cuenta.
SIRENA: Solía yo ser
dueño vuestro.
CÉSAR: Pasó ya
ese tiempo.
SIRENA: ¿Pena os da
perderme?
CÉSAR: Todo se olvida.
SIRENA:
¿Y si me costáis la vida?
CÉSAR:
Marco Antonio os llorará.
Sale
ALEJANDRO de jardinero y llégase a
Narcisa
ALEJANDRO: Disfrazado y escondido,
mudable, escuché contratos
de tus términos ingratos
contra mi amor ofendido.
¿Para qué finges quimeras
cuando de mi fe te burlas?
Comenzaste a amar de burlas,
ya me das muerte de veras.
Vencerte el interés pudo
de un duque; que eres mujer
y tu amor ya mercader
aunque se pinta desnudo;
que de vuestra compañía
¿qué otra cosa ha de sacar
si no es vender y comprar?
Mas ¡quién de palabras fía
de mujeres!
NARCISA: Loco vienes;
mira el peligro en que estás.
ALEJANDRO:
No quiero ya vivir más;
máteme el duque, pues tienes
gusto desto.
NARCISA: Vuelve en ti.
CÉSAR:
¿Qué es eso?
NARCISA: Es el jardinero.
ALEJANDRO:
Fuilo de amores primero,
sembré lo que no cogí.
Alejandro soy; ¿qué esperas?
La muerte me manda dar;
morir quiero y no aguardar
burlas que abrasan de veras.
CÉSAR: (¡Oh celosa competencia! Aparte
Ya Sirena restauraba
el alma que la olvidaba,
-- mas ¿qué no hará su
presencia?, --
Apártase
de SIRENA
y cuando en llama remisa
iban creciendo desvelos
tocaron alarma celos
y abrásome por Narcisa.
A
ALEJANDRO
Atrevimientos de amor
dignos son de perdonar;
del jardinero es sembrar
y de otro gozar la flor.
Y si vuestra queja estriba
en serlo vos, mal lo hacéis;
que el jardinero, ya veis,
que para sí no cultiva.
Narcisa ha de ser duquesa
de Milán.
Sale
MARCO ANTONIO y llégase a SIRENA
MARCO ANTONIO: Sirena mía;
como sin vos no vivía,
amor, que solo profesa
adoraros...
CÉSAR: ¡Marco Antonio!
¿también estáis acá vos?
(Celoso yo entre los dos Aparte
dará mi amor testimonio
de la confusión extraña
en que me pone mi pena.
Dándome celos Sirena
la adoro cuando me engaña;
dándome Narcisa celos
por ella a Sirena olvido,
y
yo en las dos dividido
bandos
formo de recelos.
Neutral a entrambas deseo
sin determinar ninguna;
celos me abrasan en una,
celos en la otra empleo,
y de una y otra celoso
muere amor donde comienza.
Indiferente estoy; venza,
celos, el más poderoso.)
Sale
CARLOS
CARLOS: El embajador de Francia
viene en tu busca, señor.
CÉSAR:
(Divierta el embajador Aparte
las penas de mi ignorancia.)
Marco Antonio, acompañadme;
venga Alejandro conmigo.
(Yo soy mi mismo enemigo. Aparte
Celos, morid o matadme;
no eslabonéis la cadena
de mi muerte tan aprisa.)
A
CARLOS
Muero, Carlos, por Narcisa
y enloquéceme Sirena.
Vanse
los cuatro
NARCISA: Ya confesarás que estás
vencida, si opositora.
SIRENA:
Yo sé que César me adora;
presto mis dichas verás.
NARCISA: Sé yo que te menosprecia.
SIRENA:
Quien bien ama tarde olvida.
NARCISA:
¡Qué necia por presumida!
Vase
NARCISA
SIRENA:
¡Qué presumida por necia!
Sale
DIANA
DIANA: Pues, prima mía, ¿en qué
estado
quedamos?
SIRENA: En el peor.
Costosas pruebas de amor
mi paciencia han apurado.
Ya se acabó mi esperanza,
ya se remató mi seso.
DIANA:
¿Qué dices?
SIRENA: Sólo intereso
morir y tomar venganza.
DIANA: ¿De qué suerte?
SIRENA: A costa mía
a Marco Antonio he de dar
la mano y ansí vengar
mi agravio, pues desvaría
el duque celoso dél.
DIANA:
Eso es castigarte a ti.
SIRENA:
Necia en hacer pruebas fui;
el remedio fue crüel,
pero pues vencida salgo
y erré en la sustancia y modo
atorménteme a mí todo
y siéntalo César algo.
DIANA: Tendrá la dicha del necio
Marco Antonio desa suerte.
SIRENA:
Celos me darán la muerte:
si a manos de un menosprecio
he de morir ofendiendo
y ofensas de amor vengando,
moriré, prima, matando
y no viviré muriendo.
Ya no hay consejo ninguno;
no te canses con cansarme;
dos ojos he de sacarme
por sacarle a César uno.
Vamos.
Sale
ALEJANDRO
ALEJANDRO: Marquesa, escuchad,
y los dos menospreciados
comuniquemos cuidados
de una misma actividad.
Celos del duque sentís,
celos de Narcisa siento;
uno mismo es el tormento
que disimulo y sufrís.
Juntemos los dos
caudales
y aunque hay tanto estorbo en medio
seamos en el remedio
como en la desdicha iguales.
César, celoso, intentó
vengarse de vos con celos
y a costa de mis desvelos
lo que de burlas trazó
de veras salió en mi daño.
Que bien me queréis fingid;
venza un ardid a otro ardid,
salga un engaño a otro engaño.
Narcisa es vuestra enemiga
y quedando vencedora
por cobarde opositora
mereceréis que os persiga.
Yo sé que si os ve mi amante
y
que los dos nos queremos
los celos que padecemos
nos
den venganza bastante.
Mueran del mal que morimos;
desvelos causen desvelos,
cúrense celos con celos
y sientan lo que sentimos.
SIRENA: Eso, Alejandro, trazaba
y ya buen fin me prometo;
solo mudaré sujeto.
Con Marco Antonio intentaba
casándome, ¡qué locura!,
comprar tormentos por darlos;
mejor podré ejecutarlos
con vos. ¡Ay si hallasen cura
nuestros males desta suerte!
ALEJANDRO:
Todo es vida hasta morir.
Narcisa lo ha de sentir
infinito y no es tan fuerte
César que encubra rigores
que desatinan los sabios,
ni disimulan agravios
deste porte los señores.
Pues los nuestros se
conjuran
probaremos si es verdad
que en aquesta enfermedad
celos con celos se curan.
Vanse. Salen MARCO ANTONIO y NARCISA
MARCO ANTONIO: El duque me prometió
ser en mis bodas padrino
y no sé por qué camino
mi suerte desbarató
ese principio dichoso.
La marquesa favorece
mi amor, puesto que parece
que trata menos gustoso
este casamiento. En vos,
Narcisa hermosa, consiste
mi dicha; César asiste
a vuestro amor y en los dos
correspondiente su llama.
La corona milanesa
os venera su duquesa;
¿qué le pediréis, si os ama,
que os niegue el duque?
Pedilde
que pues con vos se desposa
su palabra generosa
me cumpla, porque yo humilde
si a mi favor os obligo
en la intercesión presente
os deba a vos solamente
la dicha y bien que consigo.
NARCISA: Si el duque palabra os dio
de apadrinaros y ordena
daros la mano Sirena
no haré, Marco Antonio, yo
mucho en disponerle en eso.
Suplicaréle que acorte
plazos y honre nuestra corte
con bodas de que intereso
más de lo que vos pensáis.
Ya es de noche, yo os prometo
poner mañana en efeto
todo lo que me mandáis.
MARCO ANTONIO: Siendo vos mi protectora
ya cesó el recelo en mí.
NARCISA:
Pienso que el duque está aquí.
MARCO ANTONIO: A buena ocasión, señora,
viene; aprovechad en ella
el bien que espero por vos.
NARCISA:
Harélo ansí; andad con Dios.
MARCO ANTONIO: Sed piadosa, pues sois bella.
Vase. Sale el duque [CÉSAR]
CÉSAR: Cosas de tanta importancia
como son las del sosiego
si no se ejecutan luego
entíbialas la distancia
del tiempo, Narcisa mía;
que no es perfeto el amor
que tiene competidor
y negocia a sangre fría.
Lo que se quiso primero
o tarde o nunca se olvida;
está Alejandro sin vida
de celos y considero,
si oís una vez su pena,
que os reconciliéis los dos
haciendo Alejandro en vos
lo que casi en mí Sirena.
Atajar inconvenientes
es el consejo más sano.
Hoy me habéis de dar la mano,
nuestros contrarios ausentes,
para desterrar ansí
las
reliquias que han dejado.
NARCISA: Ya yo las he desterrado;
haced, gran señor, de mí
como de quien os confiesa
por su dueño y su señor;
y asegurando mi amor
advertid que la marquesa
y Marco Antonio me han hecho
su intercesora con vos.
Quieren casarse los dos,
estando vos satisfecho
y apadrinando su boda.
Permitildo.
CÉSAR: En hora buena;
mas ¿sabéis vos que Sirena
gusta de eso?
NARCISA: Milán toda
sabe el amor que le tiene;
buen
testigo habéis vos sido.
Sirena
esto me ha pedido.
Sale
un PAJE
PAJE:
Sirena, señora, viene
a veros.
Vase
el PAJE
CÉSAR: No me halle aquí.
(Escondido quiero ver
Aparte
si celosa una mujer
y despreciada de mí
se puede determinar
a tan loco arrojamiento.
¡Oh celos, vuestro tormento
la vida me ha de quitar!)
Escóndese
CÉSAR y salen SIRENA y
ALEJANDRO. [Habla SIRENA a ALEJANDRO aparte]
SIRENA: Yo sé que el duque entró aquí.
ALEJANDRO:
Disimula, si procuran
los celos que celos curan
curar nuestro frenesí.
NARCISA: ¡Pues, Marquesa, a tales horas
no se admiten desafíos!
SIRENA:
No, mas hácense amistades
que turbaron desatinos.
Tan avergonzada vengo,
Narcisa, de haber desdicho
mi estimación de enterezas,
nobles
en mí a los principios,
que
de mí misma agraviada
he tomado por castigo
el venirte a dar gozosa
plácemes que por ser míos
harán
tus dichas mayores.
Goces a César mil siglos
de
amantes y honestos lazos
que amor dilate con hijos.
NARCISA:
Guárdete, marquesa, el cielo
otros tantos, que ya estimo
en más mi suerte pues llega
a gratularse contigo.
SIRENA:
¡Ay amiga, que ya vuelvo
a darte este nombre antiguo,
qué
necias hemos estado
y yo qué bárbara he sido!
Sirvióme
antes que heredase
el duque y su amor remiso
quise aquilatar con celos;
salióme mal este arbitrio.
Amóte y menosprecióme
y a ser yo cuerda, en su olvido
fundara felicidades
que, aunque tarde, solicito.
Envidiéte;
soy mujer,
¿qué mucho?; puse a peligro
mi
salud y mi sosiego;
quiso rendirse a partido
mi presunción. No admitió
César desengaños dignos
de estimación en los nobles;
pagó en desprecios suspiros;
abrieron sus desengaños
los ojos a mis sentidos,
castigué
mis liviandades
y restauréme el jüicio.
No es de mi inclinación César;
somos los dos tan distintos
en condiciones que fueran
sus regalos mi martirio
a desposarme con él.
Obligáronme servicios
a torcer mi inclinación;
yo presumida, él altivo,
si amante no pude hacer
que despidiese un amigo,
a mi voluntad opuesto,
de sus secretos archivo,
mal mi gusto procurara
teniéndome en su dominio,
pues de un amante rebelde
se hace un tirano marido.
Quise volverme a mi estado,
cuando a consolarme vino
Alejandro, y consolarse,
quejoso de tus desvíos.
No sé qué deudo se engendra
entre los que de un mal mismo
están enfermos; mas sé
que al instante que nos vimos
los dos lo que compasión
recíproca fue al principio
convirtió la semejanza
del mal en amor benigno.
Yo despreciada de César,
él por ti puesto en olvido
y
los dos vuestros estorbos,
paréceme
que os servimos
él y yo si os despejamos
respetos de haber querido
y agraviar pasadas prendas
que dan pena a agradecidos.
NARCISA:
¿Luego Alejandro pretende
ser tu esposo?
ALEJANDRO: Determino
aun hasta en esto imitar
las
dichas que en vos envidio.
Sirena
-- dadme licencia
para alabarla -- es prodigio
de amor, pues cura mis celos
contra la opinión de Ovidio.
NARCISA:
Cure muy en hora buena;
mas ¿para qué habéis venido
a darme a mí cuenta deso?
¿Podréis los dos persuadiros
que vengándoos de mudanzas
he de llegar yo a sentirlo
de suerte que forme quejas?
¡Qué estratagema tan tibio!
Quiéreme a mí el duque bien;
para ocupar tal vacío
sois vos muy poco sujeto.
ALEJANDRO:
Yo con César no compito;
antes vengo a suplicaros
que siendo nuestros padrinos
facilitéis con su alteza
permisiones; que he temido
que gusta estorbar mi suerte.
NARCISA:
Otro tanto me ha pedido
Marco Antonio, confïado
en que siempre fue bien visto,
cuerda elección de Sirena.
SIRENA:
Por eso solo le privo
de tan desigual intento.
NARCISA:
¿Pues no le has favorecido?
SIRENA:
Por causar celos a César
amante le hice de anillo.
Salióme mal esta traza;
tenga, condesa, contigo
mejor lugar mi elección
y haz esto que te suplico.
NARCISA:
Yo vengo muy bien en ello;
mas temo que ha de impedirlo
el duque, formando agravios
de que en prenda que bien quiso
ponga un vasallo los ojos...
Excusad
este peligro
y daos las manos los dos
sirviéndoos
yo de testigo;
que hecho una vez no tendrá
remedio cualquier disignio
que pretenda deshacerlo;
y después si le apaciguo
-- que sí haré según me adora --
podréis más ostentativos
celebrar conformidades.
ALEJANDRO:
¡Qué bien, señora, habéis dicho!
Dadme, marquesa, esa mano.
SIRENA:
El alma con ella os rindo.
Dánselas
NARCISA:
(¡Cielos, que esto va de veras!)
Aparte
CÉSAR:
(¡Tormentos, ¿qué es lo que miro?
Aparte
¡Vive Dios que pierdo el seso!)
Apártalos
NARCISA:
Esperaos; que es desvarío
en lo que ha de durar tanto
arrojaros sin medirlo.
Mirad, que los dos celosos
determináis ofendidos
sospechando que os vengáis
peligrosos laberintos.
Yo sé que no os queréis bien;
acabad de persuadiros,
que os entiendo.
ALEJANDRO: Acabad vos,
Narcisa, ya el impedirnos
lo que os importa tan poco;
que por el cielo os afirmo,
ya que llegáis a apurarme,
y por su eterno artificio
que de veros empleada
en César, de quien no envidio
mudanzas que en vos adora,
estoy tan agradecido
cuanto os soy deudor de haberme
el alma restituido,
que tiranizada un tiempo
se malogró en vuestro hechizo.
Sirena -- que pues a esto
llegamos fuerza es decirlo --
os hace tantas ventajas
en la belleza que admiro,
la discreción, la firmeza,
que el duque puso en olvido,
cuanta la luz a la sombra,
cuanta el diamante a los vidrios.
Mátenme vuestros desprecios
y vuelva yo a los martirios
de amaros -- que es maldición
que tiemblo -- si no os olvido,
si a la marquesa no adoro
más que al sol el opuesto indio,
más que el imán a su estrella,
más que la flor al rocío.
SIRENA:
Y yo, que lealtades pago
si menosprecios castigo,
tanto a César aborrezco
cuanto en vos, amante mío,
de dueño y gustos mejoro;
que el imperio no hace digno
a
quien por sí desmerece,
ni yo sus lisonjas sigo.
Vos firme, César mudable;
vos afable, él presumido;
vos
amoroso, él severo;
vos leal, él fementido;
¿qué más dicha que olvidarle?
¿qué más suerte si os elijo
y que más bien que llamaros
descanso de mis suspiros?
Sale
CÉSAR
CÉSAR:
Primero, mudable ingrata...
NARCISA:
Primero, desconocido...
CÉSAR:
Que tal veas...
NARCISA: Que tal goces...
CÉSAR:
Mi venganza...
NARCISA: Tu castigo...
CÉSAR:
Narcisa, ya yo no os amo.
NARCISA:
Señor, lo que os quiero finjo.
CÉSAR:
Celos se curan con celos.
NARCISA:
En mi daño lo averiguo.
CÉSAR:
Dad la mano a vuestro amante.
NARCISA:
Resistirálo ofendido.
ALEJANDRO:
Mal podré si satisfecho
adoro lo que resisto.
Dánselas
CÉSAR:
Vos marquesa sois mi esposa.
SIRENA:
Bien os tengo merecido.
Dánselas
CÉSAR:
Basta, que amor funda estados
y da en admitir arbitrios.
Sale
CARLOS
CARLOS:
En busca de vuestra alteza...
CÉSAR:
Carlos, dad reconocido
los plácemes a mi esposa
y vos, mi bien, a mi amigo
favoreced.
SIRENA: Con tal nombre
en estimarle os imito.
CARLOS: Gocéisos los dos mil años.
Sale
GASCÓN
GASCÓN:
¡Dos horas, cuerpo de Cristo,
con la prisión jardinera!
¡Si supieras los mosquitos
que me daban garrochón!
Pero ¿qué es esto que miro?
¿Dos a dos y mano a mano?
¿Juegan
cañas Valdovinos
y Belermas? Si os casáis
el cura soy; yo os bendigo.
Marco Antonio está a la puerta,
pues
no es de los escogidos;
a
la puerta por lo bobo
le arroje amor como niño
y escarmienten en él necios.
CARLOS:
El senado sea testigo
de que en materia de amores
según los ejemplos vistos
celos con celos se curan.
GASCÓN
Si contentan, digan vítor.
FIN DE LA COMEDIA
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