Salen LISENA y DIANA. LISENA tiene en la mano un librillo de
cera blanca encendido, y en la otra un papel que DIANA quiere quitarle
LISENA: No has de verle. Sueltalé;
que ya pecas de
cansada.
Mira que le rasgaré.
DIANA: ¿Tú has de encubrirme a mi nada
bien lo que me amas se ve.
¡Tú a tal hora en el
jardín
sola, con luz y papel,
sin que yo sepa a qué fin!
¿Merece saber mas de él
que yo esta murta y jazmín?
Si de testigos te enojas,
que hablar puedan en tu mengua
cuando cuentes tus congojas,
yo solo tengo una lengua,
e infinitas estas hojas.
Murmurar las siento aquí
con cualquier aura liviana,
y debe de ser de ti;
porque siendo yo tu hermana,
no te osas fïar de mí.
Lisena, suelta el papel
o dime lo que contiene
y a quien estimas en él.
LISENA: Ni que lo sepas conviene
ni una letra has de ver de él.
DIANA: ¿No soy tu hermana mayor?
LISENA: ¿Qué importa aquí el parentesco
donde el secreto es mejor?
DIANA: Pues que verle no merezco,
venta será del honor;
que por ser de mí estimado
en el extremo que entiendes,
a encubrirle te ha obligado.
LISENA: Bien sé, hermana, que pretendes
que te diga mi cuidado;
y por eso hablas ansí,
aunque en diverso conceto
estoy acerca de ti;
y pues te guardo el respeto
que tú me pierdes a mí,
ni de esa suerte me trates
ni por fuerza saber quieras
lo que es.
DIANA: Cuando te recates
de que sepa tus quimeras
y encubras tus
disparates,
como
en cosas del
honor
no toquen, no soy curiosa;
mas soy tu hermana
mayor.
Ésta es hora sospechosa;
el papel encubridor
de algún liviano suceso;
la luz, señal que procuras
publicar tu poco seso;
que el yerro que se hace a escuras
alivia a la afrenta el peso;
el sitio no conveniente
para quien profesa honor
y el riesgo que corre siente;
caviloso tu temor,
o al menos impertinente
pues has dado en recelarte
de mí con tan necio extremo.
Soy tu sangre, tengo parte
en tu mal o bien, y temo
no haya venido a engañarte
quien a tal hora provoca
tus deseos inconstantes;
que una travesura loca
es mal de participantes
que a todo un linaje toca.
LISENA: En mejor reputación
esté mi fama contigo.
No sé yo por qué razón
me das antes el castigo
que mi culpa la ocasion.
Mis pensamientos, si en ellos
se han fundado los enojos
qon que intentas ofendellos,
tan altos son, que tus
ojos
no han de alcanzar ni aun a vellos.
Si eres mi mayor
hermana,
y temes que he de
ofenderte,
trátame mejor, Dïana;
y si malicias, advierte
que la malicia es villana
y que, aunque en los
nacimientos
tu edad más respetos cobra,
te aventajo en pensamientos,
pues del valor que les sobra
te puedo dar alimentos.
Si aquí a tal hora me ves,
advierte, aunque maliciosa,
crédito a quimeras des,
que no hay hora sospechosa,
si la persona no lo es.
Y que como no la esmalta
el sol, de los cielos vida,
por si algun temor me asalta,
vengo con luz encendida,
supliendo lo que le falta,
señal que no ha de temerse
csa indigna de mi ser
y que de mí ha de creerse,
que aun de noche no sé hacer
cosa que no pueda verse.
Este papel que ha causado
la inquietud que en ti se ve,
aunque le hayas injuriado,
basta que en mi mano esté,
para estar calificado.
Y el sitio, pues yo le piso,
da nuevo ser a su ornato
y a tus sospechas aviso
y, aunque culpes mi recato
porque llamarte no quiso,
no importa; que él es
discreto,
y yo basto a dar valor
contra tu rüin conceto,
sitio, noche, temor,
la luz, papel y el secreto.
DIANA: Pues ¿puédesme tú negar,
que enamorados desvelos
no te han hecho trasnochar?
LISENA: Mas ¿si me pidieses celos?
DIANA: Bien sabes que no sé amar,
y que hasta agora no ha habido
quien me haya puesto en cuülado.
LISENA: Ya yo sé que te has querido
alzar con el principado
de la crueldad y el olvido
y que cuantos quieren bien,
una Anajarte alemana
en tu severidad ven,
siendo en el nombre Dïana
como en belleza y desdén.
Y así yo que con temor
ando de ver el extremo
de tu intratable rigor,
huyo de ti porque temo
a quien nunca tuvo amor.
DIANA: ¡Gracias a Dios
que he sacado
en limpio esta confusión!
En fin, ¿amor te ha quitado
el sueño, y como ladrón
de noche te ha salteado?
Ya, pues los principios sé,
saber puedo lo demés.
¿Quién el venturoso fue,
en cuyo papel estás
deletreando su fe?
Dime, Hermana, la verdad.
Ea...
LISENA: Háceseme grave
descubrir mi voluntad
a quien, porque amar no sabe,
es de ajena facultad.
DIANA: No tanto, que aunque no adore,
ni tus desvelos imite,
favorezca, escriba y llore
ni la práctica ejercite
vuestra teórica ignore.
De amor sé la pasión ciega
quizá mejor que quien tira
sus gajes y al centro llega
de su esfera; que quien mira,
más alcanza que el que juega.
Conservo mi libertad;
mas no porque no consiento
tu amorosa ceguedad
eches al entendimiento
culpas de la voluntad.
Acaba; declaraté.
LISENA: ¿Haste de enojar conmigo?
DIANA: ¿Tan baja tu elección fue
que estás temiendo el castigo
si la prenda que amas sé?
LISENA: Antes es tan generosa
que entiendo, en siendo sabida
de ti mi elección honrosa,
que me llames atrevida
y me riñas envidiosa.
DIANA: ¡Válgame Dios! ¿Quién será
este hipérbole de amor?
¡Para aqueste monte ya!
LISENA: Si el conde de Peñaflor
fuese el que ocasión me da
de estimarle, ¿qué dirías?
DIANA: Que a tu sangre corresponde
el amor que en ella crías.
LISENA: ¿Y si fuese más que el conde?
DIANA: ¿Más que el conde? Desvarías.
LISENA: ¿Si Enrique de Oberisel,
del rey privado y sobrino,
me escribiese este papel...?
¿No es más galán? ¿No es más
dino
que el conde?
DIANA: Es monstro con él.
La alemana bizarría
ae avergüenza en su presencia.
¡Dichosa tú, hermana mía!
LISENA: Si me amase una excelencia,
en vez, de una señoría,
con más razon te admiraras.
DIANA: ¿Excelencia?
LISENA: El duque Arnesto
¿no puede, si en él reparas,
aarme con fin honesto?
DIANA: Señales vas dando claras
que estás loca. Un caballero
es nuestro padre, leal,
de noble sangre y acero
que tuviera más caudal
a querer ser llsonjero;
y, por igualar su hacienda
con la altiva inclinación
que su valor me encomienda,
doy desdeñosa ocasión
a que amor de mí se ofenda;
que a falta de fundamentos
del oro, que no hace caso,
ni admite merecimientos,
por no casar mal, me caso
con mis mismos pensamientos.
Mira tú, siendo mi hermana,
y no con mayor tesoro,
si es la elección que haces
vana
cuando Amor con flechas de oro
hiere, por lo que en él gana.
Si el duque a amarte se
mueve,
tomará a censo tu honor;
mas mira que si se atreve,
no hay noble buen pagador
ni es príncipe el que no debe.
LISENA: ¿Basta a que de la grandeza
de una excelencia admirar
le dé ocasion la pobreza?
Pues aun más te has de
espantar
cuando me llames alteza.
DIANA: Anda, necia.
LISENA: Ese retrato
Sácale
antes que leas el papel,
diga si verdad te trato.
DIANA: A Sigismundo veo en él.
LISENA: Y antes que pase gran rato,
verás el original
de ese gallardo traslado.
DIANA: En amor tan desigual
donde el pincel ha firmado,
recelo algún grande mal.
Sigismundo es heredero
de Carlos, rey de Bohemia;
Tú, hija de un caballero,
a quien la Fortuna premia,
más en sangre que en dinero.
El Rey espera a Leonora,
de Hungría infanta, y tan bella,
que hasta la envidia enamora,
oara que case con ella
el príncipe que la adora.
Por ella en Belgrado está
su hermano el infante Alberto,
y deben de llegar ya
pues si el casamiento es cierto
de quien retratos te da,
¿qué puedes tú
pretender
de tan desigual
amor,
ni qué alteza puede haber
que no derribe tu honor,
no siendo tú su mujer?
LISENA: Satisfágate a esa duda
ese papel, que ya puedes
ver discreta y guardar muda
oara que segura quedes
y Amor a mi dicha acuda.
Y sin hacer más espantos,
callando tu discreción,
advierte en favores tantos
que es carta de obligación
pero no con "sepan
cuantos";
que en saberlo pocos, creo
que el fin que espero verás
y de mi honra el empleo.
DIANA: ¡Qué satisfecha que estás!
LISENA: Veráslo si lees.
DIANA: Pues, leo.
Lee
"Mi padre el rey, prenda
mía,
me da esposa y no sois vos,
como si Amor, siendo dios,
preciase estados de Hungría.
Antes que llegue este día
esta noche Amor concierta
daros la posesión cierta
que a Leonora os adelanta
porque en viniendo la infanta,
halle cerrada la puerta.
La mano os tengo de dar
sin poner mi amor por obra
que no soy como el que cobra
sin intención de pagar.
Sólo os quiero asegurar
que en honesto amor me fundo
y que, desmintiendo al mundo,
contra el gusto y el poder,
sabe amar sin ofender
a su esposa, -- Sigismundo."
A tan segura firmeza,
tan nunca visto valor,
tan no esperada grandeza,
¿qué mucho triunfe tu amor
de la mudanza y pobreza?
Sólo Sigismundo es
quien nombre puede adquirir
de amante firme y cortés
que el hacer junta al decir
y da afrenta al interés.
Ya por él perfeto queda
el amor, a quien obliga
a que estimarse en más pueda,
que estaba lleno de liga
como la baja moneda
y en el fuego del valor
con que su fama acredito
sabe apartar del amor
la mezcla del apetito
para acendrarle mejor.
A amar tu pobreza vino,
quilatando su decoro;
que amor desnudo y divino
cuanto está más limpio de oro,
tanto es más perfeto y fino.
Injuria, hermana, me
has hecho
el tiempo que no me
has dado
cuenta de tu honra y provecho.
LISENA: Aunque amor comunicado
dicen que dilata el pecho,
temí la envidia, Dïana,
que te pudiera causar.
DIANA: No es mi inclinación villana.
LISENA: No, mas es propio envidiar
una hermana a la otra hermana.
DIANA: Pues ¿puédeme estar mal, di,
que en Bohemia el reino goces?
LISENA: Ya lo ves
DIANA: Pues que de mí
lo que te quiero conoces,
deposita desde aquí
secretos dentro la esfera
de mi pecho que, constante,
verte ya reinar quisiera.
LISENA: Mal sabrás, no siendo amante,
saber servir de tercera.
DIANA: Todo el ingenio lo alcanza.
mas dime, ¿qué tanto ha
que entre el temor y esperanza
el príncipe por ti está
dando guerra a la mudanza?
LISENA: Que me quiere bien, ha un año
me jura, y que yo lo sé
un mes.
DIANA: ¡Sufrimiento extraño!
¿Y quién el Mercurio fue
de este provechoso engaño?
LISENA: Harto humilde, te prometo.
Gascón, lacayo de casa,
a falta de otro sugeto,
es arcaduz por quien pasa
nuestro amoroso secreto.
El príncipe le ha pegado
parte de su discreción
y de él el alma fïado.
DIANA: Tiene buen humor Gascón.
LISENA: Bien conmigo lo ha mostrado;
pues entre burlas y
veras,
introducir ha sabido
en mi pecho estas quimeras.
DIANA: De ordinario, hermana, han sido
las gracias lindas
terceras.
No desecha ripio
Amor,
que es dios muy
aprovechado,
pues al humilde
favor
de un hombre bajo, ha obligado
de Sigismundo el valor.
LISENA: Y tanto, que él solo tiene
de su secreto la llave.
Con él solo a verme viene
de noche; que otro no sabe
la pena que le entretiene.
De manera que es de día
de nuestro padre crïado
de los de menor cuantía;
pero de noche privado
del que menosprecia a Hungría.
DIANA: Milagros del amor son,
que coronas atropella.
¿Y entra otro más que Gascón
en la danza?
LISENA: Una doncella,
a quien han dado
ocasión
mis desvelos de
acecharme,
sabe algo de esto también.
DIANA: No haces, pues,
mucho en fïarme
tu pecho, si otros le ven.
LISENA: No ha bastado el recatarme.
DIANA: ¿Fue Carola la curiosa?
LISENA: Sí, hermana; mas solo sabe
que de mi pena amorosa
es el dueño un hombre grave
que me sirve para esposa;
sin que del príncipe tenga
ni sospecha ni noticia
ni conmigo al jardín venga.
DIANA: Importa que a la malicia
Amor discreto prevenga.
Princesa has de ser, en fin.
Y ¿por dónde te entra a hablar?
LISENA: Llave tiene del jardín.
DIANA: Seguro puede llegar,
si eres tú su serafín.
Y mi padre, estando ausente,
no estorbará tu ventura,
que el cielo, hermana,
acreciente.
LISENA: Mira qué alegre murmura
esta jardín, esta fuente;
pues entre dientes me avisa
que el príncipe viene ya.
¿No ves aumentar su risa?
¿No ves el olor que da
el suelo en que flores pisa?
Pues todas señales son
de que Sigismundo ha entrado.
DIANA: ¡Sabrosa exageración!
Salen SIGISMUNDO y GASCÓN, como de noche,
hablando en el fondo
SIGISMUNDO: La noche se ha desojado
en ver mis dichas,
Gascón.
Ojos son esas estrellas,
con que hecha un Argos pretende
ver mi amor por todas
ellas.
GASCÓN: Pues luminarias
enciende,
tus bodas anuncia
en ellas.
SIGISMUNDO: Agradécele el favor
con que a ayudarme ha venido
vestida de resplandor.
Dila algo.
GASCÓN: En mi vida he sido
culto versificador;
mas pues tú lo mandas, vaya.
Zarca antípoda de Febo
que hecho este jardín Pancaya
para alumbrarle de nuevo
bordas de estrellas tu saya;
tú que al amante prometes
favores como al ladrón
y acompañando corchetes
como si fueras jubón
estrellas traes por ojetes;
tú que sustentas con ellas
ya el favor y ya el desdén
y miéntras brillas
centellas
haciendo el cielo sartén
sus yemas rubias estrellas;
bien pudiera, pues que vuelas
con tan estrellado bulto
decirte -- y aun lo recelas --
con cierto poeta culto
que estás llena de viruelas
o que como eres curiosa,
entre el resplandor hechizo
nos muestras la cara hermosa
con tanto lunar postizo
que ya pecas de pecosa;
pero sólo digo, en fin,
que más bella que otras noches
vienes hoy a este jardín
llena de dorados broches
desde el copete al chapín
y que de los cielos bellos
donde es bien que te rotules,
pudieras, a sufrirlo ellos
por lo que tienen de azules,
cortar cambray para cuellos.
SIGISMUNDO: Anda, necio.
GASCÓN: Al uso es esto.
LISENA: ¡Ay Dïana! Vesle allí.
DIANA: Despejarte quiero el puesto
hasta que sepa de ti
que soy de Amor tan honesto
medianera.
LISENA: La luz mato.
DIANA: Haces bien. Aquí te espero;
que siempre es cuerdo el recato.
LISENA: ¿Y el papel?
DIANA: Guardarle quiero,
envuelto en él el retrato.
Échase
DIANA en la manga el retrato y el
papel,
y apártase a un lado
LISENA: ¡Príncipe!
SIGISMUNDO: Lisena mía,
ya es medio día, ya en verte
se ausentó la noche fria.
GASCÓN: (Veremos de aquesa suerte Aparte
estrellas al mediodía.)
SIGISMUNDO: Recelos húngaros son
los que el deseo apresuran,
pues para satisfacción
del amor que en ti aseguran,
te entregan su posesión.
Dicen que viene la infanta
a injuriar merecimientos,
mi bien, de hermosura tanta;
y para que impedimentos
con que Amor niño se espanta
mi dicha no hagan dudosa,
mi esperanza determina,
Lisena del alma hermosa,
que esta noche sea madrina,
y tú mi adorada esposa.
LISENA: El crédito has restaurado,
príncipe, que en los señores
por no pagar se ha quebrado;
pues siendo todos deudores,
tú pagas adelantado.
No estados podré ofrecerte
cual la infanta, Sigismundo,
aunque mi amor es de suerte
que tiene cual mar profundo
infinitos en quererte.
Rey serás desde este día
de un alma humilde que adora
tu amorosa cortesía,
puesto que envidio en Leonora
no el amarte sino a Hungría.
Mas ya que en estados reales
más ilustre la haga Dios,
consolaránse mis males
en que a lo menos las dos
somos en almas iguales,
y en esto mi dicha fundo,
más que ella en su real blasón
pues siendo de Sigismundo,
estimo más tu elección
que las coronas del mundo.
SIGISMUNDO: Paguen esa fe, Lisena,
mis brazos, de Amor tusón.
Noche alegre, quinta
amena,
si porque mis bodas son
sin testigos, os dan pena,
padrino el silencio sea;
estos cuadros, reales salas,
que himeneo alegre vea;
las flores, telas y galas,
que teja y vista Amaltea;
mis deseos, convidados;
músicos, aquestas fuentes
y arroyos de Amor templados,
que den tono asus corrientes
y hagan fugas por los prados;
vos, jazmín, murta,
arrayán,
aromas que al aura pura
fragancia en sus flores dan...
GASCÓN: Y yo vendré a ser el cura
o al ménos el sacristán.
Deja el arroyo templado,
el arrayán, murta y flor,
viento, fuente, jardín, prado
-- que has de darle cuenta a
Amor
de ese tiempo mal gastado --
y empieza tus aventuras;
que si Amor anda con venda
en fábulas y pinturas,
es porque siempre encomienda
al amante que obre a escuras.
Estas violetas que ves,
su tálamo os pueden dar,
si agora alfombra a tus pies.
Solos os quiero dejar;
que al tronca de aquel ciprés
me espera un sueño liviano,
y darle dos filos quiero.
Tahur es Amor tirano,
este jardín tablajero;
jugad los dos mano a mano,
y tiraos como enemigos
los restos; que yo os prometo
que estáis picados, amigos.
Apártase
GASCÓN
SIGISMUNDO: Al Amor llamó un discreto
escritura sin testigos.
No hace su honesta lucha
de anfiteatros caso
donde mira gente mucha.
Dadme pues...
LISENA: Príncipe, paso;
que hay aquí quien os escucha.
No solo os imaginéis;
que mi ventura ha traído
un testigo que estiméis
y a serlo agora ha venido
de la merced que me hacéis.
Diana fue salteadora
de los secretos de Amor
y, aunque sus leyes ignora,
ensalza vuestro valor
y vuestra grandeza adora.
Dadla licencia que os hable.
SIGISMUNDO: Gracias le debe este gusto
por ella comunicable.
LISENA: A mi amor honesto y justo
el cielo se muestra arable,
pues todos le favorecen.
Hermana, el príncipe os llama.
Llega
DIANA
DIANA: Tantas mercedes me ofrecen
con que ensalce vuestra fama
las glorias que os engrandecen,
gran señor, que puesta en
duda,
para no haceros agravio,
cuando a alabaros acuda,
podré decir con un sabio
que la copia me hizo muda.
Que como la admiración
es del silencio señal,
me ha causado confusión
el ver que un sujeto real,
digno de veneración,
cual vuestra Alteza, se
agrada
de realzar nuestra bajeza.
Aunque no ignoro espantada
ser propio de la grandeza
el dar ser a lo que es nada.
SIGISMUNDO: Vos lo habéis dicho tan bien,
que a pesar de la opinión
que culpa vuestro desdén,
la hermosura y discreción
hermanarse en vos se ven.
Estimad vuestra ventura;
que porque os llevéis la palma,
quiere que rindáis segura
con la discreción el alma,
los ojos con la hermosura.
Y no reinos, ni riqueza
creáis que son el tesoro,
Dïana, de más grandeza.
Los diamantes, plata y oro,
se crían en la aspereza
de una infrutífera sierra;
las perlas que el mundo estima,
una concha las encierra;
la púrpura que sublima
la vanidad de la tierra,
es sangre de un vil pescado;
las piedras que el sol congela,
un monte las ha crïado;
las sedas de tanta tela,
que dan soberbia al brocado,
un gusanillo pequeño
las hila de sus entrañas.
Sacad su valor del dueño.
Las monarquías extrañas
que la amblción funda en sueño,
tal vez dan blasones reales
a un bárbaro sin razón;
mas no dotes naturales
de hermosura y discreción
porque esos son
celestiales.
Y pues esto os engrandece,
dejad la admiración ya;
que mi elección apetece
en más lo que el cielo da,
que lo que la tierra ofrece.
Sale
CAROLA
CAROLA: (¡Válgame Dios por señora, Aparte
por amor y por jardín!
Desde que el sol el mar
dora,
hasta que con su carmín
sale el alba a ser pintora,
¿desvelada y quimerista
enjardinada has de estar?
No hay quien al sueño resista,
y ya de puro velar
se me entorpece la vista.
Divorcio hace con la cama
Lisena, y da en jardinera;
y con ser de un galán dama,
y haberme hecho su tercera,
sé que adora, y no a quién ama.
Pues procúrese guardar
de mí; que siendo mujer,
bien pudiera adivinar
que reviento por saber
y, en sabiendo, por hablar.
Escucbarélos de aquí.
GASCÓN: (Carola es ésta: tentarla
quiero.) ¡Ah, mi reina!
CAROLA: ¡Ay de mí!
¿Quién es?
GASCÓN: Quien por adorarla,
vive en ella y no esta en sí.
Tierna comunicación
a su señora entretiene
aquí. ¿Habrá conversación?
CAROLA: ¿Luego él con su amante viene!
GASCÓN: Vengo por su motilón
y por servidor leal
de esa cara.
CAROLA:
Apartesé;
que ese nombre huele mal.
GASCÓN: Es de noche, y me vacié.
CAROLA: Diga "agua va," pesia tal,
y hable más limpio, si
intenta
que no me vaya.
GASCÓN: Yo busco
una trucha con pimienta,
una viña con rebusco,
y una huéspeda sin cuenta.
CAROLA: Pues yo, hermano, no pretendo
a quien busca gangas muchas,
y que me pesque defiendo,
porque no se cogen truchas...
Ya lo entiende.
GASCÓN: Ya lo entiendo.
CAROLA: Si rebusco busca en viña,
no hay en mí qué rebuscar;
que estoy en cierne, y
soy niña
en agraz por madurar...
GASCÓN: (Si lo jura su basquiña...) Aparte
CAROLA: ...huéspeda soy; mas si intenta,
cuando disgustos despueblo,
comer, irse, y no hacer cuenta,
pique; que cerca está el pueblo
y no hay posada en la venta.
GASCÓN: Discretaza eres. Ser quiero
perdigón de tu reclamo.
CAROLA: ¿Quiero, dijo? ¡Ay qué grosero!
Sepamos quién es su amo
y quién es él; que me muero
de este antojo, y, podrá ser,
que algun monipodio hagamos.
GASCÓN: Vaya, pues has de saber...
CAROLA: ¿Tan presto nos tuteamos?
GASCÓN: Soy hombre y eres mujer.
CAROLA: ¿Quién son los dos? Que recelo
que nos quieren dar papilla.
GASCÓN: Caballeros, vive el cielo
sino que éste lo es de silla
y yo caballero en pelo.
A medias gano salario
de dos amos por su turno
a quien sirvo de ordinario:
de adelantado al diurno
y a esotro de secretario.
Causaráte maravilla
este modo de servir;
pues advierte que en Castilla
por mí se vino adecir
lo de aquella seguidilla:
"Dime qué señas
tiene,
niña, tu hombre"
"Lacayito de día
bufón de noche."
CAROLA: Tan en ayuno me quedo
de saber quién es, como antes.
¿Quién es su señor?
GASCÓN: No puedo
decirlo; que en los amantes
el secreto quita el miedo;
mas si me das un favor,
todo lo desbucharé.
CAROLA: ¿Qué quiere?
GASCÓN: ¿No hay cinta o flor,
guante de la mano o pie,
y otros dijes de amor?
CAROLA: Diérale yo este listón;
mas pediráme el que trato
cuenta de él, y con razón.
GASCÓN: Lo contado come el gato.
¿Es el dichoso Gascón?
CAROLA: ¿Gascón? ¡Gentil desatino!
¿Yo amores con un gabacho
que a casa en puribus
vino?
GASCÓN: ¿En puribus?
CAROLA: Es borracho
y anda en cueros como el vino;
mas cúmplame aqueste antojo
y hele aquí.
GASCÓN: Venga el listón;
que ya de celos me enojo.
¿Ha de olvidar a Gascón,
y escogerme á mi?
CAROLA: Sí escojo.
GASCÓN: ¿Olvidarále?
CAROLA: ¡Jesú!
Dale ya por olvidado.
GASCÓN: ¿No es monazo?
CAROLA: De Tolú.
GASCÓN: ¿No es un puerco?
CAROLA: Socarrado.
¿Qué falta?
GASCÓN: Escupirle.
Escupe
CAROLA: ¡Pu!
GASCÓN: (La mitad de tu apellido Aparte
escupiste.) Digo pues,
ya que obligarme has querido,
que este caballero es...
CAROLA: ¡Ay Dios!
GASCÓN: ¿Qué sientes?
CAROLA: Rüido.
¡Lisena, señora mía,
tu padre en casa!
LISENA: ¡Ay de mí!
SIGISMUNDO: ¿El pesar tras la alegría?
DIANA: Véte, gran señor, de aquí.
GASCÓN: (La fiesta se queda fría.)
Aparte
SIGISMUNDO: Ya, mi bien, que sois mi esposa,
no temo siniestro fin.
Adiós mi Dïana hermosa.
LISENA: La puerta está del jardín
abierta.
Vase
SIGISMUNDO
GASCÓN: Pues es forzosa,
la amistad que hemos trabado,
¿cómo te llamas?
CAROLA: Carola.
GASCÓN: Dolor de tripas me has dado;
mas por esa causa sola
traeré el cuello escarolado.
Vase
GASCÓN. Salen ORELIO, con una hacha
encendida,
hablando
aparte con FISBERTO, viejo
FISBERTO: ¿Hombre, dices que salió
del jardín?
ORELIO: ¿No ves abierta
la puerta?
FISBERTO: Y con ella abrió
sospecha a mi agravio cierta
quien en él de noche entró.
Alumbra. ¿Quién está aquí?
LISENA: ¡Oh, señor! Seas bien venido.
FISBERTO: Vine y vi; mas no vencí,
pues miro el honor perdido
que industrioso conseguí.
¿Qué hacéis las dos a tal hora
y en tal sitio?
LISENA: Es el calor
del sueño enemigo agora
y huyendo de su rigor,
pedimos alivio a Flora.
FISBERTO: ¿Y abrístele, para echalle,
la puerta?
DIANA: Lugar seguro
es el jardín, sin cerralle,
pues sale el postigo al muro
y no a la plaza y la calle.
Deja agora, señor, eso
y dinos si traes salud.
FISBERTO: Que lo imaginé confieso;
mas la falta de virtud
quitan la salud y el seso.
La que yo tenía era cierta
pero tan mal me ha tratado
quien darme muerte concierta,
que el honor me ha registrado
el cierzo de aquella, puerta.
¿Qué hombre fue el que salió
por ella agora?
DIANA: ¿Qué dices?
LISENA: ¿Hombre aquí?
FISBERTO: Diréis que no
pero lo que tú desdices
colíjo en la cara yo.
DIANA: Si no volviera por mí
la opinión que de intratable
en el mundo conseguí,
temiera algún mal notable
qe ver que me hables ansí.
¿Sabes que Bohemia sabe
en lo que mi honor se precia
sin que de humanarese acabe
y que en opinión de necia
estoy por honesta y grave?
Pues ¿qué sospechoso humor
quitarme intenta este nombre,
sin estima de mi honor?
La sombra no más de un hombre
suele causarme temor.
Mi hermana, ya es cosa cierta
lo que su fama procura.
No culpes jardín ni puerta.
FISBERTO: Sin puerta aun no está segura
la honra en mujer y huerta,
cuanto y más haciendo prueba,
abriéndola, del rigor
con que un viento se la lleva;
que a Adán le quitó el honor
estando en un jardín Eva.
Estáis en jardín, y crece
el deseo, y cuando vaya
al natural que apetece,
podréis decir que bien haya
quien a los suyos parece.
Carola, di la verdad.
¿Quién era el que estaba aquí?
CAROLA: Yo, señor...
FISBERTO
saca la daga
FISBERTO: De mi crueldad
entenderás...
CAROLA: ¡Ay de mí!
Uno de la vecindad
buscaba -- aquesto es sin
duda --
de parte de la comadre...
deja la daga desnuda...
para cierto mal de madre,
unos cogollos de ruda.
FISBERTO: Vive
el cielo, que ha de ser
hoy
sepulcro este jardín
vuestro, o tengo de saber
qué
hombre, o para qué fin
acabáis de hablar y ver.
DIANA: Ya
no se puede esperar
tanta
afrenta y vituperio.
¿Eso se
ha de imaginar
de mí?
Iréme a un monasterio,
y
podráste asegurar.
FISBERTO: ¡Ah
mujer, al fin lijera!
DIANA: Por no
serte inobediente,
me voy.
Hace que se va,
y tiénela FISBERTO de la manga
donde escondió
el papel
FISBERTO:
¿Dirás que es quimera
lo que
yo he visto? Detente.
¿Qué
papel es éste? Espera.
Sácale el papel
y el retrato
DIANA: ¿Es
nuevo traer papeles
en la
manga una mujer?
FISBERTO ¿Cuándo
tú traerlos sueles?
Bueno!
¿Estudios vengo a ver
de
plumas y de pinceles?
Lee
Regalado está el papel,
y el
príncipe en su retrato
se
muestra amoroso y fiel.
¿Eres
tú la del recato,
la
desdeñosa y crüel?
¿Creyendo a un principe estás,
que
mañana ha de casarse?
¡Bien
tu sangre honrando vas!
¿Papeles que han de rasgarse
cobras,
cuando tu honra das?
¿Es
más aquesta pintura
de un
papel en que trabaja
el
engaño, pues procura
la
deshonra en su baraja
darte
un rey sólo en figura?
Da
crédito a firmas fieles,
funda
en ella tus cuidados;
sabrás, cuando más reevles,
que a
mujeres y a soldados
paga un
príncipe en papeles.
¿Eres tú la recatada?
LISENA: (Ya
lloro de mi secreto Aparte
la
dicha desbaratáda.)
Aparte a LISENA
DIANA: Por
sacarte de este aprieto,
tengo
de ser la culpada.
FISBERTO: ¿Y
tú, Lisena, a terciar
en mi
afrenta te enseñaste?
¡Bien
te sabes estimar!
LISENA: Al
punto que aquí llegaste,
acababa
yo de entrar,
el
hombre que salir viste,
de mí
debió de irse huyendo,
el
tiempo que tú veniste;
mas de
aquí saco y entiendo
que en
un engaño consiste
cualquier vana hipocresía.
Ya
sabemos a que fin
se
echaba a dormir de día
por
velar en el jardín
cada
noche.
DIANA:
¡Hermana mía...!
LISENA:
Creyó subir a lo sumo
de la
real autoridad
y de
aquí, a lo que presumo,
crecen
de su vanidad
los
humos, que al fin son humo.
Di,
necia, ¿locura tanta
te hizo desvanecer
por un
papel que te encanta?
¡Por
cierto, hermosa mujer
para
hacer punta a una infanta!
Si
mi padre ha de tomar
venganza, y me cree a mí,
a ti te había de quemar,
y al
retrato porque así
reinéis
los dos a la par.
Fuera un hecho sin segundo,
si en
pago de tu corona,
os
viese quemar el mundo:
a ti por loca en persona
y en
retrato a Sigismundo.
¡En
gentil reina había puesto
Bohemia
su monarquía!
Castígala, señor, presto.
A DIANA aparte
Perdóname, hermana mía,
que, me
va la vida en esto.
Vanse LISENA y
CAROLA
FISBERTO:
Quien loca imposibles prueba,
y a
subir se desvanece
a donde
el viento la lleva,
cuando
caiga, bien merece
que cualquiera se le atreva.
De
ese retrato te asombra,
si a
cobrar tu seso vienes,
pues si
su esposa te nombra
y, en
sombra al príncipe tienes,
princesa serás en sombra.
Y
mientras yo voy a hablar
al rey
y a poner cordura
a quien
te viene a burlar,
descarta aquesa figura
y tu
honor podrás ganar.
Vanse FISBERT y
ORELIO
DIANA: ¡Gentil
fraterna me jan dado!
Basta,
que llevo la pena
de lo
que nunca he pecado;
mas como reine Lisena,
yo lo doy por bien empleado.
Con este enredo
codicio
darle a
Amor su posesión;
pues de
tercera es mi oficio,
seré
amante en opinión
pues no
puedo en ejercicio.
Vase
DIANA. Sale en REY de Bohemia, viejo, y
ALBERTO,
infante
ALBERTO: Una
jornada, gran señor, de Praga
queda
Leonora, infanta, donde espera
el
palio real, que en parte satisfaga
la
ausencia de su patria, en ella fiera.
Si Amor
servicios de este modo paga,
y el príncipe
la dicha considera
que los
cielos le ofrecen con Leonora,
no a la
infanta de Hungría, al sol adora.
Disimula prudente la tristeza
que, a
pesar de su industria, por los ojos
no agravia, antes aumenta su belleza;
que
suelen ser afeite los enojos.
Causarálos mudar naturaleza,
si ya
no es que acierten los antojos
de
quien afirma, más que fuera justo,
que se casa la infanta a su disgusto.
Tibio también a Sigismundo advierto
en
estas bodas. Poco se disfraza.
Al
camino creímos que encubierto
saliera
a ver la infanta y que la caza
su amor coloreara; mas lo cierto
es que
en otros empleos se embaraza
voluntad que a tal tiempo es tan remisa
si Amor
a los principios todo es prisa.
REY: Pues
bien, ¿qué me querrás decir por eso?
ALBERTO: ¡Ay
Rey! ¡Ay padre! Si el principio mío
tu
sangre fue, y es cierto que intereso
de ella
el amor, por quien vivir confío;
si
aquesta mano que obediente beso,
por afrentar larguezas de Darío,
con que al monarca
macedón excedes,
se
llama mano por manar mercedes.
Ansí
al bohemio reino jamás falte
tu
vista venerable; ansí preserve
el
tiempo tu vejez sin que le asalte
decrépito rigor que en ti reserve;
ansí la
eternidad su trono esmalte
en esa
plata, donde se conserve
una
vida inmortal, sin que venganza
des
jamás al olvido y la mudanza;
que
el reino del Amor no tiranices,
ni
voluntades con violencia enlaces;
que no
la fuerza doma las cervices
del
tálamo himeneo que deshaces.
Cuando
campos de plata esterilices
que
entre los lazos de amorosas paces
hijos
producen con que eterno queda,
no habrá quien en los reinos te
suceda.
Yo, padre caro, que a
Leonora adoro
y en sus ojos recíprocos colijo
correspondiente gusto, en
lazos de oro
de sus
cabellos mi prisión elijo.
Sigismundo no la ama. Si el decoro
de mi
vida te mueve, el ser tu hijo
y no me
quieres presto llorar muerto
agrada
a Sigismundo. Obliga a Alberto.
Acción tengo a Sajonia; en su conquista
feliz,
asiste el español don Sancho;
ya
dicen que ha rendido a escala vista
las poblaciones
de su término ancho
y, como
tu rigor no lo resista,
si con
Hungría su ducado ensancho,
la fama vencerás de tus mayores
y dejarás dos reyes sucesores.
REY: No
merece respuesta quien no estima
palabras reales que respeta el mundo.
Tu
necio amor sus ímpetus reprima
sin
culpar el que tiene Sigismundo;
que ni
Leonora el suyo desestima
ni tú,
que en nacimiento eres segundo,
cuando
en Sajonia por su duque quedes,
es
justo que como él, un reino heredes.
ALBERTO:
Pues, ¡vive el cielo...!
REY: Loco, ¿qué es
aquesto?
ALBERTO: Que si
a otro que a mí su esposo llama...
REY: ¡Tú
conmigo atrevido y descompuesto!
¡Hola!
¿No hay gente aquí?
ALBERTO: ...que en viva llama
a Roma
ha de imitar tu corte presto,
y yo a Nerón, que a la tarpeya fama
pondré
en olvido.
Vase ALBERTO
REY:
¿No hay quien lleve preso
este
desatinado, este sin seso?
Sale FISBERTO
FISBERTO:
Vuestra majestad se sirva
de oírme aparte un secreto,
y esta
prisa no le espante,
porque
la pide el remedio.
REY: Si no
es de tanta importancia,
después
me hablaréis, Fisberto.
FISBERTO: Vaos en
ello, gran señor,
el
gusto, y la paz del reino.
REY: ¿La paz
del reino y mi gueto?
¿Qué
será? ¡Válgame el cielo!
Llegáos
aquí y excusad
preámbulos y rodeos.
FISBERTO: La
noticia que de mí
os
dieron mozo mis hechos,
gran
señor, aunque olvidada,
no del
todo se habrá muerto.
De ella
habréis ya colegido
la
lealtad con que os sirvieron
mis
nobles progenitores,
imitándolos yo en esto.
Testigo
el pobre caudal
con que
su opinión sustento;
que
privar y salir pobre
limpio
nombre da, aunque nuevo.
Hanme
quedado dos hijas
con
cuya vista consuelo
servicios no bien pagados
si no
es en merecimientos.
REY:
¿Querréis, Fisberto, pedirme
sus
dotes? Yo os los concedo.
¿Es
éste el caso importante?
FISBERTO: No
dotes, señor, pretendo;
que los
de naturaleza
tienen
y los que las dieron
sus
nobles antepasados,
que son
los que estimo y precio.
Bástales ser hijas mías;
que si
nobles casamientos
mi
vejez apeteciera,
no
viniera a lo que vengo
ni
algun príncipe faltara
que,
llamándose mi yerno,
ensalzara prendas mías
hasta su trono supremo.
Dïana,
que es la mayor,
y en
los altos pensamientos
mi
natural semejanza,
tan
sublimes los ha puesto
que el
príncipe Sigismundo
es, gran señor, por lo menos,
el
blanco de su esperanza
y de su
amor el sujeto.
REY: No será
la primer loca
que
dando en esos extremos
con
príncipe bodas finja
y pare
su tema en reinos.
¿Qué
quieres decirme más?
FISBERTO: Por
locura pasara esto,
si el
príncipe, gran señor,
no
hubiera sido el primero
que, a
pesar de inconvenientes,
menospreciando
conciertos
que con
la infanta Leonora
por él en Hungría has hecho,
persuadiera la entereza
de
Dïana al fin honesto
con que
la iglesia permite
vivir
un alma en dos cuerpos.
REY:
¿Sigismundo con Dïana?
FISBERTO: Ésta es
verdad.
REY:
Anda, necio.
Ya sé
que se ha concertado
contigo
el infante Alberto
para
que me persüadas
que el
príncipe, aborreciendo
a
Leonora, pronostica
infeliz
su casamiento.
FISBERTO: De mi
hacienda vine anoche,
hallé
mi jardín abierto,
vi
salir un hombre de él
y estar mis dos hijas dentro.
Sospechas averigüé;
que en
este papel perdieron
el
nombre, pues ya no son
sospechas indicios ciertos.
Dale al REY el
papel y el retrato, y
mírale
Léele,
y mira este retrato
y si
tomas mi consejo,
no con
alborotos hagas
agravio
al sabio silencio;
que yo
casaré a Dïana,
buscando algún caballero
igual a
su sangre y dote
con la
brevedad que veo
que
para este caso importa;
y
puesto este impedimento
volverá
el príncipe en sí.
Será de
la infanta dueño,
y yo
quedaré premiado
con que
sepan que he antepuesto
la
lealtad a una corona
que me
daba reyes nietos.
REY:
Fisberto, si yo supiera
el
valor que en ese pecho
atesora
tu lealtad,
tú
ocuparas otro puesto;
mas yo
enmendaré descuidos.
Tomar
quiero tu consejo
sin
que, cual dices, enojos
publiquen lo que es secreto.
Bien me
parece que cases
a
Dïana, y que sea luego;
que en
el peligro presente
es el
más arduo remedio;
pero ha
de ser de mi mano
el
esposo; que ya quiero,
aunque
tarde, comenzar
a pagar lo que te debo.
Don
Sancho de Urrea merece,
por
noble, pues descendieron
de los
reyes de Aragón
los que
a su casa ser dieron;
por
valeroso, cual muestra
Sajonia, por cuyos hechos
rendida
me reconoce;
por su
noble entendimiento,
y por
su edad, no liviana,
como en
los años primeros,
cuya
mudable inquietud
mil mal casados ha hecho,
sino en
madurez viril,
que los
gustos Himeneos,
para
que duren felices,
tasa
sabio, y goza cuerdo;
y, en
fin, porque yo le estimo
y darle
estados pretendo
que el
ambicioso murmure
y no
indignen al discreto,
me
parece que será
merecido y justo empleo
de tu
lealtad y mi gusto.
FISBERTO:
Agradecido te beso,
gran
señor, tus pies reales;
que a
medida del deseo,
dueño a
mi casa has cortado.
Salen
SIGISMUNDO, ALBERTO, y GASCÓN, hablando aparte
los tres
SIGISMUNDO: Los
brazos te diera, Alberto,
a no estar mi padre aquí,
por ver
que en la infanta has puesto
los
ojos, y amando estorbas
este
odioso casamiento.
De mi
parte está seguro;
porque
al paso la aborrezco
que en otra parte idolatro.
GASCÓN:
Príncipe, ¿no ves aquello?
Retrato, viejo y papel
te
acusan.
SIGISMUNDO:
Ya sé el enredo,
Gascón,
que en ayuda mía
anoche
hicieron los cielos.
La
sospechosa es Dïana,
de mi
amor y, por lo menos,
Lisena
estará segura.
GASCÓN: Amor
todo es embelecos.
REY:
Príncipe.
SIGISMUNDO:
¿Señor?
REY: ¿Qué aguardas
si está
tu esposa en mis reinos
y una
jornada de aquí
que a
verla no vas?
SIGISMUNDO: Sospecho...
REY: No hay
que sospechar. Al punto
parte y
quítala recelos;
que tu
descuido habrá dado
materia
a su llanto y celos.
Hablan aparte
SEGISMUNDO y ALBERTO
SIGISMUNDO: ¿Qué
responderé?
ALBERTO: Que vas
A
verla, y juntos podremos,
contra
caducos enojos,
entablar nuestros sucesos.
REY: ¿No
partes?
SIGISMUNDO:
Ya, Señor, parto.
REY:
Fisberto, venid; que tengo
que
deciros muchas cosas
concernientes al bien vuestro.
Vanse el REY y
FISBERTO
SIGISMUNDO:
Quédate, Gascón.
GASCÓN: De día
soy
vigilia de este viejo
pues
siempre le voy delante.
SIGISMUNDO: ¿Y de
noche?
GASCÓN:
Tu linterno.
Vase GASCÓN
SIGISMUNDO:
Partamos, pues, que Leonora
y
Hungría serán de Alberto,
o no
seré Sigismundo.
ALBERTO: Pon en
mi cara dos hierros.
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