JORNADA PRIMERA
Salen
MARTÍN Peláez, PAYO
Peláez,
ÁLVARO, criado, y BOTIJA, villano
PAYO: ¿Hasta cuándo pretendías
afrentar nuestras montañas,
pues al sol de otras hazañas
lucen en ti valentías?
¿Tú eres mi hijo? No aguardes
que te dé tal nombre aquí,
que no han de llamarme a mí
padre
de hijos cobardes.
Tienes fuerzas superiores
al más robusto león,
y siempre tus hechos son
regalos, gustos y amores.
Cuando gano para ti
labrando el campo sustento,
marcha tú al campo sangriento
por blasones para mí.
¿No ves que parece mal
un necio entre hombres discretos,
entre avarientos sujetos
al oro, el que es liberal?
Pues ¿qué pretendes, Martín,
entre montañeses fieros,
tan nobles como guerreros?
Vete con Nuño y Laín,
tus primos, que con tu tío
el Cid, su fama acreditan,
cuyas
hazañas incitan
a un mármol helado y frío.
MARTÍN: Yo no estoy acostumbrado
a ver paveses y cotas.
PAYO: Pues ¿a qué?
MARTÍN: A buscar bellotas.
PAYO: Principio tiene el soldado.
El
Cid te dará valor.
BOTIJA:
¿Y si no quiere tomallo?
PAYO:
Traelde luego el caballo
Y las corazas.
Va
ÁLVAR por ella
MARTÍN: Señor,
¿quieres que me maten luego?
BOTIJA:
(Lástima le tengo al
pobre, Aparte
que cuando fuerza le sobre
a verle cobarde llego.)
PAYO: ¿En los demás no es igual
el
peligro de la vida?
MARTÍN:
Padre, y ¿después de perdida?
BOTIJA:
(¡No ha preguntado muy mal
Aparte
el mozo!
PAYO: Siendo por Dios
y por su rey, no se pierde.
BOTIJA: Pues yo he visto, Dios me acuerde,
y aun sois buen testigo vos,
a un ciento y más de soldados
cantarles
requiem amén.
MARTÍN: Dice Botija muy bién.
PAYO: Pues iréis acompañados
los dos.
BOTIJA: (Ya cantó el cuquillo Aparte
por mí.) ¿En qué pequé, señor,
que no conozco a Almanzor
sino es para servillo?
PAYO: Allá le conoceréis
cuando con Martín salgáis
al campo.
MARTÍN: En poco estimáis
a un hijo.
PAYO: Bien lo sabéis.
La guerra os despertará
adonde echaréis de ver
que en ella os puedo querer
cuando os aborrezco acá.
BOTIJA:
¿Qué ha de echar de ver, señor?
Eso al amor contradice,
que el santo evangelio dice
que nos tengamos amor.
Nuestro Señor Jesucristo
dice también en su historia
Yo tengo linda memoria.
PAYO:
¿Qué dice?
BOTIJA: Pues ¿no lo ha visto?
Que el que el peligro buscare
muera muerte supetaña.
PAYO:
¡Hay simpleza más extraña!
De quien el alma arriesgare,
habla Dios, del cuerpo no,
cuando por él se aventura
la vida.
BOTIJA: Mucho me apura.
Como me quedara yo,
diera por buena la ida.
Sale
ÁLVAR con las armas
ÁLVARO:
Las armas están aquí.
PAYO:
¿Trajiste el caballo?
ÁLVARO: Sí.
BOTIJA:
¿Y alforjas? Que sin comida
no alzaré los pies del suelo.
PAYO: Este arnés has de llevar,
hijo;
procúrale honrar,
que fue de Sancho, tu agüelo.
BOTIJA: Mucho estas casacas pesan.
PAYO:
¿No hablas? ¿no me respondes?
MARTÍN:
No, porque en el pecho escondes
las crueldades que profesan
las fieras. No soy tan ciego
que
no vea que me han dado
carga, con que el moro osado,
lidiando, me alcance luego.
Menos pesado es mejor.
Pues mi padre me destierra,
así partiré a la guerra.
PAYO:
Y si muestra más valor
el moro, y llega a las manos,
sin
armas te ha de herir.
BOTIJA: Ahí entra bien el huir.
PAYO: Son consejos de villanos
los tuyos.
BOTIJA: Lo que yo hiciera
digo no más, que mi amo,
cuando corra como un gamo
será todo.
PAYO: Considera,
si de quien eres no das
muestra, como buen soldado...
BOTIJA:
Sí dará, que es hombre honrado.
PAYO: ...que no has de verme jamás.
Caballo y armas te doy,
que es de los nobles la
herencia.
MARTÍN:
¿Tan presto vuestra
presencia
me negáis?
PAYO: Llorando voy,
que es hijo al fin.
MARTÍN: ¡Ah, señor!
¿Cómo sin echarme os vais
la
bendición?
PAYO: ¿Lloráis,
Martín? Yo tengo temor
de su vida. ¡Ay, hijo mío!
Mas ¿qué digo? Vaya y muera
antes que afrentarme quiera.
Al Cid, mi primo, os envío.
Hijo, imitaréisle vos,
pues hay tanta obligación,
y
alcánceos mi bendición,
buen Martín, con la de Dios.
BOTIJA: Écheme también a mi
su bendición, y veremos
cuál entre los dos extremos
vuelve primero.
PAYO: Si en ti
vive de Sancha el amor,
como la fama pregona,
ya ves que es otra amazona
en hermosura y valor
y ha de buscar, cuando quiera
rendirse al yugo amoroso,
al marido valeroso.
La guerra, Martín, te espera.
Haz en ella alguna hazaña
por amante y por soldado,
que después, volviendo honrado,
te dará nuestra montaña
infinitos parabienes
en los brazos de tu esposa.
MARTÍN:
Fortuna menos dichosa
es la que aquí me previenes.
Si mi tierno amor conoces,
¿por qué te quitas, señor,
que en prendas de tanto amor
regalados nietos goces?
Permite que Sancha sea
mi esposa, y mándeme luego
que donde trocado en fuego
el sol su carro posea,
viva entre bárbaros viles
o adonde sauces y chopos
la borda cuajada en copos
hilos
de nieve sutiles.
¡Valientes fueron los godos,
su
nombre a los siglos dieron,
espanto a Italia pusieron,
mas no pelearon todos!
Yo, que bien lo sabéis vos,
entre la paz me gobierno,
porque soy...
BOTIJA: ¡Bobo es mi yerno!
Es un ánima de Dios.
Por no matar un cochino
lo dejará de comer.
PAYO:
Mi voluntad se ha de hacer;
ése es, Martín, el camino.
Si os es la guerra molesta
y os volvéis, quiero advertiros
que saldrán a recibiros
las garras de una ballesta.
Vase
BOTIJA: Ea, cerróse de campiña.
¡No nos echara a la tarde
y
no en ayunas! Aguarde.
ÁLVARO:
¿Quién es?
BOTIJA: ¿Cuándo se aliña
jornada entre hombres
cristianos
sin tocar de la dispensa?
Payo, mi señor, ¿qué piensa?
¿Somos
cuerpos soberanos?
ÁLVARO: Los pueblos por donde has de ir
que
han de regalarte espero.
BOTIJA:
Pues mientras llego al primero
me puedo, hermano, morir;
hagamos la alforja yo y tú.
ÁLVARO:
¿Tú no ves que no hay lugar?
Adiós.
BOTIJA: Tráguete la mar,
crïado de Belcebú.
Fálteos, plegue a San Millán,
en, poblado y en camino
casi el agua, todo el vino,
la carne os falte y el pan.
Parece esta maldición
que me la han echado a mi.
MARTÍN:
Amigo, vamos de aquí.
BOTIJA:
Pidiendo están confesión
mis tripas.
MARTÍN: No hay cosa alguna
en nuestra humana opinión
que no tema con razón
vaivenes de la
Fortuna.
Perderé a manos del moro
sin saberme defender
la vida, para perder
con tiempo el fuego que adoro.
BOTIJA: Por lo que dices de fuego,
tu Sancha viene hacia acá
pisando hongos.
MARTÍN: Será
burla.
BOTIJA: Pues, ¿soy yo ciego?
MARTÍN: Pues di que brotando vienen,
sus
bellas plantas hermosas
muchos claveles y rosas.
BOTIJA:
¿No hay otras hierbas que tienen
virtud para una ensalada?
Cuanto pisa una mujer
luego dicen que ha de ser
ya la violeta morada,
lirio azul, blanco jazmín,
bello adorno del verano,
haciendo que sea hortelano
el cordobán del botín.
Sale
SANCHA
SANCHA: Martín, ¿qué, por olvidarme,
te vas a la guerra?
MARTÍN: Así
tuviera piedad de mí
quien de ti quiere apartarme.
Como la mayor belleza
que en nuestro suelo español,
sirviendo de espejo al sol
formó la naturaleza
tuviera celos de ti
cuando mi amor procurara,
pues sabes que le negara
el corazón que te di.
Y porque no te parezca
lisonja, cuando mis labios
haciéndole al sol agravios
lo que él matiza te ofrezca,
pregunta en tu pecho hermoso
al alma que te ofrecí.
Si parto, Sancha, sin mí,
antes puedo estar quejoso
de que presa en tu poder,
mi alma a la tuya asida,
me den tus ojos la vida
para venirte a perder;
pues, si habiéndome robado
el alma, muerto quedara,
mi padre no me ausentara
del sol que miro eclipsado.
SANCHA: Y muerto, ¿qué habías de hacer
en mis manos rigurosas?
MARTÍN:
El sol, padre de las cosas,
tiene divino poder
para dar vida a las plantas,
y
yo, como planta
nueva
que a tus bellas luces prueba
el
ser a que me levantas,
pudiera, Sancha, decir,
muerto en Fénix amoroso,
que era tu tema dichoso
que nace para morir.
SANCHA: ¡Oh, qué bien te has prevenido
de que lisonjas no son!
MARTÍN:
Verdades del corazón,
¿cuándo lisonjas han sido?
SANCHA: No te he visto tan discreto,
o por decirlo mejor,
tan amoroso pintor.
MARTÍN:
Voy en tu ausencia sujeto
a la muerte, y como suele
muriendo el cisne cantar,
quise agora celebrar
la mía.
BOTIJA: ¡Mucho nos muele!
Señora Sancha, si gusta,
véngase su poco a poco.
MARTÍN:
Ya das de pesado en loco.
BOTIJA:
Pues una mujer robusta
no vendrá contando cuentos
a la sombra del rocín.
SANCHA:
Como gustara Martín,
no me faltaran alientos
para seguir a un soldado.
MARTÍN:
¡Que tal diga una mujer!
SANCHA:
Para poderte volver
el alma que tú me has dado
te quisiera acompañar,
que mal llevará la palma
quien va a pelear sin alma.
BOTIJA:
Para eso ¿hay más que sacar
del purgatorio un par de
ellas?
...................
...................
................... [ -ellas].
.................. [ -una]
Quédeme yo acá rezando ,
y se las iré enviando.
MARTÍN:
Tu amor te ha hecho importuna.
.................. [ -iga]
....................
....................
Darás ocasión que diga
el Cid que llevo a la guerra
afeminado el valor,
cuando entre espanto y rigor
pienso matizar la tierra
con sangre morisca.
BOTIJA: Aquí
sin haber sido escolar
hay quien comienza a dudar
de lo que has dicho.
MARTÍN: ¡De mí!
¿no sabes que a matar voy
mil moros?
SANCHA: ¿Quién lo dudaba?
BOTIJA: Es verdad, no me acordaba,
MARTNr. Rayo de los moros soy.
BOTIJA: ¡Bien la medida le hinches!
MARTÍN.
Pienso matar, Sancha mía,
diez mil moros en un día.
BOTIJA: Muchos son, aunque sean chinches.
MARTÍN:. ¿Qué dices?
BOTIJA: Que yo también
de un golpe, y tú lo verás,
he
de matar muchos más
como me los pongan bien.
SANCHA: ¡De un golpe solo!
BOTIJA: ¿No basta?
SANCHA:
¿Cómo?
BOTIJA: De esta manera
voylos poniendo en hilera
como si fueran de pasta,
y con más fuerza que un toro,
dándole con un garrote
al primero en el cogote
topa en el segundo moro;
luego el tercero, sintiendo
el garrotazo que di,
cae sobre el cuarto, y así
van
topando y van cayendo.
¿Hay quien esto no le cuadre?
Esto es juntos y apretados,
que si esperan apartados
venga a matarlos mi madre.
SANCHA: Mira que dicen que tiene
Burgos, donde agora vas...
MARTÍN:
Pienso que celosa estás.
SANCHA:
Eso mi amor te previene;
si alguna mujer tocares
que no te abrases te digo.
BOTIJA:
Buen remedio.
SANCHA:
Dile, amigo.
BOTIJA: No hablar en caniculares.,
MARTÍN: Primero verás arder
las aguas, el aire, el fuego,
y al sol de la lumbre ciego
precipitado caer,
y todo nuestro horizonte
sin las que a tu sol reservo,
vivir en el mar un ciervo
y un delfín en ese monte
que yo te olvide jamás.
SANCHA:
Primero que yo te olvide,
el tiempo, que el tiempo mide,
le verás volver atrás.
BOTIJA: Primero verás [tornar]
una lechuza que yo.
MARTÍN:
Quien de tu luz me apartó
no me concede lugar
para que más me detenga.
Dame tus brazos, y adiós.
BOTIJA: ¿Para abrazarse los dos
es menester tanta arenga?
SANCHA: ¿Tantos rigores conmigo?
MARTÍN: Sancha: adiós.
SANCHA: Adiós, Martín.
BOTIJA:
Aliñemos el rocín,
que mañana yo me obligo
que estas hembras tengan
dueño
que un galápago soldado
no ha de faltar.
MARTÍN: Yo he quedado
como el que en profundo sueño
en dulces glorias gozaba
teniendo aquel bien por cierto;
pero, viéndome despierto,
echo de ver que soñaba.
Vanse
MARTÍN y BOTIJA
SANCHA: ¿Cómo podré yo acabar
con mi amor, sufrir su ausencia?
Imposible es la paciencia
en las que saben amar.
Seguiréle, sin que intente
ver lo que me está mejor,
porque en contiendas de amor
muere el honor más valiente.
Vase. Salen el REY y BERMUDO por una parte, y el
CID,
NUÑO Laínez, PEDRO Bermúdez y
ORDOÑO
por otra, y acompañamiento
REY: ¿Para ver a un rey salís
de tantos hombres armado?
CID:
Señor, hanme acompañado,
si la verdad advertís,
aunque es gran dificultad
que adonde llega primero
la voz de algún lisonjero
pueda caber mi verdad.
Y en prueba, Alfonso, que
aquí,
con alma de engaños llena,
os canta alguna sirena,
basta no escucharme a mí.
BERMUDO: ¡Al paso que sois guerrero
os
preciáis de mal mirado!
CID: Callad vos, pues yo he callado
el
nombre del lisonjero.
Mas, pues que vos desviáis
tan
contra justicia y ley
de las orejas del rey
la
verdad que me escucháis,
sin duda que tenéis dentro
las mentiras que os escucha;
acométenme en la lucha
y hanme salido al encuentro.
REY: Advertid que estoy presente.
CID:
No temáis que muestre bríos,
porque los agravios míos
llevo con serena frente.
No negará mi amistad
el que más mi ofensa intenta,
que yo perdono la afrenta
como al rey trate verdad.
REY: Los que yo tengo a mi lado
me la dicen más que vos.
CID:
Engañáisos, ¡vive Dios!
REY:
A no haberos desterrado
hiciera un nuevo castigo
en vos. Salíos de mi tierra.
CID:
Si de ésta el rey me destierra
ya está en su tierra Rodrigo.
Da unos pasos atrás
REY: De Castilla habéis de ir
en el plazo de tres días.
CID: Temeréis verdades mías,
pues no las queréis oír.
Ya
partiré desterrado
del reino; pero mirad
que a hombres de mi calidad
más término les han dado
para levantar su casa.
Cuando desterrados van
a los ricos hombres dan
cuarenta días.
REY: No hay tasa
en mi gusto; el plazo os
niego.
CID:
Pues la ley también negáis,
y claramente mostráis
que de cólera estáis ciego,
pues ni en cuarenta podré,
testigos
mis infanzones,
cargar, señor, los pendones
que
en vuestras guerras gané.
No me neguéis lo que os pido,
por éstos, sino por mí,
a quien tantas veces vi
defender vuestro partido.
Oíd, don Nuño Laín;
Pedro Bermúdez, llegad,
y en prueba de mi lealtad,
para tan honroso fin,
mostrad las heridas fieras,
sobrinos, a Alfonso agora,
que, si bien no las ignora,
las
juzgará por ligeras,
que yo iré muy satisfecho
si
dais para mi partida
un día por cada herida
de las que muestre su pecho.
ORDOÑO: Pues ¿tan caro ha de costar
que con sangre ajena y mía
se ha de comprar cada día
de los que le habéis de dar?
NUNO: Muy corta dais la licencia,
cuando entre el despojo opimo
Álvar Fáñez, nuestro primo,
queda cautivo en Valencia.
PEDRO: Herido y preso quedó
por vos en sangrienta lid;
merezca por él el Cid
el término que os pidió.
REY: Doy a vuestro ruego aquí
nueve días y no más.
CID:
No fui tan corto jamás
en las victorias que os di.
Desleal me habéis llamado,
si a alguno lo habéis oído,
cuantos lo han dicho han mentido,
y en esta campaña armado,
cual noble hidalgo español,
cuerpo a cuerpo los espero
desde que salga el lucero
hasta que se esconda el sol.
Y a no ser mi rey, es llano
que
me igualaran las leyes,
pues sabes que muchos reyes
me han besado a mí la mano.
¿Estos vasallos tenéis,
Alfonso, y los desterráis,
y -- ¡vive Dios! -- que os
quedáis
con traidores?
REY: No me deis
a que os castigue ocasión,
que hay fuerzas de rey en mí.
CID: Esas fuerzas yo os las di
con
mi guerrero escuadrón.
Aunque para hablar severo
basta que nombre tengáis
de rey, con que substentáis
al enemigo más fiero.
Vos podéis hablar, señor;
pero no el que hablando lidia
que llama, muerto de envidia,
deslealtad a mi valor.
Ponedle freno en la lengua,
que
son armas mujeriles,
armas cobardes y viles
de
nobleza y valor mengua.
REY: Pues yo gusto de ampararlos.
CID:
Si tanto sabor os trueca,
con las riendas de Babieca
daré vuelta a castigarlos.
REY: ¡Cid!
CID: !Alfonso!
REY: Bueno está.
CID:
No está, señor.
REY: ¿Qué decís?
CID:
Rey Alfonso, esto que oís.
REY:
Vamos, Bermudo.
BERMUDO: El que va
con su rey disculpa tiene
si no responde.
REY: Es verdad;
id tras él, y procurad
no
andar sin él, que os conviene.
Vanse. Salen ABENÁMAR, rey moro, y ÁLVAR Fañez, sin
espada
ABENÁMAR: ÁLVAR Fáñez, no pretendo
de tu persona el rescate,
aunque el mismo rey lo trate;
de que lo trates me ofendo.
Vete en paz, y al rey, tu
tío,
dale este abrazo por mí.
ÁLVAR:
Jamás en bárbaro vi
tan piadoso señorío.
Digo que en valor excedes
a Alejandro.
ABENÁMAR: Al fin irás.
En casa del Cid, podrás
hacerme
en ella mercedes.
ÁLVAR: Tú puedes, señor, hacellas
a
quien se rinde a tus plantas.
ABENÁMAR:
Tú puedes hacerme tantas,
que venga a ser rey por ellas.
ABENÁMAR: Pues ¿en qué las puede hacer
a un rey un soldado?
ABENÁMAR: (Dudo Aparte
descubrirle el pecho.) Pudo
hoy conmigo merecer
tanto tu valor... (¿Qué digo?
Aparte
Ya estoy ciego.
ABENÁMAR: No te entiendo.
ABENÁMAR:
(En vano el alma defiendo
Aparte
del fuego que adoro y sigo.)
Dícenme que Sol y Elvira,
del
Cid, dos hijas doncellas,
son, como los cielos, bellas.
ÁLVAR:
(¿A qué blanco el moro tira?)
Aparte
ABENÁMAR: Más que entre el bello arrebol
de Elvira, divina aurora,
blandamente luce agora,
Sol, su hermana, como el sol.
ÁLVAR: Pues ¿qué me quieres decir
siendo moro, cuando es ella
cristiana?
ABENÁMAR: Que es Sol muy bella.
¿No me podrás permitir
que esto diga?
ÁLVAR: ¿Por qué no,
supuesto que no la ofendes?
ABENÁMAR:
Piadosamente me entiendes.
La fama, amigo, llegó
de su hermosura, de suerte,
que en veneno disfrazada
me dejó el alma abrasada.
Tuviera a dichosa suerte
que tú le hablases por mí,
que ansí tu favor podría
vencer a mi cortesía.
Mas quisiera darte aquí
................. [ -or]
este papel que le lleves;
en cuyos renglones breves
verá mi profundo amor,
porque pienso en mis
fortunas,
blasón del cristiano y moro,
ofrecer al Sol que adoro
postradas mis medias lunas.
ÁLVAR: ¿Dícelo el papel también?
ABENÁMAR:
También el papel lo dice,
porque mi amor autorice.
ÁLVAR:
Muestra...
ABENÁMAR: Denme el parabién
las mismas glorias de amor.
Rompe
ÁLVAR el papel
ÁLVAR:
Esto responde por mí
doña Sol.
ABENÁMAR: ¿Perdiste aquí
el seso? ¿Con qué valor
se ha armado tu atrevimiento
para tan gran desvarío?
ÁLVAR:
No hubo más valor que el mío
que tu primer movimiento
castigó con divertir
esa locura en que das,
que a desvanecerte más
fuera más dulce al morir
a manos de un tigre fiero
que sufrir mi enojo y furia.
ABENÁMAR:
¿A un rey un cautivo injuria
de quien ya vengarme espero?
La muerte que ya te aguarda
te obliga a hablar desa suerte.
ÁLVAR:
¿Quién podrá darme la muerte
cuando mi voz te acobarda?
Pues te precias de soldado,
no
te valgas de traiciones;
arroja tus escuadrones;
como esté en el campo armado,
y porque acortes los plazos,
prueba
este brazo español,
verás, sin que pare el sol,
partir tu gente á pedazos;
que del varón sabio y fuerte,
si en mí es la alabanza impropia,
todo el mundo es patria propia,
infeliz o adversa suerte.
Y quien en prisión sujeto
permite mengua en su honor,
tiene al peligro temor
lleno de infame respeto.
Mas bien sé que el no
arrojarte
a venganzas atrevidas
es por no perder las vidas
que sientes que ha de costarte,
pues matara mi furor
a tantos en tu presencia,
que no quedara en Valencia
quien te llamara señor.
ABENÁMAR: Mal en los hombres parece
hablar.
ÁLVAR: Engañado estás.
Dame una espada y verás
cómo la lengua enmudece.
La lengua, estando agraviada,
la honra tanto provoca,
que revienta de la boca
por convertirse en espada.
ABENÁMAR: La que en la guerra perdiste
con la libertad te doy,
veré si ejecutas hoy
lo que en la lengua ofreciste;
porque en la espantosa lid
donde te he de castigar
quiero volverte a sacar
de entre los brazos del Cid.
ÁLVAR: Con humilde cortesía
mi libertad te agradezco
y con mi espada te ofrezco
lo que vale por ser mía.
Vale una ciudad cercada,
y en pago de tu clemencia,
pienso ganarte a Valencia,
y dártela por mi espada.
Vanse. Salen MARTÍN Peláez y BOTIJA
BOTIJA: ¡A buena ocasión llegamos,
que están haciendo novenas
a San Pedro pescador!
Ponte muy firme de piernas,
habla gordo lo posible,
porque dicen que en la guerra
vale mucho un hombre ronco.
MARTÍN:
En el alma el pecho tiembla
de ver que a tales varones
un hombre cobarde ofrezca
mi padre; la culpa es mía,
y es bien que la pena sienta.
BOTIJA: Ya salen en procesión,
y
pardiez ¡que vienen hembras
con ellos!
MARTÍN: Serán mis primas,
Elvira y Sol.
BOTIJA: ¡Guarda fuera!
¿Sol se llama? Abrasará
quien se abrazare con ella.
MARTÍN:
Desvíate a un lado, necio.
BOTIJA:
¿A un lado? ¿Soy faltriquera?
Salen
el CID, con pendón. NUNO Laín,
PEDRO
Bermúdez, y ORDOÑO
CID:
Pendón bendecido y santo,
hoy un castellano os lleva
por su rey mal desterrado,
bien plañido por su tierra.
No ha hecho traición al rey
por obra ni por semeja,
sino es que traición se llama
defenderle
sus fronteras.
Por lisonjas de cobardes
busco las ajenas tierras,
desde lejos arrojado,
que
no osaren desde cerca.
Pero agradézcanlo a Dios,
que a Él solo es bien agradezcan
que en su ofensa no descubro
mi espada y mi cruz bermeja.
BOTIJA:
¿No llegas?
MARTÍN: Tengo temor
de ver la grave presencia
del Cid; espanto me pone.
BOTIJA:
Si fueran moros, ¿qué hicieras?
Yo le diré que has venido.
MARTÍN:
Aguárdate, necio, espera.
BOTIJA:
Yo me arrojo. - ¡Ah, señor Cid!
ORDOÑO:
Un corito a hablarte llega;
de lejas tierras parece.
CID:
Llegue en buen hora.
BOTIJA: Así sea.
MARTÍN:
(Si tanto temor me han puesto
Aparte
sosegados en la iglesia,
¿qué será verlos lidiando
al
son de roncas trompetas?
Jamás me hubiera obligado
de
mi padre la presencia.)
CID:
¿Cómo no hablas?
BOTIJA: No puedo.
CID:
Despide el temor, sosiega.
Di a lo que vienes.
BOTIJA: Señor..
venimos... soy de mi tierra
y
soy Botija también.
CID: Pues ¿entre nosotros tiemblas?
BOTIJA:
Pues ¿no puedo yo temblar
donde quisiere?
MARTÍN: (Mi afrenta Aparte
va publicando su miedo.)
BOTIJA:
Payo Peláez, bien se acuerda,
tuvo un hijo, y este hijo
quieren decir malas lenguas
que salió travieso un poco,
y salido, tenga en cuenta,
riñó su padre con él,
después
de muchas pendencias,
porque era acuchillador.
MARTÍN:
¡Divinamente lo enmienda!
BOTIJA:
Por quítame allá esas pajas
le sacó una vez las muelas
a un barbero; pero fueron
las que colgaba a la puerta.
Díjole su padre entonces,
"Vete, Martín, a la guerra."
Despidióse
y despedíme,
y acá estamos todos.
CID: Venga
en buen hora mi sobrino.
MARTÍN: (Porque a vuestros pies merezca Aparte
nombre de vuestro soldado.)
BOTIJA:
¿Venle aquí como una oveja?
Pues
todo el año es así.
CID:
El alma, Martín, se alegra
de veros; seáis bien venido
a la militar escuela
donde el honor se acrisola.
MARTÍN:
Quien goza vuestra presencia
tendrá valor que le envidien
las naciones contrapuestas.
CID:
Visitad a vuestras primas,
que Ximena yace enferma
en Leon!
MARTÍN: Voy a serviros.
CID:
Como a bisoño en la guerra,
quiero en sucintas razones
daros de su trato cuenta.
No hay trabajos insufribles
que el soldado no padezca.
BOTIJA:
(¡Mira con qué le saludan! Aparte
¡Por Dios que es linda la flema!
Pues con buen compás de pies
será bueno dar la vuelta
a guardar treinta borregos.)
MARTÍN:
¿Quién hay que ignorancia tenga
de esos trabajos, señor?
Y más quien viene a hacer prueba
del valor que me ha prestado
mi conocida nobleza.
CID:
¿Qué os parece, caballeros?
¿Podremos, con la defensa
de tan gallardo soldado,
buscar moros en su tierra?
BOTIJA:
(¡Si lo pudiere excusar!)
Aparte
CID: Serán las victorias ciertas
con
su favor.
MARTÍN: (Padre ingrato, Aparte
¿por qué permites que vean
tu afrenta en mi cobardía?
¡Pluguiera a Dios que en la sierra
me hubiera muerto algún oso!)
CID:
Sobrino, por nuevas prendas
de mi amor, y porque espero
que en vuestra defensa tenga
mi pendón lugar seguro,
mientras dure la novena
le honraréis con vuestras manos.
MARTÍN:
Donde hay tantos que merezcan
este honor...
CID: A vos se os debe.
BOTIJA
(Él hará lo que no deba.) Aparte
MARTÍN:
Razón es obedeceros.
BOTIJA:
En oyendo las trompetas
lo verán.
CID: Vamos.
BOTIJA: ¿Y a mí
no
me darán una vela?
Iremos en procesión;
si aguardan que la merezca,
Botija soy, y en Asturias
es mi casa sola vieja.
ORDOÑO:
¡Solariega!
BOTIJA: Y en mis armas
las botijas de mi tierra
pintan un braguero de oro.
ORDOÑO:
Pues ¿por qué?
BOTIJA: Porque se quiebra.
FIN DE
LA PRIMERA JORNADA
|