JORNADA SEGUNDA
Salen
ENRICO y GALVÁN
ENRICO:
¡Válgate el diablo, el juego!
¡Qué mal que me has tratado!
GALVÁN:
Siempre eres desdichado.
ENRICO:
¡Fuego en las manos, fuego!
¿Estáis descomulgadas?
GALVÁN:
Echáronte a perder suertes trocadas.
ENRICO:
Derechas no los gano;
si las trueco, tampoco.
GALVÁN:
Él es un juego loco.
ENRICO:
Esta derecha mano
me tiene destrüido;
noventa y nueve escudos he perdido.
GALVÁN:
Pues, ¿para qué estás triste,
que nada te costaron?
ENRICO:
¡Qué poco que duraron!
¿Viste tal cosa? ¿Viste
tal multitud de suertes?
GALVÁN:
Con esa pesadumbre te diviertes
y no cuidas de nada;
y has de matar a Albano,
que de Laura el hermano
te tiene ya pagada
la mitad del dinero.
ENRICO:
Sin blanca estoy; matar a Albano quiero.
GALVÁN:
Y aquesta noche, Enrico,
Cherinos y Escalante...
[. .
. . . . . . . .--ante]
ENRICO:
A ayudallos me aplico.
¿No han de robar la casa
de Octavio el Genovés?
GALVÁN: Aqueso pasa.
ENRICO:
Pues yo seré el primero
que suba a sus balcones;
en tales ocasiones
aventajarme quiero.
Ve y diles que aquí aguardo.
GALVÁN:
Volando voy, que todo eres gallardo.
Vase
ENRICO:
Pues mientras ellos se tardan,
y el manto lóbrego aguardan
que su remedio ha de ser,
quiero un viejo padre ver
que aquestas paredes guardan.
Cinco años ha que le tengo
en una cama tullido,
y tanto a estimarle vengo,
que, con andar tan perdido,
a mi costa le mantengo.
De lo que Celia me da,
o yo por fuerza le quito,
traigo lo que puedo acá
y su vida solicito,
que acabando el curso va.
De lo que de noche
puedo,
varias casas escalando,
robar con cuidado o miedo,
voy su sustento aumentando,
y a veces sin él me quedo.
Que esta virtud solamente
en mi vida distraída
conservo piadosamente,
que es deuda al padre debida
el serle hijo obediente.
En mi vida le ofendí
ni pesadumbre le di.
En todo cuanto mandó
obediente me halló
desde el día en que nací;
que
aquéstas, mis travesuras,
mocedades y locuras
nunca
a saberlas llegó;
que a saberlas, bien sé yo
que, aunque mis entrañas duras,
de peña, al blanco cristal
opuestas, fueron formadas
y mi corazón igual
a las fieras encerradas
en riscos de pedernal,
que las hubiera atajado;
pero siempre le he tenido
donde de nadie informado,
ni un disgusto ha recibido
de
tantos como he causado.
Descúbrese
su padre en una silla
Aquí está. Quiérole ver.
Durmiendo está al parecer.
Padre.
ANARETO: ¡Mi Enrico querido!
ENRICO:
Del descuido que he tenido
perdón espero tener
de vos, Padre de mis ojos.
¿Heme tardado?
ANARETO: No, hijo.
ENRICO:
No os quisiera dar enojos.
ANARETO:
En verte me regocijo.
ENRICO:
No es sol por celajes rojos
saliendo a dar resplandor
a la tiniebla mayor,
que espera tan alto bien
parece al día tan bien
como vos a mí, señor.
Que vos para mí sois sol,
y los rayos que arrojáis
de ese divino arrebol
son las canas con que honráis
este reino.
ANARETO: Eres crisol
donde la virtud se apura.
ENRICO:
¿Habéis comido?
ANARETO: Yo, no.
ENRICO:
¿Hambre tendréis?
ANARETO: La ventura
de mirarte me quitó
la hambre.
ENRICO: No me asegura,
padre mío, esta razón
nacida de la afición
tan grande que me tenéis;
pero agora comeréis,
que las dos pienso que son
de la tarde. Ya la mesa
os quiero, padre, poner.
ANARETO:
De tu cuidado me pesa.
ENRICO:
Todo eso y más ha de hacer
el que obediencia profesa.
(Del dinero que jugué Aparte
un escudo reservé
para comprar qué comiese,
porque aunque al juego le pese,
no ha de faltar esta fe.)
Aquí traigo en el lenzuelo,
padre mío, qué comáis.
Estimad mi justo celo.
ANARETO:
Bendito, mi Dios, seáis
en la tierra y en el cielo,
pues que tal hijo me
disteis
cuando
tullido me visteis,
que mi pies y manos sea.
ENRICO:
Comed, porque yo lo vea.
ANARETO:
Miembros cansados y tristes,
ayudadme a levantar.
ENRICO:
Yo, padre, os quiero ayudar.
ANARETO:
Fuerza me infunden tus brazos.
ENRICO:
Quisiera en estos abrazos
la vida poderos dar.
Y digo, padre, la vida,
porque tanta enfermedad
es ya muerte conocida.
ANARETO:
La divina voluntad
se cumpla.
ENRICO: Ya la comida
os espera. ¡Llegaré
la mesa?
ANARETO: No, hijo mío,
que el sueño me vence.
ENRICO: ¿A fe?
Pues, dormid.
ANARETO: Dádome ha un frío
muy grande.
ENRICO: Yo os llegaré
la ropa.
ANARETO: No es menester.
ENRICO:
Dormid.
ANARETO: Yo, Enrico, quisiera,
por llegar siempre a temer
que en viéndote es la postrera
vez que te tengo de ver,
--porque aquesta enfermedad
me trata con tal crueldad--
que quisiera que tomaras
estado.
ENRICO: ¿En eso reparas?
Cúmplase tu voluntad.
Mañana pienso casarme.
(Quiero darle aqueste gusto,
Aparte
aunque finja.)
ANARETO: Será darme
la salud.
ENRICO: Hacer es justo
lo que tú puedes mandarme.
ANARETO:
Moriré, Enrico, contento.
ENRICO:
Darte gusto en todo intento,
porque veas de esta suerte
que por sólo obedecerte
me sujeto al casamiento.
[. . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . .]
ANARETO:
Pues, Enrico, como viejo
te quiero dar un consejo:
No busques mujer hermosa,
porque es cosa peligrosa
ser en cárcel mal segura
alcaide un una hermosura
donde es le afrenta forzosa.
Está atento, Enrico.
ENRICO: Di.
ANARETO:
Y nunca entienda de ti
que de su amor no te fías,
que viendo que desconfías,
todo lo ha de hacer ansí.
Con tu mismo ser la iguala;
ámala, sirve y regala;
con celos no la des pena,
que no hay mujer que sea buena
si ve que piensan que es mala.
No declares tu pasión
hasta llegar la ocasión,
y luego...
Duérmese
ENRICO: Vencióle el sueño,
que es de los sentidos dueño,
al dar la mejor lición.
Quiero la ropa llegalle
y de esta suerte dejalle
hasta que repose.
Cúbrele
y sale GALVÁN
GALVÁN: Ya
todo prevenido está,
y mira que por la calle
viene Albano.
ENRICO: ¿Quién?
GALVÁN: Albano
a quien la muerte has de dar.
ENRICO:
Pues, ¿yo he de ser tirano?
GALVÁN:
¿Cómo?
ENRICO:
¿Yo le he de matar
por un interés liviano?
GALVÁN:
¿Ya tienes temor?
ENRICO: Galván,
estos dos ojos que están
con este sueño cubiertos,
por mirar que estás despiertos
aqueste temor me dan.
No me atrevo, aunque mi nombre
tiene su altivo renombre
en las memorias escrito,
intentar tan gran delito
donde está durmiendo este hombre.
GALVÁN:
¿Quién es?
ENRICO: Un hombre eminente
a quien temo solamente
y en esta vida respeto,
que para el hijo discreto
es el padre muy valiente.
Si conmigo le llevara
siempre, nunca yo intentara
los delitos que condeno,
pues fuera su vista el freno
que la ocasión me tirara.
Pero corre esa cortina,
que en no verle podrá ser,
pues mi valor afemina,
que rigor venga a tener
si ahora a piedad me inclina.
Corre
la cortina
GALVÁN:
Ya está cerrada.
ENRICO: Galván,
ahora que no le veo,
ni sus ojos luz me dan,
matemos, si es tu deseo,
cuantos en el mundo están.
GALVÁN:
Pues mira que viene Albano,
y que de Laura al hermano
que le des muerte conviene.
ENRICO:
Pues él a buscarla viene,
dale por muerto.
GALVÁN: Es llano.
Sale
ALBANO, viejo, y pasa
ALBANO:
(El sol a poniente va, Aparte
como va mi edad también,
y con cuidado estará
mi esposa.)
ENRICO:
Brazo, detén.
GALVÁN:
¿Qué aguardas, Enrico, ya?
ENRICO:
Miro un hombre que es retrato
y viva imagen de aquél
a quien siempre de honrar trato;
pues di, si aquí soy crüel,
¿no seré a mi padre ingrato?
Hoy de mis manos tiranas
por ser viejo, Albano, ganas
la cortesía que esperas,
que son piadosas terceras,
aunque mudas, esas canas.
Vete libre, que repara
mi honor, que así se declara,
aunque a mi opinión no cuadre,
que pensara que a mi padre
mataba si te matara.
¡Canas, los que os aborrecen,
hoy
a estimaros empiecen,
pocos les ofenderán,
pues
tan seguras se van
cuando enemigos se ofrecen.
GALVÁN:
¡Vive Dios, que no te entiendo!
Otro eres ya del que fuiste.
ENRICO:
Poco mi valor ofendo.
GALVÁN:
Darle la muerte pudiste.
ENRICO:
No es eso lo que pretendo.
A nadie temí en mi vida;
varios delitos he hecho;
he sido fiera homicida,
y no hay maldad que en mi pecho
no tenga siempre acogida;
pero en llegado a mirar
las canas que supe honrar
porque en mi padre las vi,
todo el furor reprimí
y las procuré estimar.
Si yo supiera que Albano
era de tan larga edad,
nunca de Laura al hermano
prometiera tal crueldad.
GALVÁN:
Respeto fue necio y vano.
El dinero que te dio,
por fuerza habrás de volver,
ya que Albano no murió.
ENRICO:
Podrá ser.
GALVÁN: ¿Qué podrá ser?
ENRICO:
Podrá ser, si quiero yo.
GALVÁN:
Él viene.
Sale
OCTAVIO
OCTAVIO: A Albano encontré
vivo y sano como yo.
ENRICO:
Yo lo creo.
OCTAVIO: Y no pensé
que la palabra que dio
de matarle vuesasté
no se cumpliera tan bien
como se cumplió la paga.
¿Esto es ser hombre de bien?
GALVÁN:
Éste busca que le den
un bofetón con la daga.
ENRICO:
No mato a hombres viejos yo;
y si a voarcé le ofendió
vaya y mátale al momento,
que yo quedo muy contento
con la paga que me dio.
OCTAVIO:
El dinero ha de volverme.
ENRICO:
Váyase voarcé con Dios.
No quiera enojado verme;
que, ¡juro a Dios!...
GALVÁN: Ya los dos
riñen; el diablo no duerme.
OCTAVIO:
Mi dinero he de cobrar.
ENRICO:
Pues yo no lo pienso dar.
OCTAVIO:
Eres un gallina.
ENRICO: ¡Mientes!
Dale
OCTAVIO:
Muerto soy.
ENRICO: Mucho lo sientes.
GALVÁN:
Hubiérase ido a acostar.
ENRICO:
A hombres como tú arrogantes
doy la muerte yo, no a viejos
[. . . . . . . . . . . . -antes]
que con canas y consejos
vencen ánimos gigantes.
Y si quisieres probar
lo que llego a sustentar,
pide a Dios, si él lo permite,
que otra vez te resucite,
y te volveré a matar.
Dentro
dice el GOBERNADOR
GOBERNADOR: Prendedle, dadle la muerte.
GALVÁN: Aquesto es
malo.
Más de cien hombres vienen a prenderte
con el Gobernador.
ENRICO: Vengan seiscientos.
Si me prenden, Galván, mi muerte es cierta;
si me defiendo, puede hacer mi dicha
que no me maten, y que yo me escape;
y más quiero morir con honra y fama.
Aquí está Enrico; ¿no llegáis, cobardes?
GALVÁN:
Cercado te han por todas partes.
ENRICO: Cerquen
que, vive Dios, que tengo de arrojarme
por
entre todos.
GALVÁN: Yo tus pasos sigo.
ENRICO:
Pues haz cuenta que César va contigo.
Sale el
GOBERNADOR y mucha gente, y ENRICO los mete a
todos a cuchilladas
GOBERNADOR:
¿Eres demonio?
ENRICO: Soy un hombre solo
que huye de morir.
GOBERNADOR: Pues date preso,
y yo te libraré.
ENRICO: No pienso en eso.
Ansí
habéis de prenderme.
GALVÁN: Sois
cobardes.
GOBERNADOR:
¡Ay, de mí! Muerto soy.
UNO: ¡Gran
desdicha!
Mató al Gobernador. ¡Mala
palabra!
Retíralos
y sale ENRICO
ENRICO:
Y aunque la tierra sus entrañas abra,
y el ella me sepulte es imposible
que me pueda escapar; tú, mar soberbio,
en tu centro me esconde; con la espada
entre los dientes tengo de arrojarme.
Tened misericordia de mi alma,
Señor inmenso, que aunque soy tan malo,
no dejo de tener conocimiento
de vuestra santa fe. Pero, ¿qué
hago?
¿Al mar quiero arrojarme cuando dejo
triste, afligido, un miserable viejo?
Al padre de mi vida volver quiero,
y llevarle conmigo; a ser Eneas
del viejo Anquises.
Dentro
GALVÁN: ¿Dónde vas? Detente.
ENRICO:
Seguidme por aquí.
GALVÁN: Guarda tu vida.
ENRICO:
Perdonad, padre mío de mis ojos,
el no poder llevarlo en mis brazos,
aunque en el alma bien sé yo que os llevo.
Sígueme tú, Galván.
GALVÁN: Yo ya te sigo.
ENRICO:
Por tierra no podemos escaparnos.
GALVÁN:
Pues arrójome al mar.
ENRICO:
Su centro
airado
sea sepulcro mío. ¡Ay, padre
amado!
¡Cuánto siento el dejaros!
GALVÁN: Ven
conmigo.
ENRICO:
Cobarde soy, Galván, si no te sigo.
Vanse y sale PAULO de bandolero, y otros, y traen
tres
hombres
y PEDRISCO de bandolero gracioso
BANDOLERO 1:
A ti solo, Paulo fuerte,
pues
que ya todos te damos
palabra
de obedecerte,
que sentencies esperamos
estos tres a vida o muerte.
PAULO:
¡Dejáronos ya el dinero?
PEDRISCO:
Ni una blanca nos han dado.
PAULO:
Pues, ¡qué aguardas, majadero?
PEDRISCO:
Habémoselo quitado.
PAULO:
¿Que ellos no lo dieron? Quiero
sentenciar a todos tres.
PEDRISCO:
Ya esperamos ver lo que es.
LOS
TRES: Ten con nosotros piedad.
PAULO:
De ese roble los colgad.
LOS
TRES: ¡Gran señor!
PEDRISCO: Moved los pies,
que
seréis fruta extremada,
en esta selva apartada,
de todas aves rapantes.
PAULO:
De esta crueldad no te espantes.
PEDRISCO:
Ya no me espanto de nada.
Porque verte ayer, señor,
ayunar con tal fervor,
y en la oración ocupado,
en tu Dios arrebatado,
pedirle ánimo y fervor
para proseguir tu vida
en tan grande penitencia
y en esta selva escondida
verte hoy con tanta violencia,
capitán de forajida
gente, matar pasajeros
tras robarles los dineros,
¿qué más se puede esperar?
Ya no me pienso espantar.
PAULO:
Los hechos fieros
de Enrico imitar pretendo,
y aun le quisiera exceder.
Perdone Dios si le ofendo,
que si uno el fin ha de ser
esto es justo y yo me entiendo.
PEDRISCO:
Así al otro le decían
que la escalera rodaba
otros que rodar le veían.
PAULO:
¿Y a mí que a Dios
adoraba,
y por santo me tenían
en este circunvecino
monte, el globo cristalino
rompiendo el ángel veloz,
me obligase con su voz
a dejar tan buen camino
dándome el premio tan malo?
Pues hoy verá el cielo en mí
si en las maldades no igualo
a Enrico.
PEDRISCO: ¡Triste de ti!
PAULO:
Fuego por la vista exhalo.
Hoy,
fieras que en horizontes
y en napolitanos montes
hacéis
dulce habitación,
veréis que mi corazón
vence
a soberbios Faetontes.
Hoy, árboles que plumajes
sois
de la tierra o salvajes
por lo verde que os vestís,
el huésped que recibís
os hará varios ultrajes.
Más que la naturaleza
he
de hacer por cobrar fama,
pues
para mayor grandeza
he de dar a cada rama
cada día una cabeza.
Vosotros
dais, por ser graves,
frutos
al hombre süaves;
mas yo con tales racimos
pienso dar frutos opimos
a
las voladores aves.
En verano y en invierno
será
vuestro fruto eterno;
y si pudiera hacer más,
más hiciera.
PEDRISCO: Tú te vas
gallardamente al infierno.
PAULO:
Ve y cuélgalos al momento
de un roble.
PEDRISCO: Voy como el viento.
BANDOLERO 1:¡Señor!
PAULO: No me repliquéis
si acaso ver no queréis
el castigo más violento.
PEDRISCO: Venid los tres.
BANDOLERO
2: ¡Ay, de mí!
PEDRISCO:
Yo he de ser verdugo aquí,
pues a mi dicha le plugo,
para enseñar al verdugo
cuando me ahorquen a mí.
Vase
con los tres
PAULO:
Enrico, si de esta suerte
yo tengo de acompañarte,
y si te has de condenar,
contigo me has de llevar,
que nunca pienso dejarte.
Palabra del ángel fue,
tu camino seguiré;
pues cuando Dios, juez eterno,
nos condenare al infierno,
ya habremos hecho por qué.
Cantan
dentro
MÚSICOS:
"No desconfíe ninguno,
aunque grande pecador,
de aquella misericordia
de que más se precia Dios."
PAULO:
¿Qué voz es ésta que suena?
BANDOLERO 2:La gran multitud, señor,
de esos robles nos impide
ver dónde viene la voz.
MÚSICOS:
"Con firme arrepentimiento
de no ofender al Señor,
llegue el pecador humilde,
que Dios le dará perdón."
PAULO:
Subid los dos por el monte,
y ved si el algún pastor
el que canta este romance.
BANDOLERO 2:A verlo vamos los dos.
Vanse
los dos
MÚSICOS:
"Su Majestad soberana
da voces al pecador
porque le llegue a pedir
lo que a ninguno negó."
Sale por el monte un PASTORCILLO tejiendo una corona
de flores
PAULO:
Baja, pastorcillo;
que ya estaba, vive Dios,
confuso con tus razones,
admirado con tu voz.
¿Quién te enseñó ese romance,
que le escucho con temor,
pues parece que en ti habla
mi propia imaginación?
PASTOR:
Este romance que he dicho
Dios, señor, me le enseñó;
o la iglesia, su esposa,
a quien en la tierra dio
poder suyo.
PAULO: Bien dijiste.
PASTOR: Advierte que creo en Dios
a pies juntillas, y sé,
aunque
rústico pastor,
todos los diez mandamientos,
preceptos que Dios nos dio.
PAULO:
¿Y Dios ha de perdonar
a un hombre que le ofendió
con obras y con palabras
y pensamientos?
PASTOR: ¿Pues no?
Aunque sus ofensas sean
más
que átomos del sol,
y que estrellas tiene el cielo,
y rayos la luna dio,
y
peces el mar salado,
en
sus cóncavos guardó.
Ésta es su misericordia;
que con decirle al Señor,
"Pequé, pequé muchas veces,"
le recibe al pecador
en sus amorosos brazos;
que en fin hace como Dios.
Porque si no fuera aquesto,
cuando a los hombres crïó,
no los crïara sujetos
a su frágil condición.
Porque si Dios, sumo bien,
de nada al hombre formó
para ofrecerle su gloria,
no fuera ningún blasón
en su majestad divina
dalle aquella imperfección.
Diole Dios libre albedrío,
y fragilidad le dio
al cuerpo y al alma; luego,
dio potestad con acción
de pedir misericordia,
que a ninguno le negó.
De modo que, si en pecando
el hombre, el justo rigor
procediera contra él,
fuera el número menor
de los que en el sacro alcázar
están contemplando a Dios.
La fragilidad del cuerpo
es grande, que en una acción,
en un mirar solamente
con deshonesta afición,
se ofende a Dios; de ese modo,
porque este triste ofensor,
con la imperfección que tuvo,
le ofende una vez o dos,
¿se había de condenar?
No, señor, aqueso no;
que es Dios misericordioso,
y estima al más pecador,
porque todos igualmente
le costaron el sudor
que sabéis, y aquella sangre
que liberal derramó,
haciendo un mar a su cuerpo,
que amoroso dividió
en cinco sangrientos ríos;
que su espíritu formó
nueve meses en el vientre
de aquélla que mereció
ser virgen cuando fue madre
y el claro oriente del sol
que como clara vidriera,
sin que la rompiese, entró.
Y
si os guiáis por ejemplo,
decid: ¿no fue pecador
Pedro, y mereció después
ser de las almas pastor?
Mateo,
su coronista,
¿no fue también su ofensor?
Y luego, ¿no fue su apóstol,
y tan gran cargo le dio?
¿No fue pecador Francisco?
Luego, ¿no le perdonó
y a modo de honrosa empresa,
en su cuerpo le imprimió
aquellas llagas divinas
que le dieron tanto honor,
dignándole de tener
tan excelente blasón?
¿La pública pecadora,
Palestina no llamó
Magdalena, y fe santa
por su santa conversión?
Mil ejemplos os dijera
a estar despacio, señor,
mas mi ganado me aguarda,
y ha mucho que ausente estoy.
PAULO:
Tente, pastor, no te vayas.
PASTOR:
No puedo tenerme, no,
que ando por aquestos valles
recogiendo con amor
una ovejuela perdida
que del rebaño huyó.
y esta corona que veis
hacerme con tanto amor
es para ella, si parece,
porque hacérmela mandó
el Mayoral que la estima
del modo que le costó.
El que a Dios tiene ofendido,
pídale perdón a Dios,
porque es señor tan piadoso
que a ninguno le negó.
PAULO:
Aguarda, pastor.
PASTOR: No puedo.
PAULO:
Por fuerza te tendré yo.
PASTOR:
Será detenerme a mí
parar en su curso al sol.
Vase
PAULO:
Este pastor me ha avisado
en su forma peregrina,
no humana sino divina,
que tengo a Dios enojado
por haber desconfïado
de su piedad, claro está,
y con ejemplos me da
a entender piadosamente
que el hombre que se arrepiente
perdón en Dios hallará.
Pues si Enrico es pecador,
¿no puede también hallar
perdón? Ya vengo a pensar
que ha sido grande mi error.
Mas, ¿cómo dará el Señor
perdón a quien tiene nombre,
¡ay de mí!, del más mal hombre
que en este mundo ha nacido?
Pastor, que de mí has huído,
no te espantes que me asombre.
Si él tuviera algún intento
de tal vez arrepentirse,
bien pudiera resistirse
lo que por engaño siento
y yo viviera contento,
[confïado sólo en Dios].
¿Por qué, pastor, queréis vos
que halle su remedio medio?
Alma, ya no hay más remedio
que el condenarnos los dos.
Sale
PEDRISCO
PEDRISCO:
Escucha, Paulo, y sabrás,
aunque de ello ajeno estás
y lo atribuyas a engaño,
el suceso más extraño
que tú habrás visto jamás.
En esa verde ribera,
de tantas fieras aprisco,
donde el cristal reverbera,
cuando el afligido risco
su tremendo golpe espera,
después de dejar colgados
aquellos
tres desdichados,
estábamos Celio y yo,
cuando
una voz que se oyó
nos dejó medio turbados.
"Que me ahogo, " dijo y vimos
cuando la vista tendimos
[. . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . .]
como en el mar hay tormenta,
y está de sangre cubierta,
para
anegallos bramaba.
Ya en las estrellas los clava,
ya
en su centro los asienta,
en
los cristales no helados
las dos cabezas se veían
de aquestos dos desdichados,
y las olas parecían
ser
tablas de degollados.
Llegaron al fin, mostrando
el valor que significo,
mas, por no estarte cansando,
has de saber que es Enrico
el uno.
PAULO: Estoylo dudando.
PEDRISCO:
No lo dudes, pues yo llego
a decirlo, y no estoy ciego.
PAULO:
¿Vístele tú?
PEDRISCO: Vile yo.
PAULO:
¿Qué hizo al salir?
PEDRISCO: Echó
un por vida y un reniego.
¡Mira qué gracias le daba
a Dios que ansí le libraba!
PAULO:
¡Y dirá ahora el pastor
que le ha de dar el Señor
perdón! El juicio me acaba.
Mas poco puedo perder,
pues aquí le llego a ver,
en proballe la intención.
PEDRISCO:
Ya le trae tu escuadrón.
PAULO:
Pues oye lo que has de hacer.
Sacan [unos BANDOLEROS] a EMRICO y a GALVÁN
atados
y mojados
ENRICO:
¿Dónde me lleváis ansí?
BANDOLERO 1:El capitán está aquí,
que la respuesta os dará.
A
PEDRISCO
PAULO:
Haz esto.
PEDRISCO: Todo se hará.
Vase
PAULO
BANDOLERO 2:Pues, ¿vase el capitán?
PEDRISCO: Sí.
¿Dónde iban vuesas mercedes,
que en tan gran peligro dieron
como es caminar por agua?
¿No responden?
ENRICO: Al infierno.
PEDRISCO:
Pues, ¿quién le mete en cansarse
cuando hay diablos tan ligeros
que le llevarán de balde?
ENRICO:
Por agradecerles menos.
PEDRISCO:
Habla voarcé muy bien
y habla muy a lo discreto
en no agradecer al diablo
cosa que haga en su provecho.
¿Cómo se llama voarcé?
ENRICO:
Llámome el diablo.
PEDRISCO: Y por eso
se quiso arrojar al mar
para remojar el fuego.
¿De dónde es?
ENRICO: Si de cansado
de reñir con agua y viento
no arrojara al mar la espada,
yo os respondiera bien presto
a vuestras necias preguntas
con los filos de su acero.
PEDRISCO:
Oye, hidalgo, no se atufe
ni nos eche tantos retos,
que juro a Dios, si me enojo,
que le barrene ese cuerpo
más de setecientas veces,
sin las que en su nacimiento
barrenó naturaleza.
y ha de advertir que está preso,
y que si es valiente, yo
soy valiente como un Héctor,
y que si él ha hecho muertes
sepa
que también yo he muerto
muchas hambres y candiles
y muchas pulgas a tiento.
y
si es ladrón, soy ladrón,
y soy el demonio mesmo,
y, ¡por vida!...
BANDOLERO 1: Bueno está.
ENRICO:
¿Esto sufro y no me vengo?
PEDRISCO:
Ahora ha de quedar atado
a un árbol.
ENRICO: No me defiendo.
Haced de mí vuestro gusto.
PEDRISCO:
Y él también.
GALVÁN: De esta vez muero.
PEDRISCO:
Si son como vuestra cara,
vos
tenéis bellacos hechos.
Ea, llegaldos a atar,
que
el capitán gusto de ello.
Llegad al árbol.
Átalos
ENRICO: ¿Que ansí
me quiera tratar el cielo?
PEDRISCO: Llegad vos.
GALVÁN: ¡Tened piedad!
PEDRISCO:
Vendarles los ojos quiero
con las ligas a los dos.
GALVÁN:
¿Vióse tan extraño aprieto?
Mira vuesarced que yo
vivo de su oficio mesmo
y que soy ladrón también.
PEDRISCO:
Ahorra razón aquesto
de trabajo a la justicia,
y al verdugo de contento.
BANDOLERO 1:Ya están vendados y atados.
PEDRISCO: Las flechas y arcos tomemos
y dos docenas, no más,
clavemos
en cada cuerpo.
BANDOLERO 1:Vamos.
PEDRISCO: (Aquesto es fingido. Aparte
Nadie los ofenda.)
BANDOLERO 1: (Creo Aparte
que el capitán los conoce.)
PEDRISCO: (Vamos, y ansí los dejemos.) Aparte
Vanse
[PEDRISCO y los BANDOLEROS]
GALVÁN:
Ya se van a asaetarnos.
ENRICO:
Pues no por aqueso pienso
mostrar flaqueza ninguna.
GALVÁN:
Ya me parece que siento
una jara en estas tripas.
ENRICO:
Vénguese en mí el justo cielo,
que quisiera arrepentirme,
y cuando quiero no puedo.
Sale
PAULO, de ermitaño, con cruz y rosario
PAULO:
(Con esta traza he querido
Aparte
probar si este hombre se acuerda
de Dios, a quien ha ofendido.)
ENRICO:
¡Que un hombre la vida pierda
de nadie visto ni oído!
GALVÁN:
Cada mosquito que pasa
me parece que es saeta.
ENRICO:
El corazón se me abrasa,
que mi fuerza esté sujeta.
¡Ah, Fortuna, en todo escasa!
PAULO:
Alabado sea el Señor.
ENRICO:
Sea por siempre alabado.
PAULO:
Sabed con vuestro valor
llevar este golpe airado
de Fortuna.
ENRICO: ¡Gran rigor!
¿Quién
sois vos, que ansí me habláis?
PAULO:
Un monje que este desierto,
donde la muerte esperáis,
habita.
ENRICO: ¡Bueno, por cierto!
Y ahora, ¿qué nos mandáis?
PAULO:
A los que al roble os ataron
y a mataros se apartaron,
supliqué con humildad
que ya que con tal crueldad
de daros muerte trataron,
que me dejasen llegar
a hablaros.
ENRICO: ¿Para qué?
PAULO:
Por si os queréis confesar,
pues seguís de Dios la fe.
ENRICO:
Pues bien se puede tornar,
padre, o lo que es.
PAULO:
¿Qué decís?
¿No sois cristiano?
ENRICO: Sí soy.
PAULO:
No lo sois, pues no admitís
el último bien que os doy.
¡Por qué no lo recibís?
ENRICO:
Porque no quiero.
PAULO: (¡Ay de mí! Aparte
Esto mismo presumí.)
¿No veis que os han de matar
ahora?
ENRICO: ¿Quiere callar,
hermano, y dejarme aquí ?
Si esos señores ladrones
me dieren muerte, aquí estoy.
PAULO:
(¡En qué grandes confusiones
tengo el alma!)
ENRICO: Yo no doy
a nadie satisfacciones.
PAULO:
A Dios, sí.
ENRICO: Si Dios ya sabe
que soy tan gran pecador,
¿para qué?
PAULO: ¡Delito grave!
Para que su sacro amor
de darle perdón acabe.
ENRICO:
Padre, lo que nunca he hecho,
tampoco he de hacer
ahora.
PAULO:
Duro peñasco es su pecho.
ENRICO:
Galván, ¿qué hará la señora
Celia?
GALVÁN: Puesto en tanto estrecho,
¿quién se ha de acordar de nada?
PAULO:
No se acuerde de esas cosas.
ENRICO:
Padre mío, ya me enfada.
PAULO:
¿Estas palabras piadosas
le ofenden?
ENRICO: Cosa es cansada,
pues si no estuviera atado,
ya yo le hubiera arrojado
de una coz dentro del mar.
PAULO:
Mire que le han de matar.
ENRICO:
Ya estoy de aguardar cansado.
GALVÁN:
Padre, confiéseme a mí,
que ya pienso que estoy muerto.
ENRICO:
Quite esta liga de aquí,
padre.
PAULO: Sí haré, por cierto.
Quítales
las vendas
ENRICO:
Gracias a Dios, que ya vi.
GALVÁN:
Y a mí, también.
PAULO: En buen hora,
y vuelvan la vista ahora
a los que a matarlos vienen.
Salen
los BANDOLEROS con escopetas y ballestas
ENRICO:
Pues, ¿para qué se detienen?
PEDRISCO:
Pues que ya su fin no ignora,
digo, ¿por qué no confiesa?
ENRICO:
No me quiero confesar.
PEDRISCO:
Celio, el pecho le atraviesa.
PAULO:
Dejad que le vuelva a hablar.
Desesperación es ésa.
PEDRISCO:
Ea, llegalde a matar.
PAULO:
Deteneos. ¡Triste pena!
[. . . . . . . . . .-ar]
porque si éste se condena,
me queda más que dudar.
ENRICO:
Cobardes sois. ¿No llegáis
y puerta a mi pecho abrís?
PEDRISCO:
De esta vez no os detengáis.
PAULO:
Aguardad, que si le herís
más
confuso me dejáis.
Mira que eres pecador,
hijo.
ENRICO: Y del mundo el mayor;
ya lo sé.
PAULO: Tu bien espero.
Confiésate a Dios.
ENRICO: No quiero,
cansado predicador.
PAULO:
Pues salga del pecho mío,
si no dilatado río,
de lágrimas tanta copia
que se anegue el alma propia,
pues ya de Dios desconfío.
Dejad descubrir sayal,
mi cuerpo, pues está mal,
según siente el corazón,
una rica guarnición
sobre tan falso cristal.
En mis torpezas resbalo,
y a la culebra me igualo;
mas mi parecer condeno,
porque yo desecho el bueno,
mas ella desecha el malo.
Mi adverso fin no resisto,
pues mi desventura he visto,
y da claro testimonio
el vestirme de demonio
y el desnudarme de Cristo.
Colgad ese saco ahí
para que diga --¡ay, de mí!--
"En tal puesto me colgó
Paulo, que no mereció
la gloria que encierro en mí."
Dadme la daga y la espada;
esa cruz podéis tomar;
ya no hay esperanza en nada,
pues no me sé aprovechar
de aquella sangre sagrada.
Desataldos.
[Desatan
a ENRICO y a GALVÁN]
ENRICO: Ya lo estoy,
y lo que no he visto creo.
GALVÁN: Gracias a los cielos doy.
ENRICO:
Saber la verdad deseo.
PAULO:
¡Qué desdichado que soy!
¡Ah, Enrico, nunca nacieras!
Nunca tu madre te echara
donde gozando la luz
fuiste de mis males causa;
o pluguiera a Dios que ya
que infundido el cuerpo y alma,
saliste a luz, en su brazos
te diera la muerte un ama,
un león te deshiciera,
una osa despedazara
tus tiernos miembros entonces,
o cayeras en tu casa
del más altivo balcón,
primero que a mi esperanza
hubieras cortado el hilo.
ENRICO:
Esta novedad me espanta.
PAULO:
Yo soy Paulo, un hermitaño
que dejé mi amada patria
de poco más de quince años,
y en esta oscura montaña
otros diez serví al señor.
ENRICO:
¡Qué ventura!
PAULO: ¡Qué desgracia!
Un ángel rompiendo nubes
y cortinas de oro y plata,
preguntándole yo a Dios
qué fin tendría, "Repara,"
me dijo, "ve a la ciudad
y verás a Enrico" --¡ay, alma!--
"hijo del noble Anareto,
que en Nápoles tiene fama.
Advierte
bien en sus hechos,
y
contempla en sus palabras,
que si Enrico al cielo fuere,
el cielo también te aguarda;
y si al infierno, al infierno."
Yo entonces imaginaba
que era algún santo este Enrico,
pero los deseos se engañan.
Fui allá, víte luego al punto,
y de tu boca y por fama
supe que eras el peor hombre
que en todo el mundo se halla.
Y ansí, por tener tu fin,
quitéme
el saco, y las armas
tomé,
y el cargo me dieron
de esta forajida escuadra.
Quise probar tu intención
por saber si te acordabas
de Dios en tan fiero trance;
pero salióme muy vana.
Volví a desnudarme aquí,
como viste, dando al alma
nuevas tan tristes, pues ya
la tiene Dios condenada.
ENRICO:
Las palabras que Dios dice
por un ángel son palabras,
Paulo amigo, en que se encierran
cosas que el hombre no alcanza.
No dejara yo la vida
que seguías, pues fue causa
de que quizá te condenes
el atreverte a dejarla.
Desperación ha sido
lo que has hecho, y aun venganza
de la palabra de Dios,
y una oposición tirana
a su inefable poder;
y en ver que no desenvaina
la espada de su justicia
contra el rigor de tu causa,
veo que tu salvación
desea; mas, ¿qué no alcanza
aquella piedad divina,
blasón de que más se alaba?
Yo soy el hombre más malo
que naturaleza humana
en el mundo ha producido;
el que nunca habló palabra
sin juramento; que a tantos
hombres dio muertes tiranas;
el que nunca confesó
sus
culpas, aunque son tantas;
el
que jamás se acordó
de Dios y su Madre Santa;
ni aun ahora lo hiciera,
con ver puestas las espadas
a mi valeroso pecho;
mas siempre tengo esperanza
en que tengo de salvarme,
puesto que no va fundada
mi esperanza en obras mías
sino en saber que se humana
Dios con el más pecador
y con su piedad se salva.
Pero ya, Paulo, que has hecho
ese desatino, traza
de que alegres y contentos
los dos en esta montaña
pasemos alegre vida
mientras la vida se acaba.
Un fin ha de ser el nuestro.
Si fuere nuestra desgracia
el carecer de la gloria
que Dios al bueno señala,
mal
de muchos gozo es;
pero
tengo confïanza
en su piedad, que siempre
vence a su justicia sacra.
PAULO:
Consoládome has un poco.
GALVÁN:
Cosa es, por Dios, que me espanta.
PAULO:
Vamos donde descanséis.
ENRICO:
(¡Ay, padre de mis entrañas!) Aparte
Una joya, Paulo amigo,
en la ciudad olvidada
se me queda; y aunque temo
el rigor que me amenaza
si allá vuelvo, he de ir por ella,
pereciendo en la demanda.
Un soldado de los tuyos
irá conmigo.
PAULO: Pues vaya
Pedrisco, que es animoso.
PEDRISCO:
Por Dios, que ya me espantaba
que no encontraba conmigo.
PAULO:
Dalde la mejor espada
a Enrico, y en esas yeguas
que al ligero viento igualan
os pondréis allá en dos horas.
GALVÁN:
Yo me quedo en la montaña
a hacer tu oficio.
PEDRISCO: Yo voy
donde
pagues mis espaldas
los delitos que tú has hecho.
ENRICO: Adiós, amigo.
PAULO: Ya basta
el nombre para abrazarte.
ENRICO:
Aunque malo, confïanza
tengo en Dios.
PAULO: Yo no la tengo
cuando son mis culpas tantas;
muy desconfïado soy.
ENRICO:
Aquesa desconfïanza
te tiene de condenar.
PAULO:
Ya lo estoy, no importa nada.
¡Ah, Enrico, nunca nacieras!
ENRICO:
Es verdad; mas la esperanza
que tengo en Dios, ha de hacer
que haya piedad de mi causa.
FIN DE LA SEGUNDA JORNADA
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