Salen NISO,
pastor viejo, MAROTO, CORBATO, ARDENIO,
MONTANO, y LABRADORES
NISO:
¡Brava fiesta!
CORBATO: Y la señora
por
quien se hizo, hermosa y mansa.
MONTANO: Quien
en servirla se cansa
lo
mucho que pierde ignora.
ARDENIO:
¡Buen mayordomo!
NISO: Y devoto.
MONTANO: Pastor
que el ganado deja
por tan
blanca y pura oveja,
dichoso
él.
NISO:
En fin, Maroto,
vos
habéis dejado el cargo
con
honra y fama.
MAROTO: Y vendrá
otro
que me sacará
de la
puja rico y largo.
NISO: ¡Qué
buena estaba la igreja!
MAROTO: Como
pude la compuse;
claveles en ella puse
desde
el altar a la reja.
Verbena, espadaña y juncia
por el
suelo derramé;
agua de trébol eché
en las pilas.
ARDENIO:
Bien anuncia
vuesa mucha devoción
la que
en el alma encubrís.
NISO: Galán,
Maroto, venís.
MAROTO: Yo saco
en la procesión
todas las galas que tengo.
El más pobre de Estercuel
soy.
CORBATO: Y
el más devoto de él.
MONTANO: Alegre
en extremo vengo
de
haber visto cuán compuestas
las
calles de nuestra aldea
estaban.
MAROTO:
Toda desea
her a nuestra Virgen fiestas.
MONTANO: ¡Qué
de pinos que plantaron
por
ellas! Y las mujeres
con qué gustos y praceres
que las ramas adornaron
con
sus basquiñas de grana.
CORBATO: No
dejaron paramento,
cual si
huera el monumento,
cortina
o red aldeana
que
en las puertas y paredes
no
colgasen.
NISO:
Pescarán
si en
el mar del mundo están,
el
cielo con tales redes.
ARDENIO: Pues
a falta de pastillas
no
faltó incienso y espliego
y aun
estoraque, que el huego
no quemase en escodillas,
que por las calles a trechos
daban gusto y devoción.
MAROTO: ¡Oh,
qué incienso es la oración,
y qué grandes sus provechos!
NISO: La
fiesta, en fin, de septiembre
en que
nació nuesa estrella,
ha
estado extremada y bella.
MAROTO: El
labrador are y siembre
los
granos que el hielo cubre
y restituye en agosto.
Llene las cubas de mosto;
coja la fruta en Octubre.
Compre y venda el mercader
en las
herias y mercados,
traten
de armas los soldados,
vista
galas la mujer.
Los
sabios estudien leyes,
tienten pulsos los dolores,
dense placer los señores
y ganen tierra los reyes.
Mientras yo apaciento el hato
donde
el manso me conoce,
el
corderillo retoce
y se
encarame el chivato.
Que
más precio los halagos
con que
el mastín me hace fiestas,
la
leche en tarro, las fiestas
que dan
el deleite a tragos;
a la
noche en casa la olla,
y al amanecer las migas,
que de los ajos amigas,
son
deudos de la cebolla;
y
tras ellas una misa
al alba
en que el sacristén
dice
cantando el amén
sobre
el sayo la camisa,
que
cuanta riqueza guarda
el
avaro.
MONTANO:
A eso me acoto.
CORBATO:
Venturoso vos, Maroto,
que el
temor no os acobarda
del
señor, como al privado.
MAROTO: Bueno
me le ha dado Dios.
ARDENIO: Medra
su hacienda por vos.
NISO: A buen
amo, buen crïado.
MAROTO: Don
Gastón de Bardají,
noble
señor de Estercuel,
ni es
soberbio ni crüel.
Desde que su pan comí
mil
mercedes Dios me hace.
NISO: Mucho
priva con el reye.
MAROTO: Conoce
su esfuerzo y leye,
por eso
le satisface.
A
conquistar a Valencia
el rey
don Jaime partió
y
consigo le llevó.
NISO: Tiene
en la guerra experiencia.
Que
os hallase me holgaría,
cuando
volviese, Maroto,
casado.
MAROTO:
¿A mí?
MONTANO: ¡Juro al soto
que
había de her aquel día
mil
locuras de placer!
MAROTO: No
sabré yo her buen casado.
NISO: Ya que
en esto hemos tocado,
hombre
que está sin mujer,
Maroto, no es hombre entero,
pues le
falta la mitad.
MAROTO: La
mitad, ¿cómo?
NISO: Escuchad.
¿De
nueso padre primero
no
dice el cura que a Eva
durmiendo un día sacó?
MAROTO: De sus
huesos la formó.
NISO: ¿Luego
la mitad le lleva?
MAROTO: No
me casaré, aunque pueda,
con
mujer que en eso da,
que al
hombre le quitará
la otra
mitad que le queda.
Y a
fe que es cosa inhumana
que,
formándose de un hueso
tan
firme, tan duro y tieso,
la
mujer sea tan liviana.
Dadla a la buena ventura;
que es,
al fin, la más hermosa,
si de
carne, peligrosa;
y si de
hueso, muy dura.
ARDENIO: No
decís mal.
MAROTO: Y aun por eso
las mujeres, Niso, son
de tan mala digestión:
que no se digiere el
hueso.
NISO: Pues
mi Laurencia no es tal,
ni en
liviana o dura peca,
que en
lo amoroso es manteca
y en lo
honrado pedernal.
No
hay en Aragón mujer
que
mijor os pueda estar,
y si os
la vengo a pintar
yo sé
que la heis de querer.
Sus años verdes y en flor,
y su hermosura en la
aldea,
no hay
borrico que la vea
que no
rebuzne de amor.
Es
de una imagen su cara.
¿Con
qué la lava? Dirás
con
lleve el diablo lo más
que un
caldero de agua clara.
Los
cabellos, no dirán,
son que al sol causan vergüenza,
y
cuando en cola los trenza
en las rodillas la dan.
La frente bruñida y
lisa,
las cejas son de amor arcos,
los ojos, si no son zarcos,
provocan a amor y a risa.
Pues los carrillos, no hay mozo
que no cante al
descobrillos,
"Más valen vuesos carrillos
que el
carrillo de mi pozo."
De
las narices no pocos
han
dicho, "Alegre estuviera,
Laurencia, si amor me hiciera
de
vuesas narices mocos.
¿Pues qué la boca? Aunque pasa
de
raya, limpia y risueña;
que no es
bien que sea pequeña
la
portada de la casa.
Los dientes altos y bajos,
en hilera y procesión,
piñones mondados son,
a lo menos dientes de
ajos.
¿Qué
diré de los hocicos?
Son que
amapolas parecen
cuando
entre los trigos crecen.
Pues
los dos hoyuelos chicos
que
hace en riéndose, el cielo,
a tener
allá su cara,
en ellos cro que jugara
con el
Amor al hoyuelo.
Pues
la barba, ¿qué otra cría
más
abajo de cristal?
Con
ella el mejor zagal
barba a
barba la abriría.
Las tetas son naterones
y los corpiños encellas,
que mamara Amor en ellas
a no,
encubrir los pezones.
Las
manos, que nunca adoba,
más
brancas fueran que el pecho,
a no haberlas callos hecho
ya el
cedazo, ya la escoba.
La
cintura puede entrar
Señala los
dedos
aquí, y
si amor navegara
mejor
su estrecho pasara
-- ¡pardiez! -- que el de Gibraltar.
Pues
aquella redondez,
monte
de nieve y cristal,
rodará
encima el brïal
por
ella Amor cada vez.
Pues
las piernas, si en el río
lava,
porque el cristal borre,
corrido
de verlas corre
más
aprisa y con más brío.
Los pies calzan once puntos,
cuando la aprieta el
botín;
mas sea
ella honrada, en fin,
que no
miraréis en puntos.
Pintada os la tengo toda,
puesto
que mal y en bosquejo,
lo
demás allá os lo dejo
para el
día de la boda.
MAROTO: No
del todo me despido
de
daros, Niso, placer,
que, en
fin, la buena mujer
suele
hacer bueno al marido;
pero
venga mi señor,
que lo
que ha de ser dirá.
NISO: Rico
dote se os dará,
que
aunque es mi hija la menor,
por
verla con vos casada,
vos
prometo dar, Maroto,
un
pedazo de este soto
y media
fanega arada
de
tierra, catorce ovejas
y seis
cabras con el perro,
la
barrosa y el becerro,
una
casa con sus tejas
que
no de techo pajizo,
una
cama con su ajuar,
un San
Miguel, que pintar
en una
sábana hizo
mi abuela, que Dios perdone,
y dos
calderas también
con su
cuchar y sartén
que rojas las migas pone.
Sale un CRIADO
MAROTO: Todo
es bueno, y lo mejor,
ser
Laurencia vuestra hija.
CRIADO: El
puebro se regocija
porque
viene mi señor
de
Valencia y ha dejado
al buen
reye en Zaragoza.
MAROTO: No en
balde el monte le goza
y se
está riendo el prado,
que no hay señor que le iguale.
NISO: Bien
podéis eso decir.
CRIADO: ¡Ao!
Vámosle a recebir;
pero al
encuentro mos sale.
Sale don
GASTÓN, bizarro de
camino
GASTÓN: ¡Oh,
mis zagales, alcalde,
Corbato, Ardenio, Maroto!
NISO: Llegad, las manos besalde.
MAROTO: No en
balde se alegra el soto
ni está
verde el prado en balde
viéndoos, señor, con salud
en
vuesa tierra y vasallos.
GASTÓN:
Huélgome con su quietud,
que no
puedo deseallos
mejores.
NISO:
Por su virtud.
MAROTO:
¿Cómo venís de la guerra,
buen señor?
GASTÓN: Gracias á Dios
vitorioso.
MAROTO:
Nuesa tierra
estaba
triste sin vos
GASTÓN: Es, en
fin, mi estado y tierra.
MAROTO: El
ganado que apaciento,
y por
ser vuestro es dichoso,
sin vos dejara el sustento.
El
cordero temeroso,
que da
los brincos a ciento,
balaba por don Gastón;
las ovejas os llamaban;
y con ronco y triste son,
por
suspirar, rebuznaban
los
borricos, con perdón.
Secábase el prado ameno,
donde el hato flores pace,
de luto y tristeza lleno,
porque
todo este mal hace
la ausencia
de un señor bueno.
GASTÓN:
Debéisme esa voluntad.
NISO: ¿Qué ha
habido de guerra?
GASTÓN: Queda
conquistada la ciudad
de
Valencia, donde pueda
renacer
la cristiandad
que
el mahomético profeta
desterró por tantos años.
Borró
de ella el rey su seta
llena
de vicios y engaños.
Ya
queda segura y quieta,
su mezquita
consagrada,
sus
cautivos redimidos,
su
soberbia derribada
y con
blasones debidos
eternizando su espada,
el
rey don Jaime glorioso,
tan
agradecido al cielo,
que,
devoto y generoso,
premió
con divino celo
al
estado religioso
fundando cuatro conventos
en
ella.
MAROTO:
¡Gran cristiandad!
GASTÓN: Honró Dios
los pensamientos
de su
liberalidad
con
milagrosos portentos;
porque cerca de Valencia,
al
tiempo de conquistalla,
para
mayor evidencia
de su
amor, nuestro rey halla,
animando su presencia,
un
retrato de aquel sol
que,
abrasando a Dios de amores,
le
vistió de su arrebol,
un
ramillete de flores,
gloria
del suelo español;
un
tanto monta del día;
una
suma del jardín
que a
Dios se aposenta y cría;
un
cielo en el suelo; en fin,
una
imagen de María,
que
en medio de aquella sierra
el godo escondió del moro
y en
sus entrañas encierra
aquel
divino tesoro,
feliz
paz de nuestra guerra,
desde que el campo asentó
en su
sitio el santo rey;
Salomón que a Aragón dio,
por
defensa de su ley,
el que
por ella murió.
Cada
noche aparecía
un
resplandor soberano
sobre
el monte que escondía
a la
que a Dios hizo humano,
que al
sol competencia hacía.
Música alegre sonaba,
dando
tal gusto el oílla,
que la
devoción juzgaba
ser de
ángeles la capilla
y su
autor quien la entonaba.
Determinóse de ver
el rey
el misterio oculto
que
allí se podía esconder,
y con
religioso culto
el
primero quiso ser
que,
con la azada villana,
para que todos trabajen,
cavase.
MAROTO:
¡Fe soberana!
GASTÓN: Y
hallando una hermosa imagen
debajo
de una campana,
alegre con tal tesoro
dio su
vitoria por cierta.
MAROTO: De
placer devoto lloro.
GASTÓN: Con los
obispos concierta
para
que esté con decoro,
que
un monasterio real
allí
mismo se edifique
a su
devoción igual,
y que a la Merced se aplique
y se dé
a su general
fray
Pedro Nolasco, piedra
sobre
quien Dios edifica
la
orden que por él medra,
con el
cuarto voto rica
de la
caridad, que es hiedra
que
a Dios alcanzan sus ramas.
Orden de tantos favores,
que, eternizando las famas
de sus hijos redentores,
los Fénix son de sus llamas.
Fue el santo rey fundador
de la
orden militar
dándola
ser y favor,
con que
se quiso llamar,
como
Dios, rey redentor.
Y,
en fin, como era su hechura
y de su
celo heredera,
darle
la imagen procura
de la
que es de Dios esfera
y cifra
de su hermosura.
Labró, en fin, en su montaña
el
templo, y hasta él con fiesta
la coloca y la acompaña.
La
imagen del Puche es ésta
que ha
de ennoblecer a España;
de
que vengo tan devoto
y
envidioso, que quisiera,
a
merecerlo, Maroto,
que de mi estado heredera
viniera
a ser.
MAROTO:
¡Qué buen voto!
Dome
a Dios, mi buen señor,
que es
como suya esa fe,
y que
me muero de amor
por
ella, después que sé
tan
milagroso favor.
Pero
no se desconsuele;
sirva y
pretenda tal dama.
Róndela, aunque se desvele,
que a
la casa de quien la ama
venirse
de asiento suele.
Soltero es, no hay tal esposa
como la
virgen María,
que es
discreta y es hermosa,
no pasa
por ella día
ni es
en las galas costosa,
que
el sol de vestirla trata
con
cintas de resplandores,
de
estrellas sus trenzas ata,
chapines trae de valores
con sus
virillas de prata,
pues
los adorna la luna;
dote suyo son los cielos,
do no hay temer la
fortuna,
y, en
fin, no le dará celos,
que es
lo que más importuna.
GASTÓN: ¡Oh,
qué buen casamentero,
Maroto,
sabéis hacer!
NISO: Pues
sabed, señor, que quiero
helle
novio con mujer
que vos
aprobéis primero.
ARDENIO: Al
menos de nuesos votos
lo que
esto le importa sabe.
MAROTO: De lo
ajeno manirrotos
sois.
NISO: No es bien que en vos se acabe
la
casta de los Marotos.
GASTÓN: Y
vos ¿qué decís a esto?
MAROTO: Que el
casarse no es delito,
y
aunque es el estado honesto
mijor,
a vos me remito,
en quien tengo el gusto puesto.
GASTÓN: Pues
si está en mi parecer,
vamos
agora a palacio,
que hay
mucho en esto que hacer,
y ha de
mirarse despacio
esto de
tomar mujer.
Vanse. Salen don GUILLÉN con hábito de
Santiago, y LAURENCIA, como que
ha cernido
LAURENCIA: Déjeme cerner mi harina.
GUILLÉN: Laurencia hermosa, cerned
pensamientos de mi amor,
porque la harina apuréis
de esperanzas candeales
que con el agua amaséis
de mis ojos, y cozáis
en el horno de mi fe.
Celos serán levadura,
tan agria cuanto crüel,
que os dará pan blanco y tierno.
LAURENCIA: No le como si trechel.
Mire que he de amasar hoy,
vaya con Dios su mercé
y a las bobas diga amores,
porque yo ya sé quién es,
GUILLÉN: ¿Quién soy?
LAURENCIA: Amante común
que enamora cuántas ve,
mesón que todo lo acoge,
fuente que da de beber
a gente de toda broza,
prado concejil en quien
pacen de comunidad
hierba que mata después.
Yo no tengo más de un alma,
sólo un dueño ha de tener,
que con una voluntad
a una sola quiera bien.
GUILLÉN: Sola vos sois, sol hermoso,
en quien me siento encender,
fénix sola en hermosura.
LAURENCIA: Vaya, señor don Guillén,
y venda esos morrimullos
a Constanza y a Isabel,
burladas de sus promesas
como Polonia e Inés,
y perdone que me vo
porque hay mucho que cerner.
GUILLÉN: Aguardad un poco.
LAURENCIA: Mire...
GUILLÉN: ¿Qué?
LAURENCIA: Que le enharinaré.
GUILLÉN: Yo
sé cuándo menos dura
me escuchábades.
LAURENCIA: Cerré
las orejas con candados.
GUILLÉN: Pues ¿por qué es tanto desdén?
LAURENCIA: Porque tiene el corazón
muy ancho y caben en él
a gruesas, como botones,
las pastoras que mantién.
Caballero es de Aragón,
sobre su pecho se ve
la cruz que de Montalbán
le encomendó nuesa fe.
Pero ¿qué importa que traiga,
mostrando que es hombre fiel,
a los pechos la cruz roja
si en ell alma el diablo tien?
Los que son comendadores
y caballeros como él
damas sirven de
palacio
con estrado y con dosel.
Deje villanas groseras
de sayal y de buriel,
que no es bien coma
truchuela
quien truchas puede comer.
GUILLÉN: En
fin, ¿ya me despedís?
En fin, ¿ya no me queréis?
LAURENCIA: No, que da mal fin a todas
y un mal fin es de temer.
GUILLÉN: Escuchadme una palabra.
LAURENCIA: Ya le he oído más de diez
y no quiero escuchar once.
GUILLÉN: Acabad.
LAIIREN. Apártese.
GUILLÉN: No puedo.
LAURENCIA: Pues ¡por mi vida!...
GUILLÉN: ¿Qué?
LAURENCIA: Que le enharinaré.
GUILLÉN: Pues en esquiva habéis dado,
y vos sola en
Estercuel
no estimáis mi voluntad,
adiós.
LAURENCIA: ¿Luego vase?
GUILLÉN: Pues.
LAURENCIA: Vaya con la maldición.
GUILLÉN: ¿Qué más maldición queréis
que partirme y no obligaros?
LAURENCIA: En fin, ¿se va?
GUILLÉN: ¿Qué he de hacer?
LAURENCIA: Volved acá, caballero.
No seáis tan descortés;
que los noes al principio
son síes en la mujer.
No estáis ducho en conocernos,
y pues no lo estáis, sabed
que las palabras que habramos
han de entenderse al revés.
GUILLÉN: Pues ¿qué quieres?
LAURENCIA: Que no os vais.
GUILLÉN: Pues ¿tiénesme amor?
LAURENCIA: Sí, a fe.
GUILLÉN: ¿Mucho?
LAURENCIA: Mucho, que es con celos.
GUILLÉN: ¿Quién te los causa?
LAURENCIA: Isabel.
GUILLÉN: Aborrézcola.
LAURENCIA: Mentides.
GUILLÉN: Mucho sabes.
LAURENCIA: Mi mal sé.
GUILLÉN: ¿Dónde la vi?
LAURENCIA: En el molino.
GUILLÉN: Yo, ¿cuándo?
LACREN. Vos, y antiyer.
GUILLÉN: ¿Enamorado?
LAURENCIA: Y perdido.
GUILLÉN: Pues ¿qué la dije?
LAURENCIA: "Mi bien."
...................
GUILLÉN: ¿Hubo más de aqueso?
LAURENCIA: ¿Pues?
GUILLÉN: ¿Qué hubo?
LAURENCIA: La embracijasteis.
GUILLÉN: ¿Eso qué importa?
LAURENCIA: ¡Oh, crüel!
GUILLÉN: ¿Pues un abrazo?
LAURENCIA: Es luchar,
GUILLÉN: ¿Para qué?
LAURENCIA: Para caer.
GUILLÉN: Si tú me quieres...
LAURENCIA: ¿Qué hará?
GUILLÉN: Aborrecerla.
LAURENCIA: ¿Y después?
GUILLÉN: Ser amante tuyo.
LAURENCIA: ¿Y luego?
GUILLÉN: Adorarte a ti.
LAURENCIA: ¡Qué bien!
GUILLÉN: Yo lo juro.
LAURENCIA: ¿De qué modo?
GUILLÉN: Por tus ojos.
LAURENCIA: Burlas ven.
GUILLÉN: Por el cielo.
LAURENCIA: Está muy lejos.
GUILLÉN: Por mi fe.
LAURENCIA: No guarda fe.
GUILLÉN: Por mi vida.
LAURENCIA: Moriráse.
GUILLÉN: Por esta cruz.
Pone
la mano en la del pecho
LAURENCIA: No la cree.
GUILLÉN: Por Dios.
LAURENCIA: Es un mal cristiano.
GUILLÉN: Pues ¿por quién quieres?
LAURENCIA: No sé.
GUILLÉN: Fía en mí.
LAURENCIA: ¿Sobre qué prendas?
GUILLÉN: Sobre el alma.
LAURENCIA: Iráseme.
GUILLÉN: ¿No es prenda segura?
LAURENCIA: No.
GUILLÉN: ¿Por qué?
LAURENCIA: Por que no se ve.
GUILLÉN: ¿Quieres otra?
LAURENCIA: Como fuere.
GUILLÉN: Mis brazos.
LAURENCIA: Arrédiese.
GUILLÉN: ¿Qué recelas?
LADREN, Que he cernido...
GUILLÉN: ¿Pues?
LAURENCIA: Y le enharinaré.
GUILLÉN: Echemos cosas a un lado,
Laurencia, de Amor laurel,
de quien es mi amor Apolo,
aunque más dichoso que él.
Un mes ha que estoy perdido
por ti, juzgando este mes
por siglos de dilaciones,
propiedad del bien querer.
Yo he sabido que tu padre,
de mi amor padrastro infiel,
casándote darme intenta
con celos muerte crüel.
¿Será, pues, razón, serrana,
que esperanzas que sembré
goce un tosco labrador
de quien esposa has de ser?
¿Que un rústico sea hortelano,
que coja de tu verjel
la flor primera debida
a la imagen de mi fe?
Primero que tal consienta
he de abrasar a Estercuel,
y en venganza de mis celos
Nerón seré aragonés.
LAURENCIA: Pues ¿qué queréis que yo haga?
GUILLÉN: Que esta noche entrada des
a atrevimientos de amor
que facilita el querer.
Por las tapias de tu casa
confïado subiré
de que desvelada esperas,
en tu huerta, y si una vez
las primicias de tus gustos
gozo, en bronce escribiré
obligaciones que al
tiempo
jamás pueda deshacer.
¿Qué respondes?
LAURENCIA: Que no vengas.
GUILLÉN: ¿No, dices? Si te he de creer,
y el "no" en la mujer
es "sí,"
porque habláis siempre al revés,
tu "no" misterioso
adoro.
Llega y dame...
LAURENCIA: Apártese
que está muy limpio.
GUILLÉN: ¿Qué importa?
LAURENCIA: ¿Qué? Que le enharinaré.
Vanse. Salen MAROTO, NISO, CORBATO, MONTANO, don
GASTÓN
y CRIADOS
GASTÓN: Maroto, lo que Niso me ha pedido
está puesto en razón, y es justa
cosa.
En mis manos habéis comprometido
la elección de casaros
provechosa.
Hoy de Laurencia habéis de ser
marido,
que es rica, cuerda, honesta y
es hermosa,
y Dios le dice a Adán cuando le
cría
que el hombre no está bien sin
compañía.
Cuando a medias se llevan los
trabajos
no pesan tanto, y es el yugo
leve
de Amor, que hallando alguno estos atajos
a caminar con más valor se
atreve;
los altos reyes, los pastores bajos,
para pasar la vida triste
y breve,
buscan mujer, en cuyo estado amable
muestran que el
hombre es animal sociable.
La tortolilla con suspiros
quiebra,
viuda, los vientos por el bien
que pierde,
y mientras las exequias le celebra
huye del agua clara y
roble verde.
Enlaza a su consorte la culebra.
Si la hiedra amorosa al olmo
pierde,
da, pálida y marchita,
testimonio
de los bienes que causa el
matrimonio.
Un hombre solo triste vida
pasa;
los más breves pesares son prolijos;
casado en paz, la más
estrecha casa
es alcázar y corte los cortijos.
Cuando del monte deis la vuelta
a casa,
¿hay gloria como, ver los caros
hijos
al lado tierno de la madre
honesta
que os sale a recibir y os hace
fiesta?
Esto ha de ser, Maroto; este
es mi gusto;
yo, que también casarme
determino,
quiero que en este estado santo y justo
abráis a mis intentos el camino.
En buena edad estáis, mozo
robusto
sois, y que llevaréis bien
imagino
la cruz del matrimonio.
MAROTO: El que es prudente
recela de tal cruz ser
penitente.
Pero, en fin, pues vos dais,
señor, en eso,
digo que de ella desde aquí me
encargo,
aunque tan grande cruz y más de
hueso,
en el camino de la vida largo
derribará un gigante con su
peso.
CORBATO: Cirineos del mundo hay que ese cargo
alivian.
MAROTO: Nunca hará en su honra empleos
el marido con tales cirineos.
GASTÓN: Pues vengo a vuestra casa, Niso
hermano,
a tratar esta boda, haced que
agora
la desposada salga.
NISO: Noble y llano,
honráis nuestra humildad.
CORBATO: Bien os adora
todo Aragón, señor.
NISO: Llamad, Montano,
a Laurencia que, a fuer de
labradora,
o rastrilla o jabona, o cierne o
cuece
o a su hermanillo mientras hila mece.
Sale
LAURENCIA
LAURENCIA: ¿Qué es, padre, lo que mandáis?
NISO: Que agradezcáis el favor
que nueso dueño y señor
os hace, hija, y que pongáis
la boca humilde en su pata.
LAURENCIA: ¡Oh, mi señor don Gastón,
bien venido!
GASTÓN: Con razón
de hermosa Estercuel os trata.
Bizarra vasalla tengo
en vos.
NISO: ¡Oh! pues si viniera
lavada, mijor pudiera
llamarla hermosa.
GASTÓN: Yo vengo,
Laurencia, aquí, cuando menos
a daros marido.
LAURENCIA: ¿A mí?
GASTÓN: Labradora bella, sí;
y en vuestros ojos serenos
miro la dicha y ventura
de quien os ha de gozar.
LAURENCIA: Pues ¿cómo me he de casar,
señor, si aún no estoy madura?
¡Buenos están los engaños!
GASTÓN: ¿Qué edad tenéis?
LAURENCIA: Cumpliré,
si al cura hemos de dar fe,
para estas hierbas veinte años.
GASTÓN: Luego, según vuestra cuenta,
a buen tiempo vengo yo.
LAURENCIA: Mi madre no se casó,
señor, hasta los cuarenta,
y tuvo a mucha ventura,
según mi abuela contaba,
que cuando menos cuidaba
la casasen tan criatura.
GASTÓN: Ya ese tiempo se ha perdido.
CORBATO: Y como las que ahora nacen
diz que lo primero que hacen
es decir "taita,
marido."
GASTÓN: Vuestro padre determina
que con Maroto tengáis
el dueño que deseáis.
Mi hermana ha de ser madrina
y yo os he de apadrinar.
¿Qué decís?
LAURENCIA: Tengo vergüenza.
GASTÓN: Púrpura a salir comienza
vuestro rostro a hermosear.
Acercaos, Maroto, aquí,
y habladla.
MAROTO: ¿Hablarla qué importa,
siendo una boda tan corta
que no tiene más de un sí?
GASTÓN: ¿Daisle vos de buena gana?
NISO: Pues ¿no ha de darle si vos
lo mandáis?
CORBATO: ¡Verán los dos
qué mudos están!
GASTÓN: Mañana
los desposorios serán.
Vestíos, Maroto, de fiesta,
que desposada como ésta
merece el novio galán.
Y quedaos, Laurencia, adiós,
que la nueva os ha turbado.
................... [ -ado]
¡Envidia llevo a los dos!
CORBATO: Cualquiera se la tendrá
si su cara llega a ver.
ARDENIO. Maroto, buena mujer
os han dado.
MAROTO: Ella dirá.
Vanse,
quédase sola LAURENCIA
LAURENCIA: ¿Qué es esto, desdicha mía?
¿Cabrán, sí ya tengo dueño,
en corazón tan pequeño
dos huéspedes en un día?
Don Guillén es el primero,
y siendo abeja de Amor,
le ofrecí la primer flor,
derechos del jardinero.
Es noble y quiérole bien,
pues ¿por qué en tal alboroto
tiene de usurpar Maroto
derechos de don Guillén?
Perdonará, pues espera
a don Guillén mi fortuna
y va a avisalle la luna,
de amantes casamentera.
Primero el cántaro llena
aquél que llega primero,
si Maroto vien postrero
Dios se la depare buena.
Vase. Sale MAROTO
MAROTO: A la fe, mi Dios, que han dado
en que he de tener mujer,
yo soldemente sé her
empleita y guardar ganado.
¡Pues meterme a mí en rencilla
con una mujer! El cura
diz que nunca está madura,
porque, al fin, es de costilla.
Es hacer que me descarne
para ella y que pierda el seso.
Aun si huera todo hueso
y no cubierto de carne,
no anduvieran diligentes
tantos, hendo en la honra mella
porque temieran mordella
por no quebrarse los dientes...
Yo no tengo si el rosario
con quien en tales afrentas
me aconseje y haga cuentas,
que es el mejor secretario.
Ahora bien, rezarle quiero
que si ayuda a todos da,
lo mijor me endilgará,
que es divino consejero.
¿Yo cautivarme en un día?
¿Hay cosa más importuna
que un muchacho en una cuna
cuando llora? ¡Ave Maria!
Reja
paseándose
"Virgen, la esposa más
buena
érades para mí vos;
dígalo el ángel de Dios,
pues vos llamó gratia plena.
Mas cautivar mis praceres,
pues nadie en toda la
vida
halló mujer que no pida
entre todas las mujeres.
¿No es disparate, Jesú?
Esto a enloquecerme
basta;
aunque si eres mujer casta,
Laurencia, bendita tú.
Que si libre de delito
da de su honor testimonio
al hombre en el matrimonio
regocijado y bendito.
Mas ¿qué esposo habrá que
encuentre
mujer a quien si quillotro
la diga mío y no de otro
es el fruto de tu vientre?
¿Casamientos ahora?, ¡Sús!
Dejadme, que pierdo el seso.
¿Yo en casa con sobrehueso
estando sano? ¡Jesús!
¿Yo riñendo cada día
a quien sin tomar consejos
como sea a la más lejos
va a misa a Santa María?
Pues que me encomiendo a vos,
si no soy para casado,
de tan peligroso estado
libradame, madre de Dios.
Santos, pues estáis vosotros
en el eterno placer,
libres de toda mujer
y en paz, rogad por
nosotros.
Maridos, si de estos modos
son las mujeres, tened
mucha paciencia y sabed
que rezo por mí y por
todos.
Pues si por quitar temores
las mujeres no nacieran,
muchos más los santos fueran
y menos los pecadores.
El alma su prisión
llora.
¿Hay más riguroso paso,
pues si que agora me caso
me han de cautivar agora?
Porque el trance que hay más
fuerte
y que más puede temblarse
es al tiempo de casarse
y en la hora de nuestra
muerte.
Haga a los solteros bien,
Dios, guardando sus sentidos,
dé paciencia a los maridos
y digan todos Amén."
Salen don GUILLÉN y GALLARDO
GUILLÉN:
Gallardo, si mi Laurencia
aguarda
cual prometió,
Amor
posesión me dio
de la
más bella presencia
que
celebra su deidad.
GALLARDO: ¿Qué
diablos hiperbolizas
y
hermosura solenizas?
GUILLÉN: Pues
¿aquesto no es verdad?
GALLARDO: No,
por cierto, con perdón.
¿Es más
de una labradora
que
estará cerniendo agora
y quizá
cantando al son
que
hace con el cedazo
"A las tres ánades, madre,"
mientras que duerme su
padre,
que es
el mayor villanazo
que
tiene todo Estercuel?
GUILLÉN:
Laurencia es un sol, un cielo.
GALLARDO: Que has
de enloquecer recelo.
¡Miren
qué Dafne en laurel,
qué
Leucote vuelta incienso,
o que
Clicie en girasol!
¡Par
Dios, si Laurencia es sol,
que es
muy puerco el sol!
GUILLÉN: No pienso
que estás en ti, si eso dices.
¡Oh,
quién verla ya pudiera!
¡Oh,
quién la hablara! ¡Quién fuera...!
GALLARDO: Di,
moco de sus narices.
GUILLÉN:
¡Quién sus manos o cristales...
GALLLARDO:
¿Besallas?
GUILLÉN:
Sí.
GALLARDO:
Buen galán
besa,
que quizá estarán
lavando
agora pañales.
¿Es
posible, di, señor,
que un
caballero estimado,
a quien
mil damas han dado
más
fama que a Galaor,
con
esa flemaza agora
el
sayal grosero ensalza,
tú, que
los puntos que calza
la más
guardada señora
sabes, botines deseas?
GUILLÉN:
Gallardo, ya estoy cansado
de
tanta seda y brocado.
Las más
graves son más feas.
Hermosura que en la tienda
se
vende, ¿quién la ha de amar?
GALLARDO: Si el
afeite es rejalgar
Bercebú
que las pretenda.
Tu
opinión sigo en cuanto eso,
que
caras de solimán
la
muerte a un hombre darán,
como
píldora en un beso
por
no venderla, de balde.
Hermosuras de retazos
de sastre, hechas a pedazos
de color y de albayalde,
con que jalbegan las casas,
como pared de mesón,
caras como colación,
cargadas de miel y pasas.
GUILLÉN: Y miel virgen.
GALLARDO: Es verdad,
con que
engañarnos pretenden,
porque
todas ellas venden
postiza
la puridad.
No
hay tienda si vas a ella,
porque
este discurso sigas,
que en
cintas, bandas o ligas
no
halles carne de doncella.
Y pues en cintas las pinta
el interés, no me engaño
cuando sospeche que hogaño
se usan
doncellas en cinta.
GUILLÉN:
¿Luego yo discreto soy
en
buscar sin compostura
la
natural hermosura
de
Laurencia?
GALLARDO:
Amigo soy
de
amor que huele a tomillo,
y más
tomillo salsero,
que es
carne con sal y quiero
bien
este trato sencillo;
pero
no has de encarecerlo
con
tanta exageración,
que es
plato de salpicón,
aunque
sabroso al comerlo,
que
después huele a cebolla;
mas
dirás que es polla bella
y que
por eso con ella
quieres
jugar a la polla.
MAROTO:
(Maroto, ¿no escucháis esto?
Aparte
Andaos a caza de bodas.)
GUILLÉN: Estas labradoras todas,
por lo simple y por lo honesto,
me enamoran. ¡Si saliese
y la seña hiciese ya!
MAROTO: (¿Señas
le ha de hacer? ¡Verá! Aparte
¡Oh,
qué mal agüero es ése!)
GUILLÉN: La
gente de casa, Amor,
¿por
qué no la habéis dormido?
GALLARDO: Sobre
la tapia ha salido
tu
labradora, señor.
Sale arriba
LAURRNCIA
GUILLÉN: Sí,
que la luna salió
a
enseñarme su presencia.
MAROTO:
(Trepadora sois, Laurencia;
Aparte
no os
llevo a mi casa yo.)
LAURENCIA: ¡Ce!
¿es Don Guillén?
MAROTO: (¿Por la ce Aparte
comenzáis, sin ser casada?
Labradora sois letrada;
ya
llegáis al A B C.
Pues
bien sé yo, aunque villano,
que si
llegáis a la D,
por más
riqueza que os dé,
que no
heis de darme la mano.)
GUILLÉN: Yo
soy quien en vos viviendo,
y sin
vos muriendo en mí,
por la
vida vengo aquí
que me usurpáis.
LAURENCIA: Yo no entiendo
aquesas algarabías;
pero lo
que os sé decir
que aún
no se ha echado a dormir
mi
padre.
GUILLÉN:
Desdichas mías
le
despiertan.
LAURENCIA: Hablad paso
y volved mañana acá;
mas no, que en vano será,
porque
mañana me caso.
MAROTO: (No
conmigo, si yo puedo.) Aparte
GUILLÉN: ¿Que os
casáis? ¿Cómo o con quién?
LAURENCIA: Con
Maroto, don Guillén.
GUILLÉN: ¡Ay,
cielos!
LAURENCIA:
Sospirad quedo.
GUILLÉN: Daré
yo muerte a Maroto.
MAROTO: (¿Qué
más muerte que casarme?) Aparte
GUILLÉN: ¿Luego
podréis olvidarme
el nudo
de mi amor roto?
LAURENCIA:
Mandólo nueso señor
don
Gastón de Bardají.
GUILLÉN: ¿Y
habéis vos ya dado el sí?
LAURENCIA: Más por
fuerza que de amor.
MAROTO: (Yo
os le suelto desde agora.) Aparte
GUILLÉN: Pues,
Laurencia, aunque se abrase
el
lugar, antes que os case
logrará
quien os adora
la
posesión deseada
que
merece mi afición.
MAROTO: (¿Y
después como melón Aparte
dármela
a mí decentada?
¡Malos años para vos!)
LAURENCIA: Ahora
bien, desde aquí a una hora
volved,
que es temprano agora,
y quedad, señor, con Dios.
GUILLÉN:
Dadme una mano primero.
MAROTO: (De
azotes la merecía. Aparte
¿Hay
tan gran bellaquería?)
LAURENCIA: No tien
la tapia agujero
por
donde darla, y está
tan
alta, que no podréis
alcanzarla, si volvéis
presto,
Amor lo ordenará.
GUILLÉN: El
Amor todo lo alcanza,
que
sabe hacer invenciones.
Gallardo, si aquí te pones,
podrá
subir mi esperanza
y
alcanzar esta ventura.
¿Oyes?
GALLARDO:
Durmiéndome estaba.
GUILLÉN: Ponte
aquí debajo, acaba.
GALLARDO: Pues
¿soy yo cabalgadura?
GUILLÉN: No seas necio ni pesado.
GALLARDO: Si
subes no lo seas tú.
Pónese en
cuclillas y sobre las espaldas don
GUILLÉN, de pies
MAROTO: (¿Que
aquesto se use? ¡Jesú! Aparte
¿El amo
sobre el crïado?
Miren cuál anda ya el mundo,
unos
sobre otros los vicios.)
GALLARDO: Si son
cortos los oficios
en
darte gusto me fundo;
pero
si van a la larga,
desde
agora te prevengo
que, en pesando, me derriengo,
y que
me echo con la carga.
MAROTO: (¡Lo
que sufre un alcahuete!) Aparte
GALLARDO: ¡A lo
que obliga un señor!
GUILLÉN: ¡Mi
cordera!
LAURENCIA:
¡Mi pastor!
GUILLÉN: ¡Mi mayo!
LAURENCIA:
¡Mi ramillete!
GUILLÉN: ¿Que
os casáis?
LAURENCIA: Contra mi gusto.
GUILLÉN: ¿Con un
bárbaro?
LAURENCIA: Un grosero.
GUILLÉN: ¿Quién
soy yo?
LAURENCIA:
Mi jardinero.
GUILLÉN:
Pagadme, pues.
LAURENCIA:
Esto es justo.
GUILLÉN: ¿Y
con qué?
LAURENCIA:
Con las primicias.
GUILLÉN: ¿De
vuestro amor?
LAURENCIA: Claro está.
GUILLÉN:
¿Cuándo?
LAURENCIA:
Esta noche será.
GALLARDO: ¿No
ahorraremos de caricias
don
Guillén? ¡Que me deslomo!
MAROTO: (¿Qué
esto sabe una mujer?) Aparte
GALLARDO: Mas
¿que he de hacerte caer?
GUILLÉN: Soy un
pájaro.
GALLARDO:
De plomo.
GUILLÉN: ¡Qué
hermosa mano!
LAURENCIA: Grosera
que
friega, barre y amasa.
GUILLÉN: Es de
nieve.
MAROTO:
(¡Y os abrasa!) Aparte
GALLARDO: Que me
matas considera.
GUILLÉN:
¿Podré entrar luego?
LAURENCIA: No sé.
GUILLÉN: Ya el
viejo se habrá dormido.
LAURENCIA: Si vos
estáis escondido
mientras que voy y lo sé,
entrad.
MAROTO:
(Bellaco va esto. Aparte
Excusemos un pecado.
Da gritos
¡Ah de
casa; que han entrado
ladrones, acudid presto!
Niso, Corbato, Montano,
mozos,
zagales, garzones,
que
andan ladrones, ¡ladrones!
LAURENCIA: ¡Ay,
cielo, vete!
GUILLÉN: ¡Oh, villano!
¡Vive Dios, que has de pagarme
el dar a la gente aviso!
MAROTO:
¡Ladrones, ladrones! Niso,
¡Salid,
que quieren matarme!
¡Ladrones!
GALLARDO:
Huye, señor,
no te
conozca esta gente.
Salen los
PASTORES con chuzos
GUILLÉN: ¡Que
así un bárbaro insolente
haya
estorbado mi amor!
GALLARDO: Cada
cual su hacienda guarda.
GUILLÉN: ¿Que
aquesto pase por mí?
GALLARDO: Yo de
burro te serví
pero tú
fuiste mi albarda.
NISO y ARDENIO
NISO: ¿En
casa de la josticia
ladrones? ¿Adónde están?
ARDENIO: Ténganse al rey los ladrones.
NISO: ¡Por Dios, que los he de ahorcar!
GALLARDO: Huye,
señor, que villanos
ya sabes que en su lugar
son reyes, y que los gallos
cantan en su muladar.
GUILLÉN: ¡Que
este rústico grosero
de mi
suerte fuese azar
que
esta ocasión me impidiese!
Mas él me lo pagará.
Vanse don
GUILLÉN y GALLARDO. Sale don
GASTÓN
GASTÓN: ¿Qué
alboroto es éste, Niso?
MAROTO: ¡Oh,
señor! Vino a robar
un
ladrón aquí una joya
de
Laurencia.
GASTÓN:
¿Cómo?
MAROTO: Y tal,
que si
una vez se la quitan,
aunque
la percuren más,
ojos
que la vieron ir
a vella
no volverán.
NISO: ¿Mas si
fuese la patena
con la sarta de coral?
MAROTO: Patena
y corales son
dignos,
Niso, de estimar.
Y si
arrancan la patena,
la
sarta se quebrará,
derramando los corales
que
asidos con ella van.
Este
negro casamiento,
si va a
decir la verdad,
me trae
sin seso ni gusto
desde
esta mañana acá.
Como el
hombre que se vela,
su
mujer ha de velar,
en fe que es vela el honor
que el
fuego suele quemar,
a velar
vine a estas puertas
más
celoso que galán,
que un
marido es como un muerto,
pues le
velan como a tal.
De temores y sospechas
cansado, que poco va
de
estar cansado a casado
y más
siendo a mi pesar.
¡A la
fe que me dormí!
Yo
confieso que hice mal,
que honra
y sueño pocas
veces
se guardaron amistad.
Echéme
a aquestos umbrales;
que un
marido ha de imitar
al
mastín, que cuidadoso
a las
puertas tién de estar.
Apenas
que me dormí,
cuando
comencé a soñar
que
Niso me había vendido
un
hermoso colmenar.
Yo, que
no estaba contento
con la
compra, vi llegar
a
robarme la miel virgen
dos
osos de Montalbán.
Como
toda miel se pega,
y sin
cera no hay panal,
y la
cera junto al huego
por
fuerza se ha de quemar,
viendo
que se derretía
pretendílo remediar,
pues
colmenas sin miel virgen
aun no
valen la mitad.
Los celos, que son abejas,
y ya zánganos serán,
a los
osos colmeneros
iban
locos a picar.
Mas
viendo su resistencia
comenzaron a gritar,
que sus voces son susurros,
"¡Ladrones en el
lugar!"
Despertéme yo a mí mismo,
y a fe
que a no despertar,
que de
aquesta pesadilla,
muerte
me diera el afán.
Salistes alborotados,
y pues presentes estáis,
sed testigos desde ahora
que no
me quiero casar.
Colmenas tan peligrosas
en
campos de libertad,
sin más
guardas que a sí mismas,
comprarlas es necedad.
Si a
una viña ponen cercas,
y la
guarda por demás
el lanzón de un viñadero,
pues las hurtan en agraz,
¿qué hará una colmena
sola
en el
campo, a voluntad
de
cualquiera caminante
sino
comer y picar?
A lo
dulce no hay defensa,
Niso,
que aunque en el corral
lo
guardéis, hay quien las tapias
de él
se atreverá a saltar.
Líbreme
Dios de colmenas
con
pies, que se subirán
en somo
de las paredes
si una
vez en ello dan.
Tienen alas las abejas,
y como en corchos están,
pesan poco y vuelan
mucho,
pican
honras y se van.
No
curéis de persuadirme,
que si
me ha dado pesar
aun
durmiendo una mujer,
despierto, decid, ¿qué hará?
Primero
que yo me case,
aunque
me lo rueguen más,
torciéndomela cabeza
llevaré la cara atrás.
Esposo
entonces seré
cuando
de aquel olivar
nazca,
en lugar de aceituna,
mi
esposa. No hay más que hablar.
Vase
NISO: Oye,
Maroto... ¡Maroto!
GASTÓN:
Misterio tiene el hablar
mi
pastor de esta manera.
Algo ha
visto.
NISO:
Pues se va
y mi
hija menosprecia,
vaya
con Dios el gañán,
que no
es Laurencia mocosa
ni
peina canas.
CORBATO:
¡Verdad!
GASTÓN: El
casarse, mis amigos,
ha de
ser con voluntad;
no le
forcemos la suya.
NISO: ¿Qué
llama, señor, forzar?
¿Peina canas mi Laurencia?
CORBATO: Que es
un simpre.
NISO: Vaya en paz
y no se
case, hasta tanto
que
lleve la cara atrás.
CORBATO: ¿Hay
tal bruto? Siembre esposas
aquí,
quizás nacerá
alguna
que le enamore,
cual
dice, en este olivar.
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