Salen ASCANIO y
FEDERICO
ASCANIO:
Preso queda en Montflorel,
de doce
archeros guardado,
sin
permitir que un crïado
siquiera quede con él.
Sola
una legua de aquí
dista
aquesta fortaleza.
FEDERICO: ¿Y
muestra el conde tristeza?
ASCANIO: Podréte
afirmar que vi,
a
vuestra alteza, señales
en su
rostro de valor
humilde, pues ni el temor,
que con
disfavores reales
suele afeminar sujetos,
descompuso su semblante
ni,
temerario arrogante,
atropellando respetos
destempló la autoridad
que
siempre en él conocimos.
FEDERICO: ¿Qué
dijo?
ASCANIO:
Sólo le oímos
decir,
"De su majestad
desgraciada hechura soy.
Pues de
esto se satisfizo,
¿qué
importa si ayer me hizo
que a
deshacerme vuelva hoy?
Del
mismo modo en su casa
está,
señor, la condesa
contenta, puesto que presa.
FEDERICO:
¿Contenta? ¿De qué?
ASCANIO: Le pasa
por el
pensamiento que es
cuidado
de tus desvelos
y que
la prendes por celos
del
conde, y este interés
la
desvanece.
FEDERICO: Sí hará.
Mas ¿de
qué lo conjetura?
ASCANIO: Es
soberbia la hermosura.
Como el
conde preso está
porque en su amor permanece
prométela su ambición
triunfos de tu inclinación
y con
ellos se enloquece.
FEDERICO:
Ahora bien, Ascanio, vos
sucedéis en el lugar
del
conde y quiero mostrar
que soy
César con los dos.
Con
él dándole castigo,
con vos
servicios premiando
porque rebeldes postrando,
leales
priven conmigo.
Los
titulos que le di,
los
cargos que administró,
los
estados que heredó
y en
feudo vuelven a mí,
son vuestros, de ellos os hago
merced.
ASCANIO:
Y yo, gran señor,
por tan augusto favor,
con los labios satisfago
mi dicha, que en estos
pies,
sellándolos,
la sublimo.
Serviros es lo que estimo
y mi honor, señor, después.
De Alfonso, a cuya
amistad
debo
toda mi ventura,
soy
agradecida hechura.
Vuestra
sacra majestad
a su
instancia me admitió
en su
cámara y servicio;
gracias
pide el beneficio,
gran
señor, que agravios no.
Si
este puesto he merecido,
alcance
yo fama igual
con vos
de fiel y leal
y con
él de agradecido.
No
murmuren desbocados
que,
cuando por él poseo
el
estado en que me veo,
le
quito yo sus estados.
Amigos somos los dos;
yo sé
que cuanto más fiel
me
halléis, gran señor, con él
tendré
más lugar con vos
y
que vuestra majestad
mientras no le sirvo en esto
en mayor crédito ha puesto
la
opinión de mi lealtad;
cuanto y más que el conde ha sido
tan
fiel, que por él responde...
FEDERICO: No me
roguéis por el conde
cuando
con él ofendido
castigo su ingratitud.
Ascanio, haced lo que os digo.
ASCANIO: Con vos
fiel, con él amigo,
volviera por la virtud
que
de él publica la fama
si
indignaros no temiera.
FEDERICO: ¿Es
virtud que el conde quiera
y
solicite a mi dama
y,
habiéndole yo mandado
que dé
la mano a Lucrecia
cuando
por mí le desprecia
Serafina, deslumbrado
por su rebelde esperanza,
me
ofende competidor?
ASCANIO: Luego,
¿es cierta, gran señor,
la
amorosa confïanza
que
en vos tiene Serafina?
FEDERICO: Tanto
como el desacato
que
culpo en el conde ingrato.
ASCANIO: ¿Y él
lo sabe?
FEDERICO:
Y determina
perseverar en amarla.
ASCANIO: Pintan
con facilidad
apariencias de verdad
los
celos para ofuscarla.
Mire, señor, vuestra alteza
que me
ha persuadido a mí
que la
sirva porque ansí,
o por
probar su firmeza,
o
por ser mudable en todo,
se lo
mandó Serafina.
Pues si a su gusto se inclina
el
conde Alfonso de modo
que
contra su mismo amor
sus
pesares solicita,
¿cómo
creeré que compita
con vos
el conde, señor?
FEDERICO: Esto es cierto; pero ¿amáis
vos,
Ascanio, a la condesa?
ASCANIO: Forzado
intenté esa empresa
si bien
después que mostráis
cuidado en favorecerla,
aunque
antes me quiso bien,
tratándome con desdén,
tengo
ya que agradecerla.
FEDERICO:
Pues, Ascanio, si os pidió
eso el
conde -- que lo dudo --
con él
la condesa pudo
lo que
no he podido yo.
Ella le bastó a obligar
que
vuestro tercero fuese;
yo le
mandé que sirviese
a
Lucrecia por premiar
en
los dos un mismo amor
y ansí en sus culpas excede
si una mujer con él puede
lo que
no un emperador.
Yo
tengo de desterrarle;
que ir
contra mi voluntad
especie
es de deslealtad
y vos
habéis de beredarle
o
seguiréis su fortuna.
ASCANIO: Señor,
si el privar es cosa
de suyo
tan peligrosa
como al
sosiego importuna
y en
el ejemplo presente
escarmientos solicito,
pues
por tan leve delito
vos,
César el más clemente,
despedía de vuestra gracia
a quien
tanto habéis querido
antes
que os haya ofendido.
Menor
será mi desgracia
si
al principio del servir
sus
medras vengo a perder;
que
poco teme el caer
el que
comienza a subir.
Desinteresable sigo
la
amistad que me ha obligado;
seré
sin vos desdichado
mas no
seré falso amigo.
Ni
las envidias dirán
que la
ambición me contrasta,
cuando...
FEDERICO:
Basta, Ascanio, basta.
Salid
luego de Milán.
ASCANIO: Siento el ver que os ofendéis
de mi
lealtad, y Dios sabe...
FEDERICO: Dadme
primero...
ASCANIO:
La llave...
FEDERICO: ...los
brazos que merecéis
por
amigo incontrastable,
favorecido clemente,
desengañador prudente,
privado
no interesable.
Pruebas hago de lealtades
que de
este modo examinó
porque apartar determino
lisonjas de las verdades.
Vuestro proceder
hidalgo
alabanzas os dé nuevas;
yo
proseguiré estas pruebas
pues
que de ellas tan bien salgo.
Ya
no hay para qué encubriros,
cuerdas dislmulaciones.
No
ocupo imaginaciones
de amor
con que persuadiros
que
celos de la condesa
tienen
a Alfonso en prisión;
antes,
que en tal opinión
me hayáis tenido, me pesa.
Quiero bien al conde, y siento
que
después de tantos años
ni le
curen desengaños
ni le
enseñe el escarmiento
cuán
mal se deja obligar
una mujer con servicios;
pues,
en ellas, beneficios
son
añadir agua al mar.
Parecióme que el respeto
y amor
con que me asistió
siempre
el conde, cuando yo
fingiese
amarla en secreto,
a
obligarle bastaría
para no
la pretender,
y así el temor y el poder
combatieron su porfía.
Prometióme de olvidarla
dando
la mano a Lucrecia;
mas
toda promesa es necia,
de
amor, al ejecutarla,
Mandéle que se mostrase
tan
desdeñoso con ella
que el
no dudar de ofendella
mis celos asegurase.
Ofreciólo y, en efeto,
apenas llegó a mirarla
cuando,
por no disgustarla,
vino a
perderme el respeto.
Sentílo como era justo,
si no
celoso, indignado;
que es
el conde mi crïado
y
debiera hacer mi gusto
atropellando su amor;
pues,
en fin, si imaginaba
que yo
a Serafina amaba,
competir con su señor
ya
veis si fue atrevimiento.
Por
esto le hice prender.
Quise,
Ascanio, después ver
que tan
firme fundamento
en
vos tiene su amistad;
y al
cabo de pruebas, hallo
en vos
amigo y vasallo
y en él
amor y lealtad.
ASCANIO:
Pues, gran señor, siendo ansí,
si como
decís le amáis,
ya quea
asegurado estáis
del
conde Alfonso y de mí,
salga libre y el perdón
merezca
quien vio delante
su dama
y cortés y amante
obedeció a su afición.
FEDERICO: No,
Ascanio; ya he comenzado
a hacer
experiencias de él
y le
hallo, puesto que fiel,
algo
desacreditado.
De
ayer con publicidad
preso,
si hoy le libertase,
no es
mucho que murmarase
Milán
mi facilidad.
Saber pretendo, en efeto,
si a mis pruebas corresponde;
que,
por lo que estimo al conde,
le
deseo muy perfeto.
Codicioso de que en vos
he
hallado un perfeto amigo,
mis experiencias prosigo.
Veamos si sois los dos
iguales en la lealtad
y hasta
dónde la ley llega
de
Alfonso.
ASCANIO:
Por él os ruega
su
inocencia y mi amistad
segura de lo que os ama,
pues es
cosa conocida
que
dará el conde la vlda
por
vos.
FEDERICO:
Sí, mas no la dama.
ASCANIO: Es
de otro predicamento
eso
aunque, si os importara,
yo sé que la desterrara
por vos
de su pensamiento.
FEDERICO: Pues
eso quiero probar.
ASCANIO: ¿De qué
modo, gran señor?
FEDERICO: De su
pertinaz amor
tengo
de experimentar
la
fineza y, juntamente,
los
quilates de la fe
con que
me sirve; saldré,
después
que lo experimente
o
con un vasallo a prueba
que
nuestros siglos asombre,
cierto de
que no hay hombre
que
perseguido, se atreva
a
permanecer leal.
ASCANIO: ¡Gusto
extraño!
FEDERICO:
¡Y provechoso!
Si,
saliendo victorioso,
confío
de su caudal
el peso de mi corona.
En esto
habéis de ayudarme.
ASCANIO: Bien
podéis, señor, fïarme
pues
vuestro favor me abona
lo
que mandáis.
FEDERICO: El secreto
es lo primero.
ASCANIO: Y será
eterno
en mí.
FEDERICO:
No sabrá
por
vos, siendo tan discreto,
el
fin de esta pretensión
el
conde.
ASCANIO: Aunque soy su amigo,
A ser
fiel con vos me obligo.
FEDERICO: ésa es
noble obligación.
Venid, pues, y os daré cuenta
de
cosas que han de admiraros.
ASCANIO: Ya es
delito el replicaros
FEDERICO: Mi
porfía, Ascanio, intenta
que
aborrezca a Serafina
el
conde y le tenga amor
ella.
ASCANIO:
Difícil, señor,
es la
empresa.
FEDERICO:
Así examina
los
ánimos mi experiencia,
de un
desdén siempre constante
y una
voluntad amante,
igual a
su resistencia.
Vanse FEDERICO
y ASCANIO. Sale ALFONSO
ALFONSO: ¿Tan grande fue mi exceso,
tan pocos mis servicios,
la indignación de Federico tanta
que aborrecido y preso,
a vulgares jüicios
me exponga el César que su corte
espanta?
¡Oh, adversidad que santa
en tí los desengaños
ojos abren al alma contra
engaños,
que a prosperidad ciega y
encanta!
¡Qué loco desvaría
quien de los hombres esperanzas
fía!
No tiene coyunturas
el bruto corpulento
que en cándido marfil libró su
estima
y ansí en las espesuras
para cobrar aliento,
no cama, un tronco escoge a que
se arrima;
mas para que le oprima
el cazador le asierra;
recuéstase sobre él y, dando en
tierra,
en lugar de aliviarle, le
lástima.
Nunca me derribara
si al árbol del favor no me
arrimara.
¡Ayer favorecido,
hoy preso, hoy sin estado!
¡Ayer causando envidia, hoy
escarmiento!
¿Tan presto se ha ofendido?
¿Tan cerca está, cuidado,
la voluntad del aborrecimiento?
Múdase un elemento
en otro fácilmente;
región elementar llamó un
prudente
al príncipe. ¡Qué bien lo
experimento!
¡Oh, reales condiciones,
leves por peregrinas
impresiones!
Mas sin razón me quejo,
y con ella el augusto
pretende castigar mi
inadvertencia.
Desprecié su consejo,
ppúseme a su gusto,
solicité a quien ama en su
presencia.
Quien hace competencia,
no a un César, al amante menos
noble
venganza alienta doble.
Yo mismo contra mí me doy
sentencia.
Yo mismo, mi enemigo,
pronuncio en mis disculpas mi
castigo.
Sale PORTILLO,
de carbonero
PORTILLO: ¡Diz que no le había de ver!
¡Señor de mi corazón!
ALFONSO: ¡Portillo! ¿qué es esto?
PORTILLO: Son
industrias que sabe hacer
el amor con que te pago
las mercedes que te debo.
Muchas cosas hay de nuevo;
la privanza pisa en vago.
Vedáronme el asistirte
en la prisión envidiosos
que, en tu daño poderosos,
no cesan de perseguirte;
mas yo que vivir no quiero
sin tí -- española lealtad --
busqué en la necesidad
ardides; y carbonero,
no propietario, de anillo,
tres rusticos soborné
y en su compañía entré
cargado en este castillo
de una sera de carbón.
Dejéla al primer zaguán
y de desván en desván
en busca de tu prisión
topo con una azotea.
Suspiros abajo siento.
Dije, "Aquí es el
prendimiento."
Encuentro una chimenea,
subo encima, y atisbando,
te escuché, aunque no te vi,
querellas que no entendí.
Yo, entonces, desañudando
dos lías para el efeto
apercebidos, las ato
al cañón y en breve rato,
como tuétano me meto
por la negra cerbatana
hecho un tizne volatín.
Nevaban copos de hollín
hasta que en la losa llana
hago pie y, por los tapices
tentando, contigo he dado
donde haz cuenta que he bajado,
señor, por unas narices.
ALFONSO: ¡Ah, Portillo! En esto paran
prosperidades del suelo.
PORTILLO: Ése, tu Ascanio, recelo,
según algunos reparan,
que fue cuervo que crïaste
para sacarnos los ojos.
Nunca el César tuvo enojos
contigo, si lo notaste,
hasta que le introdujiste
en esta negra privanza.
ALFONSO: No desdores la alabanza
que en su amistad siempre viste.
PORTILLO: No haré; mas cosa es sabida
si ejemplos he de alear,
que el que comienza a privar
juega a salga la panida.
De tu prisión se ha
encargado;
gobierna la imperial casa;
todo por su mano pasa;
que te sirva me ha vedado;
ya nos mira con capote
y, a quien las manos le besa,
habla una palabra, y ésa
al soslayo de un bigote.
ALFONSO: ¿Qué dice Milán de mí?
PORTILLO: Lo que en tales novedades
acostumbren necedades
plebeyas. Anoche oí
Tres o cuatro que a una
esquina
sobre tu prisión echaban
jüicios, y me causaban
a un tiempo risa y mohina.
Uno dijo, "Yo he sabido
de persona muy de allá
cuán culpado el conde está
y que alzarse ha pretendido
con Milán y Lombardía
matando al emperador;
que, como sin sucesor
murió Filipo María
s duque y vuelve el derecho
al imperio, por llamarse
duque, quso despeñarse."
"No es eso, a lo que
sospecho;"
dijo otro, "yo me he informado
que ha un año que con el
conde
el turco se corresponde
Y que esperanzas le ha dado
de entregarle a toda
Hungría."
ALFONSO: ¡Jesús! ¡Qué temeridad!
PORTILLO: "Que como de poca edad
a su rey Ladislao cría
el César en su poder,
darle muerte es fácil
cosa."
"Esa fama es
mentirosa;"
dijo el tercero, "a mi ver,
no es sino porque intentaba
con su hermana la princesa
casarse, y en esta empresa,
robándola, imaginaba
pasarse a Grecia con
ella."
Dijo otro, "¡Ésa es gran
locura!"
"Quien a mí me lo
asegura,"
respondió, "lo supo de
ella."
"No hay tal." "Sí, hay tal." "Es
mentira."
"Quien miente, miente; yo
no."
En esto desenvainó
espadas el vino e ira;
que uno y otro anduvo igual
porque el vino y los aceros
miéntras se están en los cueros,
en su vida hicieron mal;
mas saliendo -- es cosa llana
que luego ha haber peleona --
asomóse una fregona
a este tiempo a la ventana
y, andando todo confuso,
la mano de un almirez
tras un "agua va" fue
juez
que en paz a todos los puso.
ALFONSO: ¡Buena anda, honor, vuestra fama!
¡Buena, cielos, mi opinión!
Sale ASCANIO
ASCANIO: Conde, los que amigos son...
PORTILLO: (Escóndome tras la cama.) Aparte
ASCANIO: ¿Qué es esto? ¿Quién está aquí?
PORTILLO: (Vióme.
¡Par Diós, de esta vez Aparte
hay gargarismo de nuez!)
ASCANIO: ¿No respondéis?
PORTILLO; Señor, sí.
ASCANIO: ¿Quién sois vos?
PORTILLO: ¡Lo que vosea!
Novicio soy carbonero.
ASCANIO: ¿Quién?
PORTILLO: Decendiente primero
soy de aquesa chimenea.
Deseos de mi señor
me descolgaron abajo.
Vendo carbón a destajo.
Perdóneseme este error;
que no ha podido ser menos
aunque, mientras que lo trata,
más vale salta de mata.
Pardiós, que riego de buenos.
Vase PORTILLO
ASCANIO: Conde, ¿así el orden se guarda
del emperador?
ALFONSO: ¿En qué
sus órdenes quebranté
si preso y con tanta guaeda,
el fiel reconocimiento
de en criado aventiró
su vida, y a verme entró
no con mi consentimieto?
Amigo Ascanio, dejad
que logre un crïado mío
lealtades; cuando los fío
de vuestra noble amistad;
que atrevimientos de amor
no son dignos de castigo.
Decid, ¿cómo está conmigo
Federico, mi señor?
Que trayéndoos a su lado,
ya su enojo habrá tenido
fin y habiendo intercedido
por mí vos tan su privado,
claro está que envía a
sacarme
de la prrisión; claro está
que el César os mandará
a su presencia llevarme.
¡Qué buen apoyo dejé
en mi adversidad con vos!
¿Calláis? Habladme, por Dios.
ASCANIO: Alfonso, sólo os diré
que paga mal la condesa
finezas de vuestro amor
por ella. El emperador
-- sabe Dios lo que me pesa
decíroslo -- está
dispuesto...
Fáltame el ánimo, conde.
Mi turbación os responde.
Riesgo corréis manifiesto.
Confïad de mí; que os precia
de suerte mi voluntad
que si por vuestra amistad
de servir dejé a Lucrecia,
dejara agora el favor
del César que por vos gozo,
por impedir el destrozo
que amenaza vuestro honor.
No es la muerte el mayor mal
para quien valor profesa;
peor es que la condesa
prueba que sois desleal
con papeles y testigos.
Lucrecia, que fiel os ama
vuestra vida y vuestra fama
contra envidias y enemigos,
defender de modo intenta
que alegando lo que os debo,
por mandármelo, me atrevo
a dar de mí mala cuenta.
Pero en fin por ella y vos,
mi dama ella, vos mi amigo,
el orden que me dio sigo,
obligado de los dos.
Confuso estáis. No me espanto,
mas esta llave y papel
os aconseje; que fiel,
por no deteneros tanto,
hallaréis -- si pagar sabe
extremos vuestro valor --
en este papel su amor,
mi amista en esta llave.
Déjaselos, y
vase ASCANIO
ALFONSO: ¿Qué es esto, cielos? ¿Qué es esto?
¿Qué enigmas, qué confusiones
añaden persecusiones
a riesgo tan manifiesto?
¿Mal con el César me ha puesto
Serafina? ¿Desleal yo,
y que el César lo creyó,
y que ella fue contra mí?
Desamorada, eso sí;
pero traidora, eso no.
Mas, si Ascanio lo asegura,
si lo confirma Lucrecia,
si en fe de que me desprecia
rinde al César su hermosura,
si contra mí se conjura
el cielo esta vez, crüel,
si acometen de tropel
desdichas a un perseguido,
¿de qué duda mi sentido?
Confírmelo este papel.
Lee
Con Serafina en secreto
esta noche se desposa
el César y, cautelosa
vuestro honor pone en aprieto.
Contra su imperial respeto
el estado milanés
dice, Conde, al francés
os ofrecéis de entregar
poque él os promete dar
a Parma y Milán después.
Testigos -- no serán fieles
--
os acusan a su instancia.
Cartas enseña de Francia.
¡Tan malo es guardar papeles!
Los indicios son crüeles.
Riesgo corre vuestra vida.
Yo os amo aunque ofendida,
aunque no espero obligaros
quiero quedar, con libraros,
a mí misma agradecida.
Ascanio. que pagar sabe
correspondencias de amigo,
os favorece conmigo
por medio de aquesa llave.
El peligro insta y es grave;
no hay guarda que la salida
a media noche os impida.
Huid, si sois cuerdo, conde,
y escribidme después donde.
Líbreos Dios la fama y vida.
¡Ea, Fortuna! ¡Ea, cielos!
Quíteme vuestro rigor.
Poco es la vida, el honor.
Mátenme deshonra y celos.
Los ambiciosos deseos
de la condesa crüel
al César, porque con él
se casa y mi amor ofende.
Tras desdeñarme me vende,
él ingrato y ella infïel.
¿Persuadiréme al consejo
que me da Lucrecia? ¿Huiré?
No fama; que aumentaré
sospechas si huyendo os dejo.
Siempre fuisteis, vos mi espejo;
pero si así como así
contra vos y contra mí
afila el rigor la espada,
no quedáis, honra, manchada;
matándome el César, sí.
Mas no; que en morir despierto
la compasió y piedad;
que sacará la verdad
a luz y mi fama al puerto.
No hay envidias contra un
muerto;
hasta el sepulcro acompaña
la emulación más extraña
al que en vida persiguió.
Sabrá el mundo que mintió
la que al César ciego engaña.
Acabemos juntamente
con mi vida, honra, y con vos.
Juntos vivimos los dos.
Morir juntos es decente;
mas sea estando presente
quien nos fulmina castigos;
que, tal vez contra testigos,
si la pasión no sentencia,
la cara de la inocencia
desmiente a los enemigos.
No es hüir el presentarse
al juez; antes es valor.
Condene el emperador
mi lealtad sin ausentarse.
Acabe ya de vengarse
Serafina, a quien molesto
fue siempre mi amor honesto;
que si se excusa de enojos
por verme muerto a sus ojos,
servirla quiero hasta en esto.
Vase
ALFONSO. Salen SERAFINA y ASCANIO
ASCANIO:
Dicen en fin, condesa,
que de
casar con vos os da promesa
el
duque de Saboya
si sus
intentos vuestro amor apoya,
y
admitís en secreto
presidio
en el Casal para que a efeto
pueda
llegar el trato
de
asaltar una noche a Monferrato.
Federico ofendido,
a daros
muerte estaba persuadido
si
Alfonso, vuestro amante,
no os amparara, y con valor constante
testigos desmintiera
y a
informarse mejor le persuadiera.
En fin,
ni asegurado
el
César por el conde, ni indignado
contra
vos totalmente,
el
medio que halla en tanto inconveniente
es
mandaros que luego
al
conde deis la mano y en sosiego
pongais
alteraciones
que
empiezan a culpar vuestras acciones;
pues
siendo vos su esposa,
se
asegura ésta fama peligrosa,
quedando desmentidos
indicios de envidiosos y atrevidos.
SERAFINA: Yo,
Ascanio, no me altero
oyendo
falsedades; que es de acero
mi valor y en la cara
el leal
o el traidor lo que es declara.
Esta
verdad supuesta,
desengañadme antes que os dé respuesta.
¿De qué
manera el conde
me ampara
con el César y responde
en mi
defensa a insultos
que
afirma algún traidor conservo ocultos
si por
él mismo preso,
indiciado también del propio exceso,
en vez
de hacer favores,
necesita cual yo de intercesores?
ASCANIO:
habéisos engañado;
no está
en prisión el conde que es privado
del
César, en quien fía
el peso
de su augusta monarquía.
Creyó,
como os amaba,
que por
vos con el duque conspiraba;
pero ya
satisfecho,
nuevas
mercodes su favor le ha hecho
y tanto
con él puede
que no
viviréis vos si él no intercede.
SERAFINA: ¿No le
prendió por celos?
ASCANIO:
Privilegiaron de ese mal los cielos
al
César que ni os ama
ni dio
jurisdicción a torpe llama
du
pecho victorioso
jamás a
asaltos del amor ocioso.
Si no le ocasionaran
a
prenderos sospechas que reparan
medios
que os he propuesto,
no
fuera vuestro risgo manifiesto.
Sed vos
de Alfonso esposa;
saldréis
de estos peligros victoriosa.
SERAFINA:
Ascanio, es desatino
doblar
mi inclinación por tal camino.
Sangre
Gonzaga tengo;
antiguo
es mi valor; de reyes vengo
y nunca
vio traidores
Italia
en sus ilustres sucesores.
Examine
verdades
el
César y no ofenda calidades;
que yo
no soy persona
que de
ese modo su lealtad abona
ni dejo
satisfecha,
con dar la mano al conde, la sospecha
que con
tan necia traza
en vez
de averiguarla, la disfraza.
Cuando
yo al conde amara
-- que
en mí fuera prodigio -- rehusara
que esposo
mío fuera
quien
darme en cara cada vez pudiera
que,
por verme señora
de
Monferrato, al César fui traidora.
No,
Ascanio: haga el augusto
información bastante, pues es justo;
que si salgo inocente,
ya
podrá ser que al conde amar intente.
ASCANIO: El
órden que me ha dado,
condesa, os he leal notificado;
pues le
rehusáis, el cielo
os libre
del peligro que recelo.
Vase ASCANIO
SERAFINA: Con
Lucrecia compito.
¿Si es
ella quien me impone este delito?
¡Ay
locas presunciones!
¿En
esto paran imaginaciones
que
Amor facilitaba,
creyendo yo que el César me adoraba?
¡No
sólo no me estima
pero
indignado mi opinión lastima!
Sale ALFONSO,
hablande de dentro
ALFONSO:
Dejadme entrar, o por fuerza...
SERAFINA: ¿Qué es
esto?
ALFONSO:
Inútiles guardas
¿de qué
sirven a quien siempre
halló
la puerta cerrada
a
amantes correspondencias?
SERAFINA: ¡Conde!
ALFONSO:
Véngate, tirana,
de quien siempre aborreciste
si hay
sin injurias venganzas.
Igualmente compitieron
tu
desdén y mi constancia,
mi amor
y tu ingratitud,
tu
menosprecio y mis ansias.
Venció tu aborrecimiento
sin que
obligaciones tantas
torcer
tus rigores puedan
con ser
la mujer mudanza.
Ejemplo
de amantes fui,
ejemplo
serás de ingratas;
empeños de amor me debes,
moneda de agravios pagas.
Servíte
siempre, adoréte
desde
mi primera infancia.
Déjame
alegar servicios.
Serán
las últimas mandas
que en
trágico testamento,
deudora, heredera te hagan
de mis
estados y vida
ilustre
con pruebas tantas.
Niño te
ame, y desde entonces,
tiranizándome el alma,
te
idolatro como a dueño;
tratástela como a esclava,
quitásteme la salud,
sacásteme de mi patria,
desheredásteme en vida,
perdí
por tí mi privanza,
por tí
desprecié a Lucrecia,
de mi
prisión fuiste causa
y,
ocasionando mi muerte,
la
opinión que conservaba
también
tu rigor destroza
porque
despojado vaya
de la
lealtad y la hacienda,
de la vida
y de la fama.
Si te
adora Federico,
si ya,
emperatriz, te casas
para
que de estas prisiones
a gozar
su laurel salgas,
¿por
qué mi opinión lastimas?
¿Por
qué mi sangre maltratas
cuando
traiciones me impones,
cuando
lealtades agravias?
¡Yo
conspirador aleve
contra
el César! ¡Yo al de Franela
le
entrego a Milán! ¡Yo intento
gozar
afrentoso a Parma!
Si,
como siempre te he sido
aborrecible, te cansas
de que
viva en tu presencia
y
piensas que la esperanza
del
imperio que apeteces
mis celos
te desbaratan,
quítame
leal la vida
no el
honor que despedazas.
Para
servirte hasta en esto,
de las
prisiones me sacan
imperios de tu desdén.
Mi muerte
huyendo excusara
a no
ver que la deseas,
a no
recelar mi infamia,
a no
obedecer tu gusto,
a no
dilatar mis ansias.
Si el
tálamo de tus bodas
ha de
ser éste, haz, tirana,
que el
túmulo de mi muerte
también
sea; al César llama,
pisa
lealtades, crüel,
y, mi
cabeza a tus plantas,
pon su
diadema en la tuya
y verá
el mundo en entrambas
la
firmeza en la desdicha,
la
crueldad en la constancia,
y,
castigando inocencias,
la
ingratitud coronada.
SERAFINA: ¿Qué es
esto, conde? ¿Qué es éste?
Cuando
el César me amenaza,
deslealtades me atribuyen,
testimonios me levantan,
vuestro
favor me defiende
y, con
segundas privanzas,
a Milán
causáis asombros,
a la
envidia quebráis alas.
¿Decís
que os desautorizo,
qe por
mí el César os mata,
que
destruyo vuestro honor,
que a
vuestra prisión doy causa?
Si son
coronas augustas
sentencias, notificadas
por
Ascanio, de la muerte
que ya
mi desdicha aguarda,
bien
decís, pues enemigos
intentan con pruebas falsas
desacreditar mi honor
y dar qué
decir a Italia.
Ya sé
lo que en esto os debo,
ya sé
que el César me manda
casar
con vos o morir.
¡Ojalá
que no quedara
mi
opinión, después de muerta,
a
discreción de la fama
del
vulgo que las más veces
deshonra y ninguna alaba!
¿Querréisme vos por esposa
cuando
yo, conde, os amara
-- que
ni puedo, ni es razón
forzar
potencias hidalgas --
con
opinión de traidora
para
que entibiando llamas
la
posesión del deseo,
me deis
cada vez en cara
que fui
desleal al César?
No,
Alfonso, la muerte acaba
si no
deshonra la vida.
Muera
yo dando venganza
a
vuestra leal firmeza
y
saldréis vos a la causa
de mi
crédito, si en muerte
como en
vida, el que es noble ama.
ALFONSO: ¿Qué
decís, señora mía?
¿Vos
desleal?
Salen ASCANIO y
ARNESTO
ASCANIO:
Quien quebranta
prisiones, no está inocente;
que el
hüír, culpas señala.
¿Qué es
esto, conde?
ALFONSO: Morir
delante
de quien me agravia
en fe
que a su ingratitud
mi amor
constante se iguala.
ARNESTO:
Condesa, el César me envía.
Escuchad lo que os encarga
aparte.
ARNESTO se
desvía con SERAFINA a un lado
A que os notifique:
o salir
en su desgracia
desterrada de su imperio,
o
desmintiendo probanzas
que a
vuestra opinión se oponen
dar a
Alfonso fe y palabra
de
esposa.
Sale LUCRECIA,
dirigiéndose a ALFONSO y
hablando aparte
con él a otro lado
LUCRECIA:
El emperador
me envía a que os persüada,
conde,
si desvanecer
queréis
testigos y cartas
que
vuestro valor desdoran,
y que
paguéis la constancia
de mi
amor, siendo mi esposo,
pena de ser en Italia
de
desdichados ejemplo,
dándoos
muerte. Interesada
en
vuestra vida, os suplico
si no
por quien tanto os ama
como
yo, por vuestro honor,
que obedezáis lo que os manda.
ALFONSO:
Perdonad, Lucrecia hermosa,
que
quien tiene enajenada
la
libertad, ya no puede
serviros ni retirarla.
¿Dé qué
servirá ofreceros
un cuerpo que está sin alma
ni una
voluntad cautiva?
De mi
vida el César haga
su
gusto; que no sé yo
que
dándoos la mano, salga
de mi
lealtad ofendida
la opinión
limpia y sin mancha.
Reconozco lo que os debo
pero,
en quien el caudal falta,
cuando
las obras no pueden,
agradecimientos bastan.
SERAFINA:
Responded, Arnesto, al César
que siendo acción voluntaria
la que
tálamos admite
y, yo
de sangre Gonzaga,
mo pago
pechos por fuerza
ni en
mí podrán amenazas
lo que
el tiempo no ha podido
que me doy por desterrada.
ASCANIO:
Apercebíos pues, Alfonso;
que
habéis de morir mañana.
SERAFINA:
¿Cómo? ¿Quién ha de morir?
ASCANIO: El
conde Alfonso.
SERAFINA: ¡Qué extraña
resolución!
¿Qué hizo el conde?
ASCANIO:
Servicios, que vos, ingrata,
ni
pagáis, ni conocéis
siempre
rebelde y tirana
a la
voluntad del César;
que a
persuadiros no basta:
probar
ansí que con vos
se
conjura, y al de Francia
vender
a Milán pretende.
SERAFINA: Pues si
muere por mi causa,
lo que
ni mi inclinación
ni
imperiales circunstancias
pudieron
conmigo, puedan
de su
amor las pruehas raras.
Muera,
si muere, mi esposo.
Dadme
esa mano.
ALFONSO: ¡Qué gracias
no debo
dar a la muerte
pues mi
fe por ella alcanza
lo que
no merecí vivo!
¡Ojalá resucitara
para morir muchas veces
obligándoos otras tantas!
Danse las manos
En mi
muerte hallé mi dicha.
LUCRECIA: Serafina,
si desgracias
de
Alfonso excusar queréis,
el
César me dio palabra
de
volverle a su favor,
siendo
mi esposo. Dad traza
que lo
sea, o morirá.
SERAFINA: ¿Cómo, si
el César me manda
por mi
dueño le admita,
quedando su fe obligada,
como yo
cumpla en gusto,
a
volverle a su privanza?
LUCRECIA:
Engañado os han, condesa.
SERAFINA: Los
Césares nunca engañan.
Sale FEDERICO
FEDERICO: Es
verdad; pruebas han sido
que
para vuestra alabanza
hizo el amor y el poder
dándoos a los dos la
palma
de
constantes invencibles
y a mí
el premio de esta hazaña
pues lo
que el conde no pudo
con vos, industrias acaban
que he puesto en ejecución,
ufano de ver que enlazan
opuestas inclinaciones
coyundas de amor sagradas.
En fin,
conde, victorioso
habéis
salido, a mi instancia,
del
desdén de la condesa.
Duques sois los dos de Mantua
y de Valencia del Po;
conde Ascanio, si se casa
con
Lucrecia.
ALFONSO:
Ensalce el mundo
blasones de tal monarca.
FEDERICO: No hay
quien vuestra lealtad culpe.
Fingida
ha sido esta traza
para
conseguir el fin
que en
dichas muda desgracias.
Vuestro
padrino he de ser.
Sale PORTILLO
PORTILLO: Si al
conde mi señor matan,
muera a
su lado Portillo
y honre
lealtades de España.
ALFONSO: La tuya
premiaré yo,
digna
de que de mi casa
tengas
el gobierno todo.
PORTILLO: Dame a
besar treinta patas;
pero
¿no hay degollamiento?
ALFONSO: Antes
el César levanta
mi lealtad a nuevas dichas.
PORTILLO: Viva
más que vivió el arca
de Noé.
ALFONSO:
El amante firme
que
inclinaciones contrasta,
dando
su estado y sufriendo,
méritos
como yo alcanza.
Dar,
sufrir y merecer
son las partes necesarias
que doblan inclinaciones.
Aprenda en mí quien bien
ama.
|