Salen don ALONSO y don FELIPE
ALONSO:
Basta, que dais en hacernos
merced toda esta jornada;
en
Cabañas la posada,
pollos y gazapos tiernos
en Illescas... A este andar
porfïando en regalarnos,
claro está que ha de pesarnos
ver
que se haya de acabar
tan presto nuestro camino.
FELIPE: Ya que en él os encontré,
por
dichoso me tendré
que,
en fe de vuestro vecino,
me toque el título honroso
de
vuestro aposentador.
ALONSO: Yo
soy vuestro servidor,
y me juzgo venturoso
yendo en vuestra compañía.
FELIPE: El
curso que de ordinario
tengo hecho, siendo cosario
de
este camino, podría,
aunque la jornada es breve,
enseñarme a descubrir
regalos con que os servir;
por
lo menos traigo nieve
y ternera, que no es poco
para
tan seco lugar.
Mientras guisan de almorzar,
si
con el sueño os provoco,
soy de parecer que un rato
reposéis.
ALONSO: Como he venido
en
litera, helo dormido
lindamente; y me recato
de camas que a tantos son
comunes.
FELIPE:
Camas y lodos
déjanse pisar de todos,
como
mozas de mesón;
mas
yo siempre me prevengo
de sábanas y almohadas
caseras, por las posadas.
ALONSO: El
mismo cuidado tengo;
y de ordinario las llevo
en
un baúl como agora.
FELIPE: No saldremos en esta hora;
por
eso en el mesón nuevo
previne dos salas frescas,
que
es más capaz y mejor.
ALONSO:
Mientras va doña Mayor
a
ver la Virgen de Illescas
y oye en su altar una
misa,
el
almuerzo prevendremos,
porque esta noche lleguemos
a
Madrid.
FELIPE: Si se da prisa
el cochero; que hay que andar
seis
leguas, y la de Parla
es
larga.
ALONSO:
Tiempo hay de andarla,
pues
el sol nos da lugar,
que agora empieza a nacer.
¿A
qué vais vos a la corte?
FELIPE: No a
pretensión que me importe.
Soy
mozo, y no sé perder
fiestas que ilustran hazañas
con
que España alegre está;
convida a toros Bredá,
y el Brasil pone las cañas;
quisiera dar a un rejón
crédito delante el rey.
ALONSO: Son
guarda de nuestra ley
su
castillo y su león;
y ansí no me maravillo,
contra quien su fe no entienda,
que
tal león la defienda
y la
ampare tal castillo.
FELIPE:
¡Qué de enemigos tenía
el
infierno convocados!
ALONSO:
Dicen que en tiempos pasados
seguro el león dormía,
viéndose en la posesión
pacífica de su imperio;
juzgaron a vituperio
los lobos que ansí el león
en los dos mundos
tuviese
imperio tan absoluto,
sin
que se escapase bruto
que
su nombre no temiese;
y, habiendo entre todos liga,
como
durmiendo le vieron,
sus estados repartieron;
¡tanto la ambición instiga!
y, consultando sus robos,
afirman, mas será error,
que
alguno que era pastor
se
coligió con los lobos.
Por cuatro partes marcharon
y,
arriesgando su fortuna,
le
acometieron a una;
mas
no le desafïaron,
que fue acción poco bizarra.
El león,
que los sintió,
dio
un bramido, bostezó
y
enseñóles una garra,
con que, el ánimo perdido,
no
hay quien del temor no muera;
si
despertara, ¿qué hiciera
quien mata con un bramido?
No hay quien ose esperar ya,
después que el Alba salió,
u
diga quien lo intentó
cómo
en la Feria le va.
Brame España, que atropella
lobos con blasón eterno;
que
las puertas del infierno
no
prevalecen contra ella;
y dadme licencia a mí
que
dé a nuestros mozos prisa.
FELIPE: Pienso que salen de misa.
ALONSO: Pues esperadlas aquí.
Vase. Salen doña MAYOR, doña ELENA y don
LUIS
MAYOR: ¡Qué imagen tan milagrosa!
ELENA: Sólo
el verla da consuelo.
MAYOR: Es
depósito del cielo.
¡Qué devota, qué amorosa!
ELENA:
Cargada voy de medidas
y de
medallas de plata.
MAYOR: Como
en ellas se retrata,
cuanto a Dios por ellas pidas,
tendrá salida mejor;
que
para un amante fiel,
copias que imita el pincel
son sus cartas de favor.
LUIS: Devotas las dos salís.
MAYOR: De
sólo haberla mirado,
el
dolor se me ha quitado
de
cabeza.
LUIS: Si dormís
al fresco de esta mañana,
cansancios restauraréis
que
experimentado habéis
en
la noche toledana.
MAYOR:
¡Y qué enfadosa que ha sido!
ELENA:
Señor don Felipe, ¿es hora
de
caminar?
FELIPE: No, señora,
pero
rato ha que lo ha sido
de que almorcemos; que está
llamándonos quien lo guisa.
ELENA: El
comenzar por la misa
buen
fin al camino da.
FELIPE:
Según refrán castellano,
por
oírla y dar cebada,
nunca
se pierde jornada.
MAYOR: Éste
es proverbio cristiano.
ELENA:
Poco lo debe de ser
quien por esta villa pasa,
y a
la Virgen en su casa
ni
visita ni va a ver.
FELIPE: ¿Qué es lo que la habéis pedido,
por
mi vida, Elena bella?
LUIS: ¿Qué
ha de ser, siendo doncella?
Por
lo menos, un marido.
ELENA:
Pues ¿he de pedirla dos?
LUIS: Para
escoger, no tan malo.
ELENA: Son
tales, que los igualo
a
todos; líbreme Dios
de súplica tan costosa;
acreditad más mi seso.
MAYOR: ¡Ay
prima! ¿Para qué es eso,
si
allá te queda otra cosa?
ELENA:
Juzgas por tu pecho el mío.
MAYOR: Yo, cuando en eso repares,
los maridos tengo a pares.
ELENA: ¿Y son?
MAYOR: Don Luis y Berrío.
ELENA: Y vienen como perdices,
chico con grande; mas ¿quién
juzgas que te está más bien?
MAYOR: Pues
¿eso, Elena, me dices?
¿Hay tal Lucas en el mundo?
¿Quién
puede hacerle ventaja?
ELENA: En
dar a una mula paja,
no
debe tener segundo.
MAYOR:
Tú lo verás algún día,
y envidiarás mis desvelos.
LUIS: Burlas son; pero los celos,
ni aun de burlas, Mayor mía.
MAYOR: ¿Burlas? ¡Gentil desvarío!
Pues ¿osaráse igualar
en talle, en gracia,
en hablar
vuesa merced con Berrío?
Vamos; que le quiero ver.
ELENA:
Basta, que en donosa has dado.
MAYOR:
Sobrestante del ganado
no
es marido de perder.
Vanse doña MAYOR y don LUIS
FELIPE:
Esperad, señora, un poco,
y
pagad agradecida
a
quien con vuestra partida
está, si no muerto, loco.
¡Qué
de inconvenientes toco,
viendo que a la corte vais!
Si
en su mar os engolfáis,
ya doy
mi amor por perdido;
que
es cortesano el olvido,
y ya
en mí le ejecutáis.
Ausente, y sin despediros,
presente, y sin deteneros,
yo
olvidado por quereros,
vos ingrata por partiros,
malogrados mis suspiros,
mi
esperanza sin reparos,
siguiéndoos por obligaros,
y
vos huyendo de verme,
¿qué
fe puedo prometerme
de
menosprecios tan claros?
ELENA:
Pues ¿sobre qué fundamento
intimáis quejas tan grandes?
¿Embárcome para Flandes?
¿Despliego velas al viento?
¿Voy
a la corte de asiento,
o a
celebrar convidada
de
una prima concertada
una
boda prevenida,
por
ir vos, entretenida,
por
ser suya, deseada?
No llegará el coche apenas
a
San Isidro, la ermita
que
a Manzanares limita
márgenes de sus arenas,
cuando alegres norabuenas
de
desposada reciba,
y entre
música festiva,
mientras que la palma toca,
desde la mano a la boca,
libre entre y salga cautiva.
¿Tan largo plazo es seis días
que
podré con ella estar,
si vuelta luego he de dar,
para esas melancolías?
FELIPE: Temen las sospechas mías
novedades cortesanas;
pero
júzguense por vanas,
y
decidme qué ocasión
da tanta priesa a esa acción;
que habrá muchas no livianas,
pues que bodas
apresuran
antes de entrar en la corte.
ELENA:
Gozar los gustos sin porte
es
lo que hoy todos procuran.
De
los gastos se aseguran
los
que en secreto se casan;
que ostentaciones abrasan
facultades caudalosas,
y las que son más lustrosas
duran poco y presto pasan.
Ya está la industria discreta
en
la corte introducida;
la
gala más recibida
por
barata, es la bayeta;
la mejor boda es secreta,
y ya, en fin, en nuestros días
mercedes y señorías
se entierran a media
noche,
llevando el cuerpo en un coche,
por
ahorrar de cofradías.
Por eso don Luis se casa
según la ley del provecho,
hallándose lo más hecho
primero que entre en su casa.
FELIPE:
Prudencia es vivir con tasa;
también lo pienso imitar.
Sale CASILDA
CASILDA:
Señores, alto, a almorzar;
que
llama el viejo.
FELIPE: Advertid
que
entráis, Elena, en Madrid,
y
los naufragios del mar.
Vanse doña
ELENA y don FELIPE. Sale
CARREÑO
CARREÑO:
Mientras allá dentro almuerzan,
y a
cabar viñas va el zafio,
¡oh
tú... (parezco epitafio
de
estos que vocablos fuerzan)
¡oh
tú que empiezas con ca,
y
llamándote Casilda,
tu
nombre acaba en asilda,
porque te he de asir quizá,
si acaso se te ha
pegado
el
amor que es sarampión,
que de mesón en mesón
mil
mozos ha salpicado,
advierte que desde ayer
que
te advertí billetera,
mi
voluntad casildera
casildar debe querer,
porque casi me encasildo,
Casilda, por ti y me abraso;
si
con Casilda me caso,
casi
engendraré un cabildo
de Casildicos entero,
que
en cada casa y lugar
se
casen por casildar
con
el nombre casildero.
CASILDA:
¿En qué bodegón comimos,
señor tahur de vocablos?
CARREÑO:
Señora afeita-retablos,
en
ése donde estuvimos.
¿No es hembra? Yo, ¿no soy
hombre?
¿Qué
la sobra o qué me falta?
Sepa
que el alma me asalta
la
semejanza del nombre
que al mío principios da
con las dos letras primeras
que
el suyo.
CASILDA: ¡Ay Dios! ¡Qué frioleras!
CARREÑO:
¿Casilda no empieza en ca?
¿En ca Carreño no empieza?
Pues
si principios juntamos
y
con ellos nos casamos,
dueño yo de tal belleza,
del ca que mi nombre saca
y el
ca que en Casilda vemos,
no
es milagro que engendremos
un
niño que diga caca.
CASILDA:
Algo espeso es el conceto.
CARREÑO:
Guisóle un ingenio ralo;
vaya
el ralo para malo;
tú eres cuerda, yo discreto;
si don Baltasar se
casa
con mi sá doña Mayor,
¿quién te puede estar mejor,
pues
todo se cae en casa?
Acción los lacayos tienen
a fámulas de las damas,
pues son amos y son amas.
CASILDA: ¿Qué
es aquello?
CARREÑO: Van y vienen
de Madrid y de Toledo
carros que, dándose vaya,
son
galeras de esta playa.
CASILDA: Pues
oigámoslos.
CARREÑO: No puedo;
si no quedo tu privado
y en
astillero mi amor.
CASILDA: Lo
que fuese del señor,
eso
será del crïado.
Dentro
UNA VOZ:
"El sombrero de tema
y el rostro zaino,
mi moreno me mira
a lo renegado.
MUCHAS VOCES:
¡Jesús! ¡qué enojo!
¡Jesús! ¡qué enojo!
Morenico del alma,
levanta
el rostro.
OTRA VOZ:
De Madrid a Getafe
ponen dos leguas;
veinte son si la calle
se pone en cuenta.
MUCHAS VOCES:
¡Jesús! ¡qué larga!
¡Jesús! ¡qué larga!
No me lleves por ella,
Diego del alma."
CARRETERO 1º:
Deja de tañer el muerto,
pues eres pandero vivo.
CARRETERO 2º:
¿Quién te mete en eso, chivo?
CARRETERO 3º:
Dalas, carretero tuerto,
y callen los marïones.
CARRETERO
4º: Señores berengeneros,
si pares, digo los
cueros,
si
cueros, digo los nones.
CARRETERO 1º:
Ballenatos, ¡la ballena!
que
se os escapa el río abajo.
CARRETERO 2º:
¿Cuántas ha dado el badajo?
CARRETERO 1º:
Ballenato.
CARRETERO 2º:
Berengena.
CARRETERO 3º:
Zupia.
CARRETERO 4º:
Mienten los vinorres.
CARRETERO 1º:
Echa ese estiércol, borracho.
CARRETERO
2º: ¡Ah, mula! Dalas, muchacho.
MUCHAS
VOCES: Que te corres, que te corres.
UNA VOZ:
"Labradoras Getafe,
Leganés mozos,
Torrejón casaditas,
Pinto uno y otro.
MUCHAS
VOCES: ¡Jesús! ¡qué lindos!
¡Jesús! ¡qué lindos
Torrejón, Valdemoro,
Getafe y Pinto!"
CARREÑO:
Esta sí ¡cuerpo de Dios!
que
es tierra alegre y sin miedo.
¡Oh
gran Madrid! ¡Oh Toledo!
Dios me mate entre los dos.
Sale don LUIS
LUIS:
Alto, Casilda, de aquí,
a almorzar.
CASILDA: ¿Han ya acabado
los señores?
LUIS: Ya han alzado
las mesas.
[Hablan aparte CARREÑO y CASILDA]
CARREÑO: (Hermana, sí
o no; de presto, decildo.)
CASILDA:
(Dejarámelo pensar.)
CARREÑO:
(Carreña te has de llamar,
¡vive el cielo!)
CASILDA: (¿Y tú?)
CARREÑO:
(Casildo.)
Vanse CARREÑO y
CASILDA. Sale don
BALTASAR
BALTASAR:
Hase quebrado una rueda,
y
es fuerza arrancar más tarde.
LUIS: ¡Un
turco la flema aguarde
de
un coche!
BALTASAR: Medrano queda
dando prisa al aderezo.
LUIS:
¿Mas que no llegamos hoy
a
Madrid?
BALTASAR: ¿No? Yo le doy
mi
fe, si a correr empiezo
y las reatas acoto,
que
llegue con más de un hora
de
sol allá. Escuche agora;
mientras está el coche roto,
pues mi padrino ha de ser
y
me tengo de casar,
¿no
sería bueno hablar
a
mi suegro, y no perder
tiempo?
LUIS: Sí, que el que
comienza
lo
más hace; habladle vos.
BALTASAR:
¿Yo?
LUIS:
Pues ¿quién?
BALTASAR: ¡Bueno por Dios!
LUIS:
¿Por qué no?
BALTASAR: Tengo vergüenza.
LUIS:
¿Qué hiciera la desposada?
BALTASAR: Yo en estas cosas soy nuevo;
dígaselo él.
LUIS: No me atrevo.
BALTASAR:
Pues si no, no hay hecho nada;
descasaréme sofato, (ipso
facto)
en
no tratándose aquí;
a
ella le va más que a mí.
LUIS: (¡Hay
más simple mentecato!)
¿No aguardaréis coyuntura
en
Madrid?
BALTASAR: ¡Gentil espacio!
¿Somos novios de palacio?
Aquí hay confites y cura;
boda que llega a enfrïarse,
dizque llega a arrepentirse:
o
dejallo u conclüirse.
Salen don
ALONSO, doña MAYOR, doña ELENA, don
FELIPE, CASILDA
y CARREÑO
ALONSO:
¡Miren dónde fue a quebrarse
la rueda!
MAYOR: ¿Qué hemos de
hacer,
sino sufrir y
esperar?
ALONSO:
Dura un hora en un lugar
más
que un día.
LUIS: Entretener
os quiero mientras partimos.
Habéis de saber, señor,
que
medra doña Mayor
de
consorte.
ALONSO: Ya supimos
que Berrío la ha mirado
con achaques de marido.
BALTASAR:
¿Quién? ¿Yo? La señora ha sido
quien en tal flaqueza ha dado.
ALONSO:
Luego ¿ella os ruega?
BALTASAR: Pues
¿no?
¿En esa ignorancia están?
A
la vista de Magán,
cuente ella lo que pasó;
que yo de mis viñas vengo.
ALONSO:
Será como lo decís.
¿Mayor no ama a don Lüïs?
MAYOR:
Poca voluntad le tengo.
ALONSO:
¿Y le ha parecido bien
Lucas?
MAYOR:
Extremadamente.
ALONSO: Don
Lüis, como prudente,
conociendo su desdén,
no quiere mujer forzada.
MAYOR:
Sólo en eso fue discreto.
ALONSO: Soy
padre suyo, en efeto;
temo verla mal casada.
¿No haré un acertado empleo,
si
se la doy a Berrío?
ELENA:
Pues ¿no? ¡Jesús, señor tío!
Yo
infinito lo deseo.
LUIS:
Ya yo le he dado mi voto.
FELIPE: Lo
demás fuera rigor.
CASILDA:
Medraré con tal señor.
CARREÑO: A
ese parecer me acoto.
ALONSO:
Pues yo no lo contradigo,
ya
que todos me lo alaban.
BALTASAR:
Ténganse; luego ¿pensaban
que
está acabado conmigo?
Sepamos primeramente
el dote que me han de dar.
ALONSO: Si
Mayor me ha de heredar,
no
hay en eso inconveniente.
Decidnos vos vuestra hacienda.
BALTASAR:
¿Piensan que el casarse es paja?
Quien destaja, no baraja.
Yo
tengo, porque lo entienda,
un solar en Lavapiés
que, según mi hermano dijo,
en
muriéndosele un hijo,
se
ha de partir entre tres;
en Torrejón dos majuelos,
que
agora se han de plantar;
ítem más, un melonar
que
he comprado en Cienpozuelos,
y, si acierta la calaña,
no
es su ganancia pequeña;
ítem más, tengo una haceña
y
una casa en la montaña
que, aunque se las llevó el río,
fácil alzarse podrán;
¿no
es bueno el coche en que van?
pues la mitad de él es mío;
tres mulas y un macho romo,
y
mi soldada cumplida
para la Pascua florida,
treinta ducados.
ALONSO: ¡Y cómo
que es caudaloso el mancebo!
BALTASAR:
Sendos vestidos de paño,
sin
éste que compré antaño;
tres jubones, éste nuevo,
y dos que echándoles
mangas,
harán también su fegura.
ALONSO:
¡Como quiera es la ventura!
Andaos a caza de gangas,
¡y dejad perder tal
yerno!
BALTASAR:
Tengo cinco camisones,
dos
sombreros, tres valones,
y
un gabán para el invierno;
en Indias un par de tíos,
un
sobrino colegial,
y el dotor del hospital
es deudo de deudos míos;
un familiar viejo y rico
de
la santa esquisición...
Quedábaseme un lechón
tamaño como un borrico,
además del racionero
de
Murcia, que dije ya.
¿Es barro esto?
ALONSO: Bueno está;
mi
yerno sois y heredero.
Aquí habéis de
desposaros;
las manos los dos se den.
BALTASAR:
¿Aquí?
ALONSO: Sí.
BALTASAR: ¿En un santiamén?
ALONSO:
Porque no podáis tornaros
atrás; que me estará mal,
si
tan buen lance perdemos.
BALTASAR: A
mí, mas que mos casemos.
LUIS:
(¡Que alegre está el animal!)
BALTASAR:
Mas yo holgaréme, señor,
que
otros también se casaran,
y
el trabajo acompañaran
del
matrimoño. Mijor
será dar al tiempo riendas;
presto los meses se pasan;
de
doce en doce se casan
los
más por carnestollendas;
para entonces lo dejemos.
MAYOR:
¿Para entonces? No, Berrío;
no,
padre; no, Lucas mío.
BALTASAR: A
mí, mas que mos casemos;
pero a solas, sentirélo.
FELIPE:
Pues hagamos una cosa;
deme doña Elena hermosa
la
mano, pues quiso el cielo
que la adore.
ELENA: En hora buena.
ALONSO:
Alto, si ello está de Dios,
cásense de dos en dos.
MAYOR: Por muchos años, Elena.
ELENA: Para servir a mi prima
y a
mi primo el sobrestante.
BALTASAR:
Señores, báilese y cante.
LUIS:
(¿No ven cómo se le arrima?)
ALONSO:
(Por Dios, que es el mejor rato
que
nunca pensé tener.)
BALTASAR:
Asentémonos, mujer.
LUIS:
Aparta allá, mentecato.
BALTASAR:
Pues ¿qué tenemos?
ALONSO: Dejalde.
A don LUIS
FELIPE:
(¡Oh, si nos desbaratáis
la fiesta...)
ALONSO: Muy bien estáis,
yierno, asentaos; Mayor, dalde
la mano; yo gusto de eso.
A don ALONSO
LUIS:
(Para burlas bueno está.
Ea, acábese esto ya.)
ALONSO:
(¿Estáis en vos? ¡Gentil seso!
Pues hácenos merced Dios
en
darnos con que alegrar
molestias del esperar,
¿y
alborotáisnoslas vos?)
A don Luis
ELENA:
(Quien no tiene gusto en esto,
preciarse de hombre no es justo.)
LUIS:
(¡Oh pesia a tal, con el gusto
tan
pesado y tan molesto!
¿Queréis que permita yo
que
la mano a un bruto dé?)
ALONSO: (Dejadnos, por Dios.)
LUIS: (Sí haré.)
BALTASAR:
Pues Casilda, ¿en qué pecó?
[...................-era?]
Busquémosla un desposado.
ALONSO: Ha
dicho bien.
FELIPE: Mi crïado,
como Casilda lo quiera,
no tendrá gusto pequeño,
que
yo sé que la enamora.
CASILDA:
Pues se casa mi señora,
vaya.
FELIPE:
Llégate, Carreño.
CARREÑO:
Llego: esos nudos aplica.
CASILDA:
Tuyos con el alma son.
CARREÑO:
Casamiento de mesón
fayancas
me pronostica.
CASILDA:
Aquí hay guitarra y pandero,
que
es provisión de posadas.
ALONSO: Pues bailen las desposadas.
BALTASAR:
Aseguremos primero
las bodas. Señora, diga,
¿quiere, en fin, ser mi mujer?
MAYOR:
Pues ¿no había de querer?
Digo que sí.
BALTASAR: ¿Y que se obliga
a quedarlo desde aquí
para delante de Dios?
MAYOR: Mil
veces sí. ¿Queréis vos
ser
mi marido?
BALTASAR: Re-sí.
LUIS:
(¡Vive Dios!, que me dan pena [Aparte]
estas burlas. ¡Que haya humor
que guste de esto!)
BALTASAR: El señor
¿da
el sí a la señora Elena?
FELIPE:
De marido y de mi dueño.
BALTASAR: ¿Y
ella?
ELENA: El alma con el sí.
BALTASAR: ¿Y
Casilda?
CASILDA: Ya le di
la
mano.
BALTASAR:
¿Quiere Carreño
ser su esposo?
CARREÑO: Y enterralla?
ELENA:
Testigos hay, no los llamen.
BALTASAR: Todos dicen amen, amen,
sino es don Sancho
que calla.
Señalando a don
LUIS
MAYOR:
¿Qué importa, si os quiero yo?
BALTASAR: Eso
bonda: alto, a bailar,
y al que le diere pesar,
que
le haga mala pro.
Bailan. Sale
MEDRANO
MEDRANO:
Ya está aderezado el coche;
vengan a poner el hato.
ALONSO: Yo
he tenido un lindo rato.
LUIS: Vamos;
que, aunque sea de noche,
habemos hoy de llegar.
ALONSO: Ea,
Lucas, que en Madrid
se
hará lo demás; uncid.
BALTASAR:
Allá nos pueden velar
el domingo, Dios delante,
señor suegro.
ALONSO: Ansí ha de ser.
BALTASAR:
Entre, señora mujer.
MAYOR:
Entro, señor sobrestante.
Vanse todos, y
al entrarse don BALTASAR, sale don DIEGO y le
detiene
DIEGO: Esperad, Lucas Berrío
(si
en fe de vuestra nobleza
juzgáis a título honroso
que
os hable de esta manera),
admitid mil parabienes
del
hábito en que en Illescas
os
halla quien esperaba
dároslos de una encomienda.
Váyale a pedir albricias
a
vuestro padre el que intenta
(por que alegren tales cargos
su
vejez) medrar con ellas;
que
cuando la acción honrosa
del
marquesado se pierda,
por
eso la equivaldrá
el
ser mozo de litera.
Don Baltasar, ¿es posible
que en vos mocedades puedan
degenerar vuestra
sangre,
y
alargar tanto la rienda
a
ilícitas travesuras,
que
en tan civil traje os vea
quien, desmintiendo a sus ojos,
se
holgara que nunca os vieran?
¿Vos mozo de mulas bajo?
Afrentad enhorabuena
vuestra sangre; pero no
a
la mía hagáis afrenta.
Doña Ana de Castro os quiso
tanto que, andando en las lenguas
de
toda su vecindad,
es
causa que el seso pierda.
Persuadiónos, engañada,
a
la pretensión honesta
que, enlazando corazones,
logra en tálamos la Iglesia:
amonestada con vos
dos
veces, y la tercera
a
punto de publicarse,
¿qué faltas vistes en ella
para ocasionar venganzas
a
la sangre portuguesa,
que
en respetos semejantes
o
pierde el seso o se venga?
Agradeced mi templanza;
que, injuriado, bien pudiera,
publicando aquí quién sois,
sacaros a la vergüenza.
Amor todo lo perdona;
demos a la corte vuelta;
abrid al honor los ojos;
caballero sois; no
pueda
más
el vicio que la fama
en
vos. Doña Ana os espera;
reparad obligaciones,
o
si no, salgamos fuera
del
lugar, donde la espada
os
obligue a hacer por fuerza,
guïada de mi justicia,
lo
que no puede la lengua.
BALTASAR: Don
Diego, bien sabéis vos
lo
que mi crédito arriesga,
si con quien está casada,
al
cielo ofender intenta.
DIEGO:
¡Casada! ¿Cómo o con quién?
Sale doña MAYOR
MAYOR: (Desposada estoy de veras, [Aparte]
aunque lo juzgue de burlas
mi
padre. ¡Gentil quimera
nos
ha pasado este día!
¿Qué jüicio habrá que crea
que
por mano de mi padre
a
darme la suya venga
quien, tan lejos de su gusto,
me
quiere, y que lo consienta
el
mismo que a desposarse
conmigo da tanta priesa?
Yo
a lo menos con el alma
se
la di; si es verdadera
su voluntad, hecho está,
suceda lo que suceda.)
DIEGO: Las
cédulas que alegáis
bastantes estorbos fueran,
a no
morir peleando
don
Rodrigo, en fin Almeida.
MAYOR: (¿Qué
es esto, cielos? ¿Qué escucho?
¿Ya hay
perseguidor que venga
a
desbaratar mis dichas?
¿Tan
presto empezáis, sospechas?)
DIEGO: Testigo
podéis ser vos,
cuyos
ruegos y promesas
no han sacado de doña Ana
más que
permitidas muestras
de
amor, si habrá don Rodrigo
en
cuanta correspondencia
con
ella tuvo, alcanzado
cosa
que agraviaros pueda.
Viuda está en la voluntad;
pero en
lo demás defienda
el
recato de su fama
su
constancia y su entereza.
Ella os
adora, y aquí
vuestra
mocedad intenta
imposibles que esta noche
burlar
vuestro amor es fuerza.
Don
Lüis ha de casarse,
segun
dicen, a las puertas
de
Madrid; pues ¿qué intentáis
de tan
difícil empresa?
Yo he
de impediros a vos;
y si la
vida me cuesta,
o habéis de cumplir palabras
o habéis de morir por ellas.
Determinaos brevemente.
MAYOR: (Amor, escuchad respuestas
de una voluntad mudada
que el
oro de su fe prueba.
Veamos
qué le responde.)
BALTASAR: Ahora
bien, don Diego, venzan
obligaciones antiguas
mis inclinaciones nuevas.
Recelos bien indiciados
pudieron sacarme fuera
de
jüicio y de la corte:
hoy hemos de entrar en ella.
DIEGO: Si se
casan esta noche,
como
decís, poco cuesta
dar fin
a esta travesura,
pues ya
a entibiarse comienza.
BALTASAR: No
receléis desde agora
que,
animando diligencias,
mi
competidor amante
por mí
a doña Mayor pierda.
Ya veis
que, siendo de día
y
caminando con ella,
si me
ausento o mudo traje,
doy que
notar en Illescas;
sospechará don Lüís
alguna
cosa en ofensa
de la
opinión de su dama,
no
igualándola Lucrecia.
Proseguiré este vïaje
y,
aguardando a que anochezca,
la
dejaré en San Isidro,
donde
su tálamo aprestan,
y en
hábito generoso,
verá
vuestra prima bella
las ventajas
con que amores
celosos
su fuego aumentan.
MAYOR: (¡Oh
mudable! ¿Ansí se pagan
primores que menosprecian
leyes
de padre que obligan
al yugo
de obediencia?
Ya yo
soy tu esposa, ingrato.
Cuando
incasable me dejas,
¿tu
valor y mi fe agravias?
Pues
antes que tal consienta,
te he
de hacer quitar la vida.)
DIEGO: Agora
que os aconseja
la
sangre que ilustre os honra,
contra
lo que el gusto aprueba,
os doy los brazos de amigo.
MAYOR: (¡Ay Dios! ¡Si de tigre
fueran!)
DIEGO: En San
Isidro os aguardo.
BALTASAR: Son
vigilia de su fiesta
los celos en los amores.
Dad a mi enojada prenda
mil
disculpas de mi parte.
DIEGO: Y mil placeres con ellas.
Vase. Salen don
ALONSO, doña ELENA, don
LUIS, CASILDA, MEDRANO
ALONSO: Mayor,
¿qué aguardas? Partamos,
que es
tarde.
LUIS:
Lucas, daos priesa;
sacad
la mula a mi esposa.
BALTASAR: ¿Su quién?
LUIS: Iba a
decir, vuestra.
Acabemos, pues, que es tarde.
MAYOR: Primero
que suba en ella,
lleven
preso a ese homicida.
ALONSO: ¿A quién?
MAYOR: A ese
hombre. ¿Qué esperan?
ALONSO: ¿Estás
en ti?
MAYOR:
No lo he estado;
ya
desengañada y cuerda,
convalece mi jüicio.
Vaya
preso.
BALTASAR:
¿Habla de veras?
MAYOR: (Porque os casasteis de burlas.)
BALTASAR: ¿Qué
hice yo porque me prendan?
MAYOR: Vos matasteis a González.
ALONSO: ¿Cómo?
BALTASAR: ¿Yo?
MAYOR: Vos, buena pieza.
Ahora se lo contaba
a otro
hombre y, sin que me vieran,
lo
escuché desde aquí todo.
BALTASAR: (¡Mi
bien!)
MAYOR:
No me hable a la oreja.
BALTASAR: (¿No
quedamos que en Madrid
me prendiesen?)
MAYOR: (Ya van fuera
las burlas; esto es verdad;
ansí mi agravio se
venga.)
ALONSO: ¿Que
este hombre mató a González?
MAYOR: Sí,
señor. ¡Miren cuál queda
la
pobre Mari-Rodríguez
con dos
criaturas pequeñas!
Leche
su madre me ha dado,
y está la afligida vieja
casi
ciega de llorar.
ALONSO: Llamad
la justicia.
BALTASAR: Fuera.
Ninguno
se acerque, digo,
si no
es que aburrida tenga
la
vida; apártense a un lado.
Hácese lugar
por en medio de todos, y
vase
ALONSO: Tenedle, cerrad las puertas.
MEDRANO: Es
hombre que dice y hace.
MAYOR: Vayan
tras él; si no, adviertan
que no
he de salir de aquí
hasta
tanto que le prendan.
ALONSO: Déjale;
vaya con Dios;
que
embargarán la litera
y el
coche por la justicia,
con que
agora nos detengan.
Hagamos
nuestra jornada;
que
cuando allá no parezca,
siendo
el medio coche suyo,
aunque
poco, al fin es prenda.
El
solar de Lavapiés
lo
pagará, u de mi hacienda
remediaré viuda y hijos.
MAYOR: ¿Eso dices?
ALONSO:
Calla, necia;
no lo
oigan en la posada,
que no
lo sabrán apenas
cuando
la justicia estorbe
nuestro
camino.
Salen don
FELIPE y CARREÑO
FELIPE:
¿Hay pendencia?
¿Qué es
esto, señores?
ALONSO: Nada.
MAYOR: (¡Ay
don Felipe! Desprecia
mi amor
vuestro falso amigo;
id tras
él; que se me ausenta,
y se va
a casar con otra.)
FELIPE: (¿Qué
decís?)
MAYOR:
(Que el verme muerta
y el
perderle todo es uno.
Mi
desdicha en vos espera.)
ALONSO: Saquen las cabalgaduras.
LUIS: ¡Que tantas cosas sucedan
desde Toledo
a Madrid!
ALONSO: Pues aun nos faltan seis leguas.
Vanse todos, menos don FELIPE y
CARREÑO
FELIPE:
Carreño, prevenme postas.
CARREÑO: Pues
¿para qué?
FELIPE:
Hay cosas nuevas
que
sabrás por el camino.
CARREÑO: Dios
nos saque con bien de ellas.
Vanse. Salen PACHECHO y GARCÍA
PACHECO: ¿Está
ya aderezada
la
cena?
GARCÍA:
Y de esperar, casi pasada.
PACHECO: No hayáis miedo que tarden.
Mejor
es aguardar, que no que aguarden.
GARCÍA: En fin,
¿en esta ermita
resuelven desposarse?
PACHECO: Solicita
amor
ahorrar de plazos,
y escúsanse convites y embarazos.
GARCÍA:
¿Cuántos serán de mesa?
PACHECO: Seis o
siete no más. Démonos priesa.
GARCÍA: ¿En
qué, si ha ya dos horas
que desean parir las cantimploras?
PACHECO: Será
comadre el vidro
del
nevado licor; mas San Isidro
nos
brinda con la fuente
que de
Juan aplacó la sed ardiente.
GARCÍA: Quita
las calenturas.
PACHECO: No las
de amor que, honesto, son seguras.
GARCÍA: ¡Quién
viera dilatada
esta
ermita, a tal santo dedicada!
PACHECO:
¡Milagroso aldeano,
que ya
en el cielo es rey y es cortesano!
GARCÍA: Bien
aquí pareciera
un
convento magnífico.
PACHECO: Estuviera
devoto
y adornado,
y
dejara a Madrid autorizado.
GARCÍA: Su
patrona es la villa;
algún
día lo hará. ¿Y en la capilla
han de
cenar?
PACHECO:
Escojan;
que en
el campo calores no congojan,
pues ha
de ser de noche.
GARCÍA: Ameno
está aquel prado.
PACHECO: Éste es el
coche.
GARCÍA: Andad, que son dos carros.
¿No escucháis de sus mozos los
desgarros?
Salen don
FELIPE y CARREÑO
FELIPE: Si doña
Ana ha podido
resuscitar a amor puesto en olvido,
y con
ella se casa
don
Baltasar, doña Mayor se abrasa
de celos; y en su pena
interesada, perderé a mi Elena.
CARREÑO: Yo
no poco me holgara
que en
favor de doña Ana sentenciara
la
voluntad traviesa;
que es
digna de adorar la portuguesa.
FELIPE: ¿Dónde
se habrá escondido
don
Baltasar, que hallarle no he podido?
CARREÑO: En
casa de doña Ana.
FELIPE: En ella
me apeé; mas salió vana
mi
diligencia.
CARREÑO:
¿Y llora?
FELIPE: Risueño
llanto contemplé en su aurora.
Se acercan a
PACHECO y GARCÍA
FELIPE:
Hidalgos, ¿son crïados
del
señor don Lüis?
GARCÍA: Sus paniaguados.
FELIPE:
¿Tendránle prevenida
la cena aquí?
GARCÍA:
Y con nieve la bebida.
FELIPE: Pues yo me aparté de ellos
en Illescas no ha mucho,
y son aquéllos,
si no
me engaño.
Dentro
ALONSO: Para.
PACHECO: ¡Hola!
¡A poner a asar!
Vanse PACHECO y
GARCÍA
[FELIPE:] ¡Oh noche clara!
¡Qué de
nubes que esperas,
de
celos, confusiones y quimeras!
Vanse don
FELIPE y CARREÑO. Salen don
ALONSO, doña MAYOR, don LUIS, doña ELENA, y
CASILDA
MAYOR: No
tienen que persuadirme;
que
mientras no le pusieren
en la
cárcel, no hay casarme.
ALONSO: Pues
¿qué dependencia tienen
de su
prisión estas bodas?
MAYOR: Yo me
entiendo y Dios me entiende.
LUIS: Mi
bien, si en la Babilonia
de la
corte no parece,
¿por
eso es razón que yo
lo
padezca?
MAYOR:
Diligencie
vuesa merced mi venganza,
o no
diga que me quiere.
ALONSO:
¡Válgate Dios por camino!
Mayor,
¿qué es esto que tienes?
¿Si las
congojas del sol
te han
quitado el seso?
MAYOR: Lleven
al
homicida a la cárcel,
y
entonces verán qué alegre
a don
Luis le doy la mano;
pero si
no, desesperen.
CASILDA: Ella ha
dado en ser temosa.
ELENA: Prima...
LUIS:
Esposa...
ALONSO: Hija...
MAYOR: ¿Quieren
que me
arroje de aquí abajo?
O se
vayan o me dejen.
LUIS:
Casémonos; que, casados,
aunque la hacienda me cueste,
no
descansaré hasta hallarle.
MAYOR: No he
de casarme hasta verle
en la
cárcel por mis ojos;
denme
este gusto, y sosieguen
con que
seré esposa al punto
del
señor don Luis.
LUIS: ¿Qué tiene
que ver
lo uno con lo otro?
MAYOR: Yo me entiendo y Dios me entiende.
Sale don FELIPE
FELIPE: Señores...
MAYOR: ¡Ay don Felipe!
¿Pareció Lucas?
FELIPE: Dejéle
en
Santa Cruz retraído.
MAYOR: ¿Ven
como él le dio la muerte?
ALONSO: Pues
¿de cuándo acá amas tanto
al
difunto?
MAYOR: Diome leche
su
madre, y he de vengar
la
sangre de un inocente.
LUIS: Pues,
estando retraído,
¿cómo
habemos de prenderle?
MAYOR: Yo sé
dónde le hallarán,
si le
buscan diligentes,
esta
noche.
ALONSO:
Dinos dónde.
MAYOR:
Prenderánle, como acierten
en casa
de una doña Ana
de
Castro, infaliblemente.
LUIS: ¿Dónde
vive?
MAYOR:
¿Qué sé yo?
Diránlo
sus portugueses.
CASILDA: Buscad
a San Pedro en Roma.
LUIS: Ella
está loca.
ALONSO:
¿Qué sientes,
hija? ¿Si me la han aojado?
MAYOR: Yo me entiendo y Dios me entiende.
Salen don BALTASAR, muy bizarro, y
CARREÑO
BALTASAR: Mil
veces sean bien venidos
a Madrid vuesas mercedes.
ALONSO: Y vos, señor, bien llegado.
¿Qué mandáis, pues?
BALTASAR: Que se quieten
todos
estos sobresaltos,
y doña
Mayor alegre
con su
mano mi esperanza.
LUIS: ¿Cómo
es eso?
BALTASAR:
No se altere
ninguno; Lucas Berrío
está
aquí; si ya no quieren
que sea
don Baltasar
de
Córdoba, que pretende
llevar
su esposa a su casa.
LUIS: ¿Quién
es su esposa?
BALTASAR: Bien pueden,
si
todos fueron testigos,
a sí
mismos responderse.
¿No nos
desposó su padre
en
Illescas? ¿Qué pretenden?
CARREÑO:
Encorozar nuestra novia,
si la
hacen casar dos veces.
ALONSO: Ésa fue
boda de burlas.
BALTASAR: Yo de
veras hablé siempre.
MAYOR: Y yo también.
LUIS: ¡Oh traidores!
Armas tengo que me
venguen.
FELIPE:
Perderéisos; don Lüís,
deteneos y, más prudente,
envidiad conformidades
que se
aman y os aborrecen.
Don
Baltasar es tan noble,
que en
Córdoba resplandece
para
gloria de su fama
la luz
de sus ascendientes;
seis mil
ducados de renta
la
senectud le promete
de un
siglo de años que presto
marqués
imagina verle;
mirad
con quién competís.
LUIS: Nada mi
sangre le debe;
mis
agravios, sí, infinito;
pero
Madrid tiene jüeces
y mi
satisfacción armas.
Vase
CARREÑO: Eso
sí, vaya y pleitee,
dejándonos a la novia.
Sale don DIEGO
DIEGO: Don
Baltasar, hoy suceden
las
cosas a vuestro gusto.
Don
Rodrigo, cuya muerte
fingió
el vulgo mentiroso,
está en
la corte y previene
confirmar cédulas nobles
con las obras, que agradece
mi prima, ya esposa suya.
BALTASAR: Siglos
en vez de años cuenten.
MAYOR: De ese
modo asegurada,
sólo
falta que nos eche
mi
padre su bendición.
ALONSO: Vaya,
pues que Dios lo quiere.
Mas
¿fue de veras también
el
desposorio solemne
de
Elena y de don Felipe?
FELIPE: Pues
¿de eso dudáis?
ALONSO: Celebren
unas y
otra vuestra industria.
CARREÑO: Y digan vuesas mercedes,
las nuestras ¿en qué
pecaron?
BALTASAR: Dote os
daré competente.
ALONSO: Vamos a
cenar agora.
BALTASAR: Esto y mucho más sucede
desde Toledo a Madrid,
aunque
es jornada tan breve.
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