Sale SEXTO de
labrador pobremente vestido; saca a
su padre muy viejo, vestido de
labrador, con un gabán
viejo, y sácale casi en brazos,
con báculo grosero.
Llámase PERETO, el viejo
SIXTO: Ya
es, padre, hora de almorzar.
Aquí
hace buen sol. Sabina,
saca un
banco en que sentar
nuestro
padre.
PERETO:
¡Peregrina
virtud!
¡Piedad singular!
Hijo, aunque viejo y cansado,
no tanto que si arrimado
a un
palo los pies provoco,
no
pueda andar poco a poco.
Soy ya viejo, estoy pesado;
ya de mis carnes molestas
la carga grave contemplo.
Suelta,
si ya no me aprestas
de la
cigüeña el ejemplo,
que
lleva a su padre a cuestas;
no
te canse, por tu vida,
pues,
la cosa más querida
de mi
vejez...
SIXTO:
Quien os lleva,
padre,
en el alma que aprueba
esta
obligación debida
a
quien el ser que me anima
me dió,
que sois, padre, vos,
es
razón que os lleve encima;
que el
padre, después de Dios,
la joya
es demás estima.
Y si
el padre es el segundo
después
de Dios en el mundo,
no es
bien que os parezca nuevo
si en
el hombro, padre, os llevo;
que en
buena razón me fundo,
aunque os espanto y asombro;
pues,
según naturaleza,
he de
llevar cuando os nombro,
padre,
a Dios en la cabeza,
y luego
al padre en el hombro,
que
es el segundo lugar
donde
se puede asentar
la
piedad en que me fundo,
pues sois, en fin, el segundo
que he de obedecer y amar.
PERETO: Ya sé que has de vencer,
hijo,
en razones; mas eso
conmigo
no ha de valer,
que no
es para tanto peso
tu
cuello, ni ha de traer
cosa
que le canse.
SIXTO:
¿Cómo?
Eso por
agravio tomo.
¿Causa
al noble cuello pena
el oro
que en la cadena
tiene
por liviano el plomo?
¿Cansa el honroso blasón
con que
el ilustre alemán
adorna
con el tusón
el
pecho, cuando le dan
las
insignias al sajón?
¿No
honra el francés decoro
con el
San Miguel de oro?
¿Qué? ¿Con la cruz de San Juan
al
español no le dan,
con la
encomienda un tesoro?
Y
quedando satisfechos,
ganan
honras y provechos,
sin que
el peso les oprima,
y llevan cruces encima
de los cuellos y los pechos.
Pues si en sus mayores
fiestas
son sus insignias aquéstas,
¿parecieran mejor ellos
con sus cruces a los
cuellos
que yo con
mi padre a cuestas?
PERETO: Como
en mi casa pajiza
descubierta a la inclemencia
del
cielo, cuando graniza,
su
soberana influencia
el
invierno fertiliza,
con
que, entre el tosco sayal,
eres
vela al natural,
que en
la linterna encubierta
a su
luz abre la puerta
por
viriles de cristal,
mil
cosas me pronosticas.
Quieran
los cielos que cobres,
hijo,
lo que signiflcas,
y que
estas montañas pobres
tu
dicha las vuelva ricas.
Mas
sí harán, que ya han mirado
el amor
que me has cobrado;
y honra
siempre su clemencia
la
paternal obediencia.
Sacan CAMILA Y
SABINA, de labradoras, una mesilla
con manteles, jarro y vaso y pan
y un torrezno, y un banco y una
silla de costillas
SABINA: Ea,
padre, ya está asado
un
torrezno de pernil,
verdugo
del hambre vil,
para
que la vuesa impida.
PERETO: ¡Ay, mi
sobrina querida!
Mi
vejez ve en ti su abril.
CAMILA:
Entre esas dos rebanadas
viene
que alienta su olor.
SABINA:
Comedlas, que están pringadas,
porque desde el asador
en las diversas jornadas
que al plato la lonja
hacía,
que las cumpliesen decía
las lágrimas que lloraba
y cada vez que llegaba,
y
enjugárselas quería,
como
en toalla de lino
descansaban sus enojos,
y lloraban, imagino,
los dos, dando el pan los
ojos,
las
lágrimas el tocino.
PERETO: ¡Qué
gracia! Camila amada,
parte.
SABINA:
Comé si os agrada,
aunque
está salado a fe.
PERETO: Por muy
salado que esté,
hija, estáis vos más salada.
Félix, siéntate aquí.
Ea, ¿no os sentáis las dos?
De rodillas
SIXTO: Padre, ya sabéis de mí
que siempre que coméis
vos,
gusto
yo de estar ansí.
PERETO: Ahora quiero que me des
este
gusto.
SIXTO:
Si lo es
vuestro, alto, enhorabuena.
Siéntanse todos
PERETO:
Almorzad, que hasta la cena
no habéis de comer los tres.
CAMILA: ¿Qué os dice, padre, la lonja?
PERETO: Que si
mirara de espacio
la
ambición y la lisonja
del
adulador palacio
que al
rico sirve de esponja,
el
que es de tu gusto esclavo
estimara más que el pavo,
el
francolín y el faisán,
pobre
mesa y negro pan,
añejo
jamón, y al cabo
dos
cascos de una cebolla,
que en
la labradora mesa
siempre
que anda el hambre en folla
son, en
vez de la camuesa,
mondadientes de la olla.
Porque aquí, todos sentados,
no hay
menos ni más honrados.
Todos
comemos al fin,
sin que
nos esté el rüín
contándonos los bocados,
como
en el palacio están.
CAMILA: Echáos
esta vez de vino,
que
cuidados, pena os dan.
PERETO: Sí, que
sin él, el tocino
es cura
sin sacristán.
A SIXTO
¿E
iréis hoy a Fermo?
SIXTO: Suelo
ir.
PERETO: Ya
que es tarde recelo.
SABINA: Dad
gracias, padre.
PERETO: ¡Pues no!
Quien aquí nos sustentó
nos
bendiga allá en el cielo.
TODOS:
Amén.
Álzanse la mesa
y levántanse
PERETO:
¿Quién ha de ir contigo?
SIXTO: Siempre
va Sabina.
Vase SIXTO
PERETO: Vaya;
A CAMILA
que tú
quedarás conmigo.
SABINA: Sí,
siempre ha de ser la maya,
Camila.
CAMILA:
También lo digo;
mas
yo sé que no te pesa,
en levantando
la mesa,
de ir
allá cada mañana;
porque
con cuerpos de grana
y
patena rabitiesa
te
vean los escolares.
¿Pará
qué muestras pesares?
SABINA: Hago
bien, ¿qué quieres tú?
PERETO: ¿Y qué
llevas?
SABINA:
Alajú,
turrón
de almendro; dos pares
de
cantarillas de arrope,
transparente como el ascua,
donde
el hombre el pan ensope;
castañas, fruta de Pascua,
que
cuando el hambre las tope
de
la gente escolaniega,
yo
apostaré que se pega
a
comprarlas como moscas
y aun
miel, nueces y roscas
llevamos; y apenas llega
al
mercado la borrica,
cuando
como tordos vienen
escolares, a quien pica
el
hambre, que se entretienen,
como
alguna es gente rica,
en comprarme en un instante
cuanto
les pongo delante,
y nos
dan aquestos riscos.
Ello
más de dos pelliscos
me
paso; aunque un estudiante
harto garrido me aguarda,
que, mientras vende la leña
mi
hermano, que a veces tarda,
me
defiende y aun me enseña
voluntad.
PERETO:
De ellos te guarda;
que
es mala gente.
SABINA:
¡Si soy
muy
boba yo cuando voy!
Si
llega al brazo desnudo,
con el
palo le saludo
y le
digo, "¿Haste de ir hoy?"
Tienme miedo.
Sale SIXTO
SIXTO: Aparejadas
están las jumentas; ea,
vamos.
CAMILA:
¿Están ya cargadas?
SIXTO: Sí,
hermana.
CAMILA:
Cosa que sea
que las calzas coloradas
se os olviden, como ayer,
y no las traigáis.
SIXTO: Por ver
la
gracia con que te enojas
no las traje.
CAMILA: Excusas frojas
son ésas; no han de valer.
SIXTO: Ea, las alforjas pon.
Echadme la bendición
como
soléis, padre mío.
PERETO: ¡Ay,
hijo! del cielo fío
que ha
de darte el galardón
que
tu obediencia merece
...................
[ -ece].
La
bendición que a Esaú
Jacob
hurtó, y pides tú,
mi
amor, Félix, te la ofrece.
Ruego al cielo que, pues él
mudó el
nombre en Israel,
lo mudes
tú, aunque es locura,
en
papa.
Bendícele y
levántanse
SABINA:
Barbero o cura
tomara
yo que fuera él.
SIXTO: Ea, vamos.
Aparte a SIXTO
CAMILA:
¡Buena cholla
tiene el viejo, cuando escapa
del
torrezno o de la olla!
SIXTO: Pues,
¿qué? ¿No puedo ser papa?
SABINA: ¿Quién,
tú?
SIXTO:
Yo.
SABINA:
¡Papateolla!
A su padre
SIXTO: Al sol os dejo. La mano
me dad,
y adiós.
Besa la mano
PERETO: Él te guarde.
Mira
que vuelvas temprano.
SIXTO: No hay
volver hasta la tarde.
CAMILA: Las
calzas de grana, hermano.
Vanse SIXTO y
SABINA
PERETO:
Hija, mi bien pronostico,
pues
que de Félix espero
las
venturas que publico.
CAMILA: Disputa
con el barbero.
Es
dimuño. Cuando chico
llevaba el calendario
al
cura, y el incensario,
y él
mismo le dijo un día
que si
estudiaba sería
sacristán y boticario.
Sale CHAMOSO,
pastor
CHAMOSO:
Pereto, Dios os mantenga.
PERETO: ¡Oh,
Chamoso! ¿Por acá?
CHAMOSO: ¿Dó
está Félix? Porque venga
conmigo; quizá será
rey,
que no hay quien convenga
los
zagales de Montalto.
PERETO: ¿Cómo?
CHAMOSO:
Todos pican alto
quitando y poniendo leyes.
Como es
la Pascua de Reyes,
cada
cual, de seso falto,
quiere esta Navidad ser
rey.
PERETO:
Ya sé la costumbre
que
aquí se suele tener
cada
año.
CHAMOSO:
Esta pesadumbre
no la
puede deshacer,
sino
vuestro hijo, Pereto,
que es
muy meolludo y discreto.
PERETO: A Fermo
a venderme va
leña; mas vamos, que allá
apaciguarlos prometo.
CAMILA: ¿Dó
vais, padre? Dejaos de eso.
PERETO: Camila,
mi amor travieso
hace
moza mi vejez,
y si
veo rey esta vez
a Félix,
saldré de seso.
Vanse
todos. Salen CÉSARO, de estudiante, y
DECIO, su criado de galán
DECIO: ¿Sólo un mes de ausencia puede
hacerte que a Laura olvides?
CÉSARO: ¿Al viento firmeza pides?
DECIO: ¿Viento, amor?
CÉSARO: Sí, y aun le excede.
DECIO: Diversas definiciones
he visto suyas, señor.
Unos le llaman furor,
y a sus efectos, pasiones;
otros dicen que es locura
o accidente que maltrata;
otros calidad innata
que al hombre inclinar procura
que ame de cierta edad
a quien tiene inclinación;
quien tal llama imperfección,
quien locura y liviandad.
El médico dice que es
cierto humor o destemplanza
de la sangre; semejanza,
el filósofo; interés,
la dama, y el desvarío
del astrólogo adivina
que es fuerza de astros que
inclina
a amar al libre albedrío.
Fuego le llamaron ciento,
pues que abrasa al que enamora,
y agua le llama el que ignora
mas nadie le llama viento.
CÉSARO: Pues nadie, Decio, le da
el nombre que le conviene.
Quien amor tiene, no tiene
sino viento.
DECIO: Bien está.
CÉSARO: Y así aguarda; quien ama
y al yugo de amor suspira,
¿no es porque primero mira
la belleza de su dama?
DECIO: Es verdad. De lo exterior
comienza amor su conquista.
¿Qué infieres?
CÉSARO: Verás tu error.
En fin, que cualquier amor
tiene principia en la vista,
y el obieto que se ve
es lo amado.
DECIO: Vé al efeto.
CÉSARO: Sí haré. Si la dama es el objeto,
para que en la vista esté
de quien la ha de amar, no
envía
sujeto bastante copia,
sujeto sí, que ella propia
mal en los ojos cabría.
Fuera de que es
circunstancia,
como muestra la experiencia,
que entre el objeto y potencia
haya debida distancia.
DECIO: Vengamos al fundamento.
Las especies que a los ojos
representan los despojos
de la dama ¿no son viento?
Sí, que para verte a ti,
desde el lugar donde estás,
especies al viento das
las cuales llegan a mí
y me enseñan tu retrato.
DECIO: Todo lo concedo.
CÉSARO: Pues,
claro está que lo que ves
es el viento, mentecato.
Luego si ama el pensamiento
la hermosura que miré,
y ésta sólo viento fue,
el amor no es más que viento.
DECIO: Bien tu opinión has probado.
Conforme a aqueso, señor,
nadie tendrá más amor
que un cuero cuando está hinchado,
porque es todo viento.
CÉSARO: Quiero
dejarte para importuno.
DECIO: Ahora sé que es todo uno
viento, amor, amante y cuero.
¡Pobre de Laura, que en vano
llora, Césaro, por ti!
CÉSARO: Decio, desde que salí
de nuestra patria, Fabriano,
y vine a Fermo a estudiar,
de Laura olvidé el amor.
¿Débole más que el favor
que una dama suele dar
a quien comienza a servilla;
una ventana, un semblante
risueño, una mano, un guante,
y cuando mucho, una silla
en su casa?
DECIO: ¡Aqueso es bueno!
¿Pues amor que había llegado,
señor, a verse ensillado
sabe tan poco de freno?
Es imposible.
CÉSARO: Yo sé
que el príncipe de Fabriano,
mi padre, y Julio, mi hermano,
tienen de holgarse en que esté
tan libre que a Laura olvide,
porque lo llevaban mal.
DECIO: Laura es mujer principal.
CÉSARO: Más prendas mi sangre pide,
que, aunque soy hijo menor,
en Italia ni en Sicilia
no hay más ilustre familia
que la Ursina.
DECIO: Es la mejor;
mas no mirabas en eso
habrá un mes cuando adorabas
a Laura y palabra dabas
de ser su esposo.
CÉSARO: El exceso
de amor disparates fragua
como esos. ¿Qué no dirá
Decio, el que hidrópico está
por echarse un golpe de agua?
De Laura no hay calentura,
y ya la sed acabó.
DECIO: La causa bien la sé yo.
CÉSARO: Dirás alguna locura.
DECIO: Diré que la villaneja
que cada día al mercado
viene, ese clavo ha sacado.
CÉSARO: Necio, disparates deja.
DECIO: Niégamelo, por tu vida,
que estoy yo ciego, señor.
Yo sé que en tu pecho, amor,
juega a "salga la
parida,"
y que a Laura ha rempujado.
CÉSARO: ¿Por qué?
DECIO: Porque te desvelas
mucho, Y más que las escuelas
cursas la plaza y mercado
de Fermo. Si las más veces
vienes, y en viéndola aquí
sin más crïados que a mí,
con ser quien eres, te ofreces
hablar con ella, de modo
que das nota a quien te ve;
y si quieres que te dé
razón que lo diga todo,
¿por qué me mandas comprar
cuanto aquí trae a vender?
¿Para qué puedes querer
lino tú, pues no has de hilar?
¿No me hiciste el otro
día
que me ensuciase la ropa
con una carga de estopa
que trujo?
CÉSARO: Harás que me ría.
DECIO: ¿De qué sirven tus cautelas?
¿Qué puede significar
hacerme ansí ayer comprar
una espuerta de pajuelas
que trujo? Dos aposentos
tengo llenos de despojos,
semejantes, de manojos
de cebollas, de
pimientos,
de tomillo, de romero,
de espliego...
CÉSARO: No digas más.
DECIO: ¿Tú espliego?, ¡Y me negarás
que es amor! O ¿eres barbero?
CÉSARO: Decio, la mayor venganza
que Laura tendrá de mí,
es que una villana ansí
me obligue a hacer tal mudanza.
Conflésote que la adoro.
DECIO: Fáciles muros contrastas.
CÉSARO: Ni perlas en conchas bastas,
ni en sayal guarnición de oro,
ni el sol que por la mañana
por nubes tienda el cabello,
sale más bizarro y bello
que la graciosa villana
entre el grosero vestido,
donde la naturaleza,
sin el arte, a su belleza
su poder todo ha rendido.
Si vieres la sal que tiene
cuando habla, aunque el lenguaje
corresponde con el traje;
si el donaire con que viene
a vender vieras despacio,
yo sé que me disculparas
y su aldea ventajaras
a la corte y el palacio.
Ocho días ha que salgo
a verla, y después de vella
quedo más muerto por ella.
DECIO: Pues di, ¿hasla dicho algo?
CÉSARO: Sí, mas diéronla los riscos
su aspereza.
DECIO: Todas son
gatos en camaranchón.
¡Do al diablo gatos
ariscos!
CÉSARO: No tanto que no me avisa
tal vez con los ojos bellos
que espere mi amor en ellos
lo que me ofrece su risa.
Y aunque con lengua grosera,
responde de cuando en cuando,
risueño el semblante y blando,
y en el mercado me espera,
porque mis deseos entiende.
DECIO: Mas porque ve el interés
que saca de ti después,
que a precio de oro te vende
sus rústicas mercancías.
CÉSARO: Antes juzgas como necio;
porque sólo el justo precio
toma, sin que mis porfías
la hayan podido obligar
a que un anillo reciba.
DECIO: Una condición esquiva
ansí suele comenzar.
Ella se ablandará cuando
al interés no resista,
que no hay mejor tomista
que la que empieza en
"Durando."
Pero. ¿aguárdasla hoy?
CÉSARO: Ahora
vamos, que ya habrá venido.
DECIO: ¡Pobre Laura! ¡Que ha podido
una grosera pastora
quitarte la posesión,
que el sayal quieres que tome!
Mas ¿qué mucho? Si hay
quien come
vaca mejor que un capón.
Vanse
CÉSARO y DECIO. Salen SABINA, con
alforjas,
y SIXTO
SABINA: Estas paredes son, hermano, el sitio
donde sueles vestirte. Los
jumentos
dejo paciendo en unas verdes
mielgas.
Cerca estamos de Fermo; ¿has de
mudarte
de escolar, como sueles?
SIXTO: ¿Pues no,
hermana?
SABINA: Saco, pues, el manteo y la sotana.
SIXTO: El cielo mis intentos favorece.
Cuatro años ha que estudio; y
que tu vendes
las rústicas alhajas que te compran,
mientras estudio yo. La causa de esto,
aunque no te la he dicho hasta
este punto,
es ésta; que a tu amor será mal
hecho
no revelarte cuanto esconde el
pecho.
Saca
de las alforjas todo el vestido de estudiante
y
un vademeco, y vase vistiendo
Un día que, como otros, en la
plaza
de esta universidad vendía
contigo
los miserables frutos que la sierra
a quien cultiva su aspereza
ofrece,
se llegó un estudiante, que con
otros
entre una carga de cabritos
tiernos
estaban escogiendo los más
gordos;
y reparando, con notables veras,
en las facciones de mi rostro un
rato,
y advirtiéndome ser el que regía
la cátedra sútil de Matemática,
me pidió que le diese larga
cuenta
de mi edad, patria y nombre,
en qué mes y en qué día salí al
mundo,
porque miraba en mi fisonomía
pronósticos notables de ventura,
correspondiendo con su
pensamiento
la dicha de mi humilde
nacimiento.
Reíme, imaginando que eran tretas
de estudiantes fisgones, y
dejéle;
pero de suerte a persuadirme
vino
a que hablaba de veras, que
obligado
a escucharle por ver en su
persona
partes dignas de darle honrado
crédito,
lo mejor que yo supe satisfice
a sus preguntas, advirtiendo que
era
de humildes padres, y mi pobre
patria
las grutas toscas de Castel
Montalto;
que un miércoles nací, que era a
catorce
de diciembre, según solía mi
madre,
que Dios haya, decirme, y ser el
año
en que al mundo salí mil y
quinientos
y veinte y uno; Félix solamente
en el nombre de pila, e infelice
en todo lo demás; pues no hay
ventura
adonde siempre la pobreza dura.
Quedó suspenso, y arqueando
después las cejas, dando un
grande grito,
"Félix," dijo,
"las obras corresponden
con el nombre, de modo que tu
dicha
tres coronas ofrece a tu cabeza;
si tomas una, con que serán
cuatro.
En una religión estudia y deja
el rústico ejercicio, que las
letras
prometen ensalzar tu nombre y
fama.
En estrella naciste venturosa.
Ten cuenta con el miércoles, que
es día
en que has de ser dichoso, sin
que tengas
felicidad que en él no te
suceda.
Tu ingenio fertiliza el cielo
pio;
sigue las letras y el consejo mío."
Fuese. ¡Qué de suspenso
volví a casa!
Y, cavando en aqueste
pensamiento,
dispúseme, a pesar de la
pobreza,
estribo vil de inclinaciones
nobles,
a seguir del astrólogo el
consejo.
Volví a buscarle, y hallé que
era ya muerto;
pero no desmayé por eso un
punto;
antes vendiendo mis humildes
ropas
a los serranos de mi pobre
sierra
y llegando también algún dinero
de lo que iba vendiendo cada
día,
compré secretamente a un
estudiante
este vestido, y de tu amor
fïado,
ha ya cuatro años, con ayuda
tuya,
cual ves, que en estudiante me
transformo.
Bien es verdad que en nuestro
pueblo el cura
a leer y escribir me enseñó un tiempo
y un poco de gramática, y con
ella
aprovecho de modo en los
estudios
que todos me celebran y
respetan;
mas no porque ninguno hasta este
punto
sepa quien soy; adonde vivo; adonde
me escondo, cuando salgo de sus
cursos;
porque como me esperas aquí, y
luego
me vuelvo a mis groseras
antiparas,
de modo los deslumbro y causo
espanto
que hay quien piensa que es todo
por encanto.
Éste, Sabina mía, es el suceso
de mi historia.
SABINA: Y a fe que es agradable.
Mete
el vestido de labrador en las alforjas
SIXTO: Yo espero en Dios que presto he de pagarte
lo mucho que te debo.
SABINA: Estudia, hermano;
que no será pequeña tu ventura
si fueres sacristán del pueblo o
cura.
SIXTO: Dame esos brazos, mi Sabina cara.
SABINA: ¡Qué bien te está el vestido! Ser
mereces
calóndrigo, y pardiez que lo
pareces.
SIXTO: Ves a vender la leña.
SABINA: No repares
en eso. Adiós, que vienen
escolares.
Vase
SABINA
SIXTO: Si Cleantes de noche agua sacaba
para vender, por estudiar de
día,
y en la atahona donde el pan
molía
nombre a sus letras y virtudes daba;
si Plauto, por ser sabio
mendigaba,
y a un pastelero mísero servía;
si Euménides en hüesos escribía
a falta de papel que no
alcanzaba,
si ha habido quien en el
imperio altivo
por el cetro trocando el aguijada
a célebres historias dio motivo;
si a Pedro pescador Roma
agradaba,
no será mucho, aunque pobre
vivo,
por letras venga a ser...
VOZ: O papa, o nada. Dentro
SIXTO:
Precedióme a la razón
una voz
cuyo sentido
me ha
dejado suspendido;
y si
pronósticos son
señal de algún bien futuro
muchas veces para un hombre,
y
siendo Félix mi nombre,
serlo
en las obras procuro,
ya
he visto pronosticada
mi
felicidad aquí.
El
cielo dijo por mí
que he
de ser o papa o nada.
Salen MARCO
Antonio y POMPEYO, de camino
MARCO: O
papa o nada pretenda Dentrro
ser el
cardenal Colona,
pues
tan digna es su persona
de la
tiara.
POMPEYO: No entienda
Roma
que de su elección
poca
gloria ha de tener;
mas
temo que le ha de hacer
notable
contradicción,
entre otros, el cardenal
Carrafa.
MARCO:
El senado grave
del
conclave, primo, sabe
que no
hay sujeto papal
más
digno de la elección
que mi
tío.
POMPEYO:
Quiera el cielo
asegurarme el recelo
con que
estoy.
SIXTO:
(Estos dos son Aparte
Colonas. La Vicaría
de
Cristo debe estar vaca.
MARCO: Si el
cónclave no le saca
ahora
en vano porfía
mi
tío.
SIXTO:
Informarme quiero
de lo
que es.
Sale FABIO,
criado de POMPEYO
FABIO:
Ya están aquí
los
pastores.
POMPEYO:
Primo, vení.
Vanse los dos
POMPEYO y MARCO Antonio
SIXTO: ¿Qué es
esto?
FABIO:
Paulo Tercero
es
muerto.
SIXTO:
¡Válgame Dios!
FABIO: Es el
cardenal Colona.
pretendiente.
SIXTO: Su persona
lo
merece.
FABIO:
Son los dos
sobrinos y a Roma van
para
ver de este suceso
el fin.
SIXTO: Las manos os beso.
Vase FABIO
SIXTO: Nuevos
alientos me dan
mis
deseos. A buen punto
mis
palabras atajaron
cuando
me pronosticaron
el bien
que he de gozar junto.
El
astrólogo me dijo
que si en religión entraba,
tres
coronas me guardaba
mi
dicha. El hábito elijo
en
San Francisco, después
que de
doctor gradüado
pueda
tomar otro estado,
que éste mi deseo es.
La
ciencia es mi enamorada,
por letras he de valer.
¡Alto! a escuelas, que he
de ser,
aunque
pobre, papa o nada.
Vase
SIXTO. Salen SABINA con un jumento cargado
de
leña y fruta, y un palo en la
mano, y CÉSARO,
estudiante galán
SABINA: ¡Jo,
parda! Verá el dimuño
cual
va. ¡Jó, burra! ¡Qué aguda!
Porque
el hijo deja en casa
quiere
volverse. ¡Jo, burra!
CÉSARO: Serrana
bella, escuchadme,
hablad
siquiera.
SABINA: So muda.
CÉSARO: ¿Muda o
mudable?
SABINA: Eso no.
CÉSARO: ¿Pues
nunca os mudaréis?
SABINA: Nunca.
CÉSARO:
¿Luego nunca imagináis
quererme?
SABINA:
Quiérale Judas.
CÉSARO: ¡Ay,
quién os diera un abrazo
aquí!
SABINA:
¡Arre, que se burla!
CÉSARO: Escuchad, serrana bella.
SABINA: Juegue
limpio, que soy dura,
y tenga
quedas las manos
que sé
poquito de burlas.
Dale con el
palo
CÉSARO: Todo
esto es amor.
SABINA: Amor
quiere que se le sacuda.
Llegue,
que el amor y el polvo
dicen
que a palos se curan.
CÉSARO: No sé
qué tengo en este ojo,
¿queréis soplármele?
SABINA: Acuda
a los fuelles del herrero.
CÉSARO: Soplad.
SABINA:
¡Arre, que se burla!
CÉSARO: ¡Qué
sal!
SABINA:
¡Oh! soy muy salada.
CÉSARO: Mi
tormento os lo asegura,
porque
me matáis de sed.
SABINA: Habrá
comido aceitunas.
CÉSARO:
Oíd.
SABINA:
Señor escolar,
vaya con Dios, que son muchas
tantas burlas y
chufetas;
y en mi
vida comí chufas.
Déme el
dinero si quiere
de mi
leña y de mi fruta,
que
anochece y vivo lejos,
y tiene
la bolsa dura.
CÉSARO: Siempre
dilato el pagaros,
porque
teme mi ventura
que os
vais luego y me dejáis,
serrana
del alma, a oscuras.
SABINA: ¿Pues
soy yo candil?
CÉSARO: Sois sol
que mis
tinieblas alumbra.
SABINA: ¿No ve las uñas que tengo?
¿Por
qué quiere sol con uñas?
CÉSARO: Porque
me aso como el fénix
en
él.
SABINA:
¿Que se asa?
CÉSARO: Sin duda.
SABINA: Pues aun no está bien asado
su
mercé.
CÉSARO:
¿Por qué?
SABINA: Aun no suda.
CÉSARO:
¡Pluguiera a Dios que sudara;
y fuera
señal segura
que de
la fiebre de amor
declinaba ya la furia!
SABINA: ¿Luego
está calenturiento?
CÉSARO: De mi
amor las llamas puras
me
abrasan; tened el pulso,
poned
mi tormento en cura.
SABINA: ¡Mas arre!
CÉSARO: Acabad, tomadle;
¡ea!
SABINA:
Désele a mi burra,
que
nació cas del albéitar
y sabe
de calenturas.
CÉSARO: Yo sé
que habéis de quererme.
SABINA: Poco
sabe si no estudia
más.
CÉSARO:
Llegad, dadme una mano;
¿queréis?
SABINA:
¡Arre, que se burla!
CÉSARO: ¿Saben
en vuestro lugar
lo que
es amor?
SABINA: ¡Ya pescuda!
¿pues no lo habían de saber?
Desde
el porcarizo del cura,
ellos
deben de pensar
que no
rompe caperuzas
amor,
si brocado y seda
nada
escupe.
CÉSARO:
Pues, escucha.
¿Qué es
amor?
SABINA:
Debe de seer
erizo
que pica y punza
el
alma, o mango de sastre
cargado de sus agujas.
CÉSARO: ¿Has amado?
SABINA:
Tanto cuanto.
CÉSARO: ¿Gustas
de amar?
SABINA:
¿Quién no gusta?
CÉSARO:
¿Quítate el sueño?
SABINA: No, duermo.
CÉSARO: ¿Pues
cáusate pena?
SABINA: Alguna.
CÉSARO: ¿Ha
mucho le quieres?
SABINA: No.
CÉSARO: Pues
dilo.
SABINA:
Es desenvoltura.
CÉSARO: ¿No es
tu igual?
SABINA: Es mucho más.
CÉSARO: ¿Será
tu esposo?
SABINA: Estó en duda.
CÉSARO: ¿Ámate?
SABINA:
Dice él que sí.
CÉSARO: Pues
basta.
SABINA:
No estoy segura.
CÉSARO: Dime
quién es.
SABINA:
¿Para qué?
CÉSARO:
Mataréle.
SABINA:
¿Por qué injuria?
CÉSARO: Porque
te ama.
SABINA:
¡Arre que se burla!
CÉSARO: ¡Ay de
mí!
SABINA:
¿Siéntelo?
CÉSARO: Mucho.
SABINA: ¿Tanto
me quiere?
CÉSARO: Es locura.
SABINA: Pues,
júrelo.
CÉSARO:
¡Por tus ojos!
SABINA: ¿No
más?
CÉSARO:
Y por tu hermosura.
SABINA: ¿Es muy
noble?
CÉSARO: Soy Ursino.
SABINA: Y yo
villana.
CÉSARO:
¿Amor no ajusta
desiguales muchas veces?
SABINA: Cuando
su llama asegura.
CÉSARO: Luego
iguales los dos somos.
SABINA: No hay
amor en parte alguna.
CÉSARO: ¿Pues
qué es aquéste?
SABINA: Engaño.
CÉSARO: Mucho
sabes.
SABINA:
So muchacha.
CÉSARO: ¿Es
galán tu amante?
SABINA: Lindo.
CÉSARO: ¿Muy
alto?
SABINA:
Como una grulla.
CÉSARO:
¿Gentilhombre?
SABINA:
Como un Mayo.
CÉSARO: ¿Muy
discreto?
SABINA:
Más que un cura.
CÉSARO: ¿Qué
talle?
SABINA: De aquese talle.
CÉSARO: ¿Qué
cara?
SABINA:
Como la suya.
CÉSARO: ¿Soy yo
acaso?
SABINA:
¿Querrá él sello?
CÉSARO: ¡Pues
no!
SABINA:
¡Arre, que se burla!
(¡Valga el diablo el escolar! Aparte
Quillotrada estoy sin duda,
o es
amor el que me come,
o son
cosquillas o pulgas.)
CÉSARO: ¿Que no
me crees?
SABINA: No lo creo.
CÉSARO: ¿Pues
qué haré?
SABINA:
Comer las truchas
de
aquí, que diz que se pescan,
señor,
a manos enjutas.
¿Para
qué quiere sardinas
del
aldea, que aunque hay muchas
son muy groseras y caras?
CÉSARO: Sobre
gustos no hay disputa.
Dame
esa mano.
SABINA:
¿A qué fin?
CÉSARO: Diré mi
buena ventura
a la
tuya.
SABINA:
¿Sois gitano?
CÉSARO: ¿Qué
no es amor?
SABINA: ¡Ah, hi de pucha,
qué
bien sabes quillotrar!
¡A fe
que sois mala cuca!
Dale la mano a
CÉSARO
CÉSARO: ¡Qué
blanca!
SABINA:
Como carbón.
CÉSARO: Dime,
pues, la patria tuya.
SABINA: Ya no
os puedo negar nada.
Castel
Montalto y sus grutas
es mi
patria humilde y pobre;
y tan
baja mi fortuna
que mi padre
y tres hermanos
heredamos de la cuna
una
casa sin tejado,
treinta ovejas y dos burras.
Pereto a mi padre llaman,
mi
nombre es Sabina, y una
hermana
que me dió el cielo,
más
fresca que las lechugas,
se
llama Camila; Félix
es mi
hermano, que procura
el
regalo de mi padre,
con tal
piedad y cordura,
que
espero en Dios le ha de hacer
mil
mercedes. Si es que gustas,
señor, de muesa pobreza
y muesas peñas incultas,
esto sólo soy y tuya,
que es
lo más que tener puedo,
si como
noble procuras
que la
joya de mi honor
ni se
rompa ni destruya;
que la
guardo por ser sólo
lo que
debo a la Fortuna.
CÉSARO: Sabina
sabia, ya entiendo
tus
palabras. La hermosura
de esos
ojos vale más
que
cuanto mi sangre ilustra.
Fía de mí, que soy noble,
y que las palabras tuyas
por ser tan castas y
honradas
el oro
de mi fe apuran.
Yo iré a tu lugar mañana
fingiendo que en la espesura
de sus
montes ando a caza.
Ocasión
de vernos busca.
Verás
cuanto puede Amor.
Aquesta
cadena es tuya
y aquestos brazos tras ella.
SABINA: Lo
postrero no, que es mucha
licencia. Esotro recibo
por su
amor y por mi fruta.
CÉSARO: En fin,
¿me quieres?
SABINA: No sé.
CÉSARO: ¿Serás mía?
SABINA:
Seré suya.
CÉSARO:
¿Cuándo?
SABINA:
El tiempo lo dirá.
CÉSARO: ¿Quién
lo puede hacer?
SABINA: El cura.
CÉSARO: Dame en
señal una mano.
SABINA: Luego.
¡Arre, que se burla!
Vanse los dos.
Llega CÉSARO a abrazarla, y
vase sin abrazarla. Salen dos
ESTUDIANTES
ESTUDIANTE 1: Ya
descubrí el estudiante
que a
Fermo y comarca asombra.
ESTUDIANTE 2: ¿De
veras?
ESTUDIANTE 1: Félix se nombra.
Cosa os
diré que os espante.
Desde el cuello le seguí
por
saber si por los vientos
con
alas de encantamentos
volaba;
y fuera de aquí,
tras
una casa caída,
vi que
una hermosa villana,
a quien
dio nombre de hermana,
con su
tardanza afligida,
a
desnudarle acudió
la
sotana y el manteo.
ESTUDIANTE 2: ¿Qué
dices?
ESTUDIANTE 1:
Aún no lo creo.
ESTUDIANTE 2: Y,
¿pues?
ESTUDIANTE 1:
De un costal sacó
un
traje rústico y vil,
y
vestido en un instante
fue
pastor nuestro estudiante.
ESTUDIANTE 2: ¡Hay
enredo más sutil!
ESTUDIANTE 1:
Metió en el saco al momento
el
escolástico traje,
y
vuelto al tosco lenguaje,
cada
cual en un jumento
subió; y la hermosa villana
dijo, "Félix, aguijemos,
que anochece, y aún tenemos
seis millas que
andar." "Hermana,"
respondió, "yo sé que falto
a mi
padre, que me espera;
no
puedo más; yo quisiera
estar
ya en Castel Montalto.
Mas
caminemos, que presto
liegaremos." Y picando
se
fueron los dos, quedando
suspenso yo.
ESTUDIANTE 2:
Habéisme puesto
en admiración extraña.
¡Castel
Montalto es su tierra!
ESTUDIANTE 1: ¿Las
peñas de aquesa sierra
y el
rigor de una montaña
tal
ingenio crïar puede?
ESTUDIANTE 2: Mañana
ha de venir;
pues, a fe, que he de decir
quién es, y sin que lo
vede
su
poco nombre y estima,
con
todos hemos de hacer
que a
Fermo le haga oponer
a la
cátedra de prima.
ESTUDIANTE 1: Eso
será lo mejor.
ESTUDIANTE 2: No vi
cosa semejante.
ESTUDIANTE 1: En un
punto fue estudiante
el que
en otro fue pastor.
Vanse los ESTUDIANTES. Salen SIXT0, de villano, y
SABINA
SIXTO: Aún
no ha, hermana, anochecido,
y
estamos en casa ya.
SABINA: Bueno,
ni anochecerá
en esta
hora.
SIXTO:
Hemos venido
todo
el camino corriendo.
SABINA: (¡Ay,
escolar robador! Aparte
Si esto que tengo es amor
de
amores me estoy muriendo.)
SIXTO: (Mi
imaginación honrada Aparte
me está
consumiendo en mí
desde
el instante que oí
la voz
del ser papa ó nada.
Voces de fiesta
dentro
SABINA:
Félix, ¿qué voces son éstas?
SIXTO: Llégase
la Pascua ya,
y
alguna fiesta será.
SABINA: No está
el alma para fiestas.
Salen PASTORES
con MÚSICA, PERETO y CAMILA.
Cantan
MÚSICA: "Viva
Félix felice,
de
los mozos rey;
que
la Pascua de Reyes
ya de flores es."
UNO: "Su rey los serranos
le acaban de her;
Dios le haga de veras
lo que en juego es
obispo ó barbero,
papa
o sacristén.
Denle la obediencia
con
el parabién
los
que haciendo fiestas
le
vienen a ver."
TODOS: "Viva
Félix felice,
de
los mozos rey,
que
la Pascua de Reyes
ya
de flores es."
CAMILA:
Hermana, dame esos brazos.
PERETO: Enojado
te esperaba
el amor
que mi vejez
tiene
con tu tardanza.
De rodillas
SIXTO: No he
podido, padre, más.
Dadme
esa mano.
CAMILA:
¿Y mis calzas?
SIXTO: Dentro
las alforjas vienen
con una
patena y sarta.
CAMILA: ¡Vivas
mil años! ¿No ves
cómo
los de la comarca
te han
hecho rey esta tarde
para
holgarse aquesta Pascua?
CHAMOSO:
Pardiez, que no faltó voto.
PASTOR 3: Señal
que a nadie le falta
el amor
que todos muestran.
SIXTO: El que
les tengo me pagan.
CHAMOSO: ¡Viva
Félix, nueso rey!
TODOS: ¡Félix
viva!
PASTOR 2:
¡Hola! Saca
una
silla de costillas.
Sácanla y
siéntanle
Dejéislo
por una vara
de
alcalde de muesa aldea.
SIXTO: Vayan
por colación.
PERETO: Vayan.
Traigan tostones y peros,
pan, turrón, vino y castañas.
PASTOR 2: ¿Adónde
está la corona?
CHAMOSO:
Quedóse, pardiobre, en casa.
PASTOR 2: Ve por
ella.
CHAMOSO:
Vivo lejos.
PASTOR
2: ¿Pues qué hemos de her?
CHAMOSO: Aguarda,
entraré
dentro en la igreja,
y una corona dorada
quitaré
que puesta tiene
San
Luis, el rey de Francia.
PASTOR 1: No te
vengan lamparones
si los
santos desacatas.
CHAMOSO: No
desacato, antes quiero
que a
Félix merced le haga.
Habla CAMILA a
su hermana
CAMILA: ¿De qué
estás melenconiosa?
SABINA: Tengo
quillotrada el alma.
CAMILA:
¿Quillotrada cómo?
SABINA: ¡Ay, Dios!
Saca CHAMOSO
una tiara de tres coronas y
pónesela en la cabeza a SIXTO
CHAMOSO: Veisle
aquí ya coronado.
PASTOR 1: ¡Ao!
¡La corona de Papa
que
tien puesta San Gregorio,
le
puso!
PERETO:
¿Qué has hecho?
PASTOR 2: Estaba
un poco
oscura la igreja,
y
pensando que quitaba
la del
rey, quitéle estotra;
pero
buena pro le haga.
SIXTO: (¿Qué
es esto, piadosos cielos, Aparte
tantos
pronósticos? Bastan
los que
he visto, que me inquietan
los
pensamientos y el alma.
Bien
viene aqueste presagio
ya con
las propias palabras
del
astrólogo y la voz
que
tanta inquietud me causan.
¿Qué
aguardo que no ejecuto
el
principio que me manda
el
cielo para este fin?
Francisco, vuestra orden sacra
me ha
de recibir por hijo.
A Escuti
me iré mañana
donde
los claustrales tienen
una
noble e insigne casa;
el
hábito he de pedirles
que ya
es cierta mi esperanza,
y ha de
salir victoriosa,
pues
hoy los cielos la amparan.)
PERETO: Bien te
dice la corona.
CAMILA:
Chamoso, ¿no tien la cara
buena
para papa?
CHAMOSO: Buena.
PERETO: A
serlo, ¿qué no faltaba>
PASTOR 1: Que de
menos le hizo Dios.
CHAMOSO: Es verdad, y boqueaba.
CAMILA: La
colación nos espera.
CHAMOSO: No te
quitéis la tïara.
Será
rey pontifical.
SIXTO: (¡Qué
inquieta llevo el alma!) Aparte
CHAMOSO: Venga
en brazos.
PASTOR
1: Bien has dicho.
TODOS: ¡Viva Félix!
CHAMOSO:
Silvio, canta.
SIXTO:
(Pontífice soy de burlas; Aparte
pues
Pedro de vuestra barca
he de regir el timón,
porque he de ser papa o
nada.)
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