Música y
acompañamiento de
universidad. Detrás de todos SIXTO, de fraile
francísco, con bonete en la
cabeza, con borla blanca, y a
su lado RODULFO, caballero muy
galán
RODULFO:
Gocéis el honroso estado,
padre,
que Fermo os ofrce
pues el
grado que os ha dado
da
muestras que lo merece
vuestro
ingenio en sumo grado.
Goce
vuestra religión
la
dicha que con razón
vuestro
nombre pronostica,
fray
Félix, pues queda rica
por vos
su congregación.
Goce
vuestra habildad
Fermo,
aunque viviendo vos
ha de
haber dificultad
en
distinguír de los dos
cuál es
la universidad;
pues
si se encierran en ella
todas
las ciencias, vencella
merece
vuestra fortuna,
pues no
hay facultad alguna
que no
os iguale con ella.
Y
así en esa borla fundo
vuestro
ingenio sin segundo,
pues os
la da el cielo franco
blanca,
por ser vos el blanco
de las ciencias en el mundo.
Padre, el cardenal, mi
tío,
vuestra
habilidad conoce,
pío en
nombre, en obras pío;
y para
que el mundo os goce,
que
dirá de vos confío,
al
Papa, para que pueda
apoyar
vuestra ventura.
SIXTO: Si á
tan buena sombra queda
mi
humilde suerte segura,
¿qué
envidía habrá qure la exceda?
Yo
soy hijo de un villano;
pero ya
nuevo ser gano,
pues si
tan bajo me halláis,
ya los
dos me levantáis,
pues
los dos me dais la mano.
RODULFO:
Andad, padre, y descansad,
que yo
os prometo de hacer
que
ensalce Su Santidad
vuestro
humilde y pobre ser
y honre
vuestra habilidad.
Aquéste es vuestro convento.
La
universidad podrá
volverse.
SIXTO: (Buen fundamento Aparte
el
cielo á mi dicha da.
No
desmayéis, pensamiento.)
Vanse
todos. Salen PERETO, SABINA y CAMILA, y
detienen a SIXTO
PERETO:
Félix, hijo.
SABINA:
Con la prisa
que se
va, hermano...
SIXTO: ¿Qué es esto?
Mi
padre y tu voz me avisa.
SABINA: La
caperuza le han puesto
del
cura.
CAMILA:
¡Linda divisa!
SIXTO: ¿Qué
nuevo aliento, amado padre mío,
os trae
a Fermo, vos que de la cama
apenas
a la iglesia el cuerpo frío
podíades mover?
PERETO: Hijo, quien ama
remoza
su vejez y cobra brío;
que
amor, con ser tan viejo, no se llama
sino
niño, que al viejo vuelve mozo;
si
viejo soy, con verte me remozo.
Dijéronme en Montalto que este día
te
honraba esta ciudad con un bonete
y una
borla que blanca te ponía
tu
orden porque Italia te respete;
y como
la honra tuya es honra mía,
el gozo
me animó que me promete
tu vida
deseada. Al fin a Fermo
me he atrevido a venir viejo y
enfermo.
Hoy es miércoles, hijo, y hoy
has sido
con esa nueva dignidad
honrado;
en este
día sólo hemos tenido
las venturas
que el cielo nos ha dado;
en
miércoles te vió Italia nacido,
en
miércoles te vimos bautizado,
en
miércoles ese hábito tomaste,
y hoy
que es miércoles, Félix, te graduaste.
En miércoles, en fin, mi fraile, espero
que has
de honrar nuestro rústico linaje.
SIXTO: Si la
Fortuna, padre, como os quiero
me
ayuda, aunque la envidia más me ultraje,
Italia
os la tendrá.
SABINA: No os considero
muy
grave fraile; como en ese traje
estáis,
ya no hacéis caso de Sabina.
A fe
que estoy enojada.
CAMILA: Y yo mohina.
SIXTO: ¡Ay, compañera en mis estudios! Sabe
el
cielo que eres de mis gustos vida.
CAMILA: Ya no
hacéis caso de nadie; estáis muy grave.
SIXTO: Jamás
lo que te quiero se me olvida,
Camila
amada. Porque no hay quien lave
la ropa
en el convento, ya sabida
vuestra
pobreza, si gustáis quisiera
que
fuéredes desde hoy su lavandera.
Seis
reales os darán cada semana
y de
comer, que así lo ha prometido
el
padre guardián. Venid mañana
por la
ropa.
CAMILA:
En buen hora.
SIXTO: Y lo que os
pido
es que, ayudándoos tú querida
hermana,
regaléis nuestro padre.
PERETO: Siempre he
sido
en esto
venturoso.
SIXTO: Y dad contento
con
vuestro buen servicio a este convento;
haced la ropa limpia y olorosa.
CAMILA: Más
blanca ha de venir que la cuajada,
y de
las hojas del poleo, la rosa
y trébol llena.
SIXTO: Sed muy aseada.
SABINA: No hay
labradora sucia ni asquerosa;
y más
Camila, que es leche colada.
CAMILA: Ya es
hora que nos vamos, que anochece.
PERETO: ¡Qué
corta aquesta tarde me parece!
SIXTO:
Padre, adiós.
PERETO: Él te vuelva
brevemente
a mis ojos.
SIXTO: Sí hará. Dadme esa
mano.
De rodillas
PERETO: Eres de
misa; ya no lo consiente
tu
dignidad.
SIXTO:
Si el trono soberano
de Roma
coronara aquesta frente
con la
tïara del pastor romano,
me
levantara de su sacra silla
y os la
besara hincada la rodilla.
Adiós, Camila; adiós, Sabina amada;
id con
Dios.
Abrázalos
SABINA:
Aun no habemos vendido
nuestra
leña.
SIXTO:
Iréis de camarada,
padre,
con los serranos que han venido
al
mercado.
CAMILA:
No hayáis temor de nada,
que
hartos irán con él.
SIXTO: Padre querido,
mirad
que no caigáis.
SABINA: Que no hará,
hermano.
SIXTO: ¿Anda
bien el jumento?
SABINA:
Bien y llano.
Vanse
todos. Salen RODULFO y el maestro
ABOSTRA,
fraile franciscano
RODULFO: El
cardenal, mi señor,
como en
su aumento se emplea,
ver a
fray Félix desea
del
papa predicador.
ABOSTRA:
Vuestro tío el cardenal,
señor
Rodulfo, se inclina
a una
persona muy dina,
sabia,
noble y principal.
¿Para semejantes puestos
como el
púlpito romano
es bien
honrar a un villano,
y dejar tales supuestos
como hay en mi religión?
RODULFO: Fray Félix es noble y grave;
Italia y el mundo sabe
las
letras y erudición
de fray Félix.
ABOSTRA: Las ovejas
que ayer le vimos guardar
le
deben calificar.
RODULFO: A pesar
de vuestras quejas,
padre, su virtud apruebo,
que
aunque la nobleza pueda
ilustrar a quien la hereda,
al que
la gana de nuevo
ensalza el mundo y alaba;
pues
porque más se aventaje,
comienza en él su linaje,
y en otros el suyo acaba.
Mas, pues traigo
comisión
del
cardenal, quiero dar
hoy a
la envidia lugar
que
deshace su opinión.
¿Qué
sujetos hay aquí
que al
papa predicar puedan?
ABOSTRA: Muchos
que en la sangre heredan
letras y virtud; que en mí
no hay envidia, mas deseo
de ver premiar nobles canas,
y en ellas doctrinas sanas,
y no en un mozo.
RODULFO: Ya lo veo.
ABOSTRA: Doce
son los que contiene
este
papel. Cada cual
fama,
experiencia y caudal
para
aquese cargo tiene.
Ya
Roma sabe quien es
el
maestro Tolentino.
El
predicador divino
tuvo
por nombre después
que
con aplauso notable
le oyó
la curia romana.
Rainaro
ya es cosa llana
que es
un púlpito admirable.
Pues
fray Marcos de Espoleto
tras sí
se ha llevado el mundo;
el
Pablo, llaman, segundo
al
elegante Cursieto.
Florencia dijo por él
este
Adviento, al capuchino,
el
celebrado Antonino
se
llamaba Cademiel;
y
yo, que soy el menor,
no ha
un mes que en la sacra curia...
RODULFO: Basta.
A nadie se hará injuria.
Echar suertes es mejor,
que pues tan iguales son,
para juzgar como a sabio
no
quiero hacer a once agravio
por
honrar á uno.
ABOSTRA: Es razón
ésa
muy justa. Ya están
todos
dentro.
Sacan una urna
de plata, y meten las cédulas
RODULFO:
El que saliere
primero, ése se prefiere
a
todos; y aunque les dan
en los sermones la fama,
nadie,
padre, me parece
que
entrar en suerte merece
como
fray Félix; mas ama
mucho las escuelas, lea
agora,
aunque no predique
al papa, y Fermo publique
lo que
en él el cielo emplea.
ABOSTRA: Guíe
el cielo soberano
mis
dedos donde el deseo
pretende, que ahora veo
mi bien
y mal en la mano.
La primera que he topado
saco.
RODULFO:
Desdobladla, pues.
ABOSTRA:
¡Válgame el cielo!
RODULFO: ¿Quién es?
ABOSTRA: Fray
Félix. Mas si no ha entrado
en
suertes ¿cómo ha salido?
RODULFO: Dale su
virtud favor;
pero
alguno por error
la debe
de haber metido
con
los demás.
ABOSTRA: ¿Qué es aquesto,
cielos?
¡Que hasta un villano
me haga punta!
RODULFO:
Salió en vano.
Aunque
es tan gran supuesto,
no
ha de ir fray Félix a Roma.
Rasgadla, y volved a sacar
otra.
ABOSTRA:
¡Queraísme ayudar,
cielos,
que si una vez toma
mi
dicha la posesión
del
púlpito sacro, presto
gozaré
el supremo puesto
de la
de mi religión.
Sacan otra
Por
lo menos no será
de fray
Félix ésta.
RODULFO: Aquí
dice,
"fray Félix."
ABOSTRA: ¡Que ansí
muerte
mi envidia me da!
No
debe de haber otro nombre
dentro de este vaso.
RODULFO: Vos
las
escribisteis.
ABOSTRA: ¡Que Dios
me
atormente con este hombre!
RODULFO: Pues
dos veces ha salido
sin que en suertes haya entrado,
y el
cielo le ha señalado,
él debe
de ser servido
que
de aqueste cargo goce.
Padre,
haced que venga aquí.
ABOSTRA: ¡Que
dos veces salga así
este villano entre doce!
RODULFO:
¡Gran cosa!
ABOSTRA:
¡Que por tan ruín
hombre,
mis penas me inquieten!
RODULFO: Estos
principios prometen
grande
honra, dichoso fin.
No le llamen, que yo quiero
darle
el cargo y parabién.
ABOSTRA: (Y a mí
eL pésame me den. Aparte
Mas
pues de envidia me muero,
y se
celebra en Florencia
capítulo general,
si soy
del orden claustral
general, la competencia
me
pagará -- ¡vive el cielo! --
y que
tengo de envialle
a que
ande de valle en valle
guardando cabras.)
RODULFO: Recelo
que
estáis envidioso.
ABOSTRA: ¿Yo?
De mi
pecho juzgáis mal.
(Salga
una vez general, Aparte
que ya
la memoria halló
traza con que me vengar.
La
opinión ha de perder
que
tiene el villano, y ser
pastor.)
RODULFO:
Vamos.
ABOSTRA:
(¡Oh, pesar!) Aparte
Vanse
todos. Salen SABINA y CAMILA
CAMILA:
Adelante, hermana, pasa
con tu
cuento y con tu amor,
mientras nos pagan la leña
que
hemos vendido las dos,
que me
parecen consejas
las que
cuentas; y si son
verdades, pardiez, Sabina,
que es
tu dicha la mayor.
SABINA: Es el
escolar garrido
más que
cuando sale el sol
entre
nubes a quien borda
su
dorado resplandor.
Cada
día en el mercado
me
aguardaba, como hoy;
que
amor diz que aguarda al vuelo
como
astuto cazador.
Comprábame los despojos
que
muesa tierra nos dio,
ya el lino, ya las pajuelas,
ya la miel, ya el
requesón.
Y si va
a decir verdad,
en
viéndole, el corazón
me
bailaba dentro el pecho;
no sé
yo quién le hacía son.
Llevé dos cargas de leña
uña
vez, y el niño Dios
como
vio leña, y es fuego,
echando
chispas saltó,
más,
que es cosa, y cosa hermana,
que en
la leña no emprendió,
sino en el alma, do vive
convirtiéndola en carbón.
Dijome
el escolarejo
tantas
cosas, que al sabor
de sus
melosas palabras
la
libertad me robó.
En fin,
le dije mi nombre,
pueblo,
tierra y afición;
que
amor, mudo en los principios,
da, a
la postre, en hablador.
Proetió
de ir a verme
en
traje de cazador
otro
dia a muesa tierra.
¡Ay,
Dios! ¡Qué bien lo cumplió!
Los peñascos son testigos,
sus robles testigos son
de sus palabras, mis yerros
el oro de Amor doró.
Diome palabra de ser
mi
esposo, aunque urdiese Amor
entre
su seda mi estambre,
que
siempre ha sido urdidor.
Quedé,
mi Camila, dueña,
pero no
dueña de honor
mientras Césaro no cumpla
la
palabra que me dio.
Tres
años ha que viniendo
a
Fermo, como a señor,
le paga
mi amor tributo;
suya ha
tres años que soy;
esta
casa de placer,
quinta o tercera es de Amor.
¿A
dónde no pone en quintas
este
ciego enredador?
Pero lo
que más me aflige
es, mi
Camila, que estoy
como
hüevo de dos yemas,
porque
aquí me bullen dos;
levántaseme a mayores
el
brïal, y de mi error
descubro el fruto que quise
gozar
solamente en flor.
¿Qué me
aconsejas?
CAMILA: No sé;
parirlo, que es lo mejor.
Tu
liviandad me ha enojado,
tu amor
me da compasión.
Ello es
hecho, no hay remedio,
el
tiempo descubridor
nos
dirá lo que has de hacer.
Finje
que es opilación,
no lo
sepa mueso padre.
SABINA: Mi
esposo viene.
CAMILA: ¡Ah, traidor
rapaz,
descubre secretos!
¡Huego
en quién se cree de vos!
Sale CÉSARO
CÉSARO: ¡Labradora de mis ojos!
SABINA. ¡Cortesano de mi vida!
CÉSARO: Ya la pena se me olvida
que por ti me daba enojos.
Dame esos brazos.
SABINA: Y en ellos
el alma.
CAMILA: ¡Verá del modo
que están!
CÉSARO: Mi bien es todo.
CAMILA: ¡Eso sí; apretáos los cuellos!
¡Arrulláos; qué palominos
sois los dos!
CÉSARO: ¿Esta serrana
quién es?
SABINA: Camila, mi hermana.
Ya sabe mis desatinos,
abrázala.
CAMILA: ¿A quién? ¿A mí?
mas no, nada. Hacéos a un lado.
CÉSARO: Abrazadme por cuñado.
CAMILA: Por cuñado, aqueso sí.
¡Qué buena cara que tien!
No he visto ojos más garridos.
Andáos a escoger maridos,
Sabina, que lo hacéis bien.
CÉSARO: ¿Queréis vos uno?
CAMILA: ¿Qué manda?
Nació en las malvas mi gesto.
CÉSARO: Que os casaréis; será presto
la boda.
CAMILA: Ya se me anda.
CÉSARO: Pues, Camila, yo me encargo
de casaros, y os prometo
marido rico y discreto.
Abrazadme.
CAMILA: Es cuento largo.
CÉSARO: Tomad aquesta sortija
y los brazos.
Abrázala
CAMILA: Lo que os pido
es aquello del marido.
¡Ao verá cuál me embracija!
SABINA: Sabed, Césaro, que estó
mala.
CÉSARO: ¡Cómo!
SABINA: El otro día...
Díselo tú, hermana mía,
que tengo vergüenza yo.
CÉSARO: ¿Qué tenéis, esposa amada?
CAMILA: ¿Qué diabros ha de tener?
Tentad y echaréis de ver
que tien la tripa hinchada.
CÉSARO: ¿Eso me dices ansí
sin albricias?
CAMILA: Yo os las pido.
CÉSARO: ¿Qué albricias?
CAMILA: Las del marido.
CÉSARO: ¡Hay tal ventura!
SABINA: ¡Ay, de mí!
que, si mi padre lo sabe,
temo que me ha de matar.
CÉSARO: Dejad, mi bien, de llorar,
que en el peligro más grave
socorre el cielo mejor.
Aquí, con gloria distinta,
ha de ser Chipre esta quinta,
y vos, Venus, que al Amor
ha de parir. Al mercado
acostumbráis cada día
venir; cuando, esposa mía,
llegue el tiempo deseado,
aquí, serrana querida,
daréis el fruto que espero.
La mujer del jardinero,
que también está parida,
cuidará de tu regalo.
Mi padre es viejo y enfermo,
y presto te ha de ver Fermo,
si a mi amor mi dicha igualo
en diversa vida y traje.
Sed agora labradora,
que así mi amor os adora.
Sólo Castro y un paje
saben nuestro amor; mi bien,
no lloréis.
CAMILA: Alto de aquí.
CÉSARO: ¿Es hora, Camila?
CAMILA: Sí,
que es tarde. Sabina, ven,
que hueles a caballera,
y vo envdiosa un poquillo.
Yo no huelo sino a tomillo
y cantueso.
SABINA: No quisiera
partirme de aquí en mi vida;
pero ya es de noche. Adiós,
que acá me quedo con vos.
CAMILA: Espera hoy la despedida.
CÉSARO: Camila, el cielo os me guarde.
CAMILA: Ao, no pongais en olvido...
CÉSARO: ¿Qué?
CAMILA: Bueno, lo del marido.
CÉSARO: No hayáis miedo.
CAMILA: Ven que es tarde.
Vanse
las dos. Sale el príncipe FABRIANO,
POMPEYO
y DECIO
FABRIANO: Debe a su santidad la casa Ursina
mil mercedes, y yo
principalmente
por la afición que a mi favor le
inclina.
CÉSARO: Señor ¿qué es esto?
FABRIANO: Hoy, hijo, dale al
cielo
mil gracias en albricias de que
toma
a su cargo tu aumento mi
consuelo.
............................
..............................
Cardenal eres, Césaro, de Roma.
CÉSARO: ¿Yo?
FABRIANO: Sí; la beatitud de Pio Quinto,
santo en la dignidad como en las
obras,
la púrpura te da con que en
distinto
y en diferente estado te
prefieres
a tu hermano mayor en honra y
fama.
Cardenal te ha crïado, y ya lo
eres,
CÉSARO: (¡Ay, de mí!) Aparte
FABRIANO: La familia y casa
Ursina
honra su santidad con gran
cuidado.
CÉSARO: (¡Ay, mi serrana hermosa! ¡ay, mi
Sabina! Aparte
¿Qué estorbos de tu amor son
los que escucho?
Mas, ¿qué estorbos quien ama no atropella?
Quien quiere mucho menosprecia
mucho.
Perdóneme la púrpura romana,
la dignidad suprema y su capelo,
que mi sayal estimo y no su
grana.)
FABRIANO: Paréceme que te has entristecido
de lo que era razón que te
alegrases.
¿No me respondes? ¿Tú el color perdido?
CÉSARO: No te espantes, señor; mudo he
quedado
cuando me ofreces el honroso
oficio
del cargo sacro que gozar no
puedo.
FABRIANO: ¡Cómo que no puedes! ¿Quién te
inhabilita,
que no puedes gozarle?
CÉSARO: Estoy casado.
FABRIANO: ¿Casado? ¡Loco! mi paciencia irrita
a justo enojo. ¡Ah,
desdichado viejo!
.................................
CÉSARO: No aguarda Amor licencia ni consejo.
FABRIANO: ¿Quién es tu infame esposa?
CÉSARO: No es infame
la esposa de tu hijo, ni agora
puedo
declararte quién es.
FABRIANO: ¡Que no derrame
tu sangre vil! ¿Quién es, Decio, responde,
esa mujer?
DECIO: Tan ignorante en eso
estoy, que no sé quién, cómo, ni
adónde.
No privo yo tanto que me
cuenta
de sua amores; otros pajes
tiene,
ellos te lo dirán.
FABRIANO: ¿Hay tal afrenta?
¿Pareceráte bien que vuelva a
Roma
el capelo que el papa te ha
envïado,
cuando con tanto amor tus cosas
toma?
CÉSARO: Sobrinos tienes, deudos y parientes;
pide para uno de ellos el
capelo,
que en mí hallarás un mar de
inconvenientes.
FABRIANO: ¿Quién es esa mujer?
CÉSARO: No he de
decillo.
FABRIANO: Ponelde en el castillo de Fabriano,
veremos si lo dice en el
castillo.
De guarda estén cien hombres.
CÉSARO: Aunque
aplican
prisiones, poco importa, que en
la ausencia
las almas, con amor, se
comunican.
FABRIANO: Llevalde.
CÉSARO: (Todo por Sabina es poco.)Aparte
Llevan
a CÉSARO
FABRIANO: No saldrás en tu vida; tu verdugo
seré en lugar de padre, infame
loco.
Decio, tú sabes esto.
DECIO: Ruego al cielo,
señor, si sé tal cosa.
FABRIANO: ¡Hola! traedme
aquí un verdugo.
DECIO: De tu inclemencia
apelo.
FABRIANO: Sacad un potro aquí.
DECIO: Dómele otro.
No le saquen, senor, que aunque
estudiante,
no quiero que me den el grado en
potro.
La verdad cantaré, yo seré
gallo.
FABRIANO: Acaba, pues.
DECIO: Estése el potro dentro,
que no sé andar en potro ni a
caballo.
Césaro habrá tres años que,
perdido
por una serraneja de Montalto,
le dió palabra y mano de marido.
Tan pobre es, que su hermana es
lavandera
de los frailes franciscos que aquí habitan,
y Césaro la adora de
manera
que, sin mirar que es hija de un
villano,
el más humilde y pobre de esta
sierra,
la jura hacer princesa de
Fabriano.
Cada mercado viene aquí cargada
de baratijas, y cargada vuelve,
porque pienso, señor, que está
preñada.
Aquesto es lo que sé, que no hay
secreto
que el relincho de un potro no
descubra.
Ella, en fin, es Sabina y él
Pereto.
FABRIANO: No ha de quedar en todo el vil Montalto
casa, pajiza, encina, piedra o
roble
que el fuego y mi venganza no dé asalto.
Yo en persona he de hacer esta
venganza.
¿De una villana Césaro marido?
No logrará su vana esperanza.
DECIO: Canté por Dios. Un potro el arpa ha sido.
Vanse
todos. Salen ASCANIO Colona y MARCELO,
de
camino
ASCANIO: ¡Y a qué vais, señor, a Roma?
MARCELO: A su santidad me envía
Venecia y su señoría;
que el ver cuán a pechos toma
esta santa guerra y liga,
ha obligado su tesoro,
con una tïara de oro
y piedras con que bendiga
el estandarte, le ofrece.
ASCANIO: La potencia veneciana
de liberal y cristiana
el primer nombre merece.
MARCELO: A sesenta mil ducados
ha llegado.
ASCANIO: ¡Hermosa pieza;
y digna de la cabeza
de un Pío Quinto!
MARCELO: Convocados
los generales están,
de aquesta liga, el romano
por la iglesia, el veneciano
y el fénix de Austria don Juan,
hijo del flamenco
Marte
y cabeza de la liga.
Quieren que el papa bendiga
el católico estandarte,
donde las armas han puesto
de la iglesia soberana,
del rey, y la veneciana
señoría, y para esto
me envían con la tïara
que os he dicho.
ASCANIO: De ese modo
vamos juntos, que yo y todo
voy a Roma, y me pesara
no hallarme en esta ocasión
en ella, porque es mi tío
el capitán a quien Pío
da de la iglesia el bastón.
Hame impetrado un capelo
del Papa.
MARCELO: Y en vos está
ASCANIO: bien empleado.
MARCELO: Será
para serviros.
Sale
SIXTO
SIXTO: ¡Que el cielo,
cuando más honra me trata
en la vulgar opinión,
por la vil persecución
de la envidia así me abata!
Huyendo de su malicia
vengo al sacro tribunal
del jüez pontifical,
que sólo de su justicia
espero lo que me niega
la envidia en mi religión.
Mas, válgame Dios, ¿quién son
aquestos?
MARCELO: Un fraile llega
de camino y a pie?
ASCANIO: Padre,
¿adónde solo y a pie?
SIXTO: Adonde el cielo me dé
defensa. A Roma, que es madre
de perseguidos.
ASCANIO: ¿Qué veo?
no sois vos fray Félix?
SIXTO: Félix fui, ya soy infelix,
señor Ascanio.
ASCANIO: El deseo
de veros se me ha cumplido;
mas no de veros ansí.
Veis, señor Marcelo, aquí
el que a Italia ha enriquecido
de letras, el que en el mundo
coluna de ciencias fuera
cual la de Set, si viniera
otro diluvio segundo.
Es éste el fray Félix Pereto.
MARCELO: ¿El de Montalto?
ASCANIO: El que asombra.
MARCELO: El monstruo, Italia, le nombra
de letras.
ASCANIO: Esto, os prometo.
MARCELO: ¿Pues cómo venís ansí,
honra de nuestra nación?
SIXTO: Háceme contradicción
la envidia, por ver en mí
humildad en el linaje,
letras en la juventud,
premio y honra en la
virtud,
y llaneza en el lenguaje.
Hanme hecho predicador
del papa, y llévalo mal,
señores, mi general.
Huyo en fin de su rigor,
porque ha mandado prenderme,
y por desacreditarme,
al papa envía a acusarme,
y yo, queriendo valerme
de mi justicia, he venido
huyendo hasta la montaña.
MARCELO: ¡Oh, bien gobernada España
donde la observancia ha sido
la que, echando a la
claustral
tiene en ella firme asiento!
Sabe el cielo lo que siento
que os trate vuestra orden mal;
pero no fuera señor
José de Egipto y su tierra
a no hacerle tanta guerra
la envidia. Mostrad valor,
que a Roma vamos los dos,
y con nosotros podéis
ir seguro, si queréis.
SIXTO: Págueos tanta
merced Dios.
ASCANIO: Ya el papa tendrá noticia
de quien sois; pero, si fuere
necesario y os pidiere
cuenta de vuestra justicia,
yo os abonaré.
SIXTO: De mí
voy satisfecho, señor;
no he menester protector,
mi inocencia hable por
mí.
ASCANIO: Ya yo sé que la tenéis
en toda Italia abonada.
Sale
JULIO, criado
JULIO: La cena está aderezada.
MARCELO: Venid y descansaréis;
que luego caminaremos.
ASCANIO: Vamos, veréis la tïara.
SIXTO: Virtud, tu valor me ampara,
por más que andes por extremos.
Éntranse,
sino es JULIO, que saca una tiara
JULIO: ¡Oh, hética inagotable
de la codicia de Midas!
Oro gastan tus comidas,
tu sed bebe oro potable.
De oro vistes tu
avarircia,
de oro buscas tu amistad
y oro ha puesto mi lealtad
en tus manos, vil codicia.
La tiara que Venecia
ha entregado a mi señor
para el romano pastor,
hurtó mi codicia necia.
Con sesenta mil ducados
que valéis, ¿qué lealtad
podrá con seguridad
librar de vos sus cuidados?
Entre estas piedras que son
las más ocultas os dejo
escordida, y yo me alejo;
con vos queda el corazón.
Quiero volver donde pueda
no dar sospecha, y después
que en vano busquen quien es
el ladrón que en vos se queda,
tornaré, que aunque es
vileza,
esta no la puede haber
como el haber menester,
pues siempre es vil la pobreza.
Escóndela
entre unas piedras y vase. Sale
SIXTO
SIXTO:
Mientras duerme quien me ampara,
montañas, cuya aspereza
tengo
por naturaleza,
oid en
lo que repara
del mundo la suerte avara;
porque
entre el tosco sayal
nace la
invidia mortal
y me
causa esta inquietud;
que
hasta la misma virtud
quieren
que sea principal.
¿Qué diferencia el cielo hace,
-- decid, encinas y robles --
entre villanos y nobles,
que tanto los satisface?
Llorando uno y otro nace
y con las mismas señales,
cayados y cetros reales,
lloran
también al salir;
que en
el nacer y morir
unos y
otros son iguales.
No
abate al roble la palma
por ser sus frutos mejores,
que las dotes que hay mayores
son sólo dotes del alma.
Con
ellos mi dicha calma,
por faltarme los pequeños,
de quienes son otros dueños.
Penas, razón de esto os
pido;
dádmela, aunque esté dormido,
si
puede haberla entre sueños.
Duérmese sobre
las peñas donde
está escondida la tiara.
Aparécele Roma en lo alto
con unas llaves en la una mano, y
en la otra una espada
desnuda
ROMA:
Félix, ¿qué descuido es ése?
Tiempo
es de velar, despierta;
que el
que ha de ser mi pastor
no es
bien que descanse y duerma.
SIXTO habla
entre sueños
SIXTO: ¿Quién
eres, doncella hermosa,
que tus
palabras me inquietan
el
alma?
ROMA:
Roma, del mundo
y de la
iglesia cabeza.
SIXTO: ¿Pues
qué me quieres?
ROMA: Armarte,
para
que en los hombros tengas
la
carga honrosa y pesada
de la
militante iglesia.
El
Santo Papa Pío Quinto,
en cuyo
favor esperan
Austria
y España en Lepanto
vencer
las lunas turquescas,
con un capelo te aguarda;
y después que las ovejas
del católico rebaño
seis años rija, y suceda
en su
santidad y silla
Gregorio, de fama eterna,
para consagrar tus sienes
mis tres coronas te esperan
por un lustro con que
ilustres
a
Italia, que está en tinieblas.
No te
vencerá la envidia
de tus
émulos, ni temas
sus vanas persecuciones,
pues porque mejor las venzas
dos llaves te ofrece el
cielo;
pero,
porque las poseas
en
seguridad, te da
aquesta
espada con ellas.
Crüel
te llamará el vulgo,
pero, a
pesar de sus lenguas,
advierte que no se alcanza
a veces
la paz sin guerra;
usa,
Félix, el rigor
que
esta espada blanca muestra,
y
gozarás de estas llaves.
Cúbrese
Roma. Despierta SIXTO. Queriendo
levantarse, saca la tiara en la
mano alborutado
SIXTO: Oye,
Roma, aguarda, espera;
la
tïara que me ofreces
quiero
ver dónde la llevas.
Dame,
Roma, la tïara.
¡Válgame Dios! ¡Qué quimeras
aun
durmiendo me persiguen!
¡Cielos! ¿Qué tïara es ésta?
¿Quién
durmiendo me la ha puesto?
Pero
dentro de estas penas
cuando
desperté la hallé.
Si con
señales tan ciertas,
Roma,
no gozo tu silla,
nadie
en pronósticos crea.
¡Oh,
peso de todo el mundo,
que,
sin saber lo que pesas,
tienes
tantos deseosos,
rica y noble en la apariencia!
¿Qué
mucho que peses tanto
si te
adornan tantas piedras?
Y ¿qué
mucho que dé de ojos
la
cabeza que te lleva?
¡Válgame el cielo! ¿Quién pudo
ocultar
tanta riqueza
en
estos toscos peñascos?
Pero
¿qué voces son éstas?
Salen ASCANIO,
MARCELO y JULIO alborotados
MARCELO: Todos
los de la posada
y el
huésped con ellos prendan,
que tal insulto merece
como es
la culpa la pena.
ASCANIO: ¿Hay
igual atrevimiento?
¡La
tïara que Venecia
envía
al papa, robada!
JULIO:
(Encubrid mi insulto, peñas.)
Aparte
MARCELO: ¡Válame
el cielo! ¿Qué veo?
¿La
tïara no es aquélla
la
misma?
ASCANIO:
¡Jesús! Fray Félix,
¿vos la
hurtasteis? No creyera
tal
cosa jamás. ¡Jesús!
MARCELO: No me
espanto de que os tengan,
padre,
en tan mala opinión,
pues
que vuestras obras muestran
las
malas inclinaciones
que a
los de vuestra orden fuerzan
a
perseguiros ansi.
SIXTO: Pues yo...
ASCANIO: ¿Aún no
tenéis vergüenza
de
hablar aquí? No hay disculpa.
MARCELO: Vaya a
Roma, porque en ella
se
castigue este delito
como
merece.
ASCANIO: ¿A bajeza,
se
inclina un hombre cual vos,
semejante? Mal se emplean
las letras que os dan tal fama.
JULIO: (De mis desgracias las medias Aparte
ahorro, ya que perdí,
por mi poca diligencia,
tal
joya, pues mi codicia
con mi
infamia está encubierta.)
ASCANIO: Por lo
bien que os he querido,
padre,
y por la reverencia
del
hábito que traéis,
de quien dais tan mala cuenta,
haré
que no os lleven preso
a Roma,
que me avergüenza
el ver
a un fraile ladrón.
SIXTO: Escuchad, señor.
MARCELO: ¡Que aún lengua
tengáis para disculparos
de tal!
¡De que a tal bajeza
la de
su bajo linaje
le
inclina!
Vanse todo sino
es SIXTO
SIXTO:
¡Cielos, paciencia!
¿Qué
enredos, qué confusión
rendir
mi paciencia intenta?
Qué
borrasca, qué tormenta
derriba
así mi opinión?
¿Ya me
tienen por ladrón,
cuando
me juzgo por dueño
de
Roma? ¡Por tan pequeño
gusto,
afrentas, cielos, tales!
Despierto me dais los males,
y los
bienes cuando sueño.
¡Ay
de mí, cómo ha salido
el vil
pronóstico cierto!
Ya
experimento despierto
lo que
me engañó dormido.
Las tres coronas han sido
aquéstas que mis quimeras
creyó gozar verdaderas.
¡Ay, desdichada ambición!
¡De burlas mis dichas son,
y mis desdichas de veras!
Salen CHAMOSO,
CRENUDO y PERETO, llorando
CRENUDO: Ya
el llanto, Pereto, en vano
vuestra
honrada vejez baña.
CHAMOSO: No ha
sido, por cierto, hazaña
del
príncipe Fabriano
el
quemar la pobre hacienda
que el
cielo en Montalto os dió;
pero ya
que os la quemó,
dando a
su cólera rienda,
en
mi casa viviréis,
y la
mía, aunque es escasa,
será
vuesa.
PERETO:
No es mi casa
quien
causa el llanto que veis;
que,
aunque de ella vivo falto,
la
vejez que me hace guerra
casa
debajo la tierra
pide, y
no sobre Montalto.
Mi
honra lloro perdida,
y a
Sabina que la dió
a quien
tan mal la empleó.
SIXTO: ¡Padre!
PERETO:
¡Hijo de mi vida!
¿Tú aquí?
SIXTO: Y vos dando a los ojos
llanto que mis penas
fragua.
PERETO: ¡Ay,
Félix! no basta el agua
que
derraman mis enojos
para
que la mancha lave
de nuestro honor.
SIXTO: ¡Ay de mí!
Padre mío, ¿cómo ansí?
PERETO: Sabina,
tu hermana, sabe
el
cómo. A Césaro ha dado
la joya
de más valor
que
heredó de nuestro honor.
Su padre, el príncipe, airado,
porque su mujer la llama,
dicen
que le tiene preso,
y en
venganza de este exceso
que
dice ofende su fama,
fuego a mi casa pajiza
ha puesto, cuyas alhajas
por ser los techos de pajas
se han convertido en
ceniza.
Pero
no siento esto tanto
como mi
perdido honor
y que
quite de este error
fruto
que aumente mi llanto.
Félix [hijo], Sabina está
preñada.
SIXTO:
Eso, sí, Fortuna.
Vengan
desdichas, que alguna
la vida
me acabará.
¡Ah,
males con que acrisolo
mi
paciencia! Derribad
juntos
mi felicidad;
que
nunca un mal viene solo.
Padre, ni el honor perdido,
ni la
hacienda siento tanto
como
ese honrado llanto
que el
alma me ha enternecido.
¡Ay,
padre! Quién padeciera
cuantas
penas puede haber
para
que del padecer
ninguna
parte os cupiera!
No
pequeñas me han cabido.
Infamado de ladrón
estoy,
y mi religión
de su
gremio me ha expelido.
Pero
aunque tanta venganza
a la
envidia doy, no intento,
porque
crezca el pensamiento,
que desmaye la esperanza;
que
si el cielo solicita
contra
mí desdichas tales
y, con
un tropel de males,
todos los bienes me quita,
sin ellos mi dicha
pruebo,
que, pues por tan varios modos,
Dios me
desnuda de todos,
es por
vestirme de nuevo.
Yo
voy a Roma; allí tengo
al cardenal protector,
y de su ayuda y favor
mi felicidad prevengo.
Entretanto, padre mío,
podréis
con Chamoso estar;
que de
nadie oso fïar
lo que
de su amistad fío.
Chamoso por mi respeto
mirara,
padre, por vos.
CHAMOSO: Por
cualquiera de los dos,
que es
muy honrado Pereto.
Mas
ya que a Roma partís,
¿vais a
pie?
SIXTO:
No tengo en qué,
y es
fuerza que vaya a pie.
CHAMOSO: No
haréis, pues eso decís;
que
os prestaré un cuartago
que el
miércoles os pondrá
dentro
en Roma.
SIXTO:
¿Quién podrá
pagarlo?
CHAMOSO:
No quiero pago.
SIXTO:
Dame, mi padre, tu mano.
PERETO: Pague
tu obediencia el cielo,
que con
verte me consuelo;
mas sin honor todo es vano.
SIXTO:
Estos trabajos celebran
mi
nueva felicidad;
que la
virtud y verdad
adelgazan, mas no quiebran.
Vanse
todos. Entra EL PAPA Pío Quinto,
RODULFO, un FRAILE franciscano y
otro. Siéntase EL
PAPA
EL PAPA: Ya
yo tengo noticia de las partes
de aqueste
religioso; que fray Félix
tiene
fama y renombre en varias partes.
También la envidia sé que le hace odioso
con su
orden, y estimole por eso,
que
siempre es envidiado el virtüoso.
Si el general por eso le
aborrece
y le
acusáis vosotros, yo le alabo,
que la
virtud más perseguida crece.
FRAILE 1:
Beatísimo padre, en esta carta
que
nuestro padre general escribe
a vuestra santidad hay materia harta
para
que eche de ver cuán virtüoso
es fray
Félix al mundo, y su justicia
dar
ayuda y favor a un sospechoso
en
la fe.
RODULFO: Si no hubiera más sospecha
en
vuestra acusación que en el hábito,
quedara
esa malicia satisfecha.
EL PAPA:
Cosas de fe aun en duda es bien vellas,
que aun
la fama no más deslustra un hombre.
RODULFO: ¡Ah, envidia¡ ¡Qué de honores
atropellas!
EL PAPA: Vos
la leed, que de un ingenio grande
se
puede sospechar cualquier desgracia.
RODULFO: ¡Que a
tal maldad la envidia se desmande!
Mas
aunque más su fuego y rabia atice
la
verdad vencerá por flaca que ande
Ansí la
carta, padre santo, dice,
Lee
"El maestro fray Félix Pereto, por católico
celoso de nuestra Santa Fe, y el más
docto de
nuestra Religión, merece que vuestra
Santidad
le
premie en el cargo de Inquisidor de Venecia,
que
está ahora vacante, y en confirmación de
esta
verdad lo firmamos yo y los infrascritos
por testigos de su abono en esta
Universidad
de
Fermo y Monasterio Claustral de San Francisco,
a 26 de
octubre de 1550. El maestro Abostra,
indigno
General de la Orden Claustral de San Francisco --
Fray Ángelo de Monte -- Fray Silvestre
Espigio."
Muy sorprendido
FRAILE 1: Fray
Ángelo, decid, ¿yo he firmado
tal
cosa?
FRAILE 2:
¿Yo en su abono eché mi firma?
FRAILE 1: ¿El
padre general escribió eso?
EL PAPA: ¿Son
aquestos los cargos que deponen
de fray
Félix, decid? Vuestra vergüenza
os
sirva de castigo por ahora.
RODULFO: No
quepo de contento.
FRAILE 2: ¡Oh, envidia necia!
EL PAPA: Inquisidor le nombro de Venecia.
Sale SIXTO
SIXTO:
Gracias al cielo, que puedo
pisaros, palacios sacros,
y en
miércoles, que es mi día,
venturoso fin aguardo.
Pero,
¿estoy en mí? ¿Qué es esto?
Inadvertido me he entrado
hasta
la presencia misma
del
universal prelado.
Pon,
santísimo pastor,
en mi
boca ese pie santo,
dos veces por el oficio
y por el dueño sagrado.
EL PAPA:
Levantáos, hijo, ¿quién sois?
RODULFO:
¡Cielos! al colmo llegaron
las
venturas de fray Félix.
El que
te adora postrado
es el
que su orden persigue.
EL PAPA: A buen
tiempo habéis llegado.
Huélgome de conoceros;
indicios he visto claros
de
vuestro divino ingenio
en
vuestro semblante sabio.
Vuestro
general es muerto.
SIXTO: ¡Válgame el cielo!
EL PAPA: En vos hallo
partes
dignas de ocupar
fray
Félix, tan digno cargo.
Por
vicario general
en lugar suyo os señalo.
SIXTO: Son mis fuerzas...
EL PAPA: De esto gusto.
SIXTO: En tus pies pongo mis labios.
FRAILE 1: ¿Qué
dice, padre, de aquesto?
FRAILE
2: Que hemos muy bien negociado.
¿Quién le dijo que era
muerto
el
general?
FRAILE 1:
Si es un santo,
Dios,
padre, se lo habrá dicho.
EL PAPA:
También, fray Félix, os hago
inquisidor de Venecia.
SIXTO: Tanto
bien...
RODULFO:
Gocéis mil años
el oficio.
SIXTO:
Todo viene,
Rodulfo, por vuestra mano.
A SIXTO
FRAILE 1: Dadnos
a besar la vuestra
como a
súbditos.
SIXTO: Los brazos
os doy,
olvidando, padres,
vuestra
envidia y mis agravios.
Salen ASCANIO y
MARCELO, y sacan en una fuente la tiara
MARCELO: Gran
sucesor de San Pedro,
el
senado veneciano
esta
tïara os presenta,
porque
el estandarte santo
de la
liga bendigáis
con
ella.
EL PAPA:
Muestra el Senado
de su
cristiandad el celo.
RODULFO: ¡Gran
joya!
FRAILE 1:
¡Presente raro!
EL PAPA: Mostrad.
Vásela a dar y
tropieza, y da la tiara en
las manos de SIXTO
SIXTO: ¡Válgaos Dios! Tened,
que la
que ha de estar en alto
de la
cabeza del Papa
no es
razón que caiga abajo.
EL PAPA: No hará, fray Félix, que vos
la
tenéis, y en vuestras manos
mi
tïara está segura,
SIXTO:
(¡Válgame Dios! ¡qué presagios
Aparte
tan
grandes mi pecho inquietan!)
ASCANIO: Padre,
el cielo os da su amparo,
y
vuelve por la virtud
que os
da fama y nombre claro.
Ya
supimos quién hurtó
esta
tïara y cuán falso
fue
nuestro loco jüicio.
Él
queda ya castigado,
y a vos perdón os pedimos.
SIXTO: Con él
os doy estos brazos.
(Cielos, dichoso fin tienen
Aparte
mis
rigurosos trabajos;
los de
mi padre volved
en
gusto.)
EL PAPA: A bendecir vamos
el
católico estandarte
de la
liga. En vuestras manos
dió,
fray Félix, mi tïara;
traedla, que os he cobrado
tanta
afición que he de haceros
mucho favor.
SIXTO: Tus pies sacros
beso mil veces humilde.
(Miércoles, siempre me ha dado Aparte
en tí
el cielo buena suerte.)
FRAILE 2: ¡Gran
dicha!
MARCELO:
¡Suceso extraño!
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