Salen ALEJANDRO
Y PERETO
ALEJANDRO: La
mano Césaro ha dado
de
esposo a Octavia Colona.
Ya se
ilustra su persona,
asegurando
el cuidado
de
su padre, que hasta agora
le ha
tenido en una torre.
Pues
una vejez socorre,
y una
pobre labradora
pierde poco en ser gozada
de un
príncipe, no os aflija,
buen
viejo, el ver vuestra hija
de esa
esperanza burlada;
que
el nieto que el cielo os dió,
como
hijo natural
de
Césaro, del sayal,
que en
vuestra casa heredó,
pasará a la ilustre seda,
y os honraréis, en efeto,
con un caballero nieto
que a
pique de heredar queda
el
estado de Fabriano,
porque
Julio, que heredaba
al
príncipe, agora acaba
de
morir; siendo su hermano,
Césaro, tan venturoso,
que en
el estado sucede.
PERETO: Cuando
por príncipe quede
Césaro
y de Octavia esposo,
no quedará muy honrado,
y su
nobleza celebra
con las
palabras que quiebra
quien
su valor ha quebrado.
Gózense, vivan los dos
en el
fruto de su hazaña,
que si una mujer engaña,
no
podrá engañar a Dios,
que
es juez y testigo santo
de que
es sola su mujer
mi
Sabina.
ALEJANDRO:
Podrá ser
si
porfiáis, padre, tanto,
que
irritando la paciencia
del
príncipe mi señor,
efectos de su rigor
os hagan tener paciencia.
Él es quien aquí me envía
a que de su parte os
ruegue,
sin que el interés os ciegue
de
vuestra vana porfía,
que
déis a Sabina estado
con
algún serrano igual
a su
sangre y natural;
que
ansí quedaréis honrado,
y Césaro, vuelto en sí,
viendo
a Sabina casada,
podrá
la palabra dada
cumplirá Octavia. Si ansí
lo
hacéis, para remediaros
mil
ducados os ofrece
el
príncipe. Si os parece
hoy
podéis determinaros.
PERETO: Decí
al príncipe, señor,
que si
supiera el contento
que mi
grosero sustento
y
estado de labrador
me
causó siempre, y lo poco
en que
estimo los blasones,
noblezas y pretensiones
que
llama honra el mundo loco,
yo
quedara disculpado
y
tuviera su grandeza
más
envidia a mi pobreza
que yo
a su soberbio estado.
Que
no el tener cofres llenos
la
riqueza en pie mantiene;
que no
es rico el que más tiene
sino el
que ha menester menos.
Si
Sabina me creyera,
ni el
príncipe se quejara,
ni
nuestro estado sacara
de su
humilde y pobre esfera.
Era
mujer, y heredó
de la
primera mujer
el ser fácil de creer;
pero pues que la engañó,
decid, que de qué provecho
darla a
otro esposo será,
ni
quien deshacer podrá
lo que
Dios y el cielo ha hecho.
Yo
no le pienso ofender,
supuesto que sé por cierto,
por su
palabra y concierto,
que es
Sabina su mujer,
pues
vivirá consolada,
por más
que el vulgo la arguya,
con
llamarse esposa suya;
aunque no perdiera nada
vuestro príncipe, por cierto,
en
juntar su sangre noble
con
nuestra humilde, que al doble
es más
sabroso el injerto
que
junta la noble rama
al
tronco áspero y grosero,
y Amor,
como es jardinero,
más
estos injertos ama.
Pero
no importa, decí
que
goce a Octavia mil años,
pues
agravian sus engaños
la casa Colona así;
y los ducados que ofrece
no los hemos menester,
que no se usa aquí vender
las
honras, ni me parece
que
juzgará el vulgo necio
bien de
nuestro honor, si intenta
ponerle
al príncipe en venta
y
Sabina admite el precio;
que
en la corte es cosa usada,
por más
que el vulgo lo note,
el
remediar con un dote
una mujer deshonrada.
Y si
esto el mundo publica,
no es
bien que esta fama cobre;
pues
vale más la honra pobre
que la
deshonra más rica.
ALEJANDRO:
Pesárame de que os venga
de aquesa resolución
algún
mal.
PERETO:
En mi razón
mi
inocencia amparo tenga.
No
es la justicia cobarde
que me
ha de amparar.
ALEJANDRO: Recelo
algún
mal, buen viejo. El cielo
os
desengañe.
PERETO:
Él os guarde.
Vase ALEJANDRO
PERETO:
Acuérdome una vez haber oído
una
fábula en que ejemplos toco,
notables de un ciprés, que en tiempo poco
hasta
el cielo creció desvanecido.
Burlábase de un junco que, vencido,
su
segura humildad juzgaba en poco;
mas con
un viento recio el ciprés loco,
quedando el junco en pie, se vió abatido.
Su
humilde estado y pobres ejercicios
estime
mi Sabina, aunque haya hecho
burla
el ciprés de su honra y hermosura;
que cuando en los soberbios
edificios
abrasa
el rayo el más dorado techo,
la más
humilde choza está segura.
Sale SABINA
SABINA:
Arroyuelos que, entre arenas,
plata
en guijas descubrís,
pareciendo que os reís
porque
lloro yo mis penas;
márgenes verdes y amenas
que al
sol servís de cortina,
cuando
en su agua cristalina
imita a
Narciso hermoso,
decidle a mi preso esposo
lo que
llora su Sabina.
Montes de crecidos talles
que los cielos asaltáis
y al ambicioso imitáis,
como al
humilde los valles;
verdes
e intrincadas calles,
por
cuya sombra camina
el que
ausente peregrina,
cual
yo, sin gusto y reposo,
decidle
a mi pobre esposo
lo que
llora su Sabina.
PERETO: ¡Qué
descuidada venís
cantando endechas al prado!
Llorad
vuestro honor burlado,
hija,
si agravios sentís.
SABINA: Padre
mío, ¿qué decís?
PERETO: Que
Césaro, en vuestra afrenta,
ajenos
brazos intenta,
y a
olvidaros se ha dispuesto;
porque
quien se cree de presto
presto
también se arrepienta.
Césaro a Octavia pretende
por
esposa, que es su igual,
y el oro con el sayal
siempre
se agravia y se ofende.
Comprar
vuestro honor pretende,
para
haceros más afrenta,
y
cubrir con oro intenta
el
hierro de vuestro amor.
Mirad
si es joya el honor
digna
de ponerse en venta.
SABINA: ¡Ay,
de mí!
PFRETO.
Llorad las penas
de vuestras desgracias sumas,
pues vuestras groseras plumas
dejásteis por las ajenas.
Las del sayal eran
buenas.
Quien
su natural violenta
bien es
que su agravio sienta;
morir
llorando os conviene,
porque
en poco su honor tiene
a quien
no mata una afrenta.
SABINA:
¡Cielos! ¡Césaro casado!
No es
posible, engaños son;
que es
profeta el corazón,
y no le
siento alterado.
Alto,
amoroso cuidado,
buscad
el modo mejor
como
asegure mi honor
con mi
esperanza afligida,
que
corre riesgo la vida
en el
potro del temor.
Vanse los
dos. Sale el príncipe FABRIANO,
MARCO Antonio y ALEJANDRO
FABRIANO: ¿Eso
responde el villano?
ALEJANDRO: En eso
se determina.
Esposa
llama a Sabina
de
Césaro, y que es en vano,
dice, el que intenta vencer
con
interés su firmeza,
que estima en más su pobreza
que tu
valor y poder;
fuera de que ofenderá
a Dios
si se determina
casar
con otro a Sabina
si con
tu hijo lo está.
esto
responde.
MARCO: ¡Que ansí
un
rústico vil responda
a un
príncipe, y corresponda
al
valor que vive en ti!
Ya
no siento tanto el ver
que sea
estorbo una villana
para
que Octavia, mi hermana,
de
Césaro sea mujer,
mezclándose de esta suerte
la
sangre ursina y colona,
como el
ver que a tu persona
hable
un pastor de esta suerte.
¡Vive Dios! Que he de quitar
los
estorbos de una vez,
y que
su loca vejez
las
canas ha de bañar
en
la sangre de su hija.
FABRIANO: Indigno
es de tal persona
que
Marco Antonio Colona
venganza tan vil elija,
que
los más viles crïados
de mi
casa abrasarán
a
Montalto y quitarán
los
estorbos y cuidados
que nos da esa vil mujer,
con su
muerte.
MARCO:
Con mis manos
he de
hacer que estos villanos
no se
atrevan a poner
el
pensamiento tan alto
que con
mi hermana compita.
Hoy
verá Italia que imita
a
Troya, Castel Montalto.
Vase MARCO
Antonio
FABRIANO: ¡Que
sea yo tan desgraciado
que
venga a ser mi heredero
de tres hijos el postrero,
tan bajamente inclinado
que
darme nietos pretenda
de
sangre grosera y tosca!
Antes
que Italia conozca
tal
afrenta, ni él me ofenda,
un
garrote le haré dar
en el
castillo, en que preso
le
tiene su amor travieso;
porque no me han de heredar
villanos, aunque se
quede
mi casa
sin sucesión.
ALEJANDRO: Contra
esa resolución
nieto tienes que te herede.
FABRIANO: Que
le amo, te prometo.
ALEJANDRO: Es tu
sangre.
FABRIANO:
Sí lo fuera,
si
mezclada no estuviera
con la
tosca de Pereto.
Vanse los
dos. Salen ASCANIO Colona, DECIO y
SIXTO, de fraile
ASCANIO:
Dícenme que habéis venido,
padre,
a Roma a pretender
un
capelo, y que habéis sido
ocasión
de suspender el papa,
el que
le he pedido.
También Octavia, mi hermana,
se
queja que una villana
esposa
se osa llamar
de
Césaro, y estorbar
lo que
en esto Italia gana.
Y si
fuera otra persona
que con Ascanio Colona
compitiera, y no un pastor
sin
prendas y sin valor
como
vos, de quien pregona
la
fama tanta ambición,
la
competencia llevara
mejor; mas vos, ¿es razón
que
aspiréis a la tïara,
desde
el grosero azadón,
y
que el intento villano
de
vuestra hermana la mano
pida a
Césaro, y me ofenda,
tan soberbia que pretenda
ser
princesa de Fabriano?
¿Vos, cuyo padre en Montalto,
con
vida tosca y grosera,
de todo
vive tan falto,
y ella,
que una lavandera
es de Fermo? ¿Vos tan alto,
que
el grado de cardenal
pretendáis desde el sayal,
y ella
llamarse princesa?
SIXTO.
¡Señor...!
ASCANIO:
¡Ambición es ésa
de un
rústico natural!
¿Vos
conmigo competencia,
sabiendo que os hizo el cielo
un
villano?
SIXTO:
Mi paciencia
os
obligue...
ASCANIO:
¿Vos capelo?
SIXTO: Yo no
tengo suficiencia,
méritos, sangre y valor
para
que en Roma pretenda
esa
dignidad, señor;
ni
tampoco es bien me ofenda
vuestro
enojo. De un pastor
nací, pero no es ultraje;
que el
más soberbio linaje,
que a
mayor nobleza aspira,
si el
principio suyo mira
hará
que el orgullo abaje.
El
río de más corriente,
que
hace ilustre su ribera,
amansara su creciente
si el
principio considera
que le
da una humilde fuente.
La
fuente considerad
de
vuestro linaje honroso,
y estimaréis mi humildad;
pues sois río caudaloso,
porque os veis en la
mitad
de
vuestro curso opulento;
que si
yo conforme intento
no os
igualo y menos soy
con ser
río, es porque estoy
cerca de mi nacimiento.
Yo
no vengo a pretender,
Ascanio, el ser cardenal,
aunque
lo pudiera ser;
soy
vicario general
de mi
orden, y por ver
la
envidia, enojo y pasión
que
tiene mi religión
y los
poderosos de ella,
por
verme cabeza en ella,
su
injusta persecución
me
fuerza a que el papa
pida
que del oficio me absuelva,
y con
otro estado y vida,
o a mis
principios me vuelva,
o del
orden me despida.
Estos favores prevengo
y a
esto sólo a Roma vengo.
Ved qué
modo de intentar
cargo,
si vengo a dejar,
Ascanio, el cargo que tengo.
Si
Césaro tuvo amor
a mi
hermana, y ella ha sido
tan
dichosa, que al valor
de su
nobleza ha subido,
con ser
hija de un pastor,
¿por
qué culpáis su ventura,
pues
que la naturaleza
con mil
ejemplos procura
igualar
a la nobleza
muchas
veces la hermosura?
Veis
como no estoy culpado
y con
la poca razón,
Ascanio, que estáis airado.
ASCANIO: Estoy
en esta ocasión
en el
palacio sagrado,
villano, que si no...
SIXTO: Paso,
mirad
que su santidad
sale.
ASCANIO:
De enojo me abraso.
SIXTO: (¡Ay, pobreza y humildad, Aparte
lo que por vosotras
paso!)
Sale EL PAPA,
Pío Quinto y dos FRAILES
franciscanos, siéntase EL PAPA
FRAILE
1: De parte de la orden, padre
santo,
a vuestra beatitud pido y
suplico
a fray Félix absuelva del
oficio,
si no quiere que todos nos
perdamos.
EL
PAPA: ¿Pues qué tiene fray Félix?
FRAILE
1: Es de
modo
la gran severidad con que
castiga
las más mínimas faltas de nuestra orden,
que es imposible se
conserve y medre
mientras el lego reine. La clemencia tiene
en pie las repúblicas y reinos;
y el castigo y rigor demasïado
destruye las provincias y
ciudades.
Fuera de que los frailes principales
que la orden claustral de San Francisco
honran con sangre ilustre
y generosa,
sienten, y con razón, que los
gobierne
un pastor de las grutas de
Montalto.
EL
PAPA: ¿Luego en la religión y su
pobreza
también miran en sangre y en
nobleza?
SIXTO: Santísimo pastor, si un desdichado
merece, porque el cielo y la
Fortuna
le hizo hijo de unas peñas
toscas,
que todos le persigan, yo me
precio
de hijo de Pereto, un pastor
pobre
que en Montalto dejó el arado
rústico
por herencia a sus hijos; y esto sólo
quiero ser, y no más, pues soy
indigno
del hábito que traigo y
del oficio
que vuestra santidad con él me
ha dado.
A vuestra beatitud pido y
suplico
me absuelva de él y volveré
contento
a mi sencillo y pobre
nacimiento.
EL
PAPA: Más luce, hijo, la virtud de
un hombre
cuanto de más humilde y pobre
sangre
se ensalza más. Yo y todo en mis
principios
nací de un pobre labrador, y aun
anduve
de puerta en puerta mendigando
el tiempo
que estuve en mis estudios
ocupado.
Parientes tengo yo cual vos, fray Félix,
pobres y en traje de
sayal grosero;
que si se precia de su sangre el
necio,
más noble es la virtud de que me
precio.
Si el orden vuestro juzga por
agravio
que le rijáis, por eso yo os
absuelvo
del oficio que en ella habéis
tenido.
Y pues que Fermo os vio
vendiendo leña
y registeis ovejas en Montalto,
en castigo, fray Félix, de sus
quejas,
pastor de Fermo os hago y sus
ovejas.
Obispo sois de Fermo.
SIXTO: Padre santo,
¿cuando me abaten me ensalzáis
vos tanto?
EL
PAPA: Así doy gusto a todo el orden
vuestro,
y os premio a vos. A Ascanio quiero darle
el capelo que tanto ha que
pretende.
El de Santa Sabina le prometo.
ASCANIO: Tus santísimos pies beso y respeto.
EL
PAPA: Luego quiero, fray Félix,
consagraros
públicamente, porque toda Roma
mire el premio que tienen en la
iglesia
la virtud y las letras. Un
capelo
os doy también.
SIXTO: Tu nombre ensalce el
cielo.
(Ánimo, inclinación dichosa y
alta; Aparte
subí, que un escalón no más os
falta.)
EL
PAPA: Cardenal os creéré en el
mismo día
que os consagre.
SIXTO: Creció la dicha mía;
y pues con tal largueza me ha
ilustrado
el cielo y vuestra santidad,
quisiera
enviar por mi padre y mis
hermanas,
y el mismo día que me vea Roma
hecho de vil pastor, pastor de ovejas
de la iglesia católica,
ese día
quiero que entre mi padre
venerable
triunfando en Roma, no como sus
Césares,
sino vestido de sayal grosero
en que nació, porque la envidia
sepa
que cuando, a su pesar, estoy
más alto,
de la humildad me precio de
Montalto.
EL
PAPA: Yo haré que con vos salga
toda Roma.
ASCANIO: Yo también acompañaros quiero.
SIXTO: ¿Veis, Ascanio, del modo que los
cielos
saben hacer de humildes labradores
dignidades, prelados y pastores?
Porque nací en Montalto
me abatisteis;
pues desde aquí, mudando el propio
nombre
de Félix, para dar gloria a mi
patria
y a sus groseras peñas, determino
llamarme el cardenal
Montalto.
EL
PAPA:
Alto;
seréis desde hoy el cardenal Montalto.
ASCANIO: Perdonad mi pasado atrevimiento;
que en muestras de que estoy
arrepentido
daré de este suceso aviso al
príncipe,
que se tendrá mil veces por dichoso
de que Césaro case con Sabina,
pues se honrará el estado de
Fabriano,
siendo de Roma cardenal su
hermano.
FRAILE
1: Y yo también de las persecuciones
que por mi causa os hizo el orden
nuestro,
monseñor ilustrísimo, suplico
me perdonéis.
SIXTO: Alzad, padre, del
suelo,
que si fray Félix tuvo de vos
queja,
ya yo soy cardenal, y no fray Félix,
y no es razón
cuando me veis tan alto
que a Félix vengue el cardenal
Montalto.
ASCANIO: ¡Qué prudente respuesta!
EL
PAPA:
Venid, hijo,
que en vos miro presagios
venturosos.
DECIO: ¿Qué le parece, padre?
FRAILE
1:
Encantamento.
ASCANIO: De perseguirle vos nació su dicha.
FRAILE
2: Mil veces perseguido venturoso,
que tan seguro del peligro
escapa.
DECIO: (Persígale otra vez, y harále papa.) Aparte
Vanse todos. Salen los MÚSICOS de pastores,
y
SABINA de pastor con caña, hurón y cuerdas
SABINA: Mintió la sospecha loca;
mi amor salió victorioso;
aquí está mi preso esposo,
a quien en vano provoca
su padre, por más que agravia
su fírme constancia y fe,
para que en mi ausencia de
la mano de esposo a Octavia.
No pudo su engaño hacer
mella en mi constante amor,
aunque celos y temor
son fáciles de creer,
y a pesar de sus
consejos
he venido de esta traza
a librar mi esposo.
PASTOR
1: ¿A caza
anda tu amor de vencejos?
Misterio tien la invención.
PASTOR
2: Lugares hay infinitos
donde cazan motolitos
las mujeres con hurón;
quiero decir con los viejos
o escuderos atrevidos,
registradores de nidos,
donde viven los vencejos;
pues son hurones, en suma,
que cazan para sus dueños
a los vencejos pequeños
hasta dejarlos sin pluma.
SABINA: Pastores dejemos eso
y comenzad a cantar
para que os salga a escuchar
desde la reja mi preso.
PASTOR
1: ¡Oh, qué canción de repente
hice al propósito aver!
SABINA: Luego, ¿sabes componer?
PASTOR
2: Sátiras al maldiciente.
Cantan
MÚSICA: "Que llamaba la tórtola,
madre,
al cautivo pájaro suyo,
con el pico, las alas, las
plumas,
Y con arrullos, y con
arrullos."
UNO: "Pajarico preso,
que entre yerros duros,
temores y ausencias
te tienen confuso,
mal podrá el rigor
de tu padre injusto
desatar las almas
si es de amor el ñudo;
sal, pájaro amado,
a gozar seguro,
a pesar de estorbos,
mi amoroso fruto."
TODOS: "Así llama la tórtola madre
al cautivo pájaro suyo
con el pico, las alas, las
plumas,
y con arrullos, y con
arrullos."
Asómase
CÉSARO a una reja como preso
CÉSARO: Pintadas aves que al pulir la aurora
con peines de oro sus compuestas
hebras,
al son de arroyos, arpas de
estas quiebras,
lisonjeáis cada mañana a Flora.
Aura süave que con voz
sonora,
murmurando las aves te requiebras,
y las obsequias fúnebres
celebras
de Pocris muerta, que
tras celos llora.
Los pastores imitan la
armonía
con que resucitando la memoria
de mi Sabina vivo entretenido.
Cantad, amigos, la firmeza
mía;
que es la música imagen de la
gloria,
y mientras dura mi tormento
olvido.
SABINA: Ya está mi esposo a las rejas.
Cantad, pastores, cantadle
otra carición, y llenadle
de música las orejas.
MÚSICA, "Preso estaba el pájaro solo
en las redes del cazador,
pero más le prenden y
matan
memorias de su lindo amor."
UNO: "Si de tu firmeza
las cadenas son,
testigos seguros son,
que amor presentó,
canten tu alabanza
nuestra alegre voz;
bien haya quien hizo
cadenas de amor,
y tú, pájaro mío,
canta en tu prisión,
pues que preso y triste
carita el ruiseñor."
TODOS: "Preso estaba el pájaro
solo
en las redes del cazador,
pero más le prenden y
matan
memorias de su lindo amor."
SABINA: ¡Ah de las rejas el preso!
¿Sabéis acaso quién soy,
yo, que pretendo cantando,
aliviar vuestro dolor?
¿Mas qué no me conocéis?
CÉSARO: Polido y bello pastor,
lo que los ojos afirman
negando está el corazón.
Regocijos hace el alma
de los ecos de esa voz,
que en el disfraz de Esaú
conocer quiero a Jacob.
¿Quién sois, hermoso zagal?
SABINA: ¡Qué presto que ejecutó
sus efectos el olvido,
descuidado preso, en vos!
Cantad para que despierte,
que si ausencia le adurmió,
dándole voces mis quejas
le hará despertar mi amor.
Cantan
MÚSICA: "Preso estaba el pájaro solo
en las redes del cazador,
pero más le prenden y
matan
memorias de su lindo amor."
CÉSARO: ¡Ay, esposa de mis ojos!
La tiniebla y confusión
de mis pesares y penas
me impidió la luz del sol.
De no haberos conocido,
corrido, mi bien, estoy;
yo castigaré mis ojos,
Sabina hermosa, este error,
¿cómo habéis, mi bien, estado?
SABINA: Como el verano sin flor,
como el otoño sin fruto,
y estado como sin vos,
que es decirlo de una vez.
Vueso padre pretendió,
con engaños y mentiras
sembrar celos en mi amor,
pero segura del vueso,
en forma de cazador,
vengo a daros libertad.
Tomad las cuerdas que os doy,
y, a pesar de estorbos viles,
asegurad el temor
de mis sospechas y ausencia.
Dale
con la caña los cordeles
CÉSARO: Celebren tu firme amor
cuantas mujeres la fama
con pinceles retrató
de la eternidad en lienzos
del tiempo consumidor.
¡Ay, esposa de mi vida!
SABINA: ¡Ay, mi bien!
PASTOR
2: ¡Bueno, por Dios,
que se están chicoleando
como jilgueros los dos!
FABRIANO: Preso y con guardas dobladas Dentro
ha de quedar mientras voy
a Roma.
CÉSARO: Mi padre es éste.
SABINA: Pues entraos.
CÉSARO: Adiós.
Vase
CÉSARO
SABINA: Adiós.
PASTOR
2: No hay son, fingir que cazamos
vencejos.
SABINA: Daca el hurón;
pon las cuerdas y la caña.
PASTOR
2: No está mala la invención.
Pónense a cazar. Salen el príncipe
FABRIANO
y ALEJANDRO
FABRIANO: De vos, Alejandro, fío
su guarda en aquesta ausencia.
ALEJANDRO: Ya sabe vuestra excelencia
mi lealtad.
FABRIANO: El papa Pío
a Roma me envía a llamar,
y este camino excusara
si en mi lugar no os dejara.
Las guardas podéis doblar,
sin dejar llegar persona
que con él hable, que
ansí
le forzaré que dé el si
de esposo a Octavia Colona,
o morir en la prisión;
que la villana atrevida
ya debe de estar sin vida,
si puso en ejecución
Marco Antonio su noble ira.
ALEJANDRO: En esta ocasión es cuerda.
PASTOR
1: Dale cuerda.
PASTOR
2: Dale cuerda.
SABINA: Ya chilla el vencejo.
PASTOR
1: Tira.
FABRIANO: Alejandro, ¿qué serranos
son éstos?
ALEJANDRO: Pastores son
que cazan con un hurón
pájaros.
FABRIANO: Si son villanos,
y sabes lo que me ofenden,
¿por qué aquí los consentís?
Échalos luego.
A
los PASTORES
ALEJANDRO: ¡Hola! ¿Oís?
SABINA: Verá lo que se defienden.
FABRIANO: ¡Ah, villanos! ¿estáis sordos?
SABINA: ¡Arre allá! ¿Qué diablos dais
voces, que mos espantáis
los vencejos y los tordos?
ALEJANDRO: Rústicos ¿no veis que está
el príncipe Fabriano
aquí?
SABINA: ¡Válgame el alano
de San Roque!
PASTOR
2: Verá.
SABINA: Pues bien, ¿hemos de comer
el príncipe, cuando aquí
mos halle?
FABRIANO: ¿Qué hacéis ansí?
SABINA: Oiga, y podrálo saber.
Tienen aquí los vencejos
nidos en los muros fijos,
sin osar sacar los hijos,
porque los guardan los
viejos.
Yo, deseando cazar
uno que en esta ocasión
guardando está el vencejón
del padre, que pernear
le vea yo -- ¡pregue al
Señor! --
porque ansí su enojo pierda,
vine con hurón y cuerda,
y cuando más a sabor
se asomaba a la muralla
salió su padre al encuentro,
metióse el vencejo dentro
y dejónos de la galla.
Llora
ALEJANDRO: ¡Buen llanto!
FABRIANO: ¿Que el padre viejo
el vencejo os ha quitado?
SABINA: Sí, señor; desvencejado
le vea yo. De esto me quejo.
FABRIANO: Gracias tiene. Aunque a esta gente
aborrezco, este pastor
me ha dado gusto.
ALEJANDRO: Es, señor,
donoso como inocente.
SABINA: Vení acá. Y os quiero her
una pescuda, buen viejo.
Si quiere bien un vencejo,
y recibe por mujer
a una venceja que ha sido
quien le enamora y quillotra,
¿es bien casarle con otra,
porque nació en mejor nido,
porque en alcázares
vive,
y estotra entre peñas pobres,
de los castaños y robres
grosero manjar recibe;
porque tién plumas mejores
y porque son más valientes
los vencejos sus parientes
y cuentan que sus mayores
trujeron de rey más lejos
su principio no es buen
pago?
Juzgaldo vos, que yo os hago
alcalde de los vencejos.
FABRIANO: Gusto me da el pastorcillo,
SABINA: Ea, la vara arrimad,
o este pleito sentenciad,
que me importa concluillo.
FABRIANO: Digo, donoso pastor,
que como el vencejo quiera
a la venceja primera
es bien pagarle su amor,
por más que el padre lo
impida,
y sentencio que la amada
le goce y que desterrada
la venceja aborrecida,
aunque alegue más consejos,
luego al momento se vaya,
porque yo no sé que haya
nobleza entre los vencejos.
SABINA: Esta vez os he cogido;
contra vos es el proceso.
¿Por qué ha de estar por vos
preso,
viejo honrado y afligido,
vueso vencejo, decí,
si él a una venceja adora,
que en la sierra le enamora,
y no puede dar el sí
a la venceja que tiene
su nido allá entre los godos?
Pues que son vencejos todos,
Y estos dos se quieren
bien,
casadlos, que las altivas
noblezas son espantajos,
y todos, altos y bajos,
nacimos de Adán y Adivas.
FABRIANO: Idos con la maldición.
SABINA: Vos el preito sentenciastes;
si vos mismo os condenastes
un asno sois con perdón.
FABRIANO: Echa, Alejandro, de aquí
estos bárbaros, o haré
una bajeza.
SABINA: ¡A la hé,
vos sois buen juez, pues ansí
heis justicia!
ALEJANDRO: Este lugar
desocupad.
PASTOR
1: Con paciencia.
SABINA: Acójome a la sentencia.
Ella os ha de condenar.
FABRIANO: Echalde de aquí, o matalde.
SABINA: ¿Por la primera venceja
sentencias, y tenéis queja.
Muy bobo sois para alcalde.
Dios vuelva por la verdad.
Pues lo mandáis, casaránse.
ALEJANDRO: Idos, villanos.
SABINA: Iránse,
que no son bestias. Cantad.
Vanse
cantando
FABRIANO:
Mucha prudencia he tenido,
pues
muerte no les he dado.
ALEJANDRO: Aunque
el villanejo ha estado
malicioso, hubiera sido
indigno de vueselencia
manchar en él el acero.
FABRIANO:
Partirme esta noche quiero
a Roma.
Vuestra presencia
no
falte nunca de aquí,
ni deje
llegar villano
una
legua de Fabriano,
porque
sospecho que ansí
le
vienen a dar aviso
de
Montalto.
ALEJANDRO:
Podrá ser.
FABRIANO: Mal
hice no los prender;
que
afligirme el cielo quiso
con
darme un hijo travieso.
ALFJANDRO: La
mocedad nunca es sabia.
FABRIANO: Ha de
ser su esposa Octavia,
o tiene
de morir preso.
Vanse
todos. Sale CAMILA con un lío de ropa
blanca y un mazo, y MARCO Antonio
MARCO: Por
Dios, lavandera hermosa,
que
desde el punto que os vi
cojer
vuestra ropa ansí
está el
alma recelosa
y de
vuestro amor perdida;
porque
obligáis de manera
que os
abate, la bandera.
Lavandera de mi vida,
escuchadme una razón.
CAMILA: Andad
con Dios, caballero.
MARCO: Lavadme
el alma primero.
CAMILA: ¿Que os
la lave escamizón?
MARCO: Sí,
vestíosla por camisa,
y
veréis que no hay holanda
que
esté más tratable y blanda.
CAMILA: ¿Alma
de holanda? ¡Oh, qué risa!
MARCO: Dado
os tengo el corazón.
CAMILA: ¿A
jabonar?
MARCO:
Sí, eso os ruego.
CAMILA: ¿Qué
tiene?
MARCO:
Como Amor es fuego,
le ha
puesto como el carbón.
CAMILA: ¿Como el carbón? Pues a un lado,
que
estoy limpia, y si me topa,
ensuciaráme la ropa
vueso
corazón tiznado.
MARCO: ¡Qué
gracia!
CAMILA:
No llegue al brazo,
y sepa que en mi lugar
nadie
sabe jabonar,
si no
es con jabón de mazo.
Por
eso no haga cosquillas
si no
quiere en conclusión
llevar,
señor, un jabón
que le
quiebre las costillas.
MARCO: Para
aliviar los enojos
del
alma, darla podéis
los ojos, que es bien los deis,
pues tenéis tan bellos ojos,
y la podréis jabonar.
Vuestra
es, tomadla.
CAMILA: La astucia;
no
quiero yo alma tan sucia,
que se
ha menester lavar.
MARCO: Yo
estoy ya tan rematado,
mi
graciosa lavandera,
que ser
el jabón quisiera
según
los celos me ha dado
de
que ande cada instante
en
vuestras manos, que en suma
son más
blandas que su espuma.
CAMILA: Sí
haréis, que acá todo amante
es jabón que a los despojos
de tiranas hermosuras
derrama
en jabonaduras
el
corazón por los ojos
aunque vos sois palaciego,
y no
habrá tomaros tino,
que
todos pregonáis vino
y
vendéis vinagre luego.
¡En
la boba que creyere
en vuestras bachillerías;
sabéis muchas romerías
y olvidáis a quien os
quiere!
MARCO:
Cuando es perfecto el amor
y bien
nacido el amante,
ni
burla ni es inconstante.
CAMILA: El
noble engaña mejor.
Yo
conozco una serrana
a quien
burló un escolar
con
parlar y más parlar.
MARCO: ¿Quién es?
CAMILA:
Sabina, mi hermana.
MARCO:
¿Sois vos hija de Pereto.
Hace reverencia
CAMILA: Para lo
que le cumpliere.
MARCO: Errará
quien no tuviere
a
Césaro por discreto
en despreciar por Sabina
a mi
hermana, que, por Dios,
si es
tan bella como vos,
que es
cuerdo quien desatina
por
tan dichoso sayal.
CAMILA: Soy yo
un coco comparada
con mi
hermana.
MARCO: ¡Qué extremada
belleza! ¡Qué al natural!
Yo
vine determinado
de
castigar a Pereto
y a
Sabina, que en efeto
me tuve
por agraviado
de que Césaro dejase
mi
hermana Octavia por ella;
pero el
Amor, que atropella
soberbias, quiso que hallase
en
vos el justo castigo,
pues a
vuestro amor sujeto,
a las hijas de Pereto
y
aquestas sierras bendigo.
Bien
hayan, amén, los robles,
los peñascos y asperezas
que crían tales bellezas,
pues por fuerza han de ser
nobles
almas que viven y habitan
en cuerpos que son tan bellos,
y bien hayan los que en ellos
su libertad depositan.
¡Ay, serrana; muerto
estoy!
CAMILA: Pues
¿vos por acá pensáis
que
hilamos? ¡Bien quillotráis!
Algún
diabro os trajo hoy
por
aquí.
MARCO:
¿Quiéresme bien?
CAMILA: ¿Qué sé
yo?
MARCO:
Pues, ¿quién lo sabe?
CAMILA: El cura. Apártese, acabe.
(¡Qué
buena cara que tién!) Aparte
MARCO: Dame
esa mano.
CAMILA: (Recelo Aparte
que en
el alma se me entró.)
MARCOS: Dame
aquesos brazos.
CAMILA: ¿Yo?
MARCO: ¿Pues
qué?
CAMILA:
¿Tan presto, es buñuelo?
Salen CÉSARO de
galán, y los pastores
músicos y SABINA, de pastor
CÉSARO:
Apenas de allí os partisteis
cuando
mi padre se fue;
luego
escalas tracé
de las
cuerdas que me disteis
que
atadas a las almenas
a las
guardas engañaron
y a
pesar suyo, quedaron
colgadas de ellas mis penas.
Seguíos, y como amor
vuela
ligero, alcancéos.
SABINA: ¡Ay,
esposo! Mis deseos
cumplió
el cielo. Ya el rigor
que
en mí vuestro padre emplea.
mi
miedo y temor divierte,
que no
temeré la muerte
como a
vuestros ojos sea.
CÉSARO:
Contra su enojo crüel
pienso
llevarte a Milán;
que
allí mis deseos podrán
tener
fin viviendo en él,
hasta que el paterno amor
venciéndole te reciba
por
hija y mi esposa.
PASTOR: ¡Viva
tal firmeza y tal amor!
SABINA:
¡Camila!
CAMILA:
¡Sabina mía!
MARCO: ¡Césaro
aqui!
CÉSARO:
¡Marco Antonio
en tal
lugar!
MARCO:
Testimonio
de amor
y su monarquía.
Abrasar vine a Montalto
y a dar
muerte a la serrana
que os
enamora, y su hermana
dió en
mi libertad asalto,
pues
cuando su hacienda y casa
quise
abrasar, con sus ojos
el
alma, cuyos despojos
la adoran,
rinde y abrasa.
Será, Césaro, mi esposa;
que
vuestra justa elección
me
llama a su inclinación.
CAMILA: Yo me
tendré por dichosa.
SABINA: Y yo
con tan buen cuñado
mil gracias
al cielo doy.
CÉSARO: ¡Qué de dichas juntas hoy
Amor y el cielo me han
dado!
CAMILA: Es
miércoles, y bastaba
serlo
para mi ventura.
SABINA: ¡A buen
tiempo y coyuntura
te
casas!
CAMILA:
Pues, ¿qué pensaba?
¿Todo ha de ser para ella?
¿No
somos acá personas?
MARCO: Los
Ursinos y Colonas
por
vos, mi Camila bella,
y
por vos, Sabina hermosa,
establecerán desde hoy
eternas paces.
CAMILA:
¡Que estoy
maridada! ¡Linda cosa!
PASTOR 2: Aun
sin aguardar al cura
los
cuatro se han desposado.
PASTOR 1: No hay
cura ni licenciado
mejor
que la coyuntura.
CAMILA:
Demos a mi padre aviso
de su
dicha y mis amores.
PERETO: Pedidme
albricias, pastores. Dentro
¡Viva
Montalto! Pues quiso
poner mi nombre tan alto
de un
principio tan humilde,
al
cielo albricias pedilde.
Salen PERETO,
CRENUDO, CHAMOSO, y FABIO
CÉSARO: ¿Qué es
esto?
TODOS:
¡Viva Montalto!
PERETO: No
sé cómo el contento de estas nuevas
no me
ha muerto, que ya mis flacas canas
no son
para tan grande sobresalto.
Hijas, fray Félix, cardenal de Roma;
cardenal de Roma es
vuestro hermano.
CÉSARO:
¡Válgame Dios!
SABINA:
¡Ay cielos qué ventura!
CHAMOSO: ¿Ya es
cardenal? Pues presto será cura.
CÉSARO: Dadme,
dichoso padre, aquesos brazos.
MARCO: Y a mí
me conceded por hijo vuestro.
SABINA: Éste es
mi esposo, padre mío, que preso
ha
estado por mi amor. Todo fue engaño,
engaño
todo fue lo que os dijeron
de
Octavia; por burlarnos lo hicieron
e huir
de la prisión.
PERETO: Estoy sin seso
SABINA: Libre
está ya y en mis amores preso.
PERETO: Dadme,
señor, los pies.
CÉSARO: No, padre mío,
los
brazos sí, con nudo estrecho y tierno.
CAMILA: ¡Hola,
padre! Catad acá otro yerno;
abrazadle también, que no ha nacido
en las
malvas.
CÉSARO:
También es hijo vuestro
Marco
Antonio, la nobleza que es de Italia
y aun
del mundo. Enamoróse
de la belleza de Camila, y quiere
que por
esposa se la deis.
PERETO: O sueño,
o estoy
loco. ¿Hay más bien, cielos piadosos?
CAMILA: Supimos
escoger buenos esposos,
para no tener dote. La nobleza
virtud
quiere por dote con belleza.
PERETO: Vamos a
Roma luego, y eche el sello
mi
buena suerte con hallar mi hijo
honrado
de la púrpura romana;
que, pues tan nobles sucesores dejo,
la muerte pido con el
santo viejo.
Sale FABRICIO
FABRICIO: Yo
vengo, dichosísinio Pereto,
a
llevaros a Roma con Sabina
y Camila. Aquí traigo tres carrozas.
CHAMOSO: ¿Qué son carrozas, ao?
FABRICIO: Unas doncellas
que se
llaman carrozas en Italia.
CHAMOSO: Casarme
quiero, pues, con una de ellas;
mostradme esas carrozas o doncellas.
FABRICIO: Césaro,
vuestro padre Ursino gusta
que
seáis de Sabina amado esposo;
que
luego que en llegando a Roma supo
que era
de Monseñor Montalto hermana,
a dicha
tiene ser pariente suyo,
porque
sospechan que ha de ser monarca
de Roma
y gobernar su sacra barca.
SABINA: Agora
fenecieron mis recelos.
CÉSARO: ¡Que
tan dichoso soy, benignos cielos!
FABRICIO: Vamos,
que monseñor está aguardando
con
toda la romana y sacra curia,
que
quiere el papa que a su honrado padre
reciba
en triunfo.
PERETO: Vamos, nobles
hijos,
que mi
vejez de nuevo se remoza.
TODOS: ¡Coches, coches!
CHAMOSO: ¿Dó está doña Carroza?
Vanse todos. Salen JULIANO y RICARDO
JULIANO: Esto
es lo que en Roma pasa.
Todo el
popular aplauso
la
ventura de fray Félix
celebra
y estima en tanto,
que
habiendo la santidad
de Pío
Quinto consagrado
al
cardenal por obispo
de
Fermo, hoy miércoles cuatro
de Agosto, a los senadores
y caballeros romanos
mandó que a recibir
salgan
a su
padre, cuyos años
han
merecido llegar
a ver
de pobre serrano
cardenal de Roma un hijo
de las
peñas de Montalto.
RICARDO: Su prudencia
lo merece;
porque
no es soberbio sabio,
ni
pobre presuntüoso.
JULIANO: Decís
la verdad, Ricardo.
RICARDO: Oíd,
que según las voces
del
vulgo y pueblo voltario
entran ya.
JULIANO: ¡Notable día!
RICARDO: ¡Oh,
venturosos serranos!
Por una puerta
salga el príncipe FABRIANO
Colona, el EMBAJADOR Dr España,
ASCANIO, de cardenal,
SIXTO, de cardenal también. Y por
otra, al mismo tiempo,
salgan MARCO Antonio, CÉSARO,
FABIO, SABINA, CAMILA y
CHAMOSO. Y arriba se descubre un
corredor donde está EL
PAPA Pío QuiNTo. Y en un caballo
que lleve del diestro un
lacayo, entre PERETO, de pastor;
toque la MÚSICA; y en
llegando, SIXTO le tiene el
estribo a su padre para que se
apee
SIXTO: Yo,
padre, os tendré el estribo.
PERETO. Hijo,
aguarda que ya abajo.
¿Un
cardenal ha de hacer
tal
cosa?
SIXTO:
Si por honraros
me
honra el cielo de este modo,
no es mucho, mi padre caro,
que
teniéndoos el estribo
estribe
en él mi descanso.
De rodillas
Aquesa
mano me dad.
PERETO: Levanta
y toma los brazos,
que no
es justo que a mis pies
esté un
cardenal postrado.
SIXTO: Si como
soy cardenal
gozara
del trono sacro
de san
Pedro, ya os he dicho
que os
besara arrodillado
esta
venerable diestra.
Sepan los que me llamaron
villano, lo que me precio
de este
sayal tosco y basto.
Montalto ha sido mi patria,
que
aunque pobre, el nombre es alto,
un
monte serán mis armas
y mi apellido Montalto.
Montalto han de llamarse
mis
parientes, comenzando
mi
linaje en mí, que espero
que mi
dicha ha de encumbrarlo.
Llegad,
padre, y desde aquí
adoraréis el pie sacro
de su
beatitud.
PERETO:
¿Qué aguardan
mis
regocijados años?
De rodillas
Santísimo padre Pío,
cuya
piedad ha mostrado
lo que
la humildad estimas,
los humildes ensalzando,
tus pies beatisimos beso.
EL PAPA:
Venerable viejo, alzáos,
que os
debe Italia infinito
por el
hijo que habéis dado
a la
militante iglesia,
de cuya
prudencia aguardo
célebres y heroicos hechos.
Su
aumento tomo a mi cargo,
y para
que ponga casa
le doy
siete mil ducados
de
renta.
FABRIANO: Y yo le señalo
otros
cinco mil de renta.
EMBAJADOR: Y yo y todo también en nombre
del rey católico y sabio,
el gran
monarca Filipo
el
segundo, le señalo
otros
cinco mil de renta.
SIXTO: Cielos,
no merezco tanto.
SABINA:
Hermano, ¿no nos habláis?
SIXTO: Con el
alma y con los brazos,
por
hermana y compañera
de mi
estudio y mis trabajos.
Césaro
es ya vuestro esposo,
que el
príncipe de Fabriano
lo
quiere ansi.
FABRIANO:
Con tal dicha,
infinito es lo que gano.
CÉSARO: Pues
Marco Antonio Colona
la mano
a Camila ha dado,
también
con vuestra licencia.
SIXTO: Hónrome
con tal cuñado.
Tráiganme, Sabina mía,
a
vuestro hijo Alejandro
a Roma,
porque se críe
en
ella, y tenga Montalto
por apellido.
FABRIANO:
Sea ansí;
y
críese en vuestro palacio,
ilustrísimo señor,
vuestra
virtud imitando.
CHAMOSO: ¿No os acordáis de Chamoso
que vos dió un día su
cuartago
con que
venistes a Roma
más
presto que por encanto?
Pues yo
bien me acuerdo de él.
O
pagalde, o dadnos algo,
o, pues ya sois cardenal,
hacedine chichón.
SIXTO: El pago
que os
doy por tan buen socorro,
son de
renta cien ducados
para
vos y vuestros hijos.
CHAMOSO: Saldrá
el vientre de mal año.
Yo sé
que habéis de ser papa,
que
cuando érades mochacho
de
teta, todos los días
decíades, "teta, papa."
EL PAPA: Vamos,
que
quiero que Roma vea
lo que
han alcanzado
las letras de un pastor pobre.
SIXTO: Los que a sus padres honraron,
premia el cielo de esta
suerte.
CÉSARO: Si los
sucesos extraños
quiere
saber el curioso
de
Sixto Quinto, en cuatro años
que
gozó de la tïara
y sumo
pontificado,
a la
segunda comedia
le
convido, que son tantos,
que no
pueden reducirse
a tan
corto y breve espacio.
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