Música de todos
géneros y entran por un
palenque con
los instrumentos de un bautismo en fuentes de plata,
gentileshombres bizarros en cuerpo;
detrás de todos don
JUAN, que lleva
sobre una fuente un turbante y en él una
corona, y en el
remate una cruz. Luego vestido a lo turquesco, de
blanco, el rey
SAFIDÍN, descubierta la cabeza; a su lado
GARCÍA de Sá,
viejo, gobernador, bizarro, en cuerpo
a lo antiguo.
Por otro palenque SOLDADOS bizarros, uno de ellos con
la banda de las
Quinas de Portugal; y arcabuces, trompetas y cajas.
Detrás,
arrastrando una pica, MANUEL de Sosa, muy bizarro,
y delante de él
DIAGUITO con arcabuz pequeño, espada
y daga. Arriba,
en un balcón despejado y grande, la reina
ROSAMBUCA a lo
indio, coronada, y a su lado doña LEONOR, muy
bizarra, y doña
MARÍA, de hombre, muy galán.
Va a besar la
mano MANUEL, a GARCÍA, y
tiénele
MANUEL: A los triunfos portugueses,
cuyas belicosas quinas,
armas
ya, primero estrellas,
tiembla
el Asia, Europa envidia,
después
que logró la iglesia
las
católicas vigilias
de Enrique, glorioso infante,
que
ocasiona las primicias
de este
dilatado imperio
y en
diez lustros vio su silla,
Portugal, triunfante en Goa,
freno
absoluto de la India;
a sus triunfos, pues, eternos,
añada Vueseñoría,
gobernador generoso
de
tanto emporio y provincias,
el que
la fama le ofrece
con la
victoria más digna
de perpetuarse en bronces
que
conservó el tiempo escritas.
Quiso
el gran Nuño de Acuña
dar fin
dichoso a sus días
y
gobierno, que en diez años
honraron tantas conquistas,
con la
inexpugnable fuerza
de Dío,
que vio cumplida,
a pesar
de resistencias,
ya
idólatras, ya moriscas.
Diola
cuatrocientas brazas
de
ruedo, con perspectiva
y figura triangular,
y en sus ángulos fabrica
tres célebres baluartes,
sin otro, que predomina
en
medio la plaza de armas;
y al
cabo la fortifica
de
fosos, muros, torreones,
portas,
puentes levadizas,
armas,
bastimento y cuanto
mostró
el arte a la milicia.
Llamóla
Santo Tomé,
apóstol
que santifica
con su
sangre a Meliapor
y a
Oriente con sus relíquias.
Presidióla con mil hombres;
y
dándome su alcaidía
premió
en mí, cuando no hazañas,
lealtad
que la califica.
El Soldán
de Cambayá,
que a
la libertad antigua
de su
imperio vio poner
tal
yugo en su tierra misma,
e
impaciente de que extraños
le
registren las salidas
y
entradas que al Indo mar
nuestro
fuerte le limitan,
por
tres años de gobierno
que
estuve en aquella isla
procuró
mi destrucción,
ya en fe de paces fingidas,
disimulando asechanzas,
ya en
peligrosas caricias,
convidándome a sus fiestas
y
frecuentando visitas,
ya, en
fin, viendo mi cuidado
con
descubierta malicia,
asaltándome de noche
varias
veces; mas perdida
la
esperanza de vencerme,
habiendo llegado un día
a Dío
el gobernador
don
Nuño con dos cuadrillas
de
naves de guerra, apresta
el
bárbaro la infinita
multitud de sus vasallos
--en secreto apercibida -- .
De paz
al puerto se acerca
y con
él concierta vistas
que don
Nuño rehusó
diciéndole que venía
indispuesto; dióle fe
el
Soldán, y con festivas
demostraciones, creyendo
hacer
en él presa rica
y
envïarle en una jaula
de
hierro al Gran Turco, avisa
al
capitán general
que sus
gentes aperciba.
Despachó luego un presente
de
diversas salvajinas,
como
corzos y venados
al
enfermo, y se convida
a
entrar a verle a su nave;
mas
antes de darle, quitan
a la
caza pies y manos,
señal
ordinaria en la India,
cuando
tal regalo se hace,
de que
ya es gente cautiva
sin
pies ni manos aquella
a quien
tal presente envían.
Disimuló su soberbia,
y
admitiendo su visita
le
hicieron bélica salva
bombardas y chirimías.
Llegó en seis fustas el moro;
pero
apenas subió arriba
por la
escala al galeón
cuando
manda que le embistan
trescientos juncos y paraos
--naves son de la milicia
indiana -- con que en un punto
el mar,
que de tanta quilla
se vió
oprimido, espumando
cólera,
montes enrisca
tan
altos, que pudo en ellos
volverse la luna ninfa.
Seis mil flecheros disparan
a un
tiempo jaras y grita
tanta,
que sordos y ciegos
temió
el oído y la vista;
pero
haciéndose a la mar
los
nuestros, las naves viran,
y, parteando preñeces
de bronce, las olas limpian
con las esconas de fuego,
cuyas
pelotas derriban
mil
cabezas para chazas
de la
fama que eternizan.
Tembló
la armada blasfema,
huyendo
las que fulminan
nubes de metales roncos
los Falaris de sus vidas,
y el bárbaro que
intentaba,
mientras sus flechas granizan,
prender al gobernador,
viendo la mortal rüina
de sus
indios, temeroso
se
arroja al agua, y encima
de sus olas con los brazos
lisonjas al mar dedica.
Blanco
de nuestros mosquetes,
llegó
con tantas heridas,
que
para escribir victorias
su
sangre al mar prestó tinta.
Tomó
puerto ya sin alma
el
cuerpo infiel, y a la orilla,
en mausoleos de arena,
no echó
menos los de Libia.
Saltamos en tierra todos,
y
barriendo la marina
de la
infinidad cobarde,
la
venganza hizo tal riza
que,
temerosas las almas
de la
estrecha compañía
de sus
cuerpos, diez mil moros
a la
muerte hicieron rica.
Asaltamos la ciudad,
que de
nuestro fuerte dista
dos
leguas, y entrando en ella,
ni la
inocente puericia,
ni la
decrépita plata,
ni el
sexo hermoso que priva
de las
armas el furor
y vence
a la cortesía,
admitió
sus privilegios;
porque
igualmente la ira
portuguesa añadió a Troya,
si no
lástimas, cenizas.
Satisfizo su hambre el fuego,
como su
sed la codícia,
con los robados despojos,
y después que por tres días
unos lloran y otros
cantan,
el gran
Nuño fortifica
la
plaza; añade soldados
a la
fortaleza e isla;
encarga
a Antonio Silveira,
persona tan noble y digna,
de su
gobierno, que puede
serlo
de esta monarquía.
Cumplidos ya mis tres años,
llevarme en su compañía
quisiera el gobernador;
pero la amistad antigua
del
nuevo alcaide Silveira
pudo
tanto, que me obliga
a
militar a su sombra,
y la
inclinación y estima
que a
Dío y su fortaleza
tengo,
pues fue hechura mía,
y yo su
primer caudillo,
me
compele a que le asista.
Murió
el gran Nuño, si muere
quien,
a pesar de la envidia,
en
archivos de la fama
al tiempo se inmortaliza,
y entró
el gran don Juan de Castro,
tercer
virrey de la India,
que
cargado de victorias
en flor
la muerte marchita.
Muerto,
pues, el Soldán viejo,
Baduz
de la fuerte dicha,
y
siendo su sucesor
un
sobrino -- que no estiman
los hijos para herederos
en estas anchas provincias,
sino a los hijos de hermanas,
pues de este modo averiguan
ser su
sangre y aborrecen
sospechosas bastardías
por las dudas de los padres,
que en la mujer no
peligran --
deseando la venganza
del tío, en secreto envía
embajadores a Grecia
que al
Turco favor le pidan
con que
destierren del Asia
las
portuguesas reliquias,
y
sujetando el Oriente
usurpe su monarquía.
Es el
bravo Solimán
el que
agora tiraniza
el
otomano gobierno;
aquél
que tembló en Hungría
de la
fortuna de Carlos,
y
afrentoso se retira
de las
águilas del César,
luz de
Austria y sol de Castilla.
Éste,
pues, considerando
que si
codicioso esquilma
las
orientales riquezas,
sus
drogas y especierías,
señor
del globo terrestre
será
fácil su conquista
y del
un trópico al otro
no
habrá nación que no oprima,
arroja
al Bermejo mar
por las
riberas egipcias
sesenta y cuatro galeras
y en
ellas turcos alista.
Trece
mil rumes -- así
a los turcos apellidan
en estas partes, creyendo
que de Roma se originan --
genízaros
los seis mil
y
esotra gente escogida,
ejercitada en Europa,
los más
de su guardia misma;
nómbrales por general
el Bajá
de Egipto, digna
persona
para tal cargo
por la
experiencia y noticia
en las
cosas militares;
pero de
tan peregrina
crasitud y corpulencia,
que
dicen que le caía
sobre
los pechos la carne
de la barba, y que las tripas
con una
faja al pescuezo
atadas,
le daba grita
nuestra
gente, y le llamaba
ganapán
de su barriga.
Éste,
pues, aunque tan grueso,
inmóvil en una silla,
lo que
en las fuerzas
le
falta equivale
en lo
que arbitra;
desembarcó en Cambayá
y
recibióle en su orilla,
con
aplausos y lisonjas,
el
Soldán y su familia;
y
deseosos los dos
de
dejar la tierra limpia
de
lusitanos estorbos,
marcharon al otro día,
llevando en entrambos campos,
sin chusma y gente baldía,
cuarenta y siete mil hombres,
los treinta de flechería,
los demás ejercitados
en el mosquete, la pica,
y los
demás que en Europa
honra
nuestra disciplina.
Llegados por tierra y mar
tercios y naves nos sitian,
y luego al asalto tocan,
porque
no nos aperciban
la
prevención y el sosiego;
pero al
instante que arriman
escalas
a la muralla,
las
coronan por encima
portugueses que, animosos,
trescientos turcos derriban
a la
ruciada primera
de
nuestra mosquetería.
Éramos
sólo quinientos,
cincuenta mil la enemiga
multitud; contad ahora
a qué
tantos nos cabría.
Matáronnos seis no más,
y
cobardes se retiran
a las tiendas de Cogá,
general
de la provincia.
Hubo
entonces portugueses
a quien
el valor anima
de
suerte, que abren las puertas
y la
retaguardia pican
hasta coger treinta de ellos,
que con
música festiva
colgaron de las almenas,
para
mayor ignominia,
con sus
arcos a los cuellos,
cimitarras en las cintas,
turbantes en las cabezas,
vestidos de telas ricas.
Blasfemaba el bajá grueso,
que
nuestro valor admira;
pero lo
que sintió más
es ver
que el mar solemniza
nuestra
victoria de modo
que,
aplaudiendo nuestra dicha,
montes
de vidrio levanta
por que
en los cascos embistan.
Chocaron unos con otros
de
suerte que, sumergidas
seis
galeras, las demás,
destrozadas, se retiran
al
puerto de Madrefaba,
cinco
leguas más arriba
de Dío,
donde ancorando,
cansancio y temor alivian.
Atrincheróse en el cerco
el
campo; y la artillería,
a
caballero plantada,
comenzó
la batería;
y
porque nuestros reparos
menos
al esfuerzo sirvan,
una
máquina echó al agua,
que puso al principio grima.
Era un
galeón cargado
de pez,
pólvora y resina,
de
salitre y alquitrán,
que al
fuerte del mar arriman,
para
que, dándole fuego,
mientras le vuelven ceniza
las llamas, les den entrada,
y el humo que desatina
estorbe
nuestra defensa.
La
traza era peregrina,
a no
ser tan grande el peso,
que aguardaron aguas vivas
para
poderle arrimar;
pero
osó la valentía
de
Francisco de Gobea,
capitán
de infantería,
hacer
una hazaña hasta hoy
sin
ejemplar e inaudita,
española, temeraria,
portuguesa, ejecutiva.
Aguardó
a la media noche,
y
arrojándose en camisa
al agua
con una mecha
dentro
un cañón encendida,
y una
bomba de alquitrán,
al
galeón se avecina,
y en un
instante le pega
la
contagiosa malicia,
con que
los tres elementos,
aire,
tierra y fuego, lidian
sobre el cuarto de tal forma,
que
reventando en astillas,
luminarias de esta hazaña
fue que
al turco atemoriza.
Quedó
el bárbaro asombrado;
y
ciego, al cuarto de prima,
el
castillo de Rumeo
asalta,
y a escala vista
le
entró, perdiendo los nuestros
en su
defensa las vidas,
sin
quererse dar jamás,
y entre
ellos la valentía
de su capitán Pacheco,
cuya
muerte en bronce escrita,
siendo
herencia de la fama,
a un
tiempo alegra y lastima.
Diez
asaltos generales
nos
dieron en veinte días,
sin dejarnos sosegar
uno
solo; pero diga
si ardides y estratagemas,
tiros, flechas, fosos, minas,
hallaron la vigilancia
de
nuevo valor vestida.
Treinta
hombres quedamos
solos
de quinientos, mas suplía
el
ánimo cantidades,
hasta
que al fin nos animan
veinte
fustas de socorro
que don
Juan de Castro envía
con
armas y bastimentos,
y de
noche dieron vista
a
nuestro fuerte, trayendo
con
presencia ostentativa
cada
uno cuatro faroles.
Oyeron
sus culebrinas
los
turcos, y sospechando
tener a
toda la India
sobre
sí, pegando fuego
a su
alojamiento, guían
a
embarcar, tan temerosos,
que el
bagaje, artillería
y
cuatrocientos heridos
dejó,
por que no le sigan.
Veinte
mil le degollamos
en dos
meses, cuyas vidas
nos
costaron cuatrocientas,
a
cincuenta bien vendidas.
Recogimos los despojos;
y con fiestas y alegrías
en
procesión venerable
dimos
las gracias debidas
a Dios
y a su madre intacta.
No cuento, por infinitas,
hazañas particulares.
Los extraños las escriban.
Sólo digo que hubo
esfuerzo
--el ánimo desatina --
de
portugués que, faltando
la
munición, se derriba
los
dientes con el cañón
--es loca la valentía --
matando
a turco por diente.
Estime
vueseñoría
esta
célebre victoria,
y
valerosa prosiga
las
hazañas portuguesas
porque
el Asia se nos rinda.
GARCÍA:
Estando vuestro valor
en Dío,
Manuel de Sosa,
la
victoria era forzosa,
por más
difícil mejor.
Safidín, rey de Tanor,
--provincia es de Malabar --
se ha venido a bautizar;
que
mientras reino conquisto
en paz,
también sabe Cristo
coronas
a su ley dar.
Él y
la reina han honrado
nuestra
corte, y yo, padrino
de Safidín, determino
festejar tan gran soldado.
A buen
tiempo habéis llegado;
ponga
luminarias Goa,
y de la
mejor canoa
hasta
el mayor galeón,
con
festiva ostentación
adornen
de popa a proa.
MANUEL: Déme
a besar vuestra alteza
la
mano.
SAFIDÍN:
Las vuestras dan
asombros a Solimán
y a
Cambayá fortaleza.
Cristiano
soy, la llaneza
de
Portugal es la mía;
alistad
desde este día,
sin
reverenciar mi estado,
Manuel
de Sosa, un soldado,
hermano
de don García.
El
nombre dejo primero
con la
ley. Ya soy nuevo hombre;
en las
obras y en el nombre
imitar
vuestro rey quiero.
Déme
don Juan el Tercero
con el
suyo su valor;
don Juan soy, gobernador;
que este blasón inmortal
como ilustra a Portugal
ha de
ilustrará Tanor.
Cuando en el agua divina
mi
esposa vuelva a nacer,
el
nombre le ha de poner
vuestra reina Catalina.
A Dios
la cerviz inclina,
y a
pesar del Alcorán,
pues ley y nombre nos dan
vuestros reyes, ¿qué más fama,
si Catalina se llama
y el
Rey Safidín don Juan?
GARCÍA:
Gracia, señor, significa;
gracias
al cielo se den,
pues en vos los nuestros ven
la gracia que os
vivifica;
en
cuerpo real alma rica
de
virtudes; envidiar
os
pueden A un tiempo y dar
parabienes mi contento:
reinar sin Dios es tormento,
servirá Dios es reinar.
JUAN: Dadnos, capitán de Dío,
los brazos, si merecemos
los que vuestros triunfos vemos
gozarlos.
MANUEL: ¡Oh don Juan mío!
El alma que alegre os fío
con
ellos es bien que os dé.
JUAN: ¡Grande
valor!
MANUEL:
Corto fue,
y mis hazañas pequeñas
sin don Juan de Mascareñas,
columna de nuestra fe.
Mucho traigo que contaros.
DIAGUITO: Si mi
pequeñez merece
esa
mano que ennoblece
a cuantos llegan a hablaros,
haga
mis principios claros
y honre
vuestra señoría
con
ella la boca mía.
GARCÍA: ¿Quién
sois vos, rapaz hermoso,
tan
portugués en lo airoso,
tan hombre en la bizarría?
DIAGUITO: Poca
cosa en lo chiquito,
si
grande en lo portugués;
hidalgo
me dicen que es
mi
padre, y yo soy Diaguito.
GARCÍA: Manuel:
¿es vuestro?
MANUEL: Un delito
amoroso
en Portugal
me le
dejó por señal
y pena
de mi ignorancia.
GARCÍA: Qué,
¿hijo es vuestro?
MANUEL: Es de ganancia.
GARCÍA: Ganancia
fué de caudal.
DIAGUITO:
Nadie diga que es mi padre;
que a
mí nadie me engendró
en el
mundo mientras yo
no sepa
quién es mi madre.
Esa
ganancia le cuadre
al que
es torpe mercader,
y
ninguno ose poner
en mí,
con viles empleos,
que por
o corpo de deos
que os bofes lle he de comer.
CARBALLO:
Tomaos con el rapacito.
SAFIDÍN: ¿Vióse
donaire más bello?
GARCÍA: Es
portugués. Basta sello;
no haya
más, señor Diaguito.
LEONOR: Gusto
me ha dado infinito.
MARÍA: Subid
al balcón, amores.
GARCÍA: Las damas arrojan flores,
hagámoslas cortesía.
MANUEL: Plegue
al cielo, Leonor mía,
que no
paren en rigores.
Éntranse con
música, como vinieron, y
quedan CARBALLO
y BARBOSA
BARBOSA:
Pues, Carballo, ¿cómo ha ido
allá
con tanto rebato?
CARBALLO: Como
tres con un zapato.
Poetas
habemos sido.
BARBOSA:
¿Cómo?
CARBALLO: Hicimos maravillas.
Entre los tiros diversos
hay unos llamados versos
que arrojaban redondillas.
Otros de mayor estima
que,
porque si disparaban,
a ocho
los arrimaban,
se
llaman octava rima.
Poetizaba un culebrón
al
turco de un parapeto
que se llamaba
soneto,
mas dad
al diablo su son;
porque derribaba a bulto,
echando
su consonante,
cuanto
topaba delante.
BARBOSA: Ese tal
debe ser culto.
CARBALLO: Otro
de una cota armado
con dos
quintales de bola
de
catorce pies.
BARBOSA: ¿Y cola?
Soneto
fue estrambotado.
CARBALLO: Pues
¿qué ciertos falconcillos
que
enramados escupían
balas y piedras?
BARBOSA: Serían
romances con estribillos.
CARBALLO: De
esto hubo abundantemente,
y más
que si disparaban
todos
ellos se preciaban
de poetas
de repente,
asombrándose de vellos
en
llegándose a entender.
BARBOSA: Sátiras
debían de ser
pues
que todos huyen de ellos.
Ahora bien, señor Carballo,
si no tiene
alojamiento,
el mío
estará contento
de
servirle y de hospedallo.
CARBALLO: Beixo o as maos.
BARBOSA: La amistad premia
con lo
que tiene, y acá,
si en
versos de bronce da
toda Goa
es academia.
Vase. Sale doña MARÍA en hábito de
hombre
¡Ah
fidalgo!
CARBALLO: Ése es mi nombre.
MARÍA: Una
palabra entretanto
que
entran.
CARBALLO: ¡Jesu, corpo santo!
¿qué he
visto? ¿Quién eres, hombre?
MARÍA: ¡Ah,
Carballo! ¿quien podía
ser,
sino una desdichada
sin
honor y ya olvidada?
CARBALLO: Señora
doña María,
¿en la India vos? ¿Vos en Goa,
y en traje tan indecente?
MARÍA: Mujer
amante, y ausente
aborreciendo a Lisboa,
donde promesas y engaños
acaudalaron enojos,
pagando en llanto los ojos
olvido
de tantos años;
cuando llegué a aventurar
lo
menos, si ya perdí
lo más,
¿qué mucho que aquí
me
halléis?
CARBALLO:
¿Que el inmenso mar
y
sus peligros se atreva
a pasar
una mujer?
MARÍA: ¿Qué
mar como el bien querer?
¿Qué
golfos como hacer prueba
en
un hombre que olvidado
de
obligaciones de amor,
cuando
profesa valor,
su
valor ha amancillado?
Salí
por ver si hallaría
el que
llama la confianza
cabo de
Buena Esperanza,
mas no
le tiene la mía.
Y no
me anegó la suma
de
tanto golfo y rigor;
que no
anega el mar a amor
porque
es nieto de su espuma.
Hombre con obligaciones
tan
precisas de remedio,
con un
hijo de por medio,
que
suelen ser eslabones
que
encadena voluntades,
y en
él, el que trujo ha sido
Leteo
para su olvido,
no para
mis soledades.
Sin escribirme en tres años
siquiera una letra sola,
registrando yo cada ola
y
engañando desengaños
que
apaciguaban deseos;
y por
la ribera abajo
pidiendo cartas al Tajo,
creyendo que eran correos
las crecientes que a mis puertas
ondas daban sucesivas,
para todos aguas vivas
y para
mi sola muertas.
Cansóse ya la paciencia;
nombre
me dio de su esposa
mil
veces Manuel de Sosa;
tomó
como tal licencia
que
aposesionaron ruegos.
Partióse y llevó consigo
de un
año un solo testigo
de mis disparates ciegos.
Debiéronse de anegar
entre inmensidad de espumas,
palabras; que éstas y plumas
lleva el viento; ¿qué
hará el mar?
CARBALLO: La guerra y tiempo divierte
el ocio
de esos cuidados;
no es
amor para soldados
y la
ausencia es otra muerte.
Mucho os quiso mi señor,
y
viendo vuestra belleza
realzada con la fineza
de
tanta lealtad y amor
le
obligará, cosa es clara,
y si
olvidarse es delito,
hará
las paces Diaguito,
que es
los ojos de su cara.
MARÍA: ¡Hijo de mi corazón!
Sus
deseos solamente
causa
ha sido suficiente
a mi
peregrinación.
¿Quién duda que de su madre
olvidado, el capitán,
aquí
sus gustos tendrán
empleo
que más les cuadre?
CARBALLO: No
sé, aunque tientan a pares
las indianas hermosuras,
que pruebe sus aventuras
con las damas malabares;
que
en la India, porque se note,
las caras que soplan brasas,
unas son ciruelas pasas
y otras son de chamelote.
Las daifas más
estimadas,
y que
aquí se solemnizan,
si no
negras, mulatizan
y son
ninfas nogueradas.
Ninguna el rostro se adoba,
no se
perfuma ninguna,
las más
huelen a grajuna
y todas son de caoba.
¿Qué voluntad amarilla
las ha de amar, si es discreta,
habiendo dama con teta
que la
llega a la rodilla?
El
gusto de mi señor
es de
noble portugués;
llegad
a hablarle después
que deje al gobernador;
que
puesto que en su palacio
se
aposenta, tiempo habrá
que
amante os satisfará.
Ellos
vienen; más despacio
podréis estimar, señora,
finezas
de vuestra fe;
que si
de repente os ve
le
alborotaréis ahora.
Vanse. Salen el gobernador GARCÍA de Sá y
MANUEL de Sosa
GARCÍA:
Cuando pasé ahora un año
por
Cambayá, y la aseguré del daño
que Dío recelaba
con el
bárbaro cerco que esperaba,
mi
gobierno acabado
en
Caúl, fui de vos tan regalado,
que mi
Leonor no sabe
sufrir
conversación que no os alabe.
Dice que lo que estuvo
con vos
en Dío, a nuestra patria tuvo
de tal
suerte olvidada,
que, en
vuestra compañía agasajada,
ni echó
menos a Goa
ni supo
si en el mundo había Lisboa.
Ahora,
pues, quisiera,
capitán, hospedaros de manera,
ya que
os tiene en palacio,
que
descansando en él por espacio
largo
saliera de este empeño,
que
según le encarece no es pequeño.
Su
fiador he salido,
y así,
mientras gobierno la India, os pido
que en
nuestra compañia
cumpláis con mi deseo y su porfía.
MANUEL: Términos portugueses
son pródigos en ella; por dos meses
que merecí hospedaros
en Dío
y con deseos regalaros,
que con
obras ya vía
que era
imposible a vuesa señoría
en una
fortaleza
tan pobre agasajar tanta nobleza,
por
término tan breve
no es
bien confiese deudas que no debe.
GARCÍA: Es muy
agradecida,
Leonor,
y estáos, Manuel, reconocida;
mas no
tratando de esto,
sabed,
Manuel de Sosa, que he dispuesto
darla
seguro estado;
yo
estoy de canas y de vejez cargado;
Leonor
es mi heredera
y única
sucesora; en fin, quisiera
que la
honrara un esposo
fidalgo
en sangre, en obras generoso.
Para
esto había elegido
a don
Juan Mascareñas, conocido
por su valor y hazañas,
no sólo en su nación, en las
extrañas;
mas repúgnalo tanto
que
ofende su obediencia con su llanto.
Dice
que mientras vivo
culpará
mi crueldad si la cautivo,
pues en
mí la dio el cielo
amparo,
esposo y padre. Este desvelo
me
causa pesadumbre,
y el
dársela también, porque es la lumbre
y
objeto de mis ojos
y
llegárame a ellos darla enojos;
vos
podéis persuadirla,
pues os
tiene respeto, y reducirla
a lo
que yo no puedo.
MANUEL: (¡Ay
cielos rigurosos!) Aparte
GARCÍA: Ved que quedo
en vos,
Manuel, confiado.
Don
Juan es vuestro amigo, gran soldado,
su edad
en primavera,
su
sangre ilustre y que heredar espera
un
mayorazgo rico;
galán,
y en condición os certifico
que un
ángel me parece;
decid
que goce el bien que Dios la ofrece.
MANUEL: Si en
mis ruegos estriba
el
daros gusto a vos, mi persuasiva,
señor,
puesto que tosca,
procurará que humilde reconozca
lo
mucho que en serviros
interesa.
GARCÍA:
Venid a divertiros
a la
marina un rato
conmigo, si gustáis, que ya su ornato
la
noche mercadera,
ausente
el sol su opuesto, saca afuera
y apercibid mañana
razones
concluyentes, que si allana
Leonor
su resistencia
y por
vos califica su obediencia,
deberáos don García,
una
alegre vejez.
MANUEL:
(¡Ay Leonor mía; Aparte
siendo
ya vos mi esposa
igualmente constante como hermosa
qué
desacierto ha sido
hacer
casamentero al que es marido!)
Vanse. Salen doña LEONOR dando un papel a
doña MARÍA
LEONOR: Mira
que de ti me fío,
Acuña.
MARÍA:
Daré el papel
puntüal, secreto y fiel;
pues
siendo vos dueño mío
y
debiéndoos lo que os debo
desde que os entré a servir,
mi
contento es asistir
a
vuestro gusto.
LEONOR: Me atrevo
en
fe de esa confïanza
a extrañas cosas por ti.
MARÍA: No
fuera no hacerlo así
tanta
con vos mi privanza.
LEONOR: Mi
padre no hay que avisar,
si eres
discreto.
MARÍA: Ni es justo;
¿Llévoles cosas de gusto?
LEONOR: No son
sino de pesar.
Encárgole cierta cosa
difícil
y de importancia.
MARÍA:
Perdónese mi ignorancia;
creí
que Manuel de Sosa
era
vuestro pretendiente
dichoso
y correspondido
con
asomos de marido.
LEONOR: ¡Jesús!
Es tan diferente
de
esto lo que le encomiendo,
que
antes ha de disuadir
a mi
padre e impedir
pretensiones.
MARÍA:
Ya lo entiendo;
no
hay que declararos más;
cumpliré mi comisión
como
tengo obligación.
LEONOR: En el
jardín me hallarás.
Vase
MARÍA:
Billete doña Leonor
para mi
Manuel de Sosa,
de su padre recelosa
con tal
secreto y temor.
Sospechas si no es amor,
¿qué
puede ser?
¡Qué
presto empiezo a temer!
Mas es del amor efeto,
¿papel secreto
sin
verle yo y soy mujer?
Celos míos, eso no;
que
para desestimaros
con
indicios menos claros
sospecho mis males yo;
amor
por oficio os dió
andar inquietos
y
acechar siempre indiscretos
lo que
no alcanzáis a ver;
donde hay mujer
y celos nunca hay secretos.
¿Yo, amante
menospreciada;
doña
Leonor cuidadosa;
papel a
Manuel de Sosa;
mi amor
y fama olvidada,
y qué
no ha de saber nada
don
García?
No,
celosa pena mía,
más mal
hay del que parece;
esto merece
mujer
que en mujer se fía.
Rómepele. Lee
"Permisiones de mi amor
han
dado causa a un delito
que,
por no ser para escrito,
la
pluma enfrena el temor.
Vuestra vida con mi honor
corren
riesgo, don Manuel.
La
honra es siempre crüel
que sus
agravios conoce,
diréos
viéndome a las doce
lo que
no osó este papel."
¡Ay, ofendida esperanza!,
ya de
vos no hay que hacer cuenta;
ten
tierra, celos, tormenta?
¿En el
mar, amor, bonanza?
Peligros de esta mudanza
ya los temieron mis daños.
¿Al cabo de tantos años
me
anegan agravios, cielos?
Sí, que
no son donde hay celos,
Santelmo los desengaños.
¿Qué
dudo, si por escrito
confiesa doña Leonor
permisiones de su amor
que
condena por delito?
Remedios que solicito
mis
desengaños los borren,
riesgo
le escribe que corren
su honor y vida -- ¡ay de mí! --
mi amor los corre, eso sí,
pues
dichas no le socorren.
¿Qué
riesgos pueden correr
sin
terceros sus amores?
Mas
amor que esconde flores
mal
puede el fruto esconder.
Ceben
de echarse de ver
hurtos
de su amor liviano;
y de su
padre, no en vano
temerá
la justa pena;
mas
pues sembró en tierra ajena
que lo
pague el hortelano.
Palabra me dió de esposo
y un
hijo que en su resguardo
no le
ha de afrentar bastardo;
don
García es generoso;
ya,
secretos, es forzoso
que os
saque el peligro afuera;
a
hablarle voy aunque muera;
que si
se han dado los dos
las
manos, para con Dios,
de
palabras la primera.
Vase. Salen don GARCÍA y don JUAN
GARCÍA:
Iréis, don Juan, con una escuadra mía
de
galeras, armadas para guarda
del rey
recién cristiano, cuando el día
salude
el alba con su luz gallarda;
labraréis en Tanor la factoría
que
Safidín ofrece, y si se tarda,
y su
gente en negarla está resuelta,
cargaréis la pimienta y daréis vuelta.
JUAN:
............................. [-osa]
...............................[ -ida]
...............................[
-osa]
...............................[ -ida].
Si
promete premiar, Leonor hermosa,
por ti
-- ¡oh, señor! -- la fe con que es querida,
corto
trabajo a largo premio mides.
Los
doce añade con que se honra Alcides.
Iré
a Tanor, y como se me encarga,
persuadiré a su rey cuando le lleve,
al
tributo, al presidio y a la carga
de
especia y drogas que cumplirnos debe
la
dilación que amor juzgará larga;
ya
portugués Jacob, tendrá por breve
mi
esperanza, aumentando en sufrimientos,
a mis
servicios más merecimientos.
GARCÍA: Id,
pues, don Juan amigo, a apercibiros,
que
quiere Safidín salir mañana
antes
que el sol.
JUAN: ¡Oh golfo de
zafiros!
Dad
prisa al alba de jazmín y grana;
no hay
vientos que esperar donde hay suspiros;
no hay
mares que temer cuando se allana
a
quererme Leonor; de Alción los días
serán
al mar las esperanzas mías.
Vase. Sale doña ISABEL a una puerta con un
niño en los
brazos
ISABEL: Si
está avisado, él será.
GARCÍA: ¿Qué es
esto, a tal hora abierta,
cielos,
del jardín la puerta?
ISABEL: Fidalgo, llegaos acá.
GARCÍA: Disimular es mejor.
ISABEL: ¿Sois
Manuel de Sosa?
GARCÍA: Sí.
ISABEL: ¡Qué
presto le conocí!
¿Dónde
está el gobernador?
GARCÍA:
Rondando las portas.
ISABEL: Bien;
lo
mismo Acuña me dijo.
Poned en cobro este hijo
de que
os doy el parabién;
que
es tan parecido a vos
que en
él se verá su padre;
riesgo
ha corrido su madre,
mas ya está mejor. Adiós.
Cierra y vase
GARCÍA:
¿Sueño? ¿Estoy despierto o loco?
Durmiendo debo de estar;
mas,
temor, si esto es soñar,
¿qué
puede ser lo que toco?
A
quimeras me provoco
que
desmienten mi sentido.
¿Manuel
de Sosa hoy venido
y con
hijo que nace hoy?
No,
cielos, durmiendo estoy.
Pero
despierto y dormido
a un
tiempo no puede ser...
¡Qué de
sospechas colijo!
"Poned en cobro este hijo."
¡Y hoy
venido, ausente ayer!
Donde
es forzoso el creer
excusado es el dudar,
peligroso el sospechar,
afrentoso el permitir,
pusilánime el sufrir
y
cuerdo el averiguar.
Nueve meses ha que en Dío
su
alcaide nos hospedó;
¿si la
posada pagó
a mi
costa el honor mío?
Cuanto más de Leonor fío
menos
hay que hacer caudal
de la
que es más principal,
y más
cordura el temer;
que es
el vicio en la mujer
defecto
trascendental.
Mas no ofendamos su estima
hasta
aquí sólo iniciada;
en Dío
entró acompañada
de doña
Isabel, su prima.
Menos
la bala lastima
que
está del cañón más lejos;
procuren
sanar consejos
lo que
culpas informaron;
que no
en balde se estimaron
en más los médicos viejos.
Mas nunca doña Isabel
me
alabó tan oficiosa
y necia
a Manuel de Sosa
como
Leonor siempre en él.
Si
noble, sólo Manuel
con la
nobleza se alzó;
si
discreto, él se llevó
la
cátedra de los sabios...
¿Siempre Manuel en los labios
y no en
el alma? Eso no.
¿De
qué sirve en mi porfía
hacer
discursos a obscuras,
si
todas mis conjeturas
paran
en deshonra mía?
Mi
sangre a Leonor envía,
mi
sangre, que no se infama;
de mi
sangre, Isabel, rama,
corre
también por mi cuenta;
pues si
cualquiera me afrenta,
¿qué
está dudando mi fama?
¡Oh,
quién en tal confusión
sin
riesgo de la prudencia,
imitara
la sentencia
que
hizo sabio a Salomón!
Supiera
en la partición
del
infante pleiteado
por dos
madres, mi cuidado,
aunque
dos partes le hiciera,
quién
era la verdadera
y
quédase yo vengado.
Pero
yo sé que no osara
dar la
sentencia que dió,
Salomón, si como yo
su
infamia participara.
Callemos, que si a la cara
se
asoma la enfermedad,
ella
dirá la verdad
y yo
vengaré mi mengua,
pues la
discreción sin lengua
veneró la antigüedad.
Salen MANUEL de
Sosa y CARBALLO
CARBALLO: En
paje se ha transformado;
mira,
al tiempo que has venido.
MANUEL: ¡Qué
para poco que ha sido
el mar,
pues no la ha anegado!
En todo soy desdichado.
CARBALLO: Si con
dos has de casarte,
lo
mejor será ausentarte.
GARCÍA: (Éste
es.) Aparte
MANUEL: ¡Ay, Leonor hermosa!
GARCÍA: Capitán
Manuel de Sosa,
una palabra aquí aparte.
MANUEL:
¿Quién sois?
GARCÍA:
Estaráos mejor
no
saberlo.
MANUEL:
¿Otro cuidado?
GARCÍA: Esto
para vos me han dado;
guardáos del gobernador.
Vase
MANUEL: ¡Ay,
cielos!
CARBALLO:
¿Hirióte?
¡Ay, Leonor!
Hijo es
éste. ¿Hay más azares?
CARBALLO: ¿Qué
tienes?
MANUEL:
Nada. ¿Pesares,
tantos juntos? No me sigas.
Vete.
CARBALLO:
Voime.
MANUEL:
No lo digas.
CARBALLO:
(¡Mujeres e hijos a pares!)
Aparte
Vanse, cada uno
por su puerta
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