Salen TORIBIA y
LUCÍA
TORIBIA: Como
digo de mi cuento,
en la
carreta sobió
cansado, y lo que pasó
prega a
Dios que sea en descuento
de
mis pecados, amén:
porque cuando me miraba
blandos
ojuelos me echaba,
más que
fruta de sartén.
Yo,
que estaba corrompida,
queriendo desimular,
aun no
le osaba mirar
vergonzosa y encogida,
y
con palabras fulleras
comenzándome a agarrar,
pardiez, que quería pasar
de las
burlas a las veras.
Yo,
que turbiada miré
al
mozo, con bravo ahínco
rempujéle, y con un brinco
de la
carreta salté.
Llegamos a casa, al fin,
él
triste, yo mesurada,
que
este honor, esta nonada
es de los gustos mal fin.
Mal haya su opiñón vana,
pues, en casos diferentes,
les hace hacer a las gentes
lo que no tienen en gana.
LUCÍA:
Crudelia fuiste con él,
Toribia, sí en mi verdad,
que un pecilgo no es maldad
que
corrompió el arancel.
Mi
Juancho hué más cortés,
en la
carreta sobió,
y a la
larga se tendió
encaramando los pies
sobre una estaca, y mohino
porque
el vino le faltó,
al
columpio se durmió
roncando como un cochino.
Nuesa carreta chillaba
y él,
al paso que groñía,
el
contrabajo llevaba.
Yo pasé muy malos ratos
porque, como era a porfía,
todo
junto parecía
una
capilla de gatos:
la
carreta el ponedor
donde los libros están,
el
pértigo el sacristán
que los
vuelve alrededor,
y
porque esto viene a punto,
una
capilla tan brava
el un
güey les enseñaba
con la
cola el contrapunto.
TORIBIA: Padre
viene.
Salen MENDO,
viejo, y SANCHO su hijo, de villanos, y
RODRIGO, don LUIS y doña ANA
LUIS:
El coche queda
a la
falda de esos riscos,
a quien
coronan lentiscos
y
apacible murta enreda.
Es tan fragoso el camino,
que por
él precipitado,
siendo
mirador del prado,
fui de
las nubes vecino.
Viendo imposible el remedio
en
fortuna tan crüel,
sacar a
mi hija de él
tuve
por más sano medio,
y al
fin con ella en la yegua
vengo a
que le encaminéis.
MENDO: Bien
presto verle podéis,
que aun
no hay un cuarto de legua.
Sancho,
salta en la tordilla
y por
el collado abajo,
le guía
por el atajo
que
pára en la fuentecilla
del
Olmo, que por allí
vendrá
a placer.
SANCHO: A eso voy.
Descansad, mientras que doy
a
vuestro cuidado ansí
sosiego, hermosa señora.
Si el
coche cuidado os da
no
lloréis, porque vendrá
presto.
(¡Por el coche llora! Aparte
¡Quién fuera coche! ¡Ay de mí!)
MENDO: Sancho:
vuela, acaba pues.
SANCHO: (De
promo tengo los pies Aparte
después
que estos ojos vi.
¡Voto al sol! Ojos serenos,
si es que el coche os causa enojos,
que os
traiga el coche en mis ojos
y esto
será lo de menos.)
Vase SANCHO
LUIS:
Hija, divierte el cuidado
que tus
tristezas te dan,
que yo
espero que tendrán
consuelo presto.
ANA: Si enfado
os
causa, señor, el ver
afectos
del corazón,
son
hijos de una pasión
a quien
no puedo vencer.
Si un bien solo que tenía,
cuando
apenas le gocé,
ya su
muerte contemplé
y entre
su muerte la mía,
que
celebre no os espante
con
lágrimas mi dolor.
TORIBIA: (A ésa le hirió el Amor Aparte
pues
trae dolor semejante.)
¡Para Dios, que no tengamos
algo en
que entendel, Locía.
MENDO:
Descansad, por vida mía,
aquí
esta noche.
LUIS: No vamos
para
sosegar, que ponen
de aquí
a Oviedo cinco leguas.
MENDO: Poned
al cansancio treguas,
pues
mis venturas disponen
que
tenga esta humilde choza
todo el
bien que ha deseado.
LUIS: Un
afligido cuidado
mal con
temores reposa:
hoy a Oviedo he de llegar,
que, como os he dicho,
allí
voy a
gobierno.
ANA: ¡Ay, de mí!
MENDO: Alto,
pues; haz aliñar,
Toribia, algo que comer.
LUIS: ¿Es
hija?
MENDO:
En casa nació
y mi
mujer la parió,
y entonces había de haber
dos años que nos casamos.
LUIS: Buenas señas.
MENDO: Llega acá,
mochacha.
LUIS:
Razón será,
cuando
en vuestra casa estamos,
señora, que nos mandéis
en que
os podamos servir.
ANA: No
procuréis encubrir
dos mil
gracias que tenéis.
TORIBIA: ¿Dos
mil gracias? ¿Soy la cuenta
de
perdón?
LUIS:
¡Donosa ha andado!
ANA: Sois tan bella que he dudado
si
alabaros es afrenta,
porque alabanza no cabe
en la
perfección mayor.
TORIBIA:
¡Alabáme vos, señor,
que no
hay acá quien me alabe!
De esta
suerte, padre, vos
alabá
aquesta señora;
decidle
que es sol y aurora
y
estaremos dos a dos.
LUIS:
¿Quién es esotra serrana?
LUCÍA:
¿Quieren alabarme?
TORIBIA: Sí;
también
habrá para ti.
LUCÍA: Alaben
hasta mañana,
no
doy más que esto.
LUIS: El despejo
aumenta
más su hermosura.
TORIBIA: Acá nos
requiebra el cura,
pero es amante a lo viejo;
para
toda la semana
tiene
requiebros bastantes,
que,
como los estudiantes,
los
enjugó una mañana.
Los
días de carne diz
que es
nuestro rostro hechicero,
más
sabroso que el carnero,
más
tierno que la perdiz.
Los
sábados no hay morcilla
que
esté al humero segura,
es
nuesa boca asadura,
nuesos
ojos pajarilla.
Mas
yo, a mi mal entender,
he
llegado a pergeñar
que él
pide con requebrar
lo que
quijera comer.
................ [ -eta]
................... [ -osa].
ANA: Vos
sois discreta y hermosa
y en las dos cosas perfeta.
MENDO:
Rapaza, ¿quién te ha mostrado
aquesas bachillerías?
LUCÍA: Ellas vienen con los días,
que, aunque mos hemos crïado
con las cabras y los güeyes,
en buena conversación
entre
estos riscos que son
su
corte, si ellos sus reyes,
también sabemos habrar.
LUIS: Donosa
es la labradora.
MENDO: Entrad,
hermosa señora,
donde
podáis descansar,
que
a fe que vendréis cansada.
Mochachas, a componer
lo que
habemos de comer.
LUCÍA: La olla
está aderezada.
MENDO: Asa
un poco de jamón;
Toribia, ve a la cocina,
haz
matar una gallina,
y si no
mata un capón.
LUCÍA: ¿Qué
capón han de matar?
¿Hamos
de matar aquí
lo que
hamos crïado?
Llora
MENDO: Sí.
¿Por
aqueso has de llorar?
LUCÍA: Herodes de esos capones
han sido esos caballeros.
TORIBIA: Calla,
no hagas pucheros.
LUCÍA: No he de sufrir sinrazones...
TORIBIA:
Dalos a la maldición.
Locía,
parte a matallos,
que hay
capones que son gallos
en
llegando la ocasión.
LUCÍA: Eso
siento si lo dudas,
que es
quedar, aunque lo abones,
quitándoles los capones
muchas gallinas viudas.
TORIBIA:
¿Ónde el mi querido hué?
LUCÍA: Como
acabó de almorzar,
cansado, se entró a acostar,
y
durmiendo le dejé.
Él
mi Juancho en el pajar
ronca
como un descosido.
TORIBIA: Esta
ninfa ca venido
ma dado
que sospechar.
No
quijera que lo vea
¡Prega
a Dios!
LUCÍA: ¿Qué pregas?
TORIBIA: ¿Qué?
Vamos y
te lo diré;
prego
que orégano sea.
Vanse las
TORIBIA y LUCÍA
LUIS: ¿Y
ha mucho que estáis aquí?
MENDO: Más de
treinta años habrá
que
aquesos presumo que ha
que
para vivir nací.
Mas
esto no es para ahora,
entremos en casa.
LUIS: Vamos.
MENDO: Puesto
que no merezcamos
veros
alegre, señora,
entrad y descansaréis.
Comeremos un bocado.
ANA: En
aqueste verde prado
os
suplico me dejéis
un
rato por divertir
con sus
flores mi tristeza.
MENDO: Pensión
es de la belleza
tener
siempre que sentir.
LUIS: Ana,
procura alegrarte;
conmigo
estás y yo soy
quien
fe y palabra te doy
que no
tengo de faltarte
aunque mil vidas perdiera.
ANA: Mi
sentimiento, señor,
no pone
duda en tu amor.
LUIS: Sabe el
cielo que quisiera
tu
contento y tu quietud
más que
el mío; si, ¡por Dios!
Vamos, señora, los dos.
(¡Quién
pudiera esta inquietud Aparte
consolar! Mas no conviene.
Hija,
callemos, quizá
el
callar importará
al
remedio que previene
mi amor en tan triste suerte,
pues no
siendo conocido
valdré
a mi hijo querido
librándolo de la muerte.)
Vanse MENDO y
don LUIS
ANA: ¡Buen lance habemos echado!
Tras de tantas
desventuras
que en
mi daño mal seguras
ni
cesan ni se han cansado,
yo he
llegado
a la
desdicha mayor,
pues
cuando esperé favor
para
mis daños,
hallo
de súpito en años
recién
nacido el amor.
Cuando, huyendo de mi suerte,
infelices pasos daba
y
tímida tropezaba
en los
brazos de la muerte
-- ¡trance fuerte!
¡triste estrella! ¡adverso hado! --
advierto en mi triste estado
-- ¡qué rigor! --
que es
la desdicha menor
morir
para un desdichado.
Sale SANCHO
SANCHO: Ya
por quebrarle los ojos
a quien
os le pudo dar,
el
coche truje a pesar
suyo. Cesen los enojos,
que en despojos
de tan celestial pintura,
le
pediré a mi ventura
por favor
que ya
que me dió el amor,
no me
niegue esa hermosura.
¡Pardiez! Si he de hablar verdad,
bien se me puede creer
que
sois la primer mujer
que
rindió mi voluntad,
y
pensad
que me
siento tan glorioso
en este
lance amoroso,
que he
creído
que
siendo vuestro vencido
he
quedado victorioso.
¡Mala Pascua me dé Dios
si en
el punto que os miré
de la
suerte no dudé
cuál
fue mayor en los dos!
Admiro
en vos
una
perfección discreta,
por
miraros,
que la
vista más perfeta
entre
prodigios tan raros
se
exhala como cometa,
y
quisiera preguntar,
porque
deseo saber,
¿cómo
enseñáis a querer
a
quien, nunca supo amar?
Que es
de admirar
que a
tantos en las cadenas
enlacen
a manos llenas
vuestros labios
a
cuchilladas de agravios
y a
puñaladas de penas.
ANA:
Quien tan bien sabe decir
lo que desea explicar,
si es
que no ha sabido amar,
¿cómo
ha sabido sentir?
Séos
decir
que si
os falta sentimiento,
que en
tan amargo tormento
puedo
enseñaros
a
sentir con obligaros
sintiendo lo que yo siento;
y si
es que acaso es verdad
que os
debo alguna afición,
débaos
en esta ocasión
gozar
de esta soledad.
SANCHO: Ordenad
lo que
fuéredes servida;
la
obediencia me convida,
porque
espero
que
conozcáis lo que os quiero,
pues me
aparto de mi vida.
Vase
SANCHO. Salen por otra puerta don DIEGO
y
JUANCHO
DIEGO: No
he podido sosegar,
Juancho, porque considero
la poca
seguridad
que en
aquesta casa tengo.
Mis
contrarios me persiguen
tan
furiosos y soberbios,
que de
esos riscos umbrosos
habrán
contado los senos.
No sé
qué remedio intente.
JUANCHO: Al
diablo le das remedio
y
pulgas le das al diablo,
que en
aquel pajar tenemos
hoy
pulga -- ¡juras a Dios --
que
piensas que eres barbero
y pes
pega un picotazo
que
dejas a Juancho muerto.
Pulga
hay que bien puede ser
con
cordel mozo de ciego;
una
pulga reverenda
toda
vestida de negro,
piensa
que es fraile benito
que te
sales del convento.
¡Muerto
vienes, pobre Juancho!
Asómase TORIBIA
al paño con un asador
en la mano
TORIBIA: ¡Mal
sosiega el pensamiento!
De la
cocina me salgo
y a mi
padre en ella dejo,
que un
quillotro no me deja
poner
los pies en el suelo.
Huí en
busca de mi querido
y no está en el aposento;
mas helos adonde están.
DIEGO: Éste es
el mejor consejo,
a
Madrid parto esta noche
si me
dejan. ¡Ana!
ANA: ¡Diego!
Abrázanse
¿Es posible que mis ojos
tan, gran ventura
tuvieron?
TORIBIA:
(¡Concertáme estas medidas!)
Aparte
DIEGO: No
creerás a qué buen tiempo
te ven los míos, doña Ana.
Sin duda ha querido el
cielo
dar
consuelo a mis desdichas
con tu
vista.
JUANCHO: ¿No merezco
que Juancho besas tus manos?
ANA: ¡Juancho! Los brazos es
premio
muy
corto de tus servicios.
TORIBIA: (Para
todos hay refresco. Aparte
¡Qué
socorrida mujer!
¿Qué
haré, que rabio de celos?)
ANA: No
habrá una hora que llegamos,
porque
ignorando el cochero
el camino, nos perdimos
después
de varios sucesos,
que en
esos montes pasamos
esta
noche, hasta que el cielo,
con la
luz de la mañana,
nos dio
en esta casa puerto.
En ella os halló ventura,
que
sólo pudiera serlo
entre
tan grandes desdichas
como
nos siguen; bien veo
que os
ha de añadir disgustos
lo que
contaros pretendo,
pero
acudo al menor daño.
Diego,
aqueste caballero
en cuyo
poder quedé
no me
agrada, porque es cierto
que
goza de la ocasión,
como otros muchos lo han hecho.
Desde que me vio la cara,
con
ternezas, con requiebros,
apretándome las manos,
dando
suspiros al cielo,
me ha
declarado su amor,
aunque
con término honesto.
Es
poderoso, y va a ser
gobernador en Oviedo,
cosa
que puede animarle
a
conseguir sus intentos.
Pues la
suerte os trajo aquí,
no
conviene ni quiero
que en
su poder me dejéis.
DIEGO: ¡Ea, desdichas! ¡A un tiempo
todas juntas, que ya es hora
de cumplir vuestros
deseos!
¡Matadme, que poco falta!
JUANCHO:
¡Llévese diablo por viejo!
¡Juras
a Dios que le tienes
las propiedades del puerco!
TORIBIA: (¡Hemos
negociado bien!) Aparte
DIEGO:
¡Alto! Vamos al remedio,
que las determinaciones
son hijas de los discretos.
No quiero que con él
vayas
ni que
te quedes, que es cierto
que
aquí no has de estar segura.
Esta
noche, en el silencio
de su
oscuridad, sin dar
a
ninguno cuenta de esto,
te
prevén, que he de llevarte,
tomando
por instrumento
de las
muchas de ese prado,
dos
yeguas, hijas del viento,
para
hacerlo.
JUANCHO: Ya le tienes
juras a Dios lindos frenos
y yo sabes donde hay sillas,
y por el corral podemos
echarlas.
DIEGO:
Bien lo has pensado.
TORIBIA: (Muy buen despacho tenemos. Aparte
¿No hay son echar y freír,
como si hueran buñuelos?)
DIEGO: A las
diez en esta puerta
has de
estar, porque al momento
que
Juancho ensilla las yeguas
nos
vamos.
ANA:
Bien lo has dispuesto;
pero,
porque la Fortuna
no
atropelle mis deseos,
cuando
las tengas a punto,
háblame
en entrando recio,
porque
á la voz te conozca.
DIEGO: Bien
dices, y por más cierto,
será el hablarme en entrando,
la
seña.
ANA:
De aquese acuerdo
quedamos.
Sale RODRIGO
RODRIGO:
Ya está esperando
la
comida. ¡Santos cielos!
Señor,
¿en aquesta casa?
DIEGO: Ansí el
cielo lo ha dispuesto;
¿dónde
está vuestro señor?
RODRIGO: Aquí
esperando le dejo
a mi
señora doña Ana
para
comer.
DIEGO:
Vamos luego,
que quiero besar sus manos.
RODRIGO: Será
excesivo el contento
que
tendrá con vuestra vista.
DIEGO: (Mayor
le tuviera entiendo Aparte
de no
verme.) Ven doña Ana.
JUANCHO:
(Juancho, vamos allá dentro;
Aparte
buena
noche se te espera
trotando por esos cerros
como
ahora, y harta el tripa,
que
quizá le vendrá tiempo
en que
cuando quieras carne
matarán
al carnicero.)
DIEGO: Lo
dicho, dicho, doña Ana.
ANA: Y lo
dicho, dicho, Diego.
JUANCHO: Dicho
lo dicho, barriga.
Vanse, dejando
a TORIBIA sola
TORIBIA:
"Hábrame en entrando," pienso
caquesta noche ha de ser,
sin
duda, mi finamiento.
¡Qué
bien lo amasó el traidor
que con fingidos requiebros
embaducar pretendía
los mis sencillos deseos!
¡Qué he de hacer, triste
de mí,
que me
espachurran los celos!
ca cá
dentro juegan cañas,
siendo
la praza del cuerpo.
¡Llorad tristes ojuelos,
que Amor os tira y son sus
frechas celos
y por sentir las que os
están tirando
decí,
Toribia, así, "hábrame en entrando."
Sale LUCÍA
LUCÍA:
Toribia, padre te llama.
¡Verá
el diabro lo que ha hecho!
¿El
asador te trajiste?
No me ha
quedado abujero,
tizón,
artesa, vasar,
horno,
cocina, humero,
espetera, despensilla,
que he
perdido el sufrimiento
buscándole. ¿No respondes?
¿Qué
tienes que haces pucheros?
TORIBIA: Tengo
un bien que no me entiende,
tengo
un mal que no le entiendo.
¿Has
vido al ninfo y la ninfa
juntos?
LUCÍA:
Sí.
TORIBIA:
Pues eso tengo.
LUCÍA: Ya de comer acabaron;
y ella,
desmayos fingiendo,
diz que
se quiere acostar,
y yo la
cama le he hecho
en la
cámara de arriba.
TORIBIA: Ya esos
desmayos entiendo.
¡Mal desmayo
le dé Dios!
Pues se
acuesta, ocasión tengo
para
corromper sus gritos
y para
lograr mi intento.
Procura
tú desnudarla
y con
sotil fingimiento
los
vestidos que le quitas
los
trascuela a mi aposento
con
secreto, que me importa.
LUCÍA: ¿Qué es
lo que has de hacer con ello?
TORIBIA: Calla,
y haz esto que digo.
LUCÍA: Callo,
y hacerlo emprometo.
TORIBIA: Al cura
le oí decir
que
vestido de pellejos
le
hurtó la bendición
un
Jacome al heredero
de
ella; y ansí pienso hacer,
que esa
ropa será el vello
que la
bendición que busco
magarre por los cabellos.
Vanse. Salen don DIEGO y don LUIS
LUIS: Si
estáis determinado
no será
porfïaros acertado.
DIEGO: Yo
estoy agradecido
al gran
amor que en vos he conocido;
llámanme obligaciones
que no puedo excusar.
LUIS: Las ocasiones
que pueden suceder mirad
primero,
que es
la hermosura un enemigo fiero
y a
quien la adversa suerte
tanto
le dio, camina hacia la muerte
con
mayor brevedad.
DIEGO: (Ese deseo... Aparte
en sus
palabras ya su intención veo.
¡Que no
le haya obligado
siendo noble el haberle confiado
mi
honor! ¡Pierdo el sentido!)
LUIS: Que, en
efecto, señor, solo y perdido
huyendo
de la muerte,
¿os
queréis encargar de aquesa suerte
de una
mujer hermosa?
No lo
acertáis, y, adviértoos una cosa,
por el
hábito santo
de San
Benito, a quien venero tanto;
por la
sangre heredada
tan
limpia y noble como desdichada,
que estaba en mi poder esa señora
más
bien guardada que no queda ahora,
y
quererla llevar no os lo aseguro;
no me
habéis conocido, que yo os juro
que a
conocerme...
DIEGO: (¡Ay cielos, Aparte
sin
duda al viejo le atormentan celos!
Me he
desengañado
del
falso trato que conmigo ha usado.)
En mi
poder está...
LUIS: No está.
DIEGO: ¿Qué es
esto?
LUIS:
¡Dañosas rapazadas! ¡Alto, presto!
Pongan
el coche y vamos.
RODRIGO: Ya está
puesto, señor.
LUIS: ¿A qué
aguardamos?
Quedaos con ella que, por vida mía,
que os
acordéis de mí quizá algún día...
Llévola
yo a mi casa...
(¡Ay,
hija amada, el alma se me abrasa!) Aparte
...venís a quitarla
de quien le daba honor! ¿Queréis llevarla
a que
guarde ganado?
¡Pobre
muchacha, lástima me ha dado!
DIEGO: ¡Si no
mirara...
LUIS:
¿Cómo es eso, cómo?
Canas
de acero calzan piés de plomo.
Yo soy
quien he tenido
lo que
no puede ser bien parecido.
Si
hacerlo no os agrada,
no
miréis en respetos, que mi espada,
cansada
de matar los enemigos,
bien sabrá responder a los amigos.
DIEGO: Ya
apretáis demasiado.
Aquí en
vuestra presencia he reparado...
No sé
qué soberanos
impulsos me enmudecen; que las manos
aun no
acierto a movellas.
Debe
ser unión de las estrellas
lo que
aquí me detiene.
Idos
con Dios, pues tanta fuerza tiene
que no
habiendo temido,
temo
venceros por quedar vencido,
y no pudiendo hablaros
temo el
oiros. Temo el replicaros.
Vase don DIEGO
LUIS: Muerto
va y solo quedo.
RODRIGO:
Declárate señor.
LUIS: Eso no puedo
que
ahora no conviene,
que quiero ver si algún remedio
tiene
con el
cargo que hoy llevo
su
libertad.
RODRIGO:
Ya se ha escondido Febo,
quédate
aquesta noche
en esta
casa.
LUIS: No, camine el coche.
Pica a
Oviedo que importa.
RODRIGO: A
Oviedo pica.
LUIS:
La jornada es corta.
(¡Qué
triste fue el mozuelo! Aparte
Más
triste quedo yo, sábelo el cielo.
¡Ay, mi
hija querida,
aún no
gozada cuando ya perdida!
¿Cuándo
querrá mi suerte
que
alegre os goce hasta esperar la muerte?)
Vanse. Sale LUCÍA con un candilón y los
vestidos y TORIBIA
TORIBIA:
¿Cerraste la puerta?
LUCÍA:. Sí, ya
la he cerrado.
TORIBIA: Cuelga
el candilón
en
aquese cravo.
¿Sintióte la ninfa?
LUCÍA: No, ca
al ir entrando,
por no
her roído,
quité
los zapatos.
TORIBIA: Pues
desnuda presto.
LUCÍA: Ya
tienes quitado
la saya
y sayuelo.
Siéntase en el
suelo
TORIBIA:
Desprende el tocado
apriesa, Locía,
mientras me descalzo.
Queda en
mantegüelo
LUCÍA: Ya todo
está hecho.
¿Por
qué tas quitado
los
zapatos?
TORIBIA:
¡Bestia!
¿Cabrán
en los zancos?
Dácalos
acá.
Dale los
chapines
LUCÍA: Aquí
están.
TORIBIA:
¡San Pablo!
Llega
acá, Locía;
llega,
que me caigo.
LUCÍA:
Quítatelos, pues.
TORIBIA: Yo me
iré enseñando,
ca Amor
es maestro
en aquestos
casos.
Daca
los corpiños.
LUCÍA: Como
están cerrados
por
delante...
TORIBIA:
Enseña,
oigan
el diabro,
por
detrás se atacan.
Pónese el jubón
LUCÍA: Las damas de hogaño,
siguiendo lo culto,
huyen
de lo craso.
TORIBIA: Pon
presto.
LUCÍA:
Ya pongo.
¡Cristo
soberano,
cuántos
agujeros!
TORIBIA: No
estiraces tanto,
que me harás caer.
LUCÍA: Todo
está atacado;
¿qué
quieres ahora?
TORIBIA: Dame
ese refajo.
LUCÍA: Allá
va; ¿qué es esto?
Saca las enaguas
TORIBIA: ¿Qué trojiste, diabro?
¿Es frontal de igreja?
Ten de aqueste lado.
Extiéndelas todas, qúe han de estar
co-
sidas por delante
¿Quieres apostar
que
trojiste acaso
la
funda del coche?
LUCÍA: No, que
es muy galano.
TORIBIA: Ya
caigo en lo que es:
manta
de caballo.
LUCÍA: ¿Tan
larga?
TORIBIA:
Alto, pues;
voyme
rodeando
esta
faja al cuerpo.
Va dando
vueltas TORIBIA, dándose las enaguas,
y LUCÍA teniendo el otro canto
LUCÍA: Muy
bien lo has pensado,
casi la
traía.
TORIBIA: Ata
esos dos cabos;
venga
ahora esotro
presto.
LUCÍA:
No ha quedado
ya más
que la ropa.
Pónese la ropa
TORIBIA: ¡Qué
cuello tan alto!
Lucía,
parece
pescuezo de ganso.
LUCÍA: ¿Por
qué ansí lo hacen?
TORIBIA: Porque
yo he pensado
que los
traen ansí
éstas,
por si acaso
algún
caballero,
tierno
enamorado,
quiere
visitar
sus
compuestos labios,
con el
pie de amigo
no
pueden lograrlo.
LUCÍA: Esta
caja vino
acá
entre los hatos.
TORIBIA: ¿Qué
hay dentro?
LUCÍA:
abellos.
TORIBIA: ¿Si sa
trasquilado
con el
berrenchín?
LUCÍA: Que son
del tocado
tienen
trazaderas,
si no
es que me engaño,
estos
son pericos.
TORIBIA: Pon,
que no me espanto
que
caiga quien tiene
perico
en los cascos.
Daca la
valona.
LUCÍA: Está
como un mayo;
toma no
te ahoje.
TORIBIA: ¿Y
padre?
LUCÍA:
Sentado
quedaba
en el huego
con
Sancho tu hermano,
que de
estas visitas
quedaba
cansado.
TORIBIA: Si por
mí pregunta
di que
me he acostado.
LUCÍA: ¿Qué
hará la señora
cuando
ande buscando
sus
vestidos?
TORIBIA:
Muera,
pues me
está matando.
Arrímate á mí.
Toma el candil
LUCÍA, arrímase a TORIBIA y
vanse entrando
LUCÍA: Válgate
el calvario
de
Nueso Señor.
¡Linda
estás!
TORIBIA:
¿Te agrado?
Vete
poco a poco.
LUCÍA: Si yo
huera macho
todo
estaba hecho.
TORIBIA:
¡Ay! Amante falso,
aquesto
mobriga;
"hábrame en entrando."
Vanse. Salen ALONSO de Bustos y otros tres
CABALLEROS, con pistolas, botas y espuelas
ALONSO: Los caballos apartad
detrás de aquese ribazo,
que,
según traigo noticia,
presto
atajaré los pasos
del que
ya segunda vez
más
afrentas ha intentado.
Los
caballos aun no pueden,
consumidos
del cansancio,
pacer
la hierba.
CABALLERO 2: El postrero
ha sido
bellaco rato
que han
llevado.
CABALLERO 3:
La noticia
que nos
dio aquel aldeano
de los bueyes importó.
ALONSO: Ahí os quedad retirados,
veré si en aquesta casa
quizá
quieran hospedarnos
sólo
por aquesta noche.
Vanse los tres
CABALLEROS
Yo
apostaré que acostados
estarán
ya. ¡Ah, buena gente!
Da golpes
Abrid.
Habladme en entrando.
Sale TORIBIA
TORIBIA: La seña
es ésta, aquí estoy
aguardando, Diego Hurtado,
doña
Ana soy.
ALONSO: (¡Santos cielos! Aparte
¿Qué es
esto?)
TORIBIA:
¿Estan aliñados
los caballos?
ALONSO: (Fingir quiero.) Aparte
Ya
están a punto.
TORIBIA:
Pues vamos.
(¡Voto
al sol, que habéis de ser Aparte
mi
marido!)
ALONSO:
(El cielo santo, Aparte
sin
prevenir, la venganza
la
trujo el cielo a mis manos.)
Llévasela. Sale doña ANA mal vestida
de villana
ANA: ¿Si
habrá mi hermano venido,
que no
sé quién me ha quitado
los
vestidos que tenía
prevenidos para el caso;
y en
buscar éstos que tengo
presumo
que me he tardado?
Si bien
más segura voy
en este
traje.
Salen LUIS y RODRIGO
LUIS: Cansado
llego; mas ¿cómo,
Rodrigo,
tendré
sin vida descanso?
RODRIGO: Señor,
del camino vuelves;
¿qué
piensas?
LUIS:
He imaginado
el
peligro en que a mi hija
dejé
entre aquestos villanos,
y ansí
he resuelto decirle
quién soy, y llevarla.
ANA: Pasos
siento.
¿Si es Diego?
LUIS: ¿Qué es esto?
Un
bulto, si no me engaño,
miro a
la puerta. ¿Quién va?
Llega y agárrala
ANA: ¡No es
Diego, ay Dios!
LUIS: Sosegaos.
ANA: Ya os
conozco, ya os conozco;
mirad
que vendrá mi hermano,
y que
si intentáis mi ofensa
tengo
valor, tengo manos
para
mataros.
LUIS: ¡Ay, hija!
¡Dame mil veces tus brazos!
Soy tu padre, Luis
Hurtado
de
Mendoza. Trae, Rodrigo,
la
yegua.
Va RODRIGO por
ella
ANA:
¡Oh, padre amado!
¿Es
posible que te veo?
Dame
otra vez esos brazos.
Asómase LUCÍA a
la puerta y velos
abrazar
LUCÍA: ¡Eso
sí, cuerpo de tal!
LUIS: Vente
conmigo.
ANA: ¿Y mi hermano?
LUIS: Por
ahora no conviene
que
sepa quién soy.
ANA: Pues vamos.
¿Ni ha
de saber dónde voy?
LUIS: Después.
ANA: Besaré tus manos
dos mil veces:
Sale RODRIGO
RODRIGO:
Ya está aquí
la
yegua.
ANA:
¡Cielos sagrados,
tal
suerte en tanta desdicha!
LUIS:
¡Vamos!
Vanse y llévansela
LUCÍA:
¡Hábrame en entrando!
Hoy
despacha el viejo verde;
pardiez, lindo lance ha sido.
¡Hola,
hao! Que se la lleva.
¡Oh Mendo, oh señor, oh Sancho!
Salen por una
puerta don DIEGO y JUANCHO, y por otra
SANCHO
SANCHO: ¿De qué
das voces? ¿Qué ha
habido?
DIEGO: Alguna
desdicha aguardo.
LUCÍA: ¡Que se
llevan a doña Ana!
DIEGO: ¿A
quién?
SANCHO:
¿A quién?
LUCÍA:
¡San Hilario!
A DIEGO
¿Vos
estáis aquí?
DIEGO: Aquí estoy.
LUCÍA: Pues
otro "hábrame en entrando"
[ya se
ha llevado] a Toribia.
SANCHO: ¿A mi
hermana?
DIEGO: ¡Cielo santo:
¿Qué desdichas son aquéstas?
JUANCHO: ¡Bien habemos negociado!
DIEGO: Pues
¿quién se lleva a doña Ana?
LUCÍA: Ese
viejo a cuyo cargo
vino
aquí.
DIEGO:
¡Ah falso, ah traidor!
SANCHO: Y a mi
hermana, ¿porqué o cuándo
la
llevan?
LUCÍA:
Eso no sé.
SANCHO: ¿Y
quién hué?
LUCÍA:
"Hábrame en entrando."
DIEGO:
Juancho, vengan esas yeguas;
ponte en una al punto, Sancho,
que yo
en estotra tras ellos
al
viento ligero igualo;
busca a
tu hermana, que yo
busco
la mía.
SANCHO:
Yo parto
sin alma, pues que el honor
y el amor me han robado.
LUCÍA: Adiós, Juancho.
JUANCHO: Adiós, Locía,
que allá me llevas mi
amo.
LUCÍA: Si
encontrares a Toribia dile...
JUANCHO: ¿Qué?
LUCÍA:
"Hábrame en entrando."
|